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EMOCIÓN: ANSIEDAD

Enrique G. Fernández-Abascal

No es fácil introducir el concepto de ansiedad ya que se trata de una respuesta emocional en


cierto modo atípica, que se encuentra relacionada e incluso indiferenciada con otros conceptos
como el de miedo, angustia o estrés; que además es una etiqueta diagnóstica, utilizada para referirse
a un amplio elenco de trastornos; y que, por último, es un término ampliamente utilizado en el
lenguaje coloquial de una forma altamente indiscriminada.
Con respecto a la primera de las cuestiones, ciertamente la ansiedad se encuentra
estrechamente relacionada con la emoción de miedo. Como hemos visto el miedo es una de las
emociones primarias (ver capítulo 4), que se halla en la base del desarrollo de la ansiedad; pero
mientras que el miedo es una reacción a una situación de peligro real y presente, la ansiedad es una
proacción ante una situación anticipada como peligrosa. No obstante, se trata de emociones que
configuran una familia emocional, ya que comparten recursos y funciones, al tiempo que actúan de
forma complementaría.
Por su parte la angustia, aunque es un término más ambiguo que tiene diferentes acepciones,
quizás la más común de todas ellas es la que se refiere a la experiencia subjetiva asociada a la
ansiedad, es decir, se utiliza para referirse al sentimiento que se produce en la respuesta de ansiedad
y, por lo tanto, es una parte de la misma.
Igualmente, el estrés que es un proceso psicológico adaptativo, pero diferente a las
emociones (ver Capítulo 24). Sin embargo, ambos procesos comparten importantes elementos
funcionales comunes, como veremos a lo largo de este capítulo, lo que ha hecho que muchas veces
no se diferencien correctamente ambos conceptos, aunque se encuentran perfectamente delimitados.
Por otra parte, la ansiedad es también el nombre de un trastorno mental de amplia
incidencia. Sin duda, ansiedades normal y patológica tienen una misma raíz psicológica, pero dada
la gran transcendencia social de la patológica, esta última parece ser la única acepción posible,
lacrando de este modo la comprensión de la ansiedad normal. Hubiera sido deseable contar con dos
etiquetas diferentes para referirnos a las ansiedades normal y patológica, pero esto simplemente no
es así, por lo que hay que acercarse a su estudio intentado diferenciar funcionalmente, lo que no está
diferenciado semánticamente.
En este capítulo nos vamos a referir fundamentalmente a la ansiedad como un proceso
emocional normal, adaptativo e imprescindible para la vida; aunque necesariamente tendremos que
hacer también algunas referencias a la ansiedad como patología desadaptativa y sin la cual
viviríamos más felices, dado que es un trastorno altamente incapacitante. Como una primera
aproximación, permitaseme la metáfora de comparar la ansiedad normal a un ángel guardián, que
vela por nuestro bien en todo momento, previniéndonos de los peligros; mientras que la ansiedad
patológica sería como un ángel caído, que intentará y conseguirá complicarnos la vida severamente.
Se entiende por ansiedad patológica a aquella que no es útil para la superación de obstáculos, que
provoca miedos, inhibiciones y síntomas somáticos, que se interponen en la superación de esos
obstáculos.
También, la ansiedad es una respuesta emocional ampliamente experienciada, recuerde por
ejemplo sus ya próximos exámenes, por ello se trata de un término que tiene un amplio uso y abuso
en el lenguaje coloquial. Esto también entorpece la correcta delimitación conceptual, ya que nos
acercamos a su estudio con un bagaje de conocimientos no sistemáticos, parciales y personales,
muchos de cuyos contenidos necesariamente no concordarán con lo que será nuestro objeto de
estudio en este capítulo, el Aproceso de ansiedad@.

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Además de delimitar conceptualmente lo que no es la ansiedad y diferenciarlo de otros
conceptos afines, es necesario para terminar esta introducción, apuntar de forma positiva lo que es.
Así pues, podemos considerar la ansiedad como una actitud cognitiva emocional, desarrollada a
partir de la emoción primaria de miedo, que permite extender las capacidades de ésta ante nuevas
condiciones y situaciones asociadas al entorno habitual de la persona; integrando dentro del sistema
de análisis emocional nuevas capacidades, lo que le permite anticiparse a las situaciones de
amenaza y peligro, posibilitando de este modo dar respuestas con una mayor eficacia, al adelantarse
a los propios acontecimientos.
Por lo tanto, nos encontramos ante una aportación evolutiva que eleva los procesos
emocionales de meros sistemas de reacción al entorno, a un sofisticado sistema de procesamiento de
información, que selecciona para un contexto dado las informaciones a las que hay que prestar
atención y que requiere de un esfuerzo de procesamiento mayor, de las informaciones que son
irrelevantes y no requieren ser procesadas, ya que consumiría parte de los limitados recursos
cognitivos que poseemos, en detrimento de un mayor análisis de la información significativa para la
supervivencia.

DEFINICIÓN
La ansiedad es una emoción básica, que no primaria, ya que forma parte de la dotación
emocional de todas las personas. No es primaria, por que no es una emoción Apura@, en los términos
que hemos definido estas, ya que como veremos, no posee un sistema de condiciones
desencadenantes propio, específico y distintivo de las demás emociones; tampoco tiene un
procesamiento cognitivo propio y exclusivo; no tiene una experiencia subjetiva característica;
carece de una comunicación no verbal distintiva; su forma de afrontamiento no es privativa; y,
tampoco, su activación fisiológica es singular.
Se trata de una emoción que toma recursos de otros procesos con los que comparte, además
de su finalidad adaptativa, prácticamente todo. No debemos olvidar que la eficiencia de un sistema
requiere que los recursos sean compartidos, ya que en caso contrario no podría dar respuesta a
demandas que sobrepasasen sus capacidades o, por contra, el sistema tendría que estar
sobredimensionado para responder a las mismas, lo cual supondría una duplicación de recursos que
tendría el coste de la ineficiencia (Sterling, 2003). Así, la ansiedad toma prestados del miedo todos
sus elementos emocionales, del estrés su sistema de elecitación y afrontamiento, además
puntualmente también recluta recursos de los restantes procesos psicológicos y los optimiza para
desarrollar sus intereses. Es por lo tanto, un sistema supraordinal de detección y procesamiento de
información, para la organización de recursos ajenos, con un objetivo único que es preservar a la
persona de posibles daños. Todo lo cual lo hace con una extraordinaria eficiencia, como queda
patente cuando este proceso se deteriora, lo que produce una desorganización general del
comportamiento (ver epígrafe 5.3).
Así pues, más que una emoción en sentido estricto, se trata de una actitud emocional
cognitiva, ya que no es fruto de unos recursos propios, sino del establecimiento de una serie de
sesgos cognitivos que actúan sobre el sistema de evaluación valoración de la situación,
permitiéndole de ese modo anticipar y preparar los medios psicológicos necesarios para dar la
respuesta más adecuada ante cualquier indicio de amenaza o riesgo para la persona, tanto en lo que
se refiere a sus aspectos físicos como a los psicológicos.
Como consecuencia de todo esto, el desarrollo del proceso de ansiedad se encuentra
totalmente determinado por el propio desarrollo personal, siendo especialmente críticas las
experiencias que se producen durante las primeras etapas de la vida; esto hace que existan grandes
diferencias individuales en todos los elementos que la configuran.

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Clásicamente se ha definido la ansiedad como un estado de agitación, inquietud y zozobra,
parecida a la producida por el miedo, pero carente de un estímulo desencadenante concreto y
presente. O como un miedo sin objeto, aunque esto no siempre se cumple ya que a veces está
asociada a estímulos concretos, como ocurre en el caso de la ansiedad social, aunque estos no sea
objetivamente una verdadera amenaza en términos de supervivencia. Este tipo de definiciones lo
que pentendían era hacer una distinción entre ansiedad y miedo, para lo cual recurrían a que en las
condiciones desencadenantes la reacción de miedo se produce ante un peligro real y la reacción es
proporcionada al mismo, mientras que en el caso de la ansiedad el peligro no está presente y la
reacción es desproporcionadamente intensa con la supuesta peligrosidad del entorno.
En la actualidad, parece más adecuado entender la ansiedad como un sistema de
procesamiento de informaciones amenazantes que permite movilizar anticipadamente acciones
preventivas. Ya que las dos principales características definitorias de este proceso son precisamente
su capacidad para seleccionar y procesar información significativa, y su capacidad de proacción.

CARACTERÍSTICAS
La ansiedad es un proceso que se produce en todas las personas y que, bajo condiciones
normales, mejora el rendimiento y la capacidad de adaptación. Así pues, tiene la importante función
de movilizar recursos frente a situaciones de posible amenaza o preocupantes, de tal manera que
hagamos todo lo necesario para evitar el riesgo, neutralizarlo, asumirlo o afrontarlo adecuadamente.
Como vimos, el miedo es un programa emocional que puede movilizar casi todos los
recursos de la persona para ponerle a salvo, ya que el fracaso en esta tarea eliminaría cualquier
futuro. Pero el sistema podría ser aún más efectivo si fuera capaz, no solo de responder ante indicios
de peligro, sino de prever anticipadamente (en función de la experiencia anterior) tales indicios, de
tal manera que así podría movilizar recursos para eliminar antes de su aparición la situación de
peligro. Esto implica añadir nuevas capacidades de análisis a la vía rápida pero imprecisa que
configura la evaluación de la situación, para dotarla de mayor precisión, sin perder por ello su
automatismo e inmediatez. Esto puede lograrse de dos maneras, bien priorizando el procesamiento
de la información relevante o bien mediante mecanismos de compensación, destinados a
contrarrestar los efectos de interferencia que causa él tener que procesar información neutra no
significativa; por ejemplo el preocuparse por la situación representa un proceso cognitivo
irrelevante a la tarea pero que consume recursos. Desde el punto de vista de evitar peligro, estos
cambios computacionales son cruciales e implican el desarrollo de una actitud emocional cognitiva,
que posibilitan de desarrollo de esos mecanismos de priorización y compensación.
Esta modificación de los programas emocionales, tiene una importante consecuencia ya que
los hace pasar de la reacción afectiva, a la proacción y a los actos intencionales. Estos actos
intencionales se producen en función de las consecuencias que se prevean, aún que al final estas no
se produzcan, en parte como consecuencia de la propia eficacia de la anticipación. Así, la
anticipación ejerce un importante papel en la solución de problemas, o en su mantenimiento, y es
decisiva en la ansiedad, donde la anticipación juega un papel crucial.

DESENCADENANTES
Los desencadenantes de la ansiedad no son situaciones que puedan dañar directamente a la
persona, como ocurre en el caso del miedo. Si no que en su mayoría son reacciones aprendidas y
anticipadas de amenaza. El tipo de estímulos, tanto internos como externos, que son capaces de
evocar las respuestas de ansiedad, están en gran parte determinados por características de la historia
personal, existiendo notables diferencias individuales en cuanto a los propios desencadenantes y a la
propensión a manifestar tales reacciones ante los diversos tipos de situaciones implicadas.

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En general, se suele hacer referencia a que las situaciones son sólo potencialmente
ansiógenas, porque no siempre producen reacciones de ansiedad. Lo cual ha sido explicado de
formas muy diferentes, pero que se debe a que lo que genera la reacción de ansiedad es el
significado personal o, más exactamente, la interpretación anticipadora de la situación que hace la
persona. En ocasiones incluso la persona reconoce y es consciente que la situación no supone una
amenaza objetiva para él, pero sin embargo no puede controlar voluntariamente su reacción de
ansiedad.
Son las expectativas de peligro las que median las respuestas de ansiedad, así ciertas
condiciones actúan como señales anticipadoras de peligro. Las expectativas de peligro pueden
generarse a partir de tres procesos de aprendizaje distintos: por medio de condicionamiento clásico,
por medio de aprendizaje observacional y mediante la transmisión de información que contribuya a
la aparición de expectativas de peligro; son los Atres caminos hacía el miedo@ de Rachman (1977).
Así, como mero ejemplo, en la Aansiedad ante los exámenes@ las expectativas de peligro pueden
provenir por haber sufrido en carne propia, la asociación de las condiciones antecedentes a los
exámenes con una situación emocional desagradablemente intensa, como un bloqueo emocional o
un ataque de pánico; o por haber sido testigo de como le ocurría eso a un compañero; o por haber
oído hablar de que eso pasa habitualmente en los exámenes de la universidad.
Por lo tanto, al no tratarse de una situación de amenaza o peligro real y presente, sino una
anticipación de la misma, los mecanismos que disparan la respuesta emocional de miedo no se
activan, es decir, no reconocen la situación como amenazante ya que, al menos, aún no lo es. Por lo
tanto, la condición desencadenante es simplemente un cambio en las condiciones estimulares
externas o internas, que moviliza el proceso de estrés (ver capítulo 24) y este último el que pone en
marcha el proceso de análisis emocional de la situación y, por lo tanto, actúa como desencadenante
del mismo. Así pues, la reacción de estrés, se convierte en estado de ansiedad cuando la valoración
conlleva la anticipación de peligro, con un componente de experiencia subjetiva, y otro de
activación vegetativa y endocrina.
No obstante, entre la ilimitada variedad de situaciones que al conjunto de las personas nos
pueden causar ansiedad, parece haber unas temáticas y situaciones que tienen más probabilidad de
convertirse en ansiógenas que otras. Endler y Kocovski (2001) proponen cuatro tipos de situaciones
genéricas, que típicamente pueden producir ansiedad y que son: las que implican una evaluación
social, las que implican una amenaza con un peligro físico, las que implican situaciones ambiguas y
las rutinas diarias (debidas fundamentalmente a características personales o rasgo de ansiedad).
Quizás la propuesta más sistemática en cuanto a delimitar situaciones posiblemente
ansiógenas, es la realizada por Arrindell, Pickersgill, Merckelbach, Ardon y Cornet (1991), quienes
han propuesto también cuatro bloques de temáticas sobre las que se produce una alta convergencia
interpersonal en desencadenar ansiedad:
• El primer bloque corresponde con el temor a situaciones o acontecimientos
interpersonales, que incluye el temor a la crítica, a la interacción social, al rechazo, a los
conflictos y la evaluación; y marginalmente también comprende la agresión interpersonal y
sexual.
• El segundo bloque es el temor relacionado con la muerte, las lesiones, la enfermedad, la
sangre y los procedimientos quirúrgicos. Es un bloque temático muy heterogéneo, que
incluye temor a las dolencias, las enfermedades y las incapacidades; las quejas sobre
problemas físicos y mentales; al suicidio; a la falta de adecuación sexual; a perder el control;
y, finalmente, a la contaminación, el síncope y otras amenazas para la salud física y mental
propia.

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• El tercer bloque es el del temor a los animales, que incluye desde animales domésticos a
animales pequeños e inofensivos; hasta insectos, reptiles y otros animales que no suponen
en ningún caso un peligro real.
• Finalmente, el bloque de los temores agorafóbicos, que implica temor a los lugares
públicos (como centros comerciales o estadios) a las masas de personas, a los espacios
cerrados (como ascensores, túneles o los teatros), a viajar solo en tren o autobús, y los
espacios abiertos.
Estos cuatro bloques temáticos parecen representar situaciones relevantes para la evolución
humana. Además, coinciden a su vez con las temáticas entorno a las cuales se desarrollan los
trastornos por ansiedad patológica.
Adicionalmente, cuando se produce la percepción de un estado de regulación fisiológica
alterado y se desconoce cual es la causa que ha producido el mismo, esta percepción se interpreta
como una respuesta de ansiedad, convirtiéndose de este modo en un desencadenante de respuesta de
ansiedad. Esto ocurre de un modo especial como efecto de la ingestión abusiva de determinadas
sustancias que pueden tener un marcado efecto sobre la activación fisiológica. Estas sustancias
comprenden: al alcohol, los alucinógenos, la anfetamina o sustancias similares, la cafeína, el
cannabis, la cocaína, la fenciclidina o derivados, los inhalantes, los sedantes, los hipnóticos y los
ansiolíticos.
Por último, en el caso de la ansiedad patológica, el mero recuerdo de situaciones
desagradables, el imaginar situaciones amenazantes o simplemente pensar en el futuro con un ciento
temor, son desencadenantes típicos de estas reacciones, que se han convertido en no funcionales o
patológicas dada la inexistencia real de una amenaza frente a la que la respuesta de ansiedad
pretende defendernos.

PROCESAMIENTO COGNITIVO
El procesamiento cognitivo de la ansiedad se inicia habitualmente ante la detección de
situaciones que se presentan o tienen su aparición lentamente y que, por lo tanto, son situaciones
que pueden ser previstas con antelación. Estas situaciones se evalúan como muy importantes para el
bienestar tanto físico como psíquico de la persona. Aunque su tono hedónico es solo
moderadamente negativo.
Respecto a la probabilidad de que las consecuencias emocionales en que se encuentra
envuelta la persona pudieran suceder, eran esperadas antes de que el suceso ocurriera y son a su vez
valoradas como contrarias con las metas que pretende alcanzar. Además, se valora que ante esta
situación es necesario un cierto grado de urgencia en actuar, para hacer frente tanto al suceso como
a las consecuencias que de él se puedan desprender.
En lo que se refiere a la valoración de la posibilidad de afrontar la situación, se estima que el
agente causante de la misma es otra persona o una circunstancia de carácter natural. Por lo tanto, la
persona valora que tiene una escasa capacidad para afrontar o actuar ante el suceso. Sin embargo, se
aprecia una cierta capacidad para poder vivir es tales situaciones y poder conllevar sus
consecuencias. Por último, en lo que se refiere al ajuste a las normas sociales y personales, la
valoración no es relevante en el caso de la ansiedad ya que no se trata de una emoción con carga
Amoral@.

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Comparativamente con el miedo, la ansiedad responde a situaciones que suponen un menor
cambio en el ambiente y con una aparición menos súbita, siempre los cambios importantes y
rápidos darán prioridad a la activación de miedo. La ansiedad presenta un desagrado intrínseco
menor que la emoción del miedo, pero dado que su duración temporal puede ser mucho mayor, este
habitualmente se hace más patente. Respecto a la valoración de la significación es equivalente a la
que se realiza en el caso del miedo, aunque presenta una urgencia para actuar menor. Por último, en
lo que se refiere al afrontamiento la ansiedad presenta una mayor capacidad de hacer frente a la
situación y, al mismo tiempo, también presenta una mayor capacidad de sobrellevar las
consecuencias que se puedan derivar.
Pero para desarrollar este procesamiento característico de la ansiedad, se requiere el
desarrollo de actitudes emocionales cognitivas o sesgos en el procesamiento de la información, a
partir de la experiencia personal en un entorno determinado, cuyas características son las que van a
ser utilizadas no solo en la valoración, sino también en la evaluación de la situación. El resultado es
la aparición de dos tipos de fenómenos, el de priorización del procesamiento de estímulos
indicadores de peligro frente a los neutros y el de compensación, destinados a contrarrestar los
efectos de interferencia sobre el procesamiento de la información neutra no priorizada

Sesgos en el procesamiento de la información


Dado que los recursos cognitivos de los que disponemos son limitados y constantemente
necesitamos tomar numerosas decisiones, muchas de las cuales son realizadas de forma automática
y no consciente (evaluación de la situación), respecto a que estímulo debemos procesar, entre un
número casi infinito de estos, y cuales deben ser descartados o no procesados. Los sesgos en el
procesamiento de la información congruente con las emociones, son los que toman rápidamente la
decisión de que es lo que debe ser procesado, en función del significado emocional de las
situaciones. Por ejemplo, cuando las personas ansiosas leen el periódico, su atención
frecuentemente suele ser reclamada por los artículos con contenido amenazador. De modo
semejante, cualquier insecto pequeño rápidamente puede atraer la atención de una persona que tiene
una fobia a las arañas. Durante las dos últimas décadas, muchos estudios han demostrado que la
ansiedad está estrechamente asociada con sesgos en el modo de procesar la información que es
congruente con la emoción de ansiedad (MacLeod, 1999).
La ansiedad como emoción que cumple una función adaptativa, contribuye a la activación
del sistema de procesamiento de información emocional ante señales de condiciones amenazantes, a
fin de evitarlos o reducir su impacto sobre la persona. Dicha activación se lleva a cabo a través de la
facilitación que la ansiedad ejerce sobre el funcionamiento de los procesos de evaluación valorativa
y la movilización de recursos del sistema cognitivo (Calvo y García, 2000).
La movilización de tales fenómenos de priorización y compensación se realiza mediante el
reclutamiento de las siguientes facultades cognitivas:
- La selección atencional de la información de peligro.
- La selección en el acceso a la memoria de la información amenazante.
- La interpretación sesgada de la información ambigua.
- La reducción en la capacidad de la memoria operativa y el uso de recursos auxiliares.

• Sesgos en la atención
El fenómeno básico de sesgo de la atención en la ansiedad, consiste en focalizar la atención
preferente hacia estímulos indicadores de peligro o amenaza potencial, en comparación con la
atención que se presta a los estímulos emocionalmente neutros, particularmente cuando unos y otros
se encuentran presentes de modo concurrente.

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Las representaciones internas correspondientes a dos o más opciones del entorno que deben
ser procesadas, compiten reclamando la atención por medio de enlaces inhibitorios. Así, el aumento
en la activación de una de las representaciones, inhibe a las otras, hasta que la representación
dominante tenga éxito en capturar toda la atención y logre el acceso a la conciencia. Lo mismo que
ocurre en una demanda de tarea controlada, que la activación de objetivo pretendido, inhibe la
atención para los distractores irrelevantes. Se trata de un sistema de evaluación, que se supone
trabaja con bajos niveles de conciencia y de forma automática, y cuya salida activa selectivamente
las representaciones que han sido biológicamente preparadas en el transcurso de la evolución o que
tienen establecidas asociaciones de peligro mediante el aprendizaje previo (Mathews y MacLeod,
2002).
La activación de todo este fenómeno en el procesamiento de la ansiedad implicará, en un
primer momento una fase de hipervigilancia, que lleva a un constante rastreo de los estímulos
ambientales, con el objeto de detectar cualquier posible amenaza o indicio de peligro. En este
primer momento, el rango de la atención es muy amplio, procesándose un sin fin de estímulos
neutros como potencialmente amenazantes, al tiempo que el procesamiento se ve interferido por
numerosos estímulos irrelevantes, redundando en una elevada distracción.
A continuación, cuando la persona ha detectado los estímulos que ha valorado como más
amenazantes y responsables de activar el proceso de ansiedad, focalizará la atención en estos
estímulos y, a partir de ese momento, el sesgo selectivo atencional centrado en la amenaza,
impediría que pueda fijar su atención en cualquier otro aspecto del entorno. Se producirá a partir de
ese momento una drástica reducción del rango de atención, con una fuerte focalización sobre la
posible amenaza y la imposibilidad de redirigir la atención a cualquier otra parte del campo
estimular (Eysenck, 1992).

• Sesgos en la memoria
El procesamiento de la ansiedad implica también el acceso masivo a la información
amenazadora memorizada. Para verificar si una condición es peligrosa o no, es preciso compararla
con experiencias previas en situaciones equivalentes. Para ello hay que acceder a determinados
recuerdos y hay que hacerlo lo más rápidamente posible. Esto solo será posible si se produce un
sesgo de memoria, o memoria preferencial, para recuperar la información con significación
amenazante.
La memoria implícita se revela cuando determinadas experiencias facilitan la ejecución de
tareas posteriores que no requieren un recuerdo intencional o consciente. Mientras que la memoria
explícita representa recuperación consciente. Williams (1988) propuso la existencia de un sesgo
característico de la ansiedad, relativo a su procesamiento automático (memoria implícita),
permaneciendo inalterados los mecanismos de procesamiento controlado (memoria explícita).
No obstante, aunque esta clara la existencia de este sesgo, existen datos divergentes sobre la
propuesta de Williams, que hacen pensar que el tipo de situación y su posible afrontamiento tienen
interacciones con el acceso a la memoria implícita y explicita no tan sencillas como hasta ahora se
ha planteado (Coles y Heimberg, 2002).

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Desde otra perspectiva, se plantea el papel que juegan las expectativas en los sesgos de la
memoria. Precisamente, el sistema de expectativas se basa en la propia organización que tienen las
emociones en la memoria. Según Lang (1984) los episodios emocionales pueden ser representados
en la memoria por nodos interconectados (ver esta representación en el Cuadro 6.3), que
comprenden las condiciones estimulares (en verde), las respuestas (en azul) y el significando de
toda esta información (en amarillo). Tales redes pueden ser activadas por la entrada de información
(en morado) mediante los sistemas perceptivos, pero dado que los nodos tienen la capacidad de
coactivarse unos a otros dentro de una red, una actividad parcial que implique sólo unos pocos
nodos, es suficiente para poner todo el sistema en acción. No obstante, cuantos más nodos sean
activados, más fuerte será la activación final del sistema.
Una vez activado todo el sistema, este puede ser considerado como una fuente de sesgos en
el proceso de valoración del significado, ya que este responderá de acuerdo a la información
almacenada en los nodos de memoria. Además, la propia organización aporta información para el
sistema consciente de percepción, lo cual a su vez mantiene el sistema de expectativas en una
continua actividad, sesgándolo en la dirección de descubrir amenazas.
Sin embargo, el sistema de expectativas tiene un papel dual en la generación de la ansiedad.
Ya que, no sólo produce el sesgo en el procesamiento de la información entrante del entorno, sino
que proporciona el contexto para la interpretación de la misma por parte del sistema consciente de
percepción. Y es precisamente en este nivel, donde la influencia de las expectativas en el sistema
ocurren conscientemente, donde es más apropiado usar el término Aexpectativa@ en el caso de los
sesgos en la valoración del significado. De este modo, la interpretación de la entrada desde el
sistema de valoración del significado por parte del sistema de percepción consciente de percepción,
ocurre en una interacción continua con el sistema de expectativas y su memoria asociada (Öhman,
2000).

• Sesgos en la interpretación
Se ha encontrado que en la ansiedad también funcionan sesgos en la interpretación y en los
juicios, que parten de una valoración desproporcionadamente amenazadora del ambiente. A menudo
los estímulos y las situaciones son ambiguas, con varios significados posibles. Dicha ambigüedad
implica a veces que un mismo estímulo pueda ser interpretado como indicador de peligro o no. El
sesgo interpretativo consiste en procesar esos estímulos ambiguos dando preferencia al significado
de peligro sobre el neutro.
Así, por ejemplo los estudios sobre juicios de probabilidad subjetiva acerca de los
acontecimientos futuros, han encontrado sistemáticamente que la ansiedad lleva a juzgar los
acontecimientos futuros de forma más negativa y amenazante (Mineka, Rafaeli y Yovel, 2003).
Un concepto clave en el sesgo interpretativo es el de preocupación. Por preocupación se
entiende Auna cadena de pensamientos e imágenes, relativamente incontrolables, acompañados de
un estado afectivo negativo. La preocupación constituye una tentativa de solucionar un problema,
cuyo resultado es incierto y que contiene la posibilidad de una o más consecuencias negativas. De
manera que la preocupación contribuye a cerrar el ciclo iniciado por el miedo@ (Borkoveck,
Robinson, Pruzinsky y De Pree, 1983, p. 9). Se trata, por lo tanto, de un conjunto de patrones
verbales y visuales, sobre las situaciones amenazantes, que tendrán la propiedad de alertar la
activación del organismo y prepararle para la acción, siendo prioritarios en el procesamiento.
Estas preocupaciones cumplen tres funciones que son críticas en el procesamiento de la
ansiedad (Tallis, Eysenck y Mathews, 1992):
- En primer lugar, la preocupación tiene una función de alarma, que es capaz de alertar al
sistema emocional sobre la aparición de estímulos potencialmente amenazantes.
- Seguidamente, la preocupación cubre una función de impronta, ya que es la responsable
de la aparición de pensamientos e imágenes amenazantes en la conciencia.

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- Y en tercer lugar, la preocupación desarrolla una función de preparación, anticipando las
consecuencias que tendrían determinadas líneas de afrontamiento sobre los acontecimientos
futuros y reduciendo de este modo la ansiedad, por un proceso de habituación.
La preocupación se dispara cuando se dan una serie de condiciones, en primer lugar un
aumento de la probabilidad subjetiva de que ocurra de un suceso amenazante, al tiempo que se
produce una inminencia subjetiva del suceso (los acontecimientos son tanto más aversivos, cuanto
más próximos se encuentran en el tiempo), una alta aversividad percibida del suceso (en función de
su significación, intensidad y número de objetivos bloqueados), y por último, una inhabilidad
percibida de las estrategias de afrontamiento disponibles para paliar la situación (que es parte de la
evaluación valorativa prototípica de la ansiedad).
Por su parte, el mantenimiento o duración temporal de la preocupación, será responsabilidad
de la existencia de determinados conglomerados o estructuras organizadas de información
relacionada con las preocupaciones. Estos conglomerados se encuentran en mayor número y están
mejor estructurados en el caso de la ansiedad patológica, que en el caso de la ansiedad normal, y
son los responsables de la existencia de diferencias individuales en el mantenimiento temporal de
las preocupaciones.
En cualquier caso, la preocupación finalizará en el momento en que se cumpla su objetivo
de preparación ante los acontecimientos futuros, es decir, cuando se alcanza un adecuado manejo de
la situación amenazante. Aunque también puede terminar como consecuencia de un aumento de las
demandas ambientales; ya que los recursos de la memoria de trabajo son limitados y un esfuerzo
extra en el procesamiento del ambiente estimular, sólo puede tener cabida con consecuencia de una
reducción de las preocupaciones (Eysenck, 1983).

• Mecanismo de movilización de recursos auxiliares


Por último, el mecanismo de movilización de recursos para afrontar las demandas implica,
de nuevo la intervención de procesos cognitivos básicos. La presencia de representaciones de
contenido aversivo y amenazante que son activadas por los sesgos cognitivos exigirá, dada su
prioridad, un análisis cognitivo extenso en la memoria operativa. Esto permite a la persona
determinar la naturaleza aversiva de las demandas. Pero tales representaciones ocuparían parte de
los recursos limitados de la memoria operativa, produciendo interferencia en el procesamiento de
información que no es prioritaria. En estas circunstancias el propio sistema cognitivo necesita la
ayuda de recursos auxiliares para que compensen la reducción transitoria de capacidad.
El estado de preocupación que, por un lado, ocasiona interferencia cognitiva a través de las
representaciones aversivas, por otro lado, proporciona la base motivacional para incrementar los
recursos auxiliares. De este modo, la ansiedad conllevaría una reducción en la capacidad central de
la memoria operativa, acompañada por un uso extraordinario de recursos destinados a compensar
dicha reducción. En consecuencia, solamente cuando no haya posibilidad de utilizar tales recursos
auxiliares, se producirá un deterioro en el rendimiento en las tareas que se realizan bajo condiciones
de preocupación.

Priorización y compensación de la información


La teoría de procesamiento eficaz de M.W. Eysenck y M. Gutiérrez Calvo (Eysenck y
Calvo, 1992; Calvo, 2000) es la que mejor refleja esta forma de funcionamiento del sistema
cognitivo en la ansiedad.

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El resultado de los sesgos en el procesamiento de la información, es la aparición de los
fenómenos de priorización y compensación. El sistema cognitivo tiene que ser activo en la
búsqueda de información y en la utilización de sus recursos. Por un lado, de entre la multiplicidad
de informaciones que le llegan, debe dar prioridad al procesamiento de las más relevantes para
lograr la mejor adaptación posible. Esta priorización resulta crítica en el caso de las informaciones
indicadoras de peligro y para llevarla a cabo, el sistema cognitivo ha de proceder selectivamente
sobre tales informaciones, para lo cual utilizará los mecanismos anteriormente descritos de sesgo
atencional, del mecanismo de interpretación de los estímulos ambiguos y de acentuar la
accesibilidad a las representaciones relevantes en la memoria. Además, esta triple función de
priorización ha de estar disponible para ejecutarse sin demoras. La eficacia de la respuesta
adaptativa ante el peligro exige el desencadenamiento de estos mecanismos con prontitud, para
anticiparse al daño potencial antes de que éste llegue a incidir sobre el organismo.
Por otro lado, para que la multiplicidad de información no sature y produzca un colapso en
la limitada memoria activa u operativa del sistema cognitivo, éste tiene que poner en
funcionamiento recursos auxiliares. En relación con el procesamiento de información indicadora de
peligro, dicha función resulta especialmente importante. La razón es, precisamente, que la
priorización en el procesamiento de este tipo de información, dado su alto valor adaptativo, al
indicar una situación de emergencia, puede interferir con el procesamiento de información
concurrente neutra o no indicadora de peligro (por ejemplo, cuando tratamos de responder a las
preguntas de un examen mientras pensamos en las consecuencias aversivas de suspender). Así, a las
altas demandas de procesamiento en condiciones normales, en condiciones de amenaza se añade
información prioritaria con un alto poder de absorción de recursos, debido al carácter emocional de
dicha información. Esto constituye una situación especial de sobrecarga en el sistema cognitivo.
Para que el procesamiento de información concurrente no se deteriore, el sistema cognitivo debe
utilizar recursos compensatorios propios y, además, movilizar recursos de otros sistemas, como el
conductual.
De este modo, el sistema cognitivo contribuiría activamente a la adaptación a través de dos
procesos. Primero, mediante la priorización del procesamiento de información externa y de la
recuperación de información almacenada relevante a beneficios y peligros. Esto facilitaría la
percepción de las demandas del entorno en relación con las propias necesidades, metas y recursos.
Segundo, mediante la movilización de recursos compensatorios cognitivos y conductuales. Esto
serviría no sólo para evitar la sobrecarga o interferencia interna en el propio sistema, sino también
para dirigir la acción externa en el afrontamiento de las demandas.
Así pues, el sistema cognitivo ha evolucionado en la dirección de moldear y ayudar a regular
la función adaptativa de las emociones. En el caso de la ansiedad, como una emoción enfocada al
futuro, pudo haber evolucionado para realizar un procesamiento más eficaz y de ese modo facilitar
la detección rápida de amenaza y promover su subsiguiente evitación.
Por último, el efecto de este doble fenómeno de priorización y compensación, se une al
proceso de estrés, que como hemos visto está en la base del desencadenamiento de la ansiedad, y
que se encuentra aún activado, lo que hace que la reacción emocional se prolongue en una acción
proactiva. Esto constituye el elemento de afrontamiento, destinado a adaptar a la persona a las
demandas ambientales, satisfacerlas, reducirlas o anularlas (Calvo, 2000).

ACTIVACIÓN
En lo referente a la activación de la respuesta de ansiedad, dada la complejidad de este
proceso, involucra a todos los sistemas del organismo. Pero en este epígrafe nos centraremos
fundamentalmente en los efectos subjetivos, los correlatos neuroanatómicos y fisiológicos, la
comunicación no verbal y el afrontamiento.

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EFECTOS SUBJETIVOS

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La angustia es por excelencia la experiencia subjetiva de la ansiedad. Pero dado que se trata
de una respuesta emocional muy rica en contenidos y con amplias diferencias individuales, nos
podemos encontrar una extensa gama de efectos experienciales, tales como son: preocupación,
inseguridad, aprensión, tensión, temor, Anerviosismo@, malestar, pensamientos negativos
(inferioridad, incapacidad), anticipación de peligro, amenaza, dificultad de concentración, dificultad
para la toma de decisiones, sensación general de desorganización, sensación de pérdida de control
sobre el ambiente e incluso pueden llegar a sentimientos de pavor o pánico.
Así mismo, como vimos al hablar del procesamiento, la preocupación es un elemento
transcendente en este proceso de ansiedad e interviene en el mismo de tres maneras diferentes.
Interviene en el propio procesamiento como parte del sesgo interpretativo, interviene en el
afrontamiento como un elemento motivador del mismo, e interviene en la reacción, como
interferidor a nivel cognitivo y formando parte de los propios efectos subjetivos de la ansiedad.
También, como efecto del propio procesamiento, se pueden producir dificultades para el
mantenimiento de la atención y la concentración fuera de la temática ansiosa, juntamente con
pensamientos de tipo intrusivo.
Por último, dentro de estos efectos subjetivos, también tiene una especial relevancia la
percepción de los cambios concomitantes que se producen en la activación fisiológica. Así pueden
sentirse palpitaciones, taquicardias, accesos de calor y otros efectos debidos a las respuestas del
sistema cardiovascular; náuseas, vómitos, molestias digestivas y otros efectos de la activación del
sistema gastrointestinal; sensaciones de ahogo, sofocos, opresión torácica y efectos derivados del
sistema respiratorio; tensión, temblores, hormigueo, fatiga excesiva y otras sensaciones debidas al
sistema muscular somático; o sequedad de boca, transpiración excesiva, mareos y otras
manifestaciones del sistema neurovegetativo.

CORRELATOS NEUROANATÓMICOS Y FISIOLÓGICOS


Dada la alta relación existente entre la ansiedad y el miedo, podemos considerar que las
estructuras neuroanatómicas son en buena parte compartidas y para evitar una repetición nos
remitimos a lo visto previamente en el Capítulo 4. No obstante, dado que en la ansiedad existen
múltiples niveles que interactúan para la obtención de información, su procesamiento y la
generación de respuestas; podemos suponer que las estructuras involucradas sean más amplias que
las del miedo. Así, la existencia de sustratos múltiples de procesamiento introduce una complejidad
considerable pues los modelos conceptuales de función autonómica en las condiciones de ansiedad,
como las contribuciones relativas de estos sustratos pueden cambiar a merced del contexto de la
situación y de los procesos asociativos.
Basados en estos hechos Berntson, Cacioppo y Sarter (2003) proponen un modelo basado en
el procesamiento de arriba-abajo y de abajo-arriba. Los sistemas neurales de los niveles superiores,
que son a menudo considerados reguladores ejecutivos sobre los mecanismos inferiores de salida
(arriba-abajo), no son meros receptores pasivos de las señales sensoriales de niveles inferiores, ya
que pueden regular la información ascendente que es elaborada en sistemas sensoriales de niveles
inferiores. Inversamente, los niveles neurales inferiores no se limitan a transmitir información
sensorial pretratada (abajo-arriba), también pueden influenciar en los niveles superiores cognitivo,
atencional y procesos afectivos. El significado fundamental de esta perspectiva es poner de
manifiesto las importantes influencias de lo biológico sobre lo psicológico y viceversa; así pues,
hay una simetría en la interacción recíproca entre niveles de organización, que conlleva
interacciones mutuas indirectas (arriba-abajo y abajo-arriba).
Cuando la información sensorial llega al cerebro, es procesada por el tálamo y luego
transmitida a los núcleos basales y basolaterales de la amígdala. La amígdala es la instancia central
del cerebro que, recibiendo múltiples aferencias (tálamo, corteza entorrinal, etc.) produce, a través
de sus múltiples eferencias, las respuestas de ansiedad. Las aferencias llegan fundamentalmente a

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los núcleos basal y basolateral de la amígdala y éstas transmiten los estímulos al núcleo central, de
donde parten la mayor parte de sus eferencias.
La amígdala y el hipocampo son dos de las estructuras más importantes del sistema límbico.
La amígdala es el asiento de la memoria emocional así como el hipocampo lo es de la memoria
declarativa. Existen fuertes conexiones anatomofisiológicas entre la amígdala, el hipocampo y el
hipotálamo. A diferencia del miedo, la ansiedad activa un área estrechamente ligada a la amígdala,
y perteneciente a la amígdala extendida, que es la stria terminalis que a su vez activa áreas
implicadas en el circuito de la ansiedad.
La activación de la amígdala produce las respuestas fisiología de la ansiedad (arriba-abajo),
así:
• Las eferencias al hipotálamo lateral, que activan el sistema simpático, ocasionando
taquicardia, dilatación pupilar, palidez y elevación de la tensión arterial.
• Las proyecciones al núcleo paraventricular del hipotálamo provocan la respuesta
endocrina, con la liberación de corticotrofina y la consiguiente activación del eje hipotálamo-
hipofiso-adrenal.
• Las proyecciones al núcleo parabraquial inducirían la hiperventilación y la disnea.
• Las vías eferentes directas hacia el área tegmental ventral, que actúa la vía dopaminérgica
mesocortical hacia el locus coeruleus (centro más importante de neuronas noradrenérgicas), y
proyecciones indirectas al locus coeruleus, por el núcleo paragigantocelular, están implicadas en la
hipervigilancia.
• La inervación del núcleo dorsal motor del vago y el núcleus ambiguus activan el sistema
parasimpático, con manifestaciones como la diarrea y la bradicardia.
• Las proyecciones a la sustancia gris periacueductal son responsables de la respuesta de
paralización y de la analgesia, mediado por la liberación de péptidos opiáceos hacia los nervios
facial y el trigémino, que interviene en las expresiones faciales y en la exacerbación del reflejo
palpebral.
Todos estos cambios, que mayoritariamente son compartidos con el miedo, se producen en
el caso de la ansiedad con una menor intensidad, pero por contra con una mayor duración temporal,
es decir, en la respuesta de ansiedad se tarda más en regresar a los niveles que existían previamente
al iniciarse la respuesta y, además, se habitúan más lentamente.
Por otro lado, se produce una modulación ascendente sobre el procesamiento cognitivo por
las condiciones del sistema nervioso autónomo (abajo-arriba). Aunque se precisa de una iniciación
de esas condiciones, que habitualmente será producida por los circuitos descendentes, una vez
activada su percepción influirá sobre los procesos de evaluación valorativa, los efectos subjetivos y
el propio afrontamiento.
Por último, ambas vías interactuarán influyéndose mutuamente entre sí. Así, una activación
arriba-abajo iniciará una cascada de retroalimentación abajo-arriba y viceversa, que explica la
mayor duración temporal de la respuesta de ansiedad frente a la del miedo y, que también podría
explicar la persistencia que tanto de la activación fisiológica, como de ideaciones irracionales,
aparecen típicamente en muchos trastornos de ansiedad.

COMUNICACIÓN NO VERBAL

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Casi podríamos afirmar que la ansiedad carece de una comunicación no verbal, ya que la
diversidad interindividual es tan amplia, que hace que prácticamente no se aprecien rasgos
distintivos en la misma. Por contra, si que existe una caracterización intraindividual, es decir, para
una persona en concreto si que podemos apreciar una constancia en los rasgos no verbales que
acompañan habitualmente su activación emocional.
No obstante, hay algunas características generales distintivas como la hiperactividad, la
paralización motora, los movimientos torpes o los comportamiento desorganizados, que con relativa
frecuencia acompañan a la ansiedad. Por su parte, entre los componentes de la comunicación no
verbal en el habla, su característica más peculiar es la baja intensidad con que se realiza la misma,
aunque también pueden aparecer otros efectos como las dificultades en la expresión verbal e incluso
el tartamudeo.
Por último, si hay una constancia en la manifestación no verbal de la ansiedad, esta es la
realización de conductas de evitación, aunque la forma en se concretan estos comportamiento, de
nuevo son tan variados que no es posible detallar sus características más alla de aspectos de carácter
general:
• Comportamientos que manifiestan malestar como el desviar la mirada, el llanto, o la
propia expresión facial de miedo.
• Comportamientos que manifiestan inquietud motora como la realización de movimientos
repetitivos, rítmicos, manipulación de objetos o la realización de actividades sin una finalidad
concreta.
• Comportamientos que manifiestan un exceso de tensión muscular como movimientos
esterotipados, rigidez postural o dificultades generales para la realización de actividades que
implican coordinaciones motoras.
• Comportamientos consumatorios como comer, beber, fumar, siempre realizados de una
manera excesiva.

AFRONTAMIENTO
El afrontamiento o preparación para la acción de la ansiedad, además de ser uno de los
elementos críticos del proceso emocional, es a su vez, una de las características distintivas del
mismo. Así por ejemplo, Epstein (1972) llega a utilizarla para diferenciar el miedo de la ansiedad,
formulando que si la naturaleza del proceso es tal que el afrontamiento de evitación o de huida
pueden proporcionar éxito, entonces estamos ante la emoción de miedo; si no hay tal posibilidad o
si el intento de escapar se ve impedido, entonces nos encontramos ante la emoción de ansiedad.
Como vimos, la ansiedad es desencadenada por el proceso de estrés y, por lo tanto, su
procesamiento corre en paralelo con él compartiendo recursos. De esta manera, el afrontamiento
que moviliza el estrés se enfocará a solucionar la situación que ha generado la ansiedad o a la
posible amenaza en la que ésta se fundamenta. Esto es lo que hace que la reacción emocional en la
ansiedad vaya más allá y se convierta en una acción proactiva. Como veremos en el Capítulo 24,
las formas de afrontamiento del estrés son muy amplias y se aproximan más a un sistema de
solución de problemas, que el afrontamiento unimotivacional de las emociones. Esta conjunción de
recursos hace que el afrontamiento en la ansiedad pueda ser también muy variado, dependiendo de
las condiciones a las que se tenga que hacer frente, y que su movilización sea anterior a que la
amenaza se haya cumplido.
No obstante, la ansiedad posee unas formas de afrontamiento reactivo propias, que pueden
activarse antes de la acción proactiva, y que incluso pueden bloquear el uso de esos recursos
compartidos con el estrés.
Tradicionalmente se han establecido dos modos extremos de afrontamiento de la ansiedad:

- La vigilancia, es decir, la orientación de la atención hacia los aspectos amenazantes del


entorno; y
- La evitación cognitiva, es decir, redirigir la atención fuera de las condiciones amenazantes.
Estas dos formas básicas de afrontamiento llevaron a establecer, por parte de Eriksen (1952)

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y Byrne (1964), una dimensión bipolar que va de la represión (evitación cognitiva) a la
sensibilización (vigilancia). Posteriormente, esta formulación ha sido reconceptualizada de diversas
formas, por ejemplo como atención/rechazo (Mullen y Suls, 1982) o como
monitorización/embotamiento (Miller, 1987). Las propuestas actuales, que se basan precisamente
en estas dos formas básicas y extremas de afrontamiento, como el modelo de modos de
afrontamiento de Krohne (2003), proponen que estos dos constructos describen diferentes
operaciones relacionadas con el procesamiento emocional, al tiempo que hacen referencia a las
diferencias interindividuales en la disposición para el uso más frecuente de uno u otro grupo de
reacciones en el afrontamiento.
Considerando la vigilancia y la evitación cognitiva como dos dimensiones continuas, en
función del mayor o menor uso que las personas hagan de ellas, pero independientes entre sí; se
delimita el mapa de las alternativas de afrontamiento en la ansiedad. Como puede verse en el
Cuadro 6.5, habrá personas altas y bajas en el uso de la vigilancia, y personas altas y bajas en el uso
de la evitación cognitiva. Así, estos ejes nos delimitan los cuatro estilos básicos de afrontamiento de
la ansiedad, que son:
• El estilo de afrontamiento caracterizado por una alta vigilancia y una baja evitación
cognitiva, que se definiría por su baja tolerancia a la incertidumbre, su alta tolerancia a la
percepción de la activación fisiológica de la ansiedad y por verse afectado especialmente por la
ambigüedad inherente a las situaciones amenazadoras. Como consecuencia, la acción básica que
moviliza este afrontamiento es dirigir la atención para obtener más información sobre las amenazas
y, por lo tanto, mantener un estado de hipervigilancia. Las personas que sistemáticamente utilizan
este estilo de afrontamiento son las denominadas sensibilizadoras.
• El estilo de afrontamiento caracterizado por una baja vigilancia y una alta evitación
cognitiva, que se definiría por su baja tolerancia a la percepción de la activación fisiológica de la
ansiedad, su alta tolerancia a la incertidumbre y por verse especialmente afectados por la activación
fisiológica consecuencia de la percepción de indicios aversivos. La acción básica de este
afrontamiento es ignorar tales indicios y, por consiguiente, inhibir el procesar más información
relacionada con la amenaza. Esto tendrá como consecuencia un incremento en la incertidumbre,
pero dada su alta tolerancia a la misma, no producirá ninguna reacción afectiva consecuente. Las
personas que sistemáticamente utilizan este estilo de afrontamiento son las denominadas
represoras.
• El estilo de afrontamiento caracterizado por una baja vigilancia y una baja evitación
cognitiva, que se definiría por una alta tolerancia tanto a la incertidumbre como a la activación
fisiológica y porque estas tolerancias le permiten continuar realizando acciones con suficiente
duración como para probar su efectividad. Por lo tanto, la acción básica que permite este
afrontamiento de la ansiedad, es la de utilizar los recursos de afrontamiento que le proporciona el
estrés posibilitando, por lo tanto, movilizar tanto un amplio repertorio estrategias de afrontamiento,
como adecuarlo a las demandas de las diferentes de situaciones. Las personas que sistemáticamente
utilizan este estilo de afrontamiento son las denominadas no defensivas o bajas en ansiedad. Es
necesario señalar, que condiciones extremadamente bajas de vigilancia y de evitación cognitiva,
también pueden llevar a una falta de sensibilidad ante la incertidumbre y la activación emocional,
dando lugar a un déficit general en los recursos de afrontamiento.

• El estilo de afrontamiento caracterizado por una alta vigilancia y una alta evitación
cognitiva, que se definiría como una baja tolerancia tanto a la incertidumbre como a la activación
fisiológica, y porque estas intolerancias dan lugar a la detección de falsas amenazas y a intentar
controlar la activación emocional movilizada por las falsas amenazas. Por lo tanto, la característica
de la acción básica que se desarrolla en este afrontamiento de la ansiedad, es precisamente los
constantes cambios en la propia actividad. Ya que no es posible defenderse de ambos tipos de
amenaza al mismo tiempo, por lo que se experimenta un conflicto típico de aproximación-evitación.
Así, cuando se intenta reducir la incertidumbre, se experimenta un aumento en la preocupación y,
simultáneamente, aumenta su activación emocional a un nivel que sobrepasa los umbrales de

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tolerancia. Por contra, si ignora la amenaza, para reducir la activación fisiológica, entonces será la
incertidumbre la que aumentará. Esto da lugar a un cambio constante en las actividades empleadas
para hacer frente a la ansiedad, haciendo imposible una mínima duración de las mismas, lo que
impide verificar su posible efectividad. Se considera una forma de afrontamiento poco eficaz y
fluctuante. Las personas que sistemáticamente utilizan este estilo de afrontamiento son las
denominadas como altamente ansiosas o carentes de afrontamiento adecuado.
Estos estilos de afrontar la ansiedad, se refieren a acciones habituales y no a las estrategias
específicas para controlar la ansiedad en cada situación concreta, es decir, son tendencias
características de cada persona, pero la forma concreta dependerá de su interacción con la situación.
Por último, hay que señalar que se trata de categorías continuas, es decir, lo que hemos hecho al
definir estos cuatro estilos es señalar los extremos de un plano, pero cada persona puede estar
situada en cualquier punto del mismo.

1. EMOCIONES AUTOCONSCIENTES
En los últimos tiempos, los psicólogos tienden a agrupar la culpa, la vergüenza y el orgullo
bajo la denominación de “emociones autoconscientes”. La razón de ello es que en estas tres
emociones subyace, como rasgo fundamental, algún tipo de evaluación relativa al propio yo: estas
emociones surgen cuando se produce una valoración positiva o negativa del propio yo en relación
con una serie de criterios acerca de lo que constituye una actuación adecuada en diversos ámbitos.
Pese a lo que pueda sugerir la expresión “emociones autoconscientes”, los mismos autores
que la utilizan aclaran que la autoevaluación subyacente en dichas emociones no tiene por qué ser
explícita ni consciente (Tangney, 1999). Teniendo esto en cuenta, quizás fuera más apropiado
denominarlas “emociones autoevaluativas”. No obstante, a lo largo de este capítulo hablaremos de
emociones autoconscientes, por ser ésta la denominación más extendida.
En cualquier caso, lo que interesa destacar es que estamos ante reacciones emocionales que
tienen como antecedente algún tipo de juicio –positivo o negativo– de la persona sobre sus propias
acciones. Teniendo esto en cuenta, es fácil entender la enorme importancia que estas emociones van
a tener en el control y la dirección de la propia conducta.

RASGOS GENERALES DE LAS EMOCIONES AUTOCONSCIENTES


La culpa, la vergüenza y el orgullo, además de implicar todas ellas algún tipo de valoración
relativa al propio yo como elemento antecedente y esencial, comparten otros importantes rasgos.
Veámoslos a continuación.

Las emociones autoconscientes son emociones “secundarias”, “derivadas”,


“complejas”
Algunos neodarwinistas como Tomkins, Izard o Ekman consideran estas emociones o al
menos algunas de ellas –en particular, la vergüenza– tan “básicas” como la ira, la tristeza, la alegría,
el miedo, el asco o la sorpresa. No obstante, la mayor parte de los autores considera a las emociones
autoconscientes emociones “secundarias”, “derivadas”, en la medida en que dichas emociones
parecen surgir como resultado de diversas transformaciones de otras más básicas. En este sentido,
Mascolo y Fischer (1995), en su minuciosa descripción del desarrollo de estas emociones, señalan
que el orgullo hunde sus raíces en la alegría que experimenta el bebé cuando una acción suya tiene
un resultado positivo (por ejemplo, agarrar un pequeño cubo y tirarlo al suelo), la vergüenza, en el
malestar que el bebé siente ante una acción similar con resultado fallido, y la culpa (más
concretamente, los sentimientos de culpa por infligir un daño a otros), en el malestar que
experimenta ante el llanto de otro niño o niña que él ha provocado (por ejemplo, pegándole).
Asimismo, la mayor parte de los autores considera a las emociones autoconscientes
emociones “complejas”. Ello se debe a que estas emociones –según el punto de vista mayoritario–
requieren el desarrollo previo de ciertas habilidades cognitivas. En concreto, la mayoría de los
autores coincide en que para que aparezcan estas emociones se ha de dar como condición necesaria
el desarrollo de una cierta noción del yo como separado de los demás, de una cierta autoconciencia.

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Hasta que dicha noción no se ha desarrollado mínimamente, no pueden aparecer este tipo de
emociones.
En apoyo de este punto de vista, Lewis y colaboradores (1989) realizaron una serie de
estudios que muestran que el desarrollo de la capacidad de sentir vergüenza, más concretamente, lo
que en inglés se denomina embarrassment (azorado o turbado) discurre paralelo al del
autorreconocimiento. Estos autores observaron que los primeros signos de embarrassment en los
niños (sonreír y al mismo tiempo evitar la mirada, tocarse la cara, etc.) aparecían entre los 15 y los
24 meses, justo en la misma fase de desarrollo en que emergía en ellos un sentido rudimentario del
yo. Además, los niños que mostraban autorreconocimiento en una prueba (tocándose la nariz al
vérsela pintada en un espejo), eran exactamente los mismos que mostraban signos de sentir
embarrassment en una prueba diferente. Los que no se reconocían en un contexto, no mostraban
ningún signo de embarrassment en el otro.
El embarrassment parece ser la más rudimentaria de las emociones autoconscientes, al
menos de las de carácter negativo. Para la mayoría de los autores, otras exigirían habilidades
cognitivas más complejas –algunas relativamente sofisticadas como la capacidad de valorar las
propias acciones en relación con unos estándares y normas– y, por tanto, aparecerían más tarde.
Cuáles sean las habilidades requeridas en cada emoción y el momento de aparición de cada una de
ellas es una cuestión todavía sujeta a debate.
En cualquier caso, en diversos estudios se ha constatado que ya para los 2-3 años los niños
presentan muchas manifestaciones prototípicas del orgullo (mirada triunfante, cuerpo erguido, etc.,
ante el éxito, sobre todo si la tarea es difícil), la vergüenza (cuerpo encogido, cabeza baja, etc., ante
el fracaso en una tarea, sobre todo si es fácil) y la culpa (intentos de reparación tras agredir a otro
niño o niña). Ello parece cuestionar los planteamientos de quienes sostienen que estas emociones
requieren el desarrollo previo de habilidades cognitivas muy sofisticadas.

Las emociones autoconscientes son emociones “sociales”, “morales”


Las emociones autoconscientes son también designadas por algunos autores como
“emociones sociales”. En este caso lo que se subraya son sus importantísimos aspectos sociales,
algo sobre lo que existe amplio acuerdo entre los teóricos de la emoción.
En efecto, estas emociones tienen importantes aspectos interpersonales:
 En primer lugar, dichos aspectos se hallan presentes en su desarrollo. El desarrollo en el
niño de unos criterios acerca de lo correcto y lo incorrecto, lo deseable y lo rechazable
en la forma de comportarse, es básicamente fruto de la interiorización de los valores y
las normas de su cultura. Dicho desarrollo es también, en parte, resultado de la
construcción del propio niño, pero dicha construcción no se da en el vacío, sino que se
asienta en las experiencias cotidianas del niño en sus interacciones sociales (con sus
padres, sus amigos, etc.).
 En segundo lugar, estas emociones son también “sociales” por cuanto la mayor parte de
las veces surgen en contextos interpersonales. Esto parece bastante claro en el caso de la
vergüenza, y a menudo ha sido sugerido como un rasgo que diferencia a ésta de la culpa,
pero diversos estudios con muestras americanas y españolas (Baumeister, Reis y
Delespaul, 1995; Etxebarria, Isasi y Pérez, 2002) han puesto de relieve que los
sentimientos de culpa se asocian también especialmente a problemas interpersonales
(infligir algún daño a otro, fallarle en algo, no tenerlo suficientemente en cuenta, etc.).
La importancia de la mirada y la valoración ajena en el surgimiento de las reacciones de
orgullo es también innegable.
 Por último, estas emociones conllevan tendencias de acción con importantes
implicaciones interpersonales. Así, por ejemplo, la persona que se siente culpable siente
la necesidad de reparar de algún modo la falta, la necesidad de pedir disculpas y, en la
medida de lo posible, enmendar la acción. Estas conductas, cuando se llevan a cabo,
cumplen un papel fundamental en la reparación de las relaciones interpersonales que han
podido resultar dañadas como consecuencia de las acciones u omisiones de la persona.

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Por otra parte, la culpa anticipada ayuda a preservar las relaciones interpersonales, al
favorecer que tales acciones u omisiones no se produzcan. Como veremos más delante,
la vergüenza y el orgullo tienen también importantes consecuencias en el ámbito
interpersonal.
Las implicaciones de todo esto en el terreno moral son obvias. Junto con la empatía, estas
emociones juegan un papel fundamental como elementos motivadores y controladores de la
conducta moral. Esto es muy claro en el caso de la culpa, pero también es aplicable a la vergüenza y
el orgullo. Al igual que la culpa, la vergüenza actúa como un factor inhibidor de muchas conductas
inmorales (o que se tienen por tales); además, en un sentido más positivo, es obvio que muchas
acciones altamente morales se llevan a cabo simplemente porque uno sentiría vergüenza de no
hacerlo. Y tampoco podemos olvidar aquí el importante papel que el orgullo sentido ante la buena
acción, en especial si es costosa, ejerce en el reforzamiento de futuros cursos de acción similares.
El papel de estas emociones en el ámbito moral ha sido objeto de reflexión de muchos
filósofos a lo largo de la historia y ha sido destacado también por autores de nuestro campo como
Freud o, más recientemente, Hoffman (1982). Es en este sentido en el que algunos autores designan
a estas emociones como emociones “morales” o “sociomorales”.

RASGOS ESPECÍFICOS DE LAS DISTINTAS EMOCIONES AUTOCONSCIENTES


Al mismo tiempo que comparten una serie de rasgos, es evidente que cada una de las
emociones autoconscientes posee características específicas: surge ante un tipo particular de
eventos, supone una experiencia subjetiva diferente y conlleva unas tendencias de acción también
diferentes. Sin embargo, no resulta tarea fácil definir exactamente qué es lo que distingue a las
diversas emociones autoconscientes entre sí. El orgullo se distingue nítidamente de la culpa y la
vergüenza, pero la distinción entre estas dos últimas plantea bastantes problemas, especialmente en
lo relativo al tipo de eventos que las provocan.
En una primera aproximación a los rasgos específicos de cada una de estas emociones,
resulta muy útil el modelo propuesto por Michael Lewis (2000). Este autor, uno de los que más ha
profundizado en las emociones autoconscientes, propone un modelo estructural de la elicitación de
las mismas en el cual es posible entender las características fundamentales de cada una de estas
emociones a partir del cruce de dos variables básicas: la evaluación de la propia conducta como
positiva o negativa y la atribución interna global o específica de dicha conducta.
Un primer proceso que interviene en la elicitación de estas emociones es la evaluación las
propias acciones, pensamientos o sentimientos como éxitos o fallos en relación con una serie de
estándares, reglas y metas. El éxito o fallo percibido provoca la autorreflexión, la cual da lugar a un
segundo proceso fundamental en la elicitación de estas emociones: la evaluación de las acciones,
pensamientos y sentimientos como éxitos o fallos que dependen de uno mismo, es decir, la
atribución interna de dichos éxitos o fallos. Esta atribución puede ser global o específica, es decir,
la evaluación de éxito o fallo puede referirse al yo en su conjunto o únicamente a la acción,
pensamiento o sentimiento concreto. Según la evaluación sea de éxito o fallo, global o específica,
surgirá una u otra emoción.
Teniendo en cuenta lo que acabamos de ver, es lógico que sea difícil definir con claridad un
tipo de eventos externos específicos como antecedentes prototípicos de cada una de estas
emociones. Los estándares, reglas y metas pueden diferir no sólo de una cultura a otra sino también
de una persona a otra; de este modo, una misma acción puede ser evaluada como un éxito por una
persona y como un fallo por otra. Igualmente, aunque algunas acciones tienden a provocar
atribuciones específicas y otras, globales, la misma acción puede dar lugar a un tipo de atribuciones
u otras dependiendo de las personas y de factores situacionales.
En definitiva, está claro que los eventos concretos capaces de provocar cada una de estas
emociones en una persona y un momento dados pueden ser de lo más variados. No obstante, parece
que en ellas subyacen dos dimensiones fundamentales: la evaluación de éxito o fallo y la atribución
global o específica.
A partir de este modelo, Lewis (2000) distingue cuatro emociones autoconscientes: la culpa,

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la vergüenza, el orgullo y una cuarta que propone denominar hubris (arrogancia). La vergüenza es
elicitada por una evaluación negativa del yo de carácter global. La culpa surge también cuando se
da una evaluación negativa, pero en este caso la evaluación es específica, se focaliza en la acción y
no se refiere al yo en su conjunto. El orgullo surge cuando la persona realiza una evaluación
positiva centrada en una acción concreta y, por tanto, específica. Por último, Lewis propone el
término griego hubris para designar una emoción que en el inglés común no estaría lexicalizada
(tampoco en castellano) y que sería el resultado de una evaluación positiva del yo de carácter
global.
A partir de este esquema, Lewis nos ofrece una descripción de los rasgos fundamentales de
cada una de estas emociones. A continuación presentaremos dicha descripción.

Emociones provocadas por autoevaluaciones negativas: vergüenza y culpa


La vergüenza surge cuando se da una evaluación negativa del yo de carácter global. La
experiencia fenomenológica de la persona que experimenta vergüenza es el deseo de esconderse, de
desaparecer (“tierra trágame”, decimos en castellano). Es éste un estado muy desagradable, que
provoca la interrupción de la acción, una cierta confusión mental y cierta dificultad, cierta torpeza,
para hablar. Físicamente, se manifiesta en una especie de encogimiento del cuerpo: la persona que
siente vergüenza se encorva como si quisiera desaparecer de la mirada ajena. En la medida en que
supone un ataque global al yo que resulta muy doloroso, la persona va a intentar librarse de este
estado emocional. Pero ello no resulta tan fácil como reparar una acción concreta, y a menudo la
persona, a fin de librarse de la vergüenza, acaba recurriendo a mecanismos tales como la
reinterpretación de los eventos, la disociación del yo, el olvido (represión) de la situación, etc.
La culpa surge de una evaluación negativa del yo más específica, referida a una acción
concreta. Desde el punto de vista fenomenológico, las personas que sienten culpa también
experimentan dolor, pero en este caso el dolor tiene que ver con el objeto del daño que se ha hecho
o con las causas de la acción realizada (o, simplemente, pensada). En la medida en que el proceso
cognitivo-atribucional se centra en la conducta y no en la globalidad del yo, la experiencia de culpa
no es tan displacentera ni provoca tanta confusión como la de vergüenza. Por otra parte, la culpa
tampoco lleva a la interrupción de la acción. De hecho, esta emoción conlleva una tendencia
correctora que a menudo conduce más bien a la puesta en marcha de conductas orientadas a reparar
la acción negativa, así como a una reconsideración de la forma de actuación futura. En cuanto a su
expresión no verbal, mientras que en la vergüenza la persona se encorva en un esfuerzo por
esconderse y desaparecer, en la culpa, según algunos estudios con niños pequeños (Barrett y Zahn-
Waxler, 1987), la persona tendería más bien a moverse inquieta por el espacio, como si tratara de
ver qué puede hacer para reparar su acción; además, en la culpa tampoco se da el rubor facial que
aparece en muchas personas cuando experimentan vergüenza. Por último, dado que la culpa se
centra en una conducta concreta, las personas pueden librarse de este estado emocional con relativa
facilidad a través de la acción correctora. Ahora bien, ésta no siempre es viable, y, como
consecuencia, este estado emocional a veces puede resultar también muy displacentero.
En definitiva, según Lewis, la culpa, en principio, posee una intensidad negativa menor, es
menos autodestructiva y, en la medida en que implica tendencias correctoras, se revela como una
emoción más útil que la vergüenza.

Emociones provocadas por autoevaluaciones positivas: orgullo y hubris


El orgullo surge como consecuencia de la evaluación positiva de una acción propia. La
experiencia fenomenológica de la persona que siente orgullo por algo (una acción, un pensamiento,
un sentimiento que considera loables) es de alegría, de satisfacción por ello; el sujeto se halla como
atrapado, absorto, en la acción que le hace sentirse orgulloso. Al ser un estado positivo, placentero,
la persona va a tratar de reproducirlo. De este modo, el orgullo conlleva una tendencia a la
reproducción de las acciones que lo suscitan, es decir, una tendencia a continuar en una línea de
acción que la persona evalúa como positiva.
“Hubris” designa una especie de orgullo exagerado. Surge como consecuencia de una

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evaluación positiva del yo de carácter global. En este caso, el yo en su conjunto es objeto de loa por
parte del propio sujeto. Hubris se asocia a expresiones tales como “estar pagado de sí mismo”. En
casos extremos se asocia a narcisismo. La experiencia fenomenológica del sujeto que siente hubris
es muy positiva y reforzante; en este estado, al contrario que en el de la vergüenza, la persona se
siente estupendamente, satisfecha consigo misma. Al ser un estado tan satisfactorio, la persona va a
tratar de mantenerlo. Pero ello, según Lewis, no resulta fácil, puesto que este estado no se asocia a
una acción concreta. Sin embargo, estos sentimientos tienen algo de adictivos, por lo que la persona
se ve impelida a reproducirlos a toda costa; para ello, provocará como sea situaciones que los
susciten, alterará los criterios a partir de los cuales evalúa sus acciones, reevaluará lo que constituye
un éxito, etc.
Las personas con hubris, en general, provocan rechazo en los demás. Ello es lógico, pues
esta emoción puede resultar conflictiva en el terreno interpersonal: este estado a menudo interfiere
en los deseos y necesidades de los otros y es fácil que dé lugar a conflictos interpersonales.
Además, dado el sentimiento de superioridad y el desdén hacia los demás asociados a este estado, la
persona que experimenta hubris, con su modo de actuar, puede hacer que otras personas se sientan
humilladas.

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