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Elizabeth Jelin y Juan Carlos Torre. Los Nuevos Trabajadores en América Latina: Una Reflexión...

Desarrollo Económico. Vol 22 N° 85. 1982.

LOS NUEVOS TRABAJADORES EN AMERICA


LATINA: UNA REFLEXION SOBRE LA TESIS DE LA
ARISTOCRACIA OBRERA

ELIZABETH JELIN Y JUAN CARLOS TORRE*

La década de los sesenta introdujo un nuevo tema al análisis del


mundo laboral en América Latina, ligado a la introducción de la nueva
industria: el de la emergencia de una nueva fuente de heterogeneidad
entre los sectores obreros.
En líneas generales, los nuevos y más dinámicos sectores se
encuentran en estado de remunerar más ventajosamente a todos los
factores que emplean, incluso la mano de obra. Las estadísticas pueden
no revelar estas diferencias en toda su magnitud al incluir, por ejemplo, al
conjunto de la fuerza de trabajo industrial, pero ellas quedan en evidencia
si se apartan las actividades a industrias claves, de mayor tamaño y más
avanzada tecnología. Por otro lado, los beneficios y regalías indirectas
también son mayores e importantes en esas áreas, estableciendo un
cuadro por demás distinto del que caracterizó una etapa similar en la in-
dustrialización inglesa y europea.
De estas circunstancias ha emergido un hecho político de gran entidad,
hasta ahora poco apreciado en los diagnósticos socialistas, y que es la
relativa "conservatización" de los trabajadores en los nuevos sectores
emergentes. La "conservatización", entiéndase bien, se plantea sobre todo
en los niveles político e ideológico y puede ir de la mano con una
considerable combatividad y firmeza organizativa en el plano de las
conquistas estrictamente económicas, que son el medio de participar de
los avances de la productividad y con ello de asegurar las ventajas
respecto a los demás grupos" (Espartaco; 1965, pp. 24-25).
¿Cuál es el perfil de este "conservadorismo" de los trabajadores
ocupados en las modernas empresas industriales? Escribiendo desde
Chile, Adolfo Gurrieri señaló que:

*
Investigadores del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) y del Instituto
Torcuato Di Tella, respectivamente.

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En las empresas modernas se observará un sindicalismo orientado


hacia la integración del obrero en la sociedad; un cierto commitment
industrial y sindical que deriva del contexto de satisfacción en que se
trabaja. Las acciones reivindicativas se llevarán a cabo dentro de los
límites de la empresa y no se enfatizarán los aspectos políticos del
movimiento obrero (Gurrieri, 1968, p. 111).
Y José Aricó, refiriéndose a la situación de los obreros de la industria
automovilística en Córdoba, Argentina, decía:
Es preciso buscar más en profundo, en el propio substratum material
de la condición obrera, los elementos de conservación que obstaculizan la
formación de una plena conciencia de clase. Y es preciso admitir que en
países como el nuestro, el proletariado industrial de las grandes empresas
surgidas de las inversiones extranjeras recientes constituye, en cierto
sentido, un grupo relativamente privilegiado, una aristocracia obrera que
obtiene privilegios en base al mantenimiento de la actual estructura, que
goza de altos salarios porque sus hermanos de clase - obreros no
calificados, peones, proletarios rurales, etcétera - ganan salarios
miserables (Aricó, 1964).
Esta imagen de un sector obrero objetivamente privilegiado, integrado
a la empresa a través del usufructo de beneficios diferenciales, combativo
en el terreno económico e indiferente a la política del movimiento obrero y
a la suerte del resto de los trabajadores, se corresponde muy bien con la
definición de la aristocracia obrera formulada por Eric Hobsbawm.
Difundida casi simultáneamente con la expansión de las inversiones ex-
tranjeras de fines de los cincuenta, con la radicación de nuevas plantas
industriales y la modernización de otras existentes, dicha imagen tuvo la
virtud de dar un sentido a las transformaciones en curso dentro de la
clase obrera y tuvo un eco muy amplio.
Hasta entonces, el énfasis había estado puesto sobre el atraso de la
clase obrera, esto es, su reciente incorporación al medio
urbano-industrial. Sus comportamientos eran, así, interpretados en
función del peso de tradiciones agrarias, su atracción por las posibilidades
de consumo ofrecidas en la ciudad, su escasa identificación con la
condición obrera fabril (Faletto, 1966; Jelin, 1979). Se esperaba, no
obstante, que la intensificación de la industria y el mayor arraigo a la vida
urbana sustituyeran la generalizada adhesión al populismo de los nuevos
obreros de las décadas de los cuarenta y los cincuenta por una conciencia
obrera y una acción político-sindical más autónoma.

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En los sesenta, la tesis de la aristocracia obrera emergente puso fin a


estas esperanzas. De la visión de una clase obrera atrasada se pasó a la
de una clase obrera privilegiada, en particular, en aquellos sectores
ocupados en la industria moderna que, precisamente, deberían haber
generado la clase obrera autónoma. Ante un personaje histórico que por
una razón u otra frustraba tan tenazmente las expectativas de la
izquierda, la atención se dirigió hacia los trabajadores marginales, sea
para denunciar en ellos las injusticias de un desarrollo excluyente, sea
para encontrar en ellos y las masas campesinas el sujeto capaz de
movilizar la redención latinoamericana. Los influyentes trabajos de Andre
Gunder Frank y Regis Debray resumieron estas ideas y sirvieron, a la vez,
de base a una convocatoria política que halló numerosos simpatizantes
entre los intelectuales de izquierda decepcionados por la clase trabajadora
existente.
Esta interpretación de la nueva clase obrera latinoamericana se insertó
bien en el clima ideológico de la época. Estos fueron los años en los que
estuvo en boga la hipótesis del aburguesamiento de la clase obrera en las
sociedades industriales maduras. Terminado el período de la recuperación
de posguerra, la década de los cincuenta fue el marco de una aceleración
del crecimiento económico, de una modernización tecnológica y de una
expansión de los consumos. Estas sociedades más dinámicas, más afluen-
tes, debían ser también sociedades capaces de corroer las bases de los
conflictos de clase y de integrar a capas más amplias de la población en
los valores dominantes. Contagiada por este optimismo, la sociología
invitó a abandonar la visión de una clase obrera revolucionaria y, en su
lugar, propuso una visión más congruente con los tiempos, la del
aburguesamiento de la clase obrera.
En los países centrales, sin embargo, pronto comenzaron a aparecer
los primeros resultados de investigaciones empíricas que mostraban la
debilidad descriptiva de la hipótesis del aburguesamiento (Goldthorpe et
al., 1968a, 1968b y 1969). A partir de los movimientos de protesta
europeos de 1968, el tema comenzó a ser el foco de un profundo debate y
revisión (Gorz, 1969; Crouch y Pizzorno, 1978). En América Latina,
paralelamente, los años finales de la década de los sesenta fueron testigos
de la irrupción de movimientos populares masivos que, junto con los
acontecimientos políticos de la misma época, llamaron dramáticamente la
atención sobre la eventual combatividad de los obreros de las industrias
de punta, provocando una revisión similar.

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El objetivo de este trabajo es plantear, desde la perspectiva socioló-


gica que se deriva de la hipótesis de la aristocracia obrera y de su crítica,
los desarrollos ocurridos en la década de los setenta en la clase obrera y
en los movimientos obreros de los principales países de América Latina,
para concluir proponiendo algunas ideas de investigación futura en torno
de las orientaciones y las acciones obreras en dicho período.

1. Privilegio económico relativo y actitudes obreras

En 1967 se llevó a cabo una encuesta entre trabajadores industriales


en Argentina, Chile y Colombia, dirigida por Alain Touraine. El informe
sobre la Argentina, redactado por Silvia Sigal, aportó conclusiones que
contribuyeron a especificar el impacto de la diferente inserción productiva
sobre las actitudes de los trabajadores. A ellas nos referiremos seguida-
mente.
El universo de la encuesta se compuso de trabajadores ocupados en
distintos tipos de empresas, agrupados en categorías que incluyeron pe-
queñas empresas tradicionales, grandes empresas tradicionales, grandes
empresas nacionales modernas, empresas extranjeras y empresas de
servicios públicos. En los comentarios que siguen, nosotros habremos de
excluir las empresas de servicios públicos porque la encuesta reveló que
se trata de un caso muy peculiar, importante en razón de la gravitación de
las empresas estatales en América Latina, pero cuyo análisis nos apartaría
del marco de la discusión tal como quedó definido en los argumentos de la
introducción.
Al comenzar su análisis sobre la Argentina, S. Sigal anticipa las cues-
tiones a las que intentará responder:
¿En qué medida se crea alrededor de los nuevos sectores de la
actividad económica una clase obrera diferenciada por sus orientaciones y
sus conductas? ¿En qué sentido es posible definirla como una "aristocracia
obrera"? Más específicamente, ¿se puede afirmar que la pertenencia a los
sectores más dinámicos hace que los trabajadores se integren
ideológicamente a sus empresas, es decir, que consideren su suerte ligada
a la de éstas? Si esto es así, ¿perciben, en consecuencia, con menor
intensidad los antagonismos emergentes de la situación de trabajo y su
identidad de intereses se aleja de la de otros sectores populares? Como
puede verse, se trata de responder a las preguntas más corrientes

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presentes, de manera explícita o implícita, en los análisis que tienden a


redefinir las relaciones de clase dentro del nuevo modelo de desarrollo
pospopulista, en la etapa de "nueva dependencia" (Sigal, 1974).
La autora agrega que se propone establecer, además, los contenidos
específicos de las orientaciones de los trabajadores de puntos. En forma
tentativa, sugiere preguntarse si se puede afirmar que la pertenencia a
empresas más dinámicas dará lugar a la conciencia de tener una posición
central en la economía, a la autoimagen de creadores de la nueva diná-
mica económica por parte de dichos trabajadores.
Su sugerencia nos revela ya el cambio producido en el clima de ideas
que rodeaba al debate sobre la clase obrera. En efecto, esta definición
positiva de las orientaciones obreras en las empresas modernas no era
independiente del curso seguido por la tesis del aburguesamiento de la
clase obrera en las discusiones europeas. Por entonces comenzaban a ser
conocidos las hipótesis y los primeros hallazgos de la investigación inglesa
dirigida por John Goldthorpe y David Lockwood sobre la sociedad afluente
y los trabajadores, a publicarse poco después. En ellos se ponía en
cuestión la hipótesis de la integración ideológica de los trabajadores de las
industrias modernas y se confirmaba la vigencia de las solidaridades de
clase: la sociología se retractaba, con la misma parsimonia con la que
decretara años antes el fin de las ideologías y la reabsorción de los
antagonismos.
Paralelamente, desde los círculos de izquierda que habían logrado
sustraerse a la doble tentación del pesimismo marcusiano y del tercer-
mundismo de los sesenta - dos visiones que desplazaban las posibilidades
de un cambio revolucionario fuera de las sociedades industriales maduras
-, comenzaba a hablarse de "una nueva clase obrera". Así, Serge Mallet y
André Gorz llamaron la atención acerca del papel renovador que deberían
jugar dentro del movimiento obrero los trabajadores calificados y técnicos
de las industrias de punta, como la petroquímica, la electrónica y las
industrias aeroespaciales. Ubicada en el centro de los mecanismos más
complejos del capitalismo moderno, esta nueva clase obrera estaría en
mejores condiciones para percibir las contradicciones del sistema, valorar
su contribución productiva y formular reivindicaciones de carácter más
avanzado.
No obstante las reservas que merecieron por parte de los analistas
europeos, estas ideas ejercieron una indudable influencia en la reconver-
sión de la perspectiva desde la que era abordada la cuestión de los

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trabajadores de punta en América Latina. Los temas del privilegio


económico y del presunto conservadorismo no fueron en verdad
abandonados. Pero, junto a ellos, se procuró determinar si en los
trabajadores de las empresas modernas estaban creándose condiciones
objetivas y subjetivas que eventualmente llevarían a redefinir las
tendencias dominantes en el movimiento obrero latinoamericano: su
limitado economicismo, su dependencia de la intervención estatal, el peso
político del populismo. En este sentido, el análisis de la inserción obrera
en las empresas modernas y tradicionales no quedó ya circunscripto a
medir el privilegio relativo y sus efectos; comenzó a importar también si
una ubicación central o periférica respecto de los núcleos dinámicos del
desarrollo determinaba posibilidades diferentes para avanzar demandas
más radicales, favorecer una acción sindical más autónoma, dar lugar a
una política de clase.
La credibilidad de este enfoque recibió un nuevo estímulo en las
criticas hechas a la visión simplista de una dualización creciente de las
economías latinoamericanas. Contra quienes denunciaban la existencia de
una fractura entre unas "islas de desarrollo", "enclaves privilegiados", y
un hinterland condenado a la marginalidad, los críticos señalaron el
funcionamiento de una lógica de desarrollo única que operaba hacia ade-
lante y hacia atrás, recreando modalidades de trabajo tradicionales de
acuerdo con las exigencias expansivas de los núcleos modernos. Esta
unidad del espacio económico por encima de sus diferencias regionales o
sectoriales - una unidad comandada por la racionalidad económica del
capitalismo moderno - reconstituyó el contexto desde el cual era pensada
la relación entre los trabajadores de las empresas modernas y los
trabajadores de las empresas tradicionales. En un contexto semejante,
volvió a ser concebible la posibilidad de una convergencia obrera.
Un subproducto de las críticas a la visión de una economía dual fue el
cuestionamiento del excesivo énfasis puesto en las distinciones entre
sectores, que subestimaba la diversidad interna de las industrias
modernas y tradicionales. En lugar de la noción agregada de sector se
propuso razonar en términos de empresas, porque la modernización
operada con la entrada de inversiones extranjeras y las transferencias de
tecnologías a firmas locales no había quedado restringida a la expansión
de nuevas actividades industriales sino que había transformado también la
producción en actividades ligadas a etapas anteriores de la sustitución de
importaciones, como la metalurgia liviana, los textiles y la alimentación.

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Retomemos ahora el informe de la encuesta. A los efectos del análisis,


S. Sigal comienza por desagregar el concepto de "integración", elemento
clave de la definición de la "aristocracia obrera", en varias dimensional; la
primera de ellas, la más próxima a la situación de trabajo, habrá de
denominarla la integración profesional. Con respecto a esta dimensión,
referida a la relación de la empresa y los trabajadores en tanto fuerza de
trabajo, constata que:

...en efecto, existe una más grande fijación en las empresas


modernas, así como una más grande satisfacción general en función del
trabajo ejecutado. La ligazón a la empresa y la satisfacción en el trabajo
no implican, sin embargo, la ausencia de aspiraciones de movilidad
interna; al contrario, es en las empresas modernas que se encuentra la
mayor cantidad de individuos que desean cambiar de puesto. Estas
tendencias están probablemente ligadas a la gran permeabilidad objetiva
del sistema profesional de las empresas modernas; si se considera la
historia profesional de los encuestados se advierte en las empresas
tradicionales un porcentaje más elevado de individuos cuya antigüedad en
la empresa es considerable y que no han cambiado de posición. La
existencia de tales barreras permitiría explicar que en las empresas
tradicionales la aspiración a cambiar de puesto está asociada a la de
abandonar la empresa, asociación que correspondería a la imposibilidad o
dificultad pare el trabajador de mejorar sus condiciones de trabajo dentro
de la empresa misma (Sigal, 1974).

La segunda dimensión que explora está referida a la integración entre


la situación personal del trabajador y la situación de la empresa, esto es,
en qué medida el futuro salarial del trabajador aparece ligado a la
evolución económica de la empresa. Este es un primer significado con el
que define la integración económica y encuentra que, a la pregunta ¿los
salarios aumentarán si la producción de la empresa aumenta?:

Son también los trabajadores de las empresas modernas quienes


responder más frecuentemente por la afirmativa, lo que revela un vínculo
subjetivo entre su futuro económico y la marcha de la empresa. Habíamos
supuesto que esta relación podía derivar de la conciencia de privilegio
relativo dado que ella depende en gran parte del wage-drift de los
sectores dinámicos; en ese caso, la integración económica no sería más

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que la manifestación directa de la conciencia de ganar salarios superiores.


Sin embargo, no es así, porque aún entre aquellos trabajadores que
opinan que sus salarios son iguales a los pagados por otras empresas, son
siempre los trabajadores de las empresas modernas los más integrados en
este sentido. No es, pues, la conciencia de privilegio individual relativo la
que da cuenta de esta relación, sino otra variable, que permite
desentrañar una conexión más compleja, es la conciencia de pertenecer a
empresas en expansión, empresas dinámicas de acuerdo con la visión de
los obreros (Sigal, 1974).
Resumiendo con la autora estas dos primeras cuestiones tenemos, así,
un perfil inicial de las actitudes obreras. Encontramos en las empresas
modernas trabajadores satisfechos con el tipo de trabajo que realizan, que
no desean abandonar la empresa, pero que aspiran a una cierta movilidad
interna y tienen expectativas optimistas de lograrlo. Igualmente, están
más integrados económicamente: no sólo perciben sus salarios como
superiores sino que, en la medida en que consideran que sus empresas
están en expansión, tienen confianza en la futura asociación entre la
producción y los salarios. En las empresas tradicionales se encuentra la
situación inversa: no satisfechos con su trabajo, los trabajadores desean
cambiar de empresa y ello debido a sus aspiraciones de movilidad frus-
tradas. A la vez, conscientes de ganar salarios similares o inferiores a los
pagados en otras empresas, opinan con menos frecuencia que los
aumentos de la producción habrán de traducirse en mejores salarios.
La próxima cuestión que aborda S. Sigal bajo el segundo significado
que asignan a la integración económica corresponde a un tema crucial del
debate sobre la aristocracia obrera. Se trata de determinar hasta qué
punto la empresa aparece como un sistema social más o menos cerrado
pare el trabajador, capaz de afectar con sus decisiones las distintas áreas
de su experiencia. Una representación habitual de los trabajadores de las
empresas modernas quiere, en efecto, que la empresa se constituya en su
marco de referencia por excelencia, desplazando a un segundo lugar la
intervención de otras agencias, como el sindicato, el gobierno o, mismo;
la situación económica general: es la idea del encapsulamiento de los
trabajadores. Las preguntas utilizadas pare definir esta segunda acepción
de la integración económica, que quizás convendría entenderla mejor
como la integración al sistema de empresa, son varias: ¿a quién recurre
en el caso de injusticias en la empresa?, ¿de quién depende el aumento
de los salarios?, ¿quién es más importante pare el mejoramiento del

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bienestar del pueblo? En cada caso, las alternativas a escoger colocan, por
un lado, a la empresa y, por otro, a instancias externas, como el
sindicato, el ministerio de trabajo, el gobierno, la coyuntura económica del
país. Los resultados de la encuesta indican una mayor integración
económica de los trabajadores de las empresas modernas, pero -y éste es
el punto central - ésta va disminuyendo a medida que las preguntas se
refieren a cuestiones más alejadas de la situación de trabajo. Los
trabajadores de dichas empresas recurren, es verdad, a los mecanismos
de arbitraje de la empresa en caso de injusticias en el trabajo, opinan que
los aumentos de salarios dependen de la empresa, pero en esto son
menos enfáticos; cuando se trata de evaluar quiénes son los que
contribuyen más al bienestar general, no se diferencian de los
trabajadores de las empresas tradicionales y colocan, con éstos, en primer
lugar, al gobierno, luego los sindicatos y al final a la empresa. La
conclusión es que las empresas modernas no configuran para sus
trabajadores un sistema de decisiones e interacciones autocontenido.
Finalmente, el análisis se ocupa de un último significado del concepto
de integración, la integración entendida como integración social, en el que
importa el impacto del privilegio económico sobre la identidad de clase y
la percepción del conflicto con los patrones. "Si existiera un abur-
guesamiento de los trabajadores derivado de su inserción sectorial -
señala S. Sigal en primer término -, debería encontrarse una relación
entre la pertenencia a la empresa moderna y la pérdida de la conciencia
de los límites de clase, una más grande identificación como ‘clase media’ y
la disminución de la solidaridad con el resto de los trabajadores" (Sigal,
1974). Los resultados de la encuesta indican, a este respecto, que en las
empresas modernas se encuentra más a menudo la autoidentificación
como clase media y una definición de los límites de la propia clase que
tiende a excluir a los sectores de ingresos más bajos. No obstante ello, en
el momento de definir el campo de sus solidaridades, los trabajadores de
las empresas modernas no diferencian sus intereses de los de los
trabajadores de otras empresas o regiones, evidenciando la falta de
relaciones lineales entre una y otra dimensión de la conciencia obrera.
El segundo aspecto de la integración social, el referido a la percepción
positiva o negativa de los patrones, revela que las diferencias entre
empresas modernas y tradicionales no son significativas; los trabajadores
de unes y otras perciben con igual intensidad su conflicto con el polo
opuesto de su situación de trabajo. Un significativo contraste aparece, sin

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embargo, en la actitud hacia el progreso técnico. En la pregunta sobre si


la introducción de máquinas modernas beneficia sólo a los patrones, más
a éstos que a los obreros o a todos por igual, surge claramente una
conciencia más aguda de privación en los trabajadores de las empresas
tradicionales. Combinando la cuestión anterior, la actitud hacia los
patrones con la actitud hacia el progreso técnico, emerge una relación
reveladora: es en las empresas tradicionales donde la conciencia de
subprivilegio relativo y la conciencia de expropiación del progreso técnico
están más fuertemente asociadas con la oposición a los patrones. En las
empresas modernas, en cambio, aquellos que consideran que las
máquinas nuevas favorecen a todos por igual u opinan que sus salarios
son mejores a los de las otras empresas son precisamente los que
manifiestan una conciencia mayor del conflicto con los patrones. Se podría
concluir a partir de estas evidencias - argumenta S. Sigal- "que la
conciencia de inclusión y de beneficio sectorial no engendra una
proporción equivalente de ‘integración social’; en otras palabras, la
imagen de una distribución igualitaria del progreso técnico y del privilegio
económico derivado de la empresa, lejos de conducir a una mayor
integración social, crea una oposición a los patrones que es
comparativamente más fuerte que la exhibida en las empresas
tradicionales" (Sigal, 1974), en razón del marco positivo que le sirve de
contexto.
Citando las conclusiones finales del análisis de S. Sigal,

...la mayor integración profesional y económica que se produce en las


empresas modernas no se acompaña ni de una redefinición importante de
la identidad de clase, ni de la puesta en cuestión de la solidaridad obrera,
ni de una disminución significativa de los conflictos ligados a la situación
de trabajo. A medida que nos alejamos de la situación inmediata de
trabajo, adonde la distinción entre sectores más o menos dinámicos se
revela pertinente, es preciso renunciar a centrar el análisis sobre la
satisfacción, la integración a la empresa en tanto fuerza de trabajo y la
conciencia de privilegio sectorial. Es decir que debemos ir más allá de una
formulación que reduce los cambios en la condición obrera a hipótesis
simplificadas, según las cuales la pertenencia a los núcleos centrales de la
economía debería tener por consecuencia la creación de sectores obreros
más integrados socialmente y las situaciones de subprivilegio sectorial
conducirían al mantenimiento - aun al incremento - de la identidad y la

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autonomía de la acción obrera. (... ) A partir de la caracterización de los


nuevos sectores obreros correspondientes a las líneas de crecimiento
seguidas por la economía argentina desde la mitad de los años cincuenta,
conviene apelar a formas de redefinición de la realidad social que no estén
determinadas por la medida unidimensional de una "aristocracia obrera".
(... ) Quizás sea posible caracterizar a los trabajadores de los sectores
más modernos como los beneficiarios directos de las mayores
productividades y las ventajas comparativas de sus empresas, pero al
mismo tiempo, como los productores del desarrollo, como actores sociales
que se perciben ubicados en el centro dinámico económico" (Sigal, 1974).

2. Integración objetiva e integración subjetiva

Si la sociología tiende a ser errática y mal escapa al espíritu de la


coyuntura inmediata, sus instrumentos no son por otra parte más confia-
bles. La encuesta basada en una muestra y en un cuestionario precodifi-
cado es, de todos ellos, el más problemático. No es éste el lugar pare
exponer las reserves que se han formulado a la encuesta ni de recordar la
frecuencia con la que las previsiones extraídas de ella han sido desmenti-
das por la realidad. Sí es pertinente dejar en claro que somos conscientes
de sus limitaciones antes de proseguir con nuestros comentarios, que
estarán, inicialmente, basados en los resultados de la encuesta resumidos
más arriba y en los de encuestas similares.
¿De qué modo se insertan las conclusiones presentadas por S. Sigal en
el debate sobre las perspectivas de la clase obrera tal cómo estaba
delineado en los sesenta? Como se habrá podido apreciar, a través de
ellas nos hemos alejado de la visión simplista que alertaba ante la
emergencia de una aristocracia obrera en las empresas modernas: el
cuadro que emerge de dichas conclusiones es mucho más complejo y vale
la pena retomarlo para redefinir los términos en los que fue formulada la
cuestión.
Quienes, como Aníbal Pinto, se adelantaron a apuntar los efectos
probables de la heterogeneidad estructural sobre el mundo del trabajo lo
hicieron cuando todavía la preocupación dominante de los estudios sobre
la clase obrera giraba alrededor de la formación misma de dicho mundo
del trabajo, esto es, la constitución de una condición obrera anclada en la
integración al trabajo industrial. Las conclusiones aceptadas eran, a este
respecto, negativas. Incorporados en forma reciente al medio urbano-

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industrial, los trabajadores de los años cuarenta y cincuenta se definían


más por su pasado rural, por la experiencia de movilidad que los alejaba
de su lugar de origen, que por su inserción en las relaciones de trabajo.
Según lo señalará Brandao Lopes, "aun cuando permanecen un largo
período en la fábrica, los migrantes rurales están subjetivamente orienta-
dos hacia afuera de la industria y no se identifican con la condición obre-
ra" (Lopes, 1964, p. 51). El pasado como referencia, la movilidad como
experiencia, he ahí los principios que comandan a los nuevos
trabajadores: ¿hacia dónde? Faletto despeja la incógnita al indicar que
"las actitudes de los grupos obreros no estarían determinadas por lo que
constituye el elemento de su definición de clase sino por su posición en el
sistema o modo de vida urbana" (Faletto,1966).
De este privilegio de la experiencia urbana por sobre la experiencia de
trabajo se deducía una serie de consecuencias: una limitada capacidad de
articulación de los intereses propios, una participación política depen-
diente, que no se eleva mas a11á de la defensa del nivel de vida, que
recurre más a la protesta que a la reivindicación y se pliega a la
protección prometida por el Estado o a los servicios ofrecidos por los
aparatos sindicales. En todo caso, para estos trabajadores, la empresa no
es un ámbito central ni las oposiciones radicadas en la situación de trabajo
un marco en la organización de sus conductas. De allí la preferencia de los
analistas por definirlas más como masas populares que como clase
obrera, queriendo subrayar con ello, por un lado, su débil integración
objetiva a la condición obrera y, por otro, la importancia de los conflictos
ligados a la experiencia urbana y por extensión a la comunidad política
más amplia en la articulación de su identidad colectiva y en su
movilización social.
Si nos movemos veinte o treinta años en la trayectoria seguida por los
trabajadores, nos encontramos con un perfil obrero cualitativamente
diferente en las empresas modernas. La alta integración profesional y
económica de los trabajadores de punta nos indica la presencia de ese
elemento cuya ausencia detectaran los estudios originales, un alto grado
de work commitment, de identificación con el trabajo industrial, a la vez
que nos permite recortar a la empresa como un espacio social privilegiado
en la definición de sus orientaciones. Estas dos dimensiones constituyen
las bases de lo que se ha dado en llamar la integración objetiva de la clase
obrera dentro del sistema productivo. Puesto de otro modo, en los traba-
jadores de punta aparece realizada la condición central de la formación de

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la clase obrera como clase, esto es, "la de ser modelada por la experiencia
de la fábrica como organización racional de la producción, con sus vínculos
tecnológicos, la división técnica del trabajo, la jerarquía funcional de la
autoridad y, sobre todo, la gran transparencia de las relaciones sociales de
producción, que permite la clara y unívoca identificación de la contraparte
en los conflictos de intereses (en el campo de la situación laboral)"
(Donolo,1973).
El hecho es, sin embargo - apuntan los partidarios de la tesis de la
aristocracia obrera emergente-, que el contexto que sirve a su consolida-
ción como clase es el de un desarrollo fuertemente desigual: su mayor
integración objetiva se traduce, efectivamente, en el usufructo de un
privilegio económico relativo. Poniendo el énfasis en esta superposición
entre fábrica capitalista y empresa dinámica sugieren que habrá de
operarse también una mayor integración subjetiva, entendida como la
participación en valores y actitudes que los divorcian del resto de los
trabajadores y los interesan en la marcha de un sistema económico que
avanza reproduciendo y ampliando las desigualdades. Esta hipótesis
subraya la centralidad que la empresa tiene para estos trabajadores y
presupone, en consecuencia, que sus imágenes de la sociedad y las
orientaciones correspondientes habrán de formarse típicamente en ese
ámbito limitado y privilegiado. La heterogeneidad económica conduciría
así a la división del mundo del trabajo.
Discutiendo el tema, Richard Hymen ha señalado que la heterogenei-
dad y el desarrollo desigual han sido siempre rasgos propios del capita-
lismo, y que la conciencia de clase se ha formado no obstante estos
obstáculos: "El seccionalismo y la conciencia de clase no son alternativas
mutuamente excluyentes. La conciencia de intereses comunes se consti-
tuye superando la conciencia de intereses seccionales" (Hymen, 1978, p.
66). Siguiendo su argumento, cabe preguntarse, entonces, hasta qué
punto el ámbito limitado y privilegiado de las empresas modernas funcio-
na como marco a través del cual los trabajadores perciben su situación.
En una primera respuesta, la encuesta analizada por S. Sigal revela
que, en efecto, la empresa gravita sobre la conciencia que los
trabajadores tienen de formar parte de un mundo económico en
expansión. Pero luego se observo que, a medida que nos desplazamos de
la situación inmediata de trabajo para abordar cuestiones más generales,
dicha gravitación decae y pierde terreno la presunción de una mayor
integración subjetiva, porque no se producen ni una redefinición

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importante de la identidad de clase, ni el cuestionamiento de la solidaridad


obrera, ni una disminución significativa de la percepción de los conflictos
que los oponen a los patrones.
Este aspecto, cual es el del marco que interviene en la interpretación
que los trabajadores hacen de su situación, ha sido explícitamente desta-
cado por Patrick Peppe en su análisis de una encuesta realizada en Chile.
De manera análoga al caso argentino, los resultados de la investigación
indicaron que los trabajadores de las empresas modernas y los
trabajadores mejor pagados, al ser confrontados con cuestiones generales
tales como el papel de los sindicatos en la sociedad y la conveniencia de
un partido obrero, no se diferenciaron apreciablemente de los demás
trabajadores en una dirección más moderada.

Una razón para esto puede ser que, como en el caso francés, los
partidos marxistas han jugado durante mucho tiempo el rol dominante
en la interpretación que los trabajadores han hecho del significado de
los privilegios que pueden disfrutar en comparación con otros miembros
de su clase (Peppe, 1971, p. 240).

Más específicamente,

Las alternativas ofrecidas por los partidos que apelan a la clase obrera
son un factor importante en determinar sí y cuándo los salarios altos,
las mejores condiciones de trabajo y las mayores oportunidades de
movilidad se convierten en el foco principal de las preocupaciones de los
obreros del sector moderno, y consecuentemente en una fuente de
creciente moderación (Peppe, 1971, p. 229).

Esta referencia al partido político como agencia de socialización política


cobra sentido si recordamos lo dicho con respecto al encapsulamiento de
los trabajadores dentro de las empresas modernas. Las empresas no
configuran siempre para sus trabajadores un sistema de decisiones e in-
teracciones autocontenido; por lo contrario, éstos participan en otros
ámbitos que compiten con la empresa en la oferta de modelos para la
interpretación de su realidad y la estructuración de sus orientaciones.

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La importancia de esta observación debe ser subrayada puesto que


contribuye a redefinir de manera decisiva los términos de la discusión
sobre los trabajadores de punta en América Latina. En primer lugar, ello
nos invita a preguntarnos en cada caso por "el grado de apertura" del
sistema de empresa. Así tenemos que, en los ejemplos de la Argentina y
Chile citados, dicho "grado de apertura" parece bastante alto, dado que el
filtro que la empresa ejerce sobre las actitudes obreras no va más allá de
la situación inmediata de trabajo: las actitudes que se refieren a otros
aspectos de la experiencia del trabajador parecen estar más influidas por
agencias externas a la empresa: probablemente esto esté relacionado por
la política de relaciones laborales puesta en práctica por la gerencia em-
presaria. En efecto, es posible prever que en empresas modernas donde la
gerencia adopta una política manifiesta de integración social, sea a través
de modernas técnicas de relaciones humanas o apelando a un pater-
nalismo tradicional, el encapsulamiento de los trabajadores será más
grande. Este es el caso ilustrado por la investigación llevada a cabo entre
los trabajadores de las empresas modernas de Monterrey (México) por
Menno Vellinga. Allí tenemos que las empresas han recurrido a políticas
paternalistas, tales como la provisión de alimentos, vestidos y vivienda,
para asegurarse las lealtades de sus empleados. Paralelamente, al
reservarse la libertad de reclutar y despedir, creando una red de clientela
entre supervisores y trabajadores, han suplementado la cooptación con el
control de su mano de obra. Dentro de este esquema, el sindicato se
encuentra firmemente incorporado a los mecanismos de gestión de la
empresa y constituye un elemento más del control. Toda esta política se
reviste de una filosofía que destaca la función social de la empresa y
opera como un apoyo ideológico más a la integración social de los obreros
(Vellinga, 1979).
El contraste de este ejemplo de México con los dos mencionados antes
ilustra bien las debilidades de las hipótesis que están organizadas
exclusivamente sobre las características del lugar de trabajo. El énfasis
puesto en los privilegios derivados del trabajo en empresas modernas y
dinámicas ha conducido con frecuencia a extraer conclusiones apresuradas
sobre la integración subjetiva de los trabajadores. De hecho, en el
universo de las empresas modernas y dinámicas pueden coexistir modali-
dades de gerencia diferentes; en consecuencia, son variables las condicio-
nes que refuerzan o debilitan el impacto de la heterogeneidad existente en
el plano de la ocupación y los salarios sobre el nivel de las actitudes

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obreras. El tamaño de la planta, su tecnología, su centralidad en la


economía no definen unívocamente un tipo de política de relaciones
laborales. Este es un elemento que debe ser analizado en sí mismo,
porque tiene un papel importante en la definición del grado en que el
sistema de empresa encapsula a los trabajadores.
En segundo lugar, una atención igualmente central debe prestarse a
los otros universos - la vida política y sindical - de los que participan los
trabajadores de las empresas modernas y de los que también reciben
claves de interpretación alternativas de su situación laboral. Esta
referencia nos introduce de nuevo a las limitaciones de los razonamientos
que giran en forma unidimensional sobre el contexto de trabajo, y postula
que el trabajo como tal, a saber, el grado de satisfacción derivado de él y
los beneficios económicos que reporta, constituye el factor excluyente en
la formación de la conciencia social de los trabajadores. Es partiendo de
esta premisa que los partidarios de la tesis de la aristocracia obrera
acompañan con preocupación la heterogeneización creciente de la
economía, en la medida en que entrevén en ella la disolución progresiva
de las solidaridades de clase.
Si algún acuerdo existe en los estudios sobre las clases trabajadoras
en América Latina es que dichos temores son discutibles. Pare ponerlo de
manera positiva, la experiencia de la constitución de la conciencia social
de los trabajadores en los países del continente indica que fue en el terre-
no de su relación con la comunidad política que primero forjó su cohesión
como fuerza social unificada. Antes de que se dieran una organización a
escala nacional en tanto fuerza de trabajo asalariada, los trabajadores co-
menzaron a existir como masa política. Su presencia en la vida política fue
más intensa de lo que habría de serlo en la vida económica: de ahí el
contraste entre los movimientos populares fuertes y el sindicalismo débil
que tiende a ocupar los tramos iniciales de la trayectoria obrera durante
los años de la industrialización latinoamericana posteriores a la crisis de
1930. No importa aquí que dicha cohesión política de los trabajadores
fuera articulada por agentes externos - líderes populistas o intelectuales
de clases medias-, ni que tales movimientos populares tuvieran un signo
moderado; el hecho a destacar es que, por sobre las diferencias
existentes en su inserción productiva - recordar que las economías
latinoamericanas no eran entonces más homogéneas de lo que serían a
partir de mediados de los cincuenta, con las nuevas inversiones
extranjeras-, los trabajadores actuaron en forma solidaria en las

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movilizaciones dirigidas a ampliar su participación en la comunidad política


nacional.
Esta área de conflictos en torno de la comunidad política nacional, que
fue crucial para la formación de las identidades y las oposiciones de las
clases trabajadoras, no es, sin embargo, debidamente valorada cuando se
razona a partir del proceso de heterogeneización estructural y sus efectos.
Más aún, tiende a presuponerse que la fractura del espacio socio-
económico en un polo moderno y un polo marginal tendrá la virtud de
reconstituir también la realidad política, anulando o diluyendo las
tradiciones ideológicas y las lealtades políticas preexistentes. Al abandonar
el reduccionismo "estructuralista" dentro del que se ubica ese
razonamiento para dar cuenta de las situaciones históricas concretas suele
comprobarse que tales tradiciones, tales lealtades, tienen una consistencia
más firme, precisamente, porque los conflictos de los que han surgido
están lejos de ser conflictos resueltos. Así, por ejemplo, José Aricó,
después de señalar que en Córdoba se cumplen algunas de las previsiones
que la tesis de la aristocracia obrera anticipa, debe admitir que "la
situación aparece mucho más contradictoria de lo que se deduciría de lo
expuesto":
Es innegable que en el plano de la acción politico-sindical, al
conservatismo apuntado tiende a oponérsele la unidad de "condición" que
muestra el proletariado ciudadano en su conjunto en determinados
momentos de agudización de los conflictos sindicales y políticos. (...) La
unidad de condición expresada a nivel político-sindical por la clase obrera
cordobesa no puede ser explicable sin la directa referencia al fenómeno de
orden político que la explica: el peronismo. ¿Podríamos negar el papel
esencial que juega dicho movimiento en la homogeneización "clasista" del
proletariado argentino, entendida como un proceso "objetivo" que se ha
cumplido históricamente? ¿Podríamos cerrar los ojos a esta realidad que
nos ofrece la dinámica política argentina de una identificación casi
absoluta entre proletariado industrial e ideología peronista?" (Aricó,
1965).
Junto a las fuerzas de disgregación inducidas por el carácter desigual
del desarrollo económico, tenemos, de este modo, la acción de fuerzas
que tienden a la unificación de los trabajadores. Un planteo de esta índole
es el que hace P. Peppe cuando señala el peso de la subcultura obrera de
origen marxista en los trabajadores de Chile.

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Indudablemente, el grado de organicidad de esta subcultura, de las


fuerzas unificadoras, es variable; los ejemplos de la Argentina y Chile son,
a este respecto, bastante similares en lo que se refiere a la consistencia
de las tradiciones ideológicas, las lealtades políticas y las organizaciones
politico-sindicales que las articulan. México y Brasil, a su vez, pueden ser
vistos como casos en los que dicha consistencia es más débil, al menos si
vamos a juzgarla de acuerdo con la medida en que las organizaciones
laborales actúan como vehículos de una subcultura política obrera: los
años de sometimiento a la tutela estatal han vaciado en mucho su
capacidad de funcionar como agencias de socialización política de las
clases trabajadoras. Este cuadro variable debe ser tenido en cuenta
cuando se trata de evaluar la gravitación que tienen los otros ámbitos a
los que pertenecen los trabajadores de las empresas modernas en la
manera cómo éstos perciben e interpretan las diferencias socioeconómicas
derivadas de la heterogeneización de las estructuras productivas; o sea,
su rol en la producción de solidaridades que contrarresten la
fragmentación en el terreno de las experiencias de trabajo generada por el
desarrollo económico desigual.
Resumiendo los argumentos expuestos en esta sección, no existe una
relación de necesidad entre el privilegio económico relativo y la inte-
gración subjetiva de los trabajadores, ni la diversidad de los contextos de
trabajo cuestiona la vigencia de orientaciones solidarias dentro de la clase
obrera. En un plano más general, hacemos nuestra la observación de
Duncan Gallie cuando señala que los estudios circunscriptos al lugar de
trabajo, que descansan básicamente sobre la naturaleza de la tecnología y
los ingresos, no son muy fructíferos para el establecimiento de las actitu-
des obreras, e invita a prestar atención a otros aspectos, tales como la
estructura de la autoridad dentro de la empresa, la política de relaciones
laborales, las estrategias de los sindicatos y los valores de la cultura
sociopolítica de los actores implicados (Gallie, 1978).

3. Acción corporativa y acción de clase

Hasta ahora nos hemos limitado al nivel de las orientaciones de los


trabajadores de las empresas modernas. ¿Qué puede afirmarse sobre sus
conductas? Quizás convenga introducir esta temática apelando a la línea
de argumentación seguida en el tratamiento de las orientaciones y decir,
junto con Alain Touraine y Daniel Pecaut, que:

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No se puede prever una relación directa entre el status de la empresa


y el tipo de conductas. Por un lado, el hecho de trabajar en una empresa
privilegiada aumenta la posibilidad de autonomía, en la medida en que el
individuo sin duda dispondrá, al interior mismo de la empresa, de un
poder de negociación más considerable y es susceptible de tener
proyectos de más largo plazo. Pero, a la vez, está también tentado a
aceptar las normas de la empresa y cuestionar menos el poder que ella
manifiesta. Vemos, así, que la conducta de los obreros de tales empresas
puede moverse en una profunda ambigüedad; capaces de autonomía,
estos obreros son, mismo tiempo, los más adaptados; capaces de
cuestionamiento, pueden expresarse bajo la sola forma de la defensa de
sus intereses propios pero pueden también traducirla en una
reivindicación política. Existe, así, la oscilación entre la voluntad de
generalizar una cierta racionalidad económica y el deseo de garantizar, a
través de la negociación con el patrón, el privilegio del que son
beneficiarios (Touraine y Pecaut, 1966).
He aquí, sintetizados, los dos términos entre los que puede fluctuar, en
principio, la conducta de los trabajadores de punta. Por un lado, la acción
corporativa, confinada a la empresa, que puede ser militante pero se
contenta con aprovechar los beneficios diferenciales que su ubicación
privilegiada les permite. Por otro, la acción de clase, en la que el mayor
poder de negociación se dirige al cuestionamiento del mecanismo desigual
del dinamismo económico y se proyecta fuera de la empresa en una movi-
lización que procura incorporar al resto de la clase y apunta al Estado.
Antes de discutir las condiciones de posibilidad de una y otra acción,
creemos preciso completar esta imagen de las conductas de los trabaja-
dores de punta incluyendo la referencia al movimiento obrero que ella
omite. Según intentamos indicar en la sección anterior, el movimiento
obrero, bajo la forma de tradiciones ideológicas y lealtades políticas, cons-
tituye un dato presente en las orientaciones y puede ocupar también un
lugar en el campo de sus conductas. En el ejemplo de Córdoba (Aricó,
1964 y 1965; Delich, 1974), simultáneamente a una acción en la empresa
se da también la participación en las movilizaciones generales, en las que
el factor aglutinante es la ideología política compartida, que acerca entre
sí a los trabajadores y los opone a las demás fuerzas políticas y sociales.
Tenemos, de este modo, un modelo de acción más complejo y éste es el
que vamos a elaborar en los párrafos que siguen.

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En efecto, cuando se explicitan los factores institucionales presentes


en la situación argentina en los años que describe Aricó, esto es, en el pe-
ríodo previo a la instalación del régimen autoritario del presidente Onganía
en 1966, encontramos un elemento central incluido - y no siempre de
manera manifiesta - en las previsiones de la tesis de la aristocracia
obrera. Para que pueda darse una acción de tipo corporativo debe existir
la negociación descentralizada a nivel de la empresa. En otras palabras,
para que pueda realizarse el presunto conservadorismo potencialmente
encerrado en la condición privilegiada de los trabajadores de punta es
necesario que tengan la posibilidad de negociar en el marco de la empresa
su participación en los beneficios diferenciales generados por los sectores
más dinámicos. En la tesis que discutimos, esta posibilidad aparece de
hecho descontada; con ello, se sugiere una asociación entre moderniza-
ción capitalista y transformaciones de la negociación colectiva que histó-
ricamente es discutible (Sturmthal, 1973). El proceso de expansión eco-
nómica, estimulado por los capitales extranjeros en Brasil desde mediados
de los sesenta, coexistió con la supresión de los mecanismos de
negociación colectiva en 1964 y, por supuesto, con la ausencia de
procedimientos de negociación a nivel de las empresas dinámicas
(Almeida, 1980).
Ya hemos señalado que las características tecnológicas y económicas
de la empresa no establecen en forma rígida un cierto tipo de relaciones
laborales. Igualmente, agreguemos ahora, que la modernización capita-
lista no fija un patrón único de determinación del salario; la modalidad de
negociación salarial escogida dependerá de la ecuación entre la racio-
nalidad económica de las empresas y los rasgos del mercado laboral.
En la Argentina, con la radicación de nuevas plantas modernas a fines
de los años cincuenta, comenzó a generalizarse la negociación por
empresa, que pasó a coexistir así, con la negociación a nivel del conjunto
de la industria, esta última limitada a fijar los niveles salariales nacionales
y, en los hechos, con vigencia en los sectores menos competitivos y
tecnológicamente atrasados. Creóse de este modo un contexto liberal, un
contesto que permitía la expresión de los clivajes sociales que acompaña-
ban la marcha del proceso de desarrollo, y de ello bien pronto las esta-
dísticas salariales dieron testimonio, al registrar un aumento en la disper-
sión de los promedios nacionales en favor de las empresas más dinámicas.
En Brasil, el contexto autoritario dentro del que se llevó a cabo el
"milagro brasileño" bloqueó desde un comienzo la creación del campo

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empírico dentro del cual los problemas teóricos puestos por la tesis de la
aristocracia obrera pudieran emerger plenamente. Sin embargo, hacia
fines de la década de los sesenta y comienzos de los setenta, comenzaron
a sentirse algunas presiones en esa dirección. En efecto, las nuevas
reivindicaciones de los obreros de las empresas dinámicas incluyeron la
demanda de negociación salarial directa, descentralizada, al nivel de la
planta industrial. Esta demanda llegó a constituirse en uno de los ejes de
la movilización y la protesta, obteniendo éxitos limitados (Almeida, 1975).
Retomando las alternativas de acción para los trabajadores de punta
propuestos por Touraine y Pecaut, es posible despejar la ambigüedad por
ellos señalada sosteniendo que, cuanto mayor es la independencia de las
empresas para definir sus políticas de salarios y mayor es la descentrali-
zación de la negociación colectiva, más probabilidades existen para el
surgimiento de una acción corporativa, en la cual la reivindicación se
cierra en la empresa misma y no cuestiona la dinámica del proceso
económico global.
Este sería el contexto más favorable para que prosperen las tendencias
conservadoras sugeridas por la tesis de la aristocracia obrera emergente y
lo encontramos presente en la descripción que Aricó hace de Córdoba, en
las primeras interpretaciones del nuevo sindicalismo en el área de San
Pablo (Almeida, 1975) y en algunos casos de empresas dinámicas en
México (Vellinga, 1979; Dore, 1974).
¿Cómo se produce el pasaje de una acción corporativa a una acción de
clase? ¿Cuales son las condiciones de posibilidad para la realización de la
segunda alternativa indicada por Touraine y Pecaut, donde la
reivindicación se sustrae a los límites de la empresa para cuestionar la
dinámica del proceso económico asegurada por el Estado? La respuesta a
estas cuestiones nos introduce en la temática del "nuevo sindicalismo"
que, partiendo de la acción de los trabajadores de las empresas
modernas, dominó el escenario laboral en los setenta, cuestionando en
forma rotunda los pronósticos pesimistas de la tesis de la aristocracia
obrera en los diversos países latinoamericanos.
En la base de esos pronósticos estaba la presunción de que las
grandes empresas habrían de desarrollarse hasta constituir enclaves
dinámicos en la vida económica del país. En su favor, podría señalarse que
dicha presunción tuvo alguna confirmación en los tramos iniciales de la
nueva etapa de la industrialización de la Argentina. En Brasil, ya sabemos
que el dinamismo de las grandes empresas se desenvolvió dentro de la

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camisa de fuerza de un contexto autoritario, que bloqueó la emergencia


del ámbito adecuado a una acción de tipo corporativo. Hacia 1967, el
marco institucional también cambió en la Argentina, bajo la presión de un
plan económico dirigido a la racionalización del funcionamiento del entero
sistema económico. Este plan modificó en forma drástica la pauta liberal
de relaciones laborales, con la puesta en marcha de una política de
ingresos que no sólo eliminó el carácter descentralizado de las
negociaciones salariales, sino que anuló la negociación misma, al quedar
administrada por el propio Estado.
Colocada en la perspectiva de la temática que nos interesa, la política
de ingresos tuvo la virtud de redefinir las condiciones dentro de las que se
llevaba a cabo la acción obrera. A1 hacer explícita la interdependencia de
los diversos sectores de la economía, subordinando las decisiones salaria-
les de las empresas modernas a la lógica global del desarrollo dirigida por
el Estado, hizo aparecer a la vez la común condición de fuerza de trabajo
que aproximaba a los trabajadores de punta al resto de la clase obrera,
creando el terreno para una convergencia allí donde existían las semillas
del seccionalismo. Este es un nuevo ejemplo del argumento que hemos
venido desarrollando en estas páginas, esto es, que junto a las tendencias
a la disgregación de la cohesión de clase inducidas por el desarrollo
desigual, también operan factores de unificación que tienden a superar las
discontinuidades del mundo del trabajo y a generalizar las luchas pun-
tuales de los diversos sectores obreros.1
Es oportuno evocar, a este respecto, los análisis e interpretaciones de
John Humphrey sobre el papel de los trabajadores de las empresas
modernas de Brasil (Humphrey, 1977, 1979 y 1980). Preocupado por
descartar toda sospecha de seccionalismo, Humphrey se ocupa en sus
1
En el caso argentino, la intervención estatal, al remover a obstaculizar las
condiciones que servían de marco a una acción de tipo corporativa o seccional, abrió las
puertas a una acción de clase, que fue cobrando forma a partir del Cordobazo de 1969
(Delich, 1974; Jelin, 1974). El carácter novedoso de la movilización que iría conmoviendo
los complejos industriales de las empresas modernas de la Argentina tuvo un impacto
significativo sobre las creencias tradicionales acerca del comportamiento obrero. La
perplejidad de la opinión pública, a derecha a izquierda de1 espectro político, quedó muy
bien reflejada cuando Krieger Vasena, el artífice del plan económico de 1967, se
preguntó, refiriéndose a los actores principales del Cordobazo, cómo era posible que los
trabajadores mejor pagos del país se levantaran contra su política. Con esta pregunta, el
ministro del régimen militar instalado en 1966 se introducía indirectamente en el debate
desatado por la tesis de la aristocracia obrera emergente.

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trabajos por quitar fundamento a la imagen de una clase obrera


privilegiada. Así, señala que los trabajadores de la industria del automóvil
concentrada en la periferia de San Pablo no son, en conjunto, más
calificados, que sus posibilidades de promoción son limitadas, que su
estabilidad en el empleo es precaria y, si concede que reciben salarios
más altos, lo hace para precisar enseguida que ello es a cambio de una
explotación más intensa.
Estos señalamientos son, en primera instancia, bien venidos, porque
contribuyen a corregir la visión frecuentemente idealizada que se tiene del
trabajo en las empresas modernas. La argumentación de Humphrey tiene
como objetivo dar cuenta del papel militante de los trabajadores de
punta; para ello, se propone descalificar la imagen que los presenta como
un estrato privilegiado. En efecto, dice:

Si éste fuera el caso, se volvería difícil explicar el rol jugado por los
sindicatos de las industrias dinámicas y sobre todo el rol jugado por el
sindicato de los obreros del automóvil en la formulación de las
reivindicaciones que apuntan a la naturaleza de la subordinación del
sindicalismo al Estado y a las políticas económicas de los regímenes
militares (Humphrey, 1980, p. 12).

Como se desprende de su argumento, Humphrey concibe la posibilidad


de una acción de clase solamente en el terreno definido por la falta de un
privilegio económico relativo. Razonando de este modo, lo que hace es
dejar intactos los supuestos de la tesis de la aristocracia obrera, que
sostienen la existencia de una conexión de sentido entre una ubicación
privilegiada en el proceso de desarrollo económico y la generación de una
mayor integración social y una acción más corporativa entre los
trabajadores implicados. Al discutir esta tesis, Humphrey se limita a seña-
lar que las condiciones iniciales que ella prevé no se reúnen en la situación
de los trabajadores de punta que estudia: al no existir un privilegio econó-
mico relativo, no habrá de formarse una aristocracia obrera. Su argumen-
tación nos deja con la sospecha de que, en el caso que se reúnan dichas
condiciones, esto es, que las empresas modernas logren asegurar a sus
trabajadores ventajas diferenciales respecto del conjunto de la clase
obrera, las previsiones pesimistas de la tesis en cuestión habrán de
cumplirse.

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Este es el punto central que hemos querido discutir a lo largo de este


trabajo. Situándonos primero en el plano de las actitudes obreras, hemos
sostenido que los privilegios económicos relativos no comportan necesa-
riamente mayor integración social, que la heterogeneidad no conduce a un
seguro debilitamiento de la solidaridad de clase, que lo importante no es
el usufructo de beneficios diferenciales en sí mismo sino la manera en que
éstos son percibidos, destacando al final que la conciencia de intereses
comunes no se constituye sólo en el ámbito del lugar de trabajo, puesto
que también gravitan sobre dicha conciencia las lealtades y agencias
políticas. En el campo de las conductas, por otro lado, indicamos que el
status económico-tecnológico de las empresas no determina un tipo de
acción obrera específico, que éste depende de la mediación de factores
institucionales tales como el contexto liberal o autoritario en el que
operan.
Más aún, creemos que no es preciso renunciar al hecho de que tra-
bajan en sectores de punta pare explicar el rol militante de los traba-
jadores de las empresas modernas. Precisamente, debido a su centralidad
con respecto a los núcleos dinámicos de la economía, los trabajadores de
las empresas modernas no sólo están en condiciones de ganar salarios
mayores sino también de tener una mayor integración objetiva a la condi-
ción obrera, proyectos más articulados y un mayor poder de negociación,
en fin, son capaces de una reivindicación más autónoma. Si, siguiendo a
Humphrey, dejamos de lado estos elementos para asimilar la situación de
estos trabajadores a la del resto de la clase obrera, lo que se pierde es la
posibilidad de explicar por qué son ellos los que a menudo asumen el
liderazgo de la lucha contra la política de ingresos y las trabas a la acción
sindical. En efecto, la reivindicación surge como respuesta a un conflicto y
no frente a la ausencia de éste. Una suma de status negativos, una mayor
explotación y una marginalidad económica suelen conducir al retraimiento,
a una protesta que puede ser violenta pero no se organiza, a un llamado a
la protección del Estado, pero no a una acción de clase. Como dice Alain
Touraine,

Es en el corazón de una sociedad - no en su periferia - que se forman


los grandes movimientos sociales. Los ataques contra la aristocracia
obrera no deben hacer olvidar que los obreros de las empresas
modernas son, a menudo, los militantes más activos (Touraine,1972).

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Como conclusión a esta discusión crítica de la tesis de la aristocracia


obrera en América Latina quisiéramos hacer una observación de índole
metodológica. Nuestra principal objeción a dicha tesis ha sido su carácter
reduccionista: la pretensión de derivar directamente de la situación de
trabajo y del perfil económico-tecnológico de las empresas las orientacio-
nes y conductas de los trabajadores. A este esquema unidimensional
hemos procurado oponer otro que toma en cuenta la incidencia de otros
elementos. En el plano de las orientaciones hemos llamado la atención
sobre el papel que juegan en la interpretación que los trabajadores de
punta hacen de sus privilegios relativos tanto las políticas de relaciones
laborales de las empresas como las influencias externas a ellas - las
lealtades políticas y las agencias que las organice -. En el plano de las
conductas, la atención estuvo dirigida a los contextos liberales o
autoritarios dentro de los que operan las empresas, en tanto que facilitan
o bloquean el usufructo de dichos privilegios relativos. Pero este esquema
más complejo -y en el que tienen cabida sin duda otros elementos no
considerados aquí- sólo establece el campo de posibilidades teóricas
dentro del que pueden expresarse las orientaciones y las conductas
obreras. Es preciso estar prevenidos contra la sustitución de un
reduccionismo económico-tecnológico por un reduccionismo sociologista.
La reconstrucción de las movilizaciones, sea la de los trabajadores de la
industria de Córdoba entre 1969 y 1974, como la de los trabajadores de la
periferia de San Pablo en los últimos años, impone la puesta en relación
del esquema esbozado antes con la intervención de otros actores -las
demás fracciones del mundo del trabajo, los estudiantes y los activistas
políticos, los patrones y los poderes públicos- y las expectativas y
relaciones de fuerza de la coyuntura histórica en estudio.

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REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

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RESUMEN

El objetivo de este trabajo es un En la conclusión se cuestiona la


anáisis crítico de la hipótesis de la relación directa establecida par la
aristocracia obrera en América teoría en discusión entre la
Latina, a la luz del examen de las situación objetiva y las
investigaciones empíricas orientaciones y conductas obreras,
realizadas y de las evidencias y se subraya el papel de variable
históricas. Partiendo de la interviniente de las agencias de
tendencia a la heterogeneización socialización política y del grado
estructural del proceso de de presencia estatal en las
desarrollo, dicha hipótesis postula relaciones de trabajo. En efecto,
la formación de un estrato obrero para la formación de una
privilegiado, integrado a la aristocracia obrera es preciso,
empresa e indiferente a la política además del privilegio económico,
del conjunto de los trabajadores, que los trabajadores estén
en los sectores más dinámicos y totalmente encapsulados en la
concentrados de la industria. Del vida de la empresa y que existe la
análisis hecho en este trabajo negociación colectiva
surge que la diferenciación de la descentralizada. En América Lati-
condición obrera no conduce a un na, la gravitación de la cultura
inevitable debilitamiento de la política popular manifiesta a
solidaridad de clase; que los través de sindicatos y partidos
privilegios económicos relativos no políticos y el fuerte
comportan necesariamente mayor intervencionismo estatal han
integración social. impedido la emergencia de esas
condiciones.

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