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MARTHA ALICIA NEGRETE JIMÉNEZ Derecho del Mar

Maestría en Derecho del Marítimo y


Conclusión de sesión 3
Derecho Portuario

El concepto de mar territorial tiene su origen en la necesidad de equidad entre los Estados respecto de cierta
faja de agua que debía quedar bajo la soberanía exclusiva del Estado ribereño, por considerarse una extensión
del territorio nacional; es oportuno mencionar a Andrés Bello, quien reconocía que si bien el mar era
considerado res communis usus, admitía que por cuestiones de seguridad un Estado podía controlar una
porción de mar adyacente a sus costas, no arriesgando así la libre navegación ni el comercio1;
transformándose la discusión en torno a la anchura y naturaleza jurídica en la temática central durante el
siglo XX; y no fue sino hasta la Tercera Conferencia sobre el Derecho del Mar, que logró resolverse y fijarse
su anchura en 12 millas marinas medidas desde la línea base y que se encuentran sometidas a la soberanía
del Estado Ribereño; siendo esta una soberanía total con una salvedad denominada “derecho de paso
inocente”2.

Considero que la naturaleza jurídica del concepto del Mar Territorial es un híbrido, en razón de que se
encuentra determinada por el Derecho de soberanía (desde el punto de vista del Derecho Internacional) como
una porción de tierra cubierta de agua o sumergida, sujeta al imperio del Estado; y por el Derecho de
Propiedad, en la que el Estado detenta el dominio; o al menos la redacción del artículo 27 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos así lo hace notar; encontrándose el derecho de propiedad
estrechamente vinculado con el concepto de Patrimonio del Estado, entendiendo a este “como el conjunto
de bienes inmuebles, muebles, tangibles e intangibles, derechos e ingresos, tanto del dominio público como
privado, que pertenecen en plena propiedad a la nación para satisfacer sus necesidades colectivas, los cuales
están regulados, administrados y controlados por los poderes del mismo Estado, bajo un régimen de derecho
público y privado”3; teniendo entonces que la Ley General de Bienes Nacionales dispone que serán bienes
nacionales los señalados en dicho precepto constitucional.

Si bien resulta pertinente considerar el contexto político económico que prevalecía en México cuando se
promulgó el artículo 27 y sus subsecuentes modificaciones, es por demás notorio que desde su origen se
hizo énfasis en únicamente en la “tierra”, su reparto, la expropiación (eclesiástica)4; para la Constitución de
1917 se dio importancia a la propiedad originaria de la Nación; la expropiación por causa de utilidad pública;
para 1934 -1937, se crean Instituciones gubernamentales en materia agraria, la propiedad de las tierras
indígenas; y no es sino hasta 1945-1960 que se instrumenta una política hídrica, señalando el pleno control de
la Nación sobre las aguas para diversos usos públicos; y el dominio sobre los recursos naturales de la
plataforma continental. 5 De tal manera que el concepto de soberanía habrá de permear a los recursos
naturales inherentes a las aguas nacionales.

El Derecho Internacional Público dota de soberanía a los Estados, sin embargo, corresponde a estos garantizar
el debido control del acceso a su mar territorial, la aplicación de la legislación penal y civil; la debida regulación
de sus aguas y el control de los recursos naturales, encaminado este último al óptimo desarrollo sostenible.

1
CEREZO DE DIEGO. (s. f.). Andrés Bello y el Derecho del Mar. En América Latina y el Derecho del Mar.
2
Arroyo, I. (2017). Compendio de Derecho Marítimo (1.a ed.). Tecnos.
3
Sánchez Gómez. (1988). Segundo Curso de Derecho Administrativo (2ª. Ed.). Porrúa
4
Constitución Política de 1857
5
Ponce de León Armenta. (s. f.). La Evolución histórica del Artículo 27 Constitucional; sus Reformas.
La actual realidad del Estado Mexicano es que sus mecanismos de control de estos cuatro rubros resultan
deficientes, carece de la normatividad, instituciones, capital humano, etc., para garantizar la total Soberanía y
su ejercicio por sus propios medios. Y no solo México, la mayor parte de los Estados Ribereños
latinoamericanos deben comprender que ya no es suficiente legislar sobre la explotación nacionalista de sus
recursos naturales o pugnar por la soberanía de un mar territorial; cierto es que es un derecho, pero también
una obligación de proteger.

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