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Capítulo 4

RUPTURAS Y CRÍTICAS AL ESTADO LIBERAL:


SOCIALISMO, COMUNISMO Y FASCISMOS

C a rl os Taib o
Universidad Autónoma de M adrid

En este capítulo nos ocuparemos de dos visiones críticas, muy dis­


tintas entre sí, del Estado liberal y de sus cimientos ideológicos; la
realizada desde las diferentes corrientes del pensamiento socialista y
la formulada desde movimientos que calificaremos genéricamente
de fascistas. Hay que convenir que el nexo de vinculación entre
ambas visiones ^—la crítica del liberalismo— es débil y que, por lo
demás, la relación que una y otra tienen con los sistemas democráti­
cos contemporáneos resulta palmariamente diferente. Mientras son
innegables las aportaciones al acervo democrático procedentes de
las corrientes socialistas —desde la frescura contestataria de los so­
cialistas primitivos, pasando por muchas de las concepciones de la
socialdemocracia, marxista o no, hasta la influencia que el anarquis­
mo ha ejercido sobre los nuevos movimientos sociales—, se antojan
nulas, en cambio, las realizadas por los fascismos. De resultas de lo
anterior, este capítulo se vertebra en dos grandes epígrafes clara­
mente diferenciados: si ei primero intenta dar cuenta de lo que el
socialismo ha sido en sus diferentes versiones, el segundo procura
hacer lo propio con el fascismo. Cierra el capítulo una reflexión
sobre dos términos complejos, los de «autoritarismo» y «totalitaris­
mo», detrás de los cuales resulta posible rastrear, es cierto, algunos
elementos de proximidad entre ciertas modulaciones del socialismo
y lo que comúnmente se ha entendido por fascismo.
RUPTURAS Y CRITICAS AL ESTADO LIBERAL
CARLOS TAIBO

I. LOS M O V IM IE N T O S S O C IA L IS T A S
rechazos. También en el ámbito del pensamiento catóhco, y a través
de la obra de muchos pensadores conservadores, se criticaron las
El término «socialismo» es común a muchas corrientes de pensa­ consecuencias del «odioso individualismo». Bien es cierto, sin em­
miento que se han hecho valer en los siglos xix y xx, y que surgieron bargo, que la respuesta socialista incorporaba la defensa de un nue­
en su momento al calor de la Revolución industrial, de la visión vo y armónico orden social que, asentado en la igualdad y en la
política propia de la Revolución francesa y de la irrupción de la idea justicia, no estaba en la mente de los críticos conservadores del indi­
de progreso. Aunque es innegable que antes del siglo xix pueden vidualismo.
encontrarse numerosos antecedentes del pensamiento sociaHsta El término «socialismo utópico», más bien despectivo y popula­
—desde la obra de Platón hasta la Utopía de Moro, desde los evan­ rizado por M arx, se impuso para dar cuenta de las reflexiones de los
gelios hasta El c o n tr a t o s o cia l de Rousseau—, hablando en propie­ primeros pensadores socialistas, que aquí calificaremos, sin más, de
dad los movimientos socialistas surgen en el siglo mencionado. «socialistas primitivos». M arx estimaba que había un antes de su
De manera general, por socialismo entenderemos una visión que propia obra, caracterizado por el contenido irreflexivo e irreal de la
reclama, con respecto al capitalismo y a otros regímenes económi­ mayoría de los propuestas, y un después, vinculado con el carácter
cos, cambios encaminados a establecer una nueva organización so­ «científico» del método marxiano. Aunque difícilmente se puede
cial asentada en varios principios; una limitación en el derecho de negar que la obra de M arx marcó un punto decisivo, y que el conte­
propiedad, la dirección —o al menos el control— de los procesos nido de muchos de sus análisis —especialmente en el ámbito econó­
económicos por los trabajadores y una mayor igualdad en todos los mico— era más sagaz y profundo que el que se hacía sentir entre los
órdenes. Dentro de esta definición caben, sin embargo, lecturas muy socialistas primitivos, debe recordarse que sin la obra de éstos a duras
distintas que, a menudo en abierta confrontación entre sí, otorgan penas se entiende el desarrollo posterior del pensamiento sociaHsta.
un relieve mayor o menor a cada uno de esos principios o recurren Tres grandes rasgos permiten dar cuenta de lo que fueron los
a unas u otras fórmulas para hacerlos valer. En este epígrafe intenta­ socialistas primitivos. En primer lugar, y aun siendo evidente que en
remos recalcar las diferencias existentes entre algunas de ellas, y al muchos casos se trató de individuos inclinados a las elucubraciones
respecto estudiaremos, por este orden, el surgimiento del socialis­ teóricas, no lo es menos que no faltaron entre ellos quienes, como el
mo en la primera mitad del siglo xix, la importancia de la obra de inglés Robert O w e n (1771-1858) o el francés Charles Fourier {1772-
M arx, la posterior revisión socialdemócrata de esta última, los pro­ 1837), protagonizaron significativas experiencias prácticas en las que
blemas de análisis vinculados con el leninismo y la experiencia so­ intentaron plasmar sus ideas. En segundo lugar, es obligado recono­
viética, y la singular aportación, en fin, del pensamiento anarquista. cer que la mayoría de los socialistas primitivos, pese a nacer al calor
de la industrialización y sus problemas, realizaron buena parte de su
1. Los a n t e c e d e n t e s y e l so cia lis m o prim itivo reflexión fuera del contexto histórico que era el suyo; no es casual,
por ejemplo, que a menudo reivindicasen la huida hacia arcadlas ru­
La palabra «socialismo» hizo su aparición en el lenguaje político en rales alejadas de los grandes centros industriales. Es verdad, sin em­
torno a 1825, y lo hizo de manera casi simultánea en Francia y en bargo, que entre los socialistas primitivos hubo quien, como el tam­
Inglaterra. La extensión del término, y de la concepción ideológica bién francés Henri de Saint-Simon (1760-1825), se ocupó de analizar,
que lo acompañaba, fue extremadamente rápida: quince años des­ sin prejuicios, los nuevos problemas y, adelantándose a su tiempo,
pués la palabra era de uso corriente y los movimientos «socialistas» subrayó la importancia de que el Estado se encargase de planificar y
empezaban a proliferar en buena parte del continente europeo. organizar la actividad productiva. En tercer término, en fin, los pen­
Aunque el paso del tiempo ha desdibujado notoriamente las sadores que nos ocupan reflexionaron sobre la condición del ser hu­
mano singular y sobre las relaciones de poder, circunstancia que hizo
identificaciones verbales, conviene que recordemos que en su ori­
gen la palabra «socialismo» surgió claramente enfrentada al «indivi­ di‘ olios, en terrenos concretos, estudiosos de la realidad más lúcidos
dualismo» que despuntaba al amparo del pensamiento ilustrado y c(Uf su.s coiuinuadores supuestamente «científicos». Baste con rese­
de sus secuelas liberales. La reacción socialista no fue, sin embargo, ñar, por citar un ejemplo, que el pensamiento feminista contempo-
1 .uifi) drin- nuicho a la obra de Fourier, un pensador evidentemente
la única suscitada por un individualismo que enconiraba nii'thipics

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adelantado a su época. De manera general puede afirmarse que el estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se
anarquismo y los llamados «nuevos movimientos sociales» entroncan levanta una superestructura jurídica y política [...]. El modo de pro­
fácilmente con algunas de las visiones del socialismo primitivo. ducción de la vida material condiciona, en general, el proceso so­
cial, político y espiritual de la vida».
'i 2. La obra d e Marx Así las cosas, Marx cuestiona, invirtiéndola, la visión del Estado
inserta en la obra de Hegel. Mientras para Hegel el Estado es la
Ya hemos apuntado que, para marcar distancias con respecto al «so­ quintaesencia de la razón y el grupo humano en él imbricado, la
í cialismo utópico», el pensador alemán Karl M arx (1818-1883) cali­ burocracia, la «clase universal», M arx sostiene que la mayor aten­
ficó de científicos sus análisis y propuestas. También hemos subra­ ción hay que prestarla a la sociedad: el Estado, una mera «superes­
yado que, aunque la visión de M arx al respecto es discutible, no tructura» que nace de ésta, debe subordinarse a la sociedad, y no al
puede negarse que en su obra se hizo valer un grado sensiblemente revés, toda vez que es en esta última en donde se hacen valer las
mayor de elaboración que en las reflexiones de los socialistas primi­ relaciones materiales. Si la mayoría de los pensadores anteriores a
tivos. La obra marxiana es, por lo demás, extremadamente comple­ M arx parecían pensar que el perfeccionamiento del Estado era un
ja. Si por un lado resulta posible distinguir varias etapas en su elabo­ signo inequívoco de progreso, M arx lo que defenderá es, en sentido
ración —el «joven M arx», el «M arx maduro», el «M arx tardío»—, contrario, la necesidad de acabar con el Estado una vez que en las
por el otro las interpretaciones de lo que realmente afirmó Marx relaciones materiales hayan desaparecido los efectos malignos de la
son tan numerosas como, a menudo, dispares. división de la sociedad en clases.
1. Aun a costa de incurrir en simplificaciones, inevitables, empe­ Para explicar el escaso relieve que Marx concede a la política, y
zaremos por recordar que la visión de la historia inserta en la mayor en su caso al Estado, debe recordarse que su obra vio la luz en un
parte de la obra de M arx —en sus últimos años de vida inició una período histórico preciso. Ese período se caracterizó ante todo por
eventual revisión de la misma— responde a lo que llamaremos un una «traición»: la protagonizada por un liberalismo que pactaba con
determinismo finalista: imbuido de una concepción general que le muchas de las instituciones y de las gentes del viejo orden, y que de
hacía pensar que las sociedades progresan poco menos que por ne­ esta forma traicionaba el grueso de los principios de la Revolución
cesidad, M arx estimaba que el desarrollo de las fuerzas productivas francesa. Al amparo de ese liberalismo quedaban desdibujados, por
había conducido desde el «feudalismo» hasta el «capitalismo» y esta­ ejemplo, los principios de la democracia, reducida a un mero enun­
ba llamado a conducir en un futuro inmediato —y al menos en bue­ ciado retórico.
na parte de la Europa occidental— al «socialismo» y, más adelante, 3. En la obra de Marx se manifiestan, por lo demás, dos concep­
al «comunismo». La pretensión última del «socialismo científico» tos distintos de Estado. Conforme al primero, el Estado se autocon-
marxiano no era otra que demostrar que la victoria del «proletaria­ figura como un genuino parásito que vive a costa de la sociedad: en
do» sobre la «burguesía», y la consiguiente apropiación, por el con­ su seno se revelan, por encima de todo, los intereses de la burocra­
junto de la sociedad, de los medios de producción, eran inevitables y cia, que en la visión de M arx ya no es la «clase universal» hegeliana.
debían poner fin a una historia ajustada desde siempre a la lucha de De acuerdo con la segunda visión, el Estado se presenta como un
clases. «La burguesía», afirmaban M arx y su compañero Friedrich instrumento al servicio de la clase dominante. En el M an ifiesto c o ­
Engels (1820-1895) en el M anifiesto c o m u n ista , «produce sus pro­ m u n ista, M arx y Engels se refieren al «poder político» como «el
pios enterradores. La caída de la burguesía y la victoria del proleta­ poder de una clase organizado para oprimir a otra». Si en el momen­
riado son por igual inevitables». to en que M arx escribe buena parte de su obra la clase dominante
2. En el marco de esa visión, «la política» tiene una importancia fs, no sin problemas, la burguesía, en el futuro será el proletariado
menor: se trata, simplemente, de una emanación de «las relaciones i'l que adquirirá tal condición, de tal suerte que el Estado pasará a
de producción» o, en un terreno más preciso, de una trampa urdida subordinarse a sus intereses.
por la burguesía para preservar su condición de privilegio. En esta Aiinquc las dos visiones que acabamos de reseñar remiten a con-
misma línea, la concepción marxiana del Estado no puede ser más i t-ptos distintos, uníi y otra tienen un elemento común: el Estado se
clara: «El conjunto de las relaciones de producción constiuiyc la prrsrnia como una instancia que vive al margen del conjunto de la

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sociedad. Sus intereses —sean los de la burocracia o los de la clase ca, sin embargo, todas las formas de democracia, en la medida en
dirigente— habían chocado históricamente, además, con los de la que defiende activamente la instauración de una democracia real.
mayor parte de esa sociedad. Así las cosas, su ambigüedad con respecto a las vías de transforma­
4. M arx es casi siempre ambiguo, o en su caso indiferente, con ción se deriva de la desconfianza suscitada por la «democracia for­
respecto al procedimiento concreto que permitirá el derrocamiento mal», y no de una manifiesta indiferencia con respecto a la «cues­
de la burguesía y del capitalismo. Al respecto, unas veces parece acep­ tión» de la democracia.
tar de buen grado la vía del sufragio universal y la consiguiente po­ 6. Debe subrayarse, de cualquier modo, el carácter transitorio
sibilidad de que el acceso del proletariado al poder político se pro­ de la primera forma estatal que, en la visión marxiana, verá la luz
duzca en virtud de procedimientos pacíficos y democráticos. Pero en tras el derrocamiento del capitalismo y de la «democracia burgue­
otros casos defiende sin rebozo una vía revolucionaria que prescinda sa». Ese Estado de transición —que Marx suele llamar «gobierno de
por completo de las fórmulas de la «democracia burguesa» y que, sin la clase obrera», aun cuando Engels recurra con mayor frecuencia a
excluir en modo alguno la violencia, acelere el hundimiento del ca­ la expresión «dictadura del proletariado»— deberá autodisolverse
pitalismo y de las formas políticas acompañantes de éste. o, en otra formulación, fundirse con la sociedad. Esa es una condi­
La propia práctica política de Marx, y fundamentalmente la des­ ción necesaria para la plena emancipación del ser humano, en una
plegada en el ámbito de la I Internacional (1864-1881), no propor­ sociedad de la abundancia, y para la paralela desaparición de todas
ciona excesiva luz sobre sus concepciones con respecto a la cuestión las formas de opresión política. Si en la mayoría de los escritos de
que nos ocupa. Es cierto, sin embargo, que una vez derrocado el M arx y de Engels la fase de transición es calificada como «socialis­
capitalismo e inaugurada la fase de transición al socialismo, Marx ta», el adjetivo «comunista» se reserva para la etapa final de emanci­
postula la instauración inmediata de fórmulas —elección de todos pación plena.
los cargos públicos, activo control popular, descentralización extre­ Las concepciones de M arx difieren en aspectos importantes de
ma...— de cariz inequívocamente democrático. Conviene realizar, las comunes tanto en el pensamiento anarquista como en el social­
sin embargo, una precisión adicional: M arx no da su aprobación a demócrata. Para M arx, a diferencia de los teóricos del anarquismo,
cualquier proceso de transformación, por revolucionarios que sean es necesario un «Estado de transición»: no puede acabarse de la no­
sus objetivos. Para que el cambio prospere en la línea adecuada no che a la mañana con el Estado. M arx parece inclinarse a menudo, en
basta con el mero activismo revolucionario, sino que es preciso que un plano distinto, por la necesidad de una «vanguardia» que dirija al
estén dadas las «condiciones objetivas» de desarrollo de las fuerzas «proletariado», visión completamente ajena al pensamiento anar­
productivas y de manifestación paralela de sus contradicciones. quista. Frente a la visión socialdemócrata, M arx sostiene, en fin,
5. La ambigüedad, o la relativa indiferencia, de M arx en rela­ que carece de sentido cualquier proyecto encaminado a conquistar
ción con los procedimientos de transformación se explica en buena el Estado desde el interior de éste: el proceso revolucionario debe
medida por su visión de lo que es la democracia. M arx distingue con apostar, desde el primer momento, por la disolución del Estado.
claridad entre «democracia formal» y «democracia real». La primera
no es otra que la «democracia burguesa», vacía de contenidos por 3. La so cia ld em o c r a c ia
cuanto no tiene otro objetivo que ocultar fenómenos materiales tan
notorios como la desigualdad y la explotación padecidas por capas l*‘l Partido Socialdemócrata alemán, fundado en 1875, fue el escena­
enteras de la población; en éstas se hace sentir una visible «aliena­ rio principal de las discusiones ideológicas en las que se fraguó la
ción» derivada de la distancia existente entre el «ciudadano políti­ socialdemocracia. En líneas generales puede considerarse que esta
co», supuestamente dotado de todos los derechos, y el «hombre eco­ última, también conocida con el nombre de «socialismo democráti­
nómico», privado, en la realidad, de todos ellos. Cuando esta co», fue el producto de una síntesis entre parte de los contenidos
situación de desigualdad y explotación se supere —cuando desapa­ expresados en la obra de M arx y algunas de las «revisiones» críticas
rezca, en otras palabras—, el capitalismo, se abrirá camino por fin iliic ésta suscitó. Entre estas últimas se contaron las que realizaron
una democracia real. M arx, que es extremadamente crítico, por ra­ ti'fs pciísadorcs alem anes —Ferdinand Lassalle (1825-1864),
zones fáciles de comprender, de la democracia formal, no dcscaÜfi- l-du.u d iV-riistcin (1850-1932) y Karl Kautsky (1854-1938)—, quie-

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nes a menudo fueron calificados con el término, más bien despecti­ rechaza en paralelo cualquier procedimiento de transformación,
vo, de «revisionistas». política, económica o social, no asentado en fórmulas democráticas.
1. Aunque de acuerdo con la mayoría de las propuestas de Marx, En el ámbito económico la socialdemocracia se ha traducido en una
Lassalle difería de éste en una cuestión decisiva: no había que recha­ apuesta por la creación y consolidación de lo que se ha dado en
zar en modo alguno, muy al contrario, la perspectiva de que el Esta­ llamar «Estados del bienestar»: estos últimos deben encargarse de
do se convirtiese de forma pacífica y paulatina en un agente decisivo desarrollar una activa política de prestaciones sociales, deben garan­
de transformación en sentido socialista y permitiese allegar, por tizar el vigor de la igualdad de oportunidades y deben propiciar una
ejemplo, el capital necesario para establecer cooperativas. Las con­ reducción de las diferencias sociales a través de mecanismos redis-
cepciones de Lassalle impregnaron muchos de los contenidos del tributivos desarrollados ante todo por la vía de los impuestos. Entre
programa aprobado en Gotha, en 1875, por el Partido Socialdemó- los beneficiarios de estas medidas no sólo habrá de contarse el «pro­
crata alemán. M arx criticó duramente algunos de los términos de letariado» tradicional: también deberán sacarles provecho unas cla­
ese programa y adujo, en particular, que la concepción del Estado ses medias que encontrarán en los Estados del bienestar, y en las
que en él se hacía valer era muy próxima a la de Hegel, en la medida propuestas socialdemócratas, una activa defensa de sus intereses.
en que convertía a aquél en una instancia situada por encima de las Para facilitar la consecución de los objetivos mencionados, muchos
fuerzas económicas y sociales y, de resultas, en un instrumento neu­ partidos socialdemócratas han alentado, en fin, fórmulas de acuer­
tro no subordinado a los intereses de la burguesía. do social como las vinculadas con los pactos neocorporativos.
Más adelante, Bernstein puso de manifiesto, con mayor clari­ El «Estado social y democrático de derecho» —otro de los tér­
dad, discrepancias en relación con elementos decisivos presentes en minos en los que se han concretado muchas visiones socialdemócra­
la obra de Marx. Por lo pronto, para Bernstein no se habían cumpli­ tas— implica, por lo demás, la postulación de una «economía mixta»
do algunas de las previsiones de M arx, como la relativa al necesario en la cual se hagan sentir por igual los efectos del intervencionismo
y rápido colapso del capitalismo: en los últimos decenios del siglo estatal y los de una economía de mercado cuyo vigor se respeta.
XIX, en particular, el capitalismo había experimentado una etapa de Dejada a su libre funcionamiento, sin embargo, esta última exhibe
prosperidad de la que, en opinión de Bernstein, se habían beneficia­ numerosas imperfecciones que deben ser corregidas por la acción
do todas las clases sociales, y no sólo la burguesía. La creciente pola­ estatal. De esta suerte, la socialdemocracia se opone con claridad a la
rización de clases que M arx había augurado no se había hecho sentir visión que se ha dado en calificar de «neoliberal», decidida partidaria
en la realidad, y los elementos de tensión dentro del capitalismo se de reducir a poco más que la nada las funciones económicas del Es­
habían mitigado. Amparado en la certeza de que las perspectivas de tado.
un cambio revolucionario eran, por consiguiente, menores, Bern­ Conviene recordar que el contenido de la visión socialdemócrata
stein llegó a la conclusión —de nuevo contraria a muchas de las tesis ha sido analizado desde al menos dos perspectivas. Para la primera,
de M arx— de que el socialismo no era un resultado inevitable del la socialdemocracia se contentaría con gestionar el capitalismo y
desarrollo del capitalismo, sino una posibilidad entre otras. conferirle un carácter más «civilizado», pero en modo alguno aspira­
La conclusión final de los análisis de Bernstein era sencilla: la ría a acabar con aquél, circunstancia que encontraría claro reflejo en
instauración del socialismo debía ser paulatina y había que prescindir la decisión de respetar la economía de mercado y, con ella, el grueso
de cualquier tentación revolucionaria. En línea con las ideas defen­ de las formas de propiedad capitalista. Según la segunda, en cambio,
didas por Lassalle, el Estado debía desempeñar un papel decisivo en la socialdemocracia no habría abandonado en modo alguno su anhe­
un proceso encaminado a conseguir una democracia plena y una lo inicial —presente en las reflexiones de Lassalle, Bernstein o Kauts­
progresiva y pacífica apropiación de los medios de producción por ky— de superar el capitalismo y abrir el camino a la construcción de
los trabajadores. En la visión, en fin, de Kautsky, la instauración del una sociedad socialista; su aceptación del mercado estaría supedita­
socialismo sólo podía ser el resultado de una pausada evolución a da, entonces, a una paulatina transformación de éste que abocaría en
partir del capitalismo y de muchas de las instituciones propias de éste. 1;\ antes mencionada apropiación de los medios de producción por
2. La socialdemocracia se basa en la reivindicación de un orden los triibajadores. Como es fácil comprender, la primera de las pers-
político que acepta los principios propios del Estado de derecho y [H't íiv.is do análisis identifica un alejamiento, con respecto a las ideas
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defendidas por M arx, mucho mayor que el que se vislumbra en la elementos que poco tienen de novedoso; por un lado, una adapta­
segunda. ción del esquema determinista de M arx a las condiciones de un país
3. En 1889 surgió la II Internacional, a la que se sumaron tanto singular, Rusia, y, por el otro, el despliegue de fórmulas «jacobinas»
formaciones políticas de cariz socialista democrático como otras más que convierten en agente decisivo a un reducido y jerarquizado gru­
radicales. La ruptura entre unas y otras tuvo un momento decisivo en po de revolucionarios impregnado de una radical confianza en su
la Revolución rusa de 1917, que a la postre se tradujo en la creación visión de la historia. En este marco es difícil identificar genuinas
de una III Internacional, visiblemente hostil a los principios hasta en­ novedades conceptuales en la obra de Lenin, o en las de sus seguido­
tonces defendidos por la socialdemocracia. Estos se habían extendido res, de tal suerte que el análisis del proceso revolucionario ruso, tan
con rapidez, sin embargo, en los dos decenios anteriores, al amparo interesante para el historiador, no lo es tanto, en cambio, para el
de la presencia de partidos socialdemócratas en muchos de los Parla­ estudioso de las teorías políticas.
mentos de los países de la Europa occidental. Otro signo visible del 1. Como ya hemos apuntado, Lenin procuró llevar a la práctica,
auge de la socialdemocracia había sido su progresiva vinculación con a rajatabla, muchas de las concepciones de M arx. Impregnado de la
los sindicatos, bien ilustrada por la estrecha relación que desde siem­ visión determinista que se hace valer en buena parte de la obra mar­
pre mostraron los sindicatos británicos y el Partido Laborista. xiana, interpretó que la tarea prioritaria en un país atrasado —como
Pero hubo que aguardar hasta después de la segunda guerra era Rusia, un escenario que M arx no consideraba adecuado para una
mundial para que los partidos socialdemócratas alcanzasen su máxi­ revolución socialista— consistía en asumir un ambicioso proceso de
mo predicamento, fundamentalmente —de nuevo— en la Europa «ingeniería» política, económica y social; ese proceso debía encami­
occidental. Durante períodos más o menos prolongados, han ejerci­ narse a acelerar el «desarrollo de las fuerzas productivas» con la vista
do el gobierno en sus respectivos países el Partido Socialdemócrata puesta en generar la base material para una posterior transición al
alemán, el ya citado Partido Laborista británico, el Partido Socialis­ socialismo. En los hechos Lenin apostó, a partir de 1917, por la cons­
ta francés, el Partido Socialdemócrata sueco y el Partido Socialista trucción de una especie de «capitalismo de Estado» y colocó a la
Obrero español. Todos ellos han asumido una progresiva ruptura cabeza del proceso a un partido férreamente organizado y jerarqui­
con el «marxismo» como fundamento ideológico; la decisión más zado. La supeditación de todo a un objetivo central de cariz funda­
significativa al respecto fue, sin duda, la adoptada en 1959 por el mentalmente económico arrinconó cualquier veleidad democrática:
Partido Socialdemócrata alemán en su congreso de Bad Godesberg. no sólo fueron ilegalizados los partidos «burgueses», sino que otro
Todos han mantenido, también, relaciones sólidas, como anticipá­ tanto sucedió con las formaciones políticas de la izquierda y con las
bamos unas líneas más arriba, con sindicatos de cariz socialdemó­ propias organizaciones que el «proletariado» —el supuesto, y mino­
crata. Enmarcados, en suma, en la llamada internacional Socialista, ritario, protagonista de todo el proceso— había puesto en pie.
todos han defendido, con mayor o menor éxito, la gestación y con­ Aunque es dudoso que tomas de posición como las anteriores
solidación de fórmulas propias del Estado del bienestar. A finales encuentren justificación en la obra de M arx, hay que convenir que
del siglo X X es indiscutible que la socialdemocracia, aun con graves Lenin asumió como propias las críticas que a lo largo de la mayor
problemas de identidad, configura una de las grandes corrientes parte de sus trabajos realizó M arx de la socialdemocracia y del anar­
políticas que operan en el mundo desarrollado. quismo: rechazó, frente a la socialdemocracia, cualquier inclinación
reformista, y defendió, frente al anarquismo, la necesidad de un «Es­
4. El len in ism o tado de transición». Signo de la voluntad de diferenciarse de esas
visiones competidoras fue la decisión de crear, en 1919, una III In­
Llamaremos «leninismo» a la concepción teórica que inspiró, en ternacional. Esto aparte, para distinguirse de los socialdemócratas,
Rusia, la revolución bolchevique de 1917, y consideraremos que los que a menudo habían pasado a llamarse a sí mismos «socialistas», los
«regímenes de tipo soviético» han estado vinculados, en mayor o bolcheviques acabaron por aceptar de buen grado que se les deno­
menor medida, con las ideas de Lenin (1870-1924). Desde el punto minase «comunistas».
de vista de lateoría política, el leninismo exhibe, de cualquier modo, 2. 1iay que ser, como mínimo, cautelosos, a la hora de estable-
escasa relevancia, en la medida en que se configura en lorno a dos cí r una iiifinifitiuión, evidentemente difícil, entre el pensamiento

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RUPTURAS Y CR ÍT IC A S AL ESTADO LIBERAL
CARLO S TAIBO

de M arx y la revolución soviética. Conviene que recordemos, sin ir 5. El anarquism o


más lejos, que los regímenes derivados de la revolución bolchevique
a duras penas se ajustan a las concepciones de M arx. En ellos des­ El adjetivo «anárquico» exhibe entre nosotros un matiz despectivo y
puntó pronto un grupo humano separado —la burocracia— que un uso coloquial que poco tienen que ver con una visión de carácter
pasó a dirigir todos los procesos, y que en los hechos marginó a la ideológico o político. No podemos decir lo mismo, en cambio, del
población de cualquier capacidad de decisión, al tiempo que se ser­ adjetivo «anarquista» y de su casi sinónimo «libertario», que remite
vía de fórmulas —así, la que invocaba la «propiedad pública de los directamente a una concepción ideológica y a un conjunto de movi­
medios de producción»— que, nada igualitarias, ocultaban su domi­ mientos de perfiles más o menos claros: en este sentido el anarquis­
nación. Los regímenes resultantes permitieron un notable desarro­ mo no es en modo alguno una reivindicación del desorden, sino una
llo económico que exhibió, sin embargo, un sinfín de irracionalida­ visión del mundo que sostiene que las sociedades humanas se pue­
des y que no abrió el camino, como se esperaba, a una genuina den y deben organizar sin necesidad de recurrir a formas coactivas
«transición al socialismo». El carácter nada democrático de los siste­ de autoridad. Semejante visión tuvo acaso su primera plasmación
mas políticos contribuyó a ratificar semejante estado de cosas. escrita en la obra del inglés W illiam Godwin (1756-1836), a finales
3. Con diferentes modulaciones, la realidad que acabamos de del siglo XVIII, y recibió específicamente el nombre de anarquismo
describir de forma somera se hizo notar tanto en la URSS como, a en los libros del francés Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865).
partir de 1945, en sus aliados en la Europa central y balcánica (la 1. Ya hemos señalado que un rasgo central de todas las corrien­
RDA, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria) y en tes del pensamiento anarquista es el rechazo de las formas de auto­
varios países del Tercer Mundo (China, Corea del Norte, Vietnam y ridad basadas en la coacción, y ello en todos los ámbitos: en el polí­
Cuba, entre otros). La agudísima crisis que, en todos los órdenes, tico —el Estado y sus aparatos—, en el ideológico —las religiones,
padeció la Unión Soviética a partir de la década de 1970 abocó en su por ejemplo— o en el económico —de resultas de la división en
desaparición como Estado tras un fallido proyecto de reforma, la clases—. Lo anterior quiere decir que los anarquistas no rechazan,
perestroika, en 1991. Poco antes, a finales de 1989, habían caído los sin embargo, las formas de «autoridad» que, como la ejercida por un
regímenes de tipo soviético existentes en la Europa central y balcá­ médico, no implican el concurso de la coacción.
nica. Estos acontecimientos tuvieron efectos muy claros, por lo de­ De todos los objetos de rechazo mencionados el principal es, sin
más, sobre muchos partidos comunistas que, en particular en el duda, el Estado, en el que los anarquistas aprecian la doble condi­
mundo occidental, se habían mostrado más o menos próximos a la ción identificada por M arx: si unas veces es una instancia al servicio
experiencia soviética. de un grupo humano parasitario, en otras está subordinado a los
La desaparición del «bloque del Este» ha provocado cambios intereses de la clase dominante. El rechazo del Estado se extiende al
sustanciales, de efectos no fácilmente evaluables, en el panorama grueso de las fórmulas políticas que permiten su preservación, y en
internacional. Entre los debates todavía pendientes de resolución se lugar singular a las elecciones; éstas no son sino una farsa encamina­
cuenta el de la causa de fondo del fracaso de los regímenes que nos da a ratificar la situación de desigualdad que caracteriza todos los
ocupan: si estribó en la decisión de acometer una ambiciosa «inge­ órdenes regidos por el Estado. Frente a ello, los pensadores anar­
niería» que alteraba procesos presuntamente «naturales», o si con­ quistas reclaman una autoorganización de la sociedad que, en virtud
sistió en defectos en la fo r m a de la ingeniería adoptada. En un plano de fórmulas no coactivas y merced a una educación que permita
parecido se discute en qué medida las visiones, a menudo complejas, generar un hombre nuevo y solidario, garantice el máximo posible
insertas en la obra de M arx se han visto refutadas por la realidad, de libertad individual.
poco afortunada, de los regímenes de tipo soviético. Se debate tam­ La reivindicación paralela de la espontaneidad de las masas y
bién, en fin, en qué medida esos regímenes merecían el calificativo de formas asamblearias de organización distingue con claridad a los
de «comunistas» y en qué medida su desaparición lo ha sido, tam­ anarquistas de otras corrientes del pensamiento socialista. Así,
bién, de la propia idea comunista. los anarquistas rechazan la necesidad de un Estado de transición
como el reivindicado por M arx, cuestionan radicalmente las fór­
mulas coactivas y estatalistas que han caracterizado el proyecto le-

92
I
RUPTURAS Y CRÍTICAS AL ESTADO LIBERAL
CARLO S TAIBO

tizarán la autogestión generalizada. Bien entendido, este proceso


ninista y critican con dureza la visión socialdemócrata, en la que no
sólo podrá abrirse camino en virtud de la libre decisión de los tra­
aprecian sino un mero intento de gestionar el capitalismo y sus
bajadores, y no de resultas de las imposiciones de una vanguardia o
aberraciones. Frente a todo ello, siguen reclamando la autoorgani-
de las decisiones de quienes dirigen el Estado. Próximas a esta ver­
zación de los trabajadores y la rápida abolición de todas las formas
sión colectivista/comunista han estado algunas corrientes libertari-
de opresión. En el trasfondo de la mayoría de las corrientes del
zantes del marxismo, como es el caso del «luxemburguismo» o del
anarquismo se encuentra, por lo demás, un rechazo del determinis­
«consejismo», el primero vinculado con las ideas de Rosa Luxem-
mo histórico marxiano y, al menos en las formulaciones que vieron
burg (1871-1919) y el segundo con la reivindicación de los llama­
la luz en el siglo xix, una ampliación del sujeto llamado a realizar la
dos «consejos obreros».
revolución: si para M arx ese sujeto era, casi en exclusiva, el prole­
3. Son varios los hitos significativos en la historia del anarquis­
tariado, los anarquistas identificaban una amalgama más heterogé­
mo. El primero de ellos lo ofrece, probablemente, la confrontación,
nea, en la que debían darse cita —junto a los proletarios— los
en el seno de la I Internacional, entre Bakunin y M arx; en ella se
artesanos, los campesinos y los grupos más desheredados de la so­
revelaron, de forma enconada, las distintas visiones que uno y otro
ciedad.
defendían en relación con el problema del Estado. A caballo entre
2. Dentro del pensamiento libertario es menester trazar una
los siglos X IX y X X se pusieron de manifiesto, por otra parte, las
distinción previa entre su versión «individualista» y sus versiones
discrepancias que entre los propios anarquistas existían en lo que
«socialistas». Aunque muchos anarquistas rechazan, por estimarla
atañe a los métodos que debían guiar la transformación revolucio­
contradictoria, la existencia de un «anarquismo individualista», con­
naria. Mientras unas corrientes subrayaban el papel decisivo de la
viene recordar que desde principios del siglo xix no han faltado los
educación, reivindicaban la «desobediencia civil» y optaban por fór­
teóricos empeñados en garantizar al ser humano, considerado de
mulas no violentas, otras defendían abiertamente el uso del terror
forma individual, una esfera propia en la cual ningún poder exter­
contra las clases pudientes y sus servidores, en lo que se dio en
no pudiese penetrar. Ese fue el caso, por ejemplo, del filósofo ale­
llamar la «propaganda por el hecho»; si la obra del escritor ruso
mán Max Stirner (1806-1856). Una huella, bien que lejana y trans­
Lev Tolstoi (1828-1910) refleja la primera posición, las acciones
formada, de ese tipo de posiciones se puede percibir hoy en el
del anarquista francés Ravachol ilustran a la perfección el vigor de
llamado «libertarianismo», una corriente del pensamiento liberal-
la segunda.
conservador que, en países como los Estados Unidos, reclama la
Las críticas que los anarquistas realizaron, en el decenio de 1920,
desaparición del Estado y de todas sus regulaciones en beneficio de
del proceso revolucionario ruso apenas tuvieron eco, y ello aun
la iniciativa privada y de la libre competencia.
cuando las organizaciones libertarias habían alcanzado por aquel
Pero, al margen de lo anterior, la mayoría de las corrientes del
entonces cierto relieve merced al anarcosindicalismo. Este último
pensamiento anarquista tienen un indisputable carácter socialista,
era un intento de adaptación del anarquismo a las exigencias del
aun cuando exhiban diferencias a menudo notables. A este respecto
medio laboral. La Confederación General del Trabajo (CGT) fran­
pueden distinguirse dos grandes escuelas. La primera, que califica­
cesa hasta la primera guerra mundial, y de manera más consistente
remos de «mutuaiista», tiene un carácter más moderado y encuentra
la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) española —el sindi­
buen reflejo en Proudhon; para éste cada individuo debe poseer, de
cato más importante existente en España hasta la guerra civil de
manera privada o colectiva, sus propios medios de trabajo, en un
1936-1939—, fueron las dos principales organizaciones anarcosin­
escenario en el que se habrán hecho desaparecer todas aquellas for­
dicalistas.
mas de relación económica que no respondan a criterios éticos.
Aunque hoy en día el peso del anarquismo y sus organizaciones
La segunda gran escuela la configuran los anarquistas colecti­
es muy reducido, su influencia ideológica se antoja más que notable.
vistas o comunistas, entre quienes se contaron M ijaíl Bakunin
I'.su influencia se hace valer, sobre todo, en los llamados «nuevos
(1814-1876) y Piotr Kropotkin (1842-1921). Conforme a esta vi­
movimientos .sociales»: muchas de las visiones del ecologismo, el
sión, deberá procederse a la abolición de la propiedad privada y a
|iiKÍÍism(» y el feminismo contemporáneos serían difícilmente expli-
su sustitución por fórmulas —organizaciones voluntarias de traba­
I alilf s sin el u.scentlientc anarquista, que ha dejado su huella también
jadores, comunas— que, sobre la base de un modelo federal, garan
CARLO S TAIBO r u p t u r a s y c r i t i c a s AL ESTADO LIBERAL

en otras formas de revuelta juvenil-estudiantil —el «mayo francés» incluso, y bien que con cautelas mayores, para identificar a algunas
de 1968 acarreó un renacimiento de fórmulas libertarias— o, en un fórmulas políticas posteriores.
plano más general, en diferentes corrientes de pensamiento que otor­
gan a la descentralización, en todos los órdenes, un papel decisivo. 1. Los rasgos id e o ló g ic o s

No todos los regímenes fascistas han exhibido los mismos rasgos


II. LOS F A SC ISM O S ideológicos. Esto aparte, la elaboración teórica de los movimientos
correspondientes —a menudo impregnados por un claro anti-inte-
«Fascismo», en singular, es el nombre que se dio un régimen, el enca­ lectualismo— fue comúnmente baja, y en cualquier caso muy infe­
bezado por Mussolini, que imperó en Italia entre las dos guerras rior a la verificada en el ámbito del pensamiento liberal o de las
mundiales. El mismo término, en plural, ha adquirido un uso muy diferentes corrientes del socialismo. Aun así, son varios los rasgos
extenso pero cargado de problemas. Por lo pronto, algunos especia­ que podemos considerar definitorios de los fascismos.
listas estiman que debe rechazarse el empleo de tal plural, toda vez 1. Algunas de las concepciones ideológicas propias de los fascis­
que no ha habido más fascismo que el italiano. Otros, en cambio, se mos hunden sus raíces en el pensamiento legitimista y conservador
han servido del término «fascismos» para dar cuenta, sin mayores que cobró alas en el siglo xix. Varias ideas son compartidas, en los
preocupaciones, de un sinfín de «regímenes no democráticos de de­ hechos, por unos y otros. Así, y al igual que legitimistas y conserva­
recha» que exhiben, sin embargo, notorias diferencias entre sí. dores, el fascismo contesta la conveniencia de construir una socie­
El hecho de que se hayan manifestado interpretaciones tan dis­ dad sobre la base de principios racionales: el poder es algo que está
tintas, antes que reflejar la complejidad del fenómeno, lo que remite en la naturaleza de las cosas y que como tal debe ser aceptado. Tam­
es a una enorme diversidad en los enfoques ideológicos. Varios pro­ bién la desigualdad se halla inserta en la naturaleza y, en consecuen­
blemas adicionales se han cruzado, además, de por medio. Uno de cia, los intentos de acabar con ella, o simplemente de limitarla, están
ellos tiene una dimensión lingüística: la palabra «fascismo» no apor­ abocados al fracaso. La autoridad constituye, en fin, el principal
ta ninguna idea relativa a su sentido político (no sucede lo mismo fundamento del orden político, al tiempo que la fe debe considerar­
con términos como «liberalismo», «conservadurismo», «socialismo» se la más importante fórmula de conocimiento.
o «comunismo», que inmediatamente suscitan una imagen de su sig­ 2. Pero la irrupción de los fascismos conlleva algunos cambios
nificado). Otro problema presenta un cariz histórico: en la mayoría de relieve con respecto a las concepciones del pensamiento legiti­
de los casos el período de manifestación de los regímenes que co­ mista y conservador. Por lo pronto, en los fascismos hay un visible
múnmente se entienden por fascistas fue muy breve, circunstancia intento de adaptación a las exigencias de una sociedad más comple­
que dificulta la consolidación de una visión cabal de los mismos. ja, como es la derivada de las revoluciones industriales y del parejo
Citemos, en fin, que no deja de ser paradójico que el fascismo italia­ proceso de urbanización. Ello no sucede así, en cambio, en el pensa­
no haya acabado por prestar su nombre a un sinfín de fórmulas miento tradicionalista propio del siglo xix, en cuyo cimiento inte­
entre las que se cuenta el nacionalsocialismo alemán, un régimen en lectual está un rechazo ante la perspectiva de desarrollo de ese tipo
el que todos los especialistas convienen en reconocer la más clara de sociedad.
manifestación del fenómeno político que nos ocupa: al respecto fue En segundo lugar, pese a que genéricamente los fascismos se
vital el hecho de que el movimiento mussoliniano llegase al poder sustentan en una crítica radical de elementos centrales del pensa­
más de un decenio antes que el nacionalsocialismo y procediese, en miento ilustrado, y con él del liberalismo, no por ello dejan de in­
paralelo, a la primera elaboración teórica al respecto. corporar algunas de las ideas matrices de aquéllos. Valga como ejem­
Los modelos configurados en la Italia de Mussolini y en la Ale­ plo el énfasis depositado en la importancia del concepto de nación.
mania de Hitler son, de cualquier modo, las fórmulas más acabadas En tercer término, en suma, hay un aspecto decisivo que distin­
de lo que aquí entenderemos por «fascismos». Consideraremos que gue a los fascismos tanto del pensamiento tradicionalista del xix como
este término puede utilizarse también, sin embargo, para designar a ili' inucbas de las corrientes liberales coetáneas: en los fascismos se
otros regímenes que vieron la luz en el período de cntrcgucrras, c 1 fi.l.uii .1 l;i iificsitlad de «cambiar al hombre», de generar un hombre

‘>í>
RUPTURAS Y CRÍTICAS AL ESTADO LIBERAL
CARLO S TAI BO

nuevo, de devolverle, entre otras cosas, las virtudes derivadas de su mo que nos ocupa la ofreció la manifestación de un imperialismo
supuesta condición biológica y racial. En este ámbito se hacen valer, expansionista con efectos fácilmente identificables en los casos de
por un lado, una reivindicación de la subjetividad y de la fuerza, y, Alemania e Italia; esa búsqueda de una expansión exterior tenía tam­
por el otro, un discurso antirracionalista, que obligan a distinguir a bién —no debe olvidarse —una doble dimensión de militarización y
los fascismos de muchas de las formulaciones de la derecha conser­ de reunificación cohesiva de la sociedad en torno a un proyecto
vadora, claramente impregnadas por principios religiosos y tradicio- común.
nalistas. Buena parte de la derecha conservadora, por lo demás, no 4. En el núcleo ideológico de los fascismos hay, también, una
había roto amarras con el orden político liberal, de tal suerte que crítica virulenta de muchos de los elementos vertebradores del so­
aceptaba, no sin titubeos, el entorno marcado por las elecciones y la cialismo. Esa crítica rechazaba, ante todo, la idea de que la igualdad
representación parlamentaria. Es cierto, con todo, que los seaores era un principio saludable: ya hemos señalado que conforme a la
más radicalizados de esa derecha se situaban próximos al terreno que visión imperante en los fascismos, la igualdad no está inserta en la
acabaría siendo ocupado por los movimientos fascistas. naturaleza de las cosas, de tal suerte que debe preservarse, muy al
3. La confrontación con el pensamiento liberal constituye, sin contrario, la desigualdad imperante. Una segunda crítica al socialis­
duda, un punto central de vertebración de los fascismos. Esa confron­ mo identificaba en éste una absurda idealización de los efectos de
tación asoma a través de varios elementos. El primero lo configura «la democracia» y rechazaba, en particular, la defensa que muchas
un rechazo de la primacía de los intereses individuales: éstos deben de las corrientes socialistas habían hecho del sufragio universal y de
subordinarse al Estado, o en su caso a la comunidad trenzada en torno las virtudes de la democracia parlamentaria. En último término, los
a conceptos como los de raza y nación. En este mismo marco, la vida fascismos reprobaban el carácter racionalista de los principios del
privada de los individuos, tan celosamente defendida en el pensa­ socialismo, a los que oponían un discurso irracional y, en alguna de
miento liberal, poco menos que desaparece, sometida a la supervi­ sus dimensiones, genuinamente aristocrático.
sión y al capricho de un Estado a cuyo control nada debe escapar. 5. Más allá de todo lo anterior, conviene dar cuenta de cuál es la
El interés general, en segundo lugar, no se determina en virtud visión de la sociedad, y del orden social, propia de los fascismos.
del diálogo entre los individuos, sino que viene impuesto, desde Según esa visión, el objetivo debe estribar, ante todo, en conseguir
arriba, por el criterio de un jefe. El poder de éste, lejos de ser un mal un orden social caracterizado por la armonía y por la supeditación
que hay que limitar, se convierte en un elemento positivo que recla­ de todos los intereses privados e individuales a las necesidades del
ma una permanente exaltación. Tampoco son los propietarios indi­ Estado, de la nación o de la patria. Las exigencias de esa armonía
viduales quienes están llamados, como sugiere el pensamiento libe­ son, por lo demás, sencillas de reseñar: una plena uniformidad que
ral, a delimitar el funcionamiento de la economía a través de la libre acabe con cualquier veleidad pluralista, y la paralela supresión —en
competencia: las reglas del juego económico debe establecerlas el todos los planos, pero singularmente en el de las relaciones entre las
jefe mencionado, de tal suerte que en modo alguno puede descartar­ clases— de los conflictos.
se una amplia intervención del Estado en la economía. La supresión de los conflictos no debía ser el resultado, sin em­
El papel, por otra parte, que desempeña el nacionalismo es ma­ bargo, de una acción sobre sus causas, sino que más bien había de
yor que el comúnmente reservado a éste en el pensamiento liberal. asentarse en una simple congelación del estado de cosas del momen­
Todos los movimientos fascistas se asientan en una clara reivindica­ to: los desajustes sociales o la desigualdad estaban llamados a
ción de una especificidad nacional: en ellos se produjo la fusión pervivir por cuanto se hallaban insertos en el orden natural de los
entre un sustrato nacionalista —que aportaba ideas, muy anteriores, hechos. En este esquema desempeñaba un papel decisivo la discipli­
relativas a eventuales superioridades «raciales» o a proyectos expan- na; los intereses de los individuos y de los grupos debían sacrificarse
sionistas— y las nuevas ideas que el fascismo aportaba. La perviven- en provecho de los del Estado, la nación o la patria, organizados
cia de enfoques claramente nacionalistas dificultó a la postre, de según una férrea y vertical estructura supeditada a los designios del
forma indirecta, la plasmación de solidaridades y alianzas interna­ jt-ío. Pero desempeñaba también un papel notabilísimo la propagan­
cionales, y alentó, por el contrario, la mutua desconfianza cntic los da: los rcf’.ímcnes fascistas se dotaron de formidables aparatos cuyo
regímenes fascistas. La mejor demostración dcl vigor dcl luicioii.Uis iibjrtivi) no era otro que cnsal/.ar la figura del líder y reforzar la
CARLOS TAIBO RUPTURAS Y CRITICAS AL ESTADO LIBERAL

identificación, en su persona, de condiciones extraordinarias el extensión del desempleo en el marco de una crisis económica muy
carisma— que en última instancia explicaban la obediencia ciega aguda. El auge del movimiento dirigido por Mussolini mucho tuvo
que se exigía a la población. No es preciso agregar, probablemente, que ver, también, con la división exhibida por las organizaciones de
que en este marco —y como el propio sentido del término lo sugie­ izquierda. Por lo que a Alemania se refiere, hay que hacer mención,
re_la propaganda no era en modo alguno un instrumento de diá­ en lugar central, de la frustración producida por la derrota en la
logo, sino el cauce, unilateral, a través del cual llegaban a la pobla­ guerra y por el contenido del tratado de Versalles. A ese hecho se
ción las consignas, de obligado seguimiento, emitidas por el jefe. A sumó, al igual que en Italia, una profunda crisis económica pronto
los efectos de la propaganda, y en un terreno parecido, se sumaron traducida en una extensión del desempleo y en una agudización de
los de una permanente escenificación de rituales —entre ellos, en las tensiones sociales. Por añadidura, se hizo sentir el peso de una
lugar singular, concentraciones de masas— cargados de simbolismo. tradición autoritaria que, de hondo arraigo, marcó la vida política
Esos rituales remitían, de manera evidente, a un esfuerzo de perma­ alemana de la década de 1920 (durante la llamada «república de
nente movilización de la población, obligada a plegarse en todo W eimar»); las fuerzas democráticas, y una izquierda de nuevo divi­
momento a los designios del jefe. dida, apenas supieron ejercer de contrapeso.
Otro aspecto vertebrador de los fascismos fue, en fin, el decisivo 2. Por lo demás, los modelos italiano y alemán exhibieron signi­
papel atribuido a la violencia, en el marco de una visión manifiesta­ ficativas diferencias. En Italia el riesgo de una confrontación entre el
mente masculina de las relaciones humanas. Si los designios del jefe movimiento fascista y la burocracia estatal previamente existente
eran inapelables, nada más lógico que reprimir a quienes manifesta­ era reducido, por efecto ante todo de la extrema debilidad de la
ban su oposición. La propia concepción de un poder totalitario, que segunda. La tarea de Mussolini consistió, precisamente, en moldear
lo alcanzaba todo y que nada dejaba fuera de su alcance, enlazaba a un Estado que, producto de una unificación tardía, exhibía escasa
la perfección con la defensa de la violencia como elemento central fortaleza. En este sentido, la idolatrización del Estado condujo a la
en la organización de la sociedad. configuración de una entidad que, fundida con el propio movimien­
to fascista, en cierto sentido actuaba de contrapeso y sometía a éste
2. La p rá ctica histórica a algunas limitaciones. Así las cosas, no faltan autores que califican
de meramente «autoritario» al régimen fascista italiano. No olvide­
En el caso de los fascismos, y esto es importante recordarlo, la prác­ mos, por ejemplo, que la figura de Mussolini no encabezaba formal­
tica histórica cobró cuerpo estrechamente entrelazada con la teoría. mente el Estado, tarea que correspondía al rey, que las grandes em­
Adolf Hitler (1889-1945) y Benito Mussolini (1883-1945) teoriza­ presas y las fuerzas armadas disfrutaban de cierta autonomía y, en
ron sobre el contenido político de los movimientos y regímenes que fin, y como ya hemos señalado, que el propio partido fascista acató
ellos mismos dirigían. Aunque ello no quiere decir, en modo algu­ algunas reglas del juego vinculadas a un Estado con el que se vio
no, que de su parte hubiese una asunción lúcida de la realidad de obligado a transigir.
esos movimientos y regímenes, los problemas que se manifestaron En Alemania el Estado exhibía, por el contrario, mayor fortale­
presentaban una dimensión diferente de los que se han hecho valer, za, de tal suerte que en su seno se hizo valer una innegable resisten­
por citar un ejemplo, a la hora de analizar la relación entre la obra cia al nacionalsocialismo. A diferencia de Italia, no se produjo una
de M arx y el proceso revolucionario acometido, muchos años des­ «fusión» entre el Estado y el partido nacionalsocialista (nazi), y la
pués, en Rusia. relación entre ambos fue a menudo confusa. No faltaron ejemplos
1. Ya hemos apuntado que fue en dos Estados europeos, Italia y lie cómo el partido nazi se guiaba por normas propias distintas, cuan­
Alemania, donde el fascismo adquirió su mayor peso. Conviene re­ do no opuestas, a las instituidas por el Estado, en un escenario ca­
cordar someramente, sin embargo, que las condiciones de partida racterizado, como es fácil comprender, por una extrema arbitrarie-
de cada uno de ellos eran diferentes. En el caso de Italia, país que d;kl. Conviene recordar, sin embargo, que el hecho de que el ascenso
acabó la primera guerra mundial entre los vencedores, buena parte a\ poder del partido nazi se produjese de manera más lenta que la
de la opinión pública mostraba, pese a ello, un claro descontento. iipt riula cu el caso del fascismo italiano obligó al primero a realizar,
La desmovilización de las unidades militares se sumó a una notable .\\ lufiios a principios de los años treinta, numerosos esfuerzos de

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RUPTURAS Y CR IT IC A S AL ESTADO LIBERAL
C ARLO S TAIBO

adaptación y de negociación con los representantes de la derecha que despuntaron en Brasil, México o Argentina—, y en otros por­
tradicional alemana, con el gran capital o con las fuerzas armadas. que la realidad en la que se imbricaron era muy diferente de la de los
La necesidad, por lo demás, de ganarse al electorado hizo que el fascismos europeos de entreguerras —así, algunas de las manifesta­
partido nazi asumiese en esos años una relativa moderación y llega­ ciones del régimen surafricano del apartheid, la Libia de Gaddafi o
se a enunciar compromisos expresos de respeto de la legalidad. Al determinados regímenes militares en el Africa subsahariana.
menos en ese período hubo cierta semejanza entre las situaciones 4. Hay que hacer mención, en fin, de la pervivencia del fenóme­
italiana y alemana. De resultas de las diferencias reseñadas, Hitler no fascista a través de lo que se ha dado en llamar «neofascismo».
—beneficiado por la extrema ambigüedad del entorno legal— ad­ Desde la década de 1980 han empezado a proliferar, sobre todo en
quirió un poder innegablemente mayor que el alcanzado por Mus­ Europa, movimientos que, por lo general formados por gentes muy
solini. Esto aparte, el tipo de culto, extremo, al jefe que se hizo valer jóvenes, se autocalifican de fascistas o de nazis y parecen empeñados
en Alemania a duras penas tuvo parangón en la Italia mussoliniana. en recuperar muchos de los símbolos del pasado. M uy débiles, esos
3. Contemporáneos del fascismo italiano y del nacionalsocialis: movimientos no siempre son fáciles de distinguir de algunas de las
mo alemán fueron otros movimientos más o menos relacionados formaciones políticas de la «derecha radical». Esta última, con un
con ellos. Así, en el norte europeo —Reino Unido, Irlanda, Bélgica, discurso nacionalista que en ocasiones incorpora elementos tradi-
Noruega o Finlandia— vieron la luz movimientos que, muy débiles, cionalistas y que a menudo defiende fórmulas manifiestamente ra­
se manifestaron en confusas amalgamas con la derecha tradicional; cistas, ha cobrado un innegable vigor al amparo de sus relativos éxi­
a la lista hay que añadir el nombre de Francia, país en el que surgie­ tos electorales en países como Francia —el Frente Nacional de Le
ron la mayoría de las ideas que después se convirtieron en núcleo Pen—, Alemania —el Partido Republicano—, Italia —la Alianza
ideológico inspirador de muchos regímenes fascistas. En la Europa Nacional— o Rusia —el Partido Liberal Democrático de Yirinovski.
oriental —Hungría, Rumania, Croacia— se hizo visible, entre tan­
to, la influencia ideológica del nacionalsocialismo alemán, a menu­
III. T O T A L IT A R IS M O Y A U T O R IT A R ISM O
do vinculada con la presencia de un antisemitismo de hondo arrai­
go. La propia Croacia, pero también Austria, Eslovaquia, Noruega o
Rumania, fueron escenario, por lo demás, de la implantación de l '.l Último epígrafe de este capítulo lo dedicaremos a examinar muy
regímenes producto de la ocupacion militar alemana en los años someramente una cuestión compleja, como es la vinculada con los
anteriores a la segunda guerra mundial o en el transcurso de ésta. términos «totalitarismo» y «autoritarismo». Vaya por delante que
Por lo que a España se refiere, han sido agrias las disputas sobre estos términos, muy polémicos, han sido interpretados a menudo de
la calificación que merecía, en particular. Falange Española; aunque forma muy distinta. Recordemos, por ejemplo, que el término «to­
eran evidentes sus vínculos, de todo tipo, con el fascismo italiano, talitarismo» tuvo alguna presencia en las propias teorizaciones que
había algunas diferencias —así, el peso de una concepción espiritua­ los regímenes fascistas realizaron sobre sí mismos. Su éxito llegó, sin
lista y religiosa, la desconfianza con respecto a las élites existentes, embargo, más tarde, cuando, una vez concluida la segunda guerra
cierto tono de exaltación de la vida agraria y de rechazo de la indus­ mundial, vieron la luz numerosos análisis sobre ese tipo de regíme­
tria y sus aparentes progresos— con respecto a aquél. Algo parecido nes. Pero no puede olvidarse tampoco que, de manera casi simultá­
puede decirse de las corrientes políticas que, de base más bien tradi- nea, aparecían los primeros estudios que utilizaban el término «tota­
cionalista, propiciaron en Portugal la aparición del Estado n o v o en­ litarismo» para referirse tanto a la Alemania hitleriana como a la
líKSS estaliniana, en un intento de situar, bajo un mismo concepto,
cabezado por Salazar.
No han faltado tampoco, en fin, las disputas relativas a la condi­ .1 «dictaduras» que hasta entonces habían pasado por ser extremada-
ción de algunos regímenes que vieron la luz lejos del continente im-iite diferentes.
europeo. Su consideración como fascistas plantea muchos proble­ 1. De manera más reciente, y al calor de las «transiciones políti-
mas, en unos casos por tratarse de regímenes que se ajustan más bien i.is» operadas en América Latina y en la Europa mediterránea, los
a lo que en el siguiente epígrafe entenderemos por autoritarisnio t nnu-pttts de «totalitarismo» y «autoritarismo» han reaparecido con
—el Japón aliado de Alemania e Italia; algunas fórmulas políTica.s ■.Hip.ul.u vi|^t>r. V.n las líneas que siguen sólo nos ocuparemos del uso

o;
RUPTURAS Y c r í t i c a s AL ESTADO LIBERAL
CARLO S TAIBO

cargada de ambigüedades. El grado de control ejercido por el Esta­


que comúnmente se hace de esos conceptos en el ámbito de los estu­ do resulta, en cuarto lugar, mucho menor que el que se manifiesta
dios sobre transiciones. en un régimen totalitario, circunstancia vinculada con otro hecho:
Son varios los rasgos que, tras acopiar los datos que aportan existe un ordenamiento legal que, aunque marcado por numerosas
distintas teorizaciones, podemos considerar definen el totalitaris­ arbitrariedades, obliga al régimen a ajustarse a algunas normas que
mo. El primero de ellos es la concentración del poder en un partido mitigan su dureza. El autoritarismo reclama, en fin, un grado de
_o en una élite —por lo común encabezado por un dirigente caris­ movilización y disciplinamiento populares sensiblemente inferior al
màtico. Consecuencia inmediata de lo anterior es, en segundo lugar, que demandan los regímenes totalitarios: poco más exige de la po­
la desaparición de todo tipo de pluralismo, acompañada de una visi­ blación que una especie de pasivo acatamiento.
ble jerarquización en todas las relaciones y de un manifiesto olvido
de la autoridad del derecho. En tercer lugar, en un régimen totahta-
rio nada escapa a la supervisión ejercida por el Estado o el Partido, BIBLIOGRAFIA
que acaba por abarcarlo t o d o bajo su mirada en un escenario marca­
do por un visible control policial y por la ausencia de trabas a la Águila, R. del (1992): «Los fascismos», en F. Vallespín (coord.), Historia
violencia estatal. En cuarto y último término, el totalitarismo impli­ de la teoría política, vol. 5 , Alianza, M adrid.
ca la formalización de una ideología que, sin competidores posibles, Arendt, H. (1982): Los orígenes del totalitarismo. 3. Totalitarismo, A lian­
no sólo se halla claramente delimitada, sino que suscita también una za, M adrid.
obediencia sin fisuras; en ello desempeñan un papel decisivo el ab­ Berger, C. (1977): Marx frente a Lenin, Zero, Bilbao.
Berlin, I. (1973): Karl Marx, A lianza, M adrid.
soluto control estatal de los medios de comunicación y un perma­ Carter, A. (1975): Teoría política del anarquismo. M onte Ávila, Caracas.
nente esfuerzo de movilización de la población en apoyo al régimen Cole, G. D. H. (1974): Historia del pensamiento socialista, FCE, M éxico.
totalitario. Crick, B. (1994): Socialismo, Alianza, M adrid.
2. Conforme a los estudios al uso, un régimen autoritario se Fernández, A. y Rodríguez, J . L. (1965): Fascismo y neofascismo. Arco,
abre camino cuando todos o algunos de los rasgos anteriores suavi­ M adrid.
zan su rigor, sin que por ello emerjan fórmulas democráticas y se Hernández Sandoica, E. (1992): Los fascismos europeos. Istmo, M adrid.
Horowitz, I. L. (1975): Los anarquistas, Alianza, M adrid.
restaure el imperio del derecho. La teorización de lo que, en este l.uhm ann, N. (1993): Teoría política del Estado de Bienestar, Alianza, M a­
sentido, se entiende por autoritarismo mucho debe a la obra de J. J. drid.
Linz, algunos de cuyos estudios se han dedicado a analizar un proce­ M oore, S. W . (1974): Crítica de la democracia capitalista. Siglo XXI, M a­
so concreto, el de la España franquista: así, si en los primeros años drid.
de su singladura —los inmediatamente posteriores a la guerra ci­ l’ayne, S. (1980): E l fascismo. A lianza, M adrid.
vil— el franquismo era un régimen totalitario, con el paso del tiem­ Vallespín, F. (coord.) (1993): Historia de la teoría política, vol. 4 , Alianza,
M adrid.
po fue suavizando muchos de sus perfiles, de tal suerte que, en la
visión de Linz, en los decenios de 1960 y 1970 se hizo merecedor
del calificadvo de autoritario.
Entre los rasgos del autoritarismo, y en la visión de Linz, hay
que hacer mención, en primer lu p r, de la existencia de un pluralis­
mo limitado: aunque nada asimilable a un pluralismo plenamente
democrático se hace valer, hay, sin embargo, cierto plurahsmo que
obliga a distinguir entre diferentes posiciones. De resultas, y en se­
gundo lugar, el «partido autoritario» no se encuentra ya perfecta­
mente organizado ni monopoliza el acceso al poder, toda vez que
una parte de la élite política carece de relación directa y, en su caso
no se identifica, con aquél. Un tercer rasgo definitorio es el relativo
«descafeinamiento» de la ideología oficial, que ahora se presenta

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