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Un anfibio típico tiene una etapa larval que se gesta sin excepción en un medio
acuático y durante la cual respira a través de branquias, recibiendo el nombre
de ajolotes, posteriormente pasan a otra etapa metamórfica, recibiendo el
nombre de renacuajos, siguen respirando por branquias. En su etapa adulta,
aunque no dejan de depender del agua, suelen estar menos atada a esta, de
modo que muchas especies suelen desarrollar pulmones cuya función se ve
reforzada por la respiración a través de la piel que muchos de estos animales
son capaces de realizar. No obstante existen también algunas especies que
conservan sus branquias a lo largo de toda su vida. Otras también son son
capaces de segregar sustancias tóxicas que usan para defenderse de los
posibles depredadores.
Los ojos son grandes y saltones, permitiendo al anfibio cazar con facilidad sus
presas, algunos ejemplares poseen una pupila vertical, que posibilita la visión
nocturna, aunque existen también ejemplares con pupila horizontal e incluso
redonda, en aquellos anfibios con costumbres diurnas. Los dedos de sus pies
se adaptan a los hábitos del anfibio, pueden ser palmeados, para capacitar un
mejor movimiento en el medio acuático, o con almohadillas, las cuales facilitan
al anfibio adherirse y trepar entre la vegetación, tanto las manos como los pies
son generalmente pentadáctilos, a excepción de las cecilias o ápodos que
carecen de extremidades. Su reproducción es sexual.
En lo referido al sistema digestivo es otra característica de los anfibios que no
debe pasar desapercibida, los dientes son escasos y son de gran ayuda para
sujetar a las presas, la lengua está especializada para la captura de alimentos;
el estómago tiene forma tubular, presentan intestino grueso corto, dos riñones y
vejiga urinaria.
EJEMPLO:
Sapo común.
Sapo gigante.
Rana venenosa.
Rana de Nueva Zelanda.
Rana de Seychelles.
Rana arborícola.
Sapo toro