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UN MILAGRO Y UN DESAFÍO (Primera Parte)

Juan 9: 1- 41

Jesús y un ciego de nacimiento


Juan 9: 1-5
Este es el único de los milagros que se nos narran en los evangelios en el que se dice que se trataba de una
dolencia de nacimiento.
Cuando le vieron, aprovecharon la oportunidad para presentarle a Jesús un problema que los judíos llevaban
mucho tiempo discutiendo, y que sigue siendo enigmático. Los judíos consideraban que el sufrimiento seguía al
pecado como el efecto a la causa hasta tal punto que suponían que tenía que haber habido algún pecado donde
había sufrimiento. Así es que Le dirigieron a Jesús la pregunta que consideraban clave: “Este hombre -Le
dijeron- está ciego ¿Es su ceguera debida a su propio pecado, o al de sus padres?”
¿Cómo podría ser debida a su propio pecado, si era ciego de nacimiento? Los teólogos judíos proponían una de
dos posibles respuestas a esa pregunta.
En tiempos de Jesús, los judíos creían en la preexistencia del alma. Realmente, esta idea la había tomado de los
griegos; entre otros, de Platón. Creían que todas las almas existían antes de la creación de la raza humana en el
huerto del Edén, o que estaban en el séptimo cielo o en una cierta cámara, esperando la oportunidad para entrar
en un cuerpo. Los griegos habían creído que esas almas eran buenas, y que era la entrada en el cuerpo lo que las
contaminaba; pero había algunos judíos que creían que las almas eran ya buenas o malas antes del nacimiento.
Por eso algunos judíos creían que la aflicción de una persona, aunque fuera de nacimiento, podía venirle de un
pecado que hubiera cometido antes de nacer.
La alternativa era que los males que se padecían desde el nacimiento los causaba el pecado de los padres. La
idea de que los niños heredan las consecuencias del pecado de sus padres está entretejida en todo el Antiguo
Testamento (Éxodo 20:5; 34:7; Números 14:18; Salmo 109:14; Isaías 65:6-7). Una de las ideas características
del Antiguo Testamento es que Dios siempre castiga los pecados de los padres en los hijos. Cuando pecamos,
ponemos en movimiento una cadena de consecuencias sin fin.
En este pasaje encontramos dos grandes principios eternos.
a) Jesús no contesta directamente a la pregunta, ni trata de desarrollar o explicar la relación que existe entre el
pecado y el sufrimiento. Dice que la aflicción de aquel hombre le vino para que hubiera una oportunidad de
demostrar lo que Dios puede hacer. Para Juan, los milagros son siempre una señal de la gloria y el poder de
Dios. Los autores de los otros evangelios parece que tenían otro punto de vista, y los veían como una
demostración de la misericordia de Jesús; pero no tenemos por qué verlo como una contradicción. En el fondo
está la suprema verdad de que la gloria de Dios se muestra en su compasión, y que Él no revela nunca su gloria
más plenamente que cuando revela su piedad.
Cualquier clase de sufrimiento es una oportunidad para que se muestre la gloria de Dios en nuestras vidas. Jesús
pasa a decir que Él y sus seguidores deben hacer la obra de Dios mientras haya tiempo para hacerla. Dios ha
dado a la humanidad el día para trabajar y la noche para descansar; cuando se acaba el día, también se acaba el
tiempo de trabajar. Para Jesús era verdad que tenía que darse prisa con el trabajo que Dios le había confiado
porque faltaba poco para la noche de la Cruz.
Jesús dijo: “Mientras esté en el mundo, Yo soy la luz del mundo”.
Cuando Jesús dijo eso no quería decir que el tiempo de su vida y obra eran limitados, sino que nuestra
oportunidad de recibirle sí es limitada. Se refiere a aprovechar por sus contemporáneos su presencia entre
ellos…
A toda persona le llega la oportunidad de aceptar a Cristo como su Salvador, su Maestro y su Señor; y, si no se
aprovecha, puede que no vuelva a presentarse.

El método para un Milagro


Juan 9: 6-12
Este es uno de los dos milagros en los que se nos dice que Jesús usó su saliva para efectuar una cura. El otro es
el del sordo y tartamudo (Marcos 7: 33). Esto nos parece extraño, desagradable y antihigiénico; pero en el
mundo antiguo era muy corriente.
La saliva, especialmente la de alguna persona distinguida, se creía que tenía propiedades curativas. El uso de la
saliva era muy corriente en el mundo antiguo. Hasta ahora, cuando nos quemamos un dedo, nos lo chupamos
instintivamente…
El hecho es que Jesús usó los métodos y las costumbres de su tiempo. Era un médico inteligente que tenía que
ganarse la confianza de sus pacientes. No es que Él creyera esas cosas, sino que despertaba la expectación
haciendo lo que el paciente esperaría que hiciera un médico.
Después de untar los ojos del ciego con su saliva, Jesús le mandó a lavarse al estanque de Siloé. Era éste uno de
los lugares más conocidos de Jerusalén, que data de cuando Ezequías se dio cuenta de que Senaquerib estaba a
punto de invadir Palestina y decidió abrir un túnel o conducto en la roca sólida desde una fuente de agua en las
afueras hasta la ciudad (2 Crónicas 32:2-8, 30; Isaías 22:9-11; 2 Reyes 20:20).
El estanque o piscina de Siloé era el lugar de la ciudad al que confluía el túnel que traía el agua desde esa
fuente… Era un depósito de siete por diez metros. Así fue como obtuvo su nombre: lo llamaron Siloé (que,
como se ha dicho, quería decir enviado) porque el agua se enviaba por aquel conducto a la ciudad. Jesús envió al
hombre a lavarse en el estanque; y éste se lavó y recibió la vista.
Después de curarse tuvo algunas dificultades para convencer a la gente de la realidad de su curación; pero
mantuvo con toda firmeza su testimonio de que Jesús había sido el que había realizado el milagro.
Jesús sigue haciendo cosas que les parecen a los incrédulos demasiado maravillosas para ser verdad.

Los prejuicios y la valentía del sanado


Juan 9: 13-16
Aquí surge el inevitable problema. Era un sábado el día en que Jesús hizo el barro y curó al ciego. No cabía
duda de que Jesús había quebrantado la ley del sábado que los escribas tenían tan sistematizada, y de tres
maneras diferentes.
Al hacer el barro había sido culpable de trabajar en sábado, porque la cosa más sencilla constituía un trabajo ese
día… Uno no podía cortarse las uñas, ni el pelo de la cabeza o de la barba. Estaba claro que a los ojos de una ley
así, hacer barro era quebrantar el sábado.
También estaba prohibido curar en sábado. Se podía prestar atención médica solamente si la vida estaba en
peligro; pero, aun entonces, tenía que limitarse a mantener vivo al paciente o evitar que se empeorara, sin hacer
nada para mejorarle.
Y estaba establecido específicamente: “En cuanto a la saliva de la mañana, no se permite ni ponerla en los
párpados”…
Los fariseos eran el ejemplo típico de esas personas que, en cualquier generación, condenan a todos los que
tienen una idea de la religión distinta de la suya. Pensaban que la suya era la única manera de servir a Dios. Pero
había algunos entre ellos que pensaban de otro modo, y declaraban que nadie que hiciera las cosas que hacía
Jesús podía ser un pecador.
Entonces llevaron al que había estado ciego toda la vida, y le interrogaron. Cuando le preguntaron qué opinión
tenía de Jesús, contestó sin la menor vacilación: para él, Jesús era un profeta. En el Antiguo Testamento, a un
profeta se le sometía a prueba exigiéndole que realizara algún milagro.
Entre otras cosas, este hombre era un valiente. Sabía muy bien lo que los fariseos pensaban de Jesús. Sabía muy
bien que, si se ponía de su parte, le excomulgarían. Pero dio su testimonio y adoptó su postura.

El desafío a los fariseos


Juan 9: 17-34
Con diestras y reveladoras pinceladas, Juan da vida ante nosotros a los distintos personajes.
a) Está el ciego mismo. Empezó molestándose por la insistencia de los fariseos y les dijo: “Yo sólo sé que ahora
veo”… Es el sencillo hecho de la experiencia cristiana que muchos creyentes puede que no sepan expresar en
lenguaje teológico correcto lo que creen de Jesús, pero pueden testificar de lo que Jesús ha hecho por sus almas.
b) Están los padres del ciego. Está claro que no querían colaborar, pero era porque tenían miedo. Las
autoridades de la sinagoga disponían de un arma terrible, que era la excomunión, por la que se excluía de la
sociedad del pueblo de Dios a una persona (Esdras 10:8).
Había dos clases de excomunión. Una era la proscripción, que suponía la expulsión de la sinagoga de por vida.
Otra sentencia de excomunión era la que podía durar un mes u otro período establecido. Lo terrible de tal
situación era que se apartaba a la persona, no sólo de la sinagoga, sino hasta de Dios. Por eso los padres de este
hombre respondieron que su hijo ya era suficientemente mayor para dar testimonio ante la ley y cuenta de sí
mismo.
c) Están los fariseos. En un principio no se habían creído que el hombre había estado ciego… De ahí pasaron a
intimidar al hombre: “¡Da gloria a Dios! -le dijeron-. ¡Sabemos que ese Hombre es un pecador!
” ¡Da gloria a Dios!” era la frase que se usaba en los interrogatorios con el sentido de: “¡Di la verdad, en la
presencia y en el nombre de Dios!”.
Se pusieron furiosos porque no podían oponer nada al razonamiento del hombre, que estaba de acuerdo con la
Escritura: “Jesús ha hecho una obra maravillosa; esto demuestra que Dios le oye…” El hecho de que Dios no
oye la oración de una mala persona es una de las ideas fundamentales del Antiguo Testamento (Job 27:9; Salmo
66:18; Isaías 1:15). Por el contrario, creían que Dios oye siempre la oración de los que son buenos (Salmo
34:15; Proverbios 15:29). El que había estado ciego hizo un razonamiento que los fariseos no podían
contradecir.
Ante aquellas razones, primero, le lanzaron toda clase de improperios; luego pasaron a insultarle, acusándole de
haber nacido en pecado, lo que equivalía a acusarle de pecado prenatal. Y en tercer lugar, recurrieron a las
amenazas. le dieron orden de que se marchara de su presencia; es decir que, como no le podían rebatir, le
echaron.

Jesús se revela y condena a los fariseos


Juan 9: 35-41
Esta sección empieza con dos grandes verdades espirituales: Jesús buscó al hombre. Como dijo Crisóstomo:
“Los judíos le echaron del templo; pero, el Señor del Templo, le encontró”. Jesús es siempre leal con el que le es
leal; y Jesús mismo le reveló a este hombre su verdadera identidad como Mesías. La lealtad nos conduce a la
revelación; es a la persona que le es leal a la que Jesús se revela más plenamente.
Juan termina con dos de sus pensamientos característicos.
a) Jesús vino a este mundo para juicio. Siempre que una persona se encuentra cara a cara con Jesús, obtiene un
veredicto sobre sí misma. Si no ve en Jesús nada que desear, nada que admirar, nada que amar, entonces se ha
condenado a sí misma. Si ve en Jesús a Alguien admirable, Alguien a Quien responder, Alguien a Quien aspirar,
entonces está en el camino hacia Dios.
La persona que es consciente de su propia ceguera, que anhela ver mejor y conocer mejor, es la que puede
recibir la vista y penetrar en mayores profundidades de la verdad. El que piensa que ya lo sabe todo, que no se
da cuenta de que no puede ver, es el que es ciego de verdad, sin esperanza y sin posibilidad de ayuda. Sólo el
que se da cuenta de su propia ceguera puede aprender a ver. Sólo el que se da cuenta de su propio pecado puede
recibir el perdón.
b) Cuanto más conocimiento tenga una persona, más digna de condenación es cuando ve la bondad y no la
reconoce. Si los fariseos se hubieran criado en la ignorancia, no se los habría podido condenar. Su condenación
fue la consecuencia del hecho de que sabían tanto y presumían de ver tan bien, y sin embargo dejaron de
reconocer al Hijo de Dios cuando vino a este mundo. La ley de que la responsabilidad es la otra cara del
privilegio está escrita en la vida.

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