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Sombras
Las primeras luces del alba la sorprendieron despierta, enredada entre las
mantas. Era incapaz de asegurar si había dormido durante la noche. Solo
estaba segura de haber rondado un estado de duermevela inquieto y
desagradable.
No se sorprendió al ver en el espejo que el cansancio y el dolor habían
consumido su rostro, hundiéndolo contra los huesos de sus pómulos ¿Qué
más daba su aspecto? Se alisó el pelo con desgana y se dispuso a salir a
dar un paseo por el pueblo.
El gélido viento del norte la golpeó nada más salir. Agradeció el frío que
acariciaba su cara. Caminó sin rumbo, dejando a su espalda la vieja casa
familiar llena de recuerdos de su niñez. «Más momentos malos que
buenos», pensó mientras avanzaba por las aceras llenas de molestos
adoquines que se clavaban en sus pies.
Paseó lentamente, perdiéndose en la maraña de callejuelas que daba
forma a aquel maldito pueblo. A ambos lados de la calle, las pequeñas
casitas de paredes encaladas y techos de tejas marrones, la inundaron de
recuerdos de su infancia: su primer beso, su primer cigarro... A unos
metros de ella, una bolsa voló sobre el suelo, totalmente ajena a su dolor.
La observó avanzar hasta que quedó atrapada contra el tronco de un
naranjo.
Aún era demasiado temprano, las calles estaban vacías, sumidas en un
estado de vigilia que la relajaba. La verdad es que no le apetecía
encontrarse con sus antiguos vecinos.
Una puerta se abrió a unos metros de distancia. Ángela vio salir a Luis
de su interior. Le observó divertida, esperando a que él la viese.
Luis había sido el tío bueno del pueblo durante sus años de juventud, y
ella había sido su novia durante un tiempo... juntos perdieron la
virginidad en el asiento trasero de un viejo Ford, en un carril poco
frecuentado a las afueras del pueblo. Aquel chico siempre había estado
enamorado de ella y fue el único que la apoyó cuando se quedó
embarazada. Se cruzó de brazos y no pudo disimular una sonrisa. Luis se
volvió, miro hacia ella, se metió en el coche y se marchó; exactamente
igual que el padre Santiago.
Se quedó boquiabierta, incapaz de comprender la reacción de Luis.
También él la rechazaba como si fuese el mismísimo diablo.
«No he hecho daño a nadie ¿Es que no entienden que he perdido a toda
mi familia? ¿Acaso no van a perdonarme nunca haber sido un poco loca
de joven?», se preguntó mientras recorría cabizbaja el camino de vuelta a
su casa, intentando contener las lágrimas.
¿Ángela? Aquella voz tan suave...
Ángela se volvió bruscamente, conocía esa voz, pero no sabía de qué...
enseguida la reconoció: justo a su derecha, bajo el marco de una raída
puerta de madera, identificó la figura de Belén.
¿Belén? Respondió acercándose lentamente.
Sí, hija, ¿Qué te trae de vuelta por este pueblo?
Ángela llegó junto a la puerta y sonrió al ver a la vieja que tantas veces
la había acogido en su casa cuando su padre no la dejaba entrar de
madrugada.
La verdad es que el tiempo no había sido benévolo con la anciana: su
rostro se ocultaba bajo un grueso manto de arrugas y el poco pelo que aún
conservaba, caía sobre sus hombros mostrando toda la gama de grises
posible.
No sabe cómo me alegro de verla... la verdad es que... bueno, supongo
que sabrá que mis padres murieron.
Sí cariño, algo terrible...
Pues verá la voz de Ángela se quebró . Mi hija y mi marido...
fallecieron hace unos meses.
Vaya la anciana abrió mucho los ojos. Es terrible. Ahora entiendo
que hayas vuelto. La distancia es la mejor aliada del olvido.
La verdad es que no sé bien lo que me ha traído aquí... supongo que
será el falso sentimiento de seguridad que uno guarda en sus recuerdos de
la niñez...
Has hecho bien hija Belén la cogió del brazo suavemente . Vamos,
pasa, hace mucho frio ahí fuera.
La calidez del hogar la reconfortó. Su mente se embriagó de los
recuerdos de su adolescencia, de las noches en que durmió en aquel viejo
y mullido sofá cuando nadie más la quería acoger. No pudo evitar sonreír
mientras recorría con la mirada aquel viejo salón: estaba exactamente
igual que la última vez que lo vio; hacía tantos años de aquello...
Ángela siempre había pensado que la vieja habría muerto hacía tiempo,
ya que era muy mayor, y fumaba sin descanso. Se alegró de estar
equivocada; Belén era como una madre para ella y agradeció poder hablar
con alguien después de que todos la ignorasen.
Y dime hija ¿Por qué no duermes bien? –Preguntó escudriñando las
enormes sombras que enmarcaban los ojos de la chica.
Bueno, supongo que los recuerdos me persiguen Ángela bajó la
cabeza. ¿Sabe? Mi hija murió la noche de navidad La anciana frunció
el ceño. Habíamos cenado con unos amigos y cuando volvíamos a casa
las lágrimas brotaron de sus ojos como un río descontrolado.
Tranquila, tranquila La anciana apretó sus manos con fuerza,
intentando consolarla.
Esa noche, Lucía se había portado mal. Ya sabe... solo eran cosas de
niños, pero yo me puse tan furiosa que la castigué sin regalos de Papa
Noel. Murió sin que pudiera decirle que la quería, que no estaba
enfadada, que al llegar a casa tendría sus regalos bajo el árbol.
El rostro de Ángela se contrajo en una mueca de dolor, colocó la cabeza
entre las manos y no pudo evitar que un nuevo mar de lágrimas inundara
su rostro. Belén la contempló en silencio mientras las lágrimas corrían
por sus mejillas hasta caer lentamente al suelo.
No te sientas culpable, ella sabe que la quieres afirmó Belén
intentando aliviar su dolor.
No pude decírselo. No pude hacer nada... todo fue tan rápido...
Quizás ahora puedas decírselo.
Lo hago cada minuto, cada día, cada noche...
Tal vez, podrías hablar con ella de nuevo…
Ángela despegó la cabeza de las manos como un resorte, mirando a la
anciana fijamente a los ojos.
No te rías de mí Increpó llena rabia.
Si pudieras hablar con ella...
¿Pero qué dices? Ángela se levantó bruscamente . Tú también
quieres hacerme daño, como todos los del pueblo. Me odiáis.
Mira hija, no te odio. No sé cómo puedes pensar eso con todo lo que he
hecho por ti. Si lo deseas, solo tienes que pedírmelo, y podrás hablar de
nuevo con tu hija.
Ángela la miró, perpleja. Deseaba decirle que se fuera a la mierda, salir
de allí y no volver a verla nunca más; sin embargo, la necesidad de creer
que todo aquello pudiese ser cierto la hizo dudar unos segundos.
¿Que tienes que perder? añadió ante la desesperada mirada de la
chica.
Una parte de su mente le decía que todo aquello era una locura, que
seguramente la vieja había perdido la cabeza; pero la otra, intentaba
aferrarse a aquella posibilidad como la única forma de salir del pozo de
amargura que la tenía prisionera.
Volver a hablar con su hija... Sin duda, merecía la pena intentarlo...
Por favor, ayúdeme a hablar con mi hija suplicó.
Está bien, pero antes, debes comprender que hay puertas que es mejor
no abrir Ángela torció el gesto, confusa. Ahora que ya te he advertido,
¿Sigues dispuesta a hacerlo?
Por supuesto Respondió segura de que todo aquello era totalmente
absurdo.
La anciana se levantó torpemente. Abrió uno de los cajones de un viejo
mueble de madera que amenazaba con caerse a pedazos y sacó un
teléfono antiguo. Ángela sintió que el peso de la realidad volvía a caer
sobre ella sin compasión; ¿Que esperaba? Aquella vieja estaba totalmente
loca, ahora estaba segura.
Ten La anciana le entregó el teléfono.
Aquel trasto podría exponerse en cualquier museo de antigüedades.
Estaba lleno de polvo y antiguamente pudo ser de color dorado, aunque se
encontraba en tan mal estado que no podía asegurarlo. El auricular
descansaba sobre dos piezas metálicas que le servían de soporte. Bajo
estas, una caja cuadrada mostraba una serie de números desgastados que
eran casi imposibles de descifrar. Aquel artilugio debió de ser la bomba
en su época, pensó Ángela visiblemente decepcionada.
«Que tonta eres ¿Acaso creías que esa vieja sacaría del cajón alguna
suerte de luz mágica?».
Debes colocarlo en una habitación donde haya estado la niña.
La verdad es que mi hija no vivió nunca en esa casa Hizo ademán de
devolverle el teléfono.
Cuando estabas embarazada, la niña vivía contigo, en tu interior La
vieja rechazó volver a coger el teléfono. Debes colocarlo en esa
habitación y nunca debes sacarlo de allí.
Está bien Respondió intentando no sacar a la anciana de aquella
especie de ilusión en la que andaba metida. Lo colocaré allí. Se lo
prometo Volvió a mirar el teléfono . Entonces... ¿Tengo que marcar
algún número?
Solo descuelga, él hará el resto. Pero recuerda, piénsalo bien antes de
descolgar la primera vez.
Ángela se despidió apresuradamente de la anciana. Deseaba salir de
aquel lugar, alejarse de aquella locura en la que vivía Belén.
Mientras andaba de vuelta a casa, sintió pena por la anciana; «La edad no
perdona y la soledad tampoco ayuda. Está completamente loca», pensó al tirar
el teléfono en el primer cubo de basura que encontró. Se dispuso a volver
a su hogar lo antes posible; ya había tenido bastante por ese día.
***
Ángela entró en casa cuando las primeras gotas de una nueva llovizna
comenzaron a manchar las calles del pueblo. «Justo a tiempo», se dijo en
voz baja mientras subía la escalera hacia el dormitorio que usaba desde
que volvió.
Se desnudó completamente y observó su cuerpo durante unos segundos
frente al espejo que custodiaba la puerta del ropero. Aquel había sido
siempre el cuarto de invitados. A su derecha, el pasillo que conducía
hacia su antiguo dormitorio, estaba oscuro por la falta de luz que había
provocado la tormenta. Justo antes de llegar a aquel cuarto, se encontraba
el servicio y un poco antes, el cuarto donde sus padres dormían. Eligió el
cuarto de invitados porque se sentía incapaz de dormir en el antiguo
dormitorio de sus padres, y no le agradaban los recuerdos que vestían las
paredes de su antigua habitación.
Un ruido que no acertaba a reconocer la sobresaltó. Miró hacia el fondo
del pasillo, intentando averiguar de dónde provenía aquel sonido tan
estridente. Avanzó lentamente hasta el marco de la puerta; no había duda,
el sonido salía de su antiguo cuarto.
Asustada y confundida, clavó la mirada en la puerta de madera que se
erguía amenazante al final del corredor, intentando reconocer aquel ruido
tan desagradable: parecía un sonido metálico, como el tintineo de unas
campanillas oxidadas.
Ángela avanzó entre las sombras del pasillo, haciendo acopio de todo su
valor. Se detuvo un segundo tras la puerta de su antiguo dormitorio,
intentando averiguar qué podía estar causando aquel ruido.
Tomó aire y abrió bruscamente...
Los nervios corrieron desbocados por todo su cuerpo. Notó como el
sudor empapaba sus manos, dejándolas tan pegajosas como aquella
mañana en que tuvo que confesar a su madre que estaba embarazada. Sus
ojos se abrieron como platos y no pudo evitar que todo el vello de la nuca
se le erizara: sobre la mesita de noche, el teléfono que había tirado a un
contenedor hacía rato, emitía aquel sonido exasperante.
«Esto no puede ser cierto ¿Qué hace este trasto aquí?», pensó sin poder
apartar la mirada de la mesita de noche.
Se acercó lentamente, con el corazón retumbando. Se detuvo junto a él y
observó los números gastados que adornaban la caja metálica sobre la que
reposaba el auricular.
«¿Qué coño significa esto?»
***
Se detuvo junto a uno de los naranjos que adornaban las aceras de aquel
pueblecito de casitas bajas y calles empinadas. Le faltaba el aliento y el
agua le había calado la ropa hasta empapar su cuerpo. Miró hacia todos
lados, nerviosa. Cuando comprobó que nadie la seguía, se apoyó contra el
naranjo y descargó parte de su angustia llorando y golpeando el tronco
del árbol.
Estaba empapada y muerta de miedo. Tenía la certeza de que nadie le
ayudaría; de hecho, sería el tema de conversación del día si alguien la
veía corriendo como una loca bajo la lluvia. Volvió a mirar
compulsivamente en todas direcciones e intentó serenarse; tenía que
pensar algo...
Un poco más tranquila, se dirigió hacia la casa de la vieja que le había
dado el teléfono. Necesitaba respuestas, y de paso, un lugar donde
resguardarse de la lluvia.
Cruzó varias calles desiertas, hasta que llegó a casa de la anciana.
Golpeó la puerta hasta que Belén le abrió con una amplia sonrisa dibujada
en la cara.
Vas mojarte pequeña
Necesito que me expliques algunas cosas pasó al recibidor sin pedir
permiso.
La anciana la acompañó al salón. Le llevó unas toallas y se sentaron al
amparo de la chimenea, donde pequeños maderos crepitaban bajo el
abrazo de las llamas.
Hablaste con tu hija no era una pregunta. Ángela asintió . Y supongo
que habrás visto... cosas...
Belén, ¿Qué es ese teléfono que me has dado?
Solo puedo decirte que sirve para hablar con aquellos que están al otro
lado.
Pero... Ángela intentó medir sus palabras . Algo me atacó... no sé qué
ocurrió exactamente...
Ya te dije que había puertas que era mejor no abrir. Tú decidiste
abrirlas...
¿Que eran esas cosas?
Son almas que vagan en este plano. Están atrapadas aquí,
consumiéndose en su propio dolor.
Ángela la miró, boquiabierta. Si alguien le hubiese dicho semejantes
tonterías hacía solo unas horas, habría pensado que estaba mal de la
cabeza, pero ahora...
No puedo volver a mi casa.
¿Quieres volver a hablar con tu hija? Ángela endureció el rostro,
contrayendo la mandíbula. Puedes hablar con ella, pero solo podrás
hacerlo si vuelves a casa.
Permanecieron en silencio durante un buen rato, oyendo el crepitar de la
leña en la chimenea. Las sombras que proyectaba el fuego formaban
extrañas figuras sobre las paredes de aquel salón. Ángela se levantó, con
la determinación de volver a hablar con Lucia.
Es mi hija y necesito hablar con ella. Ni el mismísimo diablo podrá
separarme de ella Belén la miró. El fuego confería un brillo extraño a sus
ojos.
Entonces, no tengas miedo. Lucía te espera.
Cuando cayó la noche, la tormenta se había esfumado arrastrada por el
viento del norte. Ángela se despidió de la anciana y se perdió entre las
sombras de las callejuelas; nada iba a separarla de Lucía.
***
— Cada vez es peor, Tia Mary. Me da miedo que… algún día nos haga daño.
El crepitar del fuego se mezcló con el sonido de la lluvia. Las llamas motearon
la piel, negra y arrugada de Tia Mary, de tonos cobrizos.
— Parece que se hace inmune a mis remedios… El alma de tu sobrino está
rota, debes asumirlo.
— Pero… Tia Mary, hace diez años que su madre murió, él era demasiado
pequeño.