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EXPANSION Y RETOS DE LA HISTORIA SOCIAL

Author(s): Juan Sisinio Pérez Garzón


Source: Historia Social, No. 60 (2008), pp. 201-206
Published by: Fundacion Instituto de Historia Social
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40658006
Accessed: 23-07-2016 18:23 UTC

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EXPANSION Y RETOS DE LA HISTORIA SOCIAL

Juan Sisinio Pérez Garzón

Para situar mejor el estado actual de lo que entendemos por "historia social", conviene
recordar que esta especialidad surgió y se desarrolló con un doble contenido.1 Por un lado,
como proyecto científico se propuso conocer a los auténticos protagonistas de la historia,
al mayor número posible de personas que en sus vidas, expectativas, conflictos y relacio-
nes constituyen el motor de los cambios de cualquier sociedad. Frente a la historia política
clásica, basada en el relato de los avatares de los individuos y de las minorías consideradas
las protagonistas principales de la historia, surgió a lo largo del siglo xx, desde distintos
frentes, la historia social. Cambió al protagonista de la historia, y esto supuso el desarrollo
de una metodología adecuada al mismo, para lo que echó mano de otras disciplinas socia-
les y por eso se imbricó la historia social con la demografía, con la sociología, con la eco-
nomía, con la politologia y también con la antropología.
Por otro lado, este proyecto científico ha cobijado en prácticamente todas sus diversas
manifestaciones un compromiso humanista, el de conocer mejor el funcionamiento de las
sociedades pasadas para poder transformar el presente. En concreto, el objetivo básico de
su preocupación ha consistido en conocer los procesos de cambio social en la historia para
así abordar las cuestiones y caminos que conduzcan hacia una nueva sociedad. No siempre
estaba explícito el propósito, pero en todo proyecto historiográfico late un plan de futuro
gracias a un mejor conocimiento del pasado humano. Este segundo contenido de la historia
social ha sido el más zarandeado por la crisis de los paradigmas sociopolíticos desarrollada
en las dos décadas finales del siglo xx. No es el momento de reiterar lo sabido acerca de
esta crisis y de las cuitas impulsadas por el postmodernismo. Lo cierto es que ha quedado
una constancia, que desde las ciencias sociales (sea la historia, la sociología, la economía o
la misma politologia), no se puede cambiar el mundo, como en algún momento se pudo
pensar y defender. Por eso mismo, los viejos militantes de la historia como compromiso so-
cial en bastantes casos han cambiado de discurso, de referentes y de temas de investigación.

1 Aunque este texto no es un balance historiográfico, hay que citar en justicia un mínimo de obras que, sin
estar todas las aportaciones más importantes, pueden considerarse puntos de partida para las cuestiones que se
abordan; basten, por tanto, las siguientes referencias: Jürgen Kocka, Historia social. Concepto, desarrollo, pro-
blemas, Alfa, Barcelona-Caracas, 1989; Eric Hobsbawm, Sobre la historia, Crítica, Barcelona, 1998; Josep
Fontana, La historia de los hombres, Crítica, Barcelona, 2001; Ranahit Guha, La historia en el término de la
historia universal, Crítica, Barcelona, 2003; E. P. Thompson, Las peculiaridades de lo inglés y otros ensayos,
Fundación Instituto de Historia Social-Centro Tomás y Valiente UNED Alzira- Valencia, Valencia, 2002; Al-
berto Flores Galindo, Los rostros de la plebe, Crítica, Barcelona, 2001; Santos Julia, Historia social/sociología
histórica, Siglo XXI, Madrid, 1989; Julián Casanova, La historia social y los historiadores, Crítica, Barcelona, I
1991; David Cannadine (ed.), ¿Qué es la historia ahora?, Aimed y Universidad de Granada, Granada, 2005; y I
las diversas reflexiones historiográfícas recogidas en el primer número de la nueva revista Alcores, 1 (2006). I

Historia Social, n.° 60, 2008, pp. 201-206. | 201

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No obstante, a pesar de tales crisis, conservamos una herencia bien rotunda, la transforma-
ción de la disciplina histórica en una ciencia social, cuyo objetivo es aprender la compleji-
dad de nuestro devenir y que, para eso, en concreto, hay que centrarse ante todo en el tema
del cambio, sea político, social, cultural o económico. En este sentido, se podría conjeturar
que la historia tradicional decimonónica dio paso a lo largo del siglo xx, a través de sus di-
versas escuelas historiográficas, a la hegemonía de una historia social cuya herencia ha im-
pregnado los estudios de historia política, económica y últimamente cultural.
El resultado, por tanto, puede analizarse desde esta doble cara de la historia social. Si,
por un lado, al introducir un nuevo sujeto historiográfico tiene que ampliar tanto su meto-
dología que se diluye en la multidisciplinariedad, por otro, la crisis de los valores insertos
en su programa de investigación también ha contribuido a diluir sus contornos y objetivos
ante la sociedad. A esto habría que añadir nuevas realidades que igualmente han perturba-
do el encasillamiento académico tradicional que diferenciaba entre historia política, histo-
ria social, historia económica, historia cultural, historia religiosa, etc. Por eso se ha plan-
teado la necesidad de rebasar un concepto de sociedad anclado en la base material y
política que aporta el Estado-nación, con su territorialidad y su normativa jurídica. Y para
superar dicho marco ha surgido la historia transnacional, tan en ciernes todavía y apenas
planteada en nuestro país.
En síntesis, si es cierto que cada desafío de la contemporaneidad, si cada pulsión del
presente ha dejado su huella en la historiografía y ha impulsado el despliegue de una co-
rriente diferenciada, también es cierto que esto ha producido un enriquecimiento muy no-
table de las perspectivas de conocimiento histórico. Aunque la diversidad de paradigmas
haya cuestionado la posibilidad de una historia integral y totalizadora, de ningún modo la
historia ha perdido ni su crédito social ni su constante uso público ni tampoco una perma-
nente inquietud científica.

LOS CAMBIOS EN LA HISTORIOGRAFIA SOCIAL

No es éste el espacio para desglosar los cambios experimentados entre los historiado-
res españoles durante las décadas de los 70 y 80 del siglo xx y la primera década del ac-
tual siglo xxi. Se puede afirmar con bastante seguridad que no sólo han cambiado los te-
mas de investigación sino también los discursos sobre el pasado con los subsiguientes
soportes teóricos y las correspondientes referencias de autoridad. Se trata de un proceso en
el que incide inevitablemente la enorme ampliación de una comunidad historiográfica que
en treinta años ha visto multiplicarse sus centros; de apenas quince facultades de Historia
a principios de los años 70 del siglo xx a las más de sesenta facultades donde actualmente
se imparte la licenciatura de Historia. De una producción editorial muy reducida en núme-
ro y temas a una auténtica eclosión de publicaciones de historia desde múltiples frentes
editoriales. No sólo por la irrupción de la historiografía local y regional, sino también por-
que prácticamente todas las editoriales han desarrollado ampliamente líneas o colecciones
de libros históricos, por más que abunden las quejas sobre sus escasas ventas. A esto se
añade un cambio fundamental en la sociedad española. En apenas tres décadas se ha pasado
no sólo de un sistema político dictatorial a una democracia suficientemente consolidada,
sino que este proceso se ha desarrollado con profundas transformaciones hacia una socie-
de bienestar, plenamente integrada entre los países más ricos del planeta y con una es-
tratificación social que podría catalogarse como postindustrial, en nada parecida a la de
aquella España de 1975, año de la muerte del dictador Franco, cuando investigar historia
social era en sí mismo un acto de militancia social.

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En este sentido habría que enfatizar, sobre todo, este proceso de cambio social acae-
cido en España. Las nuevas realidades de grupos y clases sociales, propias de una estruc-
tura que se cataloga como postindustrial,2 ha afectado, sin duda, al modo en que los histo-
riadores se interrogan desde el presente los procesos sociales del pasado. Esta hipótesis
exigiría desarrollarla en cada una de las áreas de investigación historiográfica, pero lo bien
cierto es que los antagonismos de clase que marcaron las sociedades agrarias e industriales
del pasado no constituyen hoy una preocupación del presente. Si, en consecuencia, sintoni-
zamos dichas transformaciones socioeconómicas con la citada expansión universitaria
ocurrida en España, entonces podremos verificar la lógica modificación de los temas y
problemas de la historia social. Lo que era un modo de analizar el pasado con aspiraciones
de interpretación integral de los procesos sociales y con postulados teóricos procedentes
en gran medida del marxismo, ha experimentado una ampliación muy notable en plantea-
mientos teóricos y en focos de interés. Han desaparecido problemas y temas de investiga-
ción clásicos de la historia social como el movimiento obrero, auténtico eje de la misma
para la época contemporánea, y han surgido nuevos temas como los estudios sobre la ac-
ción colectiva, la protesta, las redes de sociabilidad o los contenidos sociales del concepto

2 Baste citar tres obras al respecto, las clásicas de Daniel Bell, El advenimiento de la sociedad post-indus-
trial, Alianza, Madrid, 1976, y Alain Touraine, La sociedad post-industrial, Ariel, Barcelona, 1973, y, para el
caso español, las investigaciones recogidas en Juan J. González y Miguel Requena (eds.), Tres décadas de cam-
bio social en España, Alianza, Madrid, 2005. I 203

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de ciudadanía o de la representación política, por citar algunos ejemplos. Pero si ha cam-
biado el objeto de estudio en la historia social se debe sobre todo a un cambio en el sujeto
observador. El historiador de este inicio del siglo xxi ha postergado en sus interpretaciones
los conceptos de capitalismo, burguesía, clase obrera, modo de producción o imperialismo
para plantearse como temas preferentes los nacionalismos, las identidades, la violencia po-
lítica, la cultura, las redes sociopolíticas, etc.
A esto se añade la persistente sensación de crisis que arrastra la historia como ciencia
social desde los años ochenta del siglo pasado. Nada nuevo, por otra parte, si recordamos
otras décadas de ese mismo siglo xx. Es cierto que en las sociedades industriales parecía
válida la explicación de la historia social a partir del modelo de "homo economicus". Sin
embargo, los cambios hacia una sociedad postindustrial plantearon no sólo las limitacio-
nes de los paradigmas clásicos (fuese el materialista, el positivista o el individualista), sino
que abrieron los ojos a realidades más complejas condicionadas por un presente en el que
la revolución tecnológica nos cambia también el modo de plantearnos el pasado. Probable-
mente estamos en un momento en el que carecemos de paradigmas nítidos que rivalicen
por ofrecer una explicación rotunda del pasado social.
Las grandes formulaciones sociales surgieron al socaire de la revolución industrial
del siglo xix. Se echaron por la borda los esquemas propios de una sociedad agraria y se
forjaron entonces los conceptos que permitieron precisar y captar las nuevas realidades del
capitalismo. Lógicamente, seguimos endeudados con aquellas teorías, a pesar de los em-
bates posmodernistas, pues ni el liberalismo ha perdido su fuerza social y analítica ni mu-
cho menos el marxismo, sin olvidarnos de algunas mixturas metodológica tan decisivas
como las de Weber en la sociología o las desarrolladas por distintas historiografías a lo lar-
go del siglo xx, como los Annales, por citar la más reconocida. En este sentido es correcto
diagnosticar el desvalimiento de una ciencia que, como la historia, no acaba de precisar los
conceptos ante los retos de una sociedad que en gran medida prefiere usar el pasado como
memoria colectiva antes que como saber para transformar la realidad y, en consecuencia,
abrir un nuevo futuro. Sin embargo, no por eso los profesionales de la historia podemos
abandonar la tarea de reforzar los cimientos que amarren su adecuado desarrollo como
ciencia social. En este sentido no cabe ni hacer tabla rasa de la historia y de la historiogra-
fía del siglo xx ni refugiarse en aquella historia monumental del siglo xix tan sólidamente
criticada tanto por los citados Annales y por el marxismo como por el neopositivismo.

La historia, si se predica científica, debe ser social

En efecto, la historia, si la queremos construir como un saber científico, tiene que te-
ner un contenido sociológico, esto es, debe ser, por principio, historia social. Lo cierto es
que ya, a estas alturas del desarrollo del saber histórico, la dimensión social de todo proce-
so histórico se ha impuesto de modo más o menos explícito y directo. La historia social,
en consecuencia, entendida en sentido amplio, ha impregnado los análisis históricos. Prác-
ticamente en todas las versiones que se ofrecen del pasado no falta la correspondiente con-
textualización social, esto es, las referencias, aunque sean someras, a los condicionantes
sociales de la política o la cultura, de los individuos o las instituciones.
Ahora bien, no basta con esta ampliación difusa de los contenidos y planteamientos
sino que la historia social tiene temas específicos de investigación y, por

una cuestión que caracteriza todas las épocas y, hasta el momento, todas las sociedades.
Ihistoriográficos,
Está en el sustratotanto,deretos
todoqueproceso
no han periclitado.
de cambioElhistórico,
más importante, el análisis
sin duda, de la desigualdad
y afecta social,
a todo el entra-

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mado de relaciones que constituyen cualquier sociedad. Quizás embebidos en un presente
de prosperidad, en el que pareciera que las desigualdades apenas se vislumbran salvo en ca-
sos extremos, los historiadores españoles estamos olvidando esa característica tan crucial de
cualquier proceso histórico sin el que no se entienden ni las relaciones sociales y económi-
cas ni las posiciones políticas y culturales ni tampoco las experiencias individuales. La de-
sigualdad constituye el concepto que la historia social debe rescatar para desentrañar no
sólo los momentos de conflicto más agudos sino también para ahondar en el modo de arti-
culación entre grupos e individuos, en las relaciones entre hombres y mujeres, en el funcio-
namiento de las instituciones y, por supuesto, en el núcleo básico de funcionamiento de
toda economía, basada en la práctica en unas relaciones radicalmente desiguales.
Es cierto que la realidad no existe tanto por sí misma, fuera de los individuos, sino
que éstos la viven desde la percepción que tienen de la misma y ésa es la realidad más de-
cisiva para comprender los comportamientos sociales. Ahora bien, si la realidad es una
"construcción social" y su existencia nos interesa sobre todo a partir de cómo la viven y
experimentan sus protagonistas, por eso mismo la desigualdad reaparece como cuestión
clave para perfilar el proceso de construcción social de esos contenidos culturales que nos
marcan la percepción y las expectativas, los recursos y las posibilidades. Por eso el con-
cepto de desigualdad podría elevarse a categoría normativa para la historia social. Que re-
curramos a la fórmula de catalogarlo todo como post (postmoderno, postmarxista, postin-
dustrial, etc.) o neo (neoconservadurismo, neoliberalismo...) indica que no acabamos de
encontrar los conceptos adecuados para definir el presente. Por eso, mientras las demás
ciencias sociales encuentran el término exacto que teorice el proceso de cambio en el que
estamos inmersos, la historia como ciencia social del pasado puede profundizar en la desi-
gualdad como referencia bien sólida para construir un conocimiento que desbroce en todas
sus dimensiones las formas de desigualdad que han atenazado a los individuos en cada pe-
ríodo histórico.
Es un reto no cumplido historiográficamente y sería una magnífica aportación para
abolir desigualdades con el compromiso de contribuir a la liberación personal y social del
individuo, pues, tal y como analizó Carlos Marx, "el libre desarrollo de cada uno es la
condición para el libre desarrollo de los demás",3 porque "la esencia humana no es algo
abstracto inherente a cada uno de los individuos. Es, en su realidad, el conjunto de las rela-
ciones sociales".4 Conocer cómo éstas se anudaron en cada momento y cómo han logrado
convertirse en norma incuestionable, de tal modo que las desigualdades se hayan pensado
como esencias inmutables de la "condición humana", sería el tema fundamental de la his-
toria social. Por eso, desentrañarlas históricamente en cada momento y en toda sociedad
aportaría, sin duda, el requisito para liberarse de ese prejuicio sobre la desigualdad como
norma y también para abrir el pensamiento a formas de organización social que hagan de
la igualdad el soporte para la libertad individual y colectiva.
Sería el modo de reelaborar un nuevo relato historiográfico del progreso precisamen-
te a partir de cuantas exclusiones y desigualdades han marcado y marcan el devenir de la
sociedad humana. En parte, ya se han producido importantes aportaciones al respecto,
pues en la actual historia social no sólo ocupan ya un lugar privilegiado las desigualdades
provocadas por las relaciones económicas, sino también las derivadas del género para las
mujeres, así como las insertas en las representaciones de la vida social y en el lenguaje,

3 C. Marx y F. Engels, El Manifiesto Comunista. Once tesis sobre Feuerbach. Edición de Anselmo San-
juán, Alambra Longman, Madrid, 1985, p. 84.
4 Ibidem, "VI tesis sobre Feuerbach", p. 108. I 205

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fenómenos fundamentales de la existencia y referentes de una multiplicidad de voces dis-
pares. En este sentido, el campo científico de la historia social, al abrirse a todas las posi-
bilidades de conocimiento que emanan del análisis de las desigualdades, se establece obli-
gatoriamente como una tarea interdisciplinar. Todo esto, sin olvidar el reto simultáneo, y
frecuentemente olvidado, de juntar investigación y divulgación. Es la fórmula imprescin-
dible para que la ciencia histórica participe en el debate sobre el sentido del progreso que
hoy demanda nuestra sociedad global que, de ningún modo, puede quedar circunscrito a
las fronteras de un estado nacional.

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