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Las sirenas

En un fragmento muy conocido de La odisea, se narra cómo Ulises navega cerca de la


isla de las sirenas, unas mujeres aladas cuyo canto era tan bello que hacía enloquecer a quien
lo escuchara. Personaje famoso por su ingenio, Ulises pide a su tripulación que se tapen los
oídos con cera y que le aten fuertemente de brazos y piernas al mástil de la nave. De esta
forma, podrá ver y oír a las sirenas mientras la nave bordea la isla (cuya orilla estaba cubierta de
cuerpos pudriéndose al sol). Podrá deleitarse con el canto de las sirenas sin correr peligro.

Adorno y el pasaje de Ulises y las sirenas

A partir de la ilustración, el tema de la libertad se había convertido en una preocupación


filosófica fundamental. Más de un siglo después de la Revolución francesa, los nazis adornaron
las puertas de metal de sus campos de concentración con el mensaje “El trabajo nos hace
libres”. Este hecho inspiró al filósofo alemán Theodor W. Adorno para explorar la relación entre
los conceptos de trabajo, libertad, civilización y barbarie.

Adorno se da cuenta de que, aunque todo proceso civilizatorio conlleva la creación de


soluciones ingeniosas e inteligentes a distintos problemas humanos, en la práctica también
implica que una mayoría de la población termine siendo tratada como puro cuerpo, puro músculo
y capacidad de trabajo. Desde las primeras civilizaciones hasta la actualidad siempre ha habido
una mayoría de los ciudadanos que pagan los costes del progreso pero no se les ofrecen sus
frutos. Y una minoría que puede disfrutar de la belleza que posee la música y el arte, aunque
siempre dentro de unos límites.

Adorno señala cómo el obrero en la fábrica está obligado a funcionar como mero
músculo. Solo se le valora su capacidad para realizar movimientos repetitivos y anodinos. Pero,
dice Adorno, este proceso no es nuevo, sino tan antiguo como la civilización. Igual que los
obreros, en el pasaje de las sirenas los remeros del barco de Ulises no podían hablar ni
escucharse entre ellos, y debían concentrarse en una actividad rítmica y superficial.

De hecho, sigue reflexionando Adorno, no es casualidad que el ritmo que los guionistas y
directores de Hollywood imprimen a sus historias, o que el ritmo “casi militar” que hace bailable
al jazz o a la música pop, también sea repetitivo y predecible. Todas esas creaciones reflejan la
poca ambición y el conformismo del trabajador-consumidor en la era de las sociedades
industrializadas.

Los modernos estadounidenses, explica Adorno, sienten que el tiempo de ocio es para
descansar y “desconectar”. Por ejemplo, al trabajador-consumidor habitualmente no le interesan
las novelas o películas que amplíen nuestra comprensión de la historia humana, que nos
transporten a lugares y situaciones en las que es incómodo mirar, o que presenten personajes
complejos, interesantes o inteligentes.

Para Adorno la verdadera belleza es la que representa lo humano en toda su


complejidad, desvelando las posibilidades de desarrollo de la vida y de la historia. Acercarse a
esa forma de entender la belleza es lo que convierte a un producto cultural en arte verdadero.
Sin embargo, dice Adorno, vivir en la civilización hace que ese tipo de belleza nos asuste.
Preferimos productos que no nos hagan pensar. El pasaje de Ulises y las sirenas muestra como
para los griegos la verdadera belleza podía ser peligrosa, y lo mismo sucede, según Adorno, con
la forma en la que entendemos el cine, la narrativa, el teatro y la música en la actualidad.

Por eso, la mayoría de los productos que la ciudadanía fabrica y luego consume en los
países industrializados son productos que ofrecen un placer animal, hedonista, de baja
intensidad intelectual y carente de complejidad emocional. Poco elaborado, superficial, acrítico y
no emancipador en absoluto. Si analizamos al detalle el proceso civilizatorio, nos damos cuenta
de que cada vez se va asumiendo con más naturalidad que las personas se comporten como
animales salvajes o como niños pequeños, en vez de como humanos adultos. Estamos llamando
proceso civilizatorio a lo que en realidad es sumergirse en la barbarie, concluye Adorno.

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