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Hoy es el décimo día del mes y es el turno de mi grupo de revisar los cultivos

comunales del distrito. Los campos de cultivo ocupan cerca de un kilómetro y suelen

ubicarse en el anillo central del distrito, haciendo a la vez de huerta, núcleo urbano,

parque y centro de la vida cultural y social, y este mes en la zona de las frutas se han

plantado tomates, fresas, guanábanas. Me puso especialmente triste cuando en la

asamblea municipal de hace dos semanas se decidió no plantar patilla –las fresas

ganaron la votación en una aplastante mayoría del setenta y tres por ciento, con un dos

por ciento de abstención—, me duelo de no poder hundir la cara en un trozo enorme de

sandía y llenarme de semillas y agua la nariz, las mejillas, la cara. Pero las patillas

necesitan demasiada agua y el agua no abunda. Le pedí a Mirtya que plantase algunas,

que ya empiezan a crecer, orondas y brillantes, en un pequeño jardín junto a la

residencia.

La residencia en la que vivimos Myrtya y yo está en el extremo más oriental del

distrito doce, y mi grupo se encarga de la recogida y tratamiento de residuos el día doce

de cada mes. Nos dividimos en parejas y nos dirigimos a las cocheras que están en el

centro de la ciudad. Cada pareja escoge un setla de acuerdo llega a la cochera y se dirige

a las calles indicadas en la ruta del día. A Mirtya y a mí nos gusta especialmente ir a la

parte vieja del distrito, la que está más cerca del lago, porque los vecinos decidieron

plantar limoneros hace algunos años y suelen regalarnos limonada fría durante el

verano, y Mirtya lleva alguna fruta gorda y dulce del huerto que acabe de recoger, a

veces embotada o confitada dentro de una torta. La recogida y tratamiento de residuos

es una de mis tareas favoritas; me gusta ver cómo han cambiado las calles, las casas, los

jardines, las personas, desde el último mes en esta ciudad que no para de crecer, que no
para de expandirse en todas las direcciones excepto hacia arriba. Pero hoy no es día

doce, es día diez y es nuestro turno de revisar los cultivos.

Mirtya forma parte del Federación de Agricultura y disfruta de los días de

revisión de cultivos. Sentada a mi lado, va silbando una canción y el viento que entra

por la ventanilla ligeramente bajada hace que algunos pelos en la cima de la cabeza le

bailen. Pienso en que en cuanto acabe con las tareas mensuales tendré todo el tiempo del

mundo para dedicar a leer, y a dormir, y me pregunto qué cosas hará Mirtya cuando ella

también tenga tiempo libre. Me gustaría pensar que también plantará un limonero y

dentro de un año podremos hacer limonada y beberla muy fría, tumbadas sobre la

hierba. A diferencia de mí, Mirtya disfruta cultivar y regar las plantas ella misma, a

mano, lo hace por afición y les canta a las hojas cuando van saliendo, a las flores que se

abren, a los frutos que van engordando.

Cuando llegamos al área de cultivos, los sistemas de aspersión ya se han

apagado. Mirtya y yo nos acercamos hasta la estación de control para comprobar los

niveles de agua y minerales y el funcionamiento de las lámparas de magnesio del sector

que nos corresponde de las tomateras. Mirtya saca su célula del bolsillo de su vestido y

apunta los datos. Revisamos los sistemas de aspersión para comprobar que todos

funcionan. En algo menos de veinte minutos hemos terminado, pero Mirtya se demora

recorriendo las hileras de cultivos verticales, a veces mete la mano en los parterres de

PHC para tocar las hojas nuevas con los dedos de la mano izquierda, a veces lo hace

unos segundos después con la mano derecha, parece intentar percibir diferencias entre

una y otra. A veces también lo hace cuando come, parte un pedazo de torta de frutas con

la mano izquierda, pero cambia la torta de mano antes de llevársela a la boca.

Con la satisfacción del trabajo realizado y la perspectiva de una semana libre en

mente, camino de vuelta al setla. Me giro para decirle algo a Mirtya, pienso que está
detrás de mí, caminando un poco más lento mientras soba las tomateras. Pero Mirtya

aún está lejos, apenas se ha alejado unos metros de la estación de control y observa una

tomatera fijamente. Me figuro que es un tomate especialmente redondo, jugoso,

brillante, que Mirtya pondera si arrancar y comerse en el viaje en setla de vuelta a la

residencia, siempre dice que los tomates de los primeros cultivos están más sabrosos,

que son casi dulces. Pero los segundos pasan y Mirtya permanece quieta, con la vista

fija sobre el gran macetero. Desde donde estoy, su expresión no me parece de apetito o

deseo, sino de sorpresa.

Me acerco a grandes zancadas hasta donde Mirtya está aún de pie, inmóvil, los

brazos rígidos sobre los muslos ligeramente flexionados. Despego los labios para

llamarla, para preguntar algo, mientras estiro el brazo hasta tocar su hombro con la

palma de mi mano. Pero entonces veo lo que está mirando y Mirtya habla en lugar de mí

y dice lo que estoy pensando y ya no sé si es Mirtya hablando o soy yo diciendo lo que

Mirtya está pensando, Las hojas están secas.

Las hojas de la tomatera no son del verde pálido del brote o el verde profundo de

la planta madura; las hojas de la tomatera del sector son amarillas y se pliegan sobre sí

mismas, hacia adentro, casi muertas.


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Solo había visto las hojas secas de una tomatera dos veces y eso no me

preocupaba.

Quince años antes, Sersa, Nabila, Yenme, Lukan y yo pasábamos casi todos los

días casi todo el día juntos. Estábamos reunidos en el jardín de una casa del distrito

vecino. Leim estaba frente a nosotros, comiendo un tomate, y nos preguntó si queríamos

aprender una cosa. Todos dijimos que sí con distintos niveles de entusiasmo, Nawilla y

yo brincando en el sitio y zarandeando a Leim, que intentaba mantener la compostura

mientras masticaba el tomate, Lukan y Ersa detrás, asintiendo con más timidez. Yenma

se quedó sentado y se limitó a observar nuestra reacción. Ahora pienso que

probablemente ponderaba cuál era la manera correcta de reaccionar.

Leim nos pidió a todos que abriésemos la mano. Nabila y yo nos debatíamos a

empujones, intentando estar más cerca de Leim, ser la primera que recibiese lo que

presuponíamos un regalo, Nabila se imaginaba piezas de metal para reparar su célula

que se había roto unos días antes, yo pensaba en algún tipo de fruta confitada, quizás

mango desecado.

Leim se acercó a Yenma y lo sujetó por la muñeca, acercó la cara a la palma

abierta de la palma de Yenma y escupió en ella unas cuantqs pepitas, dos o tres, de

tomate. Nabila y Lukan empezarón a gritar, ¡Qué asco, Leim! ¡Qué asco!, pero

aceptaron el regalo de todas formas. Leim dice muy suave, como lo dice todo, Agarren

un botecito de PHC como este y pongan tierra en él como estoy haciendo yo. Así; pon

un poco más de tierra, hasta que casi casi lo llenes, Sersa. Ahora pongan la semilla en la
tierra y tápenla con más tierra, no mucha, como si la estuviera arropando. Échenle un

poco de agua a la tierra. ¿Qué creen que pasará si hacen esto todos los días?

Antes de aprender hay que suponer. Y antes de suponer hay que sospechar.

Aprender es al final confirmar nuestras sospechas, más o menos fundadas, y aquel día

sospechamos distintas cosas. De la semilla nace un tomate, la semilla se la comen los

gusanos, la semilla se convierte en un árbol de tomate gigante.

Cuando pasaron cinco días, salieron de los semilleros de PHC tallos verde claro,

casi transparente, con una o dos hojas minúsculas del tamaño de una lenteja seca.

Cuando pasaron veinte días, las hojas eran como la palma de nuestra mano, verdes

oscuras.

Solo las hojas de la planta de Yenma estaban amarillas, pálidas, el tallo

retorcido. Leim le preguntó a Yenma si no regó su semilla. Yenma dijo que lo hizo los

primeros días, pero que podía saber qué iba a suceder mirando las semillas de los demás

y prefirió dejar de regarlas. Leim le preguntó a Yenma qué cree que habría ocurrido si

todos hubiésemos hecho lo mismo. Yenma empezó a llorar sin hacer ruido, le caían

lágrimas gordas y brillantes por las mejillas que no se molestaba en limpiar.

Nabila se apresuró a salir en defensa de Yenma:

- Si Yenma hubiese regado la tierra de su maceta no sabríamos qué le pasa a la

semilla si no la riegas.

Leim le dio la razón a Nabila y intentó consolar a Yenma, palmeándole la coronilla

con la mano primero, abrazóndole y pidiéndole que le contase qué le afligía

después. Pero Yenma no dejó de llorar en toda la tarde y creo que no he vuelto a ver

a Yenma llorar desde aquel día.


Mirtya nunca había visto las hojas secas de una tomatera y eso sí me preocupaba

y llamé a la sección del distrito de robótica agrónoma. Escucharon lo que les dije desde

la célula y dos voluntarios se presentaron en diez minutos.

Revisaron los sistemas automatizados de riegos. El sistema eléctrico de lámparas

de magnesio. Los niveles de oxígeno y dióxido de carbono de la sala. Nada parecía

extraño y al final se acordó que sería la Federación de Agricultura la encargada de

convocar una asamblea.


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Los vecinos del distrito están sentados en grandes círculos concéntricos a lo

largo de la plaza del distrito doce; es una anfiteatro acristalado en la que se han plantado

árboles de mango y muchos asistentes estiran la mano y arrancan un mango o dos del

árbol, los abren con cuchillos y se lo van comiendo.

Hay bocas que murmuran, bocas que susurran, bocas que sisean y piden silencio

a otras bocas y haciendo de centro geométrico y natural de los círculos, la boca de

Mirtya, que se acerca al micrófono y se abre y cuenta una vez más el estado de las

tomateras del distrito y los resultados del análisis del agua de los cultivos aeropónicos

(normal) y de las tomateras mismas (ninguna plaga, ninguna enfermedad) y ahora las

bocas se abren de nuevo, esta vez muchas más, y ya es imposible callarlas.

Una mujer que no conozco levanta la mano y otras manos se van levantando

entre los vecinos sentados en la plaza; las manos se levantan y las bocas se cierran y no

hacen ningún ruido, o hacen ruidos más pequeños, y ahora todos parecen escuchar

mientras Myrtya ejerce como improvisada, silenciosamente consensuada, moderadora.

Mirtya hace un resumen del motivo de la asamblea y hace la primera pregunta y, en el

fondo, la única pregunta importante en cualquier asamblea de distrito: Qué hacemos al

respecto.

-¿Cómo te llamas?

-Nabila.

-A ver, Nabila, habla.


Me sorprende ver a Nabilla en la asamblea, coge aire por la boca antes de

intervenir, como si estuviera a punto de gritar; siempre parece que está a punto de gritar:

-Puede ser alguna enfermedad que nos haya llegado de la superficie.

Otras manos se levantan y otras bocas se abren para preguntar lo mismo, para

afirmar cosas similares, para matizar, para contradecir y digredir; como las

ramificaciones de una raíz, como ecos que se van distorsionando hasta convertirse en

una voz distinta.

-Eso mismo iba a preguntar yo si podría ser algo como aquello del 56.

-No, la hipótesis aceptada hoy en día es que los cultivos se estropeaban por la

desertificación de la mayor parte de la superficie terrestre, porque antiguamente se

cultivaba en la tierra directamente, entonces es poco relevante para nosotros, que

usamos cultivos aeropónicos,

-Bueno, pero es una posibilidad, no, no habría que descartarlo tampoco porque mira lo

que pasó en la última expedición y la epidemia que se produjo después,

-Descartarlo no, pero tampoco hace falta subirse al carro de las conjenturas,

-Pero en eso consiste la ciencia, en conjeturar,

-Pero conjeturamos en base a lo que sabemos, no en base a cualquier cosa,

-Pero la ciencia puede tener visión de túnel y sesgo de confirmación,

-Este mes no iba a haber una exploración a la superficie coordinada por varios barrios,

Se van a recoger muestras, La exploración era de las ruinas en las cercanías inmediatas

de Marcay, hasta los quinientos metros por encima del distrito 1, Y además el objetivo

de la investigación es el estudio arquitectónico de los edificios de la zona, Pero igual se


puede aprovechar, Si hay miembros de la Confederación de Botánica dispuesto a unirse,

En otros distritos ha habido voluntarios, si algún vecino del sector cuatro quisiera.

Esto último lo dice Myrtya, que resume lo dicho durante la asamblea, posibles

causas, soluciones plausibles. Algunas otras bocas dicen algo más, proponen otras

soluciones que se descartan rápidamente, o tienen poca acogida, y quién sabe si alguno

de esos caminos tachados en el mapa no sería más adecuado; ahora ya no podemos

saberlo pero aceptamos esa posibilidad.

De los círculos concéntricos de levantan algunas manos, diez u once. Y en el

centro mismo del círculo, Mirtya levanta también la mano y yo abro mucho los ojos y

busco los suyos, mi mirada al encuentro de la mirada de Mirtya. Pelek, sentado junto a

Mirtya frente a un dispositivo, teclea los nombres que identifican las manos levantadas.

Pelek levanta entonces la mano y el estómago me empieza a hacer ruidos.

Se procede a la votación y se elige a cuatro miembros de la Confederación de

botánica: Nabila, Korué, Pelek y Mirtya. Sigo mirando a Mirtya, clavo los ojos en los

suyos, que están casi cerrados, son casi todo párpado, y la llamo por dentro como hago

muchas otras veces, repito su nombre en un susurro mental continuado (“mirtya, mirtya,

mirtya”). Los ojos de Mirtya miran al frente, se pierden observando el perfil difuso de

los cultivos comunales, al fondo, casi no se ven detrás de los árboles de mango.
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Aunque no hay consenso al respecto, la comunidad académica sostiene que la

vida de las sociedades en la época precrisis, que constituyen las ruinas más recientes y

cercanas a la superficie, era más individual que colectiva y que los individuos que

formaban parte de estas sociedades podían poseer bienes destinados a la producción y

bienes inmuebles. Poseer quiere decir ostentar el derecho en exclusiva de utilización de

dicho bien. Bienes muebles quiere decir aquellos objetos que se pueden poseer pero no

se pueden mover (las casas y los huertos habrían sido en ese entonces bienes

inmuebles).

Al mismo tiempo, este derecho de posesión parecía también extenderse sobre

otros individuos. Uno podía poseer otros individuos por medio de acuerdos comerciales

(contratos), tales como el contrato de trabajo, el parentesco o el matrimonio. Por

ejemplo, uno tenía ciertos derechos sobre los hijos que engendraba (si el individuo en

cuestión no participaba en la procreación no era considerado progenitor del hijo,

excepto en casos legalmente conocidos como adopción), como el derecho a elegir el

centro de educación al que asistían, o si asistían a ellos o no, y también incluso tenían

derecho a darles nombre. Queda poco claro qué criterios seguían para elegir estos

nombres, aunque la popularidad de algunos antropónimos oscila en diferentes períodos -

¿quizás daban a sus hijos los nombres de alguna celebridad de la época?- , y los

nombres solían repetirse en líneas consanguíneas.

Matrimonio es un acuerdo comercial y sentimental entre dos individuos.

Comercialmente, se compartían recursos de manera más o menos equitativa (era

necesario establecer un acuerdo para tales fines, la distribución equitativa de recursos no

era un supuesto preestablecido).


Le cuento todo esto a Mirtya pero ella no me escucha. Pienso en cómo sería

tener un matrimonio con Mirtya y de repente me lleno de deseo y de anhelo, de la idea

de que Mirtya solo pueda mirarme a mí, escucharme a mí, estar conmigo. Me pregunto

si esa clase de sentimientos fueron también una razón para el matrimonio más allá de

cuestiones económicas o consuetudinarias.

Uno de los pocos registros musicales conservados de las sociedades anteriores

ha sido traducido de la siguiente manera: ¿Puede alguien encontrarme alguien a quién

amar?

La letra se repite a lo largo de todo el archivo una y otra vez, distintas voces la

cantan y casi pareciera que son todos los humanos del pasado los que hablan a la vez,

pidiendo a una entidad externa (¿a quién?) que les encuentre a otra persona sobre la que

depositar su amor. ¿Por qué necesitaban que alguien les encontrase alguien a quién

amar? ¿Qué era amar para aquellos que vinieron antes que nosotros?

Mirtya empieza a cantar y la escucho en silencio y dejo de pensar un momento.

Mirtya me mira, advierte que la estoy mirando y para de cantar un momento. Sonríe. Y

sigue cantando y yo vuelvo a pensar de nuevo en el matrimonio y en solo poder

escuchar a Mirtya, en solo poder mirar a Mirtya, en solo estar con Mirtya. Y pienso en

que si Mirtya pudiese solo escucharme a mí tendría que escuchar siempre canciones

desafinadas. Y en que los ojos de Mirtya brillarían menos si solo pudieran mirarme y

que no podría cantar de aquella forma, Mirtya canta sin escucharme, si solo estuviese

conmigo.

Era un amor artificial como el de los arbustos que algunas personas recortan

para darles forma. Como las flores que se cortan para adornar el pelo. Debía ser un amor

mutilado que se agostaba dentro de las casas, sin la luz y el agua. Y una vez marchito
los humanos del pasado salían de nuevo, intentaban encontrar a alguien a quien amar.

De eso debe tratar el registro sonoro.


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No volví a ver ni a Mirtya después de la asamblea y la habitación que ocupaba

en la casa comunal ahora está vacía y probablemente sea ocupada por otra persona en

los próximos días. Otra persona también se está haciendo cargo de las plantas del jardín;

una orquídea rosada ha empezado a abrirse, el tallo enredado en el tronco de un árbol de

mango. Pero Mirtya no está aquí para verlo y me pregunto si en otras casas u otros

distritos habrá también orquídeas o habrán decidido propagar otras flores. Las de esta

casa son rosadas en las puntas, pero el centro es blanco, como si la flor hubiese puesto

todo su empeño en colorear los extremos de los pétalos y se hubiese quedado sin tintura.

Mirtya me explicó una vez que el compuesto que da color a las flores se llama

antocianina.

Cuando paso frente a su cuarto, la puerta está abierta y hay alguien dentro,

colocando sus cosas encima de la cama: un peine, un cepillo de dientes, jabón verde,

unas cuantas faldas bordadas en el bajo con distintos motivos: una tiene instrumentos

musicales, otra hibiscos, la tercera tiene granos de café y tazas humeantes llenas de

líquido negro. Pienso en quién bordaría una taza de café caliente en el bajo de una falda

y mientras la persona que ha ocupado la habitación de Mirtya se gira, pienso en que

quizás Lukan haría algo así, estoy casi convencida antes de que se vuelva del todo, se

sorprenda momentáneamente, sonría.

Nos abrazamos con fuerza y Lukan huele igual que cuando éramos niños. A ropa

limpia, a arcilla, a pan recién hecho. Lukan y yo crecimos en la misma casa, varios

distritos por debajo de este, en el 48, y quizás a lo que huela Lukan es a aquello, a niñez

y a hogar. Le pregunto si ha pedido un traslado o se ha presentado voluntario (en esta


residencia comunal la mayoría de personas están vinculadas a la Federación de Estudios

Antiguos y a Lukan nunca interesaron ninguna de las dos cosas), me dice que se ha

enamorado de alguien de este distrito que va a ir a la expedición a la superficie y quería

pasar tiempo con él, le digo que seguro lo conozco, me dice que se llama Pelek, y algo

debe haber cambiado en mi expresión porque Lukan pregunta de inmediato si lo

conozco, si nos llevamos mal.

Miento y digo que solo le conozco de vista. No quiero entristecer a Lukan, no quiero

generarle culpa o preocupación, un sufrimiento innecesario porque Pelek no es una

persona ruin o peligrosa, sencillamente es una persona que no me agrada. La mentira ha

sido poco creíble, Lukan cambia de tema de súbito y casi grita Ersa y Nabila también

vinieron, que vayamos a comer todos juntos, como antes, A Nabila ya la vi en la

asamblea pero no pude saludarla, le pregunto No vino Yenme, y responde No, hace

meses que no lo veo, sabes que él prefiere estar solo; y vuelve a parecer triste unos

segundos.

Desde la plaza municipal no pude verlo porque estaba sentada, pero Nabila es

más alta que yo ahora, mucho más alta, y cuando nos abrazamos y nos besamos la cara

me queda a la altura de sus axilas. Ersa es igual de alta que yo, pero ahora tiene el pelo

más largo, larguísimo, y se lo sujeta con una trenza encaramada en la cabeza.

A la hora de cenar nos juntamos todos y decidimos cambiar con los

coordinadores de la residencia para tener los turnos de lavandería, cocina y limpieza

juntos, como antes; y me alegro pero dentro de esa alegría también lamento un poco

haber perdido mi recién estrenada independencia. Hay algo de desasosegante en la

soledad repentina, es una fuerza desestabilizadora que deja aturdido, sin saber qué

hacer, cuando se está rodeado de gente lo que uno quiere se diluye en lo que otros
quieren, en lo que queremos, en el punto medio y el común; y cuando desaparecen es

fácil sentirse desnortado y confuso. Pero cuando el aturdimiendo inicial pasa, uno se

siente más libre que nunca, todas las decisiones te pertenecen y puedes ir a cualquier

parte.

Quiero tratar el tema en la cena, pero hace mucho que no estamos todos juntos,

todos están cambiados y no son las mismas personas, y no quiero ofenderlos o herirlos.

Sopeso pros y contras y concluyo que merece la pena hacerlo, es un sufrimiento útil, y

les digo esto, lo de la soledad como agente desestabilizador y liberador al mismo tiempo

y todos lo asienten con la cabeza y me siento aliviada. Lukan es el que asiente con

menos entusiasmo (a Lukan siempre le ha gustado estar rodeado de gente), pero también

asiente, y Nabila dice Yo necesito estar un tiempo sin tocar con gente (Nabila toca la

flauta) para poder componer, se necesita silencio antes de empezar cierta música. Al

final no sé quién propone que al menos una de las tareas no las hagamos de manera

conjunta y todos estamos más o menos de acuerdo.

Recuerdo súbitamente a Yenme y parece que todos pensamos lo mismo, porque

alguien pregunta por él, y Lukan nos dice que Yenme había decidido abstenerse de

participar de la vida política del distrito y había solicitado una vivienda unipersonal

hace meses. Se la denegaron, así que decidió construir una él mismo. En las mesas de la

residencia caben seis personas, y el asiento no ocupado parece ahora más vacío; las

cosas que una vez fueron habitadas dejan un hueco observable.


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Después de una semana del traslado de Lukan a la residencia, coincido

inevitablemente con él y Pelek en el comedor. No sé por qué no hemos coincidido hasta

ahora, si porque yo he estado evitando a Pelek y consecuentemente a Lukan, o porque

Pelek me ha estado evitando a mí, o porque Lukan ha estado evitando que Pelek y yo

nos encontremos; pero sea cuál sea el motivo no debíamos estarlo evitando con

demasiadas ganas, porque finalmente nos hemos encontrados y ahora estamos los tres

sentados en la misma mesa.

Me he traído un libro y pienso en que podría decir que prefiero leer mientras

como, pero me decido en dirección contraria en el último momento porque Pelek me

pregunta qué leo, y lo hace con tal inocencia, con tal consideración, que me es

imposible ignorarle.
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A veces sueño que un temblor abre una brecha a lo largo del distrito, es una

grieta minúscula, imperceptible, y el agua de los ríos subterráneos va entrando poco a

poco desde la grieta, va goteando y todo se inunda y la gente se ahoga sin llegar a

despertarse. Cuando me despierto, siento que me falta el aire y me cuesta respirar

durante un rato, no sé si minutos u horas, cuando Peyel está conmigo, me trae una

infusión de agua caliente y flores de camomila; cuando Irasi está conmigo, me trae

hibiscos del jardín y nos comemos los cálices juntas.

Conocí a Irasi en la Federación de Estudios antiguos hace quince años, en un

encuentro interfederacional de investigación científica. ¿Fue casual la elección de la

Federación para la celebración del simposio? No puede haberlo sido, la cúpula de la

Federación transparente, señalando directamente al cráter, no ocultándose de él,

retirando la mirada, sino invitando: allá iremos, al otro lado, hacia arriba, como una hoja

flotando en el aire. Precisamente por eso se había elegido, se proponía realizar las

primeras expediciones hacia la superficie, escalar hacia arriba, y sentía cómo me faltaba

el aire cuanto más me acercaba a la federación, a la boca gigantesca que la guarda y

precede en la distancia.

Estoy frente a la entrada principal, tomar una bocanada de aire y poner un pie

dentro, pero algo me detiene y no sé qué es, hay algo en mi campo de visión que se

mueve, que vibra, que se retuerce; voy moviendo la cabeza y una cabeza de pelo marrón

y largo y es una niña.


Ilisa tenía entonces diez u once años, no lo recuerdo y siento no recordarlo, me

duele no recordar este tipo de detalles en mi egoísmo, y dejó entonces de moverse, la

cara pegada a la cúpula, el vaho va empañando el PHA, pero Ilisa lo limpia con la

manga sin cerrar la boca, mirando hacia arriba. Mira al cráter como enajenada, febril,

enferma, sin reparar en su entorno, los brazos apoyados, y entonces le grito “Eh”, y

parece no oír, pero lo repito y me mira y se acerca corriendo y parece que dice “ya estás

aquí” o “bienvenida”, a pesar de que creo que nunca antes la he visto, probablemente

sea del centro de estudios del distrito 4a y yo nunca he estado en obligaciones con

ningún centro de estudios del distrito. Abre la boca igual que antes, la nariz rosada

como un rábano: Vienes a la asamblea, pero no sé si pregunta o afirma.

Siento deseos de preguntarle qué hace ahí, de regañarla y decirle que se les ha

pedido a los menores no entrar en la Federación durante la asamblea y que se marche,

pero solo me sale decir que sí.

Ilisia me siguió por toda la Federación aquellos días, se sentó a mi lado en las

conferencias y asambleas, y nunca más volvió a irse. Al final del simposio, se designó al

equipo de la primera ascensión a la superficie en doscientos años.


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Conocí a Mirtya cuando tenía 14 años, me acuerdo porque es la edad en la que

podemos empezar a realizar cursos o asistir a sesiones en las distintas federaciones y

también porque fue el año en el que se realizó el Primer Simposio Interfederacional para

la Exploración de la Superficie Terrestre.

Liam me pidió dos semanas antes que fuese su asistente durante la asamblea

extraordinaria y las manos me sudaban cuando me lo dijo, intentaba esconderlas en los

bolsillos que llevaba a los lados de la túnica y las frotaba contra la tela áspera. El Primer

Simpiosio Interfederacional para la Exploración de la Superficie Terrestre.

Leim compartió conmigo un documento con una lista de tareas de las que podía

ocuparme si quería, como la transcripción de las intervenciones en la asamblea, la

preparación de refrigerios, el acompañamiento de los miembros de otras federaciones

que no conocieran el edificio de la Federación de Estudios Antiguos; el edificio negro al

final del distrito cuatro, el techo transparente que apunta directamente el cráter.

Desde que había cumplido los catorce años yo pasaba cada vez más tiempo en la

Federación, cuando estaba en deberes de horticultura y agricultura o de limpieza y no

podía escabullirme -me costaba soportar las críticas de mi grupo de amigos- me frotaba

las manos por dentro de los bolsillos y recordaba las paredes de basalto, raspándome las

manos, me raspo las manos insconcientemente, con violencia, hasta que se me ponen

rojas las palmas cuando observo el cráter desde el despacho de Leim, rodeada de

objetos extraños encerrados en vitrinas.


Estaba en el jardín frontal de la Federación, su límite el mismo límite de

Marakeya, la pared transparente que se extiende altísima, se extiende altísima y apoyo

las manos en ella como creyendo que voy a atravesarla, que voy a liquidificar el PHA y

a pasar al otro lado, como un espíritu,. quizás ascender y flotar hacia arriba y

confundirme con los otros espíritus que habitan el cráter y su oscuridad y entonces

escucho un grito, eh, eh tu, y está Mirtya al otro lado del jardín, en la entrada de la

Federación, como esperándome.

El poder evocador del cráter es monstruoso, una llama que prende una mecha en

la mente como solo lo hace lo desconocido.

En la niñez existe una morbosidad perversa hacia lo peligroso, nos aterra y llama

la amenaza de lo incierto, o quizás precisamente nos vemos compelida a ella porque nos

aterra, la intensidad del miedo que libera adrenalina en el cerebro y nos hace buscar

más, un vértigo en el estómago como de caer.

La manera más efectiva de que los niños no se aventuraran fuera de la ciudad,

intentando forzar las entradas de la cúpula, era hacer correr rumores, crear leyendas de

las personas antiguas, seres que habían sobrevivido improbablemente y se habían

adaptado al entorno hostil, incierto, del subsuelo transformándose en seres monstruosos,

perdiendo la capacidad de raciocinio. La manera más efectiva de que los niños no

salieran de la ciudad era el consenso, pero en realidad era la manera menos efectiva.

El estremecimiento que nos recorría al escuchar este tipo de historias de adulto o

chicos mayores que nosotros, era el que nos propulsaba a dirigirnos al cráter, a pulular

como insectos en los límites de la ciudad de noche, armados solo con linternas. La

fascinación por lo desconocido se deshace con los años, su efecto se desvanece y lo

sustituye el reconocimiento de la imposibilidad de lo misterioso.


Pero el poder evocador del cráter no es solo el del miedo. La abertura en medio

de la tierra es una puerta, es una promesa de otra vida.

Cuando me acerco a Mirtya y la miro a los ojos, son casi negros, como el cráter

encima de nosotras, y se sienten como una anticipación, una promesa de futuro.


9

El segundo día del Simposio me di cuenta de que no solo yo seguía a Mirtya, me

sentaba al lado de Mirtya, miraba fijamente a Mirtya mientras intervenía en las

asambleas y hacía resúmenes nerviosos (le sudaban las manos) de los últimos artículos

publicados (Cultivos aeropónicos de especies antiguas de tomateras: Estudio de caso) ,

Mirtya hablaba rápido, se mojaba la boca seca con los labios de vez en cuando, la voz se

le rompía, tenía la garganta seca y yo corrí a servir agua con limón en un vaso para

ofrecersela, cada vez que le ofrecía agua a Mirtya ella me miraba y me decía gracias y

sonreía un poco, solo de un lado, se le veían los incisivos y un canino puntiagudo que

tocaba el labio de abajo, y yo me sentía también refrescada como por una vaso de agua

fría con rodajas de limón dentro.

Pero aquella vez, cuando volví con el vaso frío en la mano, las gotas de agua

condensando alrededor del vaso se me derraman por las manos, Mirtya ya tenía otro

vaso de agua, lo posaba encima de la mesa y seguía hablando sin mirarme. Un chico

flaco, bajo, con las manos largas y finas retira el vaso y se sienta al lado de Mirtya. A

veces interviene para completar con información que no entiendo bien. Me miro mis

manos, que son pequeñas y de dedos anchos, y siento que me he tragado un melón

entero y lo tengo en la garganta, cuando intento tragar saliva hace un sonido espantoso y

lo siento magnificado en los oídos, como conectado a un micrófono. Pero nadie parece

oírlo y Leim dice de repente:


Quiero concluir las asambleas de hoy agradeciendo a todos los voluntarios

externos a la Federación del distrito 4a y distritos contiguos para la organización de este

Simposio.

Los voluntarios salen al frente y Leim me hace gestos con la mano para que yo

también lo haga. Me pongo de pie, en el centro del círculo y saludo a los asistentes con

la cabeza, no me paro a mirar a ninguno, los ojos me escuecen porque intento no

cerrarlos. Me dio la vuelta y veo a Mirtya (veo a Mirtya cuando aún no sabía que se

llamaba Mirtya) y la saludo con la cabeza y ella también me saluda. Y sonríe. Muestra

los dos incisivos por encima del labio inferior, parece que se lo muerde pero

simplemente sonríe así, y creo que yo también estoy sonriendo.


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Los días libres se esfumaron con la misma rapidez que las sandías de la huerta,

uno detrás de otro, tan rápido que no dio apenas tiempo a que dejasen huella en la

memoria, de que echasen recuerdo, y lo dejan a uno preguntándose si realmente

existieron, si realmente hubo días largos y lentos en los que comer sandías sentada en

una hamaca junto a la huerta. Ha pasado casi un mes desde la junta del distrito y hoy es

el día que fijamos como fecha de partida para el viaje a la superficie.

La ciudad de Markay se encuentra a dos kilómetros bajo el nivel del mar y es la

única ciudad habitada conocida. Se sabe que en la Antigüedad existían poblaciones

repartidas por todo el planeta Tierra (todas ellas sobre el nivel del mar), pero la cantidad

no es clara (como no lo es su distribución, densidad poblacional u organización).

Apenas tenemos constancia material de la existencia de tres de ellas, una de las cuales

se encuentra inmediatamente sobre Markay Se especula que los habitantes de dicha

ciudad fueron los fundadores de Markay y los registros escritos, sonoros y audiovisuales

que aquellos reunieron son el único conocimiento directo del mundo antiguo que se

preserva en el presente. La ascensión a la superficie terrestre es compleja y se realiza a

lo largo de tres días para evitar el mal de altura, aunque también se aprovecha la

ascensión para recuperar muestras geológicas, arqueológicas o paleontológicas del

mundo anterior a nosotros en distintos niveles del subsuelo terrestre.

La cantidad de personas dispuestas a realizar el ascenso a la superficie fue

mermando poco a poco desde el día de la junta y, fuera de los cuatro voluntarios del

distrito 4a que se presentaron originalmente, fue necesario designar a otros cuatro


individuos pertenecientes a la Federación de Botánica de otros distritos al azar. Un total

de trece personas, cuatro de ellas pertenecientes a la Federación de Botánica, dos a la

Federación de Geología y Topografía, tres a la Federación de Estudios Antiguos (yo y

dos representantes del departamento de lingüística), tres Médicos.

Conforme la altura aumenta, la presión sobre los cuerpos va disminuyendo, uno

empieza a sentirse más ligero, como si sumergido en agua. A veces en los sueños floto y

no peso nada, me alejo volando como una hoja hacia la superficie, cada vez más arriba,

hasta que ya no veo el suelo. A partir de la tercera capa todo es así, un ascenso constante

dentro de un sueño.

Durante la jornada, las ruinas de las ciudades antiguas han ido apareciendo poco

a poco, Las grandes vigas de metal retorcidas, oxidadas y ennegrecidas por el paso del

tiempo, parcialmente fusionadas con el suelo, parecen las raíces de un árbol

monstruoso.

Los árboles en Marcay tienen un límite de altura, ningún árbol (ni persona, ni

edificio) puede sobrepasar los 230 metros de altura de la cúpula transparente, tan

transparente que solo se ve a veces, justo después de que la luz de magnesio llegue en

las mañanas, que rodea la ciudad. Mirtya me contaba cuando caminábamos juntas al

centro de instrucción junto a los caminos bordeados por jardines verticales, de árboles

allá arriba en la superficie mucho más altos, tan altos que no se podía ver sus copas nada

más que de lejos, pequeñísimas, y me hablaba de sus planes de plantar árboles así, que

fueran creciendo sin que nadie se diese cuenta hasta que de repente, ¡pun!, rompiesen la

cúpula con sus ramas superiores, robustas, fuertísimas, y se fueran abriendo paso hacia

arriba, hacia la tierra por encima de la tierra, como las plantas se abren paso y brotan

desde el suelo. Yo me pregunto ahora si esos otros árboles, aquellos de metal cuyas
raíces llegan tan profundas, si crecerían sobre la tierra, estirándose, alargándose hasta

que fueron derribados, como un árbol cortado de cuajo por una sierra dentada, muertos

sobre la tierra que se los va tragando hasta que son indistinguibles de ella.

Leim, miembro de la Federación de Estudios Antiguos y quien encabeza la

expedición, se da la vuelta y observa mi silencio y observa lo que estoy observando y

dice de repente Isai ¿sabes qué? En estas capas tan cercanas a la superficie a veces se

pueden encontrar dentro de las viviendas objetos personales en muy buenas condiciones

de conservación.

Yo ya lo sabía, pero no me molestaba que Leim me hablase de aquel modo, de la

manera en la que lo había hecho tantas veces cuando era niña, y adolescente, y joven, y

caminaba hacia el extremo del distrito 9, donde está la Federación de Estudios

Antiguos, y miraba hacia arriba, hacia el agujero negro parcialmente iluminado por las

lámparas de magnesio del sendero. Había sido mi mentor durante muchos años, el único

en la Federación con la paciencia suficiente como para instruir a el grupo de niños

inquietos de distintos distritos que sentíamos no solo curiosidad, sino la veneración

supersticiosa y morbosa de la infancia hacia la superficie.

El número de niños decreció con el paso de los años, pero yo nunca dejé de

frecuentar el despacho de Leim, lleno de objetos extraños, atrapados para siempre en el

tiempo dentro de vitrinas transparentes, y Leim nunca dejó de hacerme preguntas,

farfullándolas desde detrás de su barba larga y oscura, con el bigote desteñido, como si

se las dijese a sí mismo y no a mí, al otro lado de la habitación.

Ahora soy yo quien lo observa a él, y lo hago despacio, me detengo en la barba

que sigue siendo larga pero que sigue siendo negra, pero también gris y blanca; las

arrugas cuando sonríe se le hacen pequeñas hendiduras a los lados de los ojos, como tres
hileras de sembrado. Me doy cuenta de lo mucho que nos parecemos Leim yo, los ojos

grandes llenos de agua, la nariz ancha y rosada como un rábano, y me pregunto si Leim

me engendró, si acaso él es mi progenitor y por eso me ha acogido siempre con

paciencia que parece inagotable -más que toda la paciencia que he tenido con cada uno

de los niños de los que me he encargado junta-, si por eso me vi atraída a la Federación,

quizás no en primer lugar, pero sí en segundo; cuando crecí y la vida se despojó de toda

mística, los misterios se van desvaneciendo en el aire con el paso de los años, y el gran

cráter dejó de ejercer su poder evocador sobre yo joven para hacer paso al pensamiento

práctico, qué importa quién viviera antes que nosotros lo que importa es quiénes

vivimos ahora.

Yo nunca he engendrado ningún niño y desconozco si al hacerlo se produce

algún tipo de sentimiento de vinculación, pero una persona que acabase de parir no

podría distinguir a su hijo recién nacido de una sala llena de recién nacidos similares a

él. Me pregunto si pariese a un niño o niña que se pareciese a mí, ¿me sentiría más

compelida a cuidarlo, a criarlo, que a un niño con el que no compartiese sangre? ¿Es el

cariño que siento hacia Leim fruto de nuestro parentezco o son las experiencias las que

nos unen?

Le pregunto a Leim si podemos parar un rato, le digo que quiero explorar un

poco la zona.

Leim me dice que de todas formas se nota que todo el mundo está cansado, que

me tome el tiempo que quiera. Me doy la vuelta y veo que es verdad. Las caras de los

otros miembros del grupo están pálidas, llenas de sudor, y de pronto me doy cuenta de

lo cansada que estoy yo también. Recuerdo la pregunta de Leim y decido alejarme de

todas formas. Le pido a Mirtya que venga conmigo y accede sonriendo, aunque está tan
cansada como los demás, y se le han formado ojeras marrones debajo de los ojos. O

quizás las tenía antes, quizás Mirtya no pudo dormir los días antes de la expedición, la

semana antes de la expedición. Nos tomamos de la mano y nos vamos apoyando la una

en la otra mientras subimos hasta lo que parece una abertura en la tierra.

Guiada por la estructura metálica que se entrevé entre la tierra roja y las piedras,

no tardamos en encontrar una abertura en la tierra, por la que entramos con dificultad.

Los primeros años después de la catástrofe que obligó a los seres humanos a abandonar

la superficie terrestre, las personas que sobrevivieron construyeron hogares subterráneos

conectados por túneles, con sistemas de ventilación estrechos y precarios. Mirtya y yo

avanzamos a tientas por el túnel, con las máscaras de oxígeno aún puesta, y el camino se

va ensanchando delante de nosotras hasta desembocar en una cámara en la que incluso

Mirtya, más alta que yo, pueden ponerse de pie.

En la estancia hay multitud de objetos: asientos cubiertos de cojines, una mesa

con dos sillas, una estantería con objetos que no consigo identificar. Parece haber una

puerta al final de la estancia y Mirtya se acerca y la abre, asomando la cabeza en el otro

lado, y por un momento la pierdo en la oscuridad de la habitación, sin la iluminación de

su linterna. En la otra estancia solo hay una cama sobre el suelo, intacta, apenas tocada

por la tierra y el paso de los años. Tomo la mano de Mirtya y la empujo un poco,

sujetándola por los hombros, y las dos caemos sobre la cama sin decir nada.

Cuando volvemos a la primera estancia, nos fijamos en algo que no vimos antes.

En el centro hay también un objeto rectangular y negro, quizás un dispositivo de

recepción o emisión de mensajes, algún modo primitivo de comunicación. Mirtya y yo

nos miramos y nos acercamos deprisa, emocionadas, Mirtya tiene la cara roja y creo que

yo también. Empezamos a palparla, a toquetearla por todas partes, dando palmaditas en


en el anverso, frotando lo que parece la pantalla, yo le doy golpes intentando encontrar

algún mecanismo escondido mientras Mirtya la explora con las manos.

De repente, aparecen imágenes en el dispositivo, parecen figuras dibujadas de

diferentes colores, quizás animales que hablan entre sí en un idioma que no conocemos.

Parece que están dentro del agua.

Además de diversidad vegetal, parece que la superficie también tenía diversidad

de especies animales no humanos. Mirtya siempre contesta a las preguntas antes de que

las haga.

El dispositivo se apaga y me pongo de pie de nuevo. Entonces veo lo que hay

sobre las estanterías.

Hay libros.

Libros cubiertos de tierra, con las tapas arrugadas y las hojas hinchadas y

dobladas por la humedad, pero sin lugar a duda libros. Mirtya también se da cuenta y en

seguida me pasa un contenedor de plaxiben de su mochila. Con mucho cuidado, cojo

uno de los libros y lo introduzco en él. En la portada, los mismo seres acuáticos de la

pantalla aparecen dibujados y coloreados.

Volvemos con el resto del grupo y me apresuro a enseñarle nuestro hallazgo a

Leim, el libro de ilustraciones casi irreconocibles en la bolsa de plaxiben, y Leim se

queda mirando un rato largo, un rato que parece larguísimo porque estoy esperando; de

Leim o del libro, una explicación, o una validación en boca de Leim que revalorice el

hallazgo, y entonces Leim saca unos guantes de plaxiben de su mochila y abre el libro,

las hojas crujen como si se quejaran, y nos pide que lo leamos.


Leim no ha podido reprimir la curiosidad de examinar el contenido del libro y,

más aún, de compartir el contenido, de compartirlo con otros como un regalo porque

solo Leim y yo de todos los miembros de la expedición podemos desenterrar, quizás de

forma parcial e imperfecta, la palabra impresa sepultada en el tiempo.

Leim cierra la boca y me mira. Y me pasa el libro abierto. Yo empiezo a leer,

decodifico y codifico a trompicones, me invento las palabras que han muerto enterradas

y las sustituyo por otras, pongo voces y modulo mi entonación como si leyese para un

grupo de niños, érase una vez un animal acuático que había perdido a su hijo.

Cuando quise darme cuenta, todos a nuestro alrededor se han detenido y se han

agrupado en círculos para escucharnos. Hay una especie de mística en torno al mundo

de la superficie y a sus habitantes, es inevitable haber pensado en algún momento en

quiénes eran las personas que nos precedieron, en si se parecían a nosotros o por el

contrario eran muy diferentes. Ahora estamos todos en círculo, la expedición de doce

muy junta, las linternas apagadas, solo una luz de magnesio en el centro, como una gran

fogata, y pienso en que hace mil, dos mil y seis mil años los seres humanos también

leían a los niños cuentos.


11

Irsia se gira de vez en cuando para ver en donde me encuentro, para asegurarse

de que no estoy demasiado cerca de Mirtya, y si lo estoy la toma de la mano a ella, a

Mirtya, y empieza a caminar más deprisa, incluso ahora que la pendiente es más

inclinada y la presión hace cada vez más frecuentes los mareos y si uno acelera

demasiado le empieza a faltar el aire. Mirtya se gira después y me mira y frunce la boca

como en un puño, creo que me dice qué le vamos a hacer, o lo siento, o algo por el

estilo, y preferiría que me lo dijera directamente en lugar de apuntarlo vagamente con

gestos.

Irsia se ha comportado así desde el primer día que conoció a Mirtya, en el

Simposio Interfederacional, la seguía por toda la federación, iba detrás de ella

ofreciéndole limonada con hielo y menta, hablando sin parar del cráter, explicando

datos curioso de la Antigüedad, qué se yo. Entiendo a Mirtya porque Irsia es el tipo de

persona a la que es difícil parar cuando empieza a hablar, y habla todo el tiempo y sin

parar, pero de todas formas no es el tipo de persona al que sea desagradable escuchar, ni

siquiera cuando era niña y el entusiasmo la desbordaba, pobremente gestionado.

Realmente no me caía mal Irsia, pero ella me odiaba de sin control y manera

profundo, del modo en el que solo un niño puede odiar algo. No he conocido a muchas

personas que odien de ese modo a otros seres humanos.

Cuando nos encontramos a tan solo trecientos metros de la superficie, las

muestras biológicas comienzas a ser más abundantes, de modo que los miembros de la

Federación de Ciencias Empíricas, excluendo a los dos miembros de la federación de


medicina, nos reunimos para reunir muestras. Nos dividimos en parejas y de manera

inconsciente, Mirtya y yo constituimos un dúo de trabajo de manera espontánea. Ahora

soy yo el que se gira para ver a Irsia, no es un movimiento premeditado sino un

impulso, un acto reflejo, un deseo de ver su cara e intentar adivinar qué siente, qué

piensa Irsia mientras evita mirarme a los ojos y frunce el ceño y mira hacia abajo.

Puedo sentir el sufrimiento de Irsia y su sufrimiento me hace sufrir, y lo busco

precisamente por eso, lo busco esperando no encontrarlo y evitarme el sufrimiento, pero

lo encuentro y sufro. Porque Irsia sufre de manera innecesaria.

Los celos son una respuesta emocional al miedo a perder algo. Se especula que

podría ser una respuesta adaptativa destinada a generar una respuesta ante la amenaza

de perder recursos como el alimento, la vivienda o los vínculos sociales. Se cree que es

un instinto primario, hallado fundamentalmente en niños, que va desapareciendo a lo

largo de la pubertad y es inexistente en adultos. Los niños requieren de la atención

constante de sus cuidadores y cuando estos no pueden proporcionarse (están durmiendo,

están ocupados atendiendo a otro niño), se genera una respuesta emocional negativa

cuya consecuencia física pueden ir de gritos o llantos a mutismo y desapego, el ceño

fruncido, la mirada dura de Irsia; el objeto de la atención del vínculo amado será el

objeto de nuestro odio.

He experimentado el dolor de la pérdida muchas veces, ¿pero no es ello parte de

ser humano? Deshacemos vínculos con la misma facilidad que los hacemos, morimos

con la misma facilidad que venimos al mundo.

Irsia no debe pensar lo mismo. Debe tener una fe ciega en la naturaleza

inmanente de las relaciones. Se gira y me hace un gesto de burla, tocándose la punta de

la nariz con la lengua y siento calor en la cara y el estómago.


12
La primera vez que pisé la superficie de la tierra fue hace diez años, y también

fue la primera vez para todos los que iban conmigo, y para cualquier ser humano en dos

siglos. Los últimos documentos escritos que conservamos de la superficie terrestre están

fechados en la década de 2050 (la mayor parte de tratados, publicaciones y revistas

científicas son como muy tarde de esta año), 2056 y 2057 (principalmente periódicos y

documentos personales).

Recuerdo que en el museo municipal del distrito hay expuesta un artículo de una

revista que dice “Catástrofe ecológica: los pasos que debes seguir para enfrentarla de

forma segura”. El artículo estaba acompañado de fotos de casas inundadas; el fondo,

invariablemente azul, un gran círculo blanco sobre él como una lámpara de magnesio de

escala colosal: el sol. Me pregunté cómo crecerían las plantas en un sol que no fue

creado por ningún humano, crecerían más altas y gruesas o cómo, y no podía saberlo

porque en las fotos no aparecía ninguna.

La primera vez que pisé la superficie de la tierra fue hace diez años y también

fue la primera para Melán, y me acababan de colocar una prótesis nueva en el brazo de

derecho, a partir del codo, que se sentía casi igual que mi otra mano, la izquierda, Melán

me tomaba de ella y sentía que el mundo no podía ser mejor, me gustaba comparar mi

antebrazo (muy negro), con el de Melán (muy blanco) y después con mi otro antebrazo

(más blanco todavía). El mundo no podía ser mejor y si el mundo podía ser mejor, tenía

que ser arriba.


13

Llevo sesenta y dos días sin hablar con ningún ser humano, y eso me hace sentir un

orgullo extraño.

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