Está en la página 1de 6

Tres iniciativas de excombatientes que están construyendo paz con arte

Last modified on 18 Fév 2019

Mural en la vereda Campo Alegre, corredor víal Puerto Vega – Teteyé (Arauca).Camilo Ara/CNMH    

Los invitamos a recorrer tres proyectos de memoria histórica, que nacieron en los Espacios
Territoriales de Capacitación y Reincorporación para exmiembros de las Farc. Un documental, una
obra de teatro y unos murales, que narran tres visiones de la vida después de las armas. Los
Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), para excombatientes de las
Farc, se han convertido en lugares de encuentro y creación. Allí, algunas personas han dado,
literalmente, un paso de las armas al arte para contarle al país que es posible convivir sin hacernos
daño, sin matarnos los unos a los otros.

El Centro Nacional de Memoria Historia (CNMH), por medio de las Iniciativas de Memoria,
acompañó durante 2018 tres proyectos artísticos desarrollados por excombatientes de esa
guerrilla. Con cámaras de video, brochas, pintura y danza, estas personas narraron su pasó de la
violencia a la convivencia.

Un documental
Yorli, excombatiente de las Farc, es una de las protagonistas del documental “Nunca
invisibles, mujeres farianas, adiós a la guerra”.

Una mujer joven sonríe, alza un bebé. Es un niño. También sonríe. Son madre e hijo. Ella relata su
historia de vida: el antes, el durante y el después de ingresar a la guerrilla de las Farc, las
circunstancias que la llevaron a tomar esa decisión. Sentada, ahí, ahora como excombatiente,
comparte sus relatos y hace memoria.  
—Nosotras que somos las protagonistas de esta lucha, que hemos estado allí… además de ser
mamás también podemos ayudar a construir una sociedad nueva.
Es Yorli. Habla sin disimulo, mirando fijamente a la persona que la está entrevistando. Su relato,
junto al de otras cuatro compañeras y la hija de dos exintegrantes de las Farc, hacen parte del
documental “Nunca invisibles: mujeres farianas, adiós a la guerra”. Seis historias de vida y un
único propósito: visibilizar las distintas experiencias y trayectorias de las mujeres en la guerra y su
paso a la vida civil. El adiós a las armas. Un documental hecho por ellas, producto de un proceso
de encuentro, escucha y conversación.

Los acentos marcados, las diferentes entonaciones, dejan ver que son de latitudes distintas.
También sus rasgos muestran la diversidad de Colombia: indígena, afro, mestizas. Todas
coinciden en que quieren convivir como iguales. Ese mensaje también lo han enviado otras
decenas de mujeres que pertenecieron a esa guerrilla. Según el Censo socioeconómico de las
FARC, realizado en el 2017 por la Universidad Nacional de Colombia a 10.015 exguerrilleros, las
mujeres representaban el 23% en ese grupo armado.

Las memorias de Mariana, Patricia, Esther, Nancy, Yorli y María Alejandrareflejan los deseos de
muchos, que vivieron inmersos en confrontaciones armadas. De mujeres que desean convivir en
un país en paz, donde quepan las diferencias, donde no se extermine al que piensa diferente.
“Nosotras como mujeres nos interesa mucho aportarle la verdad desde lo que fue nuestra vida
militante. No todas las mujeres que hicimos parte de las Farc nos alzamos en armas, otras
cumplían más unos papeles de tipo político y clandestino, entonces también decidimos que estas
mujeres merecían ser reconocidas... Por eso decimos ‘adiós a la guerra’, dejar atrás las armas y
hacer política por las vías legales”, explica Liliany Obando, gestora de la iniciativa “Nunca
invisibles”.

Una obra de teatro


A 750 kilómetros al norte del Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) Antonio
Nariño (Icononzo, Tolima), donde estas mujeres grabaron “Nunca invisibles”, se encuentra otra
experiencia de arte realizada por excombatientes. Está en Arauquita, municipio de Arauca. Allí se
escucha en coro decir:

Comenzamos esta noble historia


que pasó en la vida de Colombia.
De la guerra venimos
y a la paz caminamos,
pero para ello reclamamos
nos presten toda su atención…
y al final sólo esperamos
que al comprender lo sucedido,
logremos entre todos…
la reconciliación.

Se trata de la iniciativa de memoria “Desde el arte araucando caminos de reconciliación”,


realizada por miembros del ETCR Martín Villa. “Araucando” es un neologismo: una palabra creada
por los integrantes de este proyecto, para nombrar lo que hacían en búsqueda de la reconciliación.
Una metáfora basada en dejar las armas para empuñar guitarras, tambores y pinturas, que invitan
a trabajar desde la diversidad y el reconocimiento del otro a pesar de las contradicciones. “A través
de la cultura hemos ido a muchas partes y hemos dado a conocer qué clase de personas somos y
no como la humanidad creía que éramos. No somos inhumanos”, dice Alcides Silva, un afro con
mostacho y mirada perdida.

Luego de un proceso de formación y reflexión sobre memoria histórica, nació la idea de una obra
de teatro. “El montaje es una alegoría de vivencias de la guerra y la paz, en la que se muestran
acontecimientos claves de la vida de tres excombatientes en el tránsito hacia este camino: dejación
de armas, entrega colectiva de elementos u objetos de guerra y encuentro con sus familias. A
través de ellos, van narrando sus vivencias en el marco del conflicto armado, mientras se ven
enfrentados al dilema de continuarlo o tomar el camino de la paz”, explican los autores de este
proyecto en el cuaderno “Desde el arte araucando caminos de reconciliación”, que también
surgió en este proceso. Richard Díaz, gestor de esta iniciativa de memoria, asegura que “a través
del arte podemos aportar a la transformación política y social de país, en este caso de forma
coyuntural al proceso de paz que estamos llevando a cabo. El arte ayuda a desinhibirnos; ayuda a
terminar con temores de vernos al interior, de reflexionar, de acercarnos al otro. Nos ponemos en
los zapatos del otro”.

Unos murales

Al otro extremo del país, pasando de norte a sur, en Putumayo, está la fundación Caracolas de
Paz. Allí, un grupo de mujeres viene trabajando (de la mano de la fundación Inty Grillos y
habitantes del ETCR Heiler Mosquera de La Carmelita) en la iniciativa “La ruta del color y la
memoria”: una intervención del espacio público a través de murales, que narran las historias de
las personas LGBT en la guerra y que invita a los caminantes a hacer una reflexión sobre la
reconciliación y la convivencia. Parte de las mujeres de este grupo se reconocen como mujeres
lesbianas víctimas del conflicto armado.

Esta iniciativa posibilitó encuentros entre habitantes del Espacio Territorial de Capacitación y
Reincorporación “Heiler Mosquera” de La Carmelita, y miembros de los sectores LGBT de Orito,
Puerto Asís y Sibundoy. Diálogos que por décadas se pensaron imposibles, que permitieron
reconocer los dolores y sufrimientos vividos en la guerra. En esos encuentros se exaltó,
principalmente, la apuesta común por construir “una sociedad sin discriminaciones por razones de
género, orientación sexual ni ideología política”, explica un cuadernillo que realizó la iniciativa.
Estas galerías a cielo abierto son otra prueba del arte como vehículo sanador de los odios y las
marcas de la violencia, como una herramienta para la transformación social. “Este fue el escenario
de un encuentro impensado en años atrás, de miradas que se cruzaron en un principio desde los
recelos acumulados por la guerra, pero que terminaron en abrazos y sonrisas después de jornadas
de trabajo que, desde el juego, el arte y la creatividad, activaron memorias individuales y colectivas
que se entrelazaron en la construcción de cuatro murales pintados a múltiples manos”, explica La
Ruta del Color y la Memoria.

Las enseñanzas
Durante décadas el país se dividió a causa de la violencia. La guerra nos envolvió en odios,
rencores y muerte. Y muchos creyeron que el único camino para lograr sus objetivos, era el
exterminio inequívoco de la diferencia. Pero hoy, después de que la guerrilla más longeva de
Sudamérica dejó las armas, se abrieron nuevos caminos. Y ejemplo de ello ha sido el trabajo
realizado con las experiencias artísticas de los excombatientes por medio de las Iniciativas de
Memoria del CNMH.
Estas iniciativas nos han permitido tener “la certeza de la humanidad de los excombatientes y las
excombatientes”, como explica Vladimir Melo, coordinador de las Iniciativas de Memoria del
CNMH. Y continúa diciendo, que estos proyectos son una oportunidad para “reconocer a los
guerreros como seres complejos en sus motivaciones, experiencias, expectativas. La importancia
de construir una memoria plural, que integre las voces y los relatos de las distintas personas que
han participado en el conflicto armado, para poder escucharnos y hacer viable la paz”.  

La semilla ya está sembrada y depende de la voluntad activa de la sociedad en general, para que
ese proceso de germinación llegue a buen puerto. “Debemos darnos la oportunidad de escuchar
las voces de quienes vivieron la guerra desde el otro lado. Por eso la memoria debe ser una aliada
para la paz y la reconciliación; debe ser un puente que permita acercar a las víctimas y a los
excombatientes en el propósito de comprender lo que pasó, y así aportar a la verdad, a la justicia,
a la reparación simbólica y a la no repetición de los sufrimientos y crímenes que marcaron el
doloroso camino del conflicto armado”, concluye Helga Bermúdez, investigadora del CNMH.
COLOMBIA 202. 24 ENE 2019 - 11:28 AM
¿CÓMO AZUZAN LA GUERRA QUIENES SOLO LA CONOCIERON POR LOS TELEVISORES?:

Este delegado del partido de la exguerrilla en la Comisión de Seguimiento de Impulso y Verificación


de la Implementación (CSIVI) cree que no puede haber paz sin presupuesto y que en el Plan
Nacional de Desarrollo debe contemplarse un capítulo específico para financiarla.
Natalia Herrera Durán - @Natal1aH

Ronal Rojas, conocido en la guerra como Ramiro Durán, es el delegado del partido FARC en la
Comisión de Seguimiento de Impulso y Verificación de la Implementación (CSIVI). / Cristian
Garavito.
Ronald Rojas camina despacio, como si algún dolor lo afligiera. Mide casi dos metros y por su tono
de voz, pausado y tranquilo, no es fácil imaginar sus tiempos de guerra. Desde hace meses es el
delegado del partido FARC en la Comisión de Seguimiento de Impulso y Verificación de la
Implementación (CSIVI), y también hace parte de la dirección del partido político de la exguerrilla,
conocido como Consejo Nacional de los Comunes.

“El último disco de mi columna vertebral está aplastado en un 40%. Es decir, tengo que
cuidarme mucho para que en mi vejez no quede en silla de ruedas. Todo por cargar tanto peso. De
resto he tenido lo normal que le toca a un guerrillero: problemas musculares, hernias, hepatitis,
problemas de articulaciones”, dice Rojas. Conversa en los tiempos muertos de una jornada política
de campesinos del Magdalena Medio que buscan que su Proyecto de Desarrollo Territorial
(PDT), una instancia que creó el acuerdo de paz, se refleje en el Plan Nacional de
Desarrollo. Se desenvuelve como político, habla con unos, escucha e interpela a otros.

Ronald, o Ramiro Durán como lo conocieron hace 20 años en la guerra,fue excombatiente del
Bloque Sur de las Farc-Ep. Tiene 38 años, pero se enfiló en el año 2000, con 19. En ese tiempo
era dirigente estudiantil y estudiante de derecho de la Universidad Libre, en Bogotá. Recuerda que
fueron años de mucha zozobra por cuenta de las amenazas que había recibido por su activismo
estudiantil. Del Huila, su tierra natal, ya traía el estigma político, por haber integrado la Juventud
Comunista Colombiana, desde finales de los 90. "Alborotamos el avispero en la universidad
hasta que llegaron las amenazas”, menciona y comenta que fue un compañero cercano a él, que
trabajaba para los organismos de seguridad del Estado, quien le anunció el plan que existía para
asesinarlo.

“Yo hago parte de una generación de dirigentes estudiantiles y juveniles que fueron
asesinados o encarcelados. Muchos de mis compañeros se fueron en ese entonces para el
exilio. Otros consideramos que el exilio era pasar a la clandestinidad y así lo hicimos”. Rojas
cuenta que no fue difícil enrolarse en la guerrilla. En esa época, el gobierno de Andrés Pastrana
intentaba un acuerdo de paz con la insurgencia en el Caguán (Caquetá) y allí los contactó.

“Ingresamos como 14 pelados de la misma región del Huila. Lo hicimos en un primer momento en
un acto de sobrevivencia y coherencia con la visión del mundo que teníamos. De esos, luego de la
firma del acuerdo de paz en La Habana solo volvimos vivos dos. Los otros murieron en el
conflicto, en combates, asaltos, emboscadas, bombardeos, accidentes con explosivos. La
mayoría cayó en el fragor del Plan Patriota, que fue el esfuerzo bélico más grande por aniquilar un
movimiento insurgente. Eso fue la guerra para mí”.

Rojas dice que quizás las oraciones y la vocación de su madre al Niño Dios lo salvaron. “Este país
es muy espiritual. Yo soy la excepción de un grupo donde el 90% de muchachos murió.
Obviamente, la guerra deja secuelas, en todos los militares, de un lado y otro”, sostiene, aunque la
frase religiosa no encaje en su militancia comunista. Esa supervivencia es la que hoy le da más
fortaleza para seguir luchando porque el acuerdo de paz se implemente y sea una realidad en las
regiones. “Quiénes estábamos poniendo la cuota de sangre, sudor y lágrimas en los campos de
batalla era el pueblo. Y lo más irónico es que hoy todavía haya voces que azucen discursos de
odio y venganza, con un lenguaje guerrerista. Uno se pregunta si saben lo que es estar en un
campo de combate a las 3:00 a.m., en una selva amazónica con bombardeos. Ellos no saben
qué es ese sufrimiento. No saben qué significa que un soldado caiga en una mina antipersonal por
buscar en un filo de zona rural una o dos rayitas de señal telefónica para llamar a su familia y
preguntarles cómo están a sus hijos. Una mina puesta estratégicamente, porque así de dura es la
guerra. ¿Cómo quienes solo conocieron la guerra por los televisores siguen azuzándola?”,
asegura y cuenta una historia suficientemente ilustrativa de lo que significa el conflicto armado:

“Cuando empezó el Plan Patriota, en uno de los tantos combates, estábamos en el famoso caño
Billar, en las riberas del río Caguán, en el Caquetá. Allí hicimos una acción ofensiva con cilindros
bomba contra soldados contraguerrilla de mucha experiencia. En esa operación logramos ganar
ventaja en el terreno y recuperarle al adversario material de guerra. En ese momento a mí me
entró la curiosidad y me puse a esculcar un equipo de un soldado. Saqué de su morral un
cuaderno argollado, de 100 hojas, plastificado y un poco corroído por el agua, porque en esa
región llueve mucho. Comencé a leer las últimas páginas de lo que pretendía ser un diario, escrito
por un soldado contraguerrilla y encontré lo que escribió la noche del ataque. Decía que llevaba 9
años como soldado contraguerrilla y que esa noche recordaba a su pareja y a sus hijos, también
que nunca había sentido así los cilindros bombas, y que eso era atroz. Despotricaba de la guerra,
decía que era una mierda. Ese hombre falleció esa noche. Y yo nunca voy a olvidar ni a sanar esas
emociones”.

Rojas cuenta que en este trasegar de paz ha visto de otra forma a quienes fueron sus adversarios.
“En nuestros esquemas de seguridad nos acompañan policías, por ejemplo, y nos hemos
encontrado como seres humanos, como hijos de un mismo país, como colombianos, y la
conclusión es la misma: qué torpes nosotros, matándonos al son de qué. Porque en últimas,  los
dividendos de la guerra no iban para los que estaban en el campo de combate”, sostiene. La
guerra, esa que algunos piden con ansias, es cruda y difícil. Por eso, Rojas rememora con
ilusión cuando estaba en La Carmelita, en el Putumayo, donde dejó las armas. Ese día recibió una
llamada: su padre estaba en la unidad de cuidados intensivos, clínicamente muerto. “Yo llegué a
Neiva, después de 19 años, y en la clínica pude entrar a verlo. El hombre se despertó medio
consciente y se sentó y me dijo: hijo querido. A los ocho días ya estaba en la casa. Ningún médico
se explica qué sucedió. Los afectos, los sentimientos, son una fuerza muy tremenda”.

Hoy busca quedarse en la vida civil con todo lo que implica ser un ciudadano en Colombia:
las dificultades de conseguir trabajo o pedir una cita médica o sacar adelante algún trámite. Por
ejemplo, en la universidad le dijeron que el tiempo ha pasado y que ya no pueden homologarle los
créditos de la carrera de Derecho. Por eso estudia Sociología a distancia. Como delegado del
partido FARC en la CSIVI cree que si bien el acuerdo de paz tiene unas realidades normativas
e institucionales importantes no ha sido fácil ajustar esa arquitectura a las regiones y que es
necesario que se descentralice su implementación.

“Hemos insistido con el actual gobierno, primero, en que haya coherencia en su


compromiso de no hacer trizas el acuerdo de paz. El acuerdo es legal y hace parte del bloque
de constitucionalidad y de una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Pero
para decirlo de una forma muy popular, no puede haber paz si no hay dineros para esa paz.  En
febrero se tiene que aprobar a más tardar el Plan Nacional de Desarrollo del presidente Iván
Duque y debe contemplarse un capítulo específico que tenga que ver con la financiación del
acuerdo de paz”.
Rojas cita a expertos y asegura que solo en 10 o 15 años se podrá evaluar si el acuerdo fue un
fracaso o dejó unos avances considerables en el país. “En términos presupuestales, una buena
implementación representaría cerca de 129 billones de pesos”, dice.
“Nos preocupa la situación de muchos compañeros que después de firmada una ley de
amnistía sigan presos en las cárceles. Eso no tiene justificación. Con la población de
excombatientes los temas son complejos. Pero seguimos trabajando por su reincorporación. La
idea es desarrollar con entidades territoriales planes de vivienda. Vamos a dialogar con la empresa
privada y pública para abrir mercados laborales para los excombatientes, porque en Colombia
mucha gente no vive con el 90 % de un salario mínimo, que es lo que vamos a recibir hasta
agosto de 2019. Eso sin mencionar que la reincorporación colectiva como la concebimos ha sido
en términos generales un fracaso, con muy pocas excepciones”. Ese ha sido el mayor desafío y
es “delicado” porque si los excombatientes no pudieron estudiar y lo que aprendieron
fueron las acciones de la guerra puede ser relativamente fácil que retornen a actividades
violentas si no tienen oportunidades, cree Rojas.

“Se lo hemos dicho al Gobierno porque si queremos que la paz tenga una base duradera lo
mínimo es que quienes estaban echando tiros les garanticemos una vida posible”, dice. La
conversación termina esa tarde en Yondó. Lo volveré a ver presentando su cédula en el aeropuerto
de Barrancabermeja para abordar un avión. Nadie creería que el documento lo sacó pocos meses
atrás, en la zona donde dejó su fusil.

También podría gustarte