Como todos los años había llegado la víspera del esperado día de muertos, y todas las personas iban y venían junto a sus compras para realizar su altar en conmemoración a sus queridos difuntos. Flores de cempasúchil adornaban las calles, junto al pan de muerto recién horneado, las mandarinas, veladoras y el sin fin de comerciantes. Todo el mundo parecía listo, menos doña Angela. Aquella mujer tenía un trabajo agotador, era maestra en un pequeño pueblo no muy lejos de la ciudad donde vivía, sus viajes en transporte publico y las largas caminatas acababan con ella todos los días haciendo que añorara las noches con impaciencia y olvidará las fechas importantes. Ese 2 de noviembre doña Angela llego a su hogar sin ánimos de nada, así que se limito a comer algo ligero, tomar una ducha e irse a la cama para esperar el día siguiente. Alrededor de las dos de la madrugada se despertó por un gran ruido en la cocina, el aire era frío y sentía el cuarto pesado. Ella no se levantó, pero agudizo su sentido del oído para escuchar con más claridad aquellos sonidos extraños. Sartenes siendo sacados del lugar donde se encontraban, una cuchara moviendo algo en una cazuela, el cuchillo picando, la licuadora funcionando. Era como si alguien estuviera cocinando. Doña Angela se cubrió con las sabanas ocultando su cuerpo, cerro los ojos y comenzó a rezar. Los ruidos se intensificaban, así que no pudo dormir en lo que restaba del tiempo, le aterraba la idea de que alguien hubiera entrado a su casa a estas horas estando ella sola, así que esperaba y rogaba en su interior que nada malo le pasará. A la mañana siguiente doña Angela se dirigió a la cocina llevándose una gran sorpresa, todo estaba intacto, ningún plato fuera de su lugar ni algún alimento faltante. Parecía que nadie había estado ahí. Ella no estaba loca, había escuchado con claridad como preparaban comida y eso le asustaba. Inmediatamente se dirigió a su cuarto y sacó una vela paras después prenderla y orar por sus familiares que ya no estaban en el plano astral. Algo en ella sabía que habían sido ellos quienes le metieron tal susto por no dejar nada de comida, ni una vela la noche anterior. Desde entonces, todos los años sin falta Doña Angela colocaba un altar, aunque fuera uno pequeño para recibir a los que nos dejaron y con los que tarde o temprano nos recentraríamos en otra vida.