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El cisne1

Alexandra Pagán Vélez

A: Ana Lydia Vega, maestra narradora

La risa domina sus pasos, los entrecorta, hace de su figura el cuello de un cisne. Se baja la minifalda,
solo un poquito, y se dobla para calzar los tacotes y volver a reírse. Camina rápido, casi tambaleándose,
víctima de su risa y sus tacos. Tacotes altos, altísimos como el reloj de la Alcaldía, que es tan bonito, tan
brillante, colocado en un pedestal, por encima de los árboles, tan alto como la Iglesia (¡lástima que ya no lo
tengan en hora!). “¡Ji, ji, ji, ji, jijijiji!”, se contoneaba al ritmo del tac, tac, tac, taconeos y las dos piernas
esbeltas, largas, bien formadas, apuradas. Se acomoda la cartera cuando pasa por el lado de la vitrina de las
muñecas de colección y piensa que pronto ha de tener una. Sí, la puede poner en el ropero o en la sala al
lado del televisor. No, se la regalaría a su madre, que, ¡bendito!, hace tiempo que no le compra nada. Le
pide entonces que la ponga al lado del televisor y así, dos pájaros de un tiro. La risita vuelve líquida y se
tapa los labios, se los muerde y se desborda de placer. “Dicen que la risa es tan buena como un orgasmo”,
recuerda la voz del maestro –fortachón aquel– de Educación Física. Entonces, se ríe más alto. “¡Ji, ji,
jijijijijiji!”, con complicidad. Como cuando se disfruta que hizo algo malo. “Besa aquí, besa aquí…”,
vuelve y recuerda. Respira profundo, se arregla el cabello y mueve la cabeza como si saliera en un anuncio
de esos de champú. Bah, ni le importaría salir en uno de esos de Head and Shoulders. ¡Te imaginas conocer
a Oscar de la Hoya! No, el mío también es Tito, pero de la Hoya está riquísimo como el alcalde, tienen la
misma sonrisita. Y vuelve el caderamen, la risa, se vuelve a encorvar y ríe, ríe, ríe. “¡Ja, ja, jijiji!” La risa es
tan rica. Justo al pasar frente al espejo se mira arqueando una ceja. Se mira las últimas uñas que se hizo con
Iris y se alegra de haber dejado de hacérselas con Magi que era tan descuidada. Magi era el tipo de
manicurista que hiere la cutícula y usa unos químicos que apestan a demontre y total, cobra lo mismo que
Iris. Con Magi te haces las uñas y de paso tienes una prueba espiritual: cómo dominar el dolor, la
incomodidad, la peste, las charras pelando a sus maridos, las pubertas hablando de los novios ¡y el teléfono!
De seguro vuelve a Magi, tal vez le ayude a encontrar su paz interior. El cui cui cui le domina la espina
dorsal y se sobresalta con el sonido de la bocina, pii, pii, pi, pi, pipí, pipí. Nada le quita la risería, ni en high

1
Premio de Cuento de El Nuevo Día, 2000. Publicado también en Convocados. Nueva narrativa puertorriqueña. Carmen
Dolores Hernández, ed. San Juan: Comunicadora Koiné, Inc., 2009: 53- 57.
school se reía tanto. Bueno, una vez, pero no en sobriedad, no apurada, no caminando. Mira al perrito, le
coquetea, hasta un besito le tira. “Ay; ¡qué lindo!” Mua, mua, mua, mua, mua. “Tú eres un sato, satito”, la
voz del maestro y la clase de Matemáticas a la que siempre faltaba por estar con él. Hasta favores le hacía y
con disposición. “Siempre buena pa’ los deportes. Todo tipo de deportes, todos y cada uno de ellos. Unos
más que otros, pero... soy buena en los indispensables”. Se sube el bustier, se acomoda los pechos y otra
bocina. Es que los hombres son unos frescos y esa noche hacían procesión con sus carros niquelados, con el
dundundún bien encendío. “¡Bien a fuego, muñeca!” Y es que se va a morir de la risa, le va a dar un
desgaste físico, como a la hija de Antonia, que es anoréxica. Empezó vomitando, pero le dio cargo de
conciencia y ahora, no come. Es que esa cosa de la Ética, lo complica todo. El viento, el sonido de las
palomas durmiendo; palomas, palomitas que vuelan con el piquito azul. Es que no dejará de reírse nunca.
Todo lo que le recuerda un pájaro, hace que se ría, que se acomode la cartera, que dé tumbos contra la
vitrina del que vende espejuelos, que si supiera, si su mujer supiera...
—¡Pato, so pato!, le gritan sin tocar bocina. Y comienza a aletear con sus brazos, aleteando tan veloz como
podía y remenea más su cuerpo. Estalla en carcajadas y sin perder tiempo:
—¡Pato, no, cisne, cisne, mi vida!!

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