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CAPÍTULO TERCERO

El objeto de estudio y el tratamiento de las fuentes

3.1.- La actitud ante el conocimiento histórico

La creación del conocimiento histórico no es obra de la casualidad, mucho menos

de la suerte. Es el resultado de un proceso intencionado que sigue un camino con rumbo

cierto, es decir, un método. No es la supercarretera para autos deportivos y alocados

conductores. Es un sendero humilde que se sigue con paciencia y nos regala diversas

posibilidades para recorrerlo. Los historiadores somos simples arrieros que buscamos

llegar a un lugar previsto, si bien desconocido. La sorpresa es parte del recorrido y quien

no esté dispuesto a la aventura, mejor que se busque otra actividad. Nuestro oficio es

propio de contemplativos que, por serlo, están dispuestos a la acción.

Para no extraviarnos en el camino requerimos definir bien un objeto de estudio,

tratar de modo adecuado nuestras fuentes y, muy importante, alimentar una imaginación

creativa bien sustentada en estos dos elementos. De ello depende el adecuado proceso

de creación del conocimiento. No todo se vale, ni cualquier interpretación es posible. No

somos poetas ni novelistas. Mucho menos esteticistas del pretérito. No obstante, la

habilidad narrativa sí es importante porque en su virtud plasmamos lo más significativo

de nuestra interpretación.

Historiar es reconstruir críticamente el pasado, en donde el elemento crítico nada

tiene que ver con posiciones ideológicas ni posturas “políticamente correctas” o

contestatarias. Somos críticos, no criticones. No estamos para hacer berrinches, sino

para comprender el pasado. Cuando hablamos de crítica, decimos método.


2

El método de la historia es hermenéutico por necesidad. Trabajamos

principalmente con textos, cuya condición podemos extender a cualquier testimonio del

pasado, ya se trate de vestigios arqueológicos, obras de arte, la modificación del medio

ambiente por la acción humana, etc. Los textos nos pueden decir algo sólo y únicamente

cuando los tratamos por lo que realmente son y dentro del contexto que les da vida. Este

es el paso obligado en nuestro camino para comprender el sentido de las acciones de

los hombres y mujeres del pasado, lo que constituye la máxima aspiración del historiador

sin duda alguna. El resultado es la reconstrucción crítica del pasado, lo que nos abre un

espacio fascinante e inacabable de diálogo con la humanidad a través del tiempo 1.

La relación con las fuentes es el asunto más delicado de nuestro oficio. Debemos

tratarlas en verdad con elegancia y cortesía. Me gusta representarla como quien desea

establecer grata amistad con alguna persona. No es a gritos y sombrerazos como se

ganará su confianza. No es forzando las cosas pues a la fuerza ni los calcetines entran,

dice el dicho. Cuando somos gentiles y escuchamos con empatía empezamos a

comprender sus razones, entendemos quién es dentro de sus propias circunstancias.

Cuando esto sucede el diálogo fluye, superamos prejuicios y empezamos realmente a

conocerla. Si somos pacientes, la relación de amistad puede llevarnos a comprender sus

más preciados secretos y, lo más importante, a tratarlos con respeto. Por el contrario, si

1
La literatura es vasta en este particular. Sin embargo, por afinidad con el enfoque específico
que mantenemos en la presente obra, debo referir a: Luis González y González, El oficio de
historiar, México, Clío, El Colegio Nacional, 1998. Marc Bloch, Introducción a la historia, México,
Fondo de Cultura Económica, 1984. Y, de manera muy especial Mauricio Beuchot, por razones
que explicaremos más adelante.
3
le imponemos nuestra visión del mundo, si la intimidamos con nuestras exigencias,

cuando le urgimos a hablar, nos dirá solamente aquello que queremos escuchar.

Podremos quedar satisfechos por habernos visto en el espejo y poco más; pero no

habremos realmente conocido a la persona. Siempre es bueno recordar que el diálogo

prospera cuando somos capaces de establecer vínculos de amistad, nutridos del respeto

y la consideración hacia la otra persona. Así con las fuentes.

He podido observar, por mi experiencia docente, director de tesis y dictaminador

en diversos medios, que la mayor parte de los problemas de nuestro oficio derivan de la

falta de definición de un objeto de estudio y del mal manejo de las fuentes, de manera

muy especial cuando se abordan problemas asociados a los tribunales de justicia. Por lo

mismo, resulta importante que nos ocupemos de ambos asuntos.

3.2.- La definición del objeto de estudio

Definir un objeto de estudio no consiste solamente en saber qué “cosa” voy a

investigar. Implica también comprender la naturaleza misma de la “cosa”, su racionalidad

y el punto de vista desde el cual pretendo construir el conocimiento. En nuestro caso

estudiamos la acción social, vista desde la perspectiva judicial, dentro de una

racionalidad claramente religiosa. Veamos qué significa todo esto.

Contra lo que pudiera pensarse el objeto de estudio de la historia judicial

eclesiástica no es el expediente, aunque sea uno de los instrumentos de trabajo más

importantes con que contamos, ni son los tribunales genéricamente llamados foros de

justicia, aunque constituyan el escenario donde se desarrollan nuestras historias.


4
Tampoco debe confundirse con el tema a investigar como podría ser el recurso de fuerza,

el matrimonio, la idolatría, la propiedad. Nada de esto. El objeto de estudio es la acción

social judicialmente orientada dentro un contexto explícitamente religioso.

Entendemos por acción social, siguiendo a Max Weber, actos humanos referidos

a otro, cualquier otro humano, cargados de sentido explícito o implícito, en donde el

sentido orienta el desarrollo de la acción2. La acción social sólo puede ser comprendida

a partir de su orientación principal y dentro del contexto específico en el cual se

desarrolla. Puesto que son actos cargados de significado conllevan ciertas formas de

racionalidad que el investigador debe considerar para lograr una comprensión adecuada

del objeto de estudio. Así, nosotros investigamos acciones sociales judicialmente

orientadas, en las cuales el elemento religioso dota de significado y orienta a la acción.

Para lograr una comprensión adecuada de nuestro objeto de estudio es necesario

dar cuenta de tres elementos: primero, lo que implica un enfoque historiográfico de

carácter institucional en el ámbito judicial; segundo, el tipo de racionalidad que orienta

estas acciones y; tercero, revisar el problema de la dominación y su legitimidad, puesto

que estamos ante foros de justicia que ejercen autoridad y aplican sanciones vinculantes

que afectan no sólo a los involucrados en el conflicto específico que se resuelve, sino al

conjunto de la sociedad.

2
Weber, Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, México, Fondo de Cultura
Económica, 1964, p. 5-20.
5
Del enfoque judicial

Las acciones sociales judicialmente orientadas sólo pueden desarrollarse en

ámbitos institucionales, es decir, en algún foro de justicia cualquiera que sea su forma.

No debemos confundir las acciones de justicia que no necesariamente requieren un tipo

específico de ambiente, con las acciones judiciales que de suyo conllevan un modo

premeditado, estructurado y funcional de proceder. Por ejemplo, ayudar a una anciana a

cruzar la calle es una acción justa que no requiere de ningún orden institucional, pero

meter a la cárcel al desalmado que de todos modos la atropelló sin duda lo requiere.

Las acciones sociales judicialmente orientadas que estudiamos se comprenden

mejor de cara a cuatro elementos básicos. Primero, que una institución es un conjunto

de relaciones humanas estructuradas y funcionales, racionalmente organizadas y con

amplitud de duración en el tiempo. Segundo, que estas relaciones necesitan cuerpos

normativos que al mismo tiempo sean rígidos y flexibles para darles forma, capacidad de

permanencia, cambio y adaptación, a los cuales podemos llamar sin equívocos Derecho.

Tercero, que el Derecho se produce por cuatro vías como son la costumbre; las

disposiciones de los obispos, sínodos y concilios sancionadas de alguna manera por el

Rey y/o el Papa; las reflexiones de los juristas en ocasiones relacionados estrechamente

con los tribunales y; las decisiones de los jueces. Cuarto, que en un orden jurídico plural

como el novohispano el juez debe hacer justicia definiendo el derecho que le

corresponda a cada persona sujeto a los principios de la “aequitas” y la “interpretatio”3.

3
Estas figuras jurídicas, tan importantes para comprender nuestra documentación, las explica
con gran claridad Paolo Grossi, El orden jurídico medieval, Cap. VI, p. 166-197. Más adelante
volveremos sobre estos asuntos.
6

En suma, las acciones sociales judicialmente orientadas sólo pueden tomar

cuerpo en los diversos foros de justicia, por lo que éstos resultan definitivos en la

conformación de las relaciones sociales de quienes ahí son convocados, al crear las

condiciones necesarias para tratar intereses en conflicto que buscan soluciones

consideradas justas.

De la acción y su racionalidad

En los tribunales eclesiásticos el factor religioso es decisivo, pues dota de sentido

a sus acciones y se pone por encima de las formas que sin duda comparten con otros

foros de justicia. Esta afirmación parece una obviedad. No obstante, suele pasar

desapercibida a quienes se aproximan al estudio de los foros de justicia eclesiástica.

Debemos tener presente que, la racionalidad de las acciones dentro de un foro

de justicia eclesiástica están éticamente orientadas dentro de un contexto explícita e

intencionadamente religioso. No están alineadas a la eficacia en la consecución de

determinados fines. Es decir, obedecen a una racionalidad sustantiva, material, antes

que a una de carácter formal. Quien olvide esta sencilla afirmación corre el riesgo de

extraviarse en el bosque, entretenido con los árboles.

Max Weber consideraba que las acciones humanas están racionalmente

orientadas. No es que siempre sean razonables, sino que la razón tiene que ver con

ellas. Para explicar esta particularidad elaboró una tipología en la cual diferenció cuatro

formas de racionalidad: práctica, teórica, sustantiva y formal. La primera es común a los


7
seres humanos y busca la solución de los pequeños retos cotidianos. La segunda se

pregunta por el orden de las cosas y es compartida por el sacerdote, el científico y el

chamán. Por lo que respecta a las dos últimas, si bien están presentes en cualquier

cultura, se han desarrollado de manera especial en la occidental. Mientras que la formal

ordena los medios y los fines por la simple eficacia, como en las grandes burocracias, la

industria capitalista y los Estados sustentados en el monopolio de la fuerza y del

Derecho; la racionalidad sustantiva (también llamada material) orienta los medios y los

fines a valores éticos, por lo que ha de encontrarse de manera especial en las religiones,

de entre las cuales Weber destaca el calvinismo y el catolicismo romano4. No olvidar que

estamos ante una tipología y que ésta siempre funciona como un instrumento de trabajo

por analogía y no como definiciones categóricas.

Entonces, al estudiar la acción social judicialmente orientada dentro de los foros

de justicia eclesiástica, debemos tomar siempre en cuenta que se encuentran ordenadas

principalmente por una racionalidad sustantiva, es decir, alineadas a fines éticos. Así,

nadie debe llamarse a sorpresa al constatar que los foros estén orientados al cuidado de

la fe y la reforma de las costumbres, en pos de la salvación eterna.

En esta lógica, bajo esta racionalidad sustantiva, el foro de justicia eclesiástica

resulta ser un medio, un simple instrumento de innegable importancia, orientado a los

mismos fines que la acción pastoral de la Iglesia ya se trate de la catequesis, la

educación institucional o informal, las visitas episcopales, el culto divino, la

4
Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Idea presente también en, “Sociología
de la religión”, Economía y Sociedad, p. 328-493, y, en la misma obra, “Sociología del Derecho”,
p. 498-648. Para una idea integral y expedita sobre la centralidad del concepto de racionalidad
en Weber tenemos el excelente ensayo de George Ritzer, “Max Weber”, Teoría Sociológica
Clásica, México, p. 263-317.
8
administración de los sacramentos, las prácticas devocionales o la dimensión estética.

No está por demás recordar que estamos ante foros de justicia ordenados por el

Derecho canónico, en donde los cánones operan como marcos normativos dentro de los

cuales se desarrolla la acción religiosa de la clerecía y la feligresía y que también está

subordinado a fines trascendentes. Un canon es acabado ejemplo de una racionalidad

sustantiva, como lo son los foros de justicia eclesiástica5.

De la dominación y la legitimidad

Una decisión judicial vincula de manera directa a aquel sobre quien recae la

acción, tanto como al conjunto de la sociedad que le hace valer por sus acciones o por

sus omisiones. Por ejemplo, una sentencia de destierro, muy socorridas en aquel

entonces, afecta al desterrado y también obliga a la ciudad que se hacía responsable del

cumplimiento de la sentencia. Es decir, en toda acción judicial se encuentra un elemento

de dominación. Quien manda está investido de autoridad suficiente para resolver y su

decisión vincula a la sociedad en su conjunto.

Entendamos con Weber que la dominación es la expectativa de obediencia a un

mandato6. En nuestro caso sería el juez que opera dentro del orden judicial eclesiástico.

Esto es que, un mandamiento legítimo se supone que será obedecido por el conjunto de

la sociedad, incluso contra la opinión u oposición de algunos de sus miembros. La

5
Alvaro D´Ors, Alvaro. “Derecho y Ley en la experiencia europea desde una perspectiva
romana”, en Philosophiejuridique européenne: les institutions, Roma, Ed. J.M. Trigeaud, 1988, p.
33 y ss. La elasticidad del derecho canónico es explicada por Grossi, El orden jurídico medieval,
en su capítulo séptimo.
6
Max Weber, Economía y sociedad, p. 43-46.
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autoridad legítima es justificada por un conjunto de acciones de quienes reciben el

mandato ordenadas a la colaboración, sin importar mucho si ésta es consciente o

inconsciente, solidaria o mecánica, aceptada por solícita condescendencia o simple

costumbre. En cualquier hipótesis, la dominación implica algún grado de consentimiento

en el promedio de los actos de la colectividad.

Siguiendo a Emilio Durkheim podemos afirmar que esas acciones legítimas de la

autoridad y justificadas por la sociedad configuran corrientes de pensamiento y

representaciones colectivas, en este caso de tipo judicial religioso, que se imponen de tal

forma a los individuos que la simple voluntad de alguno de ellos no les puede modificar.

Entonces, la legitimidad también puede ser entendida como un hecho social, muy en

especial en materia judicial7. Esto quiere decir que estamos ante un fenómeno de

colaboración social de carácter orgánico, el cual se mostrará más efectivo en la medida

en que los mandatos de los jueces (autos se llaman) sean obedecidos porque están

referidos a los valores, ideas y creencias que dan sentido así a la vida de los individuos,

como al orden social en su conjunto. En otras palabras, existe una relación directamente

proporcional entre la dominación de quien está investido de autoridad y el consenso de

la sociedad que justifica con su obediencia el mandato. A esto podemos llamar

legitimidad sin la cual el orden judicial simplemente no podría existir.

7
Los conceptos “acción social” -que nosotros aplicamos a la acción judicial- y “dominación”, tan
propios de la sociología de Weber resultan complementarios, para el caso que aquí estudiamos,
con el concepto de “hecho social” de Emilio Durkheim. Una acción judicial ordenada a la
dominación sólo puede ser tal en la medida en que esa dominación se transforme en un hecho
social. Weber desarrolla los conceptos de “acción social” y “dominación” en Economía y
Sociedad. Por su parte Emilio Durkeheim desarrolla el concepto de hecho social en, Las reglas
de método sociológico, Buenos Aires, La Pléyade, 1974, Capítulo primer. Reflexiones sobre el
proceso por el cual los hechos sociales dan pie y se transforman en formas de dominación al
grado de adquirir formas normativas de carácter jurídico lo desarrolla Durkheim en, La división
del trabajo social, Madrid, Akal Editor, 1982, sobre en su libro primero que, en más de un sentido
puede considerarse un tratado de sociología del Derecho.
10

Debemos considerar el fenómeno de la legitimidad de la dominación como un

hecho social que hunde profundas raíces en las corrientes sociales y de representación

simbólica, así como entender que los foros de justicia en su íntima vinculación con la

sociedad inciden en la conformación de las relaciones sociales y, por ende, en la cultura

que les da sentido.

Nuestras reflexiones sobre el objeto de estudio y su adecuada comprensión tienen

serias implicaciones para el trabajo del historiador. No importa si al estudiar el pasado

nos encontremos con uno o varios asuntos chocantes para nuestras personales ideas y

creencias pues, cualquiera que éstas sean, vivimos en pleno siglo XXI. Nuestra

obligación es abrir puertas de comunicación con nuestros antepasados y para eso sirve

el método como ya hemos indicado. Estamos para comprender a los hombres y mujeres

del pasado, antes que para juzgarlos por no ser como nosotros. Siempre será

conveniente tomar en cuenta que no tenemos la obligación de creer en lo que ellos

creían; pero sin duda la tenemos el deber de comprender que ellos sí lo creían. Lo mejor

es relajarse y disfrutar la conversación. Reflexionemos ahora sobre el tratamiento de las

fuentes.

3.3.- Del tratamiento de las fuentes

Si bien las fuentes para investigar la historia que nos interesa son múltiples, como

ya hemos tenido oportunidad de observar, la materia prima es el expediente judicial

porque en éste queda constancia de lo sucedido en los tribunales. Seamos claros. Las

diversas fuentes orientadas a la comprensión de la acción social judicialmente orientada


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cobran sentido solamente por lo que sucede en el foro de justicia, por la sencilla razón

de que un derecho es tal sólo en la medida en que resulte judiciable. Por ejemplo, es

importante consultar un manual para párrocos y una teología moral, con el fin de

entender la dimensión del matrimonio y sus problemas; pero sólo de cara al expediente

esas orientaciones y consejos cobran sentido propiamente jurídico8.

El expediente es un instrumento de naturaleza jurídica en el cual quedó plasmada

la vida de los foros de justicia, su quehacer cotidiano, el encuentro y confrontación de

diversos actores sociales con los profesionales del Derecho –jueces, fiscales,

procuradores, abogados, notarios, juristas, etc.-, así como los procesos a través de los

cuales estos especialistas pretendieron hacer justicia, es decir, determinar y otorgar los

derechos que a cada quien correspondieran, imponiendo correlativas obligaciones. En

estos expedientes quedaron escritas las formas en que se regularon y tomaron cauce

relaciones sociales de índole diversa, con distinto grado de conflictividad y con intención

de justicia. El expediente nos abre la puerta a la vida de los tribunales, vale decir, de los

hombres y mujeres que en ellos trabajaron y de cuantos a ellos acudieron en busca de

resolver sus problemas bajo criterios que consideraban justos.

La documentación contenida en los archivos de los diversos tribunales

eclesiásticos da cuenta de tres realidades básicas, a las cuales revierten los distintos

asuntos que ahí se presentaban: la jurisdicción eclesiástica, los conflictos de naturaleza

8
Ana de Zaballa y Pilar Latasa están explorando en esta dirección. Zaballa, “Promesas y
engaños: el matrimonio entre indios en la Nueva España, siglos XVII y XVIII”. Latasa, “Si sólo se
quedasen en palabras: Trento, matrimonio y libertad en el virreinato del Perú, siglos XVI - XVIII”.
Promanuscritos.
12
criminal y los problemas de tipo civil. Casi cualquier problema a tratar en los foros estará

enmarcado en alguno de estos tres elementos.

En la afirmación de la jurisdicción eclesiástica podremos observar, al mismo

tiempo, las relaciones de los tribunales eclesiásticos con la potestad temporal y las

distintas corporaciones, que son más de colaboración que de conflicto, así como la

construcción y afirmación de la propia jurisdicción. En los asuntos criminales, con lo

espectacular que puedan resultar, veremos conductas que no era tan comunes en la

convivencia humana, así como los mecanismos altamente especializados para

solucionar estos conflictos, en ocasiones, extremos. En la materia civil, con ser más

vasta y menos rimbombante que la criminal, apreciaremos con más claridad la vida

cotidiana de cualquier parroquiano de antaño. Es en la conflictividad civil donde hace

falta investigar más.

De las cinco áreas en que tradicionalmente se ha divido el Derecho civil -

personas, familia, propiedad, obligaciones y sucesiones-, en los tribunales eclesiásticos

ordinarios se llevan la plana, con mucho, los familiares centrados en la institución

matrimonial por ser su materia casi exclusiva9, en menor medida las sucesiones

(testamentos) pues se interviene sólo cuando la voluntad del testador no se hubiese

cumplido en perjuicio de su alma, algunos problemas de propiedad, más las obligaciones

que incluyen los muy diversos tipos de contratos. En estos asuntos observamos la

permanente negociación, los modos en que se resolvían los mundanos problemas y la

9
El “casi” se debe a que la materia matrimonial es considerada de “fuero mixto”, es decir, que
podía conocerse por igual ante los tribunales de la jurisdicción ordinaria del rey, los municipales y
los eclesiásticos. No obstante, los eclesiásticos fueron, por su propia materia, los más
importantes. Hacen falta estudios comparativos al respecto.
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forma en que los foros de justicia eclesiástica actuaban, con frecuencia, de mediadores,

siempre y cuando una persona eclesiástica estuviere involucrada o alguien de condición

miserable, como un indio, o en situación de vulnerabilidad cual sería el caso de un

esclavo en litigio por su libertad, requiriera apoyo. Por lo demás, es de hacer notar cómo

la definición jurídica de las personas encontraron en el Santo Oficio de la Inquisición el

último criterio, lo que es observable en la averiguación de limpieza de sangre o en

asuntos de indios y extranjeros, entre otros, como veremos más adelante.

Ahora bien, es muy importante darnos cuenta que, del estudio de estos

expedientes no es posible deducir un estado generalizado de problemas, pues cada uno

habla de situaciones de conflicto muy concretas y particulares. Menos todavía cuando

consideramos problemas penales pues, en la medida que han escalado la pronunciada

pendiente de la justicia hasta quedar en manos de los jueces, ciertamente resultan poco

comunes.

El asunto se nos presenta como un interesante dilema. Por un lado, hacer

generalizaciones sería caer en la falacia de sacar conclusiones universales de premisas

particulares, incluso si en determinado momento existiese mayor incidencia de algún

delito o mayor preocupación de la autoridad sobre un problema específico. Por otro lado,

tampoco podemos renunciar a la comprensión del fenómeno judicial como un todo

coherente. No podemos quedarnos en la simple casuística divertidos en el detalle, como

tampoco pretender equívocas generalizaciones. Estamos, pues, ante el reto de encontrar

algunos elementos comunes y constantes a la diversidad de situaciones, con el fin de

alcanzar cierto grado de generalidad, sin por ello renunciar a la particularidad de cada

problema. Sólo atendiendo ambos elementos podremos realmente comprender la


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riqueza de las acciones sociales judicialmente orientadas y acceder a una interpretación

adecuada del fenómeno estudiado. Este acertijo encuentra solución en la naturaleza de

la fuente. Veamos.

Lo primero es darnos cuenta de la necesidad de tratar a los expedientes judiciales

por lo que son: el desarrollo ordenado de un litigio, de un pleito, de un conflicto entre

partes, en el cual se confrontan distintas versiones sobre ciertos hechos, derivadas de

las declaraciones de los querellantes y los testigos, en donde cada una de ellas tiene la

pretensión de ser verdadera. Este conjunto de versiones se presentan ante una persona

investida de autoridad legítimamente constituida con poder de dominación, cuya tarea es

emitir un juicio, es decir, establecer una verdad jurídica acorde a valores de época

incardinados en principios doctrinales, en leyes, en cánones, en usos y costumbres de

tipo religioso y jurídico.

Esta forma tan previsible de hacer las cosas es lo que llamamos proceso judicial,

el cual da coherencia a la administración de justicia y es la hoja de ruta del investigador.

Los historiadores tenemos, por lo mismo, la obligación de poner mucha atención en el

mismo. Como veremos en próximos capítulos, el proceso guarda secretos siempre

interesantes de averiguar.

El proceso imprime personalidad a un ordenamiento judicial, en cuya virtud el

acusado tiene la oportunidad de defensa, el agraviado de encontrar justicia y el juez de

establecer la verdad jurídica sobre la base de pruebas documentales y testimoniales. En

otras palabras, está racionalmente organizado con la firme intención de encontrar la

verdad de los hechos de cara a criterios jurídicos, es decir, de hacer coincidir la verdad
15
factual con la jurídica. Es el corazón de la justicia foral y sin éste nada puede lograrse.

Nunca será exagerado afirmar que la justicia está en el proceso.

El material con el cual trabajamos en el foro de justica son las versiones

interesadas de los distintos actores que se involucran en el proceso, o que son

involucrados incluso contra su voluntad, con el propósito de obtener algún tipo de

beneficio, ya se trate de vengarse contra el criminal –con intención justa o vil-, limpiar la

conciencia, la restitución de algún bien, la obtención de la libertad, o simplemente salir

del paso lo antes posible. Las declaraciones siempre son sobre hechos muy concretos y

rara vez son espontáneas, ni son producto de entrevistas abiertas o cuestionarios de

investigación en los cuales el entrevistado argumenta con alto grado de libertad. Nada de

eso. Forman parte de un proceso racionalmente orientado en el cual su estricto

seguimiento ya forma parte de la administración de justicia. Los querellantes y los

testigos declaran según procedimientos preestablecidos, sus deposiciones son

interesadas o están inducidas y no hay mucho espacio para la libre disertación. Es

necesario tener muy claro que no se trata de un defecto sino de su característica, que los

querellantes y sus testigos dicen lo que el procurador (defensor) o el fiscal (acusador)

consideran que es conveniente que digan. Si tales dichos pueden hacer coincidir la

verdad factual con la jurídica, tanto mejor. Por lo mismo, no podemos cometer la

ingenuidad de creer que esas palabras son materialmente verdad, como tampoco caer

en la “astucia” de pretender que tan sólo son mentiras. Un expediente judicial se

construye a partir de un litigio cargado de pasión, frustración, inteligencia, razones,

falacias, afirmaciones y negociaciones a través de las cuales el juez va estableciendo

una verdad jurídica.


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Cuando consideramos estos expedientes en lo individual, cada uno se nos

muestra como una historia particular a su vez formada por pequeños pedacitos de

historias que ganan coherencia gracias al proceso. Cuando, por otro lado, tomamos los

expedientes en su conjunto nos revelan múltiples historias sin relación factual entre ellas.

Cada caso es, literalmente, todo un caso en sí mismo. Sin embargo, al revisar series

documentales que abarcan periodos de mediana duración, también encontramos ciertas

constantes que podemos identificar como patrones de conducta. Esta es una razón muy

poderosa por la cual no es posible construir una historia propiamente judicial a partir de

un solo expediente; como tampoco lo sería si nos dedicáramos solamente al conjunto de

los documentos. Para lograrlo necesitamos tanto los estudios de caso sin los cuales no

podríamos arrojar luz sobre problemas específicos, como el análisis de series

documentales a lo largo de muchos años.

Para encontrar una interpretación posible y razonable al fenómeno que

estudiamos, debemos adecuarnos a la naturaleza de nuestras fuentes de información.

Es necesario que atendamos a lo común y a lo diferente para afirmar nuestra

comprensión en ambos elementos, lo que sólo es posible si aplicamos una lógica

analógica, es decir, la comprensión de las cosas por aproximación y comparación. Lo

mejor del caso es que ésta es precisamente la que usaban los jueces eclesiásticos

quienes, literalmente, construían sus decisiones a lo largo del proceso aplicando la

analogía. Buscaban lo que una conducta tenía de común con otras, al mismo tiempo de

ubicar las particularidades que le hacían diferente. Debían tomar en cuenta lo que hoy

llamamos pluralismo jurídico para determinar el derecho de cada persona y hacerlo de

cara a los criterios comunes a todas las formas jurídicas (legal, consuetudinaria, doctrinal,

jurisprudencial), es decir, al Derecho común. Sólo de esta manera podían los jueces
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determinar, por ejemplo, la criminalidad de una acción, con sus atenuantes o agravantes,

a fin de dar a cada quien lo que por derecho le correspondía que tal era, como bien

sabemos, la definición de justicia. En términos ideales o tipológicos podemos decir que,

gracias a la racionalidad del proceso un juez podía ordenar y orientar sus acciones

atendiendo a lo común y a lo diverso hasta dictar sentencia, si es que ésta llegaba a

necesitarse. En las actuaciones mismas de los juzgadores encontramos ya la clave para

comprender la diversidad dentro de la unidad.

Cada expediente es un universo en sí mismo el cual, en la multiplicidad de

versiones encontradas y parciales, en virtud del proceso, forma un todo más o menos

coherente. De igual manera, el conjunto de expedientes particulares nos muestran la

existencia del orden judicial. Los patrones de comportamiento presentes en acciones

judiciales distintas nos permiten alcanzar cierta inteligibilidad dentro la multiplicidad. El

análisis de los expedientes nos permite, por su propia lógica, construir tipologías y éstas

nos posibilitan adentrarnos en cada uno de estos instrumentos con el fin de entenderlos

en su especificidad, como en lo que tienen de común con los demás. Es así como

podremos lograr cierto grado de generalidad en nuestra interpretación de suerte que nos

permita comprender adecuadamente las acciones sociales judicialmente orientadas sin

caer en falacias.

Cuando hacemos historia usando expedientes judiciales construimos

conocimiento, de manera natural, por el camino que nos marca la hermenéutica


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analógica tal y como la ha propuesto Mauricio Beuchot10. Por el tipo de documentación

con la que trabajamos estamos ciertos que es el modo de proceder que más nos

conviene.

Por cierto, cuando se usan los expedientes para fines distintos a la historia judicial

como, por ejemplo, estudiar la cultura de los indios o la condición de la mujer en la

Nueva España, no por ello dejan de ser lo que son: expedientes judiciales. Nada excusa

la crítica de las fuentes por lo que son y dentro de sus propios contextos, si queremos

comprender el sentido de las acciones del los hombres y mujeres que nos precedieron

en la historia. Texto, contexto y sentido. Tres palabras necesarias en el oficio de historiar.

10
Mauricio Beuchot, Tratado de hermenéutica analógica. Hacia un nuevo modelo de
interpretación, México, Itaca, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de
México, 2000.

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