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Todos

estamos co(VID-19)nectados.
Cinco propuestas para un mundo mejor después de la pandemia
Luis Reygadas1

¿Cómo te gustaría que fuera el mundo después de la pandemia? ¿Qué cambios quisieras de
aquí al año 2030? El nuevo coronavirus nos ha interpelado como humanidad, como especie.
Todos estamos co(VID-19)nectados. Hay diferencias entre unos países y otros, pero nuestro
destino está más enlazado que nunca. Lo que comenzó en Wuhan ha cambiado la vida de miles
de millones de personas. En los próximos meses (¿años?), en tanto no exista una vacuna, el
riesgo global persistirá: basta que en cualquier rincón del planeta haya personas contagiadas
de COVID-19 para que la enfermedad se pueda extender a otros lugares. No sabemos si las
cosas serán mejores o peores después de esta crisis, pero necesitamos respuestas globales,
tenemos que pensar como humanidad. Bosquejo aquí cinco propuestas que, en mi opinión,
nos acercarían a un mundo mejor. Estoy seguro de que habrá otras más acertadas, más
sensatas, más viables. Lo importante es comenzar a debatir sobre los caminos posibles,
empezar a pensar como especie humana.

1. Un sistema global de salud, de acceso universal.


Una pandemia global tiene que atacarse de manera global. Si algunos países o algunos
sectores sociales se quedan rezagados, los riesgos de nuevos brotes persistirán para todos. En
un mundo tan interconectado como el actual, la salud de unos tiene que ver con la del resto.
Una globalización viable requiere sistemas de salud sólidos en todo el mundo. En las últimas
décadas las instituciones públicas de salud se han visto deterioradas, abandonadas a la lógica
del mercado y la ganancia. Cientos de millones personas no tienen acceso a atención médica
de calidad. Incluso algunos países desarrollados vieron desbordadas sus redes hospitalarias
frente a la crisis de contagios. La salud es un derecho humano fundamental. Para garantizarlo
es necesario que en todos los países exista acceso universal a atención médica básica de
calidad. Esto implica que los servicios de salud cubran a toda la población,
independientemente de su situación laboral. Se requieren sistemas nacionales de salud
fuertes, autónomos, pero que estén enlazados en un sistema global, que pueda responder de
manera coordinada a los retos actuales. La pandemia de COVID-19 es uno de ellos, pero hay
muchos otros. Respuestas globales a este padecimiento hubieran salvado miles de vidas y
hubieran reducido su impacto económico. Hay que conjuntar esfuerzos de investigación;
cuando se tengan vacunas y tratamientos para la COVID-19 tienen que ser un bien común,
patrimonio de la humanidad, no propiedad exclusiva de algunos países o algunas empresas.

1
Profesor del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana (México),
reygadasl@gmail.com

1
En ese sistema global de salud las voces de la comunidad científica y de la sociedad civil deben
tener más peso que los de la industria farmacéutica. Debe proteger las vidas de las personas,
no los intereses de los gobiernos y las corporaciones. No puede estar regido por el modelo
médico hegemónico, que favorece la híper-medicación y propicia el alza de los costos de
fármacos y equipos médicos.2 Tendría que poner énfasis en la prevención y en la atención
primaria a la salud de los sectores de escasos recursos. No debe olvidarse que enfermedades
estrechamente vinculadas con la pobreza causan estragos en pleno siglo XXI: cada año
enferman de malaria más de 200 millones de personas y más de 400000 mueren por ese
padecimiento; enferman de tuberculosis más de 1 millón de niños y mueren por esa causa
más de 250000, mientras que mueren por enfermedades diarreicas más de medio millón de
niños.3

¿De dónde podrían provenir los enormes recursos para crear un sistema global de salud? El
punto de partida es lo que los gobiernos gastan actualmente en salud. Pero tiene que
complementarse con aportaciones provenientes de los actores que más se han visto
beneficiados con la globalización. Desde hace varios años Thomas Piketty ha propuesto un
impuesto mundial progresivo al capital.4 La base de ese impuesto sería el valor de mercado de
los activos financieros (en especial cuentas bancarias, acciones y participaciones en las
empresas) y no financieros (en particular inmobiliarios). Piketty propone ese impuesto para
reducir las enormes desigualdades del mundo contemporáneo. Ese objetivo es muy válido,
pero a quienes detentan los grandes capitales no parece interesarles la disminución de la
desigualdad. En cambio, es más probable que se pueda establecer un impuesto de este tipo si
se destina en primer lugar a financiar el sistema global de salud universal. Una contribución
global COVID-19 puede ser el primer paso hacia un mundo más justo y con mayor bienestar.
No se trata de un gravamen exageradamente alto, tampoco uno que afecte a los pequeños y
medianos capitales. Un impuesto minúsculo a las grandes fortunas sería suficiente para que
todo el mundo tuviera acceso básico a la salud.5 Si tan sólo se estableciera un gravamen del
5% a las 2000 personas más ricas del mundo, se reunirían cada año 450000 millones de
dólares, cantidad que equivale a 165 veces el presupuesto anual de la Organización Mundial

2
Eduardo Menéndez, “Modelo hegemónico, modelo alternativo subordinado, modelo de auto atención.
Caracteres estructurales”, en La antropología médica en México (México, Universidad Autónoma
Metropolitana: 1992). Véase también Pedro Reygadas “La dictadura consentida en la epidemia del miedo”,
Revista Mexicana de Orientación Educativa, vol. 17, núm. 38, 2020, pp. 1-21.
3
Datos de la OMS para 2018; también mueren cada año cientos de miles por trastornos neonatales,
prematuridad y bajo peso al nacer.
4
Piketty, Thomas Piketty, Le capital au XXIe siècle (París, Seuil: 2013).
5
Piketty ha sugerido que el impuesto mundial al capital sólo se cobre a quienes tengan más de un millón de
euros de patrimonio; por ejemplo el 1% anual a patrimonios entre uno y cinco millones de euros y 2% para
patrimonios de más de cinco millones de euros; señala que se podría imaginar algo más progresivo para las
fortunas más altas: 5% o 10% para quienes tengan más de mil millones de euros (ibídem, p. 838).

2
de la Salud.6 Esta contribución global COVID-19 podría aportarse en dinero, en especie, en
apoyo a la investigación o a proyectos de salud, siempre y cuando sea de carácter obligatorio y
sea progresiva en función del monto de la fortuna.

2. Una era de mujeres al frente de gobiernos


La segunda propuesta para un mejor mundo post COVID-19 es que durante la próxima década
elijamos a gobernantes mujeres, o, si no es posible, a aquellas personas que garanticen mejor
el bienestar de toda la población. Un sistema global de salud requiere muchos recursos,
impuestos, coordinación entre muchos agentes. No es fácil, pero es prioritario. En contraste,
una década de gobernantes mujeres no requiere un solo dólar, bastaría el voto y la decisión
política de la mayoría de los ciudadanos. En el manejo de la pandemia de COVID-19 han
destacado varios gobiernos encabezados por mujeres: Katrín Jakobsdóttir en Islandia, Sanna
Marin en Finlandia, Jacinda Ardern en Nueva Zelanda, Tsai Ing-wen en Taiwan, Erna Solberg
en Noruega, Mette Frederiksen en Dinamarca y Angela Merkel en Alemania.7 De ningún modo
quiero decir que las mujeres siempre gobiernen mejor o que no existan gobiernos dirigidos
por hombres que hayan enfrentado bien la pandemia. En algunos de estos siete países los
buenos resultados también se deben a que existen sólidos sistemas de salud con cobertura
universal o muy amplia. Parece haber evidencia de que gobiernos encabezados por mujeres
reaccionaron más temprano y otorgaron mayor prioridad a la salud y la protección de la
población. Tanto mujeres como hombres podemos defender la vida y el bienestar, pero no es
casualidad que muchas mujeres gobernantes hayan reaccionado bien y a tiempo, mientras
que algunos gobernantes hombres no han estado a la altura del desafío. Es sintomático que
dos presidentes anti-feministas, Donald Trump y Jair Bolsonaro, encabecen la lista de
gobernantes que no han sabido privilegiar la salud y la vida en esta crisis. Frente a la COVID-
19, el cambio climático y el aumento de la violencia parecen encallar los políticos que emplean
lenguajes bélicos y machistas. Para abordar estos retos contemporáneos parece más
adecuadas mujeres gobernantes que hablan y trabajan en clave de cuidados y colaboración.

¿Qué pasaría si entre 2020 y 2030 en todo el mundo eligiéramos más mujeres al frente de los
países, de las ciudades, de los parlamentos, de los organismos internacionales? ¿Serviría de

6
Según la revista Forbes, en el mundo hay un poco más de 2000 personas que poseen más de mil millones
de dólares, cuyo patrimonio conjunto asciende a unos 8 billones de dólares (ocho millones de millones, que
equivalen a ocho trillones en el sistema inglés). Tan sólo un impuesto del 5% a las fortunas de esas 2000
personas arrojaría cada año 400,000 millones de dólares. El presupuesto bianual 2020-2021 de la
Organización Mundial de la Salud es de sólo 4840 millones de dólares (Organización Mundial de la Salud,
Presupuesto por Programas 2020-2021, Ginebra, OMS). Los multimillonarios deberían ser los primeros en
proponer una medida de este tipo: apenas en los primeros meses de la pandemia (4 de abril de 2020) sus
fortunas se habían reducido casi 9%, https://forbes.co/2020/04/07/negocios/listado-los-15-mas-ricos-del-
mundo-2020/, último acceso: 2 de junio de 2020.
7
Véase “Coronavirus: 7 mujeres que están al frente de algunos de los países que mejor están gestionando la
pandemia”, BBC News Mundo, 16 de abril de 2020, https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-
52295181, último acceso: 26 de mayo 2020.

3
algo que votáramos por mujeres y hombres que pongan la salud, la vida y la sustentabilidad
por encima de otros intereses económicos y políticos? Creo que sería un cambio muy positivo.
Vale la pena intentarlo. Elegir a más mujeres gobernantes me parece un señal inequívoca de
un mundo que busca cuidar más la vida. En los meses previos al confinamiento en muchas
partes del mundo hubo intensas movilizaciones contra la violencia hacia las mujeres, en
particular en América Latina. La elección de gobernantes mujeres y personas sensibles a la
agenda de género es también un símbolo de la necesidad de recuperar las demandas de esas
movilizaciones. Sospecho que gobiernos encabezados por mujeres tendrían posiciones más
colaborativas para enfrentar de manera coordinada los problemas globales.

3. Jornada laboral de 24 horas (o menos)

Si en los próximos meses todos regresamos a trabajar y a consumir como antes, como si nada
hubiera pasado, los riesgos de contagios y de nuevas pandemias serán enormes. Transportes
públicos saturados, centros comerciales repletos, fábricas y oficinas con miles de personas
trabajando codo a codo, estadios con decenas de miles de personas, sitios turísticos atestados.
Como ha dicho Bruno Latour, hay que aprovechar que por primera vez en la historia la
economía mundial frenó en seco. Es el momento de cambiar de rumbo, de ralentizar el paso,
de disminuir las horas de trabajo, de consumir menos. Es indispensable para que el planeta
sea viable y evitemos los colapsos ecológicos.8

Durante el confinamiento se ha hecho evidente una tremenda desigualdad entre la población


ocupada: los ingresos de quienes tenemos empleos estables se mantuvieron o disminuyeron
un poco, mientras que los ingresos de muchas personas que carecen de empleos estables
desaparecieron o se redujeron de una manera drástica. El desempleo estructural, en
particular entre los jóvenes, es uno de los problemas más serios de nuestra época. Con la
pandemia se agravó aún más. No se solucionará si la mitad de la población adulta trabaja
jornadas muy largas y la otra mitad sigue desempleada o subempleada. La alternativa es que
la gran mayoría de las personas en edad de trabajar tengan un empleo fijo, con ingresos y
prestaciones dignos, pero con menos horas de trabajo. Si durante la próxima década se pasa
de una jornada media de 40 horas a la semana a una de 24 horas semanales se podrían crear
aproximadamente 40% nuevos puestos de trabajo. Y todo el mundo tendría más tiempo para
otras actividades.

Pueden buscarse diferentes maneras de distribuir las 24 horas semanales de trabajo: en tres,
cuatro o cinco días a la semana, en combinaciones de trabajo presencial y trabajo virtual, de
acuerdo con el sector y las actividades. En muchos casos lo más razonable y ecológico sería
que cada persona tuviera tres jornadas de ocho horas, porque se reducirían los traslados y

8
Bruno Latour, “La crise sanitaire incite à se préparer à la mutation climatique”, Le Monde, 25 de marzo de
2020, https://www.lemonde.fr/idees/article/2020/03/25/la-crise-sanitaire-incite-a-se-preparer-a-la-
mutation-climatique_6034312_3232.html, último acceso: 26 de mayo de 2020.

4
disminuirían las aglomeraciones en el transporte público, algo que es fundamental después de
la pandemia. Cada país, cada sector y cada empresa podrían buscar los arreglos más
adecuados; la idea clave es que haya más puestos de trabajo, pero con menos horas laborales.
Desde la Revolución Industrial la reducción de la jornada de trabajo ha sido la mejor manera
de evitar que el aumento de la productividad se traduzca en mayor desempleo. Frente a los
avances de la automatización se hace aún más necesario disminuir las horas de trabajo de
cada persona. La necesidad de no congestionar los espacios después del SARS-CoV-2 hace más
razonable no salir a trabajar todos los días. Esto, además, reduce el abismo de inclusión y
exclusión que divide a quienes trabajan 10 o 12 horas diarias y a quienes no tienen empleo.

Pero ¿qué pasaría con los salarios si se reduce la jornada laboral? Hay muchas personas que
tienen ingresos muy bajos, que no pueden permitirse una disminución drástica de sus
salarios. Para enfrentar este dilema sería conveniente pensar en cuatro sectores de
trabajadores: los que no tienen un empleo estable, los que tienen empleo estable con salarios
bajos, los que tienen empleo estable con salarios medios y altos y los que trabajan por su
cuenta, como independientes. Para el primer grupo, que padece el desempleo estructural y no
tiene trabajo durante largas temporadas, la propuesta de reducir las horas de trabajo les
beneficia, porque serían quienes podrían ocupar los puestos vacantes generados por la
reducción de la jornada del resto; para ellos representa la posibilidad de acceder a un empleo
fijo, con ingresos dignos y condiciones de trabajo adecuadas. Para el segundo grupo (empleo
estable con salarios bajos), el reto es diseñar mecanismos para que una reducción del 40% en
sus horas de trabajo no implique una disminución del 40% en sus ingresos, es decir, que en la
medida de lo posible conserven los ingresos previos. Esto parece imposible, pero no lo es. En
primer lugar, con una jornada semanal de 24 horas se puede lograr un incremento en la
productividad, que permitiría proteger el ingreso. Países que tienen jornadas de trabajo más
cortas se encuentran entre los que tienen mayor productividad: Noruega, Luxemburgo,
Dinamarca, Finlandia y Alemania, entre otros. En segundo lugar, el Estado se ahorraría
muchos recursos por la reducción drástica del desempleo y la disminución de enfermedades
laborales (entre otras el estrés). Estos recursos podrían destinarse a la protección del salario.
En tercer lugar, el sector que tiene empleos fijos con ingresos medios y altos vería reducidos
sus ingresos, pero la ventaja es que trabajaría durante menos horas. Esto sería posible con un
cambio en el paradigma de vida y de consumo de la clase media y alta: una pequeña baja en
los ingresos y consumir un poco menos, a cambio de disponer de más tiempo libre, reducir el
estrés laboral y disminuir los traslados al trabajo. Muchos aceptarían el trato. Por último, en el
caso de los trabajadores independientes son ellos mismos quienes fijan su jornada laboral,
pero muchas veces la alargan por no contar con certeza en sus ingresos y por carecer de
servicios médicos y otras prestaciones. Podrían reducir sus horas de trabajo si sus actividades
tuvieran mayor respaldo institucional y si existe un sistema universal de salud y otras
prestaciones a las que tiene acceso el resto de la población trabajadora. Es un nuevo pacto

5
para todos: dejar atrás la pesadilla del modelo de trabajar hasta el agotamiento y consumir
hasta el hartazgo. Es una manera de escapar a la moderna sociedad del cansancio9, en la que
nos exigimos un rendimiento cada vez mayor para mantener el vértigo consumista que
deteriora la naturaleza y nuestra salud física y mental.

En aquellos casos en que se ha experimentado la reducción de la jornada de trabajo los


resultados han sido positivos: aumenta la productividad por hora, el personal pide menos
permisos para ausentarse del trabajo, disminuyen las reclamaciones de los clientes y los
márgenes de ganancia se mantienen y en, muchos casos, aumentan.10 Hay, sin embargo,
resistencias de trabajadores que temen que bajen sus ingresos y de empresarios que piensan
que mermarían sus ganancias. Esas resistencias se pueden vencer mediante acuerdos
laborales que beneficien a todas las partes, lo mismo que con la toma de conciencia de que la
reducción de los excesos workohólicos y consumistas puede dar paso a una mejor calidad de
vida.

La reducción del 40% (o más) de la jornada de trabajo es una propuesta complicada, sería
difícil que se instrumentara de manera drástica, de un día para otro. Pero a lo largo de una
década podría conseguirse esta meta. Una jornada laboral de 24 horas es un símbolo de un
mundo en el que compramos menos, pero vivimos mejor. La disminución de las horas de
trabajo y del consumismo es uno de los componentes de una alternativa civilizatoria
orientada a una relación sustentable con el medio ambiente.

4. Etiquetas ecológicas en todos los productos y servicios

La mejor forma de prevenir futuras pandemias es construir un mundo más sustentable. Es


evidente que la relación depredadora con la naturaleza está en el origen de la transmisión del
SARS-CoV-2 a los humanos. El cambio climático y el deterioro medioambiental demandan
cambios profundos, que tomarán varias décadas. Podemos comenzar con algo muy sencillo:
que todos los productos y servicios tengan una etiqueta ecológica, que en una escala del 1 al
10 certifique qué tan sustentables son, en comparación con otras opciones. Los bienes más
amigables con el medio ambiente y con la salud tendrían etiquetas verdes con notas entre 8 y
10, los de sustentabilidad media rótulos amarillos con calificaciones de 6 y 7. Los productos y
servicios menos amigables tendrían etiquetas rojas con numeración del 0 al 5.11 La asignación

9
Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio (Barcelona, Herder: 2012).
10
Diego Mariño, “Por qué los países en los que se trabaja menos horas son los más productivos”, La
información, 25 de marzo de 2019, https://www.lainformacion.com/economia-negocios-y-finanzas/paises-
trabaja-menos-horas-luxembrugo-noruega-mas-productivos/6495826/, último acceso: 4 de junio de 2020.
11
Christian Felber, promotor de la economía del bien común, ha sugerido que las mercancías tengan
etiquetas de colores que midan su contribución al bienestar social a partir de cinco valores: dignidad
humana, solidaridad, sostenibilidad ecológica, justicia social y participación democrática y transparencia
(Christian Felber, La economía del bien común. Un modelo económico que supera la dicotomía entre
capitalismo y comunismo para maximizar el bienestar de nuestra sociedad, Barcelona: Deusto, 2012, pp. 55-
69.

6
de puntajes requeriría evaluaciones rigurosas, diseñadas y supervisadas por organismos
independientes, que no estén controlados por las empresas y los gobiernos. Para el
consumidor el esquema sería muy simple: podría identificar con facilidad qué tan ecológicas
son las mercancías que se le ofrecen. De un solo golpe de vista sabría qué tan verde es su
smartphone12, qué tan beneficioso para la salud es el tomate que va a comer, cuál es el
impacto ambiental de un medio de transporte, qué tan sustentable es la ropa que va a
comprar, si la botella de agua que va a beber tiene una etiqueta roja porque recorrió miles de
kilómetros antes de llegar a su mesa.

Las etiquetas ecológicas pretenden que los consumidores devengan ciudadanos,13 los incluyen
en el esfuerzo por construir un mundo más sustentable, buscan que el simple acto de comprar
se convierta en un voto en favor del medio ambiente. Millones de pequeñas decisiones de
compra pueden estimular a las empresas que consumen menos energía y buscan proveedores
locales, así como desestimular a las que más dañan al medio ambiente. A esta acción
molecular de las personas se pueden sumar políticas públicas que otorguen apoyos a los
productores más sustentables y limiten o erradiquen los procesos con mayores impactos
negativos sobre el entorno. Agricultura urbana, agricultura orgánica, permacultura y
consumo de productos de entornos cercanos son prácticas que pueden reducir seriamente la
huella de carbono. La pandemia nos ha enseñado que podemos consumir menos, comprar
menos ropa y preparar más comida en casa.

Si después de la pandemia provocada por el nuevo coronavirus no avanzamos hacia un


mundo más sustentable, las próximas catástrofes ecológicas pueden ser más devastadoras.
Etiquetas ecológicas en todo lo que consumimos, un pequeño símbolo de la necesidad de
reorientar el desarrollo con énfasis en la salud, el bienestar social y la sustentabilidad.

5. Construcción de un puente en el Estrecho de Gibraltar

Es increíble que todavía no exista una comunicación terrestre entre Europa y África en la
parte oeste del Mediterráneo. Desde el punto de vista geográfico se encuentran realmente
cerca: en la parte más angosta del Estrecho de Gibraltar sólo 14 kilómetros separan a España
de Marruecos. A pesar de que África y Europa han tenido relaciones intensas desde hace
muchos siglos, no se ha construido un puente que los comunique en esta zona. Un puente
evitaría que cada año muriesen cientos de personas que intentan llegar a Europa por vía
marítima: la ONU calcula que entre 2014 y 2020 han muerto alrededor de 20,000 migrantes
tratando de cruzar el Mediterráneo.14

12
Richard Maxwell y Toby Miller, How Green is your smartphone? (Cambridge, Polity Press: 2020).
13
Néstor García Canclini, Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización (México,
Grijalbo: 1995).
14
“Los migrantes muertos en el Mediterráneo desde 2014 suman más de 20.000”, Noticias ONU, 20 de
marzo de 2020, https://news.un.org/es/story/2020/03/1470681, último acceso: 1º de junio de 2020.

7
Desde 1979 España y Marruecos acordaron la construcción de un enlace terrestre a través del
Estrecho de Gibraltar, pero la obra no se ha realizado. Desde el punto de vista técnico no es un
proyecto complicado. En el mundo existen 44 puentes con más de 15 kilómetros de longitud,
incluyendo uno en China que recorre más de 160 kilómetros sobre el mar. Incluso hay una
propuesta para construir una presa puente en el Estrecho de Gibraltar, que además de lograr
la conexión terrestre entre los dos continentes podría ayudar a regular el nivel del agua del
Mediterráneo, problema que se vuelve cada vez más acuciante.15 Una obra de este tipo tendría
que tomar en cuenta las características de las placas tectónicas de África y de la península
Ibérica, además de que debería prever el tránsito de vida marítima. Pero la razón principal
para que no se haya construido una conexión terrestre en el Estrecho no es geológica ni
ecológica, sino geopolítica: la resistencia a vincular en forma digna a África con el resto del
mundo, la pretensión de mantener a Europa como una fortaleza.

Esta propuesta puede parecer demasiado específica, que atañe sólo a dos regiones. Pero, al
igual que las otras cuatro, es una propuesta símbolo, en este caso representa la aspiración de
una humanidad mejor conectada, sin abismos entre el Norte y el Sur, entre Oriente y
Occidente. Pude hacer propuesto la demolición de todos los muros y cercas que separan la
frontera entre México y Estados Unidos de América. Veo un puente en el Estrecho de Gibraltar
como un misil simbólico contra el muro de Trump, contra el Brexit, contra el resurgimiento de
los nacionalismos recalcitrantes. Con el SARS-CoV-2 se han intensificado los delirios racistas y
las tentaciones proteccionistas. Muchos pensarán que la mejor salvaguardia contra una
pandemia es aislarse del mundo y endurecer las políticas migratorias. Yo estoy convencido de
lo contrario: el cierre de las fronteras provocará migraciones clandestinas, que multiplican el
riesgo de la llegada de personas que no pasan por una revisión de salud. Los traficantes de
personas no hacen pruebas de COVID-19, los migrantes indocumentados no suelen acudir a los
servicios de salud por temor a ser deportados. En cambio, si toda la migración es legal y
abierta todos los países podrán establecer los filtros sanitarios y las medidas de prevención
que sean necesarios. Además, si se crea el sistema global de salud universal, propuesto más
arriba, se derrumba uno de los argumentos de las políticas anti-migratorias: la salud de toda
la población, migrante o no migrante, será una responsabilidad global, compartida. Por otra
parte, el muro de Trump y la fortaleza europea no impidieron que Estados Unidos de América
y Europa estuvieran entre las regiones más golpeadas por la pandemia.

Un puente en el Estrecho de Gibraltar es una metáfora de un mundo más conectado, con


mayor libertad de tránsito, en el que las fronteras sean meras instancias administrativas y no
barreras de exclusión, en el que no sean necesarios los campos de refugiados.

15
“La Solución para unir Europa-África y regular el nivel del mar Mediterráneo por el deshielo polar”,
https://www.youtube.com/watch?v=9bbFyKE2DWw, ultimo acceso: 1º de junio de 2020.

8
Todos estamos co(VID-19)nectados. Es cierto que la difusión de una enfermedad contagiosa es
más rápida en un mundo globalizado, interdependiente e intensamente urbanizado. Pero con
una población mundial cercana a los ocho mil millones de personas el aislamiento es una
ilusión vana y peligrosa. No se trata de eliminar las interconexiones, sino de transitar de una
globalización enferma, que puso en el centro los intereses de las élites políticas y económicas,
a una globalización sustentable, que haga énfasis en las personas, en la salud y en el medio
ambiente. Sería terrible que los países poderosos y las grandes compañías farmacéuticas se
enfrascaran en una lucha por controlar las vacunas, las medicinas y los tratamientos.
¿Queremos vivir en un mundo en el que cada país se convierta en una fortaleza
(supuestamente) inexpugnable? En la actualidad la salud de las personas, de los animales y
vegetales, del medio ambiente, de las economías e incluso de las redes digitales es un desafío
global. Tenemos virus, movimientos financieros, cadenas productivas, basura, desechos
industriales, organizaciones criminales y flujos cibernéticos que trascienden las fronteras.
Pero los gobiernos, los organismos de salud, los mecanismos fiscales, las políticas
redistributivas, los dispositivos judiciales y las instancias parlamentarias siguen siendo
nacionales y, en muchos casos, nacionalistas. Las dinámicas globales demandan una
gobernanza mundial. La construcción de la gobernanza global tomará décadas, quizás siglos.
Pero es posible dar pequeños pasos en esa dirección.

Un sistema global de acceso universal a la salud, financiado por un impuesto mundial al


capital (contribución global COVID-19) es la primera piedra de un estado de bienestar
global, de un mundo menos desigual. Una década de gobernantes mujeres es una ruta hacia
gobiernos colaborativos, que pongan la vida en el centro, que encabecen un mundo que tienda
a eliminar las inequidades de género y otras inequidades. La jornada de 24 horas es una
baliza que busca evitar el despeñadero de la sociedad del cansancio y del consumismo.
Etiquetas ecológicas como emblema de una nueva relación con la naturaleza, prioridad para
prevenir pandemias y catástrofes ambientales. Un puente en el Estrecho de Gibraltar como
metáfora de un mundo conectado en el que una persona pueda caminar desde Ciudad del
Cabo hasta el este de Asia, sin muros que separen Norte y Sur, Oriente y Occidente. Son cinco
simples propuestas. No constituyen una estrategia articulada ni un plan meticulosamente
elaborado. Sólo bosquejan el mundo en el que me gustaría vivir después de la pandemia.

Ciudad de México, 8 de junio de 2020.

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