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El principio…
Desde que era una niña me gustaba jugar a las muñecas, las arreglaba, les ponía vestidos y
flores en el pelo, les daba de comer. Junto a una amiga del barrio donde me crié,
inventábamos juegos donde hacíamos comida y postres que después repartíamos entre
nosotras. Corría, saltaba, me divertía… y también me gustaba jugar a ser maestra, enseñar a
otros a leer y a escribir. Soñaba con una clase entera que me pusiera atención solo a mí, un
salón donde yo fuera la reina.
Siempre me destaqué por tener un carácter fuerte e independiente. Las tías que me cuidaban
cuentan que a veces me regañaban por estar viendo televisión:
–¡Dalia ¿qué estas viendo?– Y si no les gustaba lo que estaba viendo, me regañaban –¡Dalia
dejá de ver eso!–
A ellas les hacía gracia esa respuesta en una niña tan pequeña y hasta la fecha es una
anécdota que se cuenta en mi casa.
La relación con él era esporádica y de algún modo me acostumbré a verlo como un padre
que no siempre estaba presente. En algún momento fue a un acto de la escuela en el que yo
salía, pero creo que fue la única vez… me gustaba salir en la mayoría de actos de la
escuela: me pedían para damita, para Caperucita Roja, para una obra de teatro, ¡para India
Bonita!
Cuando salí de India Bonita, en medio de todo el ajetreo, nos llegó el día y el vestido no
estaba terminado… había que pegarle unas flores y estaba sobre el tiempo, entonces con
tape se pegaron las flores alrededor del vestido, ¡por suerte no se me cayeron!… ¡fue
divertido!
Además de eso, tenía a mi mamá que me diseñaba y arreglaba los trajes, porque además de
maestra le gustaba enormemente costurar.
Puedo decirles que con mi mamá no hacía muchas cosas juntas, pero entre las que me
acuerdo es que cuando ella costuraba, yo le ayudaba a doblar las telas y levantarle el ruedo
a algunas prendas. Me cuenta que cuando estaba pequeña, ella costuraba y yo gateaba y en
el camino me comía las hilachas que quedaban por allí, al fin se dio cuenta del asunto
cuando me enfermé del estómago y tuvo que llevarme donde el doctor…
Desde entonces yo estaba pendiente de cómo cortaba la tela, de estarle preguntando, ese era
el momento que más teníamos contacto cuando me interesaba por estar en la costura. Me
gustaba, pasaba doblándole las telas, viendo, me encantaba ver como llegaban las clientas a
medirse, a tallarse, ver los vestidos que hacía.
Después de un tiempo, talvez cuando yo tenía cinco o seis años, mi mamá conoció a un
señor y se casó con él, así que me llevó a vivir con ella a otra ciudad, fuera de Tegucigalpa.
Me acuerdo muy bien de eso, porque fui la madrinita de la boda y estaba muy emocionada
por llevar mi maxi, que es así como decimos acá a los vestidos largos, y zapatos nuevos.
Esa temporada la recuerdo, porque en medio del alboroto, yo era feliz, de algún modo sabía
que nos esperaba a mi madre y a mí, una nueva vida…
Cuando eso pasó, mi papá me iba a traer constantemente, a tal punto que el primer grado lo
hice como en tres escuelas. Primero estaba con mi papá en Tegucigalpa, después él me
llevaba a otra ciudad y luego mi mamá iba a recogerme y a veces me llevaban otra vez para
la capital. Creo que él me usaba para presionarla, me robaba, me ocultaba, me retenía, para
hacerla sufrir. Era como una forma de control sobre ella.
El nombre de mi padre es David Romero Ellner. Desde muy pequeña identifiqué a mi padre
como persona poderosa. Poderosa por su influencia y por su violencia. Poderosa por su
arma de fuego. Poderosa por sus amistades y porque sabía dominarnos. Su poder de
dominación me hizo tener con él una relación de miedo. Siempre me produjo miedo.
Si tuviera que definir cómo era en esa época diría que era una niña inquieta, curiosa,
rebelde. Pero era una rebeldía de independencia y no de groserías, ni nada de eso, sólo que
me gustaba hacer las cosas a mi modo, sin que nadie se metiera conmigo. En medio de todo
esto, las peleas en casa de mi padre eran constantes, los gritos e insultos eran el modo de
relacionarse en la familia. En esos momentos extrañaba la casa de mi mamá, donde todo era
diferente, por eso cuando no soportaba más regresaba donde ella, ahí estudié parte de la
primaria y el colegio.
Cuando llegó la adolescencia, mi carácter empezó a cambiar, siempre estaba enojada, todo
era incomodidad, bastaba que me dijeran algo para que yo respondiera lo contrario, y no sé
si fue por el ciclo del cambio o porque esa fue la época donde empecé a tener conciencia de
los abusos de mi padre.
Desde pequeña él siempre me hacía cariños de una forma extraña, me tocaba las piernas y
los pezones… la vulva de una manera que yo sentía que no era correcto, ni normal… no
quiero que esto se malentienda: no es que cuestionara que me hiciera cariños, sino que la
forma en que lo hacía, implicaba otra cosa, no me gustaba ¿por qué siempre me tenía que
acariciar precisamente ahí?¿por qué lo seguía haciendo aún cuando le decía que no me
gustaba?
Entre las cosas que puedo contar de ese tiempo, es que cuando me iba a dejar al colegio, o a
alguna otra parte, me tocaba los pezones o la vulva y me decía ¿cómo amaneció mi cosita
hoy? Yo me enojaba y le decía que no lo hiciera más, entonces él riendo me contestaba ¿y
por qué te enojás? ¿no es mía esa cosita pues?… Ahora creo que fue el miedo lo que me
hizo callar, nunca pensé que él iba a ir más allá de eso, después de todo, era mi padre ¿no?
Nunca le dije esto a nadie. Ni siquiera a mi madre. Jamás lo comenté. Y ahora creo que
pensaba que era porque nadie me iba a creer…
La primera vez que quise romper el silencio fue a los diecisiete años. Le dije a mi padre que
lo denunciaría, él se enojó mucho conmigo y me corrió de la casa. En ese entonces no tuve
el valor de hacer la denuncia.
Muchas veces quise hablar, pero tenía miedo a que no me creyeran, porque el hombre de la
palabra y de las decisiones era él. Y era él el hombre que me maltrataba. Me ofendía, me
maltrataba físicamente, me pegaba con frecuencia en la cara. Yo sentí sus golpes con los
puños cerrados de sus manos.
Nunca entendí por qué me manoseaba. Nunca lo deseé. Pero lo soportaba por miedo, por
sometimiento. Hasta que se hizo insostenible. Cuando me violó se me vino la vida entera
encima. Y decidí salir a la calle. Con temor, pero salí, porque me sentía acechada,
perseguida, me sentía mal. Pero lo hice.
Los hechos
La palabra violación es una palabra terrible. Cuando la vemos en los periódicos, en algún
libro o programa de televisión, no imaginamos que nos pueda ocurrir a nosotras, y mucho
menos que ese abuso puede venir de alguien que conocemos… o queremos.
Puedo recordar el día exacto en que todo sucedió: me veo sentada en el sofá de mi casa,
oyendo la lluvia caer, mientras yo siento estar en otro lado, fuera de este mundo. ¿Qué
haría? ¿Abrir despacio la puerta, saltar los muros y correr desesperadamente? ¿Llorar y
desgarrarme, gritar? ¿Agarrar la pistola que mi padre acomodaba en su mesa de noche antes
de acostarse y, pegarme un tiro? No hice nada de eso. La verdad es que me quedé inmóvil,
sin saber adonde ir, ni que hacer, en estado de shock, mientras un sudor frío corría por mi
columna vertebral hacia mis piernas y me sujetaba hacia la tierra inmovilizándome.
¿Qué hacer?…
Desde donde estaba lo oía a él roncar, profundamente dormido. ¿Cómo era posible que
después de lo que había hecho, sólo se diera la vuelta y durmiera plácidamente? ¿Es que no
tenía remordimientos de conciencia? ¿Por qué eso pasaba precisamente ahora? ¿Por qué
ahora?
Ese día las cosas habían transcurrido normalmente. Al salir del trabajo tenía una cita con mi
papá porque era su cumpleaños. En ese momento él se estaba separando de su esposa y
estaba saliendo con otra chica como de mi edad, así que nos juntamos todos, amigos,
conocidos y fuimos a la fiesta de celebración. Cuando todo terminó, me fui con mi padre a
dormir en su casa, donde nos habíamos quedado otras veces. Ya en la casa nos sentamos a
platicar: hablamos de su familia, de las cosas que estaban pasando, de mi trabajo, en fin,
cosas de la vida cotidiana.
Serían como las dos o las tres de la madrugada, cuando él se fue a acostar y me dio las
buenas noches. Yo me quedé un rato más en el sillón escuchando música y sobre el
volumen de la música lo oí roncar desde su cuarto, lo que indicaba que ya estaba dormido.
Esperé en el sillón media hora más y luego me fui a dormir. Recuerdo que estaba
quedándome dormida, en ese sopor que anuncia la entrada al sueño profundo, cuando sentí
que empezaban a quitarme la ropa. Todavía no sabía si era un sueño, porque estaba entre
dormida-despierta y no supe qué hacer. En ese momento solo atiné a quedarme quieta…
esperando que no pasara nada peor… pero pasó. Mientras, las manos que me desnudaban
avanzaron hasta quitarme la ropa interior… toda la ropa.
Sólo quería escapar, pensar que era otra persona la que estaba en mi lugar, verlo todo desde
afuera. Ahora sé que no creía que realmente eso estaba pasando… no a mí.
Cuando todo terminó, mi padre se volteó hacia un lado y siguió durmiendo… no hubo
palabras, ni excusas… solo sucedió, como si hubiera salido de la nada. Como pude me
incorporé y recogí mi ropa tirada en el suelo. Me la puse lentamente, sin hacer ruido,
pensando en lo que había pasado… le vi la cara mientras me dirigía al baño a lavarme la
cara y no lo podía creer. Me encaminé a la sala y una vez allí, empecé a llorar, lenta,
silenciosamente, como si las lágrimas pudieran borrar lo ocurrido, como si pudieran darme
esperanzas. No quería que él me oyera llorar, no quería despertarlo porque no sabía como
reaccionaría yo o como lo haría él… las palabras sobraban y sólo eran un bulto sin forma
en mi cabeza.
Cuando él regresó del baño, me movió suavemente, diciéndome: –Hija ¡levántese! Nos
vamos para Siguatepeque– Pero yo no contesté. Estaba muda por la sorpresa. Él aparentaba
una calma que yo estaba muy lejos de sentir. Parecía que en su mundo todo seguía igual.
Como pude le dije que no iba a ir, que no me sentía bien. Entonces él sugirió irme a dejar a
la casa de la amiga donde yo estaba viviendo. Yo asentí diciendo que estaba bien.
Antes de llegar a la casa pasamos por un gimnasio, donde él tenía que dejar algunas cosas y
en cuanto se bajó del carro y me dio la espalda comencé a llorar, a llorar a gritos, golpeando
las paredes del carro y gritando, simplemente gritando… No supe cuanto tiempo
transcurrió, pero cuando regresó ya me había secado las lágrimas de la cara y aparentaba
estar tranquila. Él debe de haber notado algo, porque se acercó y me tomó una mano
mientras me decía: –No se preocupe hija, todo va a estar bien–.
Decir que estaba asombrada por los contrastes o que me sentía desorientada es poco. En mi
interior reinaban la confusión y el caos.
Llegamos a la casa de mi amiga y nos despedimos. Yo, por mi parte lo observaba. Observé
cuando arrancó el carro y lo escuché alejarse.
Me asomé al muro de la casa para ver si no había dado la vuelta, si no se había olvidado de
algo y así pasaron los minutos… Al comprobar que no regresaba, me sentí aliviada y
entonces me dejé caer como si todo lo ocurrido en la madrugada de ese día hubiera
esperado para manifestarse en esas últimas horas: el dolor, la angustia y la desesperación se
apoderaron de mi cuerpo y de mi mente. Empecé a gritar y a llorar, descompensada, presa
del pánico, como si un río se hubiera abierto desde adentro de mi cuerpo y amenazara con
desbordarse hacia fuera. Mi amiga me ayudó a calmarme y de alguna manera me alcanzó
un teléfono.
Me encontré pensando a quien podría llamar y contarle… y la primera imagen que apareció
fue la de mi madre, pero ¿Me creería? ¿Pensaría que estaba mintiendo o exagerando las
cosas? ¿Pensaría que era un capricho mío? Y en ese momento tomé una de las decisiones
más importantes de mi vida: la llamé y le conté lo que había pasado. Entre lágrimas, le
expliqué como había ocurrido la violación, lo que yo había hecho y en medio de todo, una
súplica: ¡Mamá, por favor créeme! ¡Por favor! ¡No es invento mío, tenés que creerme!
El teléfono me trajo la respuesta que estaba esperando: “Te creo Dalia, no me digás nada
más, yo te creo”. No puedo explicar el alivio que eso me causó, mi madre me apoyaba y me
creía… me preguntó si estaba dispuesta a denunciarlo y le dije que sí.
Lo que siguió ahora lo veo como si hubiera pasado en una película, ella llamó a unas
primas para que me acompañaran a Medicina Forense a presentar la denuncia. No me bañé,
ni me cambié, me fui tal y como estaba, quería que me creyeran… Al poco rato llegaron las
primas que me acompañaron al edificio de Medicina Forense ubicado en Comayagüela,
pero ese día como era fin de semana estaba cerrado. Luego de eso nos dirigimos al otro
edificio de esta oficina, que en ese tiempo se encontraba cerca del Hospital Escuela. Ahí, el
doctor de turno me tomó el hisopado vaginal para ver si había residuos de semen y se
solicitó una evaluación psiquiátrica que se realizaría posteriormente.
Una cosa curiosa es que al poner la denuncia, tanto en Medicina Forense, como en la
Policía, me trataban muy bien hasta que preguntaban:
Nombre del agresor: David Romero, mi padre y entonces el que estaba recibiendo la
denuncia se volteaba hacia mí y me miraba incrédulo: ¿Ese señor, el periodista? Imagino
que nadie lo podía creer, un personaje público, diputado suplente por el Partido Liberal.
Porque el nombre de mi violador y mi padre es David Romero Ellner, un periodista y
licenciado en derecho, conocido por decir “la verdad” en los medios de comunicación,
reconocido en diversos círculos sociales como “hombre de confianza” de presidentes. La
cosa no iba a ser fácil.
En cierto momento, pensé “es como luchar contra la corriente”, ¿quién iba a osar tocarlo?
¿cómo él, con toda su protección política, sus contactos y su rango, iba a ser considerado
culpable? Pero yo estaba decidida a que me creyeran y fue entonces cuando mis primas me
acompañaron al Centro de Derechos de Mujeres (CDM) para contarles lo que había pasado
y buscar apoyo con ellas “si alguien me puede apoyar en este proceso, son ellas”. Desde
entonces, su ayuda fue incondicional, me atendieron y prometieron estar conmigo.
Después de eso, ¿qué decir? me fui a mi casa y me enfrenté con mis pensamientos y las
preguntas que si en verdad todo esto que estaba haciendo valía la pena, pero algo dentro de
mí me contestaba que sí, que ya no podía seguir callando, una voz que decía ¡hasta aquí,
basta!
En horas de la noche, se paró un carro frente a mi casa. Cuando salí a la puerta me enteré
que me buscaban y lo primero que cruzó por mi mente fue: ¡mi papá se enteró y los manda
a buscarme! Pero no era así, ellos venían por orden de Medicina Forense, porque la prueba
del hisopado vaginal no la habían realizado bien y tenían que tomármela de nuevo. Con
resistencia fui con ellos y me sometí de nuevo al examen. Durante todo el camino de ida y
regreso, el miedo me acompañó ¿qué pasaría después? Sabía que ese miedo estaría ahí, en
cada paso del proceso y no esperaba que todo el mundo esté a mi favor. Es muy difícil vivir
sin poder hablar. Sé que no soy sólo yo. Esto sucede con más frecuencia de lo que vemos a
nivel público, pero no todas tenemos el valor de decirlo, de romper el silencio y enfrentarlo.
Resumiendo ese día, lo recuerdo gris y brumoso, como si estuviera lloviendo, pero lo cierto
es que había sol y mucho calor. Talvez era porque aunque afuera estuviera brillando el sol,
dentro de mí se estaba desatando una tormenta.
Se iniciaron las investigaciones… pero durante febrero no se tomó ninguna acción debido a
que la Fiscalía necesitaba reunir pruebas suficientes para poder armar bien el caso, así que
yo me retiré a la ciudad de Olanchito, al norte del país. El tres de marzo tuve que regresar
hacia Tegucigalpa con unos agentes de la Dirección General de Investigación Criminal
(DGIC) cuando ya para llegar a Tegucigalpa, a la altura de Palmerola6, un carro militar
chocó contra nosotros. No me acuerdo muy bien del accidente, solo sé que perdí la
conciencia por unos momentos y quedé lesionada de la columna, con dolores que todavía
tengo… por suerte me recuperé bien de las heridas y seguí adelante.
Yo sabía que los trámites eran lentos y que había presión de parte del CDM y otras
organizaciones de mujeres pertenecientes al Colectivo de Mujeres contra la Violencia, para
que se mostraran los resultados del examen forense, esto era vital para que la Fiscalía
pudiera iniciar el trámite para despojar de la inmunidad7 a mi padre y de esa manera se
viera obligado a responder a la denuncia y someterse a la justicia.
Sin embargo seguía sintiendo miedo… y desconfianza. Temía que se fugara y no regresara
más, temía que no se hiciera justicia y temía por mi vida. Sabía que él tenía sus contactos,
relaciones, sus amigos que lo apoyaban aun cuando supieran lo que él había hecho. Sabía
que era un hombre poderoso y sobre todo eso, sabía de lo que era capaz… empecé a ocultar
mi dirección, cambié mi número de celular, me escondí.
Las ironías de la vida, era yo, la víctima, la que se ocultaba y tenía miedo de él.
Por mientras, traté de seguir con mi vida normal, asistiendo a terapia de recuperación
emocional, tratando de encontrar trabajo, acomodándome. Hasta la fecha creo que asistir a
terapia fue uno de los pasos más importantes que pude haber dado. Eso me ayudó a
recuperarme y a saber que pasara lo que pasara, yo no tenía la culpa de lo sucedido.
Abril 2002
Sé por las compañeras del CDM que las investigaciones están caminando, que hay
reuniones con la Fiscalía y que les ofrecen resultados. Me entero que mi padre se encuentra
en Nueva York. Entiendo que se haya ido tan lejos, ahora los papeles se invierten: él huye y
yo me quedo. Entretanto intento rehacer mi relación de pareja, que se había interrumpido
por la violación. No es fácil, pero lo intento. Mi compañero me entiende y me apoya, eso es
una ventaja, pero a veces no quisiera saber de nada, no quiero que nadie me toque porque
revive las escenas de ese día. Creo que esto es algo con lo que tengo que aprender a vivir…
Julio 2002
Empieza a vislumbrarse una buena noticia ¡al fin se le dio trámite al proceso para despojar
a David Romero Ellner de su inmunidad! Estoy esperando que eso pase. Mi hijo de diez
años ve a su abuelo en televisión y me pregunta por qué aparece allí. No sé que contestarle.
Agosto 2002
Las compañeras del CDM tienen una reunión con el Médico Forense a cargo, quien les
enseña la prueba guardada en un refrigerador hermético, afirmando que solo él y otra
persona de su confianza tienen la llave de acceso. Él promete extraerme por su propia mano
la prueba de sangre en presencia de representantes de la organización y que ellas podrán
firmar el sobre sellado donde se transportará la prueba. Después ellas se reúnen con el
Fiscal General para comunicarle lo que sospechan, él llama nuevamente al Médico Forense
pidiéndole celeridad en el proceso puesto que en Honduras no hacen pruebas de ADN y
éstas tienen que ser llevadas a Costa Rica para su investigación. Me atrevo a llamar al
Médico Forense, cuando él contesta le digo: “confío en su palabra, confío en usted”.
Me comunican que hay una fecha fijada para mi comparecencia en Medicina Forense, en
ella tengo que someterme a una prueba de sangre, la fecha es retrasada por varios factores:
primero hay duda sobre si el procedimiento debe hacerse con el nuevo procedimiento penal,
luego que se necesitaba una orden de la Fiscalía Especial de la Mujer, al final se negocia
una remisión de la Fiscalía para hacerme el examen. El 28 de agosto se me practica el
examen de sangre. El proceso dura casi un mes…
La desconfianza todavía me persigue… creo que en algún momento algo va a fallar. Entre
tanto siempre miro por encima de mi hombro, por si alguien me sigue. Tengo la sensación
que me vigilan y casi siempre estoy a la expectativa. A veces no consigo conciliar el sueño
por las noches.
Septiembre 2002
Mi padre ya entró al país. Pienso que no pudo seguir sosteniéndose en el extranjero, talvez
se le acabó el dinero y la ayuda, talvez pensó que yo me iba cansar e iba a dejar que el
proceso se fuera apagando, que las mujeres que me apoyan se cansarían también, que solo
era cuestión de espectáculo. Pero él sabe que cuando yo decido entrarle a algo, no descanso,
que soy perseverante porque en eso nos parecemos. No me rindo fácilmente.
Algunos de mis parientes me hacen llamadas, quieren conocer de mi boca lo que sucedió
realmente. Algunos me creen y otros no, unos más se quedan con la duda. Mi abuela
paterna me deja un mensaje reprochándome el haber acusado a mi papá, me llama
“muchacha loca”, me dice que arregle las cosas. Yo no puedo hacerlo. NO quiero hacerlo.
Otra vez las cosas están detenidas. Es como estar en un estira y encoge. Me explican que el
retraso se debe a problemas para determinar cual fue el delito cometido contra mi persona:
incesto o violación. En nuestras leyes, el incesto es un delito en el cual dos personas con
parentesco cercano “consienten” la relación sexual. Ese no es mi caso. La violación, en
cambio, es la ausencia de consentimiento y puede darse con el empleo de la fuerza física o
sin ella pero con intimidación provocando temor, humillación, indignación y tantas otras
sensaciones más.
Pienso otra vez en el concepto de miedo. Miedo a perder la vida, miedo a estar inmóvil…
no podría decir qué miedo experimenté yo. No me moví porque no pensaba en nada, no
podía creer que eso estuviera pasando. Mi cuerpo, de algún modo, no estaba allí. Y no creo
que nadie pueda interpretar eso como consentimiento.
Diciembre 2002
El año se termina y casi llegan las navidades. Para mí, el círculo no está cerrado, hay
muchas cosas en el aire. Voy a Tegucigalpa donde el Director de Fiscales se reúne conmigo
y una persona del CDM, me asombra verlo tan cortante mientras me dice que no pueden
apresurarse porque el caso tiene que prepararse bien, también anota que no admite
presiones de nadie en su trabajo. Talvez el mensaje es para mí, o para las mujeres que me
acompañan, talvez lo dice para sí mismo.
Regreso a mi casa a estar con los míos, eso siempre me reconforta. Mi madre ha sido una
de las personas que ha estado incondicionalmente y en todo momento a mi lado. Le
agradezco eso. Sigo esperando que el año próximo las cosas vayan mejor que en éste.
Enero 2003
El año nuevo definitivamente nos agarró por sorpresa. Mi madre recibe dos llamadas
telefónicas (una hecha el 1 y otra el 4 de enero) de alguien que se identifica como de la
“Fiscalía” para decirle que el caso está engavetado y que ahora se procedería contra mí por
“difamación”. No creo nada de eso. Pero dudo, siento que él está metiendo sus manos otra
vez en el proceso, no me confío. Llamo a las amigas para contarles.
Estoy creando una coraza: la gente me mira en la calle, en el trabajo unos compañeros me
cuestionan: ¿Por qué te fuiste a la casa de tu papá después de la fiesta? ¿No sabías que eso
podía suceder? La respuesta es que no, nunca me lo imaginé. Pensé que tenía un límite,
nunca se me pasó ni remotamente por la cabeza la posibilidad. Era un asunto de confianza,
era mi padre, confiaba en él, habíamos estado otras veces juntos y nunca había pasado nada
de eso. Pero pasó. Mis hermanos y la familia por parte materna, me creen y apoyan sin
reservas, a ellos no tengo que explicarles nada.
Pero siento que a la demás gente le cuesta creerlo. Aún en mi familia, se que hay gente que
dice y me califica de “mentirosa”, “oveja negra”, “borracha”, “drogadicta”, “no sabe lo que
está diciendo”. Supongo que así como lo tolero, aprendo a manejarlo, ya he pasado la fase
del “créanme por favor” al “fue verdad, aunque no lo creas” Me creo yo misma y eso basta.
Febrero 2003
Me informan que ya se tiene preparado el caso y que las fiscales que asumirán el caso son
Celeste Aída Cerrato y Sonia Gálvez del departamento de Capacitación y Asesoría Técnica
del Ministerio Público. La presión es fuerte, CDM pide una entrevista con la Presidenta de
la Corte Suprema de Justicia quien se compromete a nombrar un magistrado para darle
trámite al Requerimiento Fiscal, celebrar la audiencia inicial y la preliminar y luego
proceder al nombramiento del Tribunal de Sentencia entre los magistrados de la Corte
Suprema. No entiendo por qué hacen tanto trámite… ahora sé porque muchas mujeres
abandonan los casos que inician en los tribunales, hay cansancio y desesperanza al final.
Hay momentos en los que pienso que ya no tengo fuerzas para seguir… veo todo cuesta
arriba, complicado y me pongo a pensar que mi padre puede manipular todo y después
¿cómo quedo yo? A veces quiero parar, salir y que él se quede con su vida, y yo continuar
la mía pero también pienso ¡No! ¡también tengo que seguir! y me doy apoyo para seguir.
Hablé con mi hermana Nadia (que es hermana por parte de padre) sobre el caso, me dio la
razón, conversamos. Espero que ella pueda servir de testigo a mi favor, intuyo que ella
padeció los mismos abusos que yo, pero no estoy segura, ella me contesta que lo pensará.
Ojalá lo haga.
Marzo 2003
Después de muchos esfuerzos, la Corte Suprema de Justicia nombra a finales de este mes a
la Magistrada Teodolinda Pineda como Jueza para conocer del caso. Ella tendrá que
empaparse de toda la información. Ha pasado más de un año, pero mi espera empieza a
rendir frutos. Sigo asistiendo a terapia y poco a poco aprendiendo a convivir con esta nueva
realidad. Estoy lista para el siguiente paso.
Abril 2003
Estoy embarazada de mi segundo hijo. Este embarazo no fue casual, fue deseado,
planificado y concertado con mi pareja actual. Él me ha apoyado y ha estado conmigo en
este proceso. El embarazo me da nuevas fuerzas, espero que sea una niña, me hace mucha
ilusión que pueda serlo. Pienso que mis hijos son el ancla, las raíces que me conectan a la
tierra y me impulsan a seguir, hoy más que nunca.
Mayo 2003
Tengo señales e informes que me dicen que él ha estado intentando fugarse otra vez, que se
esconde en casas de parientes y familiares. ¡Es increíble la complicidad del sistema! Más
cuando el acusado tiene poder e influencias. Siento que si hubiera sido otra persona,
cualquier hombre común y corriente, la aplicación de la justicia hubiera sido más rápida.
Por lo menos esa es mi impresión. Sigo teniendo desconfianza en todo esto, no sé que se
vaya a arreglar al final, pero alguna parte de mí confía que las cosas mejorarán.
Agosto 2003
Septiembre 2003
Llegamos (mi familia, las compañeras de CDM y yo) temprano, a las 7:00 a.m. a las
instalaciones de la Corte Suprema de Justicia. No nos dejan entrar diciendo que el horario
normal es hasta las 8:00 a.m. en punto. Esperamos… mi sorpresa es grande cuando veo que
él ya se encuentra adentro con su abogado y sus testigos, a él lo dejaron pasar y a mí no,
¿por qué ese privilegio?
Empiezan las declaraciones… los dos hacemos nuestros relatos. En ausencia de la abogada
Teodolinda Pineda dirige la audiencia la Magistrada Martha Castro. Ella me sorprende e
inquieta con la pregunta: ¿está usted aquí porque los hechos realmente sucedieron o por
celos hacia la ex esposa de su padre o su novia? Me pareció una muestra de irrespeto, de
que no me creía, pero contesté que de no haber pasado los hechos, yo no estaría ahí.
Pasan sus testigos, entre ellos, un vecino de la casa, la esposa de mi padre y mi propia
hermana. Me duele verla entre los testigos que repiten que soy una malcriada, una
caprichosa que hace este tipo de acciones para llamar la atención de mi padre. Incluso
alguien dice que el partido político contrario me ha pagado para montar esa escena. Me
siento francamente ofendida.
De mi parte declara una psiquiatra forense que expone las causas por las cuales este caso es
considerado una violación.
Durante la audiencia, no me puedo parar, ni salir. Esto es una molestia para mí, porque mi
embarazo está avanzado y me incomoda muchísimo el estar sólo sentada, ni poder ir al
baño. Empieza a dolerme la espalda. Pasan las horas.
Es una pequeña victoria. Pero ahora hay otro problema: los periodistas insisten en hablar
conmigo, han esperado todo este tiempo y tapado las entradas de la Corte, quieren una foto,
una declaración, algo que les sirva de noticia.
Logramos escabullirnos por atrás, por la salida de los magistrados. Uno de los amigos de
mi padre, que logra verme, les grita a todos los demás periodistas que estoy atrás, que me
quieren sacar a escondidas. Uno de ellos salta el muro que divide el acceso al parqueo y
bloquea la salida del carro. Claudia, la amiga del CDM que lleva el carro, le dice que se
quite, que no quiero dar declaraciones y él pregunta –¿qué está escondiendo?– ¡Es el
colmo! pienso, es un asunto privado, se hace público por el juicio y encima quieren más
publicidad. Arrancamos y los dejamos atrás, porque ya son varios los que vienen “tras la
noticia”. Esa es otra victoria, reflexiono “tengo derecho a mi privacidad”.
Octubre 2003
Me he encontrado con amigas o amigos que me cuestionan: ¿por qué seguís en eso? ¿no es
suficiente ya? ¿a dónde va a llevar todo esto? No me molesto en explicarles, si no lo
entienden allá ellos. ¿A dónde quiero yo que llegue esto? A la justicia, ni más, ni menos.
Se acerca la fecha del Juicio Oral y estoy ansiosa por saber como nos irá. Me llaman, me
comentan que mi padre accedió a firmar la aceptación de los cargos por los que se le
procesa, antes de ir a Juicio Oral se declara confeso, ¿por qué ese cambio repentino? ¿qué
pasó? Me cuentan que las fiscales presentaron la prueba de ADN a su abogado, la prueba
obtenida de la muestra de sangre y la mía coincidían. Su abogado se descompensó, él de
verdad creía que era inocente, que todo había sido un invento mío, se negó a seguir
representándolo si no firmaba la conformidad con la acusación del Ministerio Público, que
es una aceptación de haber cometido la violación. Las compañeras del CDM y las fiscales
me dicen que tengo la última palabra.
Yo decido.
Tomo mi tiempo. Finalmente acepto. Por mí y por él. No quiero que se le haga más daño.
Él reconoció lo que había hecho. Sólo me queda esperar la sentencia.
01 de abril 2004
La sentencia se da por fin: “David Romero Ellner es sentenciado a diez años de prisión por
el delito de violación contra su hija Dalia Romero de 23 años”, él se declara culpable ante
cuatro jueces en una de las salas de Juicios Orales. Con diez años no se va a reparar el daño
que él me hizo. Pienso en el intercambio: diez años por toda una vida. Pero se hizo justicia.
Obtuve algo de lo que quería. Puedo marcharme a la casa con la frente en alto, caminar y
sentir que no tengo nada de que avergonzarme, nada que esconder. Logré poner en
evidencia el delito, liberarme al fin.
Definitivamente, ya no soy la misma. Algo dentro de mi cambió y quiero pensar que lo hizo
para bien. De toda esta experiencia, puedo decir que algunas cosas todavía son difíciles: el
temor no me abandona, algunas veces me descubro sintiendo temor a dar mi teléfono o mi
número de celular, llegué a tener línea y la cancelé porque sabía que él tenía contactos en
Celtel y mejor compré uno con tarjeta. Hasta mis tarjetas de banco cancelé. Cambié mi
dirección y las señas para encontrarme, todo eso a consecuencia de lo que pasó.
Las primeras veces cuando salía de la casa, buscaba cómo ir acompañada. Una vez me tocó
ir sola donde el doctor porque estaba mal de la columna, necesitaba tratamiento. Casi me
bajo del taxi, porque sentía que me iban persiguiendo, quería regresarme a mi casa, pero a
la vez me dí fuerzas, “tengo que llegar, es mi salud”.
Casi no dormía, esa fue otra de las consecuencias. Antes dormía bien y de repente me
encontré con que no podía dormir, era como si la propia angustia, el miedo, no me dejara
dormir, así que por un tiempo tuve que tomar pastillas para poder conciliar el sueño. Una
vez tuve pesadillas y me levanté asustada, sin saber qué hacer.
Algo esencial, casi vital fue el tratamiento psicológico, recurrí a él no solo para poder
dormir, sino para poder entender lo que me había pasado y retomar mi vida cotidiana, mis
relaciones, mis afectos, mis hijos. Lo que más tardó en quitárseme fue superar ese
sentimiento, el dolor que me causaba pensar en que mi padre me había hecho eso, eso
demoró bastante, trabajar mi yo interior, lo que sentía por dentro: la angustia, el miedo, el
dolor, la confusión, toda una mezcla de sentimientos y no saber qué hacer con ellos.
Una de las cosas más importantes es que aprendí a no sentirme culpable y eso empezó por
aceptar ayuda, por reconocer que era algo que sí me había pasado, que era verdad y
comenzar a recibir apoyo para trabajar esa culpa. Porque tenía miedo “no me van a creer”,
“me van a echar a mí la culpa”. En esto fue fundamental que mi madre me creyera y me
apoyara, luego el apoyo de las compañeras del CDM, del Colectivo de Mujeres contra la
Violencia, de la diputada Doris Gutiérrez, de mi familia y un sinnúmero de personas que
me conocían por medio de la radio, alguna gente que llamaba, otra que me escribía por
correo electrónico…
Me hacían sentir más apoyada, más fuerte y me ayudaron a darme cuenta que estaba
haciendo la correcto, que era lo mejor que podía haber hecho para mi vida.
Siento que ya he superado muchas de esas cosas…ahora hablo del tema con más
naturalidad sin sentirme triste, o empezar a llorar, sin sentir nostalgia. Hay días en los que
sí me acuerdo y son días difíciles, pero sobrevivo, trato de encontrar fuerza en lo que me
rodea, en mi interior.
Mis hijos, mi propio embarazo y el saber que tenía una vida por delante, me ayudaron a
sanar. Me concentré en vivir ese momento, en darles cariño a mis hijos, a aprender con
ellos a superar el resentimiento, el odio, la depresión y la rabia.
Me veo a mi misma con un futuro. Estudiando, graduándome más adelante, esa es la meta
primordial que tengo, porque necesito darles un presente y un futuro a mis hijos y a mí.
Si esto iba a suceder… bueno, prefiero pensar que quejan sucedió para sentar un
precedente, para alertar a muchas mujeres que esto está pasando y que pasa en toda clase de
familias, que no tiene que ver con la clase o la condición social y pienso que si yo no
hubiera denunciado las cosas hubieran seguido igual o talvez hubieran empeorado, eso me
hizo crecer. Pasó y que bien que tuve la oportunidad de denunciar, tuve la oportunidad de
hacer justicia y estoy mejor ahora.
Tengo la esperanza de que la gente, de que las mujeres empiecen a confiar, porque cuando
una abre una brecha en el sistema de justicia hay otras que pueden transitar por él. Creo que
hasta yo empecé a confiar un poco más que antes, porque sí funcionó al final, este caso sí
funcionó, por la persistencia de nosotras, si no hubiéramos creído, si no hubiéramos estado
detrás, si no hubiéramos estado vigilantes, esto no se habría logrado, porque hay momentos
en los que una se derrumba, se desvanece a pesar de la voluntad, hay momentos momentos
en que se nos viene todo encima y es ahí cuando necesitamos el apoyo, para saber que no
estamos solas, para sobrellevar este tipo de cosas, para poder realmente afrontar estos
procesos tan largos, empezar y concluir.