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Uno de los vértices sobre los que ha pivotado una parte de la polémica es la fractura que
presuntamente existiría, no ya entre unas obras y otras, sino en el seno del que sin duda
es el proyecto más consolidado de Marx: la crítica de la economía política. Nos
referimos a la división entre aquellos aspectos preeminentemente cualitativos y aquellos
con un carácter más cuantitativo; aquellos que se refieren al fetichismo de la mercancía
y aquellos que conciernen a las magnitudes propias de la teoría del valor-capital; los que
tienen su máxima expresión en la «crítica cultural» y los que acaban por derivar en una
suerte de «econometría marxista».
Nuestro propósito aquí será la revisión crítica de las perspectivas que se centran en los
primeros para relegar a un segundo plano o, directamente, negar los segundos. Más en
concreto, aspiramos a dilucidar las consecuencias que esta operación tiene sobre la
determinación de la clase obrera como sujeto revolucionario.
Las relaciones de valor cuantitativo son perturbadas por el monopolio; las relaciones de
valor cualitativo, no. Dicho en otras palabras, la existencia de monopolio en sí misma
no altera las relaciones sociales básicas de la producción de mercancías: la organización
de la producción a través del cambio privado de los productos individuales del trabajo1.
Sweezy, en realidad, lo que hace es explicitar abiertamente una idea que se encontraba
latente en una vasta y heterogénea corriente cuyo inicio podemos situar en la
publicación de dos obras claves para comprender del despliegue de la teoría marxista
desde los años veinte del siglo pasado hasta la actualidad: Historia y conciencia de
clase, de un joven Georg Lukács, y los Ensayos sobre la teoría marxista del valor, de
Isaac I. Rubin. Ambos autores, pese a las críticas que con justeza se les pueda realizar2,
podrían presumir de poner sobre la mesa la necesidad del estudio sistemático de la obra
marxiana y, más en particular, de su teoría del fetichismo de la mercancía. De allí nace
lo que es percibido como una potencialidad latente en toda la tradición de pensamiento
marxista: la posibilidad de, con la teoría del fetichismo (o alienación) como referencia o
fuente de inspiración, aprehender críticamente numerosos fenómenos presentes en la
vida cotidiana de la sociedad capitalista. Serán los teóricos de la llamada Escuela de
Fráncfort los más destacados representantes de una interpretación de la obra de Marx
que deja de lado preocupaciones como la tasa de ganancia o incluso la crisis para mirar
otros como el autoritarismo o la publicidad. Cabe señalar que también son ellos los más
destacados impulsores de aproximaciones que descartan las posibilidades
revolucionarios en una sociedad en la que imperan las apariencias envolventes y las
restricciones generalizadas.
2. Del repliegue al valor a la distorsión del sujeto revolucionario: Negri y
Holloway
No obstante, existen autores que apuntan en la dirección contraria, a saber, que no solo
se puede, sino que es necesario desarrollar la teoría marxista desde la óptica cualitativa,
aún a costa de desprenderse de algunas ideas propiamente marxianas. Entre ellos, por su
incidencia y relativa proximidad, merece la pena señalar al filósofo italiano Toni Negri
y al intelectual de origen irlandés John Holloway. Ambos parten de puntos similares
para alcanzar propuestas cercanas en lo que al sujeto se refiere. Veamos.
Si la retórica de Negri en ocasiones roza lo ambiguo9, Holloway opta por una no menos
vaga, aunque tal vez más artística, exposición de sus ideas. Arremete con fuerza contra
la «economía marxista» a la que imputa (acertadamente) el estudiar «leyes del
desarrollo capitalista», lo que (para él) supone asumir que «la subjetividad está
aplastada», «el fetichismo está completo» y «las relaciones sociales están realmente
reemplazadas por cosas»10. Frente a esta concepción del marxismo, apuesta por una que
penetre «la máscara para descubrir la fuerza de lo negado, nuestra fuerza», que sea
«crítica»11. Se trataría de descubrir que, en realidad, el capital requiere de nosotros para
su subsistencia y, por ello, «los desaparecidos, los invisibles, somos todopoderosos»12.
Nos aparece el mismo problema que en el caso anterior: ¿quién lo reproduce? O, más
bien, ¿quiénes somos nosotros? ¿Quién está abocado a acabar con el capitalismo? La
respuesta que Holloway nos brinda es llamativa: «en una sociedad fundada en el
antagonismo de clase, este antagonismo nos impregna totalmente, todos somos
autocontradictorios»13. Todas las personas estaríamos, al parecer, en condiciones de
decantarnos por el lado adecuado en esta pugna interna en la que vivimos. Dicho esto,
se apresura a aclarar que, para él, no se trata de buscar un «sujeto revolucionario puro»,
sino de «comenzar por nuestras contradicciones o limitaciones y la cuestión del cómo
resolverlas»; para lo que habría que promover «la destilación de la creatividad y el
impulso a la autodeterminación social»14.
Existe una pluralidad de autores que, aun manteniendo notorias desavenencias entre sí,
han venido a conformar una de las corrientes más sonadas del marxismo —al menos en
lo que a la academia se refiere—, nos referimos a la conocida «crítica del valor»
(conocida por su nombre en alemán, Wertkritik). Su propuesta consiste en apostar
abiertamente por un marxismo que tome como piedra angular los escritos sobre el
fetichismo de la mercancía frente a otro marxismo («sociologicista», «tradicional»,
«exotérico»…) que establezca las clases sociales y su lucha como elemento central.
Aunque esta propuesta no parece muy original (como ellos mismos reconocen,
encuentran precedentes claros, algunos mencionados más arriba, en la tradición
marxista), sus postulados sí destacan, y positivamente, en muchos aspectos: su claridad
expositiva; su reconocimiento del carácter históricamente específico de la obra de
Marx15, así como de la preeminencia de la aproximación lógica frente a la histórica16; su
rigurosa atención a la crítica de la economía política marxiana; su acercamiento a
problemáticas como la de la mujer en relación a la lógica del valor17; y, sobre todo, su
contundencia en relación a la problemática del sujeto. Por razones obvias, nos
centraremos en esto último.
Para ellos, la lucha de clases habría sido una forma en la que el capital habría impuesto,
a lo largo de un primer periodo de su historia, «su lógica formal y abstracta» frente a las
adversidades internas que encontraba; por lo que hoy, superado ese periodo, habría
«tocado su fin»18. Este cambio —que, hagámoslo notar, no se contenta con anunciar el
carácter trasnochado del análisis de clase, sino que lo reconfigura en su naturaleza como
una etapa de auto-imposición del capital— habría sido de tal magnitud que sería preciso
«[d]esprenderse de más de un siglo de interpretaciones marxistas»19. En último término,
se trataría de retomar un «Marx», ignorado por estas, que ofrecería una «crítica de las
categorías básicas de la modernización capitalista»20 como el «fetiche-valor» o el
trabajo (abstracto, pero no solo21).
Ahora bien, en concreto, ¿cómo respaldan un rechazo tan frontal a la lucha de clases
como forma de superación del capital? Y, ¿qué plantean como alternativa? Atendamos
al testimonio de uno de sus teóricos más destacados, A. Jappe:
[El] conflicto entre trabajo y capital, por muy importante que haya sido históricamente,
es un conflicto en el interior del capitalismo. Trabajo asalariado y capital no son más
que dos estados de agregación de la misma sustancia: el trabajo abstracto cosificado en
valor. Se trata de dos momentos sucesivos del proceso de valorización, de dos formas
del valor. El marxismo tradicional […] deducía de aquello que precisamente constituye
las clases y cuyo reparto despuntan, eso que tienen en común y de lo cual ambas son
elementos: el valor22.
Para este último, en todas sus variantes, la contradicción fundamental del capitalismo es
la que se da entre capital y trabajo asalariado, entre trabajo muerto y trabajo vivo. Para
la crítica categorial efectuada por Marx, esta oposición no es por el contrario más que
un aspecto derivado de la verdadera contradicción fundamental, la contradicción entre el
valor y la vida social concreta23.
En primer lugar sitúa correctamente a las clases sociales y a la lucha de clases como un
conflicto interior al capitalismo (más bien, diríamos, al modo de producción capitalista).
A este respecto, en otro momento, señala con certeza que «las clases sociales y sus
conflictos […] no son el punto de partida del análisis»24 de Marx; serían más bien un
punto de llegada, que nosotros situaríamos en el comienzo de la sección segunda de El
capital. Este punto es un planteamiento con el que, efectivamente, el marxismo —y
muy en particular el materialismo histórico— debe enfrentarse. Ahora bien, esto no deja
en un callejón sin salida al marxismo que encuentra en la lucha de clases el fin del
capitalismo, más bien al contrario.
Para Marx el modo de producción capitalista constituye una totalidad, por así decirlo,
un sistema auto-comprensivo a partir de una lógica que es, efectivamente, la del valor.
Esta totalidad encuentra la clave de su superación dentro de sí, en concreto, en el
conflicto de clases que trasciende con mucho la mera pugna por el reparto. La lucha de
la clase obrera contra el capital (más allá del enfrentamiento con los capitalistas) no está
en la esfera de la circulación, sino en el resultado de la misma: los obreros libres en un
doble sentido (de medios de producción y de ataduras personales), al vender su fuerza
de trabajo e incorporarse a la producción de plusvalor entran en una situación en la que
pasan a estar alienados en un doble sentido. Si por un lado carecen del control sobre el
proceso de producción social (algo que comparten con los capitalistas), por otro se
encuentran enajenados de su propio proceso productivo (algo que les es propio). Se trata
de una clase social que, participando en la producción, no participa en su carácter
privado. Es eso lo que les permite ser aquello que el capital necesita para su superación:
una potencialidad negativa inmanente. Esta «inmanencia» hace que la revolución sea
descrita por Marx con la archiconocida fórmula hegeliana de la «negación de la
negación»25.
La Wertkritik no puede ver todo esto. La razón estriba en su imposibilidad para situar al
capital como el verdadero sujeto de la producción, al poner al valor genérico en ese
lugar. Así son incapaces de percibir la segunda alienación mencionada y se enfrentan a
una sociedad igualmente poseída por el valor, sin poner la propiedad privada de la
producción como el rasgo históricamente específico y distintivo del dominio del capital.
En su lugar, advierte una «contradicción fundamental» en una relación que, en realidad,
es externa26 tanto al valor como al capital —desproveyendo a este de su carácter
ontológico de totalidad—, entre valor y «vida social concreta».
Tanto Jappe como Postone (otro teórico conocido, muy cercano a la crítica del valor)
parecen concretar esta contradicción, a través de la mediación de una crisis terminal del
capital, en el conflicto entre la valorización y el entorno ecológico:
Los casos que hemos trabajado, por un lado el de Negri y Holloway —con sus
especificidades— y por otro el de la crítica del valor, se encuentran a medio camino
entre ser dos fases de un mismo proceso y el resultado de dos procesos similares. La
Wertkritik no deja de ser el eclipse completo del capital por parte del valor, que deja
fuera cualquier viso de encontrar un sujeto que reaccione ante este último (como fuera
está esa posibilidad sin desplegar la lógica propia de la primera sección de El capital).
En este sentido, es la expresión más acabada de la autonomización del valor en relación
al capital, y de la negación de este último; lo que le permite tachar la propuesta del
propio Negri como una expresión del marxismo tradicional al que critican29.
Sin embargo, ambas perspectivas parten de dos lecturas diferentes del marxismo que
pueden identificarse con dos maneras de entender la «crítica». Mientras para Negri y
más claramente para Holloway la crítica es una posición de un sujeto —si bien difuso,
pero de un sujeto— respecto al capitalismo; para la Wertkritik y sus aledaños
intelectuales la crítica es más bien un proceso completamente exterior que oscila entre
la escolástica contemplativa y la sugerencia de alternativas, sin que exista nunca agente
alguno que protagonice la negación del propio capitalismo. Ambas interpretaciones
difieren de la nuestra que, creemos, se ajusta mejor al planteamiento general de Marx.
Nuestro autor común y de referencia no plantea una «crítica del valor», ni siquiera una
«crítica del capital», lo que hace es una «crítica de la economía política». Además, no la
hace desde el contraste con una alternativa política, sino que critica la economía política
desde el objeto que comparten: el capital. En Marx la «crítica» denota la acusación de
exterioridad respecto del objeto. Desde la lógica interna del capital, él critica como
exterior el planteamiento de los economistas políticos que no consiguieron aprehender
correctamente el objeto que tenían delante.
La virtud del análisis marxiano radica en que es capaz de percibir no solo cómo
funciona internamente del capital, sino que la lógica que motoriza ese funcionamiento
lleva necesariamente a su destrucción. El ejecutor de esa destrucción es justamente la
clase obrera empujada por las fuerzas mismas del capital entre las que se encuentra,
claro, la crisis. Para Marx (este es uno de los casos en los que la abrumadora evidencia
textual obliga incluso a la crítica del valor a tomar distancia de él) el modo de
producción capitalista no avanza hacia la destrucción de la humanidad, sino hacia su
propia superación; es el medio por el que da pasos hacia ella (el desarrollo productivo),
el que fustiga cotidiana y brutalmente a ingentes cantidades de personas y el que devora
e infecta los recursos del entorno.
1
Sweezy, Paul M. Teoría del desarrollo capitalista. México DF: FCE, 1969, p. 67.
2
Son numerosos los autores que han criticado recientemente las aportaciones de Rubin o Lukács —como
también han sido muchos los que han rescatado con fuerza sus aportaciones—, de entre ellas, el trabajo de
Iñigo Carrera recoge —con cierta sintonía con nuestro planteamiento— aspectos muy notables (Iñigo
Carrera, Juan. Conocer el capital hoy. Usar críticamente El capital. Vol. 1. Buenos Aires: Imago Mundis,
2007, pp. 129-180).
3
Cf. Rodríguez Rojo, «La clase social como categoría dialéctica: Hacia una reconstrucción» Nómadas,
2017, nº 52, pp. 261-279.
4
Negri, Toni. Una vez más comunismo. N. l.: Lobo suelto, n. d., p. 109.
5
Ibíd., p. 102-103.
6
Ibíd., p. 104-105.
7
Hardt, M. y Negri, T. Empire. Cambridge: Harvard University Press 2001, pp. 52-53, trad. propia
8
Negri, Toni. Una vez más comunismo. Op. Cit., pp. 112-113.
9
Cf. la crítica proferida contra Hardt y Negri en: Bensaïd, Daniel. «Plebes, clases y multitudes», pp. 67-
94, en Bensaïd, Daniel. Cambiar el mundo. Barcelona: Público-La catarata, 2010.
10
Holloway, John. «El capital como grito de dolor, grito de rabia, grito de poder», pp. 432-439, en
Kohan, Nestor. El capital. Historia y método. La Habana: Ciencias sociales, 2004, p. 435
11
Ídem.
12
Ibíd., p. 438.
13
Holloway, John. Contra y más allá del capital. Buenos Aires: UAP y Herramienta, 2006, p. 14.
14
Ibíd., p. 15.
15
Postone, Moishe. Marx Reloaded. Madrid: Traficantes de sueños, 2007, p. 37.
16
Jappe, Anselm. Las aventuras de la mercancía. Logroño: Pepitas de calabaza, 2016, p. 76.
17
Ibid., p. 136-138; Kurz, Robert. «Los intelectuales después de la lucha de clases», pp. 41-63, en Jappe,
Anselm et al. El absurdo mercado de los hombres sin cualidades. Logroño: Pepitas de calabaza, 2014, p.
54-55.
18
Ibíd., p. 50.
19
Jappe, Anselm. Las aventuras de la mercancía. Op. Cit., p. 20.
20
Ibíd., p. 17.
21
La propuesta de la abolición del trabajo o, al menos, su des-mitificación es en realidad relativamente
constante en el marxismo, encontrando aportaciones pioneras en P. Lafargue (asiduamente olvidado por
ellos) y en el propio Marx.
22
Ibíd., p. 84-85.
23
Ibíd., p. 80.
24
Ibíd., p. 74-75.
25
Para una exposición más desarrollada, véase: Rodríguez Rojo, «La clase social como categoría
dialéctica: Hacia una reconstrucción» Art. Cit.
26
La forma exterior que asume la contradicción ha sido puesta de manifiesto por la crítica del marxista
brasileño Marcelo D. Carcanholo a Moishe Postone (cf. Carcanholo, Marcelo D. «Algumas implicações
da exasperação historicista da teoria do valor de Marx por Moishe Postone» Marx e o marxismo, 2016, nº
7 (4), pp. 303-317).
27
Jappe, Anselm. Las aventuras de la mercancía. Op. Cit., p. 121.
28
Postone, Moishe. Marx Reloadad. Op. Cit., p. 186.
29
Cf. Jappe, Anselm. Las aventuras de la mercancía. Op. Cit., 223-228.