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MOVIMIENTO Y CREACIÓN EN EL ALA DEL TIGRE

MARIANA ORTIZ MACIEL

Esta lectura de El ala del tigre (1969) consiste en reconocer el trasfondo mítico que

participa de su construcción. Rubén Bonifaz Nuño, gran admirador del México

prehispánico, resignifica la noción de movimiento que tuvo la cultura mesoamericana a

través de este poemario y, al hacerlo, recupera el orden espacial y la riqueza simbólica de

una cosmovisión perfectamente articulada.

La leyenda de los soles, texto fundamental de la mitología náhuatl, narra la creación

del quinto sol, el Sol de Movimiento, en el que los pueblos nahuas ubicaban su presente.

Para que este tiempo diera su inicio, para que los astros comenzaran a moverse, fue

necesario el sacrificio de los dioses, al cual habrían de responder los hombres con su propio

sacrificio. De este modo, el destino del universo permanecería unido a la voluntad de los

hombres.1

En El ala del tigre, a semejanza de este mito cosmogónico, prevalece la asociación

entre movimiento y creación. Para sustentarla, tanto en la estructura métrica de los poemas,

como en el título mismo del libro que los reúne, se origina una dinámica de encuentro y

movimiento entre las imágenes que simbolizan las fuerzas ascendentes y aquellas que

simbolizan las fuerzas descendentes. La imagen del “ala del tigre” proviene precisamente

de la fusión de los dos animales emblemáticos de la cultura náhuatl, que representan el

tránsito del sol por el cielo, el día, y por la tierra, la noche.

Dentro de una cosmovisión que establece un vínculo inquebrantable entre los ciclos

del sol y la sangre que se ofrece para fortalecerlo, una fracción de la realidad es entendida

como una parte indivisible del todo. Bonifaz Nuño integra esta equivalencia entre

1
Véase Miguel Leó n-Portilla, Toltecayotl. Aspectos de la cultura náhuatl, pp. 53-71.
microcosmos y macrocosmos a la forma y al simbolismo de sus poemas, a partir de las

correspondencias internas del volumen, ya que El ala del tigre –conformado por ochenta y

cinco poemas que comparten la misma distribución métrica, tres estrofas de seis versos

cada una– puede comprenderse como un libro unitario, al revelar la propuesta que compone

en su totalidad.

El primer recurso que crea el efecto de movimiento es la conjugación entre el

ámbito espacial de lo aéreo y el de lo terrestre. Esto se logra, en parte, a través de una

constante interacción entre las líneas que dividen el horizonte, como el cielo y la tierra, y

aquellas que configuran un orden vertical, como el hombre y el poema mismo. Aunque esta

estrategia simbólica se aplica a la estructura de los poemas, también se encuentra

concentrada en las imágenes individuales de sus versos: “sol bajo las olas” (poema 61),

“ciudad celeste sobre el valle” (poema 9), “alas en ruinas” (poema 41), “navega sobre el sol

un filo / de tigres oscuro” (poema 44), “Mañana celeste de las tierras” (poema 65), “verde

abrevadero de los ángeles / de la ciudad, cuando se mezclan / con las hojas tristes y los

pájaros” (poema 30).

En este sentido, la metáfora del árbol juega un papel fundamental dentro del

poemario. Al tratarse de un organismo que crece paralelamente hacia arriba y hacia abajo,

aproximando el cielo con la tierra, en su aparente fijeza, resulta un arquetipo de la conexión

espacial que Bonifaz Nuño desea recrear en estos poemas. Las raíces, comúnmente

interpretadas como aquello que sujeta e inmoviliza, entrañan otro sentido al reformularse en

esta poética: “Como los árboles, partimos / en años de raíces” (poema 1), “…se enraíza el

aire / en torno tuyo, renovado” (poema 5), “Raíz fundamental y viento” (poema 42), “Frágil

cimiento de raíces” (poema 63), “Suena un árbol de hielo. Sube / el año su escala de raíces”

(poema 74), “y sus raíces/ en la sal profunda concebidas,/ te escalan de fuentes y de alas”
(poema 68), “Del árbol muerto, de su tronco / quemado, sus volátiles ramas, / una hoja

sólo, verde y fría, / permanece y dura y siembra un cielo / perfecto en torno suyo: un río /

de aire reluciente y habitado” (poema 82).

El contacto entre lo áereo y lo terrestre se alcanza también a través de la interacción

entre las estrofas, ya que en todos los poemas existe un juego de correspondencias entre

ellas, a partir de diversos procedimientos formales como los paralelismos espaciales y

temporales, las correlaciones sintácticas y la oscilación entre preguntas y respuestas. Sirva

de ejemplo el poema número treinta y uno:

31
¿Y hemos de llorar porque algún día
sufriremos? Sobre los amantes
da vueltas el sol, y con sus brazos.
Amigos míos de un instante
que ya pasó, regocijémonos
entre risas y guirnaldas muertas.

Aquí las águilas, los tigres,


el corazón prestado; en préstamo
dados el gozo y la amargura;
la muerte, acaso para siempre,
para hacerte vivir; por alegrarte
tengo, entre huesos, triste el alma.

¿Y habremos de sufrir, entonces,


sólo porque un día lloraremos?
Giran los amantes libertados
con la noche en torno. Entre guirnaldas
de un instante, amigos, mientras dura
lo que tuvimos, alegrémonos.
A partir de la semejanza entre la primera y la última estrofa, y una aparente

reelaboración sinonímica, se genera una impresión de retorno que puede ascender y

descender circular o verticalmente.

Ambas estrofas comienzan con una pregunta retórica casi idéntica, lo que difiere en

ellas es el orden en que aparecen los verbos llorar y sufrir, además de que en la tercera
estrofa, al aumentar las palabras “entonces / sólo porque”, se reafirma la intención de

enseñanza o de evolución de la repetición. La manera en que se configuran estas preguntas

imita a la lírica náhuatl, como podemos corroborar en estos versos atribuidos a

Nezahualcóyotl: “¿A dónde iremos / donde la muerte no existe? / Mas, ¿por esto viviré

llorando?”.

Los escenarios que se presentan en relación a los amantes, el día en la primera

estrofa y la noche en la tercera, forman parte de la noción de movimiento asociada a la

dinámica cósmica, sólo que en el poema se invierte el valor positivo de la luz y el negativo

de la oscuridad. En el primer caso los amantes se encuentran detenidos y el sol gira a su

alrededor, lo cual puede interpretarse como la idea de que durante el día los amantes son

víctimas del paso del tiempo, ya que la inmovilidad, como hemos visto, representa muerte o

envejecimiento. En la tercera estrofa los amantes se han liberado, son ellos los que giran

con la noche alrededor, son ellos el astro imantado. El amor se concibe como parte de la

fuerza combativa y creadora que mantiene con vida al universo.

El final de las estrofas complementa el diálogo entre éstas. Se habla en ellas del

instante, de la fugacidad de la vida, tema esencial de la lírica náhuatl que equivale al carpe

diem de los latinos: “gocemos porque moriremos”. En ambas estrofas el instante se

compara con una guirnalda, es decir, que el instante se entiende como una victoria de la

vida sobre la muerte, lo cual se confirma con los verbos regocijémonos y alegrémonos. El

término “amigos”, con que el sujeto lírico apela a sus oyentes, es también un rasgo

característico de la oralidad de los cantos nahuas; el reconocer a los otros en la voz del

poeta por medio del plural y del uso del vocativo, reafirma esta evocación constante.

Por otro lado, el uso de los tiempos subraya la circularidad mítica, ya que en la

primera estrofa el instante es concebido como un pasado inmóvil “ya pasó”, mientras que
en la tercera estrofa el instante se asume como un pasado que permanece presente, es decir,

en movimiento, a través de la memoria: “mientras dura / lo que tuvimos”.

Lo que sucede con la segunda estrofa es parte indispensable de la intención formal

del poema. Parece haber en ella un cambio de tono y de tema, pero al mismo tiempo, se

reafirman las ideas planteadas en la primera y la tercera estrofa. En ella se menciona a las

águilas y a los tigres, los guerreros que se enfrentan tanto con la dualidad del universo,

claridad y oscuridad, como con los opuestos que participan de la vida humana: el gozo y la

amargura, la vida y la muerte, el cuerpo y el espíritu.

A diferencia de otras culturas, en la cosmogonía mesoamericana el bienestar del

mundo no se sustentaba en la victoria de las fuerzas del bien sobre el mal, en las de la luz

sobre la oscuridad o en la del espíritu sobre la carne. La lucha entre los contrarios, el sol y

la noche, engendraba la tensión necesaria para renovar los ciclos de la vida, y este vínculo

entre combate y creación, es la idea cardinal que rige este poema.

Al final de la segunda estrofa, el uso del plural da paso a la primera persona. Lejos

de desentonar con el entramado de resonancias míticas y cosmogónicas del texto, en estos

versos se retoma el fundamento vivificador del sacrificio y se confirma la

complementariedad de los contrarios que participan del amor: “para hacerte vivir; por

alegrarte / tengo, entre huesos, triste el alma”.

Se ha querido mostrar de qué manera la noción de movimiento de la cultura náhuatl,

en la que se concibe a la transformación como la única forma de la continuidad, participa

en el poema. Es importante insistir en que todos los textos que forman parte de El ala del

tigre ahondan en esta relación entre ruptura y continuidad; el fin de un ciclo como principio

de otro.
En “La cosmogonía prehispá nica como abrevadero simbó lico poético en El ala
del tigre de Rubén Bonifaz Nuñ o”, Tesis de Maestría, México, D. F., UNAM, IIFL,
FFyL, 2012, pp. 48-80.

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