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Zelaya, Isabel
El duende Julián / Isabel Zelaya. - 2a ed. - Jujuy : Apóstrofe Ediciones,
2018.
92 p.; 21 x 16 cm.
ISBN 978-987-1542-99-4
1. Cuentos Infantiles. I. Título.
CDD 863.9282
© Isabel Zelaya
ISBN 978-987-1542-99-4
Hecho el depósito que indica la ley 11.723
Impreso en Argentina.
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Tengo en mi casa un duende
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cuentos en serio -como el que les cuento ahora-
y otros cuentos locos, mágicos y tiernos, de puro
bufón. Así fue que vino con astuta calma a dic-
tarme historias junto con el alba.
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El duende Julián
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a veces pisa las teclas. Las pisa ensayando sayas,
carnavalitos, pim pim. ¡Anda siempre despierto,
sin ojotas ni escarpín!
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Fidela y Julián
(A mi mamá Teresa)
–¿Juliancito?...¿pequeño?
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cubre su espalda con una manta de lana y sale,
rumbo a la escuela, por las calles empedradas
del pueblo.
–El-ce-rro-es-tá-mo-ja-do…
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–¡Ja!,¡ja-ja-ja!, dice chorcas cuando tiene
que decir rotas– se burla Romina.
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no le haga doler los piececitos a Ramón. Por fa-
vor, que tampoco le lastime el almita transpa-
rente. Que la leche y el pan no le falten. Que el
poder logre crear miles de dignidades que abri-
guen a la gente pobre.
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Por la vereda del frente pasa una jovencita
de pureza angelical. Polleritas anchas, trencitas
gruesas, con cintitas de colores. Ojos grandes y
mejillas tostadas por el sol.
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Sigue escribiendo que “las maestras que
enseñan tienen que provocar en las naciones
los sueños más concretos de grandeza y las más
abundantes vigilias de trabajo”.
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Cansado de escribir, el duende Julián, reso-
pla en su ocarina de arcilla una melodía de to-
nos agudos.
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II
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El caserón de adobe se vuelve tibio y se estre-
mece con un poco de pereza. La Falla Geológica
está a punto de estornudar, pero se contiene. Las
Lámparas, recién encendidas, cierran sus ojos. La
Tierra se tapa la nariz con un dedo. Fidela, ate-
morizada, busca a Julián.
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Fidela no quiere entregarse al posible ca-
taclismo sin la presencia de Julián. Si la Tierra
se partiera ella quedaría muda, queriendo decir
algo pero sin decir nada. Hurgando en un dic-
cionario sin letras. Leyendo desesperadamente
nada en él, sin saber qué decir; qué hacer. En ese
momento Julián sería el único que podría resca-
tarla del vacío blanco de la muerte.
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tragan saliva con espuma y caracoles. Las rocas
subterráneas dejan de moverse y la cordillera in-
fla, aliviada, sus pulmones nevados.
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esencias de canela. Sueña que todos los niños del
mundo saben leer y escribir y son muy felices.
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Una hamaca en la luna
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Las estrellas rumorean historias de gnomos
y hadas. Las hadas disimuladas entre las nubes
redondas y las nieblas difusas, arrojan polvo de
estrellas para señalarle la marcha.
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La noche larga, larga, larga… se estira y es-
tira, haciendo fuerzas ufanas, tratando de dar-
le impulso a los piececitos chiquitos del duende
que trepa nubes y neblinas y gotitas de alegría
desbandadas.
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Arrorró de lluvia
–”Duérmase chiquito
duérmase que llueve
que si no se duerme
¡va a venir el duende!”
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El duendecillo de la escuela
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y deshizo cada hilo de un pañuelito que la Srta.
Josefina dejó olvidado en el parque del jardín
de infantes. Todo esto fue enterrado por el pí-
caro duende, una noche de luna llena, al pie del
pino del patio central de la escuela.
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Todos los maestros la querían y le habían
hecho una despedida pensando que ya se iba,
pero después tuvieron que hacer otra fiesta
cuando supieron que se quedaba.
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Desde que la escuela recibió computadoras,
la Srta. Josefina dejó de quedarse hasta tan tar-
de. Sus tareas las podía hacer más rápido y el
pobre duende se sentía muy solo.
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que andaba por las aulas y los pasillos después
de las ocho de la noche.
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–Yo soy el Diablo, enano cara de buñuelo, y
si sos mi amigo tendrás que obedecerme.
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tan confundidos y no entiendan nada. El plan
sigue así, mirá. Y empezaron a cuchichear.
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cansó de ver cómo todos se peleaban y decidió
que su alianza con el diablo tenía que terminar.
Entonces se encerró en la sala de lectura y se
puso a leer todos los libros de la biblioteca. Que-
ría encontrar una solución a su problema.
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La directora, había enfermado de tristeza y
todos pensaban que estaba a punto de morir.
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tun, tun, mi caja coplera
qui tanto es güena mi escuela
qui un angelito me enseña
de mis coplitas las letras
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cho. Debía cantarlas tres veces con todo el cora-
zón. Así lo hizo y el diablo huyó aterrorizado de
la escuela para no volver jamás.
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El chistido de Julián
En horas de la madrugada
se puede percibir el olor del
pan recién salido del horno.
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para hacer de las suyas, en esas horas previas a
la salida del sol.
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mayor preocupación hasta que alcanzó a ver a
un pequeño niño con poncho colorado, chulo
marrón con pompón amarillo, que venía cami-
nando detrás de ella.
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Se sorprendió al ver que en la bolsa había
bizcochos calentitos y en sus manos aún estaban
las monedas, pero que el niñito de la risa y los
chistidos había desaparecido.
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boca para que no se escuchara su risa. Estaba
feliz por haberle regalado pan a la niña pobre.
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Angelitos de los cerros
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También les gusta que las familias canten y
beban bajo la mirada de Dios, que casi siempre
está justo en el medio del Sol.
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camino para que no se pinchen con las espinas.
Cuando esto acontece, el duende Julián ayuda a
los angelitos distrayendo a la gente para que no
los descubran.
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Julián en la estación
(a mi papá Marcos)
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Hay gente que vio al pequeño Julián por-
tando una mochila, un sombrero para el sol, un
aguayo, un sonajero… y que a todos pregunta-
ba ¿cuándo viene el pasajero?
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–Yo me llamo don Zenón, trato hecho, espe-
rame aquí…
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Había dejado la bufanda enrollada sobre el
banco en la estación y adentro de la bufanda
un trencito de juguete, igualito a los trenes de
verdad
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Ricardito y la dama de los cuentos
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no voy a poderle decir nada…señorita, porque dinó
me puede agarrar una sirena, sólo Diosito sabe…
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maestra, por las almitas y déjelas en manos del
Señor para que encuentren la paz…
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Como mi trabajo de maestra me tenía muy
atareada, dejé de lado mi curiosidad y formé mi
propia idea sobre la misteriosa dama.
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II
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nía se llenaron de tierra. Como esta dama esta-
ba muy apenada y también muy desganada no
se ocupó de limpiarlos.
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Fue muy grande mi alegría al leer la singu-
lar composición de mi alumno de 12 años, próxi-
mo a egresar de la primaria. Él no se había des-
tacado en la escuela como buen escritor, por el
contrario, le costaba mucho escribir. Le dije que
estaba muy contenta con su trabajo y le pregun-
té si la mamá lo mandaba a alguna maestra par-
ticular.
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–Ella vive en el caserón cerca la peña.
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–Y… bueno, señorita, pero no le diga a mi
mamá…
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III
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mados, delicadamente rosados; nariz aguile-
ña y bien proporcionada le otorgaban una sin-
gular belleza y distinción a todos sus gestos.
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entraba resaltando aún más el aire de sereni-
dad que se percibía y permitiendo contemplar
el paisaje de la Peña Blanca, bajo un cielo azul y
despejado.
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–Comparto con él los cuentos que escribí.
Mire, tengo un libro de cien relatos y él dice que
son como cien espejos que me reflejan. Es un
niño muy inteligente y muy dulce.
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dos me respondió que regrese al día siguiente,
luego me extendió sus brazos cariñosamente.
Nos abrazamos. Besé su mejilla y apreté sus de-
licadas y pequeñas manos para despedirla hasta
mañana y mi corazón se inundó de júbilo.
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cuento de hadas ¡Un concierto de verdad! Todo
ocurría en el exacto punto entre el paraíso y el
mundo real; más aún, cuando la Dama de los
Cuentos, que era sin duda la misma dama de los
espejos, hablaba conmigo y me daba cita para
visitarla de nuevo, mañana…
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IV
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El sol brillaba anaranjado sobre el borde de
las montañas. El aire, silencioso y quieto, extre-
madamente callado, casi infinitamente quieto,
me inspiraba deseos de orar.
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atendido y que tal vez algo le había ocurrido.
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tía. Tenía en sus manos el libro de 100 cuentos
manuscritos que días antes le había regalado.
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bido a los cuatro vientos y el Viento del Norte,
que estaba quietito, comenzó a correr. Cortó las
choloncas, sopló las hormigas, se pinchó en el
cactus y cantó una canción para despertarlo.
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Pensaba que era un sueño, pero bien des-
pierto y gracias a los actos del duende dichoso,
entendió las letras, los cálculos y jugó conten-
to al fútbol con él hasta que la tarde empezó a
caer. Regresó a su casa, con cara radiante. ¡Sabía
contar, leer y escribir!
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Y dicen que dicen que el duende Julián
también es amigo de todos los niños, que es-
criben poemas y cuidan los chivos. Los que in-
ventan cuentos, juegan en el cerro, viajan en el
tren, pero que nunca, nunca… olvidan la escue-
la y esa costumbre requete-buena, de siempre -a
toda hora- leer y leer.
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Epílogo de Julián
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letras, todas, -las puso en “negrita”- me escribió
confuso, como en japonés, cantó varias coplas
con cara chistosa y cortó las rosas al amanecer.
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Y si aún sospechan… no quieren creer, mi-
ren sus patitas que escriben y escriben; las úl-
timas letras de “El duende Julián”. Patitas con
letras, huellas de sus pies, que espero les sirvan
para dormir poquito y soñar después.
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Escribile tu mensaje a Julián:
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Índice
7 “Patitas” del 18
13 Fidela y Julián
32 Arrorró de lluvia
34 El duendecillo de la escuela
46 El chistido de Julián
55 Julián en la estación
81 Julián y Ricardito
85 Epílogo de Julián