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Marie Françoise Colliere

Promover

Promover la vida

Traducción:
Loreto Rodríguez Méndez

PROM0VER LA VIDA
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informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio. ya sea
electrónico, mecánico. por fotocopia, por registro u otros métodos. sin el permiso
previo y por escrito de los titulares del Copyright.
Derechos reservados 1993. Respecto a la primera edición en español por
M. F. COLLIERE
Mc GRAW'-HILL./INTERAMERICANA DE ESPAÑA, S. A.U.
Edificio Valrnealty
c/ Basauri. 17. 1a planta
28023 Aravaca (Madrid)

ISBN: 84-486-0029-0
Depósito legal: M. 39.588-1997
Primera edición: 1993
Primera reimpresión: 1997
Traducido de la primera edición en francés de la obra
PROMOVOIR LA VIE. de M. F. Colliere

1982 by InterEditions. París

Fotocompuesto en: FER, S. A. Lenguas, 18. Villaverde (Madrid)


Impreso en: EDIGRAFOS, S. A. c/Edison, 13. PoI. Ind. San Marcos. 28906 GETAFE
(Madrid)
Encuadernación: Méndez. Nicolás Morales, 23. 28019 Madrid

IMPRESO EN ESPAÑA -PRINTED IN SPAIN

Promover la vida

¿La comprensión del mundo actual necesita del conocimiento


de la Historia? No, si encerrado en sí mismo el pasado se
reconstituye simplemente como algo exótico. La perspectiva
cambia si ese pasado es analizado y confrontado con el
presente a fin de identificar supervivencias y rupturas1.
Las dificultades que se encuentran hoy en día en la enfermería
se deben a varios hechos: la referencia profesional centralreside en la ilnagelz de su papel social y la supuesta image
n del
público de ese papel, adelantándose a cualquier apreciación del
estatus real de la profesión en términos de cualificación y del
estatus jurídico. La especialización de la enfermería es
indisociable de luna función definida de términos de
dependencia del amparo del cuerpo médico2

Junto con la alimentación a la cual está ligada, la aplicación de


cuidados es sin duda la práctica más antigua de la historia del
mundo. Ya en los animales, reviste un carácter diferente en la
hembra, siempre ocupada de su descendencia, prodigándole
cuidados corporales y facilitándole el aprendizaje alimentario,
mientras que el macho traspasa los límites del territorio para
obtener una subsistencia, a veces difícil de conseguir, y defiende
a la prole.
La especie humana no sabría sustraerse a estas prácticas
muchas veces milenarias: cuidar contribuye directamente a
asegurar la continuidad de la vida del grupo, de la especie Horno.
Como entre los animales, la aplicación de cuidados corresponde
1

Ferro M., Comment o racont l’ Histoire aux enfants a travers le monde entier, París
Payot,1981.
2
Chauvenet A. “ L’ infirmiere hospitaliere, technicienne ou travaileus sociale”PROJET, N°90,
decembre 1974, p. 1139.

Promover la vida

al reconocimiento y la prolongación de una función social: aquella


que se elabora alrededor de la fecundidad de las mujeres,
participando directamente en todo lo que contribuye al
mantenimiento y desarrollo de la vida, la que vela por hacer
retroceder a la muerte entre los hombres. Los cuidados de
enfermería representan una rama muy reciente de toda esta
evolución de los cuidados, con frecuencia milenaria (capítulo 1).
Es importante considerar en su singularidad la práctica de
cuidados procedentes de las mujeres y la de aquellos que
provienen de los hombres, cuya naturaleza es diferente. Las
prácticas de las mujeres cuidadoras se identifican con el rol social
que ejercen al realizarlas: rol labrado en torno a la fecundidad y a
todas las formas simbólicas que engendra (capítulo 2), rol
prescrito por las reglas conventuales de la [mujer] con- sagrada
(capítulo 3), rol nacido de la doble filiación religiosa y médica de la
[mujer]-enfermera auxiliar del médico (capítulo 4). La expresión de
estos roles marca de una forma indeleble la práctica cuidadora de
la enfermería determinada aún actualmente por una «definición de
enfermera» (capítulo 5).

Promover la vida

Origen de las prácticas


de cuidados; su influencia
en la práctica de enfermería
Las primeras relaciones que han mantenido el hombre y el
dolor, las primeras defensas que el hombre ha desarrollado
contra las fuerzas que le acosan, no son fáciles de delimitar.
También hay que buscar su rastro en el propio presente.
Puesto que, a pesar de sus esfuerzos por olvidar, a pesar de su
deseo de devorar su pasado para negarlo, a pesar de tantos
siglos de actividad científica, nuestras sociedades jamás han
podido eliminar del comportamiento humano lo que milenios de
práctica y de experiencia han enseñado a sociedades sin
escritura3

Desde el comienzo de la vida, los cuidados existen, ya que es


necesario «ocuparse» de la vida para que ésta pueda persistir.
Los hombres, como todos los seres vivos, han tenido siempre
necesidad de cuidados, porque cuidar es un acto de vida que
3

Attali J., L 'ordre cannibale, Paris, Grasset 1979, p. 19.

Promover la vida

tiene por objetivo, en primer lugar y por encima de todo, permitir


que la vida continúe y se desarrolle y, de ese modo, luchar contra
la muerte: la muerte del individuo, la muerte del grupo, la muerte
de la especie.
Es decir que, durante millares de años, los cuidados no fueron
propios de un oficio, y aún menos de una profesión. Eran los
actos de cualquier persona que ayudara a otra a asegurarle todo
lo necesario para continuar su vida, en relación con la vida del
grupo.
La historia de los cuidados se perfila alrededor de dos grandes
ejes que originan dos orientaciones, de las que una garantizará su
predominio hasta el punto de absorber a la otra, de suprimirla,
intentando incluso hacerla desaparecer.
En un principio, estas dos orientaciones coexisten, se
complementan, se engendran mutuamente. Únicamente con la
aparición de un pensamiento dialéctico que denuncia el MAL, lo
que produce malestar, para separarlo del BIEN, es decir, de todo
aquello que hace vivir, que aísla para analizar y comprender lo
que se percibe como maléfico, como origen de la muerte, sólo así,
una de estas orientaciones ha prevalecido sobre la otra hasta el
punto de negarla e intentar su destrucción.

Asegurar la continuidad de la vida


La primera orientación es la que se inscribe en la historia de
todos los seres vivos desde el principio de la historia de la

Promover la vida

humanidad: asegurar la continuidad de la vida del grupo y de la


especie, teniendo en cuenta todo lo que es indispensable para
asumir las funciones vitales: recursos energéticos, de ahí la
necesidad de alimento, protección contra las inclemencias del frío
o del calor por medio de la ropa o del refugio, que dará lugar,
poco a poco, al alojamiento.
Esta necesidad de asegurar cada día el mantenimiento de estas
funciones vitales da lugar a un conjunto de actividades
indispensables de las que se hacen cargo hombres y mujeres
que, según los recursos loca- les, se esfuerzan por atenderlas.
Más concretamente, las tareas se organizan alrededor de una
serie de necesidades fundamentales: sustentar- se, protegerse de
la intemperie, defender el territorio y salvaguardar los recursos. La
organización de estas tareas da origen a la división sexual del
trabajo que, precisándose, marcará de forma determinante, según
las culturas y las épocas, el lugar del hombre y de la mujer en la
vida social y económica4. La distribución de las atribuciones
garantiza la existencia y la supervivencia, pero no es que estén
cargadas de un valor simbólico diferente: «La caza no tiene lugar
sin mística: los hombres oponen su espíritu y su talento a la
inteligencia y al instinto de los animales [...]. El desafío de la caza
es manifiesto, impresionante de ver, tanto más cuanto más
voluminosa y fiera sea la pieza. Por su parte, los innegables
recursos inteligentes utilizados por las mujeres para ordenar la
distribución de los productos vegetales y para saber cuál es el
momento de la maduración de las plantas, son mucho más
tranquilos, más humildes y menos espectaculares»5
4
5

Leakey R., opus cit., 174


Leakey R., Les origilles de I'Homme, Paris, Arthaud, 1980, p. 148-177.

Promover la vida

Asegurar la supervivencia era -y sigue siendo- un hecho


cotidiano, de ahí una de las más antiguas expresiones de la
historia del mundo: cuidar de. Era necesario cuidar de las mujeres
de parto, cuidar de los niños, cuidar de los vivos, pero también de
los muertos. Todo esto daba lugar a cuidar también del fuego para
que no se apagara, de las plantas, de los instrumentos de caza,
de las pieles, más tarde de la cosecha, de los animales
domésticos, etc.
Todavía, actualmente, esta expresión corriente, cuidar de,
ocuparse de, transmite el sentido inicial y original de la palabra
cuidado. Cuando le pido a alguien «que cuide de mis plantas»
cuando me voy de vacaciones, a nadie le vendrá a la mente
pensar que cuidar quiere decir dar medicamentos.
Inmediatamente deberé dar las indicaciones de todo lo
indispensable para que las plantas sigan vivas y esto va en
función de sus hábitos de vida. Todas ellas necesitan beber, pero
cada una de forma diferente. Lo mismo ocurrirá con la luz, el
calor, las corrientes de aire... Cuidar es, por tanto, mantener la
vida asegurando la satisfacción de un conjunto de necesidades
indispensables para la vida, pero que son diversas en su
manifestación. Las diferentes posibilidades de responder a estas
necesidades vitales crean e instauran hábitos de vida propios de
cada grupo.
Cuidar y vigilar representan un conjunto de actos de vida que
tienen por finalidad y por función mantener la vida de los seres
.

Promover la vida

vivos para permitirles reproducirse y perpetuar la vida del grupo.


Esto ha sido y seguirá siendo el fundamento de todos los
cuidados. Todo esto ha dado lugar a prácticas corrientes:
prácticas alimentarias, prácticas de vestimenta, prácticas de
hábitat, prácticas sexuales... que a su vez forjan formas de hacer,
costumbres. Todas estas prácticas y hábitos de vida se forjan
partiendo del modo en que los hombres y las mujeres aprehenden
y utilizan el medio de vida que les rodea; de ahí la infinita
diversidad de prácticas que, cuando se perpetúan de forma
duradera, generan por sí mismas ritos y creencias. Esta
orientación de los cuidados basada en todo aquello que
contribuye a asegurar el mantenimiento y la continuidad de la vida
nace de lo que Edgar Morin llama la physis, es decir la ciencia de
la naturaleza. Descubierta progresivamente por tanteos, ensayos
y errores, este cono- cimiento de la naturaleza favorece la
adquisición del «saber hacer», del «saber usar», que
elaborándose y desarrollándose constituye un patrimonio de ritos
y creencias en el seno del grupo con unas atribuciones de las que
algunas serán más cosa de hombres, mientras que otras serán
primordialmente cosa de mujeres.

Enfrentarse a la muerte
Asegurar el mantenimiento, la continuidad de la vida, no es cosa
fácil. «Las precarias condiciones de vida hacen a la muerte
omnipresente y siempre terrorífica. Para manejar este
desconocimiento, nacen entonces los primeros discursos sobre el

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MAL, los primeros conjuros del miedo»6. A partir de esta primera


orientación y para encontrar todo lo fundamental para el
mantenimiento de la vida, surgen preguntas sobre lo bueno o lo
malo, para permitir así que prosiga la vida de los individuos y del
grupo, para rechazar la MUERTE.
A partir de estas cuestiones, surgirá la orientación metafísica, es
decir, aquella que nace de discernir lo que es considerado como
bueno o como malo, dando así lugar a suposiciones que a su vez
darán origen a otras interpretaciones. Esta nueva orientación
intenta discernir el origen del bien y del mal, interpreta y designa
las fuerzas benéficas y las fuerzas maléficas, portadoras del MAL
y, por tanto, de la enfermedad y de la muerte.
Esta orientación nace y se apoya en las constataciones que se
hacen a partir de lo que hombres y mujeres han descubierto del
universo físico en que viven, y al mismo tiempo descubrir todo lo
desconocido de este universo que es prodigioso y amenazante a
la vez, que da miedo. A medida que los grupos ratificaron sus
prácticas de cuidados habituales consistentes en cosas permitidas
y prohibidas, las erigieron en ritos y encargaron primero al
chamán y luego al sacerdote la carga de garantizar estos ritos.
Como guardián de las tradiciones y de todo lo que contribuye a
mantener la vida, el sacerdote es, al mismo tiempo, el encargado
de hacer de mediador entre las fuerzas benéficas y maléficas, es
decir está designado para interpretar y decidir lo que es bueno o
lo que es malo. El intercede, intenta rechazar el mal procurando
conciliar las fuerzas benéficas por medio de ritos de ofrendas, de
6

Attali J. , op. cit., p. 21

Promover la vida
hechizos y de sacrificios. Pero por su poder de mediación, es él
también quien denuncia el mal y quien, al mismo tiempo, adquiere
poco a poco el derecho de designar y de eliminar del grupo a todo
sospechoso de ser portador del mal: bien sea por tener marcas de
signos tangibles (leprosos) o bien, sin tener signos aparentes,
algunos se vuelven cabeza de turco de una perturbación
económica y social del orden establecido, poniendo así en relieve
un mal pernicioso oculto (gitanos, judíos, herejes, brujas,
vagabundos, mendigos, locos...).
• Este papel mediador entre el orden físico y el del más allá
del universo visible, el metafísico, se ha transformado
conforme al avance de la historia de la humanidad, a un
ritmo excesivamente lento, durante mi les de años7, para dar
lugar ulteriormente al nacimiento de nuevos descriptores del
mal, los médicos.

Con el nacimiento de la clínica, el médico, descendiente de
sacerdotes y clérigos, aparece como un especialista, mediador de
los signos y síntomas indicadores de un mal determinado, del que
el enfermo es el portador. La interpretación del BIEN y del MAL
que causa la muerte, ya no se hace tanto por la naturaleza de las
buenas o malas relaciones que el hombre tiene con el universo en
que vive, sino aislando el mal del que es portador, intentando
reducirlo y tratándolo como tal. Sin embargo, hasta finales del
7

Esta transformación no se ha realizado, por otra parte, de una forma demasiado localizada,
y aún actualmente, sólo atañe a la sociedad occidental y a los grupos culturiza- dos por ella.
No es posible desarrollar las distintas etapas que han servido de preludio a la medicina
moderna, me remitiré a la obra de Michel Foucault, a la obra de Attali mencionada
anteriormente, y a la bibliografía que ellos mismos han consultado

Promover la vida

siglo XIX, tanto. los métodos de investigación como las terapias


médicas siguieron siendo someras y precarias, siendo también
muy limitados los cuidados y tratamientos médicos. Además,
recurrir a un médico es todavía un hecho aislado y sólo concierne
a una clase social privilegiada del medio urbano mientras que en
el medio rural sigue siendo excepcional: «De todas formas, los
campesinos tenían sus propias ideas de las enfermedades»8
Los grandes descubrimientos de finales del. siglo XIX en el
terreno de la física y la química, no hubieran podido hacer
progresar la ciencia médica por sí mismos. El hospital, lugar .de
reagrupamiento de todos aquellos excluidos del orden público,
pobres, parados, vagabundos, los marginados de todas clases,
hace posible el ensayo de nuevos instrumentos y así transforma
este refugio de personas sin hogar en un lugar de exploración y
de tratamiento de la enfermedad9. El médico ve crecer
desmesuradamente su papel de mediador. No sólo puede advertir
los signos clínicos que se exteriorizan, sino que puede ver e
interpretar lo que ocurre en el interior del cuerpo del enfermo,
mientras que el que se queja del mal, el que siente los efectos, no
puede ver lo que ocurre en su propio cuerpo. El portador del mal,
forma cada vez más un bloque con el mal en sí mismo, hasta el
punto de confundirse con él y convertirse en «una tuberculosis»,
«un cáncer», o en el mejor de los casos es el órgano afectado «un
hígado», «un bazo», «una médula»...

Zeldin Th., L 'Haleine des Faubourgs, «Les Médecins Fran~ais». Recherches, décembre
1977, p. 277.
9
Foucault M., Naissance de la clinique, Paris, PUF, 1975, p. 111. «Structure collective du
sujet de l'expérience médica le; caractere de colletion du champ hospitalier, la clinique se
situe a la recontre des deux ensembles»

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Relatividad de la concepción actual de los cuidados al tiempo


Intentar aprehender la práctica de cuidados exige volverlos a
centrar respecto a su principal finalidad: permitir que la vida
continúe y se reproduzca. Pero no sabríamos aislar esta finalidad
de la dimensión temporal en la que se inscribe, esta dimensión
cronológica de la que el mundo contemporáneo tiende a renegar,
sustituyendo el incesante caminar de miles de generaciones por la
modernidad científica. La historia de los cuidados, que comienza
con la historia de las especies vivas, surge con la aparición del
linaje Homo, que los etnopaleontólogos remontan a cinco o seis
millones de años. Esta historia se construye fundamentalmente en
tomo a la permanente preocupación de asegurar la continuidad de
la vida. Por ello, sin duda después del Homo Sapiens, hombres y
mujeres escrutan el universo que les rodea, intentando conciliarlo,
al tiempo que se esfuerzan en alejar el MAL. El acto de protección
refleja, el instinto de conservación que actúa por tropismo,
comienzan a tambalearse, a modificarse con la aparición de la
conciencia que echa las raíces del «árbol de la ciencia del BIEN y
del MAL»*, fundamento del conocimiento y origen de todas las
religiones.
Con la aparición de la vida sedentaria, el hecho de discernir lo
que es juzgado por el grupo como BUENO o MALO, se confía
primero al chamán y luego al sacerdote, que se convierte en el
custodio del orden del BIEN y del MAL.

todas las religiones retoman la imagen simbiótica de la Biblia bajo otras formas: la caja de
Pandora, por ejemplo

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Sin embargo, no puede bastar con alejar el mal, con separar del
grupo a aquel que es juzgado como portador del mal, de la falta o
del pecado. Cercar y circunscribir el foco del mal será la principal
preocupación del médico y dará lugar al nacimiento de la clínica.
Esta nueva orientación sólo podrá aparecer y empezar a
desarrollarse tímidamente unos seis mil años después del
comienzo de la era de la agricultura para posteriormente extender
la utilización de la aplicación durante toda la revolución urbana
hasta la llegada de la revolución industrial. La finalidad del médico
es, entonces, librar un singular combate con el mal y vencerlo. Es
posible producir «una separación física del mal», e intentar tratarlo
para erradicar todo aquello que puede matar, con el riesgo de no
poner atención en lo que aún vive, en lo que puede hacer vivir, en
lo que da sentido a la vida.
Como veremos posteriormente, los cuidados médicos, los únicos
reconocidos como científicos, sustituyen a los cuidados para el
mantenimiento de la vida y a los cuidados curativos nacidos de los
descubrimientos empíricos sobre dichos cuidados. A finales del
siglo XIX, con la llegada de tecnologías muy elaboradas, los
cuidados médicos se orientan hacia un restablecimiento complejo
de la salud, que se convertirá cada vez más en campo de
especialistas. Con la aceleración de la dimensión el tiempo, el
campo especial de los cuidados se estrecha cada vez más. Hay
una desaparición, incluso una negación de los lazos entre- tejidos
entre el hombre y su universo, su entorno, su grupo social. El
propio campo de la persona enferma está obliterado. Hay un foco
en el espacio tisular e incluso en el espacio celular portador de
signos del mal. El campo de los cuidados se queda aislado,
parcelado, fisurado, se sustrae de las dimensiones sociales y

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colectivas. A excepción de todas las otras concepciones o


aproximaciones de corrientes muchas veces milenarias que han
sido elaboradas a lo largo de la historia, y frente al problema de la
VIDA y de la MUERTE, cuidar se convierte en tratar la
enfermedad. Los especialistas por sí solos no bastan, necesitarán
mano de obra adecuada para hacerse cargo de las muchas
tareas, pudiendo así asegurar la investigación y el tratamiento de
la enfermedad.

La práctica de la enfermería y su relación con estas dos


orientaciones
Las dos orientaciones anteriormente mencionadas han influido
en el discurrir de la enfermería y han contribuido a dificultar la
identificación de los cuidados de enfermería.
La evolución de la primera orientación está vinculada a todo
aquello que permite y favorece el mantenimiento y desarrollo de la
vida. Los cuidados que siguen la línea de esta orientación se
construyen esencialmente alrededor de todo aquello que da vida,
que es fecundable y que da a luz.
Todas las prácticas rituales desde la concepción hasta el
nacimiento se elaboran alrededor de la mujer, símbolo de la
fecundidad, y del niño que ella trae al mundo. Los cuidados que
se tejen alrededor de todo aquello que crece y se desarrolla
revierten en las mujeres y lo hacen hasta la muerte: cuidados a
los niños y también cuidados a los enfermos y a los moribundos,
puesto que ¿acaso dándoles la vida no les comunican la muerte?

Promover la vida

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Promover la vida

La base del conjunto de cuidados desarrollados por las mujeres a


lo largo de la evolución de la historia de la humanidad han sido los
cuidados corporales y la experiencia con frecuencia secular de las
prácticas alimentarias, desde el origen del descubrimiento de las
propiedades de las plantas, siendo así hasta nuestros días.
Por el contrario, los accidentes de caza o pesca y, a fortiori, de
guerra no conciernen a las mujeres. Como consecuencia de la
necesidad de tener que dar muerte para sobrevivir, y puesto que
al requerir la utilización de instrumentos propios de hombres instrumentos de incisión (cuchillas, escalpelos)- o de su
tura (aguja
de hueso), así como la utilización del fuego, algunos cuidados
sólo pueden ser competencia de hombres, mostrándose como
una actividad propia de ellos. Las curas del cuerpo herido son y
seguirán siendo predominantemente cosa de hombres,
iniciándose a descubrir el cuerpo por dentro, a osar explorarlo, lo
que hará desarrollar una tecnología cada vez más exacta que se
convertirá en la tecnología de los herreros, los barberos y los
cirujanos.
Por otra parte, los cuidados que exigen una importante fuerza
física serán también competencia de hombres: desplazamientos
de articulaciones, reducción de fracturas, así como dominio físico
de los agitados y personas en estado delirante, de locura o de
embriaguez.
Estos cuidados llevados a cabo por hombres darán lugar a otras
corrientes de influencia, a otras formas de ejercicio distintas de las
propias de mujeres. Así, se constituyeron los cuerpos de
enfermeros vinculados al ejército, como los esclavos en las

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legiones romanas, o más tarde en el seno de órdenes guerreras


hospitalarias, como los Caballeros de San Juan de Jerusalén, los
Caballeros de la Orden Teutónica, los Templarios, los Caballeros
de la Orden de Malta, o como los que aparecerán aún más tarde
en los hospitales de campaña militares.
Otros cuerpos surgirán de la necesidad de alejar de la
colectividad a los portadores de males o a los sospechosos. Se
encargarán de mantener el orden público encerrándoles en
lazaretos, asilos y más tarde en hospitales psiquiátricos: por
ejemplo, los Caballeros de la Orden de San Lázaro o Lazaristas,
los hermanos de San Juan de Dios. Hacia mediados del siglo XIX,
irán recibiendo poco a poco ayudas en su tarea, después serán
desplazados por enfermeros laicos que se convertirán en los
enfermeros psiquiátricos. Hasta que no apareció la quimioterapia
para neutralizar la fuerza física de los alienados, no se empezó a
contar con mujeres entre el personal de enfermería psiquiátrica.
Por último, hubo quien se encargó principalmente de la
hostelería, allí donde afluían viajeros y enfermos, en las
estaciones de cura, junto a las termas, en todos los lugares donde
se realizara terapia física y mental (como Delphos, Epidauro) y en
los lugares de culto que reúnen peregrinos. Con el desarrollo del
cristianismo, se crearon con frecuencia órdenes religiosas de
hombres, como la de los Antoninos, o la Orden Tercera.
Además de que los cuidados no han sido sólo competencia de la
actividad de los hombres o de las mujeres, parece importante
tener en cuenta el papel predominante de los Padres de la Iglesia,
que ponen las bases de la doctrina cristiana y orientan toda la

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vida monástica. La obligación de los votos de religiosos y


religiosas y, en particular, el voto de castidad modificarán todo el
simbolismo del contacto con el cuerpo sexuado; este hecho
transformará progresivamente el concepto y el significado
profundo de todo el conjunto de cuidados. Como se podrá ver,
esto no se realizará sin consecuencias sobre la evolución de los
cuidados.
Si parece necesario poner de manifiesto estas corrientes de
influencia de los cuidados que se muestran como ,una actividad
predominantemente de hombres o de mujeres, es porque parece
que hasta hoy se hubiera hecho poca diferenciación entre el
origen del «nursing» y el de lo que dará lugar a la enfermería que
más tarde se denominará «cuidados de enfermería», sin tener en
consideración la diferente naturaleza, concepción y técnica de los
cuidados proporcionados por hombres y los aplicados por
mujeres. No ha habido suficiente inquietud como para comprender
el origen y la evolución de estas prácticas, así como sus
influencias recíprocas y su red de interacciones, siendo siempre
patrimonio prioritario de uno u otro sexo hasta la aparición de los
verdaderos cambios que terminan en cambios de funciones, como
consecuencia de las grandes revoluciones agrarias, urbanas e
industriales. Hasta estos últimos años, tampoco ha habido
suficiente preocupación por saber ¿qué concepto del mundo, del
universo, qué idea de la vida y de la muerte les mueve y les dan
significado, qué creencias, qué ritos originan aquellos que a su
vez los determinan? ¿Cómo surgen otros, en ciertas encrucijadas
de la historia de la humanidad, en qué medios sociales, quiénes,
de uno u otro sexo prevalecen sobre las decisiones que rigen su
destino y su finalidad? ¿Qué impacto produce la escritura y los

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que la detentan, con respecto a la tradición oral? ¿Cómo y por


qué fueron confiscadas, asfixiadas y condenadas a la
desaparición ciertas prácticas de cuidados mientras que aquellas
y aquellos que las prodigaban eran condenados al aprobio y, por
otra parte, otros modelos sociales sustituían a los antiguos hasta
el punto de dejar creer que los cuidados jamás existieron con
anterioridad a ellos, en todo caso sólo los cuidados de mujeres.
La historia de los cuidados está por reconstruir completamente a
la vista de los trabajos de antropólogos, historiadores, sociólogos
y economistas, devolviéndolos a las «estructuras de lo cotidiano»,
como hizo Braudel con las prácticas alimentarias y del vestido10.
No es posible abordar aquí esta historia, pero resulta
imprescindible demostrar que los recientes procesos de
profesionalización están sometidos a corrientes de influencia de
origen muy lejano que resultaba absolutamente necesario
entender para reencontrar y re explicar así el sentido y la finalidad
de los cuidados que ofrece la enfermería.
Sólo recordaremos, por tanto, la corriente surgida de la primera
orientación, tal y como fue después desarrollada por las mujeres y
a través de su historia a la que se une la bifurcación «cuidados de
enfermería» surgida en los hospitales generales y los
dispensarios, si bien es cierto que hoy día está desprovista de su
sentido original. Las distintas formas de identificar las prácticas
curativas convertidas después en prácticas de enfermería y luego
10

BraudeJ F., Les structures du quotidien, París, Armand CoJín, 1979.

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en cuidados de enfermería se encuentran a lo largo de la


evolución de esta orientación.
Para comprender la historia de la práctica de la enfermería,
parece indispensable estudiarla y analizarla relacionándola con la
historia de la mujer sanadora y de su evolución. La historia de las
prácticas de cuidados vividas y transmitidas por mujeres, más
tarde condenadas y desaprobadas por la Iglesia, explica desde su
origen hasta nuestros días el proceso de identificación de la
práctica curativa ejercida por mujeres en el sentido hospitalario no
psiquiátrico y en los dispensarios de pueblos y barrios, pasando
hoya denominarse «cuidados de enfermería».
Las etapas de estas distintas formas de identificación de las
prácticas de cuidados aparecen del siguiente modo:
-identificación de los cuidados de la mujer, desde los
tiempos más remotos de la historia de la humanidad, hasta
el fin de la edad media, en la sociedad occidental;
-identificación de los cuidados de la [mujer}-consagrada,
desde la edad media hasta finales del siglo XIX en Francia;
-identificación de los cuidados de la [mujer}-enfermera
auxiliar médico, desde el principio del siglo XX hasta finales
de los años sesenta.
A través de estas distintas formas de identificar los cuidados, y
anticipándose a lo que después serán los cuidados de enfermería,
se podrá comprobar que hasta principios del siglo XX, el concepto
que rige el papel de los que cuidan se basa en la primera de las
orientaciones: asegurar todo aquello que contribuye a mantener y

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a conservar la vida. Sin embargo, esta concepción inicial basada


en todo lo que rodea a la fecundidad se modifica profundamente
cuando sólo se dirige hacia la vida de los seres que sufren, los
necesitados y los desheredados. Sea cual sea su transformación,
la concepción de los cuidados se encarna en las que los
proporcionan hasta el punto de llegar a confundirse con ellas y
convertirse en uno de los papeles establecidos:
-papel labrado por la herencia cultural de la «mujer que auxilia»11; papel prescrito por las reglas conventuales de la
[mujer]-consagrada.

A principios del siglo XX hubo una verdadera bifurcación del


concepto de cuidados dirigida por una corriente médica, que vino
a impregnar el concepto transmitido por las [mujeres]
consagradas ya remodelar su función. Junto al modelo religioso
se, asocia el papel del auxiliar médico, creándose así el papel de
la [mujer}-enfermera auxiliar del médico.

11

Verdier Y., Fat;ons de dire, fat;ons de faire, Paris, Ed. Gallimard, 1980

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