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mucho antes que existiéramos ya estábamos presentes en la mente de Dios, pues dice la
Biblia: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta
a las naciones” (Jeremías 1:5).
Ser hija de Dios es el mayor de los privilegios, pero a veces no logramos dimensionar los
alcances a los que esta condición nos lleva, como tampoco identificamos las
responsabilidades que implica tal posición. Ser hijo no es una actitud, es un estado, una
postura que nos lleva a adoptar una actitud, ya que todo hijo como tal goza de unos
privilegios, derechos y beneficios, pero también participa de unos deberes que se traducen en
servicio.
Privilegios de ser hijos de Dios
El ser hijo de Dios nos lleva a gozar de una condición muy alta, nos da estatus,
reconocimiento y nos hace heredar, tales beneficios los podemos describir a continuación:
Dios nuestro Padre nos amó primero, nos rescató cuando por rebeldía nos habíamos
extraviado y nos fuimos de casa, nos limpió al hallarnos sucios, nos dio abrigo al encontrarnos
desprotegidos, nos alumbró cuando estábamos en las más densas tinieblas, por estas y
muchas otras razones Dios espera que nos debamos a Él permaneciendo puros,
obedeciéndole y sirviéndole.
Ahora la Biblia declara que el obedecer a nuestros padres no solo es provechoso, también es
justo y a Dios le agrada “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es
justo” (Efesios 6:1) y dice: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al
Señor” (Colosenses 3:20). Este mandamiento es primeramente para con el Padre de los
padres, El cual se dio así mismo por nosotros, nos resta honrarle con el cumplimiento de sus
ordenanzas.
María siendo la madre del Salvador del mundo, no estimó este como un privilegio a que
aferrarse, por el contrario, obedeció y enseñó a los presentes en las bodas a obedecerle por
encima de cualquier cosa: “Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere” (Juan
2:5).
Deber de servirle
Una de las más grandes responsabilidades o deberes que adquiere un hijo es poder servir a
sus padres, ya que el padre le sirvió primero, lo crió, engrandeció y ahora espera ser honrado
con este beneficio de sus hijos. Servir es adorar, ministrar, trabajar en pro de su iglesia y
también permanecer fieles, reconociendo que, si tenemos alguna capacidad, don o ministerio,
no es por nuestra propia habilidad, sino que Dios lo ha puesto en nosotras porque lo necesita
para su beneficio, para la expansión de su obra y la gloria de su santo Nombre, por ello vale la
pena hacerlo con humildad, alegría, integridad, gratitud, sin murmuraciones, pensando que Él
nos ayuda; el compromiso es de cada hijo.