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Leilani Arai Ángel González.

Categoría B. Concurso de Leyendas 🙋🏻🌼💀🕯


Barrio de San José

La importancia de poner el altar.


Como todos los años había llegado la víspera del esperado día de muertos, y
todas las personas iban y venían junto a sus compras para realizar su altar en
conmemoración a sus queridos difuntos. Flores de cempasúchil adornaban las
calles, junto al pan de muerto recién horneado, las mandarinas, veladoras y el sin
fin de comerciantes. Todo el mundo parecía listo, menos doña Angela.
Aquella mujer tenía un trabajo agotador, era maestra en un pequeño pueblo no
muy lejos de la ciudad donde vivía, sus viajes en transporte publico y las largas
caminatas acababan con ella todos los días haciendo que añorara las noches con
impaciencia y olvidará las fechas importantes.
Ese 2 de noviembre doña Angela llego a su hogar sin ánimos de nada, así que se
limito a comer algo ligero, tomar una ducha e irse a la cama para esperar el día
siguiente.
Alrededor de las dos de la madrugada se despertó por un gran ruido en la cocina,
el aire era frío y sentía el cuarto pesado. Ella no se levantó, pero agudizo su
sentido del oído para escuchar con más claridad aquellos sonidos extraños.
Sartenes siendo sacados del lugar donde se encontraban, una cuchara moviendo
algo en una cazuela, el cuchillo picando, la licuadora funcionando. Era como si
alguien estuviera cocinando.
Doña Angela se cubrió con las sabanas ocultando su cuerpo, cerro los ojos y
comenzó a rezar. Los ruidos se intensificaban, así que no pudo dormir en lo que
restaba del tiempo, le aterraba la idea de que alguien hubiera entrado a su casa a
estas horas estando ella sola, así que esperaba y rogaba en su interior que nada
malo le pasará.
A la mañana siguiente doña Angela se dirigió a la cocina llevándose una gran
sorpresa, todo estaba intacto, ningún plato fuera de su lugar ni algún alimento
faltante. Parecía que nadie había estado ahí. Ella no estaba loca, había
escuchado con claridad como preparaban comida y eso le asustaba.
Inmediatamente se dirigió a su cuarto y sacó una vela paras después prenderla y
orar por sus familiares que ya no estaban en el plano astral. Algo en ella sabía que
habían sido ellos quienes le metieron tal susto por no dejar nada de comida, ni una
vela la noche anterior.
Desde entonces, todos los años sin falta Doña Angela colocaba un altar, aunque
fuera uno pequeño para recibir a los que nos dejaron y con los que tarde o
temprano nos recentraríamos en otra vida.

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