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La poesía como el arte de renacer desde las propias cenizas:

La contingencia (2015) de Alicia Genovese

Alicia Salomone
Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos
Facultad de Filosofía y Humanidades
Universidad de Chile

1. Introducción.

El propósito de este ensayo es hacer una lectura interpretativa del libro La

contingencia (2015), de la poeta argentina Alicia Genovese, indagando en el recorrido que

lleva adelante la voz lírica desde la vivencia del vacío dejado por la muerte de afectos

próximos, a la reconstrucción de sí que realiza desde el oficio que le es más propio: el de la

escritura poética. Se trata de un proceso de elaboración del duelo y de recreación personal

que se gesta desde el fondo de las sombras, desplegándose como una disputa palmo a

palmo entre un sentimiento de muerte y una pulsión vital que la empuja a retornar al

territorio de los vivos. Una pulsión que se potencia desde un mandato ancestral, que la

hablante nombra mediante el dictum materno de “Volver a agarrar la zapa” (Genovese, La

contingencia 82), y que ella enlaza a una dilatada herencia campesina.

Esta metáfora, plena de sentido performativo, en el sentido de que supone un hacer,

resulta crucial para identificar el movimiento de la hablante, así como su renacimiento

desde la desazón de la disolución y del silencio a través de la poesía. Por otra parte, esa

imagen remite al arduo esfuerzo que ese proceso conlleva, tanto en lo que hace al plano

subjetivo como al no menos laborioso trabajo con la lengua poética. Es esta la disposición

que vemos traducida en el libro en una metáfora de gran intensidad semántica, donde la

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hablante, reflejándose en la figura del abuelo que año a año horadaba la tierra con su zapa,

retoma el propio instrumento de trabajo, que en su caso es el lenguaje, para enfrentarse a

fantasmas y afectos abisales, y, desde allí, iniciar un camino de retorno, recreándose a sí

misma y redescubriendo la belleza del mundo con ojos fascinados.

El libro que aquí analizamos obtuvo en 2014 el premio único de poesía en el

Certamen Internacional de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz”, del Gobierno del Estado

de México, y fue publicado en dicho país en 2015. Es este un reconocimiento largamente

esperado en una escritora que, a lo largo de muchos años, ha venido edificando un

elaborado proyecto poético. La producción de Alicia Genovese se inicia en la década de

1970 con el poemario El cielo posible (1977) y prosigue con El mundo encima (1982); dos

textos que la autora, en un gesto que podría discutirse, apartó de El río anterior, su

antología personal editada en 2014. A ellos siguen Anónima (1992), El borde es un río

(1997), Puentes (2000), La ville des ponts/La ciudad de los puentes (2001), Química diurna

(2004), La hybris (2007) y Aguas (2013); títulos a los que ahora se suma también La

contingencia (2015).

Observada en su conjunto, y más allá de la particularidad de cada libro, la obra de

Genovese resulta íntimamente articulada, lo que se manifiesta en las diversas conexiones

temáticas entre sus textos; en las proximidades de estilos, tonos y ritmos que ellos tienen; y

también en las remisiones intertextuales que producen reenvíos hacia la tradición literaria

local e internacional, como hacia referencias del contexto socio-cultural del que sus poemas

se nutren.1 Por otra parte, en este espacio poético, recortándose contra la naturaleza viva o

sobre el territorio urbano, dentro de un paisaje extranjero o en ciertas coordenadas

identificables de la capital argentina, es donde se pone en escena una subjetividad muy

característica, que se desplaza asumiendo modulaciones múltiples. De esta forma, adopta

2
un tono de fino lirismo en Química diurna y El borde es un río, y se expresa con ironía

distanciada en Anónima; sigue un ímpetu narrativo y autobiográfico en Puentes, y alcanza

intensidad trágica en La Hybris, para adentrarse más tarde en la reflexividad filosófica que

se trama en Aguas.

En La contingencia, por su parte, esa subjetividad retoma una modalidad

enunciativa dominantemente lírica – pero de un lirismo moderno, no ampuloso, como

advierte en una entrevista la propia autora (Genovese, Quiero escribir… 2015) -. Lo cual no

supone, sin embargo, que el texto abandone del todo las resonancias perceptibles en los

libros anteriores, sobre todo las trazas autobiográficas y, especialmente, la discursividad

trágica, asociada en este caso al duelo que experimenta la hablante. Asimismo, este

poemario también expande un registro que es transversal a otros libros, como lo es el

acento metapoético. Se trata de un rasgo siempre presente en la poesía de Alicia Genovese

y que se evidencia en una constante indagación en torno a la escritura, en sus

procedimientos y recursos, así como en los vínculos que se establecen entre la poesía y

otras disciplinas, como la fotografía o las artes plásticas, por ejemplo. En La contingencia,

por su parte, esa interrogación se proyecta, en particular, hacia el propio oficio poético,

estimulando una reflexión acerca de las condiciones bajo las cuales se desarrolla esa praxis

estética que la hablante ya ha asumido definitivamente como suya. Pues, en efecto, es a

través de la poesía como ella define una identidad literaria, que es a la vez personal, la que

queda claramente escenificada en la escritura.2

2. Entre el duelo y la reinscripción del yo en el mundo

3
La contingencia es un poemario cuyo título, desde las acepciones sutilmente

diferenciadas que arrastra esa palabra, condensa los sentidos poéticos y metapoéticos de lo

que encontraremos en él.3 Por un lado, ese significado remite a lo azaroso del presente, a la

posibilidad de que algo suceda o definitivamente no suceda; por otro lado, apunta a lo

imprevisto e impensado, a aquello que acontece cuando menos lo esperamos; y finalmente,

también sugiere el riesgo o la catástrofe y, de esta forma, señala a algún evento que puede

impactarnos y transformarnos radicalmente, como suele ocurrir con la inminencia de la

muerte o, desde otra perspectiva, también con la experiencia poética.

El texto se organiza en dos secciones de extensión casi equivalente, pero que no

pueden considerarse simétricas. La primera parte, subtitulada como “El espacio vacío”,

alude de manera directa al dolor de la hablante ante la ausencia irreparable provocada por la

desaparición de dos figuras amadas: el padre y el hermano. La sección se compone de ocho

poemas dispuestos bajo una estructura circular, pues se abre con un poema largo, “Honras”,

una elegía dedicada al padre que es introducida por un epígrafe de Salvatore Quasimodo:

“ed è subito sera” (Genovese La contingencia 11). Y a su vez, esta primera parte se cierra

con “Tristia”, otro canto elegíaco de ecos clásicos, en este caso referido al hermano, que

articula una doble referencia. De un lado, a la obra homónima de Ovidio, en la que el poeta

latino canta su dolor ante su forzado exilio; y de otro, a un clásico contemporáneo en el

género, como lo es la “Elegía a Ramón Sijé”, que el español Miguel Hernández compone

tras la muerte de su joven amigo, como “un poema de remordimiento y de reconciliación

espiritual” (García 49).

La segunda parte del poemario, llamada “Ligeros equilibrios”, se compone de trece

poemas de extensión más breve y estructura más abierta, en los cuales se manifiesta otra

faceta del mismo presente post-traumático desde el que enuncia la hablante. Son estos una

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serie de textos en los que se retrata ensayando, desde distintos espacios cotidianos, su

reingreso al mundo tras experimentar la desolación por la pérdida de aquellos afectos

esenciales. No obstante, este es también el lugar desde el que inicia un progresivo

redescubrimiento del mundo y sus pequeñas epifanías, las que se irán revelando a través de

ciertas claves, como lo son el renacimiento de las flores en primavera (“Objetivas azaleas”),

la irrupción de una bandada de petirrojos que sorpresivamente sobrevuela la casa (“Los

petirrojos del norte”), la compañía cómplice de una perra golpeada (“La apaleada”), el agua

purificadora de la tormenta (“Tormenta tropical”) o el verdor intenso de las hojas de las

azucenas (“Azucenas silvestres”), entre varias otras.

Como mencionamos más arriba, el libro se organiza desde una estructura binaria,

que es la que articulan sus dos partes, pero al mismo tiempo esa dualidad también se

corresponde con otras combinatorias semánticas que se encuentran diseminadas en el texto.

Se trata de una serie de oposiciones, que no alcanzan a producir síntesis o superaciones

dialécticas (noche/día, oscuridad/luz, frío/calor, y, sobre todo, muerte/vida), mediante las

cuales se define un espacio oscilante de confrontación dramática, que es precisamente

donde se posiciona la voz lírica. De esta manera, ella alterna entre la angustia por la muerte

intempestiva y el repliegue del yo hacia un sitio insondable: ese lugar nocturnal que es

aludido en la cita de Quasimodo, y la irrupción de un deseo vital que, incluso desde su

manifestación mínima, pugna por obtener un reconocimiento. Así, dice uno de los

segmentos del largo poema “Fogatas”:

No hay síntesis.

Sí y no,
lo dado y lo negado.
la verdad es escueta

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y se cierra en dos palabras:
dos semillas encapsuladas
difíciles de distinguir.

En el adormecimiento
una tosquedad
donde nada destaca,
semilla del no.

Alguien llama,
tu nombre
se empequeñece
y bebe,
semilla del sí.

(Genovese La contingencia 23)

Esta lucha agónica, entre lo que la hablante nombra como la “semilla del no” y la

“semilla del sí”, que bien podríamos asociar a la oposición vida/muerte o Eros/Tánatos, no

se despliega, sin embargo, solo dentro de la propia hablante. Por el contrario, esa pugna se

expande hacia el afuera, abarcando un espacio en el que, por un lado, se hacen visibles

distintas interacciones humanas, que pueden actuar como un disparador del impulso vital o

como su impedimento. Espacio en el que, por otro lado, también se hace presente la

naturaleza, la que se dibuja como un ambiente donde se desencadenan fuerzas encontradas,

pugnando por la recomposición de la vida o bien tendiendo hacia la desintegración y la

muerte. Inmersa en ese campo de contradicciones intensas, la hablante no permanece al

margen y, lejos de presentarse como una observadora distanciada, asume un papel activo

frente a ellas. Así, decide intervenir en los procesos naturales, cuyos ciclos observa y

acompaña, y, al mismo tiempo, da curso a una reflexividad respecto de las vivencias que

ella misma experimenta desde su interacción con el entorno.

Esto es lo que se descubre en la descripción que hace del tránsito que va desde la

imagen fragilizada de las ramas de los árboles, expuestas y desnudas bajo el solsticio de

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junio en el hemisferio sur - una imagen que espejea su propia fragilidad en el momento

culminante de su duelo -, a la floración que de pronto estalla en la estación de primavera,

evidenciando un renacimiento que resulta homólogo al que ella está viviendo. Por otra

parte, junto con lo anterior también emerge progresivamente en ella una comprensión sutil

respecto de que ni siquiera en la naturaleza hay procesos automáticos; lo que supone, por lo

tanto, que toda transformación implica poner en marcha acciones más o menos deliberadas.

De esta manera, si bien la primavera hace su trabajo silencioso en la quietud oscura de las

escarchas invernales, la posibilidad de su retorno no es indiferente a la praxis humana; en

especial, la de esa sujeto que, aun cuando ha sido arrasada por efecto del dolor, no

abandona las labores que sabe necesarias, apostando a que el milagro de la vida vuelva a

producirse. Así, dice el poema “Fogatas”:

No la calma, sino el tiempo.

Cae el agua nocturna del alero


y a media mañana
es una lluvia el deshielo
por los costados de la casa.

Todo el día
el solcito de julio
lubricando las ramas
expuesta, peladas.

Trasplantar hortensias
llevar abono a las azaleas;
todo el día la digresión física
que no se detiene en arañazos
ni uñas negras.

Hasta que un sol rojo


entre los bultos
de la tormenta
cae a tierra,
desarma formas

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y el fuego del atardecer
tiñe las aguas.

A cada paso, el presente


su chispa activada.

(Genovese La contingencia 21-22)

Este doble renacimiento, el que se gesta en la naturaleza y el que irá aconteciendo

paralelamente en la propia hablante, es el que la escritura de este libro propicia y

testimonia, evidenciando la prevalencia de un impulso vital que la escritura poética

posibilita y acoge. Por otro lado, es la propia poesía la mediadora en la recomposición de la

armonía que el duelo ha alterado en los dos componentes de este mundo poético: el sí

mismo y el entorno. Aunque, como certeramente afirma la voz lírica, tampoco se trata de

recomponer una armonía meramente retórica, pues el retorno a la vida tras la amenaza de la

destrucción de suyo involucra dimensiones profundas de carácter ontológico, en tanto han

sido afectadas las condiciones reales de existencia.

Esto es lo que revelan las imágenes del poema titulado “Objetivas azaleas”, un texto

de resonancias simbolistas, en el que se da fe del triunfo de la vida ante la muerte y se

reafirma la continuidad de lo vital en la constatación de que, a pesar de lo vivido, “no hubo

/ devastación” (Genovese La contingencia 67), y así la armonía del mundo ha vuelto a

quedar restablecida. Es esta una convicción que la hablante expresa claramente mediante la

exposición de la belleza de unas flores que, venciendo todos los azares de lo adverso, en

una nueva temporada, vuelven a abrir sus capullos para recibir la caricia reconstituyente de

los rayos solares. Dice el poema “Objetivas azaleas”:

Las azaleas se reabren


silenciosas y salvajes.

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La lluvia torrencial
no ha podido convencerlas
de lo adverso y lo definitivo.

Sus campánulas
bajo el sol tibio se despegan,
repatriadas a su forma.

Ya no hay desarmonía,
no hubo
devastación.

(Genovese, La contingencia 67)

3. La poesía y las reglas de este oficio.

Como puede deducirse de lo dicho, la travesía que emprende la voz lírica y su

propia reconfiguración identitaria a lo largo del poemario, no podrían llevarse a cabo sino a

través de la poesía y bajo las reglas que rigen a este oficio. Ello se hace visible en la

confluencia que se produce entre la representación de las vivencias por las que atraviesa la

hablante y el conjunto de reflexiones metapoéticas que ella deja asentadas en el texto. A

este respecto, son varios los poemas que muestran cómo, desde la perspectiva de la

hablante, se origina un proceso creativo cuyas huellas genealógicas remiten a dos linajes

definidos: el paterno y el materno. De esta forma, si por un lado la subjetividad lírica alude

al vuelo poético, que conecta de manera explícita con la primera de estas herencias; por

otro lado, ilumina el trabajo esforzado y la voluntad, que ve estrechamente ligados a la

segunda.

En el poema “Honras”, la hablante recupera la imagen del padre como una figura

que ha validado en ella, tan pronto como en la primera infancia, una identidad que excede

los estereotipos entonces definidos para el género femenino, autorizando una subjetividad

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que persigue la autonomía y el despliegue del deseo. De esta forma, si un primer obsequio

paterno es “un autito rojo” que la niña disfruta “pedaleando la manzana”, mientras desoye

al coro de madres que opina que “no es un regalo para nenas” (Genovese La contingencia

11), el segundo presente que recibe es aún más específico. Es una máquina de escribir que

el padre le regala a sus dieciocho años; un objeto que no solo consigna en ella el paso de la

infancia a la adultez, sino que es el signo que anuncia la inminente adopción de una

identidad literaria.

Ahora bien, junto a estos significativos objetos materiales, el legado paterno se

completa con otro elemento que resulta decisivo y que la hablante nombra como un

saber/poder que, incorporado desde el cuerpo y los afectos, se revelará crucial en el

despliegue de su praxis escritural. Ese saber se expone en el poema mediante la serie de

metáforas encadenadas, las que conectan el trabajo poético con el oficio paterno: el de la

conducción y arreglo de automóviles; praxis de la que cree haber heredado una cierta

habilidad para comprender la mecánica de la construcción poética. Por un lado, ese saber

remite al manejo de los ritmos y sonidos, que hacen posible el fluir del poema mediante

distintos movimientos e intensidades; por otro lado, tiene que ver con el descubrimiento de

texturas sonoras, con las cuales se pueden evocar sensaciones y asociaciones múltiples; y

finalmente, dicho saber también está ligado a la comprensión de la distancia justa que, en

cada poema, debe establecerse entre el sujeto que enuncia en el poema y el objeto con el

que se este relaciona. Así, dice la hablante en el poema “Honras”:

En la autopista
seña de luces
y paso de carril
a otro más lento.
El velocímetro deja

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de crisparse,
prueba una persistencia
que no busca trofeos,
una meta desafectada;
[…]
Los neumáticos
se despegan
y se pegan al asfalto
cruzan la ruta
en un continuo;
calcular distancias,
tantear apenas el freno
sin brusquedad;
[…]
palabras nítidas aún:
oír, saber
por el sonido.
Sobre la Panamericana
un auto impecable,
afinado
como para un concierto
te homenajea;
escucho el motor
desde tu oído
sin cuentavueltas,
el ciclo extenuante
de los metales.
Conducir es un arte.

(Genovese La contingencia 13-14)

Si en el poema “Honras” lo que prima en el legado paterno es la agudeza sensorial y

el juego con la imaginación poética, en el poema “El escritorio, vacío”, en cambio, lo que

se revela es una herencia materna que opera como el complemento necesario del proceso de

creación poética. Esto es, el trabajo arduo y persistente con una lengua que resiste los usos

habituales y con la cual la hablante pugna, insistiendo en una labor sin decaimiento que ella

metaforiza con el imperativo de “volver a agarrar la zapa” (Genovese La contingencia 82).

Una tarea que conlleva el difícil desafío de dejar atrás la transparencia comunicativa de los

lenguajes locuaces y eficientes, para explorar en una lengua opaca que desfamiliariza los

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sentidos y lugares comunes que impiden acercarse “a la compleja singularidad que plantea

la experiencia con lo real”. (Genovese, Leer poesía 15).

Es que, en su intento por nombrar una cierta realidad o hacerla aparecer en el

poema, la poesía procede mediante el desorden de los signos, desde un “hacer desplazado”

y un silencio recuperado como “grado cero de lo dicho” o de la normatitividad lingüística

(Genovese, Leer poesía 15). Lo cual permite instalar un vacío desde el que es posible

explorar en la búsqueda del ritmo y la sintaxis propia, en la puntuación que permite respirar

y también en el tono, al que Genovese define como “esa cámara de resonancia de la

subjetividad” (Genovese, Leer poesía 17). Así, estas son las condiciones que permiten

posicionar un yo, dando cuenta del “arrastre subjetivo del poema” (Genovese, Leer poesía

19), que “es aquello que el lector diferencia y que marca sus preferencias entre uno u otro

texto”, en tanto “es la resonancia que en la lectura, cuando se produce un encuentro o una

empatía, quien lee recibe como deslumbramiento” (Genovese, Leer poesía 20).

Estos son los procedimientos que encontramos expuestos en el poema “El escritorio,

vacío”, partiendo del recorte de una escena y la recolección de aquellos elementos que la

subjetividad lírica recupera del entorno para constituir la base material de la construcción

poética. Son elementos que, sin embargo, no se trasponen directamente a la página pues

están allí en función de una subjetividad que observa, selecciona y elabora, hasta

disponerlos bajo una gramática y ritmo propios, otorgándoles un sentido específico que, al

mismo tiempo, irá orientando las elecciones afectivas del lector (Di Marco). De esta forma,

modelando una lengua que inevitablemente huye de registros seguros y normalizados, la

hablante dará nacimiento a su poema, procurando la captura de lo real y plasmando, desde

una perspectiva inédita, eso que el poema nombra como “la belleza desnuda / no

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acumulable / el rastro vivo” (Genovese La contingencia 84). Dice la hablante en “El

escritorio, vacío”:

Volver a agarar la zapa


era la expresión de mi madre
cuando había que recomenzar
desde la nada.
Brota la frase
En esos momentos de desazón
que te devuelven
al inicio oscuro de los tiempos.
Cargar la zapa al hombro
desde la herencia campesina
y, otra vez, hacer surcos en la tierra
para iniciar el ciclo;
[…]
Volver a agarrar la zapa, repito
como si hablara en lenguas
mientras voy vaciando
de papeles mi escritorio.
Hojas rotas y abolladas
proyectos ya cumplidos
y otros,
que se empequeñecen
al abrirse.
Sobre la planicie
se destaca un frasco
con cenizas volcánicas
del sur, cortezas
de pinos de Florida
y vainas de jacarandá caídas
en la vereda.
Sobre el escritorio
segado de papeles,
estos objetos habladores,
fetiches, se diría
aunque no sean joyas faraónicas,
[…]
volver a la zapa,
salir de nuevo al llano,
a la belleza desnuda,
al rastro vivo.

(Genovese, La contingencia 83-84)

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La suma de procedimientos antes descritos son los que le permiten a la hablante

crear ese “Mundo rematerializado en el poema”, plasmado en el texto homónimo que se

entrega en el final del libro. Este poema, conformado mediante una acumulación extensa de

imágenes visuales, de alta intensidad cromática, condensa en ellas el proceso de

reconfiguración o renacimiento al que hemos asistido. Y, al mismo tiempo, hace emerger

esa belleza y armonía renovadas que se habían anunciado en el poema “Objetivas azaleas”

y que ahora toman forma consistente. De esta manera, entonces, se hace posible el cierre

del poemario, que es también la conclusión (necesariamente provisoria) del duelo que la

hablante ha venido elaborando; una conclusión que a su vez sella, a la manera simbolista, la

concreción de una nueva armonía entre ella y el mundo que ha hecho surgir en el poema:

La ruta abierta
entre los pinos.
Unos pocos granos de arena
y el sol que gira
en la escala de la mano;
los médanos blancos,
el mar por unas horas,
los ojos turquesa,
la caída de la tarde
en el espejo retrovisor.

La naturaleza no es sólo
una armonía retórica.

(Genovese, La contingencia 89)

4. Conclusiones.

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A lo largo de estas páginas hemos propuesto un recorrido por el poemario La

contingencia, de la poeta Alicia Genovese, acompañando el trayecto que realiza la voz

lírica, desde el dolor profundo que le ha generado el duelo por dos figuras amadas, hasta su

propio renacer, como ave fénix, a través de la poesía. Como decíamos más arriba, es este el

proceso que el poemario propicia y testimonia, desplegando al mismo tiempo una aguda

reflexión, tanto sobre la poesía como espacio de configuración de la subjetividad, como

sobre el tipo de lenguaje que es capaz de traducirla.

En tiempos en que la consabida muerte del sujeto, y su correlato, la muerte del autor

(Broda citada por Genovese Leer poesía 20), sumadas a la dominancia de estéticas

objetivistas en la producción poética, han puesto bajo sospecha cualquier manifestación

emocional o subjetiva (Genovese Leer poesía 20), estimamos significativo el gesto que

entrega el poemario de Alicia Genovese al reinstalar a la subjetividad como una figura

central dentro del entramado del poema.

Por un lado, es esta inscripción la que posibilita hacerse cargo, desde la poesía, de

problemáticas que cruzan transversalmente la experiencia humana, como lo son la vivencia

del duelo y los modos en que cada individuo explora en pos de elaborarlo. Pero, por otro

lado, y quizás más importante, lo que el poemario deja en evidencia es que dichas

experiencias son efectivamente configuradas en y por medio del lenguaje, y bajo las reglas

que establecen sus patrones constructivos. Ello explica, asimismo, que las elaboraciones

subjetivas que tienen lugar en el poemario necesariamente se entremezclen con una

discusividad metapoética que, en las distintas secciones de este texto, se interroga respecto

de las condiciones que hacen posible la poesía, incluyendo en esa indagación a la mecánica

del oficio desde el cual se intenta darle forma.

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La subjetividad, como manifestación de un yo inevitablemente complejo, está en la

base misma de la poesía moderna. Pues, más allá de la función expresiva de un individuo

particular, como sugiere Alicia Genovese, la propia definición de la relación sujeto/objeto

en el poema, la delimitación del campo observado o la selección de elementos que

recrearán el mundo en el poema, son acciones que representan indicios y presencias

identificatorias de una subjetividad (Genovese, Leer poesía 20-21). Por eso mismo,

agregamos, dicha dimensión podrá quedar invisibilizada en cierto tipo de poesía, pero

difícilmente podría ser negada, pues cualquier operación que tenga lugar en el poema de

algún modo la intersecta.

Entre otros elementos, es precisamente la visibilidad de esas marcas indiciales, que

logran revelar muy bien la conexión estrecha que necesariamente se establece entre

lenguaje poético y subjetividad, lo que destaca en el poemario que aquí hemos comentado;

y ese es uno de los rasgos que hacen de él, a nuestro juicio, un libro en el que es preciso

detenerse.

NOTAS:

1
En dos artículos anteriores (2014 a y b), he revisado las características generales de la obra de Alicia
Genovese, abordando, en particular, su énfasis metapoético. Por su parte, María Lucía Puppo también ha
hecho iluminadoras aproximaciones a la poesía de la autora argentina en Entre el vértigo y la ruina: poesía
contemporánea y experiencia urbana, libro publicado en 2013.
2
Ruth Amossy y Dominique Maingueneau, en una entrevista a Jose Luis Diaz, autor de L’écrivaine
imaginaire, comentan su concepto de “escenografía autorial”, mediante el cual Díaz explica cómo los autores
suelen definir una “escenografía autorial” que les permite ponerse en representación, adoptando poses o roles
que articulan su presentación literaria. Desde la perspectiva de Díaz, no se trata solo de una cuestión
discursiva o de la mera adopción de un dispositivo de enunciación, genérico o estilístico, sino que implica el
problema de quién se es dentro de la escena literaria y también como individuo, desde lo cual se define una
identidad que es literaria y a la vez personal.
3
El diccionario de la RAE, deriva la palabra “contingencia” del vocablo latino contingentia y le asigna tres
acepciones: por un lado, la posibilidad de que algo suceda o no suceda; por otro, el de una cosa que puede
suceder o no suceder; finalmente, incluye la idea de riesgo. Al respecto, cfr: http://dle.rae.es/?id=AVWiN0d.
Por su parte, Joan Corominas (25) deriva su etimología del antiguo verbo contigere, del latín vulgar,

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recuperado en el siglo XII como acontecer; y luego da cuenta de su derivación, en el siglo XVII, hacia lo que
puede o no suceder.

Bibliografía citada

Amossy, Ruth, y Dominque Maingueneau. “Autour des ‘scénographies auctoriales’:

entretien avec José-Luis Diaz, auteur de L’écrivain imaginaire (2007)”.

Argumentation & Analyse Du Discours 3 (2009). Digital.

URL: https://aad.revues.org/678

Broda, Martine. El amor al nombre. Ensayo sobre el lirismo y la lírica amorosa, Buenos

Aires: Losada, 2006. Impreso.

Corominas, Joan. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Tercera edición

muy revisada y mejorada. Madrid: Gredos, 1987. Impreso.

Di Marco, José. “Acerca de Leer poesía: lo leve, lo grave, lo opaco, de Alicia Genovese”.

La letra inversa. Publicación del Profesorado en Lengua y Literatura. Instituto de

Formación Docente Continua. Villa Mercedes, San Luis, Argentina. Digital.

URL: http://www.letrainversa.com.ar/li/literatura-lecturas-criticas/99-demorarse-en-

los-detalles-construir-conceptos-capturar-las-fugas-del-sentido-teoria-y-practica-de-

la-lectura-poetica.html.

García, Pascual. “Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández. El hortelano de tumbas y de

almas”. Monteagudo 15 (2010): 49-58. Impreso.

Genovese, Alicia. La contingencia. Toluca de Lerdo: Secretaría de Educación del Gobierno

del Estado de México, 2015. Impreso.

_____. Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco. Buenos Aires: FCE, 2011.

17
_____. “Quiero escribir algo que sea lo más llano posible”, entrevista de Silvina Premat en

el diario La Nación, Buenos Aires, 22 de junio de 2015. Digital.

URL: http://www.lanacion.com.ar/1803800-alicia-genovese-quiero-escribir-algo-

que-sea-lo-mas-llano-posible.

Puppo, María Lucía. Entre el vértigo y la ruina: poesía contemporánea y experiencia

urbana. Buenos Aires: Biblos, 2013. Impreso.

Real Academia Española, Diccionario de la lengua española. Digital, consultado el 01-10-

2016. http://dle.rae.es/?id=AVWiN0d.

Salomone, Alicia. (a) “El yo, el mundo y la proximidad de la poesía”, en Alicia Genovese,

El río anterior. Antología personal, Buenos Aires: Ruinas Circulares, 2014, pp. 5-8.

Impreso.

______. (b) “Poesía, subjetividad y memoria en la obra de Alicia Genovese”, Letras Nº 69-

70 (2014): 101-120. Impreso.

18

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