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Moisés, la soledad y la muerte

Al ir estudiando la literatura antigua y los distintos personajes mitológicos o bíblicos,


descubrimos con interés la forma alegórica en la que los autores han retratado con gran
sabiduría distintas facetas de la personalidad humana, sus rasgos culturales y religiosos, que
sin duda fundamentan las formas de vida de los hombres del pasado y por sorprendente que
sea también nos podemos ver descritos en ellos; en sus pretensiones, sus pasiones, sus
locuras, en sus miedos y angustias, en sus formas de vivir y morir.
Un personaje del todo interesante es Moisés. Es una figura de la que se debate su
existencia, su cronología, la unidad narrativa (algunos autores modernos ven en Moisés una
saga y no un individuo). Desde sus relatos paralelos, más antiguos, como el del nacimiento
del rey Sargón; que guarda una estructura idéntica a la del nacimiento de Moisés y más o
menos el cómo es que terminó en el palacio real.
En el personaje de Moisés encontramos a un hombre de dos pueblos, el suyo, hebreo, como
origen y el egipcio como una identidad adoptiva. Podríamos verlo como un migrante, como
una persona de las periferias, como un sobreviviente. Con una identidad desconocida pero
latente, estará siempre en búsqueda de sí mismo y también tratando de comprender el
misterio de un Dios que lo lleva al límite de su existencia, abriendo en diferentes momentos
encrucijadas en las que apostará por adentrarse en el peligro de no comprender, lo que esa
voz le ha pedido, desde una zarza en llamas que no se consume.
Ha nacido ya con el peligro de la muerte, la orden del faraón es la de matar a todos los
recién nacidos, arrojarlos al rio. Él también es puesto en ese rio que debería haberlo llevado
a su muerte, sin embargo, lo condujo al palacio, delante de la hija del faraón, que no tenía
hijos y esta, le adopta como su propio hijo. El condenado vive en la casa de quien había
ordenado su muerte. Su vida es llevada adelante, sin que sea consciente de ello, como parte
de un proyecto más grande, que le supera en realidad. En su vida adulta descubre que no
tiene otra opción más que la de confiar en ese misterio, que también se muestra peligroso
para los que no hacen su voluntad.
Por otro lado, se enfrenta a un pueblo que ha asumido su esclavitud como una condición
existencial. La idea de salir hacia lo desconocido les espanta, aunque sufren la esclavitud
deberán decidir ser libres; esta decisión no es fácil sobre todo cuando la libertad implica
riesgos desconocidos, este pueblo y el mismo Moisés se enfrentaran ante cada dificultad
con la tentación de regresar a lo ya conocido; en la condición esclava siempre hay alguien
que decide sobre el esclavo, sobre el sentido de su vida y muerte. El camino de la libertad
implica decidir por sí mismo, decidir atravesar un mar o enfrentarse a un ejército; implica
caminar por un desierto; implica la exigencia de la fidelidad a un proyecto desconocido,
que se va descubriendo en cada paso y que en ocasiones solo muestra oscuridad y soledad.
Es un camino determinado por los elementos de la naturaleza que le recuerdan a este
pueblo en marcha, que la muerte también guía sus pasos, que cualquiera puede morir y que
de todas formas la historia iniciada en Egipto no detendrá su devenir…
En diferentes sucesos Moisés y el pueblo se cuestionan… si el mal que sufren es solo
consecuencia de su mal actuar y de su infidelidad o de una libertad que no se ha entendido.
Descubrimos entonces que la propia libertad, también se vive con el riesgo de equivocar su
sentido y que, en ese camino, no se perdonaran las consecuencias. En la esclavitud, sin
embargo, tampoco se evaden las consecuencias, aunque en esa condición la voluntad de
actuar no es la del esclavo, pero las consecuencias se pagan de igual forma. ¿Será mejor
asumir el propio costo o solo dejarse llevar por otros a un destino que implica la renuncia a
construir el propio proyecto?
Un aspecto crítico y real, es el que la mentalidad de esclavo no desaparece y es sutil, todo el
que actúa esperando una recompensa, desde la idea de la retribución es de alguna forma un
esclavo. Si hay que esperar algo, que sea el fruto de la justicia, pero no el de la retribución.
En el relato del Éxodo, el camino de Moisés se debate entre dos realidades, por un lado,
esta su condición humana y su deseo de vivir su vida y por otro lado frente al Dios que se le
ha revelado y le envía como su mediador para sacar a su pueblo a la libertad. Moisés ya
había tomado partido por los esclavos, cuando al ver como un capataz azotaba a uno, este
intervino provocando la muerte del capataz. Esta es una solución parcial, no tiene nada que
ver, con lo absoluto del actuar de él mismo cuando es alguien enviado por Dios. Como el
mediador actúa con poder, pero no con un poder indiscriminado, como lo es propio del
actuar carente de lo humano. Actúa siguiendo un objetivo que es el de liberar a un pueblo,
que si bien aspira a la libertad no sabe cómo ser libre, nunca entendieron la libertad dada
por Dios, a lo largo del tiempo interpretaron su liberación desde el aspecto legal y ritual,
haciéndose esclavos de su interpretación de Dios.
Después de un largo tiempo de camino por el desierto, estando ya ante la tierra prometida,
Moisés asume que él no puede pasar, quedará en la espera eterna por la posesión de la
tierra. Su trabajo había terminado. Este relato se puede interpretar
Debía comprender que su vida no agota la historia, más bien su propia vida es la que se
agota en la historia. La historia del mundo, la historia de su pueblo y la del hombre seguirán
adelante mientras su vida personal, se ve concluida, viendo de lejos como ese pueblo que
ha liberado sigue adelante con el proyecto de consolidarse como una nación. Moisés
desaparece en el misterio al punto que dé él no se conoce ni la tumba.
Nos parece algo injusto constatar que después de todo su trabajo, no ha pasado a culminar
la obra, incluso podemos pensar en que injustamente ha sido excluido de la tierra
prometida; sin embargo, somos conscientes de los dilemas y frustraciones a los que nos
enfrentamos a diario, algunas veces provenientes de hechos cotidianos que nos infringen
una forma de sufrimiento pasajero y momentáneo; a veces nos enfrentamos a situaciones
más severas que nos infringen daños o experiencias de sufrimiento de un calado mayor, es
en esas experiencias donde descubrimos la vida como un don, como algo que se puede
vivir, pero no poseer, la vida no es algo de lo que podamos apropiarnos. El mediador no se
ha podido apropiar de la historia del pueblo, el mismo, ahora es parte de esa historia, como
lo somos cada uno de nosotros. Vivimos en el tiempo y nuca nos podemos apropiar de la
vida, llegado el momento, cuando nuestro tiempo en el mundo se haya colmado deberemos
dejar el mundo, deberemos dejar esta forma de vida, veremos quizás el fluir de la historia,
sin poder ser más

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