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1. INTRODUCCIÓN
Puesto que la nosología psiquiátrica internacional está prácticamente monopolizada por la American
Psychiatric Association y por las clasificaciones de la OMS (que, a su vez, tratan de acordar una
clasificación única), la descripción de los trastornos de la personalidad sigue la estructura propuesta por
la cuarta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV), a pesar de
sus numerosas contradicciones e insuficiencias. De hecho, tampoco existe una teoría unificada sobre la
personalidad y sus trastornos a causa de la escasez de fundamentos psicológicos con que se ha
desarrollado la psiquiatría contemporánea. Cabe suponer que entre los trastornos de la personalidad
existen personas indiscutiblemente trastornadas, sin que esté claro cuál es el sustrato psicobiológico
responsable de su sufrimiento e inadaptación.
El término psicoterapia, tal como se utiliza en este capítulo, hace referencia a una modalidad que no está
diseñada principalmente para frenar las “cosas negativas” (es decir, aliviar síntomas o disminuir
conductas autodestructivas u otros comportamientos desadaptativos). Aunque la psicoterapia también
puede reducir estos síntomas o comportamientos desadaptativos, se caracteriza por su intención de
hacer “cosas positivas” (ayudar a los pacientes para que cambien a mejor o desarrollen nuevas
capacidades psicológicas). Por tanto, no es lo mismo tratamientos que terapias. Los tratamientos (p. ej.,
medicación, dieta, hospitalización) son administrados a los pacientes: los recibe de manera pasiva (o se
resiste a ellos) pero no los pone en marcha. Las terapias requieren participación activa, objetivos
comunes y colaboración, cuando menos, intermitente.
La mayoría de los autores coinciden en señalar las características generales que debe tener toda
psicoterapia de los trastornos de personalidad para ser moderadamente efectiva:
1. Un encuadre riguroso.
2. Dedicación importante de tiempo al establecimiento de la alianza terapéutica.
3. Objetivo concreto, ya sea éste un problema específico (p. ej., el comportamiento autolesivo) o
los patrones de relación interpersonal.
4. Coherencia teórica, tanto para el terapeuta como para el paciente.
5. Tiempo limitado, pero no excesivamente corto.
6. La alianza terapéutica permite la fijación de unos límites bien marcados, compatibles con cierta
flexibilidad.
7. Posibilidad de integrar la psicoterapia con otros recursos disponibles para el paciente.
Por otro lado, un modelo conceptual útil de los trastornos de personalidad sería entenderlos como
exageraciones patológicas de rasgos normales de la personalidad; así, los trastornos representarían la
exageración no adaptativa de dichos rasgos y los factores psicosociales serían cruciales en la
transformación de rasgos en trastornos.
1. No acepta que todos los pacientes con trastornos de la personalidad sean beneficiarios de una
psicoterapia, lo que implica seleccionar al grupo tratable y seleccionar alternativas terapéuticas
para el resto.
2. No asume que la introspección (insight) sea la meta del tratamiento, sino sólo el primer paso
hacia el cambio.
3. No pretende ser neutral ante conductas poco adaptativas y reconoce que la psicoterapia tiene la
misión de aumentar la integración social y promover cambios específicos.
En general, el sistema de atención pública no está preparado para atender las muchas necesidades
asistenciales e institucionales de los pacientes con trastornos de personalidad, de forma que el terapeuta
debe cargar con todo el peso del tratamiento, es desasistido con frecuencia y ha de improvisar recursos
y soluciones para paliar las deficiencias organizativas. Debido a las notables exigencias del tratamiento y
al posible agotamiento de los recursos, a veces se imponen cambios de terapeuta y de sistema, pero
deben realizarse siempre mediante una derivación acordada y cuidadosa.
3. INTERVENCIONES ESPECÍFICAS
De forma artificial, sólo para seguir un orden en la exposición, presentaremos las recomendaciones
psicoterapéuticas de acuerdo con los grupos descritos en el DSM-IV.
La relación terapéutica con los pacientes con trastorno paranoide tiene tres principios:
Los trastornos paranoides suelen plantear serias dificultades de relación que impiden su inclusión en
grupos terapéuticos. Sin embargo, resulta imprescindible intervenir sobre los cónyuges y familias de
estos pacientes que suelen sufrir las consecuencias de su suspicacia y sus proyecciones: la forma secreta
y pasiva con la que algunos familiares reaccionan a veces a la suspicacia y a los celos anormales del
paciente no hace sino incrementar dichos sentimientos y el clínico ha de informar y orientar en este
sentido.
Siempre que se logre evitar el aislamiento al que tienden dentro del propio grupo, los abordajes grupales
podrían ser, en sí mismos, vehículos del proceso de socialización que estos pacientes necesitan. Para
Gabbard el tratamiento de elección en la mayoría de los trastornos esquizoides es la psicoterapia
individual combinada con la grupal.
Se han propuesto también psicoterapias de soporte como técnicas menos intensivas, que fomentan
menos la regresión y exploran las defensas primitivas del paciente “aquí y ahora”, para mejorar la
adaptación a la vida diaria y reducir las respuestas autodestructivas. La actitud del soporte parece
aconsejable en los pacientes más graves, en sesiones semanales, durante años a lo largo de los cuales el
énfasis se hace en la confrontación o el consejo, según convenga al momento clínico y al caso.
En ocasiones, tras haber terminado un tratamiento que fomentaba la regresión, algunos pacientes con
trastorno límite pueden beneficiarse de técnicas de psicoterapia a corto plazo sobre focos relacionales o
situacionales. Finalmente, ante una historia de fracasos psicoterapéuticos repetidos la indicación
selectiva podría ser “no tratar”.
Como en las familias de los pacientes con trastornos límite suelen presentarse trastornos graves en la
relación interpersonal, las entrevistas familiares están obligadas en todos los casos. Nosotros
mantenemos cinco principios específicos para el abordaje relacional de familias con un miembro con
trastorno límite:
1. Mejorar la capacidad de la familia para reducir los procesos de escisión en el sistema familiar.
2. Mejorar la capacidad de los miembros de la familia para reducir la propia escisión personal.
3. Reducir las conductas oposicionistas estereotipadas en todos los miembros de la familia.
4. Reparar los límites externos en los sistemas intergeneracionales y subfamiliares.
5. Reparar los límites internos en las relaciones entre padres, padres e hijos y los propios hijos.
1. Kohut situó el problema central del trastorno narcisista en el desarrollo anómalo de un self
grandioso y propuso como tratamiento la aportación de los elementos ausentes en esta
estructura del self a través de la resolución de la transferencia especular e idealizadora
(característica de estos pacientes) que les permitiera incorporar a su interior dichos elementos
ausentes.
2. Kernberg situó el problema central de los trastornos narcisistas en la envidia, la angustia y
autosuficiencia distorsionada, que deben ser interpretadas y confrontadas activamente.
Una de las causas fundamentales de la diferente propuesta técnica hecha por estos dos autores parece
ser la distinta población clínica sobre la que basaron su experiencia. En ambos casos, la relación
psicoterapéutica pretende impedir que la envidia y la rabia abrumadora lleven al paciente narcisista a
retirarse a una posición de autosuficiencia defensiva, anómala y disfuncional. El objetivo fundamental del
tratamiento para Kernberg sería la interpretación de la transferencia negativa y de sus defensas (la
escisión, la proyección y la identificación proyectiva); según este autor, con una actitud de soporte
puede evitarse la interpretación de la transferencia negativa y lograrse una remisión sintomática rápida
en pacientes a los que sólo pueden aplicarse opciones paliativas. La psicoterapia breve, de orientación
psicodinámica, con los trastornos narcisistas se centra en el incremento de la conciencia de la
vulnerabilidad personal al daño, a la vergüenza y al disgusto y en el aprendizaje reparador.
Desde el punto de vista relacional resulta clave la comprensión de los patrones desadaptativos en el
sistema de referencia afectivo y el aprendizaje empático, para lo cual pueden utilizarse la terapia de
pareja y el juego de roles.
El formato de grupo puede ser eficaz en el tratamiento de los trastornos narcisista y existe numerosa
literatura especializada al respecto. La efectividad de los grupos parece depender de la retrolimentación
que proporciona el resto de los miembros del grupo, de la capacidad de limitar la transferencia y de la
posibilidad de trabajar los aspectos específicos de esta patología (las respuestas especulares, los objetos
de idealización y la relación con otros miembros del grupo). Las pacientes que parecen tener mejor
pronóstico en grupos son los más demandantes, los egocéntricos socialmente aislados y los desviados.
Hay formatos de pareja, basados en las ideas de Kohut, en los cuales se trabaja la vulnerabilidad
narcisista, la necesidad de objetos del self y la identificación proyectiva a través de distintas fases:
fusión, interacción y separación. El formato de familia también es aplicable en los trastornos narcisistas y
en él puede observarse el dilema de las familias que se unen, paradójicamente, contra el cambio
terapéutico.
Desde el punto de vista psicodinámico, el principal problema terapéutico es cómo limitar la anómala
necesidad de contacto superficial con otros que tienen estos pacientes. El manejo de la transferencia
erótica es fundamental y tiene como objetivo transmitir al paciente directa o indirectamente, de modo
verbal o no verbal, que el clínico no es una figura de transferencia infantil. Los errores en esta tarea son
la causa más frecuente de fracaso terapéutico con estos pacientes.
El pensamiento global y difuso que caracteriza al trastorno histriónico es un obstáculo para la utilización
de técnicas cognitivas, que requieren una colaboración dirigida y objetivos terapéuticos definidos. El
tratamiento cognitivo incluye la identificación de pensamientos automáticos, la automonitorización de las
cogniciones y la reestructuración, modificación e interpretación de los esquemas maladaptativos.
Corregir los pensamientos de inadecuación y la tendencia a catastrofizar el rechazo son problemas que
plantean sistemáticamente estos pacientes.
El punto de vista interpersonal puede resultar especialmente útil en el tratamiento de los trastornos
histriónicos porque va dirigido a la identificación de los patrones de relación desadaptativos y de sus
raíces, al bloqueo de los mismos y a resolver los deseos y los temores que subyacen en ellos en la
relación interpersonal con el terapeuta. Un soporte competente y una comunicación acogedora por parte
del clínico que no refuerce la posición histriónica y necesitada, es el clima en el que puede desarrollarse
el ego observador del paciente frente al patrón de conducta desadaptativo que puede presentarse al
paciente como el “enemigo” que hay que combatir. La mujer con un trastorno histriónico puede
interiorizar el modelo de una terapeuta mujer como más benigno y constructivo que el propio y con un
terapeuta varón puede contrastar sus temores de incompetencia. En ambos casos los terapeutas han de
buscar alternativas a los aspectos de conducta más desfavorables y destructivos del paciente.
En la práctica clínica no es rara la asociación conyugal entre una persona obsesiva, que asume todas las
responsabilidades, y otra histriónica, que se muestra cada vez más irresponsable e indefensa en dicha
relación. Este patrón hace necesarias las intervenciones en pareja para que el tratamiento progrese
favorablemente.
Cuando, sopesado todo lo anterior, se decide iniciar un tratamiento psicodinámico con un trastorno
antisocial el objetivo principal es mostrar al paciente la conexión que existe entre las conductas y los
estados internos. Por razones obvias, la neutralidad que mantiene el terapeuta ante otros trastornos de
conducta está contraindicada en el trastorno antisocial y se ha aconsejado, expresamente, una actitud
terapéutica activa y confrontativa frente a la minimización y la negación que el paciente suele hacer de
su conducta antisocial.
La contratransferencia con los trastornos antisociales presenta dos problemas habituales y específicos,
uno por exceso y otro por defecto:
La psicoterapia breve de los trastornos de personalidad por evitación puede combinar aspectos de
soporte con aspectos expresivos. Los aspectos básicos del soporte son la valoración empática de los
sentimientos de vergüenza y de humillación, con explicaciones pertinentes, en la imprescindible
exposición social controlada. Los aspectos expresivos se centran en la rememoración de causas
subyacentes de vergüenza en el pasado que deben ser exploradas de modo concreto, toda vez que los
pacientes tienden a proporcionar explicaciones globales y vagas al respecto que ocultan su importancia y
su carácter específico. Las respuestas vegetativas de vergüenza que suceden en la entrevista han de
comentarse y la vivencia subyacente ha de explorarse. Las técnicas interpretativas básicas se dirigen a
las fantasías temidas inconscientes o a los impulsos que se viven como incontrolables. Las expectativas
exigentes e irreales respecto de sí mismo son frecuentes en estos pacientes y deben ser exploradas y
aliviadas como productos superyoicos por exceso.
En principio, los formatos de grupo son temidos por pacientes con trastorno evitativo pero, combinados
con estrategias individuales y bien dirigidos, pueden resultar especialmente efectivos en el tratamiento
de las conductas anómalas por evitación social.
La aplicación de una técnica psicoterapéutica aislada puede ser eficaz en pacientes con un buen
funcionamiento relativo, pero si el funcionamiento es malo suele ser más apropiada la combinación de
tratamientos según los principios generales indicados al comienzo de este capítulo (e incluido,
naturalmente, el tratamiento biológico eficaz de los síntomas).
El papel del clínico en el tratamiento del trastorno obsesivo-compulsivo tiene algunas peculiaridades:
El tratamiento de estos trastornos se ha aplicado también en grupo (una de las ventajas no desdeñables
de este formato es que limita el tedio y la escasa recompensa que el terapeuta puede sentir en la
interacción con estos pacientes). El formato de grupo de tipo heterogéneo parece ofrecer mejores
resultados, está más ensayado y sus objetivos son los que siguen:
La psicoterapia breve de tipo introspectivo tiene una utilidad limitada en este trastorno debido a la
resistencia y la transferencia negativa de los pacientes y a la contratransferencia negativa que suelen
provocar en los clínicos. La transferencia negativa suele expresarse mediante un sabotaje pasivo de las
iniciativas terapéuticas y la contratransferencia negativa correspondiente en frustración, enfado o
desinterés. No es raro que algunos clínicos entusiastas, pero con poca experiencia, desafíen los
sentimientos contratransferenciales mediante una formación de reacción con la que intentan transformar
completa y directamente al paciente; estos esfuerzos suelen vivirse por los pacientes como demandas
tempranas en las que el amor era siempre una contingencia por una acción que se esperaba de él y
terminan boicoteándolos por ese motivo. Muchos pacientes (y/o sus terapeutas) abandonan
prematuramente el tratamiento, víctimas de los difíciles sentimientos transferenciales y
contratransferenciales referidos. La disposición a confrontar la oposición y el pesimismo de estos
pacientes y la capacidad de manejarse comprendiendo su transferencia son fundamentales para poder
proseguir la relación terapéutica con ellos.
Algunos autores han señalado que el mero soporte en estos pacientes puede ser perjudicial (las razones
son obvias). Desde el punto de vista práctico, no es aconsejable contestar las innumerables preguntas
que los pacientes suelen hacer en la interacción clínica como expresión de su agresión pasiva; en su
caso, la contestación puede hacerse con respuestas interrogativas que, a su vez, tenga que contestar el
paciente. Cuando, por ejemplo, la contratransferencia domina la escena y no queda capacidad de
maniobra afectiva para atender al paciente de otro modo, el clínico puede comunicar al paciente sus
sentimientos contratransferenciales de frustración y enfado y pedirle después su opinión acerca de la
causa de los mismos. En ocasiones, especialmente si el paciente con trastorno pasivo-agresivo empeora
al iniciar tratamiento, puede plantearse «no tratar» como la indicación terapéutica de elección.
4. ORIENTACIONES CONTEMPORÁNEAS