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Fuimos creadas por amor, engendradas con propósitos eternos, grandes y específicos, desde

mucho antes que existiéramos ya estábamos presentes en la mente de Dios, pues dice la
Biblia: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta
a las naciones” (Jeremías 1:5).
Ser hija de Dios es el mayor de los privilegios, pero a veces no logramos dimensionar los
alcances a los que esta condición nos lleva, como tampoco identificamos las
responsabilidades que implica tal posición. Ser hijo no es una actitud, es un estado, una
postura que nos lleva a adoptar una actitud, ya que todo hijo como tal goza de unos
privilegios, derechos y beneficios, pero también participa de unos deberes que se traducen en
servicio.
Privilegios de ser hijos de Dios
El ser hijo de Dios nos lleva a gozar de una condición muy alta, nos da estatus,
reconocimiento y nos hace heredar, tales beneficios los podemos describir a continuación:

Permanecer en la casa de Dios


Al no ser esclavos, si no hijos de Dios, gozamos del amor de nuestro Padre, para estar en su
casa y gozar de su compañía, la Escritura lo confirma: “Y el esclavo no queda en la casa para
siempre; el hijo sí queda para siempre” (Juan 8:35). Para muchas personas es un dolor y una
aflicción el vivir en casa ajena a la suya, pues esto conlleva muchas veces a escuchar malas
expresiones, a veces humillaciones y hasta zozobra de saber que en algún momento serán
desalojados, pues la casa finalmente es ocupada por los hijos del dueño, pero cuando la casa
es heredada de su padre hay seguridad y plena certeza que nadie lo sacará de allí, nosotras
gozamos de ésta alta condición de permanecer en las moradas del mejor Padre, aquel que
nunca se equivoca, tenemos la certeza que si permanecemos en su Palabra siempre
estaremos con Él y de su presencia nadie nos saca “y yo les doy vida eterna; y no perecerán
jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28).
Recibir lo mejor de Dios
Todo padre se preocupa por proveer para sus hijos, por amor y porque siente esa
responsabilidad, pero siempre como humano lo hace con limitaciones, según lo que haya en
su corazón, la Biblia dice que como humanos somos malos padres, pero nuestro Padre
celestial es bueno, justo y nos hace heredar lo mejor tanto física como Espiritualmente.
En lo físico
Podemos recibir sanidad para nuestro cuerpo y provisión para nuestras necesidades, somos
sus hijos, a alguien le dijo “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, Y como posesión tuya los
confines de la tierra” (Salmos 2:8), también nos ha dicho que si somos obedientes y pedimos
de acuerdo a su voluntad Él lo hace.
En lo Espiritual recibimos restauración, somos renovados cada día, según Romanos 8:16-17,
nos da su Espíritu Santo con las más ricas bondades, dice el texto: ¿Qué padre de vosotros, si su
hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le
pide un huevo, le dará un escorpión?” (Lucas 11: 11-12), nuestro Padre nos da su Espíritu Santo
para hacernos vivir en paz, amor, fe, bondad y templanza.
Recibir amor de nuestro Padre
Dios dice: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3).
Tenemos el Padre más amoroso, incomparable y sin igual.
Deberes de la hija de Dios
Como en toda familia hay derechos a reclamar y también hay deberes a cumplir, para que
exista un equilibrio armónico y sean compensados quienes nos dan lo mejor de ellos como
padres.

Dios nuestro Padre nos amó primero, nos rescató cuando por rebeldía nos habíamos
extraviado y nos fuimos de casa, nos limpió al hallarnos sucios, nos dio abrigo al encontrarnos
desprotegidos, nos alumbró cuando estábamos en las más densas tinieblas, por estas y
muchas otras razones Dios espera que nos debamos a Él permaneciendo puros,
obedeciéndole y sirviéndole.

Deber de permanecer en pureza


Dios es Santo y no hay ningún tipo de impurezas en Él, y para nosotras gozar de una perfecta
comunión con nuestro Padre debemos de permanecer en la misma condición, pues dice la
Biblia: “porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo”  (1 Pedro 1:16), purificando nuestros
corazones y nuestras mentes de obras muertas.
Deber de permanecer en obediencia
La obediencia es una actitud responsable de colaboración y participación, es importante para
las buenas relaciones, la convivencia y las tareas productivas. Como hijas nos conviene la
buena convivencia con nuestro Padre para que nos participe de sus bienes y decisiones, por
ello es indispensable acatar sus normas tal como nos lo ha mandado.

Ahora la Biblia declara que el obedecer a nuestros padres no solo es provechoso, también es
justo y a Dios le agrada “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es
justo” (Efesios 6:1) y dice: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al
Señor” (Colosenses 3:20). Este mandamiento es primeramente para con el Padre de los
padres, El cual se dio así mismo por nosotros, nos resta honrarle con el cumplimiento de sus
ordenanzas.
María siendo la madre del Salvador del mundo, no estimó este como un privilegio a que
aferrarse, por el contrario, obedeció y enseñó a los presentes en las bodas a obedecerle por
encima de cualquier cosa: “Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere” (Juan
2:5).
Deber de servirle
Una de las más grandes responsabilidades o deberes que adquiere un hijo es poder servir a
sus padres, ya que el padre le sirvió primero, lo crió, engrandeció y ahora espera ser honrado
con este beneficio de sus hijos. Servir es adorar, ministrar, trabajar en pro de su iglesia y
también permanecer fieles, reconociendo que, si tenemos alguna capacidad, don o ministerio,
no es por nuestra propia habilidad, sino que Dios lo ha puesto en nosotras porque lo necesita
para su beneficio, para la expansión de su obra y la gloria de su santo Nombre, por ello vale la
pena hacerlo con humildad, alegría, integridad, gratitud, sin murmuraciones, pensando que Él
nos ayuda; el compromiso es de cada hijo.

Cuando nosotras servimos a Dios, lo adoramos y también le obedecemos.

Conserva la identidad que Él te ha otorgado, vigila tus pensamientos, intenciones y acciones,


obedece su Palabra y sírvele con amor.

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