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Las Órdenes Militares

y el Conde Duque de Olivares


La convocatoria
de los caballeros de hábito
(1621-1641)

Agustín Jiménez Moreno

OMM Editorial
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Primera edición diciembre de 2013


© Agustín Jiménez Moreno, 2013
© OMM Campus Libros s.l. 2013

OMM Editorial
OMM Campus Libros s.l.
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isbn 978-84-941606-2-2
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Índice

Prólogo | 11
Introducción | 15
1. Las Ordenes Militares. Un estado de la cuestión | 21
2. La función de la nobleza en la sociedad del Barroco | 31
2.1. Nobleza y caballería | 31
2.2. ¿El estamento nobiliario cuestionado? Críticas a su papel en la sociedad
de los Austrias | 41
3. La política de Olivares y la nobleza | 47
4. El Conde Duque y las Órdenes Militares | 65
5. La Junta de Caballería y el Batallón de las Órdenes | 77
5.1. Los orígenes del llamamiento del año 1640 | 77
5.2. La resistencia a la movilización | 89
5.3. El establecimiento del Batallón de las Órdenes. Intervención en la guerra
de Cataluña | 99
5.4. Composición de la unidad | 118
5.4.1. La tropa: caballeros y sustitutos | 118
5.4.2. La oicialidad | 125
5.4.3. La plana mayor | 129
5.5. La participación de la nobleza titulada | 133
5.6. Consideraciones inales | 141
Conclusiones | 157
Abreviaturas utilizadas | 161
Fuentes | 163
Fuentes manuscritas | 163
Fuentes impresas | 163
Bibliografía | 167
11

Prólogo

Caballeros y soldados: Olivares y las Órdenes Militares

Es evidente que a comienzos del siglo xvii muchos castellanos consideraban


que las Órdenes Militares eran viejas instituciones medievales alejadas de su sen-
tido originario. El paso del tiempo, y sobre todo las profundas transformacio-
nes experimentadas por el reino en el seno de la Monarquía de España, habían
hecho su efecto sobre las corporaciones de milicia cristiana nacidas para luchar
contra los musulmanes. Del compromiso con la defensa armada de la fe, las ór-
denes se habían convertido en instituciones nobiliarias; ser caballero de orden
conirmaba la posesión de nobleza. Es decir, exhibir la cruz en público o vestir
el hábito en las ocasiones ceremoniales había mutado en un símbolo de distin-
ción porque atribuía al portador las virtudes propias del caballero, solapadas con
las inherentes a la condición nobiliaria. En deinitiva, las insignias de las órde-
nes acreditaban el honor de quienes las lucían, un reconocimiento público que
ya nada tenía que ver con los méritos y las funciones exigibles.
Ésta era la situación de hecho, una disfunción que a ningún contemporáneo
se le podía escapar, si bien las opiniones acerca de la distancia entre lo que era
y lo que debía de ser no eran unánimes. La mayoría no sólo había aceptado la
anomalía porque era lo dado, sino que la habían interiorizado hasta el punto de
servirse de ella como una palanca de promoción personal, un medio de apoyar
su ingreso en la hidalguía o una ratiicación de su nobleza. Nada más lógico fue
asumir, también, que desde muy pronto los muy discutidos estatutos de limpie-
za de sangre se incluyesen entre las exigencias requeridas a los solicitantes de un
hábito. De esta forma, a lo largo de la segunda mitad del siglo xvi las proban-
zas para ingresar en una orden, que en principio habían de certiicar los méritos
personales del candidato y al mismo tiempo asegurar que éste, una vez investi-
do, cumpliría con sus deberes de soldado cristiano, se convirtieron en un cami-
no legal y administrativo, no exento de trampas y vericuetos, que abría las puer-
tas de la distinción, el honor y el privilegio. El tránsito de las órdenes desde su
sentido primigenio de cofradías de monjes-caballeros hasta airmarse como con-
gregaciones elitistas nobiliarias no fue impulsado directamente por la Corona,
como tampoco ésta vio con buenos ojos la proliferación de estatutos de limpie-
za de sangre en todas las instituciones, pero en todo caso los reyes trataron, al
menos, de pilotar el proceso. La creación del Consejo de las Órdenes respon-
dió, entre otras razones, a este interés; de hecho, en el tránsito del 500 al 600 el
Consejo derivó fundamentalmente a eso, a erigirse en el órgano administrativo
LAS ÓRDENES MILITARES DURANTE EL MINISTERIO DEL CONDE DUQUE DE OLIVARES

12 que regulaba el acceso legal al honor y gestionaba la forma tangible de represen-


tar la virtud, la piedad y la valentía.
Pero aunque la mayoría de la sociedad y el poder político aceptaban esta ma-
nera de determinar quiénes eran excelentes, en parte por pragmatismo, en par-
te por los rendimientos que podían obtener de ella, algunas voces denunciaron
la desnaturalización de las Órdenes Militares, ya desde principios del siglo xvi
y con mayor intensidad a partir del reinado del Rey Prudente. Fueran moralis-
tas o eso tan heterogéneo que agrupamos bajo el apelativo de arbitristas, quienes
censuraban en qué se había convertido la caballería cristiana clamaban también
por su repristinación, es decir, pedían el retorno a su legítimo sentido y función
y, lo que es más importante, trataban de persuadir a las autoridades de que el es-
fuerzo restaurador tendría beneicios políticos: favorecería el esfuerzo militar y
sanearía las bases morales de la sociedad. En realidad, esta controversia estaba
conectada con un asunto más amplio que era la divergencia escandalosa entre el
mérito y el reconocimiento, algo que algunos criticaban y otros muchos sufrían
en silencio. En la tercera década del siglo xvii el acceso al valimiento de Olivares
brindó una oportunidad factible de emprender los cambios necesarios para re-
cortar la distancia entre el ser y el deber ser. El Conde Duque, tan preocupado
por crear la opinión de que era un regenerador como de serlo verdaderamente,
desde muy pronto dio señales de su intención de cambiar las cosas. Así lo atesti-
guan sus memoriales, sus actos de gobierno —en menor medida— y también las
manifestaciones públicas de su entorno de colaboradores. El mensaje era claro:
con Gaspar de Guzmán, un arbitrista con poder, había llegado la hora de poner
en práctica las reformas anheladas largo tiempo, de revertir situaciones injustas.
En la concepción olivarista, nobleza y hábitos debían coincidir en la función
militar. Y no solo por coherencia ideológica, sino sobre todo porque su sentido
político le hacía consciente de las utilidades que tendría reformar el acceso a la
hidalguía y a las Órdenes Militares. En efecto, como airma en este libro Agustín
Jiménez, Olivares quería modiicar las normas de ingreso por motivos políticos:
para reforzar el ejército con unas tropas escogidas que sirviesen ejemplarmente,
para retribuir los servicios militares con las rentas de las órdenes y la exención de
impuestos directos y, en último término, para monopolizar las fuentes principa-
les de honor y reconocimiento social. Pero en todo caso, dada la oposición que,
desde diversas instancias, saludó la iniciativa, el ministro no pudo avanzar se-
gún sus deseos hasta que en 1638 se generó una grave situación defensiva cuando
los franceses sitiaron Fuenterrabía. Así pues, fue la alarma creada por la irrup-
ción enemiga en el territorio peninsular lo que dio impulso a Olivares para lan-
zar en enero de 1640 el llamamiento a las armas dirigido a los caballeros de há-
bito. Como bien señala Agustín Jiménez, con esta medida el político Olivares
quería cumplir varios objetivos: por un lado, constituir una nueva unidad de ca-
ballería pues, como se había puesto de maniiesto en la crisis de 1638, el ejérci-
to español no tenía suicientes contingentes montados; y sobre todo se trataba
de lograr el efecto psicológico galvanizador que se derivaría de ver cómo los ca-
balleros de hábito cumplían con su ancestral misión de empuñar las armas para
defender la patria, cuando la moral laqueaba y además la posición del Conde
Duque empezaba a debilitarse sin remedio.
PRÓLOgO

Según nos revela este libro, el proceso que va de la convocatoria a la forma- 13


ción efectiva del Batallón de las Órdenes fue arduo y hubo de vencer resisten-
cias de muy diversa naturaleza. Los gobiernos municipales, encargados de hacer
cumplir el llamamiento, se mostraron renuentes entre otras cosas porque había
en ellos muchos individuos afectados por la orden regia. Pero el principal obstá-
culo fue la falta de experiencia militar de muchos de los caballeros o simplemen-
te su nula vocación guerrera, que en la mayor parte de los casos les llevó a buscar
salidas, desde presentar sustitutos —opción prevista en el llamamiento— has-
ta la inasistencia, pasando por toda clase de alegaciones aducidas ante la Junta
de la Milicia de las Órdenes, que trató cada caso en particular. Y no debe olvi-
darse que durante el proceso de alistamiento y concentración de los caballeros,
se produjo el levantamiento de Cataluña, circunstancia que determinó el envío
del Batallón a ese frente a inales de 1640.
Agustín Jiménez ha profundizado como hasta ahora no se había hecho en
el proceso de la movilización de los caballeros, ha evaluado la respuesta y ha re-
construido el papel del Batallón en los estadios iniciales de la contienda catala-
na. El lector podrá comprobar que sus conclusiones matizan el juicio historio-
gráico predominante hasta ahora, completamente negativo, que ha merecido el
resultado del llamamiento de los caballeros de las Órdenes Militares. Cierto es
que, como el autor reconoce, el número de caballeros que acudieron en persona
es muy escaso, pero la posibilidad de presentar sustitutos costeados por los titu-
lares nos sitúa en un panorama sensiblemente distinto en términos numéricos y,
asimismo, nos obliga a revisar la supuesta ineicacia militar de la iniciativa y su
verdadera repercusión en la opinión. La administración olivarista era consciente
de lo quimérico que era pretender que todos los caballeros con hábito se enrola-
ran el ejército, y más aun era sabedora de la dudosa utilidad de la mayoría de los
caballeros como fuerza de combate. En todo caso y a la vista de los datos presen-
tados y elaborados por Jiménez, está claro que lo que se pretendía era que los ca-
balleros asumiesen los costes humanos y económicos de crear una unidad de ca-
ballería capaz de entrar en combate, que además estuviese aureolada con la con-
dición nobiliario-caballeresca. Y ambas cosas se consiguieron por la perseveran-
cia de Olivares. La abrumadora mayoría de los jinetes fueron sustitutos —y de
ellos pocos hidalgos— pertrechados, eso sí, a costa de los titulares, pero ello no
impidió que la unidad se denominase signiicativamente Batallón de Órdenes,
sus mandos eran nobles con hábito al mismo tiempo que militares profesionales
y su salida para el frente fue esceniicada con la solemnidad requerida. Incluso,
se ofreció la recompensa de un hábito a cambio de dos años de servicio conti-
nuado en la unidad, con lo que el ministro llevó a la práctica, al menos en parte,
esa otra idea central de su proyecto de reforma del acceso al honor, vinculándolo
al servicio a la Corona con las armas en la mano. No obstante lo dicho, Agustín
Jiménez advierte de que, para llevar a efecto sus planes, Olivares hubo de hacer
amplias concesiones económicas y de otros tipos a los que aceptaron entrar en el
Batallón. Ayudas de costa, exenciones iscales, licencias para hipotecar frutos de
mayorazgo o prebendas judiciales evidencian, al mismo tiempo, los límites rea-
les del poder del rey y su valido, y la naturaleza de las relaciones entre los súbdi-
tos y la Corona. En último término, la formación del Batallón fue el resultado
de una negociación, o mejor dicho, de una amplia batería de negociaciones en
LAS ÓRDENES MILITARES DURANTE EL MINISTERIO DEL CONDE DUQUE DE OLIVARES

14 las que la autoridad regia —visible aquí en la actuación del privado— tuvo que
pactar con distintas instancias e individuos porque carecía de capacidad efecti-
va para materializar sus máximas pretensiones.
Por tanto, gracias a este buen trabajo de investigación centrado en la iniciati-
va de crear el Batallón de las Órdenes en 1640, no solo contamos con una visión
bien informada de la génesis y actuación de esta unidad militar, sino que dispo-
nemos de más luz sobre una cuestión central en el estudio de la Monarquía de
España bajo los reyes Habsburgo, que es el de la distancia entre la autoridad y el
poder, es decir, la consideración que los súbditos, en este caso nobles y caballeros
de hábito, tenían de su papel dentro de la Monarquía y la capacidad de manio-
bra de ésta cuando pretendía movilizar recursos humanos y económicos y mo-
diicar la escala de valores socialmente aceptada.

Adolfo Carrasco Martínez


Universidad de Valladolid
15

Introducción

D. Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, es uno de los personajes


claves de la Historia de España. Se trata de un estadista que durante toda su tra-
yectoria política vivió en el ilo de la navaja y que, como consecuencia de los co-
losales desafíos a los que debió enfrentarse la monarquía española, tanto en el in-
terior como en el exterior, prácticamente no disfrutó de un solo momento de res-
piro a lo largo de las algo más de dos décadas que permaneció en el poder, lo que
forzosamente tuvo que condicionar las decisiones adoptadas durante esos años.
En este sentido debe tenerse muy presente que, cada vez con mayor intensidad
y sobre todo a partir de 1635, la guerra empezó a formar parte de la vida cotidia-
na de una sociedad que llevaba mucho tiempo sin padecer una en su territorio.
Pero Olivares nunca consideró que la existencia de conlictos bélicos debiera
suponer un obstáculo a sus planes reformistas, e incluso la guerra le sirvió para
justiicar sus políticas y los sacriicios que la población se vería obligada a reali-
zar. A pesar de que su política ha sido juzgada de forma muy negativa, tanto por
algunos de sus coetáneos como por los historiadores de los siglos siguientes1 ,
pensaba que era el único medio posible conservar un imperio de proporciones
mundiales, lo que exigía una eicaz movilización de los recursos (tanto huma-
nos como materiales).
A este respecto no fue hasta el año 1936 cuando, gracias a la biografía escri-
ta por Gregorio Marañón, empezó a reivindicarse su igura. Esta línea revisio-
nista tuvo continuidad con los trabajos de Domínguez Ortiz, Alcalá-Zamora
y Elliott, hasta el punto de que en la actualidad, a pesar de las diferentes inter-
pretaciones sobre sus actuaciones políticas y los resultados obtenidos, los argu-
mentos sostenidos por sus detractores, que le reprochaban su estrechez de mi-
ras, así como su enfermiza obsesión por llevar hasta las últimas consecuencias
una política de prestigio, que supuso la derrota de España ante sus enemigos y
el inicio de su secular atraso con respecto a Europa, resultan insostenibles. La
consecuencia más evidente de esta renovación historiográica es que en nues-
tros días se habla del Conde Duque como un estadista con un programa co-
herente de gobierno, tanto con las circunstancias políticas de su tiempo como

1.  Dos excelentes repasos historiográicos sobre esta materia en: M. A. Ladero Quesada: “La 
decadencia  española  como  argumento  historiográico”,  en:  Hispania Sacra, nº 97 (1996).
pp.  6-50.  L.  Salas Almela: “Del Felipe iv de Cánovas a la teoría del consejo”,  en:  Torre de los
Lujanes, nº 39 (1999). pp. 177-191.
LAS ÓRDENES MILITARES DURANTE EL MINISTERIO DEL CONDE DUQUE DE OLIVARES

16 con las prácticas vigentes a la hora de ejercer el poder, cuyo objetivo era revi-
talizar y devolver su pasado esplendor a la monarquía de España2.
Respecto al tema que da pie a este trabajo, uno de los temas recurrentes a lo
largo de su ministerio fue la, en su criterio, falta de compromiso de la nobleza
con la defensa de la monarquía. Olivares se lamentaba de que los privilegiados
tenían cada vez menos interés en cumplir con sus obligaciones, máxime cuando
eran éstas las que justiicaban su preeminencia en la sociedad. En cuanto a las
Órdenes Militares, Olivares denunció su apatía y el cada vez mayor abismo que
las separaba del ámbito castrense. Se trata de una cuestión que ocupó su pensa-
miento político desde antes de ocupar puestos de gobierno, y una vez lo hizo se
propuso que los miembros de estas instituciones retomaran la ocupación para la
que fueron creadas, si bien adaptadas a las necesidades surgidas como consecuen-
cia del estallido de la guerra con Francia, lo que inalmente logró en el año 1640.
Pese a tratarse de una materia que tiene una gran importancia a la hora de es-
tudiar las relaciones entre la Corona, la nobleza, el servicio militar y la remune-
ración de los servicios prestados, ha permanecido prácticamente inédita en los
estudios sobre las Órdenes Militares3. A pesar de los considerables avances que
ha experimentado el conocimiento sobre estas milicias, aspectos como sus im-
plicaciones propiamente castrenses y los intentos de movilización de los caballe-
ros de hábito durante el ministerio de D. Gaspar de Guzmán no han sido abor-
dados en profundidad, carencias que con este trabajo me propongo aminorar.
En cuanto al punto de partida, resulta muy difícil aislarse de los planteamien-
tos heredados de la historiografía tradicional, para quienes la ruptura del nexo
que unía a la nobleza y a las Órdenes Militares era algo incuestionable. Pero es-
tas tesis tan categóricas están dejando paso a otras mucho más equilibradas, que
valoran en su justa medida la compleja realidad a la que se tuvo que enfrentar
la monarquía española durante las décadas de los 30 y los 40. De este modo se-
ría correcto hablar de una adaptación a los nuevos tiempos, donde otras moda-
lidades de servicio que no implicaban la asistencia personal eran muy apreciadas
por el monarca, en lugar de una decadencia de los valores militares. Finalmente
debe subrayarse la importancia de conceptos como negociación, acuerdo o pac-
to a la hora de analizar las relaciones entre la Corona y sus primeros súbditos.
Respecto a la estructura de la obra, comienzo con una valoración de la produc-
ción historiográica sobre las Órdenes Militares, con especial atención a los traba-
jos aparecidos desde la segunda mitad del siglo xx, momento a partir del cual se

2.  A. Domínguez Ortiz: Política y hacienda de Felipe iv. Madrid, 1960. J. Alcalá-Zamora: España,


Flandes y el Mar del Norte. Barcelona, 1975. J. H. Elliott: El Conde Duque de Olivares. El político
de una época en decadencia. Barcelona, 1990. [1ª edición en inglés: Londres, 1986].
3.  Las únicas excepciones han sido: A.  Domínguez Ortiz: “La movilización de la nobleza cas-
tellana  en  1640”,  en:  Anuario de Historia del derecho español,  nº  25  (1955).  pp.  799-823. 
E.  Postigo  Castellanos:  “Notas  para  un  fracaso:  la  convocatoria  de  las  Órdenes  Militares. 
1640-1645”,  en:  Las Ordenes Militares en el Mediterráneo Occidental (siglos xiii-xviii). Casa de
Velázquez. Instituto de Estudios Manchegos. 1989. pp. 397-414. F. Fernández Izquierdo: “Los 
caballeros cruzados en el ejército de la Monarquía Hispánica durante los siglos xvi y xvii: 
¿anhelo  o  realidad?”,  en:  Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante,
nº 22 (2004). pp. 11-60.
INTRODUCCIÓN

produjo una verdadera revolución en los estudios sobre estas milicias, y los publi- 17
cados en los últimos años, que atestiguan el interés de los especialistas por ellas.
Le sigue un segundo capítulo en el que abordo el debate existente en la so-
ciedad de la época sobre la función de la nobleza en ella, así como la naturaleza
del servicio nobiliario. Se trata de una cuestión que hunde sus raíces en época
medieval, y que permite encuadrarla en un contexto histórico, pues los defen-
sores de la vertiente más tradicional de la función nobiliaria siempre invocarán
ese periodo como el modelo a seguir.
En el tercer epígrafe me centro en la concepción que tenía el Conde Duque
de la nobleza (entendida en sentido amplio), así como de los planes que había
esbozado para moldear al segundo estamento en función de su programa polí-
tico-social. El origen de todo era la, según su criterio, cada vez mayor distancia
entre los privilegiados y la actividad que legitimaba su posición en la sociedad.
En su opinión, uno de los problemas cuya solución debía acometerse inmedia-
tamente era las deiciencias educativas de los vástagos de las principales familias
de la monarquía, pues sin un claro programa educativo destinado a la próxima
generación de altos cargos (tanto civiles como militares) todo esfuerzo en esa di-
rección sería inútil. Paralelamente trató de llevar a cabo una nueva política de
gratiicación de los servicios prestados, destinada a conseguir el servicio de indi-
viduos deseosos de demostrar su valía para ascender en la sociedad, pero que la
falta de incentivos les retraía de hacerlo.
Aquí es donde Olivares obtuvo algunos éxitos, limitados si se tiene en cuenta
el tamaño de la estructura militar y administrativa de la monarquía de España,
pues luchó contra viento y marea para eliminar las malas prácticas heredadas.
Por el contrario, y a pesar de que obtuvo de ellos grandes asistencias en forma de
levas y dinero, fracasó en su intento de doblegar a grandes y títulos para que se
plegaran a sus deseos y sirvieran incondicionalmente a la Corona. A este respec-
to, cuando la administración real recurrió al acuerdo y se pactó una asistencia
entre ambas partes, los resultados obtenidos fueron mucho más cuantiosos que
cuando se amenazaba con la imposición de castigos a los nobles desobedientes.
Seguidamente intento acercarme a la idea que Olivares tenía sobre las Órdenes
Militares, y el modo en que podían ser útiles a la defensa de la monarquía. En
cuanto a este particular, cabe destacar que el primer ministro fue capaz de con-
densar toda la producción intelectual de los autores encuadrados dentro de la co-
rriente arbitrista, quienes dieron a conocer nuevas ideas (si bien en su mayor par-
te, al igual que gran parte de las innovaciones que trató de introducir D. Gaspar
en sus años de gobierno, volvían sus miras hacia un tiempo pretérito) para que
estas congregaciones recuperaran su esplendor. Pero la importancia del Conde
Duque no radica en que fuera capaz de asimilar esta herencia y adaptarla a su
pensamiento político-social sino que, desde su privilegiada posición, fue capaz de
llevarla a la práctica, convirtiéndose en el primer (y único) arbitrista con poder.
Para concluir, me centro en los acontecimientos que desembocaron en la deci-
sión, adoptada en enero de 1640, de formar una unidad de caballería compuesta
por caballeros de hábito, comendadores y sus sustitutos. Como podrá comprobar-
se más adelante, se trató de una resolución largamente meditada en los años ante-
riores, y que supuso la culminación de una política cuya inalidad era aumentar,
aún más, el grado de participación de los privilegiados en las labores defensivas.
LAS ÓRDENES MILITARES DURANTE EL MINISTERIO DEL CONDE DUQUE DE OLIVARES

18 Una vez conocidas las circunstancias en las que se decidió formar el Batallón
de las Órdenes, paso a tratar todo lo relacionado con las tareas de reclutamien-
to de caballeros y sustitutos, las personas encargadas de llevarlo a cabo, las loca-
lidades donde más resistencia encontraron las órdenes reales y aquellas donde se
obtuvieron los mejores resultados. Cabe destacar el papel que en todo ello juga-
ron los poderes locales pues, en deinitiva, serían ellos los responsables de llevar
a la práctica los mandatos remitidos desde la Corte. Respecto a este particular,
tendrá ocasión de comprobarse las grandes limitaciones del poder real para ha-
cer cumplir sus disposiciones pues, en general, aquellos miraron más por sus in-
tereses que por los de la Corona. De modo que fueron habituales los retrasos, las
dilaciones e incluso la omisión deliberada de las resoluciones reales. Pese a todos
los problemas a los que debió hacer frente la Junta de la Milicia de las Órdenes,
organismo encargado de organizar esta unidad, se alcanzó el objetivo propues-
to y el Batallón tomó parte en los combates durante las compañas de los años
1640, 1641 y siguientes. No obstante, he decidido marcar como límite cronoló-
gico del trabajo ese año, pues a partir de 1642 se introdujeron importantes nove-
dades en todo lo relacionado con esta fuerza montada, que acarrearon una mo-
diicación de las condiciones iniciales.
Respecto a las fuentes utilizadas, tienen un triple origen: el Archivo Histórico
Nacional, la Biblioteca Nacional y el Archivo General de Simancas. En el prime-
ro de ellos destaca la sección de Órdenes Militares, donde he accedido a la docu-
mentación conservada bajo el epígrafe “Junta de Caballería” (el organismo diri-
gido por el Conde Duque que se encargó de la movilización y reclutamiento de
los caballeros de hábito para formar el Batallón de las Órdenes), que me ha pro-
porcionado información de primera mano sobre las tareas de formación de la
unidad, la resistencia ofrecida por los poderes locales y el modo en que se lleva-
ron a cabo los alistamientos en las diferentes circunscripciones.
Los ricos fondos, tanto impresos como manuscritos, procedentes de la
Biblioteca Nacional me han ofrecido una visión general sobre el contexto inte-
lectual existente, en los siglos xvi y xvii, en cuanto al papel de estas milicias en
la España de los Austrias, así como de los diferentes programas dados a cono-
cer para devolverlas su esplendor. Igualmente me ha resultado útil para recons-
truir el periplo del Batallón de las Órdenes en el frente catalán, y su papel en las
operaciones militares.
En el Archivo General de Simancas, y más concretamente en su sección de
Guerra Antigua, gracias a la información recogida en las consultas del Consejo
de Guerra, y también otras entidades administrativas con competencias en ma-
teria militar, he podido acercarme a los intentos de movilización del estamento
privilegiado, desde antes del inicio de la guerra con Francia y hasta el año 1640,
momento en el que se ordenó la formación del Batallón de las Órdenes. Aunque
también me ha aportado información relativa a la constitución de la unidad y su
estado en los meses posteriores.
Otros centros documentales en los que he trabajado han sido la Real Academia
de la Historia y la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, si bien su peso
dentro de este capítulo es mucho menor en comparación con los tres ya referidos.
INTRODUCCIÓN

Dedico esta obra a la memoria de mis dos abuelas, fallecidas el año pasado. Y 19
me gustaría agradecer a mi familia (en sentido amplio) su colaboración y apoyo
incuestionable, pues sin ellos no hubiera podido llevar a buen puerto esta em-
presa. No se trata de una frase hecha, pues con el nacimiento de mi primer hijo
los momentos de trabajo se han reducido considerablemente, y gracias a su ayu-
da he disfrutado del tiempo necesario para continuar desarrollando mi tarea de
historiador.
También estoy en deuda con el Dr. Adolfo Carrasco Martínez, tanto por sus
acertadas sugerencias como por su amabilidad a la hora de prologar estas páginas.

Madrid, noviembre de 2013.

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