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El Tesoro Que Esconde La Tierra

Estudiante. John William De La Cruz Espinosa


ID 815749

Cooperación Universitaria Uniminuto De Dios


NRC: 28618

Docente. Andrea Jackeline Bolaños Sánchez

Comunicación Escrita y Procesos Lectores

24 de septiembre de 2021
El Tesoro Que Esconde La Tierra

Apolinar Mosquera yacía estirado en una de las esquinas de la plaza del pueblo, completamente
ebrio viendo de a pocos escaparse su vida, en el aire había una melodía alegre y la gente pasaba
muy animada bailando y alzando las copas a su lado, en sus ojos solo estaba la imagen de su
casita de madera gris allá en la vereda.
Recordando, las lágrimas de Apolinar brotaban y caían por su rostro mientras daba tragos y
derramaba sobre su camisa el guarapo, con cada trago que daba recordaba pasajes de su infancia
y el nombre de Lucila, la recordaba de niña, con sus trenzas y bañándose las piernas en la
quebrada, recordaba la misma quebrada y la primera vez que se le declaró, el primer beso y las
aguas cristalinas. Vivían su amor de juventud entre el canto de los pájaros y las nubes que
pasaban, Lucila era el amor de su vida.
Todos en la vereda sabían que era un hombre correcto, Apolinar heredó la tierra de sus padres y
al pie de la montaña escarbaba en socavones para extraer oro, con sus propias manos había
cavado los túneles y en la profundidad oscura y fría, empeñaba su vida a diario con la esperanza
de arrancarle algún tesoro a las entrañas de la tierra. Con sus manos había construido un ranchito
de madera para hacer su hogar con Lucila.
La gente decía que esa tierra estaba maldita y que la única forma de hallar riqueza era hacer un
pacto con el diablo, esperar una noche de luna nueva, entrar en el túnel sin escapulario, ni
crucifijos, ni estampas de ningún santo, llevar una silla y encender una vela de cebo y pedir por
el oro y pagar con el alma. Estaban convencidos de que solo una persona se había atrevido, don
Carlos Torres, era el que más había llegado a tener en el lugar, tierra, ganado, casas, pero la
mujer lo había dejado y se había llevado a sus hijos y buena parte de sus cosas, la vejez lo había
sorprendido en desgracia. Apolinar no creía en esos cuentos sino en el trabajo, con lo que
encontraba apenas le alcanzaba para vivir con su esposa, no tenían hijos porque Lucila se había
caído de un caballo a la edad de trece años y pasó varios días sumida en un sueño profundo, para
que se recuperara su mamá le había hecho la petición a la Virgen y tras nueve noches de rosarios
se había salvado, pero ese fue el intercambio, nunca podría tener hijos y toda su vida debería
entregársela en oración a la Virgen.
Apolinar y Lucila no le pedían más a la vida, se tenían el uno al otro y los días pasaban tan
tranquilos como los primeros rayos del sol por entre las hendijas de las tablas de su casa de
madera allá en la vereda.
Un día gris al atardecer, Apolinar regresaba cargando sus herramientas de trabajo, de repente fue
abordado por un hombre robusto, lo miró fijamente y le dijo que debía irse y dejar todo sino
quería que su vida y la de su esposa corran peligro, el hombre siguió su camino y el olor del
monte se hizo amargo, la tristeza y la angustia invadieron todo el camino de Apolinar, cuando
llegó a casa no quiso cenar y no le comentó una sola palabra a Lucila, la noche se hizo larga y el
viento quería levantar las hojas de zinc del techo de su casa.
Con los primeros sonidos de la mañana Lucila se levantó a prender el fogón para el desayuno,
Apolinar no quiso salir de la cama, sin poder esquivar más las preguntas de Lucila, tuvo que
contarle lo sucedido. La determinación y el carácter de Lucila le devolvieron el ánimo, ¡de aquí
no nos saca nadie! Le dijo, mientras le daba un fuerte abrazo. Apolinar se llenó de esperanza y
fuerzas y aunque la mañana ya estaba bien entrada se fue a su trabajar.
Los días que pasaron fueron de una completa incertidumbre, pero tranquilos, no se había vuelto a
escuchar nada por los alrededores y para el gusto de Apolinar sus túneles estaban empezando a
dar cada día más chispazos de oro para vender.
Doña Olga era reconocida en el pueblo en días de fiesta por salir a vender miel con cuajada,
Martha su hija le ayudaba, pero la niña aprovechaba algunos instantes para ir a jugar con los
demás niños que se reunían en la plaza. Buscando una pelota que corrió demasiado lejos Martha
se dio cuenta del cuerpo estirado en la esquina, sabía quién era, reconoció entre la agonía a
Apolinar, todos lo conocían, era un hombre bueno y trabajador.
Apolinar murió de pena, hace tiempo que le habían advertido que debía abandonar su hogar por
los tesoros que esconde esa tierra, pero podían más sus ganas de quedarse junto a su amor y en su
casa. Un triste día al llegar de la mina se encontró con el cuerpo frio de su amada Lucila, se la
habían quitado para siempre y también el alma y su corazón, viendo a Lucila sobre su sangre
perdió la esperanza de vivir, después de enterrarla bajo su casa de madera, abriendo el hueco con
sus manos y escondiendo su único tesoro, enterró también sus sueños y con lágrimas amargas en
su pecho se fue para no volver jamás.
Cuando las personas del pueblo se percataron de lo que había sucedido todo quedó en silencio,
tomaron el cuerpo de Apolinar en brazos y se lo ofrecieron al cielo, como reclamando justica y
como el sonido que le sigue a la luz del rayo, se volvió a encender la fiesta que se animaba en
cada calle y en cada casa, las bandas tocaban tan fuerte que retumbaban en las montañas, en el
cielo algunas nubes se tornaban grises y una lluvia tibia y alegre empezaba a caer sobre el
pueblo.

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