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Primera edición.
©Ese highlander es un demonio. Trilogía «Logan» nº1
©Jenny Del.
©Septiembre, 2022.
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ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
 
 
Capítulo 1

 
—Que no, Gonzalo, que no es por ti, que es por mí—le repetía una y otra
vez.
 
—Es que no me cabe en la cabeza, Brenda, no me cabe.
 
—Y yo qué culpa tengo de eso, porque tú cabeza tienes.
 
—¿Y encima me estás llamando cabezón? Te vas, te llevas a nuestro hijo y
encima a las Highlands, al quinto pino, vaya…
 
—Y dale, anda que no te repites nada, eres peor que un disco rayado…
 
—¿Qué sabrás tú de discos rayados? Si eres una niña…
 
—Una niña tampoco soy, que tengo veinticinco y no se admite rima—Vaya
tontería, él no la hubiera hecho. A Gonzalo le faltaba toda la chispa que yo
tenía.
 
—Para mí una niña, ya lo sabes.
 
—Y quizás sea ese el problema—murmuré porque en ese momento lo veía
así.
 
—Si fuera el padre biológico de tu hijo no te importaría, pero claro, ese
tema no se puede ni mencionar.
 
—Tú lo has dicho, salvo que quieras que tengamos gresca—le advertí
porque yo me conocía.
 
—No es justo, no es justo, te llevas a nuestro hijo.
 
—Y dale, que no es tu hijo. Y, además, ¿qué quieres que haga? Estoy
embarazada de cinco meses, pues claro que me lo tengo que levar conmigo,
¿me parto en dos?
 
—Con tal de que una partecita de ti se quedase conmigo…—murmuró con
ojos vidriosos.
 
—No y no, chantajes a mí no, te lo advierto, quedas más que advertido.
Todo esto empezó porque me ponías puchero y mira cómo ha terminado.
 
—¿Cómo ha terminado? Para mí han sido los mejores meses de mi vida,
Brenda, no seas tan dura.
 
—Soy como soy—resoplé—. Tú no puedes cambiarme igual que yo no
puedo cambiarte a ti.
 
—Quédate, mujer…
 
—Y dale, mira que eres pesado, si tuviera que matar a un elefante a
cosquillas me resultaría menos pesado de lo que eres tú.
 
—Ese es el problema, que yo no te gusto. Para que te gustase tendría que
llevar una gaita y una faldita de esas escocesas.
 
—Y dale y dale, que yo al innombrable nunca lo vi en faldita, qué pesado
eres. Y que se llaman kilts, no faldas.
 
—Se llaman que me voy a cagar en todo lo que se menea, así es como se
llaman.
 
—Tú entretente en lo que quieras, aunque mira, por primera vez te
reconozco que veo que tienes algo de sangre en las venas.
 
—¿Y qué crees que tengo entonces?
 
—Batido de vainilla o algo así, porque sangre lo que se dice sangre…
 
Es que de donde no hay no se puede sacar y eso era lo que nos había pasado
a nosotros. Por mucho que Gonzalo se pusiera como le diera la gana, no
estábamos hechos para ser pareja.
 
—Muy simpática, es una broma igual que el resto, ¿no? Dime que no te vas,
que todo esto te lo has inventado para hacerme rabiar, que tú si no la estás
liando no vives.
 
—Que no, Gonzalo. Va en serio que me marcho y que me gustaría que no te
lo tomaras mal, que me da pena.
 
—¿Pena? Eso es todo lo que te inspiro—Aquel hombre, que rozaba los
cuarenta, se puso tan colorado que yo creí que le iba a dar algo.
 
—A mí no me mires así, que yo también me he asustado, ¿eh? Coge una
bolsa para hiperventilar o algo, no vayas a reventar, que bastante tenemos
con que reviente yo en unos meses.
 
—Eso no se llama reventar, se llama dar a luz. Y no sabes lo que daría yo
por estar a tu lado en ese momento.
 
—Se llama como a mí me dé la gana, que para eso los dolores los pasaré yo.
Y de lo otro, de veras que te estoy muy agradecida, pero no puede ser, es
que no encajamos.
 
—No encajamos porque tú lo tienes todavía en la cabeza…
 
—Y dale, luego no quieres que diga que eres pesadito, pues lo eres y una
“jarta”, como le decía Melanie a Antonio que lo quería, sin tilde y con jota.
 
—Hasta la jota te comía yo—me miró con total deseo mezclado con pena,
con infinita pena—. Deberías quedarte, solo te vas porque no has superado
lo del soplagaitas ese, no irás a buscarlo, ¿verdad?
 
—Que no, que no quiero saber nada del innombrable. Solo es que sé que
tengo ciertas posibilidades de prosperar allí, solo eso.
 
—¿En las Highlands? Pero mujer, ¿dónde vas a estar tú mejor que en
Móstoles?
 
—Claro que sí, ole tus huevos, como en Móstoles en ninguna parte, que
para eso esta es la tierra de las famosas empanadillas de Encarna,
 
—¿Y tú cómo sabes eso? Pero si es muy antiguo, de los “Martes y Trece”.
 
—Porque le encantaban a mi bisabuela Dolores y me los ponía cuando yo
era niña.
 
—Ay, la pobre, y ahora se le ha ido la cabeza. Ya ni empanadillas ni nada.
 
—Pues sí, ahora voy a verla a la residencia y me confunde con su amiga
Adelita, que dice que nos pongamos a saltar a la comba. Para eso estamos
las dos, ella con sus cien años y yo con el bombo—Me eché a reír pensando
en las cosas de mi bisabuela.
 
—Te veo reír y es que me enamoro más, jodida…
 
—Pues ya me pongo la mar de seriecita, tú descuida—Traté de hacerlo,
aguantando la risa.
 
—¿De veras que no quieres que lo intentemos? Ni al niño ni a ti os faltaría
de nada, Brenda.
 
—Que no, Gonzalo, que lo siento muchísimo, yo ya he visto que no
funciona.
 
—Si apenas me ha dado tiempo a demostrarte nada, niña, ¿tú sabes todos
los planes que tenía para ti?
 
—Lo sé y te los agradezco, solo que lo que no puede ser, no puede ser y
además es imposible. Mi avión sale en un par de horas.
 
—Te vas y te llevas toda tu vida en tres maletas, es una locura.
 
—No es una locura porque lo que me importa de veras se viene conmigo—
le confesé, acariciando mi barrigota.
Capítulo 2

 
Llegamos al aeropuerto y allí seguía a mi lado.
 
—Vete ya, Gonzalo, te lo pido por favor, que no quiero formar un numerito
aquí, me estás poniendo de los nervios.
 
—¿Por qué? Si yo no estoy haciendo nada, mujer.
 
—Pues entonces levántate, ¿qué haces de rodillas? Aquella viejecita del
fondo te está grabando, al final esto se hace viral, ya verás.
 
—Me da igual. Mira, Brenda, las ocasiones no se pueden desaprovechar en
la vida, que los trenes…
 
—Ay, qué hartita me tienes con eso de los trenes, que ya sé que solo pasan
una vez en la vida, aunque digo yo que tienen un montón de vagones, ¿no?
Ya si eso, tú te subes a otro.
 
—Que no, Brenda, que yo te quiero a ti…
 
—Pero yo a ti no, no me lo pongas más difícil que te prometo que voy a
empezar a chillar y vendrán a detenerte—Miré por cerciorarme de si había
alguien de seguridad por allí. Y tanto que lo había, menudo macizorro, se
me fueron los ojos…
 
—No, nada de gritar, reserva las emociones para esto—Sacó una cajita
aterciopelada de sus pantalones, muy en su línea, todo retro, y yo sentí que
tenía un antojo en ese instante; el de matarlo.
 
—No me vayas a decir que ahí dentro hay lo que yo creo que hay porque
hasta entonces no acabaremos mal tú y yo.
 
—Mujer, si te va a encantar, no seas tan dura conmigo…
 
—Soy como me sale del kiwi y ya conoces mis arranques, no sé para qué
me buscas.
 
—Porque me quiero casar contigo, por eso—Abrió la cajita y allá que
apareció una sortija tan clásica que la debió llevar por lo menos la bisabuela
de Sissi Emperatriz.
 
—¿Qué has dicho que quieres? —El temblor de mis piernas no acompañaba
demasiado, me puse a sudar como un pollo.
 
Soy consciente de que eso de sudar como un pollo no queda demasiado
elegante, que otros hablan de finas capas de sudor que perlan la piel, pero
no… Yo sé lo que me digo y estaba sudando a chorros, como si acabasen de
abrir un grifo.
 
—Casarme contigo, eso es lo que quiero.
 
—A mí no me amenaces, ¿eh? Te lo advertí, ya voy a gritar…
 
Dicho y hecho, yo no soy de decir las cosas y luego no hacerlas, para nada.
Yo soy de advertirlas y hacerlas peor todavía.
 
Se formó y no precisamente “La gozadera”, como en la canción de “Gente
de zona”, sino que se lio el taco y bien liado.
 
En menos de lo que tarda una mariposa en aletear, ya estaba a mi lado el
macizorro del seguridad.
 
—¿Qué le pasa, señorita?
 
Mejor que no le dijera yo lo que me pasaba al tenerlo delante, porque noté
una humedad cayendo desde mi útero, ese que andaba con tanto furor por el
embarazo. Vaya, que no es que hubiese roto aguas, sino que me puso tó
perra.
 
—Este, que me acaba de proponer matrimonio, ¿no lo ves? Y eso es…
 
—Es muy romántico, ¿no? —me preguntó extrañado.
 
—Tanto cuerpo y tan poco cerebro, ya me extrañaba a mí, al que no le falta
una cosa le falta otra. Mira, detenlo o haz lo que tengas que hacer con él,
que yo me voy.
 
—¿Me vas a dejar así, Brenda? —No daba crédito, Gonzalo no lo daba.
 
—Todavía puedo dejarte también con todos los dedos marcados en la cara,
que me estás tocando ya tú mucho el higo, chaval. Y lo de chaval se me ha
escapado, no te montes la película.
 
Todavía me chillaba de lejos que me lo pensara cuando pasé el embarque,
que no he sentido más vergüenza en mi vida.
 
—¡Piénsatelo, cariño, que yo quiero que seas mi mujer! —exclamaba a voz
en grito.
 
—¡Y yo quiero parir sin dolor y ya verás cuando llegue el momento, no voy
a chillar nada! Que todo no se puede tener…
 
—¡La culpa es del soplagaitas, del soplagaitas ese! —Maldecía su suerte
cuando por fin me quité de en medio.
 
Hasta ansiedad me había provocado, manda narices. Menos mal que yo no
soy de engordar, porque traté de calmarme con la mejor de las medicinas;
las grageas de chocolate.
 
—¿Tienes M&M’S? —le pregunté a la azafata.
 
—Sí, sí, ¿quiere un paquete?
 
—¿Cuántos llevas?
 
—¿Cómo que cuántos llevo? Pues un montón, todo el carrito lleno.
 
—Pues me los das todos y vas a por más, no sea que se me terminen y me
dé ansiedad, que me noto una poquita de velocidad en la sangre.
 
—Es una broma, ¿no?
 
—¿Lo de la velocidad en la sangre? Pues supongo que no se llama así, es
como el correr de tripas, que tampoco sé cómo se llama, pero yo digo que
me corren las tripas y me entiende todo el mundo, ¿a ti no? Joder, con todos
los idiomas que sabes hablar y me entienden a mí mejor que a ti, lo que es
la vida.
 
—No, mujer, decía que si es una broma lo de las grageas de chocolate, qué
ingeniosa—Negó con la cabeza.
 
—Poca broma, ¿eh? Poca broma. Yo necesito chocolate y lo necesito en
vena. Pero como entiendo que eso no sería del gusto de mi ginecólogo, que
es muy tiquismiquis, pues no te voy a pedir que me enchufes nada. Oye,
salvo que venga tu compañero, el rubito, que ese no me importaría que me
enchufase alguna que otra cosita—Le sonreí ansiosa.
 
—Me temo que eso no forma parte del servicio de la compañía—Rio ella.
 
—Pues muy malamente, ¿eh? Que con el pastizal que pagamos por
llevarnos una sofocación volando, ya podríais satisfacer más al cliente.
 
—Mujer, si esta es una compañía low cost…
 
—¿Y? Que una no está para ir regalando el dinero. Dile a tu compañero que
venga, que igual a ese no le importa darme un extra.
 
No hubo suerte, él se lo perdió. Yo estaba muy nerviosa por varias cositas,
porque Gonzalo me había sacado de mis casillas, porque no me gustaba
volar y, para colmo, porque era ver un tío bueno y sentir unas ganas de que
me diera un buen meneo que no eran normales.
 
A mí el furor uterino no me había faltado nunca. Ahora bien, desde que
estaba embarazada la cosa había ido a más, experimentando un ascenso
meteórico. Cada una tiene sus antojos cuando le llega eso del estado de
buena esperanza. Y a mí, lo que se me antojaba era un tío bueno. O, mejor
todavía, un puñado de ellos…
 
Mi historia puede parecer un poco peculiar, si bien en el fondo no lo es
tanto; meses atrás me lie con Logan, alias “el innombrable” para mí, un
profesor de intercambio que vino a darnos clases a la facultad. Porque,
aunque no lo parezca, yo soy licenciada en Filología Inglesa. No hablaré
tantos idiomas como la azafata, pero el inglés se me da divinamente.
 
Bueno, igual he de matizar un poco; no he sido nunca la mejor estudiante
del mundo, aunque sí tenaz. Y la carrera me la saqué en algún que otro
curso de más, ¿y? Lo mismo da, llegué al mismo punto que el resto de mis
compañeros; a la cola del paro.
 
Ya por aquel entonces se me había pasado por la cabeza eso de irme a algún
lugar del Reino Unido a darle a mi inglés el empujoncito final que
necesitaba; el de vivir allí uno o dos añitos.
 
Antes de eso, que yo soy de adelantarme para todo, dejé que el empujoncito
me lo diera aquel profesor, que estaba bueno hasta la saciedad, bueno hasta
decir basta, solo que era un poco más calladito que yo y, sería por eso,
omitió el pequeño detalle de que estaba casado.
 
Yo, que soy la mar de orgullosa, me sentí fatal el día que por fin el tío soltó
prenda. Total, qué os voy a contar. Mi hermana Mónica, dos años mayor
que yo, siempre me dice que nací para meterme en líos y no le falta razón.
 
Entre pitos y flautas, el curso terminó. Para entonces ya llevaba yo un mes
sin hablarle a mi amante y estaba más negra que el sobaco de un grillo. Por
si lo estáis dudando, desde el día que me contó su “secretillo” yo no volví a
mirarlo a la cara.
 
No voy a decir que Logan me hubiese prometido que me bajaría la luna,
pero sí que dejó que me hiciera ilusiones con él. Yo lo escuchaba hablar de
las Highlands, a las que después hubo un momento en el que hubiera
querido que las partiera un rayo, y chicas, en aquel entonces es que me
emocionaba.
 
Me veía por aquellos verdes parajes, cogida de su mano. Y sí, por las
narices, madre mía… Justo la mano me la tenía cogida el día que yo le
pregunté si podríamos pasar parte del verano juntos, de lo más alegre, y
sobre todo de lo más ingenua (qué bochornazo) y él me soltó que tenía
mujer.
 
A partir de ahí no cruzamos ni una palabra más, a excepción de los gritos
que él dio intentando que dejara de morderle la mano, porque de lo que me
entró por el cuerpo, casi lo dejo manco y lo de tocar la gaita ya lo habría
tenido un poco más complicado.
 
Logan rozaba los cuarenta, lo mismo que Gonzalo, aunque el parecido de
ambos venía a ser más o menos como el de un huevo y una castaña.
 
A Logan, quizás tuviera razón el otro, como que me estaba costando una
chispilla olvidarlo. Y Gonzalo fue algo así como una tabla de salvación que
yo no busqué en ningún momento, pero que apareció y a la que me agarré.
 
Lo conocí cuando fui a la academia de inglés que él regentaba a ofrecer mis
servicios como profesora adjunta o algo parecido. Y me adjuntó, pero a él.
 
No sé cómo se las apañó porque no era mi tipo, supongo que me sentí
utilizada por Logan y me dejé comer la oreja por él. Juro que varias citas
después estaba más que dispuesta a dejarlo, pero entonces llegó el
bombazo…
 
Yo soy de esas que no tiene que hacer nada especial para tener el vientre
plano como una tabla de planchar, así que cuando apareció en él una
incipiente curvita… ¡Ay, Dios! Estaba tan estresada por lo que me había
ocurrido con Logan que ni cuenta me di del retraso… Y no me refiero al
mío por no coscarme de nada, sino al de mi regla.
 
Cuando se lo conté a Gonzalo dio saltos de alegría, aunque enseguida le dije
que aguantara el genio, que las cuentas no me salían porque estaba
embarazada de más tiempo y que si la criatura salía a su padre llegaría al
mundo soplando una gaita. Vaya, que era del highlander y no de él.
 
Por ahí empezó todo, qué peligro tengo, porque yo le soplé la gaita al
highlander. Los dos llevábamos días mirándonos y, al final, hubo tal atracón
de química en el ambiente que estalló. Sí, primero me amorré al pilón y
luego él como que me embistió y eso que los cuernos me los puso él a mí y
no al revés. O no, o los cuernos, sin que yo lo supiese, se los pusimos
ambos a su mujer, que esa estaba en las Highlands y lo mismo haciendo
punto de cruz, al saber.
 
En resumen, que Gonzalo, que estaba enamorado hasta de las uñas de mis
dedos meñiques de los pies, me dijo que él se haría cargo de la criatura y
que le daría sus apellidos.
 
Yo no supe qué decir. Era cierto que él me alegraba el oído como nadie y
que quizás se mereciera una oportunidad. Lo reconozco, me puse a ver
tutoriales de esos que parece que te van a solucionar la vida en un cuarto de
hora. Y la mayoría de ellos decían que hay que quedarse con quien quiera
sacarte la mejor de las sonrisas, aunque el envoltorio no sea de tu agrado.
 
Yo no sé decir que era lo que no me gustaba de Gonzalo. Puede que fuera,
simplemente, que no era Logan. O puede que me resultase mayor, aunque
ambos tuvieran la misma edad, pero es que no había color.
 
Logan era uno de esos tíos con una parla increíble que atrae todo lo que
quiere para sí. Un tío con un millón de tablas que me miraba y me dejaba
hipnotizada y muda. Gonzalo, sin embargo, provocaba mis ganas de hablar
y de decirle que se fuera a hacer puñetas, que él y yo no íbamos a llegar
juntos ni a la esquina.
 
Pese a todo, y sabiendo que a mí ese hombre no me llenaba, no sé si quise
ser práctica o si directamente fui egoísta. Quizás fui las dos cosas y me
quedé con él. Eso sí, no habíamos llegado a convivir y yo seguí en casa de
mi madre durante ese tiempo, Mis padres se separaron cuando Mónica y yo
éramos dos niñas de corta edad, por lo que mi casa se convirtió en un
matriarcado.
 
Confieso que no pasaba un día en el que Gonzalo no me pidiese que me
fuera a vivir con él. Y a mí, sin saberlo, me estaba pudriendo la sangre. Un
buen día, hablé con mi madre y con Mónica y les di la noticia.
 
—Vais a decir que estoy loca, pero me voy a las Highlands, necesito
cambiar de aires.
 
Las dejé a ambas que si las llegan a pinchar ni sangre les sale. Mi madre
estaba tejiéndole una toquilla de punto a su futuro nieto, que ya sabíamos
que era un niño, y hasta las agujas se le cayeron, yendo a clavársele una en
un pie.
 
—Hija de mi vida, si vas a ser madre…
 
—Por eso mismo, mamá, porque tengo que aclarar mis ideas.
 
—Pero si tú misma dijiste que ese hombre está casado y que tú con los
casados no quieres nada…
 
—Mamá, ¿qué parte es la que no has entendido? Yo no voy a buscarlo a él.
Por mí, como si se lo folla un pez espada, que la tiene fresca y afilada—le
solté y me dio la risa.
 
—Tú sí que tienes afilada la lengua, hermanita, a mí me parece buena idea,
que conste.
 
Mónica era más como yo, un tanto alocada y de seguir sus impulsos,
aunque también entraba dentro de la normalidad que mi madre tratara de
poner algo de cordura entre sus hijas.
 
—Eso, Mónica, tú dale ideas, como a ella le faltan.
 
—Mamá, tú siempre has dicho que querías que tus hijas tuvieran alas. Pues
ahí lo tienes—le recordó mi hermana.
 
—¿Pero tiene que volar justamente cuando va a ser madre? ¿Y de qué va a
vivir? Yo tengo un sueldo cortito, no puedo mantener a parte de mi familia
en la quinta puñeta o donde quiera que estén las Tierras Altas esas, que ya
se me han atravesado, ¿por qué allí?
 
—Mamá, porque es verdad que a mí siempre me gustaron, ya lo sabes. Y
luego, con lo que me contó sobre ellas Logan, pues ya sabes… Habló de
ellas con tanta pasión.
 
—Ya no es el innombrable, ¿no? ¿Es que has entrado en contacto con él?
 
—Que no, mamá. No me taladres más, que yo no quiero verlo ni en pintura,
pero sí que me he dado cuenta de que tengo que normalizar la situación. Me
dejó con un montón de traumas en la cabeza, ya sabes que ni nombrarlo
podía.
 
—Y con un buen barrigón, hija. Que ya sabes que yo estoy loca con mi
nieto y que a mí no me pesa, pero que vaya con el tío, más sinvergüenza y
no nace.
 
—Mamá, tienes toda la razón, pero él ni siquiera sabe que va a tener un
hijo.
 
—Es que no lo va a tener, padre no es el que echa un polvo y se quita de en
medio, eso es una aprovechado y punto.
 
—Y es verdad, mami, pero que ni la oportunidad le di, ya con que estuviera
casado era suficiente. Si me llega a decir que pasa también de mi niño, es
que lo araño entero, vaya… Por eso no he entrado en contacto con él para
contárselo.
 
—Pues eso, hija, que digo yo que qué se te ha perdido a ti en la tierra de ese
degenerado, que no entiendo nada.
 
—Mamá, que las Highlands no tienen la culpa y que no te preocupes por
nada. Yo ya tengo trabajo allí.
 
—¿Trabajo de qué? Ay, Dios mío, a ver si te ha captado una mafia de esas
que se lleva a las jovencitas al extranjero para explotarlas sexualmente.
 
—Que no, mamá, mira que eres peliculera; que yo voy a trabajar en una
casa cuidando los niños a cambio de un sueldo y alojamiento.
 
—¿Y qué necesidad tienes tú de eso? Si esta es tu casa y aquí un plato de
comida no te va a faltar, ¿y qué dice Gonzalo?
 
—Gonzalo todavía nada porque no lo sabe. Me voy en una semana, ya se lo
diré el último día, si eso…
 
—¿El último día? No será verdad, con lo bueno que es.
 
—Y lo pesado, mamá, y lo pesado. Más o menos como tú.
 
Mónica soltó una risilla y mi madre lo que quiso soltar fue la zapatilla,
como cuando éramos pequeñas y la echaba a volar. La de mi madre, como
la del resto de las madres, era mágica y tenía el poder de alcanzarnos nos
escondiéramos donde nos encondiéramos… Hasta las esquinas las sorteaba
divinamente.
 
A la postre, mi madre lo que deseaba era verme feliz y, aunque no lo
entendió, lo tuvo que respetar, pues menuda era yo cuando se me metía algo
en la cabeza.
 
Capítulo 3

 
Todavía me quedaban algunos ahorros de los meses trabajados en la
academia de Gonzalo, así que pude pillarme un taxi desde el aeropuerto que
me llevara hasta la dirección que me había pasado Alisa, la madre de
Bonnie, una pizpireta pellirroja de siete años y de Duncan, un pillín de
cinco.
 
A ambos los había visto ya por foto. Supongo que a Alisa le gustaban
bastante los niños porque lo que sí me sorprendió, y mucho, fue que no le
importase que yo estuviese embarazada ni que permaneciese en la casa con
mi bebé una vez que hubiera nacido. Por lo que me contó nada más llegar,
su marido estaba en viaje de negocios, relacionados con una destilería de
whisky familiar.
 
Apenas he hablado nada de las impresiones que sentí al pisar aquel
emblemático lugar, la capital de las Highlands y situado a un tiro de piedra
del icónico Lago Ness; Inverness.
 
Nada más llegar entendí que aquella ciudad, que es la situada más al norte
de todo el Reino Unido, es una de esas en las que vale la pena instalarte
alguna temporada de tu vida.
 
Una de las razones que me llevaron a decantarme por Inverness fue el
hecho de que se tratara de un lugar pequeño y apacible, nada que ver con el
bullicio de otros como Edimburgo y como Glasgow, por poner un ejemplo.
 
Yo había llegado hasta allí en busca de un poco de serenidad, porque a
veces tenía la sensación de que me faltaba un tornillo. Además, por lo que
decían sus visitantes, era un lugar con encanto de esos que te atrapa desde el
minuto cero y eso me apetecía muchísimo, sentir que mi hijo nacería en un
lugar así es que me llenaba.
 
Ignoro hasta qué punto tendrán razón los que piensen que igual mi cabecita
me jugaba una mala pasada y yo llegué hasta allí para que mi niño naciera
en la tierra de su padre. Pues sí, lo ignoro por completo.
 
Lo que sí puedo afirmar es que, nada más llegar hasta allí, me estremecí con
la silueta de ese sublime castillo que, cerca del río y desde el punto más alto
de una colina, parece observar todo lo que hace la ciudad, ejerciendo su
dominio.
 
Como veis, no es que no sepa expresarme, que cuando se trata de comentar
mis sensaciones o mis sentimientos, me apaño. Es a la hora de
comunicarme con los demás cuando a menudo pienso que soy más basta
que un olivo, pero es que a mí las cosas me salen como me salen y no soy
de darles muchas vueltas.
 
Supuse, a partir de aquella primera impresión, que ese lugar me dejaría tan
fascinada como a la mayoría de sus visitantes.
 
En cualquier caso, yo no había ido a visitarlo, sino a instalarme allí. ¿Por
cuánto tiempo? Ya se vería. de momento me planteaba una larga temporada
lejos de mi entorno, que eso hace madurar a las personas y yo sentía que en
ciertos aspectos de mi vida seguía más verde que una pera.
 
La casa en sí también me causó muy buena sensación. Sin ser una mansión,
como es lógico, se trataba de una de esas casitas que parecen sacadas de un
cuento. Además, aunque estaba dentro de la ciudad, no se situaba en todo el
meollo, sino en una zona residencial que rezumaba tranquilidad por los
cuatro costados.
 
Vista desde fuera, a aquella casita habría yo podido calificarla como la de
mis sueños, con un jardín al que se accedía a través de una preciosa verja.
 
Llamé y Alisa se acercó hasta ella, abriéndomela.
 
—Bienvenida, tú debes ser Brenda—Me dio un par de besos.
 
—Sí, y tú Alisa. Ya tenía ganas de llegar, ha sido un largo viaje…
 
—Me lo imagino y más con la barriguita. Mira, ellos son Bonnie y Duncan.
 
—Uy, si son dos muñecos, parece que están dibujados. Tienen tu pelo rojizo
y tus ojos.
 
—Sí, son monísimo, un poco movidos, eso sí, ya lo irás comprobando.
 
—Bueno, los niños así son más graciosos. A mí me gusta que hagan
tratadas y demás, si me toca un niño paradito, yo soy capaz de darle con un
cable pelado para desencarajotarlo—Me salió.
 
No hace falta decir que allí tenía que hablar inglés, si bien la idea era
comenzar a enseñarles a los pequeñajos el castellano, ya se vería por dónde
salía el sol. Yo esperaba que no me sacaran demasiado de quicio, eso sí,
porque mis nervios estaban un poco a flor de piel con lo del embarazo y
todo lo que me había ocurrido.
 
—¿Sí? Entonces los míos te van a encantar, ya lo verás. Me alegra escuchar
eso.
 
Alisa era una mujer guapa y elegante. Solo pasar por el jardín me hizo
pensar que, además, debía de ser una de esas personas a las que les gustara
tenerlo todo bajo control, pues las plantas estaban perfectas, igual que la
zona de merendero y los adornos de las paredes exteriores de la casa.
 
Hadas, enanitos, setas de colores y demás tampoco faltaban regadas por el
jardín, aportándole el toque alegre a un lugar que me pareció el ideal para
que naciera mi hijo.
 
Obvio que mi madre no estaría de acuerdo en el caso de escucharme, para
ella ningún lugar como Móstoles para que naciera Darío, que así quería yo
llamar a mi niño.
 
De hecho, por un momento me lo imaginé corriendo por aquel jardín en el
que también había columpios y hasta un pequeño tobogán, todo de colores,
de lo más coqueto y bonito.
 
Alisa me invitó a pasar y comprobé que el interior de la casa era justamente
como yo me lo había imaginado; con un precioso aire campestre, todo
estaba perfectamente estudiado. Era como una de esas casas de las revistas
de decoración, increíblemente bonitas, pues así.
 
En la planta de abajo se situaban el amplísimo salón, que contaba con una
pantalla de televisión que parecía la de un cine y un sublime sofá esquinero
en blanco con capacidad para al menos diez personas.
 
Por un momento pensé en que a ver si eran del Opus o algo por el estilo y
estaban pensando en llenar la casa de enanos, aunque no me cuadraba
demasiado porque entonces, dada la edad de sus hijos, les habría dado
tiempo a tener media docena más.
 
Aquel par tenían una mirada de traviesos que no podían con ella, aunque
tuve la sensación de haberles caído bien. No obstante, parecían conspirar
entre ellos y mejor no saber qué estarían pensando.
 
Al lado del salón se ubicaba también la hermosa cocina, con aire vintage,
una que era tan grande como todo nuestro piso de Móstoles. Igual he
exagerado un poquillo, aunque poco le faltaba.
 
Según me comentó Alisa, les encantaba hacer vida en ella, por lo que
contaban con una alegre zona de office en la que poder disfrutar de ese
espacio con tanto encanto.
 
Un pequeño baño para las visitas y ya pasamos directamente a la zona de
servicio, como ella la definió, también en la planta baja. Esta constaba de un
espacioso dormitorio, decorado en tonos pastel y de lo más ideal, provisto
de un enorme ventanal con vistas al jardín, en el cual había una piscina,
creo no haberlo comentado.
 
Dentro del dormitorio contaría yo con mi propio baño, muy completo y con
una gran bañera, todo un lujo. Jolines, si esa era la zona de servicio no me
imaginaba cómo serían el resto de los dormitorios.
 
Enseguida lo comprobé subiendo las escaleras que nos llevaron hasta la
primera planta de la casa…
 
—Te enseño el dormitorio de los niños, el mío está sin hacer todavía, Susan
está cambiando las sábanas. Ah, quizás no te he hablado de ella, nos echa
una mano con las labores domésticas algunas horas cada día—me explicó.
 
—Perfecto, me gustará conocerla.
 
En realidad, sí que me gustaría porque todo aquello era un poco raro para
mí. Quiero explicarme sin parecer una idiota ni una engreída, pero en
principio yo me había hartado de hincar codos para sacarme una carrera y
en aquel momento pasaba a formar parte del servicio de una casa.
 
No es que fuera ni bueno ni malo, solo que me chocaba un poco, si bien
enseguida me recordé que vivir allí era una opción muy cómoda para
terminar de hablar inglés a la perfección y que pocas fórmulas tan rentables
como aquella para lograrlo.
 
Además, que todo hay que valorarlo y la mayoría de familias no me habrían
dado una oportunidad en ese momento por el hecho de llevar una sorpresa
dentro, como si fuera un Kinder.
 
Los dormitorios de los niños constituyeron un punto y aparte. El de Bonnie
estaba inspirado en Campanilla, un personaje que la acompañaba todo el
día, según su madre. Y por Dios que yo no había visto una cosa más bonita
en toda mi vida, entrabas y parecía que te sumergías en una peli de Disney.
 
Aunque, si de sumergirse se trataba, lo suyo era meterse en el de Duncan y
ver ese barco pirata que tenía por cama y todo el atrezo marítimo que lo
rodeaba, incluías unas olas que parecían contar con movimiento real y que
estaban pintadas en la pared.
 
Miré hacia ellos y allí seguían cuchicheando en un rincón.
 
—Se llevan genial, están todo el día urdiendo—me comentó su madre.
 
—Son dos preciosidades. Y sus dormitorios no te cuento, algún día quiero
tener uno así para mi niño.
 
—Te entiendo, aunque no creas que tener una buena casa lo es todo en la
vida—me comentó.
 
Digamos que noté cierto desdén en su forma de decirlo. Como es lógico, no
tenía ninguna confianza con Alisa como para preguntarle si sucedía algo en
su vida, si tenía alguna carencia que la hiciera hablar así. Además, que
carencias tenemos todos, que me lo dijeran a mí que me había quedado
embarazada de la manera menos pensada y de un hombre que resultó ser un
“san para mí” al que no volvería a ver en la vida.
 
He de decir en honor a la verdad que a veces soñaba con él, eso sí que era
cierto. Y que en esos momentos sentía que revivía nuestra historia. Solían
ser momentos de absoluta felicidad que se dispersaba tan pronto habría los
ojos y me daba de bruces con una realidad que unos días me costaba más
que otros asumir, aunque ninguno de ellos me resultaba fácil.
 
Seguía pensando en ello cuando Alisa me invitó a conocer la última planta
de la casa; situada sobre los tres dormitorios y los dos baños que componían
la segunda. Muy confortable era un espacio diáfano de considerables
dimensiones y que se notaba a la legua que había sido diseñado para el relax
y el recreo.
 
Por un momento me imaginé también cómo serían los días en familia en
aquel espacio; esas tardes de domingo que invitaban a echarse la mantita
por encima o a jugar una partida de billar, porque contaban con una
hermosa mesa que debía de hacer las delicias de los peques a la hora de
compartir tiempo con sus padres.
 
—Los críos la disfrutan mucho—me comentó ella mirando la mesa. Y mi
marido también, es un padrazo.
 
No sabía Alisa que esas palabras me hacían daño y no porque ella no
tuviera derecho a decir lo que le viniese en gana de su esposo, faltaría más,
sino porque me llevó a pensar que hay mujeres que hacen buenas elecciones
y otras que se dedican a vivir el momento, como yo, y luego son los
problemas, claro.
 
Cuántas veces me lo había dicho mi madre, que ella estaba deseando verle
la carita a su nieto, pero que había que tener un poco más de cabeza, que yo
no me lo había pensado demasiado a la hora de quedarme embarazada.
Obvio que no fue algo premeditado, pero no, que había de reconocer que
soy muy cabeza de chorlito.
 
Alisa debió reparar en que me había quedado un poco pillada y me invitó a
que mirase a través del inmenso ventanal de la buhardilla. Por Dios que se
me representó a los paisajes que se veían desde la casa del abuelo de Heidi,
con la diferencia de que no estábamos en Los Alpes suizos, sino en
Inverness, el corazón de las Highlands.
 
Capítulo 4

 
Me desperté y vale… Que yo estaba estupenda porque me faltaba poco para
entrar en el último trimestre del embarazo y me sentía súper ágil, pero que
no era normal que me encontrara tan cansada para ser las ocho de la
mañana.
 
Abrí los ojos y me desperecé, por Dios bendito, ¿cómo podía tener tanto
sueño? La noche anterior me había tomado una infusión relajante, porque
asumir la nueva situación me costaba, como era lógico, pero ya… Una
infusión, no un canuto, ¿por qué apenas podía abrir los ojos?
 
Hice por levantarme y descorrí las cortinas. Fue entonces cuando me
percaté del error; no eran las ocho de la mañana, sino las tres de la
madrugada. Con razón tenía yo ese sueño, ¿qué había pasado? Revisé mi
móvil en busca de una respuesta y entonces caí en que antes de irse a la
cama vi a los críos con él en la mano, ¿cómo era posible? Los niños habían
pasado a pertenecer a la era tecnológica y los aparatos no tenían secretos
para ellos…
 
Pues nada, bien me la habían dado. Ya que estaba de pie, sentí ganas de
beber agua, de manera que a duras penas me coloqué las zapatillas y salí de
mi dormitorio en dirección hacia la cocina.
 
Me llamó la atención que la luz del salón estuviera encendida a esas horas y
enseguida comprobé que no era fruto de un descuido, sino que Alisa estaba
sentada en una esquina del impresionante sofá, con una tenue luz
alumbrando su móvil.
 
—Cielos, me has asustado—Se sobresaltó al verme.
 
—Lo siento, es que me he despertado. A decir verdad, creo que ha sido una
broma de bienvenida por parte de tus niños, no te lo tomes a mal.
 
—Esos diablejos… Tranquila que no me lo tomo a mal, no. Es que no idean
nada bueno, solo espero que tú tengas más paciencia que las otras—
murmuró, lo cual evidentemente no se me pasó por alto.
 
—¿Más paciencia? ¿Hay algo que yo debiera saber?
 
Alisa no me parecía mala mujer, solo que sí intuía que podía ser un tanto
reservada. En el fondo, eso no tenía por qué ser malo. Si yo me ponía en sus
zapatos, no tenía ni idea de cómo me relacionaría con una extraña que
acabara de llegar a mi casa. Probablemente, cuando menos, estaría un poco
a la expectativa, muy cómodo no debería resultar.
 
—Digamos que mis hijos son, no sé cómo decirlo…
 
—Que no idean nada bueno, vaya, ya lo has dicho antes.
 
—Me parece una manera muy sutil de decirlo, solo que igual me he
quedado algo corta.
 
Resoplé porque ya me estaba dando la impresión de que allí había gato
encerrado, de que Alisa me lo había pintado todo muy bonito y que igual las
cosas eran un poco más complicadas.
 
—Acabáramos, por eso no te importa que venga a tu casa embarazada y
todo, ¿no? Porque andas un poco desesperada y cualquier opción te parece
buena.
 
—Más o menos—Sonrió.
 
—Ay, Dios, en vaya fregado me he metido.
 
—No tires la toalla sin darles una oportunidad, te lo pido por favor, no son
malos chicos solo que no paran de hacer barrabasadas en todo el día. Eso sí,
tienen un corazón de oro, les cogerás cariño muy pronto.
 
—Eso será si vivo para contarlo, ¿no?
 
—Mujer, no digas barbaridades, tampoco es para tanto.
 
—Tú qué vas a decir. Normal, si eres su madre…
 
—Por favor, tienes que conocerlos. Además, que están muy ilusionados con
que vayas a tener un bebé. Hace mucho que no tenemos uno en esta casa y
nos gustan a todos—Me miró suplicante.
 
—Supongo que no tengo nada mejor que hacer, tú tranquila que trataré de
que me respeten. Eso sí, si en algún momento me escuchas dar un grito no
te rayes, que yo tengo mi carácter…
 
—Todos tenemos nuestro carácter, tranquila por eso. Es más, yo misma me
sorprendo a mí misma en muchas ocasiones gritando como una loca. Y eso
que soy psicóloga, pero da igual. Cuando se trata de mis hijos, a veces me
sacan más de quicio que todos mis pacientes juntos.
 
—Me lo estás pintando bonito, sí…
 
—Pero que no llega la sangre al río, mujer. Ya verás como te encariñarás
con ellos enseguida. Yo es que necesito a alguien que se haga cargo de la
situación en muchos momentos. Verás, trabajo en casa y necesito encontrar
mi parcelita de paz dentro del caos para poder rendir.
 
—No te preocupes que a esos dos los meto yo en cintura, como Brenda que
me llamo que los meto en cintura. Tú a lo tuyo.
 
—Es que estoy en un momento muy especial de mi vida, escribiendo un
libro que en parte es autobiográfico, con experiencias personales y demás…
 
—Eso está muy requetebién, señal de que te ha ido bien en la vida. Si yo
escribiera uno, se titularía “La tonta del bote”, porque así es como me siento
en muchos momentos—Miré a mi barriguita e incluso la acaricié. Sabía que
mi Darío percibía esas caricias.
 
—¿Es por el padre de tu hijo? No me digas que es el típico sinvergüenza.
 
—Pues no te lo digo, aunque por eso no va a dejar de serlo.
 
—Madre mía, lo siento. Es tan importante escoger bien a la persona con la
que tener a tus hijos.
 
—Pues yo tuve un ojito… Algún día te contaré. Eso así, voy a beber un
vaso de agua y a tratar de no desvelarme más, que me veo contando ovejas
que pastan, otras que saltan la valla y otras balando, que si se me espanta el
sueño me pongo que al final tengo hasta alucinaciones.
 
—¿Alucinaciones? Pero tú no tomarás drogas, ¿verdad?
 
—Eso ya sería el remate de los tomates, Alisa. Yo la lío parda sin drogarme,
imagínate si lo hiciera…Aunque igual tus niños hacen que me lo plantee—
Le sonreí.
Capítulo 5

 
Me levanté y vi que Alisa estaba ya con el ordenador, dale que te pego con
las letras. No me dieran a mí un tormento mayor que el de tener que trabajar
todo el día así, porque soy de las que necesita el contacto con la gente, a mi
lo de los dispositivos como que me sobra.
 
—No te vayas a asustar si escuchas jaleo que, como tú dices, no llegará la
sangre al río, ¿vale? —le advertí.
 
—Vía libre. Yo, con tal de que no te vayas, lo que quieras.
 
—Muy bien, pues tú déjame que estos dos ratones van a tomar de su propia
medicina.
 
Cogí un cazo de la cocina junto con un rodillo de amasar. Que conste que
no se me pasó por la cabeza lo de zurrarles con el rodillo a aquel par, pero sí
el de darles un susto que se subieran hasta la lámpara.
 
Primero entré en la habitación de Bonnie, que por eso de ser la mayor
también me pareció que podía ser la cabecilla de todo aquello. Y después ya
pasaría por la del enano.
 
Comencé a dar tales rodillazos en el cazo que no me extrañó que a la peque
se le desencajaran los ojos.
 
—¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado? —Se movía de un lado para otro
totalmente acojonada.
 
—Que un borrico se ha ahogado, dirían en mi tierra, solo que en inglés no
pega, niña. Ya te estás levantando, que anoche no teníais sueño…
 
—Qué susto, ¿estás loca? Se lo voy a decir a mi madre…
 
—Por mí como si se lo dices al Papa de Roma…
 
De inmediato me fui a la habitación de Duncan a repetir la jugada. El enano
se llevó tal susto que acabó en el wáter, a lo justito lo cogió.
 
—Qué miedo, me ha dado un miedo, creí que la casa se caía, no hagas eso
más, Brenda—me pidió.
 
—Claro que sí, yo no lo volveré a hacer cuando vosotros me respetéis.
 
—Nosotros te respetamos, Brenda, ¿por qué dices eso? —intervino la otra.
 
—Tú estarás muy resabiada, niña, pero a mí no me la das, ¿quién me puso
la alarma del móvil a las tres de la madrugada?
 
—Ah, pues ni idea—Miró para otro lado.
 
—Pues yo tampoco tengo ni idea de cuántas mañanas os despertaré así, si
nos ponemos así…
 
—Entonces se lo diré a mi madre y te dirá que te vayas.
 
—Tu madre no me dirá que me vaya, me dará la razón.
 
—Pues entonces se lo diré a mi papi.
 
—Cuando tu padre esté aquí, ya hablaré yo también con él, no te preocupes.
 
—¿Tú has venido para hacernos la vida imposible? Pues te queda aquí un
cuarto de hora—me soltó y se quedó tan pancha, poniéndose a la defensiva
y cruzando los brazos por delante de su pecho.
 
—Tú no tienes ni idea de quién soy yo, te lo advierto. A mí no me tomes
por una más, no voy a tirar la toalla porque dos mocosos malcriados y
consentidos quieran.
 
—¿Dos mocosos malcriados y consentidos? Me las pagarás—refunfuñó.
 
—Mira, niña, si quieres guerra, guerra vas a tener, pero te advierto desde ya
que vas a perder, así que yo me ahorraría los esfuerzos.
 
Dios, qué me gustaba un reto, y aquellos dos pequeños diablejos me estaban
retando y a lo grande. El enano salió del baño y todavía se atusaba el
flequillo, chorreando como lo tenía por el sudor que le había provocado el
susto.
 
—Buff—resopló.
 
—¿Qué pasa, Duncan? ¿Es divertido cuando lo hacéis vosotros, pero no
cuando lo hacen otros?
 
—No le contestes, Duncan, que es el enemigo—le espetó su hermana y,
aunque me entraron muchas ganas de reír, me las guardé para mí. Cuidado
con la mocosa, que tenía respuestas para todas.
 
Después de eso, aquel domingo puede decirse que fue transcurriendo con
relativa normalidad. De hecho, llegamos hasta la tarde sin que ninguno
sufriera un accidente ni nada parecido.
 
Eso sí, en un momento dado, debí quedarme un tanto traspuesta en el sofá y
de pronto escuché un ruido atronador. Alisa había salido a tomar algo con
una amiga y yo estaba sola en casa, por lo que pensé que aquellos dos
hubieran puesto una bomba o algo parecido.
 
—Darío, mi niño, ¿estás bien? —le pregunté tocándome la barriga mientras
me puse en pie y traté de echar a correr…
 
Ay, Dios, menos mal que tengo mucho sentido del equilibrio y cuando me
percaté de que me iba al suelo logré tirarme de espaldas y caer sobre el sofá
de nuevo, como lo hace una tortuga sobre el caparazón. Ni moverme podía
cuando aquellos dos pillastres entraron por allí muertos de la risa.
 
—¿Os parece bonito? Atarme los cordones de las zapatillas, los unos a los
otros, ¿qué os habéis creído?
 
—Se habrán atado solos—Allá iba la listilla de Bonnie.
 
Sin pensarlo un momento, me las quité y, desanudando la una de la otra, las
tiré ambas en dirección a ellos.
 
—¡Toma! —Me puse hasta de pie para celebrarlo porque yo siempre tuve
muy buena puntería y les di a los dos. El enano, de hecho, se cayó de
espaldas y a ella le di un buen zapatillazo en toda la sesera esa que tenía
para pensar maldades.
 
—¡Te has pasado! —me chilló.
 
—¿Yo me he pasado? Señorita, tú tienes demasiadas ganas de guerra y te
repito que te vas a caer con todo el equipo y tu hermano también.
 
—Antes te vas tú que caigamos nosotros, ¿qué te apuestas?
 
—¿Cómo? ¿Y encima apostando? Apuéstate a que si no te quitas de en
medio ahora mismo vas a comer zapatilla, eso es un hecho.
 
Salí corriendo detrás de ella con una de mis Vans negras en la mano y a lo
justo se metió en su dormitorio cerrando la puerta. Cuando quise volver por
el otro ya la había imitado, así que ninguno de los dos fue capaz de asomar
el hocico hasta que volvió su madre.
 
Capítulo 6

 
Tocaba llevarlos al cole y eso significaba que, a partir de entonces, mis
mañanas de entre semana serían algo así como gloria bendita.
 
Desde su casa hasta el colegio había unos veinte minutos de agradable
paseo. Alisa me ofreció su coche para ese tipo de desplazamientos, pero ni
borracha, a mí me encantaba caminar y mucho más embarazada, que me
venía fenomenal para prevenir la hinchazón de piernas.
 
El camino, además, era una auténtica delicia. Pese a apenas haber
comenzado el otoño, ya refrescaba, eso sí, de modo que todos íbamos con
chaqueta.
 
—Hace fresquito—les comenté mientras los llevaba a cada uno de una
mano, porque no me fiaba un pelo de ninguno de los dos.
 
—Esto no es nada, en invierno te vas a cagar, yo de ti me iba ya—me
comentó la enana.
 
—Muy bonito, pues ahora te lo voy a decir en castellano y tú lo vas a
repetir. De aquí a nada solo os hablaré en castellano, es lo que quieren
vuestros padres—les advertí.
 
—¡De eso nada! Yo no pienso repetir lo que me digas.
 
—Tú eres muy rebelde, niña, pero que muy rebelde.
 
—Que me dejes, y tú eres muy pesada.
 
Me reí para mis adentros pensando en las muchas veces que le dije yo a
Gonzalo que era muy pesadito antes de irme. El pobre no cejaba en su
empeño y yo no sé cuántas veces me había escrito desde que estaba allí y
también intentó videollamarme, así que la noche anterior no pude más y lo
bloqueé.
 
Seguimos caminando hacia el cole y, en un momento dado, me mosqueé
cantidad. Vamos, que no es que tuviera la mosca detrás de la oreja, sino que
podía jurar que aquellos dos me la habían jugado otra vez.
 
—Un momento, niños, ¿dónde está el colegio? Porque aquí yo no veo más
que campo y no sé si es que queréis coger flores porque sea el día de las
flores para María. Y no, porque aquí no hay de eso, que lo sé yo—les dije
con ironía.
 
—¿Qué es el día ese de las flores? —me preguntó el enano entre risas.
 
—Uno de mayo que no tiene que ver con este, que es el del reparto de
collejas. Porque pienso comenzar a repartir como no me digáis dónde está
el colegio.
 
Ilusa de mí, creí que me llevaban en su dirección e iba a ser que no. Era
muy cierto que aquellos dos no ideaban nada bueno, le tenía que dar la
razón a su madre. Obviamente, no les iba a tocar un pelo, pero liársela sí
que se la liaría.
 
—Es que nos hemos perdido, ¿verdad, Duncan? Como tú estás empanada y
no te sabes el camino, pues nosotros nos hemos despistado.
 
—¿Tú tienes la letra bonita, Bonnie? —le contesté y ella no sabía por dónde
iban mis malévolas intenciones.
 
—Claro, mi letra es preciosa. El enano no sabe escribir todavía casi, pero yo
escribo genial, ¿quieres que te saque un cuaderno y lo ves? Nos podemos
sentar a tomar el desayuno ahí—Señaló una piedra.
 
—En eso estaba pensando yo niña, en sentarme en una piedra de pico y
romper aguas antes de tiempo. De eso nada, tú me vas a escribir esta tarde
cien veces “No debo llamar empanada a Brenda” y el enano… Ya se me
ocurrirá algo para que se distraiga.
 
—Yo tengo que ver los dibujitos—murmuró él preocupado.
 
—Muy bien, pues esta tarde no hay dibujitos, ¿a ti que es lo que no te gusta
hacer, niño?
 
—No le gusta colorear, no como yo, que soy una artista, ¿te enseño mis
dibujos? —intervino la otra.
 
—Bonnie, ¿tú no serás un poco repipi? A mí no me enseñes más que el
camino del colegio. Y otra cosa, esta tarde te confisco tus lápices de colores
hasta nueva orden y se los das al enano, que se va a hartar de colorear.
 
—Pero si a mí no me gusta—se quejó él al borde del puchero.
 
—Pues por eso mismo, niño, vas a colorear hasta que no puedas menear las
muñecas, te vas a hartar. Y ahora, los dos chitón, que no os quiero escuchar
más, ¿dónde está el colegio?
 
La callada por respuesta y yo con unas ganas de comenzar a dar gritos y
quedarme sola…
 
—¡Bonnie, ¿Qué dónde está el colegio?! —le pregunté ya por tercera o
cuarta vez.
 
—Yo no puedo decirte nada, tú has dicho que chitón—Se encogió de
hombros.
 
—Así que esas tenemos, muy bien, os vais a pasar una tarde de divertida los
dos…
 
Y sí, las cosas como son… Quejarse se quejaron tela y hasta fueron a tratar
de que su madre les levantara el castigo, algo que no consiguieron…
 
Al final de la tarde, a ambos se les caían las persianitas de sueño, de modo
que se fueron a la cama antes de lo habitual.
 
—No sé cómo lo has conseguido, pero lo has hecho—me comentó Alisa,
ofreciéndome una infusión.
 
—Necesitan mano dura, solo es eso…
 
—Su padre y yo trabajamos demasiado, además de que…
 
La noté con ganas de contarme, si bien su reserva la hizo callarse. A mí me
dio la sensación de que ellos, por mucho que amaran a sus hijos, trataban de
compensar la falta de tiempo y quizás otros problemas con una actitud
demasiado permisiva. Pero para eso estaba yo allí, para no permitir que la
cosa fuera a más. Y desde luego que no iría…
 
Entré en mi dormitorio y me senté en la cama. Tenía ganas de descansar, el
día daba mucho de sí y, quieras que no, también tenía ganas de encontrarme
conmigo misma, pues no era tan sencillo eso de integrarte en el seno de una
familia extraña de un día para otro.
 
Me descalcé, me tumbé y entonces fue cuando lo vi…. El enano había
coloreado en la pared y ella había copiado la frase que le dije, también a su
lado.
 
La madre que los parió, sí que me estaban retando, ya me estaban tocando a
mí la moral, pensé mientras me reía, porque en el fondo no eran más que
dos trastos que, en mi opinión, demandaban atención.
 
Capítulo 7

 
—¿Quién es ese? —le pregunté a Bonnie a la mañana siguiente mirando a
aquella maravilla con patas que tampoco me quitaba ojo de encima.
 
—Es el profe de Duncan, es nuevo este año, a todas las niñas les gusta, pero
a mí me parece muy feo—me espetó ella.
 
—Eso es porque tú eres el espíritu de la contradicción, niña. E igual
también porque necesitas gafas, ya le diré a tu madre que se rasque el
bolsillo y vaya a graduarte la vista.
 
—Que no es eso, que no me gusta y ya…
 
—Qué rarita eres, venga, para dentro ya y a ver si espabilas, que el tío está
que…
 
Me callé porque no era plan de decirle para qué pensaba yo que estaba
aquella maravilla de la naturaleza que enseguida se acercó a mí.
 
—Hola, soy Alec, el profesor de Duncan, ¿y tú eres? —me preguntó.
 
—Yo soy Brenda, pero que estos niños no son míos, ¿eh? Bueno, el que
llevo en la barriga sí, eso no lo puedo negar, pero no el resto, no creas que
se me ha ido la chota y los quiero coleccionar como si fueran sellos.
 
—Ya, ya, conozco a su madre, Alisa. ¿De dónde eres?
 
—Ya, que por mi acento detectas todavía tú que del centro de Edimburgo
no, ¿es eso?
 
—Más o menos, ¿española?
 
—Eso es, madrileña, de Móstoles, aunque no creo que tú conozcas
Móstoles. Bueno, que tampoco te voy a contar yo lo de las empanadillas, te
dejo aquí al crío y mira, te voy a pedir un favorcito, que le encanta colorear,
si lo puedes dejar algún recreo coloreando, él es feliz.
 
—Pero si él siempre que dice que no…
 
—Tonterías, porque es muy tímido y cree que no le sale bien, pero le
encanta. Y ahora me vas a decir quién le da clases a su hermana, que le voy
a comentar lo que le gusta copiar…
 
Sí, también les estaba yo apretando las tuercas un poquillo, pero es que
tenían lo suyo y lo de su prima. Todavía tenía revueltas las tripas porque esa
mañana, en un descuido que tuve, me habían puesto el café más salado que
un ripio y yo había vomitado lo más grande. Para majarlos en el almirez,
angelitos…
 
Cuando llegué a casa escuché que Alisa estaba manteniendo una acalorada
discusión y pensé que vaya maneras que tenía esa mujer de ganar dinero
con sus pacientes. Sí, ella pasaba consulta en casa, en el salón, pero por mi
madre que así también ganaba yo un montón de dinero; cogía a cualquiera,
lo vestía de limpio y luego ponía la mano. Pues sí que era lista la tía.
 
No obstante, entré procurando no molestar, pero vi que estaba ella sola y
que la pelotera la tenía por teléfono.
 
Cuando por fin cesó, la escuché llorar. Por lo poco que me enteré, ya que yo
me metí en mi dormitorio para que no se sintiera violenta, el tema era con
su marido y ella le decía que las cosas no iban bien.
 
Yo no es que sea más lista que nadie, si bien algo me decía que estaba
pasando una cosa así. En un par de ocasiones, ella como que fue a hacer
algún comentario, si bien finalmente se paró en seco.
 
Obvio que yo no podía intervenir en aquello, pero hasta se me pasó por el
coco que pronto aquella mujer pudiera separarse y entonces me necesitara
más que nunca.
 
Salí del baño y fui a sentarme en mi cama. Aún no la había hecho porque
me encantaba que las sábanas se aireasen por la mañana. Aprovechando tal
circunstancia puse el culo en ella y, ¡ay, Dios! Sentí un pellizco en una de
las cachas que me hizo acordarme de toda la generación de los dos niñatos
aquellos en sentido ascendente, descendente y colateral.
 
Vaya, que me acordé de la madre que los había parido, del padre que los
engendró y hasta del curo que los bautizó.
 
Asustada por mi grito, Alisa entró en la habitación.
 
—¿Qué te pasa, Brenda?
 
—Esto es lo que me pasa, que me han dejado el culo ardiendo—le comenté
mientras sacaba de entre las sábanas una trampa de esas para coger ratones,
por Dios bendito, qué dolor.
 
—No me lo puedo creer, es que ya no sé lo que hacer con ellos. De hecho,
no sé dónde acudir—Comenzó a llorar a moco tendido.
 
—No, por favor, que tampoco ha sido para tanto. Tranquila, mujer, haz el
favor. Si solo ha sido un pellizquito, ha tenido hasta su gracia—le expliqué
a sabiendas de que no era así, pero qué se le iba a hacer, me dio bastante
pena de ella.
 
—Si no es por eso, que también, es por todo. Vaya temporadita y estos dos
que no paran.
 
—Tranquila, que de ellos me encargo yo, eso ya lo sabes, esta tarde van a
estar limpiando la pared estropajo en mano, que todavía la tenemos que
parece un trampantojo, mira.
 
Alisa se echó a reír a la par que lloraba, era la leche.
 
—Si es que en el fondo son muy graciosos, lo que pasa es que nadie dura en
casa, ¿cómo van a durar? Me he enterado de lo que te han hecho con el
café.
 
—Hasta la primera gota de la leche que mi madre me dio a mamar he
echado, pero no te preocupes, que ya me la cobraré
 
—No, si al final lograrán que te vayas tú también y me sentiría fatal, porque
lo cierto es que me caes muy bien.
 
—Te caigo muy bien y te saco las castañas del fuego, reconócelo, que no
veas si los entiendo—Le guiñé un ojo
 
—Mejor que nadie que haya pasado por esta casa, eso te lo garantizo, mejor
que nadie—me aseguró entre suspiros.
 
Para mí que aquella mujer estaba un poquillo deprimida, pero tampoco
podía yo meter las narices donde no debía, así que seguí a lo mío, es decir, a
rascarme el culo a base de bien, que me picaba tela.
 
 
 
 
Capítulo 8

 
El domingo por la tarde yo ya estaba familiarizada con la casa, después de
más de una semana allí. Y con las barrabasadas de aquellos dos, a los que
nada bueno se les ocurría.
 
Resultó que pusieron la peli de “Notting Hill” y yo me quedé embobada.
 
—Es que a mí me encanta esta mujer y vaya si es guapa—le comenté a
Alisa, quien también estaba en el sofá.
 
Si he de decir algo en su favor es que ella hizo desde el principio todo lo
posible porque me integrara en su hogar y por ello mi mundo no se reducía
a mi dormitorio o al de los niños, sino que yo solía estar como Pedro por su
casa por las estancias comunes.
 
—A mí también me encanta, qué bonito es cuando las mujeres nos
apoyamos entre nosotras y no hay rivalidades, ¿verdad?
 
—Ya te digo que sí. Pues solo faltaba, yo cuando veo a esas gilipollas que
se mueren de envidia y demás cuando otra mujer triunfa como la Coca Cola
es que lo flipo, supongo que será porque me he criado en un matriarcado.
En casa somos mi madre, mi hermana y yo, así que fíjate.
 
—Qué bonito, yo es que me crie sola con mi padre. Mi madre murió poco
después de que naciera, una desgracia. Será por eso que siempre quise tener
una familia grande, con un montón de niños corriendo de aquí para allá,
pero se ha quedado en una cortita.
 
—Mujer, que los tuyos hacen por siete, no digas cosas—murmuré.
 
—Ya, pero yo soy muy niñera y me hubiera encantado tener cuatro o cinco
por lo menos…
 
—Pues conmigo no hubieras contado, eso te lo aseguro desde ya. Solo de
pensarlo, mira, se me han puesto todos los vellos como escarpias.
 
—Tranquila, si no puedo tener más. Desde que nació Duncan lo hemos
estado intentando y no vienen, así que ya no va a ser. Por eso me hace
ilusión que cuando nazca Darío tengamos un bebé más en la familia.
 
Por un momento, hasta me dio cierto repelús, ya que pensé que a ver si
aquello iba a ser como lo de la peli de “La mano que mece la cuna”, pero al
revés, que ella se quisiera apropiar de mi hijo. Enseguida me di cuenta de
que era una tontuna, simplemente me decía que los niños alegran la vida y
ya, que le encantaba la idea de tener otro bebé en casa.
 
—Bueno, pues que lo siento. Pero mujer, que dicen que para muestra solo
hace falta un botón y tú tienes dos, dos que hacen por no sé cuántos, repito.
 
Seguíamos departiendo sobre el tema cuando escuchamos los gritos de
aquellos dos. Lógico, nos habíamos despistado un momento y eso con ellos
es que no podía ser.
 
—¡Está nevando, está nevando! —chillaban.
 
—Nevando no está, Alisa, porque yo veo la mar de bien y lo que está es
nublado, que aquí la mitad de los días parece que estemos esperando a
Drácula para tomar el té, pero nevando no está.
 
Fue ella quien se levantó de un salto, que yo me lo tomé con algo más de
parsimonia, y quien subió de tres en tres las escalones. Cuando quiso abrir
la puerta del cuarto de baño de los niños, la espuma comenzaba a salir ya
por debajo de esta.
 
—Pero ¿qué diantres habéis hecho? Niños, por favor, la tarima, os vais a
cargar la tarima…
 
—¡Es la fiesta de la espuma, mami! Es que el otro día Brenda se quejó de
que no le habíamos hecho una fiesta de bienvenida y nosotros hemos
querido hacérsela.
 
—A mí no me echéis la culpa, mocosos, yo lo que dije fue que vaya fiesta
de bienvenida cuando me tomé el café ese que levantaba el estómago de un
muerto, que debía llevar medio kilo de sal.
 
—Ay, Brenda, ¿qué hago con ellos?
 
—¿Y si los vendemos en Wallapop? ¿Aquí funciona el Wallapop? Mira que
hay gente muy rara, igual encontramos a algún tonto o tonta que engañar—
Me partí de la risa.
 
—Igual sí…
 
—O los podemos echar en las croquetas, ¿tú tienes picadora de carne? A mí
me salen de muerte las croquetas…
 
Los dos comenzaron a chillar ante esa propuesta. Y cuanto más chillaban,
más espuma echaban hacia arriba, era completamente increíble, cuando nos
quisimos dar cuenta éramos dos bolas de nieve.
 
—Me tienen desesperada, te lo prometo.
 
—Mujer, ya que se ha liado el taco, vamos a disfrutar un poco—le aconsejé
y comencé a echarles yo también espuma a ellos a lo grande, hasta
hartarlos, hasta por la nariz les salían pompas de jabón.
 
—Ya no queremos más, ya no queremos más—nos pedían.
 
—¿No? Pues ahora os vais a hartar, ¿no queríais nieve? Pues tomad nieve…
 
Aquellos dos renacuajos habían vaciado en la bañera el bote completo de
gel de ese de hacer espuma y liaron la monumental, como era su estilo.
 
Por una vez, disfrutamos de una de sus travesuras, ya que vi a Alisa reírse
con ellos cantidad mientras todos terminamos de espuma hasta la punta del
pelo y mucho más allá.
 
Un rato después, ya durante la cena, los niños seguían riéndose.
 
—Lo hemos hecho por ti, para darte la bienvenida con una fiesta, Brenda.
 
—Y dale, no sois pesaditos los dos. Niños, que si yo quisiera montarme una
fiesta me compraba una botella de ron y me salía por las orejas, solo que no
puedo por Darío, que si no…
 
—Mamá, mucho no se parece a Mary Poppins, ¿no? —le pregunté Bonnie.
 
—Niña, no me seas repelente, pues claro que no me parezco a esa repipi,
aunque sí puedo coger yo también un paraguas y darte paraguazos con él
hasta que te salgan las muelas del juicio.
 
Alisa se echó a reír y yo con ella. Sí que tenía cierto arte para hacerme con
los dos mocosos.
 
 
 
 
Capítulo 9

 
Me levanté aquella noche de entre semana a beber agua y comprobé que
Alisa estaba despierta de nuevo. Aquella mujer es que parecía no pegar un
ojo ni por cachondeo, le daban las tantas de la mañana despierta todos los
días.
 
Por lo que me había comentado tenía problemas para conciliar el sueño y
claro, encima se liaba con el móvil hasta las mil y era mucho peor.
 
—¿Estás bien? —le pregunté.
 
—Sí, gracias, es que ya sabes que yo no duermo demasiado.
 
—¿Echas de menos a tu marido?
 
—Un poco, aunque yo estoy acostumbrada a sus ausencias. Este viaje le ha
llevado varias semanas por todo el Reino Unido, pero que él se mueve más
que los precios. Además, que no puedo echarle nada en cara respecto a eso,
todo lo contrario.
 
—¿Le gusta ese tipo de vida?
 
—Según, no es fácil de explicar, no sé qué decirte.
 
—No te preocupes, yo de ti procuraría dormir, ¿quieres que te prepare una
tila?
 
—No, por favor, lo último que quiero es molestarte. Tú estás haciendo
mucho por mí.
 
—Nada, yo solo estoy trabajando, no tiene ninguna importancia. Además,
que las fierecillas acabarán domadas, ya lo verás.
 
—Hoy te la han vuelto a hacer, ¿eh?
 
—Sí, estaban “arreglando” los cajones de mi cómoda. Pero yo les he dejado
su dormitorio fino a cada uno, ni un pañuelo les ha quedado en los cajones
ni en los armarios, se han llevado toda la tarde ordenando.
 
—Sí, sí, de veras que se te da bien meterlos en cintura. Hasta los profesores
me lo han dicho, que se nota que hay alguien nuevo en casa. Por cierto, que
Alec me ha preguntado por ti, no sabía que le cayeras tan bien.
 
—¿Alec te ha preguntado por mí? Qué salado el macizorro.
 
—Está que es un primor, ¿eh? Chica, yo de ti, atacaría.
 
—Alisa, que a veces demuestro muy malas pulgas, pero que no soy un
perro, mujer. Aunque tó perra sí que me pone el tío.
 
—Pues entonces, tú tendrás que rehacer tu vida, ¿no?
 
—Pues no estoy ahora por la labor, la verdad. Es que yo me he llevado un
palo de campeonato y ahora no confío demasiado en los hombres.
 
—¿Y eso por qué? Todos no son iguales. Por ejemplo, mi marido es un
buen hombre, yo pondría la mano en el fuego por él.
 
—Pues vaya suerte que tienes tú, guapa, porque de esos sale uno entre un
millón, yo es que no me fío, ya te lo digo y te lo requetedigo.
 
—Alec también parece un buen tipo, ¿y si es otro de esos entre un millón?
 
—No, no, porque en Inverness ya está cubierto el cupo, ¿cuántos habitantes
sois?
 
—Poco más de cincuenta mil.
 
—Anda, la leche, entonces ni lo intento, claro que está cubierto con tu
marido.
 
—Tienes unas cosas… Venga, mujer, dale una oportunidad, Por la forma en
la que me lo ha preguntado se nota que le apetece conocerte o tomarse algo
contigo.
 
—No, si yo ya he visto que me pone ojitos y a mí como que me dan unos
calentones que aquello se me pone que ni que fuera una sopa de tomate.
Espera, que tú igual no te has comido nunca una buena sopa de tomate, ¿no
Alisa? Chica, os perdéis muchas cosas con tanto sándwich y tanto té,
porque una sopa de esas no veas cómo reconforta.
 
Me acosté pensando en lo que me había dicho. Al día siguiente, Alec se
acercó a mí a la hora de dejarle al crío. Al contrario de lo que hice en otras
ocasiones, que se lo di y salí huyendo, me quedé mirándolo como
diciéndole que allí estaba porque había venido.
 
—¿Haces algo esta noche? —me preguntó.
 
—Dormir, eso es lo que suelo hacer por las noches, aunque a veces me dan
unas ardentías en el estómago que no veas. Por lo visto dicen que eso pasa
con los niños que nacen con mucho pelo, pues el mío va a salir con una
melena que ni Falete. Ay, claro, que tú no sabes quién es Falete. Bueno,
luego lo miras en Internet, que ahí viene todo.
 
—¿Y no podrías hacer algo más antes de dormir?  Hoy es viernes—Rio.
 
—Mi bisabuela quería que rezáramos el rosario cuando éramos peques
Mónica y yo, pero va a ser que no. Yo soy más de Netflix en invierno y de
salir a la calle en verano, que me gusta mucho darme un garbeo e ir a bailar.
O me gustaba, porque ahora no sé dónde me podría poner las faldas esas tan
cortitas que me colocaba yo, en mis sueños es el único sitio en el que me las
podría poner.
 
—Si estás estupenda, apenas se te nota el embarazo. Sal a tomar algo
conmigo, picotearemos y luego te llevaré a un pub que te va a encantar, es
muy típico, ya lo verás.
 
—No sé yo, ¿eh?
 
—¿No sabes si te gustará? Ya te digo yo que sí.
 
—No, no sé si debería salir contigo, dame alguna razón para que así sea.
 
—Porque soy el tipo más divertido del mundo, por eso, tienes que
comprobarlo por ti mismo. Tú eres una chica espabilada, eso se nota.
 
—No sé yo, ¿eh? Muy espabilada no es que haya sido, creo que me estás
subestimando.
 
—Qué va, de eso nada, ¿lo dices por lo del crío? ¿Es un niño?
 
—Pues claro, por qué lo voy a decir. Sí, es un chico y se llama Darío., no va
a ser una aceituna. Bueno, quiero decir que lo voy a llamar así, que todavía
no ha nacido, como es evidente.
 
—Sí, sí que lo es. Pues nada, os invito a Darío y a ti a tomar algo.
 
—No sé, me lo voy pensando y ya te digo, ¿vale?
 
—Como quieras, aunque te aconsejo que no pienses tanto, ¿te apetece salir
conmigo o no? Ya está, no hay más. Pues claro que te apetece, cómo no te
va a apetecer. Te recojo a eso de las ocho, ponte guapa. Ah, no, qué tonto—
hizo como que se daba con la mano en la frente y la cabeza se le iba para
atrás—, si más no puedes.
 
Salí andando con la sonrisilla en la cara. A nadie le amarga un dulce y vaya,
parecía que a ese bombón con patas tampoco le importaba lo de mi
embarazo. Para que luego digan, hay hombres que no hablarían nunca de
esas mierdas de las “mochilas” que supuestamente llevamos sobre nuestros
hombros las madres que tenemos hijos a nuestro cargo.
 
Se lo comenté a Alisa al mediodía y le pareció fenomenal. Acababa de
terminar con un paciente y me invitó a sentarme con ella en la cocina.
 
—No descorcho una botella de vino por tu tripita que, si no, nos tomábamos
una copa, pero voy a preparar un aperitivo y nos lo tomamos juntas, ¿te
parece?
 
Me pareció un gesto muy atento y agradable que sí le agradecí. A decir
verdad, me estaba encontrando allí como en familia y eso era algo muy de
alabar….
 
 
Capítulo 10

 
Me quedé tumbada en mi cama, traspuesta, tras el almuerzo. Que conste
que no había bebido, que el vino no llegamos a descorcharlo.
 
Alisa me comentó que ella iría a recoger a los dos demonietes. Su marido
también llegaba esa noche, así que ambas estaríamos acompañadas.
 
Yo dormí a pierna suelta y ni siquiera escuché que hubiesen entrado, por lo
que me sorprendí al mirar el móvil y ver que eran las cinco de la tarde. Me
llevé la mano al vientre y me incorporé. Ya estaba de seis meses, los días
pasaban demasiado rápido.
 
Palpé algo con las manos, sobre la colcha, y la sangre se me heló en las
venas. Sí, comprobé con mis propios ojos que lo que se me había enredado
entre los dedos era pelo, ¿cómo era posible? Pues siéndolo, estaba claro.
 
Miré hacia la colcha con recelo, ¿me iba a quedar calva como una
bombilla? ¿Y eso a santo de qué? Por favor, si yo seguía las instrucciones
del pediatra al pie de la letra, no podía alimentarme mejor…
 
No, no podía ser, si había varios mechones más, ¿estaba soñando? Grité
para comprobarlo y lo comprobé; no estaba soñando para nada…
 
Alisa llegó hasta la puerta de mi dormitorio y abrió sin más.
 
—Perdona, ¿estás gritando?
 
—Sí, cómo no voy a gritar, mira esto—Señalé hacia mi pelo.
 
—Mujer, pero cómo se te ha ocurrido cortártelo a ti sola. Te hubiera
ayudado, yo se lo corto a los niños y a mi marido, se me da bien.
 
—¿Te parece a ti que me ha dado la punzada de meterme a peluquera? Que
no, mujer, que no, que yo para esas cosas soy más torpe que un… Ya sabes
que un pene vendado, porque iba a decir otra cosa, pero igual eres
demasiado fina para escucharlo.
 
—¿Y entonces? No me irás a decir que… ¡Bonnie! ¡Duncan! ¡Venid aquí
ahora mismo! —les chilló.
 
Asentí con la cabeza y ella comenzó a dar gritos como si no hubiera un
mañana. La cosa no era para menos, aquellos dos se habían liado con mi
cabeza y unas tijeras, dejándome poco menos que como al gallo de Morón,
ese que se quedó sin plumas y cacareando.
 
Yo cacarear no cacareaba, pero no fue lengua cuando los dos aparecieron
por allí con cara de no haber roto un plato en su vida.
 
—Estás muy guapa, Brenda—me dijo ella, que era más resabiada que todas
las cosas.
 
—Muy guapa, sí—Aplaudió el enano, que a ese su hermana le decía que se
tirase a un pozo y se tiraba de cabeza.
 
—¿Muy guapa? Me habéis dejado que no me reconocería ni la madre que
me parió. Mi melena, mi melena—Yo es que cogía el cielo con las manos.
 
—Es que tú le dijiste el otro día a mamá que tenías las puntas quemadas y te
hemos querido ayudar—replicó Bonnie, que esa tenía salidas para todo.
 
—¿Y si llego a decir que me quiero cortar las uñas me cortáis las manos a la
altura de las muñecas? La madre…
 
—Pero si estás muy guapa, te favorece—replicó la enana.
 
—Estáis castigados, castigados los dos; esta noche no ha pizza ni postre, os
vais a comer el puré de calabaza y a la cama—Alisa estaba muy disgustada.
 
—No, mami, que esta noche hay fiesta, llega papi…
 
—Fiesta la que habéis montado vosotros. Se acabó lo que se daba…
 
—Yo es que estoy harta, harta. Esta es la gota que colma el vaso—Me eché
a llorar con amargura.
 
Los niños se quedaron flipados y Alisa se compadeció de mí.
 
—¡Castigados a vuestros dormitorios! —les chilló.
 
—Mamá, nosotros no queríamos que se pusiera triste—argumentó Bonnie
con voz entrecortada.
 
—Pero lo habéis conseguido; os he dicho muchas veces que los actos en la
vida también tienen consecuencias, así que largo de aquí…
 
No sé lo que me pasó esa tarde. Probablemente supuso para mí un punto de
inflexión. O igual es que yo necesitaba llorar como válvula de escape
porque llevaba mucho acumulado en mi interior desde que me ocurrió lo de
Logan y luego me enteré de mi embarazo.
 
También contó que para mí el aspecto físico es muy importante y que
siempre llevé el pelo largo. Dijera lo que dijese la enana me habían privado
de mi melena, que era muy importante para mí. Yo soy de las que disfruto
tomándome selfis que subir a las redes, con mi melena por delante, que para
eso tengo pelazo. Y aquellos dos habían dado al traste con ella.
 
Los niños se marcharon y Alisa se acercó a mí.
 
—Sé que lo han hecho fatal, que esta vez sí que se han pasado, pero te pido
por favor que no tires la toalla ahora, te necesito.
 
—Y yo necesito irme a mi casa. He derrochado paciencia con ellos… O
igual no tanta, que yo me lío a pegar gritos y me quedo sola, pero estos dos
le pudren la sangre a cualquiera, ¿tú has visto cómo me han dejado la
cabeza? Yo no salgo más a la calle ni en un año, eso dalo por hecho.
 
—Sé que lo que pueda decirte no te servirá, pero a mí me parece que estás
de lo más bonita con el pelo así, eres muy alta y te favorece, ¿me dejas que
trate de igualártelo?
 
—Qué remedio, como me vea alguien así llamará a los loqueros, ¿tú te has
fijado bien?
 
—Me he fijado y te garantizo que esto te lo arreglo en un periquete, vas a
quedar guapísima.
 
—¿Tú qué vas a decir? Eres la madre de esos dos y no quieres que me vaya.
 
—Pero ante todo soy mujer y hemos quedado en que las mujeres nos
ayudamos entre nosotras. No te estoy mintiendo, igual no entraba en tus
planes cortarte el pelo, vale, y aun así te garantizo que te queda súper chulo.
Déjame, que no te vas a arrepentir.
 
—Me arrepiento de no haberles dado una patada en el culo a cada uno que
hubieran llegado a sus dormitorios sin necesidad de subir los escalones, de
eso es de lo que me arrepiento.
 
—Te prometo que esta vez van a recibir un buen castigo, pero tú déjame
que piense. A ver, voy a cortar por aquí y…
 
 
Capítulo 11

 
Había tocado fondo esa tarde de viernes y, a pesar de ello, logré remontar.
Una vez que Alisa terminó conmigo, me quedó una media melena muy
moderna y oídme, ni tan mal…
 
—No, si al final tendrás razón y me sienta hasta bien—le comenté
agradecida, hasta le di un abrazo.
 
Yo era más espontánea que ella. Qué leñe, yo es que soy espontaneidad pura
y esa mujer era bastante más sequita, para qué vamos a engañarnos. Aun
así, se ve que agradeció el abrazo.
 
—¿No te irás entonces? Dime por favor que no te marcharás…
 
—Ay, si es que a veces no sé lo que hago aquí, te lo digo en serio. Yo me
vine en un arrebato, huyendo de Gonzalo, ¿yo te he hablado de Gonzalo?
No puede ser más pesadito el tío, qué pesado es.
 
—Sí que me has hablado de él, pero no me digas que este sitio no es bonito.
Vale, que seguro que donde tú vives también lo es, pero que yo estoy
desesperada. ¿Tú ves la que te han liado los niños esta tarde? Cualquier otra
habría cogido ya…
 
—El pescante, te lo digo yo, ni Dios aguanta que la pelen a una a gusto de
dos mocosos, porque resulta que me ha quedado bien, que si no…
 
—Es que con esa cara todo te queda bien, mujer…
 
—Tú me estás haciendo la pelota para que no me vaya, bueno, ahora sí que
tengo que irme, pero a lucirme, que Alec ya debe estar en la puerta.
 
—Sí, están llamando a la verja.
 
—¿Y tu marido? ¿Ese a qué hora llega?
 
—Ya debería estar aquí también, pero él no es porque obviamente tiene
llaves.
 
—Ya, claro, que estaría feo que no las tuviera…
 
—¿Te imaginas? —Se echó a reír.
 
—Yo con los tíos me imagino cualquier cosa. Pues nada, a ver qué tal me va
a mí con el profe de tu niño.
 
—Por cierto, que, hablando de niños, hay dos que quieren decirte algo—
Los llamó y bajaron volando, bien se veía que su madre les había leído la
cartilla—. Y bien, niños, ¿qué tenéis que decirle a Brenda?
 
—Que lo sentimos y que a partir de ahora nos portaremos muy bien,
palabrita.
 
—Sí, sí, Pinochos, os crecerá la nariz—les respondí.
 
—A mí no, yo no quiero—se quejó el enano, que se ve que lo tomó como
una maldición o algo.
 
—Dile lo que te he dicho, díselo—A su hermana solo le faltó darle una
patada en el culo, hasta me tuve que reír porque lo llevaba por el mundo
como si fuera un panderetillo de bruja, hacía con él lo que le venía en gana.
 
—Que estás muy guapa, y que si yo fuera mayor me casaría contigo, ¿lo he
dicho bien? —Se volvió para preguntarle.
 
—Sí, empanado, ¿y qué más?
 
—Ah, que te voy a dar un besito por guapa.
 
—Y yo a ti te voy a dar una patada en todo el trasero por pelotero, ¿tú lo
has escuchado? —le pregunté a su madre, quien tenía que hacer verdaderos
esfuerzos para no reírse.
 
—Estos niños son la monda, eso es lo que son. A vuestro dormitorio los
dos, que seguís castigados.
 
—Pero si va a llegar papi—Se desesperaba Bonnie.
 
—A vuestro cuarto y ni mu, o el castigo crecerá más y más hasta hacerse
una bola de nieve gigante, ¿es eso lo que queréis?
 
—Yo no quiero eso, mami, yo lo único que quiero es que papi me abrace y
me diga que soy su princesa. Y comer pizza y helado de chocolate también.
 
—Claro que sí, será por lo bien que te has portado. Largo de aquí los dos,
que vais a estar comiendo puré de calabaza hasta el día que os saquéis la
carrera, a este paso.
 
Los dos se fueron refunfuñando y yo le sonreí.
 
—Gracias por todo, guapa, aunque la principal interesada en que se
enderecen eres tú. Yo ya haré porque no se tuerza el mío, pero viendo el
plan me echo a temblar…
 
—Nada, tú ahora a disfrutar, que tienes un tío que está para salir con el
babero puesto y te está esperando en la puerta.
 
—Y tú no vas a dormir sola esta noche, así que ponte guapa, que tendrás
fiesta.
 
—Uy, no tanta fiesta, no creas…
 
—Venga ya, si lleva semanas fuera y tú tampoco has catado varón, no me
digas que no vas a cogerlo con ganitas.
 
—Es que entre nosotros las cosas tampoco es que estén para tirar cohetes,
¿sabes?
 
—Vaya por Dios, si ya me lo imaginaba yo, pero que crisis pasan todas las
parejas y si lleváis mogollón de años juntos por algo será, ¿no?
 
—Por algo será, sí, supongo—afirmó sin demasiado convencimiento.
 
—Mujer, tu ponte una ropa interior de esas que quitan el hipo. No hay tío
que se resista a una cosa así, ya me contarás.
 
Mientras iba hacia el jardín me acordé de mis noches de pasión con Logan.
Ahí sí que ponía yo toda la carne en el asador para encandilarlo. Aunque
para carne la que ponía él, que tenía un trabuco en los bajos que todavía era
acordarme y… ¿Cuándo mierda se me pasaría? Sí, por más que lo negaba,
seguía pensando en él. Y encima, para más inri, esa noche saldría con otro
profesor y esa circunstancia me lo recordaba más todavía.
 
Maldito Logan, ¿qué mierda había hecho con mi coco? Pues debía ser que
yo fuera tonta, porque lo que hizo fue darme coba hasta conseguir lo que
seguro quería; echarme unos cuantos polvos y punto. Y encima con menuda
puntería…
 
 
Capítulo 12

 
—¡Vaya corte de pelo chulo! ¡Estás estupenda! —exclamó Logan en cuanto
me vio salir.
 
—¿Te gusta? Si es que la que tiene estilo, lo tiene y no hay más que decir.
Tú tampoco estás mal…
 
—La ocasión lo merece—me comentó mientras me invitaba a subir en su
coche, un deportivo con el que debía estar como Mateo con la guitarra,
porque lo llevaba impecable.
 
En cierto modo no podía evitar que me lo recordase, claro que sí. Y sí, que
me vuelvo a referir a Logan. Cuando comencé a salir con Gonzalo iba a ser
que no, pero Alec sí que parecía pertenecer a la misma especie de Logan; a
la de esos highlanders tan atractivos que hacían temblar a cualquier fémina
a través de las páginas de las novelas. Pues si eso era así, no digamos ya en
vivo y en directo.
 
A mí los highlanders me habían puesto de siempre. Vaya, que era pensar en
ellos y tener que ir a por la fregona o, que si me cogía sentada, aquello me
hacía ventosa. Por eso, el día que conocí a Logan me quedé chalada. Y
bueno, ya sabéis el resto…
 
Alec, al igual que el padre de mi hijo, era alto y fuerte, con el cuerpo
atlético, pelo oscuro y ojos color miel. Hasta en la forma de dirigirse a mí o
de caminar me lo recordaba.
 
No en vano, los highlanders cuentan con unos gestos muy características y,
a mi entender, muy varoniles, que me dejaban hipnotizada. Alec venía con
un atuendo informal (ambos coincidimos en los pantalones vaqueros) y
lucía una bonita americana sobre su camisa. Yo también llevaba una camisa,
con los botones superiores abiertos, y en mi escote pendía un precioso
colgante con una mariposa que me había regalado Mónica antes de mi
marcha. Sobre los hombros, llevaba una bonita gabardina que resultaba el
complemento perfecto para mi atuendo.
 
Nos fuimos hacia el centro de Inverness. Yo ya había estado allí un par de
veces; una tarde que fui sola y otra que acompañé a Alisa y a los niños a
hacer unas compras.
 
En realidad, yo contaba con un día completo libre a la semana, pero como
todavía apenas tenía vida social en aquel lugar nada había pactado con ella
al respecto.
 
—Te voy a llevar a mi lugar de tapeo favorito, ¿te parece? Y si no te mola
mucho, otro día vamos donde propongas tú.
 
—Estás dando por hecho que saldremos otro día, muy seguro te veo yo de
eso.
 
—Es que yo soy un tipo seguro, además de divertido, ya te lo dije.
 
—Toma ya, y además de humilde, anda que no tienes tú cara.
 
—Tampoco tú tienes pinta de ser tímida, precisamente…
 
—No, muy tímida no es que sea, la verdad, con la timidez no se come.
Imagínate que lo fuera, pues no habría venido hasta aquí, la verdad. Estaría
en mi casa.
 
—¿Y cómo has dado ese salto? Y más en tu estado, es llamativo.
 
—Pues chico, huyendo hacia delante, ¿no es esa la frase que está de moda
ahora?
 
—Supongo que sí y de ello deduzco que te va el riesgo, ¿no?
 
—Algo me va, sí, es verdad. Bueno, ¿y tú qué? ¿A ti qué es lo que te pasa
conmigo? Habrá madres del cole deseando salir contigo y tú ahí, pico pala
con la única que no quiere nada—Me hice la interesante.
 
—Es que a mí el resto no me gusta, me gustas tú…
 
—Y encima directo, eso para que no te diga que divagas mucho ni nada,
¿no?
 
—Nada de nada, exacto. Y desde ya te advierto que te lo vas a pasar bomba,
ya verás como quieres repetir.
 
—Tú tienes mucho morro, Alec.
 
—¿Y qué? Por cierto ¿tú eres de morro fino? Lo digo porque tendríamos
que ir pidiendo—Ya estábamos en aquel lugar de tapeo, de lo más
concurrido y animado.
 
—No te creas, no. Vaya, tampoco es que piense en comerme un bocadillo
de mortadela, entiéndeme, pero que no soy yo de esas de pico fino,
tranquilo por esa parte.
 
—A mí me da igual como seas, yo lo único que quiero es que te puedas
mostrar sin dobleces conmigo, espero conseguirlo.
 
—Eso ya lo puedes dar por hecho. A mí esa gente que tiene una cara por
delante y otra por detrás es que me producen hasta colitis, por decirlo de
una forma elegante. Yo soy como soy, chico, una loquilla y punto, pero una
loquilla de verdad, sin tonterías de ningún tipo y sin mentiras, que a mí las
mentiras es que me repatean. Yo he quedado de mentiras hasta la punta
del… Mira, no te voy a decir hasta dónde he quedado de ellas—Reí.
 
—¿Te mintió el padre de tu hijo?
 
—Es que no me dijo la verdad, directamente. A mí, hay que ser idiota, no se
me pasó ni por la imaginación que estuviera casado, ¿ves como no me rula
bien el coco? Ya te he dicho que soy una loquilla.
 
—Nada de loquilla. A mí me pareces una chica muy honesta y que no va de
farol.
 
—No, además, que a mí lo que tengo y lo que no tengo se me ve a las
claras. Por ejemplo, no tengo maldad y lo que sí tengo es un buen bombo,
¿lo has visto? —Reí de nuevo.
 
—Supongo que no fue buscado, ¿no? —Me sonrió, empático.
 
—Qué va, claro que no, aunque también te digo que no lo cambio ya ni por
todo el oro del mundo. Cada vez que voy a hacerme una ecografía me
enamoro más y más de mi pollito, que es un pollito mi Darío.
 
—Serás una madre estupenda, tendrá suerte tu niño.
 
—Gracias, yo también la tendré con él, salvo que me salga como dos que yo
me conozco, ¿sabes que esto es obra de Bonnie y de Duncan? —le pregunté
señalando a mi pelo.
 
—No puede ser y tú haciéndote la chulita, ¿cómo has dejado que te corten
la melena?
 
—Porque me han pillado dormida, ¿qué te crees? Si no, me lío a
mamporros y me quedo sola.
 
—¿Qué me estás contando? Vaya, igual tampoco debiera sorprenderme
tanto, que en el cole también las hace de todos los colores. Cuando quiero
darme cuenta, ya me los tiene a todos revolucionados. Ese Duncan es
tremendo.
 
—Pues Bonnie es todavía peor, en casa él hace todo lo que le manda su
hermana. Fíjate cómo será la cosa que, después de la que me han montado
en la cabeza, el enano me ha dicho que si fuera mayor se casaría conmigo,
instado por su hermana, claro, que es quien ha escrito el guion.
 
—Anda que es tonto. Yo también me casaría contigo, si fuera mayor, claro
—aclaró con tono bromista.
 
Por lo que me había comentado por el camino, aquel chico tenía treinta años
recién cumplidos, aunque su aspecto era aún más aniñado. Y no lo digo por
el cuerpo, que menudo cuerpo, sino porque tenía una cara de joven que era
un caramelito.
 
Serían las hormonas, esas que estaban celebrando una fiesta en mi cuerpo.
Sí, debía ser eso porque él cada vez se me acercaba más y a mí me estaba
entrando un calor que o bien ponían el aire acondicionado o me buscaban
un abanico de urgencia, por todos los santos.
 
—Ya, ya, muy listo eres tú. Al saber los secretos que guardarás también. Yo
lo que ya tengo claro es que a mí no me la vuelve a dar un tío en lo que me
queda de vida, no volveré a confiar en ninguno. Bueno, en ninguno que sea
guapo, que Gonzalo hasta se quiso casar conmigo y todo, pero claro, como
que no. Pobrecito mío, pero no. A mí no me atraía y mira que hice mis
intentos, pero lo único que lograba era aborrecerlo.
 
—¿Quién es Gonzalo?
 
—Uff, que a ti no te he hablado de él, pues mejor lo dejamos, que no quiero
darle más a la alpargata sobre ningún tío; es uno más de mis fracasos—Me
carcajeé porque ya procuraba tomármelo con humor.
 
—Mírala y encima se parte. Eso es tomarse las cosas con filosofía y lo
demás son bobadas.
 
—Hombre, pues sí, ¿cómo quieres que me las tome? Pues vaya plan que
tendría yo si me echara a llorar por las esquinas. De eso nada y menos aquí,
en la tierra de los highlanders, que es el paraíso para recrearse la vista. Ni
tan mal haber venido aquí, va en serio.
 
—Me alegra mucho, ¿y cómo te decidiste?
 
—Porque a mí esto me ha gustado de siempre y como encima tenía que
darle un empujoncito a mi inglés, pues eso. Yo soy licenciada, no te creas,
aunque a veces me salga un acentillo…
 
—El acento es normal que te salga, pero se nota que no has hecho un
cursillo por correspondencia y ya.
 
—Menos mal, si me llegas a decir que lo hablo fatal es que me hundes en la
miseria.
 
—¿Cómo iba a hacer yo eso?
 
—Es verdad, además, que ahora no hay quien me hunda—Me carcajeé de
nuevo mirando a mi escote, que había crecido dos o tres tallas y gratis, nada
como un embarazo para eso.
 
—A mí no me digas esas cosas que se me van los ojos—resopló y se le
movieron graciosamente los pelos del flequillo.
 
—Mira este, a robar vas a venir a la cárcel, como que no se te iban ya antes.
Si es lo primero que me has mirado cuando has venido a recogerme.
 
—¿Qué dices? Anda ya—Se mordió el labio de abajo y yo le hubiera
mordido el de arriba, el de abajo y el de en medio si lo hubiese tenido.
 
—Lo que oyes, no te hagas el tonto.
 
—Ni idea de lo que me estás contando—Levantó las manos en señal de
inocencia.
 
—Tú no has sido inocente ni el día que naciste, a mí no me la das…
 
—Venga, lo admito, quizás te miré un poco el escote. Pero reconoce tú que
está para mirártelo.
 
—Por supuesto, como el resto de mi anatomía. Si yo estoy requetebuena, lo
que pasa es ahora todavía más, que estoy rellena como las aceitunas…
 
—Venga ya, ¿cómo puedes decir eso?
 
—Que sí, hombre, que es cierto, con la diferencia de que esto no es una
anchoa, sino un pollito. Vale, no me mires así, en realidad es un niño, sí, ¿y?
¿Por qué me sigues mirando así? ¿Es porque ya te vas coscando de que soy
una loquita? Si ya te lo he dicho yo. Y encima una loquita estrellada, que
las hay que nacen con suerte y otras que nacemos estrellada, como los
huevos, ¿a ti te gustan los huevos estrellados?
 
—A mí me gusta escucharte a ti, eso es lo que me gusta, es para partirse,
eres como una show woman.
 
—Sí, Mónica siempre me dice que yo sirvo para hacer monólogos, pero no,
que yo para actuar y eso ni de coña. Lo mío es improvisar, yo lo suelto todo
como se me viene a la cabeza. Por cierto, esto está buenísimo. Menos mal
que dijiste que solo íbamos a picar algo, hoy voy a subir de talla, ya lo
verás. Y no me estoy refiriendo a mis tetas, que esas ya han subido lo suyo,
así que no te emociones—le solté en referencia a la comida.
 
En ese instante fue él quien se carcajeó.
 
—Oye, que todo no gira alrededor de tus…
 
—Que no, dice, yo ahora mismo me quito un botón más de la camisa y aquí
se le cae la baba hasta el apuntador, los tíos solo pensáis con la cabeza de
abajo y así nos va a nosotras.
 
—Venga ya, eso es un topicazo, no es verdad.
 
—No, anda que no, te quieres ir por ahí, a mí ya no me la das tú por muy
highlander que seas, yo ya de eso tuve mi ración.
 
—Y pese al regusto amargo que te dejó el padre de tu hijo, aquí estás, te tira
esta tierra.
 
—Me tira que debo ser masoca sí, porque el regusto fue amargo y más
amargo todavía, no lo sabes tú bien. Se llama Logan, el padre de mi hijo,
digo, no va a ser mi cantante favorito. Durante un tiempo lo he llamado el
innombrable, pero después me lo he trabajado y ya puedo decir su nombre
sin que me llevan los demonios, para que luego digan que una es puro
nervio.
 
—Y lo eres, se te nota, si no paras un momento. O tamborileas con los
dedos o haces añicos la servilleta o le metes un meneo al Haggis que no
veas.
 
—¿Al Haggis? ¿Quién es ese? Mira, que yo tendré ganas, pero que todavía
no le he dado un meneo a nadie, ¿eh? A mí que me registren.
 
—Yo sí que te registraba, me haces el favor de no provocarme. Es la
comida, se llama Haggis y va con nabos y con patatas.
 
—¿Con nabos? Venga, hombre, eso es cachondeo—Hasta me atraganté.
 
—¿Por qué lo dices?
 
—Porque en mi tierra no veas tú lo que nos da de sí un buen nabo. Eso sí,
tiene que ser bueno, porque si no pasa sin pena ni gloria—Abrí mis
brillantes ojillos y él lo pilló.
 
—Eres la bomba, me río tela contigo. Pareces capaz de sacarle punta a
cualquier comentario.
 
—Es lo que tenemos las españolas. Eso y que cuando besamos, besamos de
verdad, como dice la copla. Vale, que la copla tampoco la conoces y eso sí
que es normal, que yo la conozco por mi bisabuela, no te creas que la canta
Eladio Carrión, no.
 
Capítulo 13

 
Había pasado unas horas de lo más agradables con él. Además, que no me
pareció el típico aprovechado porque, aunque al bajarse del coche se quedó
mirando mis labios con muchas ganas, optó finalmente por sonreírme,
darme un abrazo y pedirme por favor que me marchara corriendo.
 
Después de cenar estuvimos parloteando en ese pub del que tan bien me
había hablado y que era lo más típico del mundo. Puedo asegurar que allí
mi imaginación voló y que ya tenía muchas ganas de volver.
 
Igual, con la visión de tanto highlander junto, muchos de los cuales iban
con el kilt, hasta pagaba el pato mi Satisfyer, que yo seguía más caliente que
el pico de una plancha.
 
En el fondo, lo mismo sí que era un poco tonta, porque me podía haber
quitado las telarañas con Alec, pero ni quise darle impresión de desesperada
(aunque un poco lo estuviera) ni me apetecía del todo meterme en un
berenjenal nuevo, que igual después se me emocionaba demasiado, como
me ocurrió con Gonzalo. Y yo no estaba para amores, que mi corazón
todavía se encontraba dolorido.
 
Entré en la casa y vi luz en el salón, por lo que el matrimonio debía estar
hablando o viendo la tele. Pues sí que debía ser cierto que no hubiera
demasiada pasión entre ambos, ya que lo normal es que se hubieran cogido
por banda después de llevar varias semanas sin verse.
 
Me atusé el pelo, me abroché algún botón más de la camisa y me dispuse a
conocer al padre de los dos diabletes. Reconozco que me había sentido muy
cómoda (travesuras apartes), estando con ellos y con su madre y que no
sabía hasta qué punto me sentiría igual con aquel hombre allí.
 
No obstante, al entrar en el salón vi a Alisa sola y con cara de preocupación.
 
—Buenas, ¿no estás con tu marido? ¿Te pasa algo? —le pregunté temiendo
que hubiesen discutido, pues sí que comenzábamos bien el finde. Además,
que ella tenía a su lado una botella de buen whisky escocés, no iba a ser de
marca Dyc, allí en plenas Highlands.
 
—Buenas, estaba por llamarte porque estoy desesperada—Se vino hacia mí
y me dio un abrazo.
 
—¿Qué ha pasado? ¿Habéis discutido?
 
—No, mi marido todavía no ha llegado. Él no es así, es un hombre formal,
ya te lo he dicho. Y hace horas que debía estar aquí.
 
—Ay, Dios, será que se haya retrasado por algo, seguro que te llama y te
cuenta, ¿no te coge el teléfono?
 
—Eso es lo peor, que le he hecho ciento catorce llamadas y no hay nada que
hacer. Y no se ha quedado sin batería, que da tono.
 
Se me pasó por la cabeza que a tono estuviera poniendo a alguna, porque a
mí ya no me pillaba por sorpresa absolutamente nada relacionado con los
hombres. Pues sí, como le estuvieran poniendo los cuernos a Alisa el percal
se pondría bonito.
 
—No te preocupes, mujer, relájate, seguro que todo esto tiene una
explicación. Se habrá entretenido con sus compañeros, igual se han liado
con unas copas y se le ha ido el santo al cielo. Los hombres son así, unos
cabezas de alcornoque totales, ¿tú no lo sabes? Yo es que puedo escribir ya
un manual de eso.
 
—No, mi marido no es así, yo te digo que le ha pasado algo. Además, es
que tengo un presentimiento, lo noto en el pecho. Siento un dolor, una
angustia…
 
—Eso es porque estás agobiada, pero en cualquier momento aparece por la
puerta y os vais los dos a la cama a celebrarlo, hazme caso.
 
—No, son demasiadas horas sin noticias suyas, la angustia me está
consumiendo. ¿Y si le ha pasado algo? ¿Qué le digo yo a los niños?
 
—Perdona que te diga, eso es poner el parche antes que la herida. Seguro
que tu marido está bien, hazme caso, que no hay ninguno que tenga sentido,
no son como nosotras.
 
Sin más, se echó de golpe el contenido de su copa en el gaznate y yo me
puse la mar de nerviosa.
 
—¿Tú cuántas de esas te has bebido ya, corazón? —le pregunté.
 
—Pocas, dos o tres, hasta arriba, eso sí. Y de un trago.
 
—Pues va siendo horita de que te andes con cuidado, no sea que tengas que
salir corriendo y no puedas echar el paso—Me traicionó el subconsciente.
 
—¿Lo ves? Tú también lo piensas, si es que yo sé que algo no va bien, no
soy tonta y no hace falta que me lo diga nadie.
 
—Vale, vale, pero tú tranquilita, ¿eh? Venga, llama otra vez, si te coge lo
celebramos. Yo lo celebraré con agua, qué se va a hacer…
 
—No, mujer te coges un trozo de chocolate, que a ti te gusta…
 
—Yo para celebrarlo de verdad, igual llamaba a Alec y le cogía otra cosa
que me gusta todavía más, la verdad. Pero bueno, llamémoslo chocolate,
haz el intento.
 
Llamó y de nuevo en vano, motivo por el cual se echó a llorar sin consuelo.
 
—Y si le ha pasado algo, ¿qué le digo yo a mis niños? Es que los dos lo
adoran, los dos, pero la niña no te digo nada.
 
—Sí, sí, se le nota que tiene mucha papitis, además de guasa, que también
tiene la suya. Que no, mujer, no seas gafe, ese enseguida entra por las
puertas y te da un repaso que se te quitan todas las penas, te lo digo yo…
 
Lo cierto es que no las tenía todas conmigo por mucho que le dijera, aunque
tampoco era plan de comentarle que la cosa se estaba poniendo más fea que
la rodilla de una cabra.
 
Llamadme malpensada, pero yo al marido de Alisa me lo imaginaba en un
hotel de carretera, dándose el lote padre, madre y espíritu santo con alguna,
que no sería ni el primero ni el último.
 
Me fui para la cocina y preparé dos tilas dobles, menudo fiestón. A mí
también me estaba afectando verla así. A Alisa, pese a que no fuera
demasiado habladora, le estaba tomando cariño porque me había abierto las
puertas de su casa como si fuera la mía. Claro que yo también temía santa
paciencia con sus niños y con ello, el cielo ganado.
 
—Muchas gracias, pero no es lo que me apetece—me comentó.
 
—Ya lo sé, tú lo que quieres es hincarte la botella entera, pero no es plan.
Yo también me la hincaría y no puedo, así que no me mires así. Y para otra
cosa que me podría haber hincado esta noche no lo he hecho, seré
desgraciada—Le di un sorbo a la tila y encima me quemé los labios.
 
—Ten cuidado, por Dios…
 
—Ya, ya, me lo podías haber dicho antes y no que me he puesto los morros
como los de Carmen de Mairena. Buff, qué difícil es hablar contigo, que no
conoces a nadie. Te la voy a buscar en Internet para que le pongas cara,
aunque la foto será todo morros, Mira, mira…
 
Yo trataba de hacerla reír, aunque no había manera. No era para menos,
hubiera ocurrido lo que hubiera ocurrido esa noche el panorama no era
bonito, las cosas como son. Y para mí que se avecinaban cambios en
aquella casa.
 
Por suerte los niños dormían, porque solo hubieran faltado ellos corriendo
por allí y haciendo diabluras, que eran de temer y lo mismo terminaba una
de las dos sufriendo un accidente mortal, particularmente yo, que me las
llevaba todas en el mismo lado.
 
—Es que siento culpable, me siento culpable—murmuraba ella.
 
—Pero mujer, si tú no haces más que cuidar a los niños, a él lo querría ver
yo si se tuviera que quedar con ellos, con la poca paciencia que tienen los
hombres.
 
—No, ya te he dicho que mi marido es un padrazo, los niños, ay mis
niños…
 
Yo resoplaba porque no sabía por dónde saldría el sol. Me acerqué a mi
dormitorio y me puse algo de ropa más cómoda y unas zapatillas de estar
por casa, que era posible que la noche se alargase más de la cuenta. Fue
mirar encima de la cama y ver todavía algún que otro pelo mío, las huellas
del delito, cómo se las gastaban los enanos aquellos.
 
—Mira que llevaba yo años con mi melena, pues nada, he llegado a las
Highlands y mira, look nuevo. Y lo más divertido es que lo agradezco, casi
toda la gente afronta una nueva etapa de su vida con un cambio en los pelos
y a mí como que me daba cosa, pues listo… Pelada y repelada, como si
fuera una manzana—le comenté al salir de nuevo al salón.
 
—Estás muy guapa, ya quisiera yo estar así—me confesó.
 
—Mujer, pues solo tienes que cortarte el pelo, no digas tonterías, tampoco
es para tanto.
 
—No, me refiero a embarazada—Siguió sollozando.
 
—Vale, vale, pero que no llores, Alisa, que me da mucha penita verte así.
 
La estaba consolando cuando por fin sonó el teléfono. Resoplé de nuevo
porque ya era hora de que ese hombre diera señales de vida. Otro que debía
tener un par de huevos de esos que llegan hasta el suelo, menudo susto que
le había dado a su mujer.
 
Craso error por mi parte, ya que no era él. En su lugar, la llamaban desde un
hospital.
 
—¿A las afueras de Edimburgo? ¿Un accidente? Oh, Dios, pero ¿cómo
está? —guardó silencio mientras desde el otro lado le contestaban algo que
no pude escuchar—. ¿Cómo que no pueden decirme nada de momento?
Claro que sí, soy su esposa, me lo dirán ahora mismo. Por favor, no me deje
así, no me deje así—suplicó.
 
No había nada que decir; la situación era lo suficientemente grave como
para que ambas guardáramos silencio por unos segundos, mirándonos con
gesto compungido.
 
—Ha sufrido un accidente y está en Edimburgo, no han podido decirme
nada más, solo que no está consciente. Maldita sea, algo me decía que era
una cosa grave y míralo, no me equivoqué. Joder, no levantamos la cabeza,
qué mierda de vida.
 
—Trata de tranquilizarte y de pensar, por favor.
 
—Tengo que volar hasta Edimburgo y tú eres mi única esperanza—Yo
recordé la mítica frase de “Ayúdame, Obi-Wan Kenobi, eres mi única
esperanza” —. Por favor, dime que te quedarás con mis hijos. Te pagaré lo
que me pidas, me da igual, dime cuánto quieres—Abrió la aplicación del
banco apresuradamente para hacerme una transferencia.
 
—Por favor, guarda eso. Ve con tu marido, claro que me quedaré con tus
hijos y no voy a cobrarte ningún extra por tal cosa, sería de muy mala
persona y yo no me tengo por eso.
 
—Desde luego que no, eres una gran persona y el desgraciado que no supo
verlo en su día no sabe lo que se perdió.
 
—Eso ya da igual, por favor, dime si puedo ayudarte a hacer el equipaje.
 
—Ve mirando vuelo mejor, el primero que salga para Edimburgo, claro. Es
que no sé ni por dónde empezar, tengo tantas cosas que dejar preparadas.
 
—Tranquila, por favor, yo me encargo de todo lo referente a los niños. Tú
solo prepara el equipaje, te voy mirando vuelo.
 
—No sé cómo podré agradecerte esto, aunque estoy segura de que algún día
podré hacerlo.
 
—No tienes que agradecerme nada.
 
—Una cosa, prométeme que los tratarás con mano dura, ya sabes que están
castigados, no los consientas demasiado, por Dios.
 
—No, por la cuenta que me trae no, que esta vez ha sido el pelo, pero para
otra puede ser una muela o un ojo, que igual me dejan tuerta que manca que
muda, con tus hijos nunca se sabe.
 
La miré con lástima mientras iba a preparar el equipaje. Una siempre piensa
que tiene más problemas que nadie hasta que se presenta una situación de
estas y ve que la vida puede cambiar de un momento para otro y que el
destino caprichoso es el que mueve los hilos, ojalá pudiéramos ser
nosotros…
Capítulo 14

 
Me quedé de lo más desconcertada una vez que Alisa se fue, ¿me había
equivocado al tomar aquella decisión? Pues existían muchas posibilidades
de que sí, porque me cayó un marrón de repente que así me lo hizo ver.
 
Caí a plomo sobre el sofá y entonces vi que Alec me había escrito.
 
ÉL: “He pasado una noche fenomenal, espero que se repita pronto”.
 
Yo: “Pues ya veremos, mi jefe se ha piñado con el coche, no sé lo que va a
pasar, estoy sola con los niños”.
 
Él: “Cielos, ¿puedo hacer algo? ¿Los niños están bien?”
 
Yo: “Ellos no lo saben, no quiero ni pensar en que le pase algo. Alisa está
fatal, imagínate”.
 
Él: “Lógico, ¿puedo hacer algo por ti?”
 
Yo: “Rezar, porque vaya berenjenal en el que me he metido”.
 
Él: “Trata de descansar un poco, en tu estado lo necesitas”.
 
Yo: “En mi estado de nervios, querrás decir, vaya plan que se nos ha
presentado”.
 
No podía dormir y esperé a que amaneciera para llamar a mi hermana
Mónica, a la que también echaba cantidad de menos.
 
—Niña, no veas la que se ha liado en esta casa—le comenté tan pronto
como cogió el teléfono.
 
—¿Qué has hecho, Brenda? Ya sabía yo que tú no podías estar demasiado
tiempo sin liarla, ¿qué es lo que has hecho? Suéltalo ya, que me estás
poniendo nerviosa.
 
—Gracias por tu confianza, no te fastidia, que no he sido yo, niña—me
quejé.
 
—Ay, lo siento, es que estoy resacosa, anoche salí de marcha y hace apenas
un par de horas que me dormí.
 
—Ya se te nota, ya, menuda guasa con la que te has levantado. Ya no te
cuento nada, te jodes.
 
—No seas tontona, cuéntame, anda.
 
—No te lo mereces, ¿eh? Pero como estoy mega agobiada te lo contaré. Es
el marido de Alisa, que se ha dado una leche en el coche, debe ser
morrocotuda, la han llamado del hospital y no le pueden decir nada. encima
está en la gran puñeta, en Edimburgo. Y yo me he quedado aquí con los dos
cafres, que encima me pelaron gratis ayer y…
 
—Calla, calla, niña, por favor, no puedo con tanta información junta, ¿te
han cortado el pelo? ¿Tu melena? ¿Esos son dos niños o dos delincuentes en
potencia? Tú tienes que salir de esa casa cagando leches.
 
—Sí que me han pelado, sí, pero que esa no es la parte más importante, ¿tú
me has escuchado? Que no sé lo que va a ser de esta gente y me estoy
agobiando.
 
—Tú lo que tienes que hacer es venirte para casa. Mamá no para de tejer
patucos y no quiere ni pensar cuando nazca el bebé y no estés aquí.
 
—A mamá le ha gustado mucho un drama de toda la vida, tú lo sabes igual
que yo. Y logra que siempre acabemos hablando de ella. Esta gente me
necesita, por primera vez quiero ser responsable, no es bonito que quieras
quitarme la idea. Después me dices…
 
—Tienes razón, chiquitina, te veo muy responsable…
 
—Si te pudieras venir tú unos días, eso sí que estaría guay, ¿no tienes ganas
de conocer esto? Es una pasada…
 
—Sí, y tanto que me gustaría conocerlo, pero también conocería a la par la
cola del paro. Me quedo sin curro si pido ahora unos días, yo ya he
disfrutado mis vacaciones.
 
—Vale, tienes razón, lo siento, he sido un poco egoísta por pedírtelo.
 
—No, no. Si me hubiera cuadrado, yo es que no me lo pienso, cojo el
pescante y ya estoy en tu puerta. Oye, se me está ocurriendo ¿y si te mando
a mamá?
 
—Mira que siempre has tenido la cabeza de alcornoque y eso no hay un
dios que lo cambie. Mamá aquí, queriendo arreglarme la vida y con estos
dos monstruitos, ni de coña…
 
—Pues mira que yo no lo veo tan mala idea, ¿eh?
 
—Que te den, Mónica, estás tú muy graciosita. Mamá y estos dos se matan
el primer día, yo necesito paz en mi estado.
 
—¿Y no conoces a nadie por ahí que te pueda echar una mano?
 
—Hay uno que me la quiere echar. Una, dos y las que haga falta, justo había
salido con él esta noche. Es el profesor de Duncan, del niño de la casa. Se
llama Alec y es de esos que han contribuido al calentamiento del planeta
con su presencia, ya me entiendes.
 
—Uy, que te hace chorrear, hermanita.
 
—Ya te digo que sí. Y también chorrearías tú si lo conocieras, está
impresionante.
 
—¿Te gusta? Mira que si recobras la ilusión de golpe ahí, eso es otra cosa,
no como Gonzalo. Por cierto, que se ha hecho amigo de mamá a base de
tanto venir a llorar sus penas, que está peor que David Bisbal.
 
—¿Que ese va por casa? No me lo puedo creer…
 
—Ya sabes la condición de mamá. Y eso no cambia…
 
—Sí, sí, y tanto que lo sé, es como una puñetera ONG la jodida…
 
—Pues eso, que le da pena y algunos días hasta se va de aquí con un túper
de croquetas. Ahora se las hace de marisco y el otro dice que están muy
buenas, pero que no nota eso de que sea afrodisíaco. Para mí que a ese solo
se le levanta contigo, niña.
 
—Guarra, no tengas valor de volver a decir eso, que me revuelves el
estómago.
 
—No, si todavía tendré yo la culpa de que tú te liaras con Gonzalo. Yo solo
te digo que la próxima vez tengas más ojo porque estas cosas son muy
complicadas.
 
—¿Me lo dices o me lo cuentas?
 
Me despedí de Mónica y tuve hasta que reírme interiormente, porque lo de
mi madre no tenía nombre. De manera que le daba pena de Gonzalo y lo iba
a compensar a croquetazo limpio. Ella era muy buena, tenía un corazón de
esos que no caben en el pecho de grandes que son, pero cuando activaba el
“modo madre” y se ponía pesadita había que pedir socorro al Consejo de
Seguridad de la ONU directamente.
 
 
Capítulo 15

 
Los pequeñajos se levantaron más suaves que un guante.
 
—Brenda, ¿papá no ha llegado todavía? Es que tenía que venir anoche.
 
—Cosas de negocios, Bonnie, mamá también ha tenido que salir pitando
por algo similar—inventé sobre la marcha porque no sabía ni qué decirles.
 
—Qué rollo, ¿y cuándo vuelven?
 
—Ya luego nos dirán, ¿vale? Ahora tómate el desayuno. Y tú también,
Duncan…
 
—Qué guapa estás con ese corte de pelo, Brenda—me soltó la chiquilla y
hasta me dio un beso y un abrazo.
 
—¿Y tú qué vas a decir, mocosa? Porque me queda bien, que si no…
 
Le fui a decir que, si no, los habría pelado a ella y a su hermano sin tijeras,
pero enseguida recordé lo que nos traíamos entre manos y me dieron
mogollón de pena. Aquellos dos no sabían la que se les podía venir encima.
Y menos ella, con esa papitis que parecía tener…
 
Tratando de no ser demasiado dura con ambos, les puse el desayuno. Me
hacía gracia que, hasta cuando trataban de poner cara de buenos, me
parecían dos pillos impresionantes.
 
Fue después del almuerzo cuando por fin recibí noticias de Alisa. Al ver
que era ella, el corazón me dio un vuelco. Por el amor de Dios, cuántas
vueltas puede dar la vida de un momento para otro, es que me resultaba
increíble.
 
—Alisa, cuéntame, por favor, estoy que me va a dar algo.
 
—La cosa está mal, no tengo buenas noticias. Ha recibido un impacto muy
brusco en la cabeza, no sé lo que va a pasar, Ray es muy fuerte, pero me han
dicho que las próximas horas son decisivas.
 
Por lo visto su marido era muy deportista y de siempre le había llamado ella
por ese apelativo, “Ray”, que significa “Rayo” y que le pusieron sus amigos
de joven después de ganar varios campeonatos de atletismo, según me
contó. A mí me llamaba la atención que, pese a que las cosas no fueran todo
lo bien que debieran entre ellos, lo siguiese pronunciando con bastante
cariño.
 
No debía ser un matrimonio en el que hubiese malos rollos, esa era mi
impresión, sino que habría sufrido el desgaste típico de muchos, hasta ahí.
Por lo demás, incluso pensaba que saldrían muy reforzados de aquella,
porque yo no quería ni plantearme que le ocurriese nada a su marido.
 
—No, no digas eso—le contesté tratando de animarla porque tenía la voz de
una muerta.
 
—Ante todo he de ser realista. Espero que mi marido aguante, no puede
hacerle esto a los niños ni tampoco a mí. Ahora no, me siento tan mal, tan
rematadamente mal…
 
—Alisa, te lo he dicho hace unas horas, tú no tienes la culpa de nada.
Cualquiera podemos sufrir un accidente en un momento dado. Eres una
buena mujer, déjalo todo en mis manos y quédate ahí con él.
 
—Es que no sé lo que va a pasar ni cuánto tiempo necesitaré…
 
—¿Y quién te está metiendo prisa, mujer? Ya te he dicho que no hay
problema, que yo me haré cargo de todo.
 
—Susan seguirá yendo por ahí para limpiar, por supuesto. Ni se te ocurra
coger a ti una fregona en tu estado, no debes hacer esfuerzos.
 
Era de agradecer y mucho. Lo cierto es que Alissa se portaba fenomenal
conmigo.
 
—Como quieras, pero que, si no puedes asumir ahora tantos gastos, yo me
encargo.
 
—De eso nada, lo primero es lo primero y, afortunadamente, el dinero no es
problema. Los negocios que mi marido ha cerrado en los últimos meses nos
han reportado bastantes beneficios. No tenemos problemas económicos, no
te preocupes por eso.
 
—Vale, pues un problema menos. Ahora tienes que tranquilizarte y ya, que
debes transmitirle buena vibra.
 
—¿Y si no se pone bien, Brenda? Yo sabía que algo estaba pasando, es que
lo sabía…
 
—Mujer, no te pongas en lo peor que no hay por qué ser pájaro de mal
agüero…
 
—Es que la cosa no pinta bien, te digo yo que no pinta bien. Algo me dice
que esto no acabará…
 
—Ya, Alisa, ya, que así no llegas a ninguna parte. Los niños van a estar
bien y tu marido los adora, solo por eso se pondrá bien, ya lo verás.
 
—¿Y las personas que no salen de una situación así es porque no quieren a
sus hijos? Lo siento, pero ese argumento no me sirve.
 
—Ay, Dios, no sé lo que decirte, yo solo quiero tranquilizarte, mujer…
 
—No sé lo que haría sin ti ahora mismo, Brenda, me has caído como del
cielo, ha sido una suerte.
 
—Tampoco es para tanto, nos ayudamos las dos, yo también te aprecio
mucho.
 
Colgué el teléfono y pensé que teníamos para largo, que a esa mujer le
podían dar las uvas con su marido allí y encima dando gracias en el caso de
que todo saliera bien, que como no fuera así los problemas podían
comenzar a multiplicarse.
 
¿Sería yo? Por un momento me planteé que igual era hasta gafe, aunque no,
qué leñe iba a ser yo. Había sido mala suerte y punto, que para sufrir un
accidente no hace falta más que estar vivo.
 
Había quedado con Alisa en que a los niños les diría que papá y mamá
tendrían que permanecer unos días de viaje. Obvio que, si pasaba algo
malo, y ojalá que no fuese así, no era de mi competencia el contárselo.
 
Terminaron su almuerzo y enseguida salieron al jardín a jugar. Qué bonita
es la ignorancia y qué ajenos estaban ambos a que la vida les podía cambiar
de un segundo para otro.
 
—¿Nos columpias, Brenda? —me preguntaron y allá que fui yo.
 
—No os lo merecéis mucho, pero vale, ya voy…
 
¿Qué iba a hacer? En el fondo les estaba cogiendo mucho cariño a ambos,
que no podían ser más traviesos, pero tampoco más graciosos. Ya me
imaginaba así con mi Darío, columpio va y columpio viene.
 
Eso sí, aquellos dos la liaban mucho más que el pollito (no mi Darío, sino el
pollito del dicho, el que la lía siempre). Me explico, Duncan se bajó de
pronto de su columpio, dando un salto. Y para que no faltase nada, pues de
por sí me sobresalté y bastante, resulta que se llevó un golpe en la cabeza
con el columpio de Bonnie, que todavía estaba en movimiento.
 
Cuando quise darme cuenta, estaba tendido en el suelo y llorando. Me llevé
un buen susto, ¿nos podía pasar algo más? Pues sí, porque tenía un buen
chichón en la cabeza, del tamaño de medio huevo por lo menos.
 
—Ay, chiquitín, esto es justo lo que nos faltaba, ¿qué hago ahora yo
contigo? De inmediato, me fui hacia el garaje con la intención de coger el
coche de Alisa y entonces me percaté de que se lo había llevado hasta el
aeropuerto. Pues lo dicho, lo que faltaba para que las cosas se me
complicasen todavía más.
 
El niño lloraba y se tocaba la cabecita y a mí me entraron los siete males,
¿cuál era el número de teléfono de los taxis locales? Ni idea y encima es
que con las prisas no daba pie con bola. Cuando por fin di con él y llamé,
resultó que comenzó a comunicar y ahí fue cuando me cagué en todo lo
cagable. ¿Y si al niño le pasaba algo por mi culpa? Solo faltaba que no le
pasase al padre y que le pasase al niño.
 
Reconozco que en ese momento toqué fondo y que pensé que aquello no
estaba hecho para mí. Las cosas se me complicaban más por momentos y en
cuanto volviera Alisa para mí que me volvía a Móstoles e igual no me
hartaba de empanadillas, pero sí de croquetas de las de mi madre, que
estaban de vicio.
 
No quiero dar la impresión de que solo pensaba en croquetas mientras a la
criatura se le ponía la cabeza que era para verla, tampoco es eso. Es más
bien que yo me sentía fatal y que la mente busca sus mecanismos de escape,
sería eso.
 
Fue entonces cuando, a modo de tabla de salvación, pensé en Alec y lo
llamé sin dilación.
 
—Ey, guapa, iba a llamarte ahora, ¿tienes noticias?
 
—Tengo noticia de que Duncan casi se abre la cabeza, ¿puedes venir a por
nosotros? Perdona, pero es que estoy desesperada, lo siento un montón. No
me pillan los taxis el teléfono, ¿todo esto es una broma? Parece que alguien
nos ha puesto la pierna encima en esta casa y no levantamos la cabeza.
 
—¿Cómo? Ahora mismo voy a por vosotros.
 
No tardó ni diez minutos, pero Duncan lloró mientras lo más grande. Bien
me serviría todo aquello de práctica porque ya mismo estaba mi Darío en el
mundo y los niños, ya se sabe, si no te dan un susto será porque te den siete.
 
Enseguida llegamos al hospital y nos atendieron divinamente. El crío dejó
de llorar, sobre todo cuando la amable enfermera le dio una piruleta, y nos
marchamos para casa.
 
—Por suerte solo ha sido el susto, pero muchísimas gracias, no sabía a
quién acudir—le confesé.
 
—Pues ya lo sabes, además que yo con este pitufo me entiendo
estupendamente, ¿a que sí, Duncan? Choca esos cinco—le dijo y al otro le
faltó el tiempo.
 
La criatura es que se había asustado y también hay que entender que no
estaban allí ni su madre ni su padre para consolarlo, una circunstancia que
no era precisamente fácil para ninguno. Y menos para mí, que tenía las
carnes abiertas, como se suele decir vulgarmente, hasta saber en qué
quedaría todo aquello.
 
Capítulo 16

 
El domingo yo esperaba como agua de mayo el parte médico por parte de
Alisa. No sabía esa mujer lo muy preocupada que estaba también por ellos.
 
—Sigue en coma, Brenda, y el problema es que no se sabe por cuánto
tiempo—suspiró.
 
—Tampoco tanto, ya lo verás. En cuanto te quieras dar cuenta, abrirá los
ojos.
 
—Ojalá, Dios te escuche, no sé, no me da buena espina todo esto.
 
—Pero eso es porque estás muerta de miedo, le pasaría a cualquiera. Mira,
lo que tienes que hacer es animarte, ¿vale?
 
—¿Y Duncan cómo sigue? —me preguntó porque yo le comenté lo
ocurrido cuando hablamos la noche anterior.
 
—Divinamente, están con unas ganas de liarla que se nota tela, pero los
tengo controlados, tranquila.
 
—Ay, Dios, menos mal que no tienen ni idea. Mis pobres hijos no tienen ni
idea—Se echó a llorar.
 
—Alisa, tranquilízate, si ellos están mejor que quieren. Ni la tienen ni la
van a tener, tú estate bien tranquila.
 
—Lo estoy, contigo lo estoy. Te repito que no sé lo que haría sin ti.
 
A mí me entraban hasta sudores fríos cuando me decía eso porque yo estaba
pensando en coger la puerta en cuanto se solucionasen todos los problemas
de aquella familia.
 
—No te preocupes ahora por eso. Entonces, ¿no hay ninguna variación de
momento?
 
—Ninguna, sigue en coma y no se sabe. Ojalá se despierte hoy mismo, no
puedo verlo así, es que no puedo.
 
—Tú háblale mucho, que seguro que te escucha, dile que estos dos lo
necesitan, que no puede tardar en despertar. Y seguro que te hace caso, tiene
que estar deseando verlos.
 
—A ellos seguro que sí, a mí no sé…
 
—Qué tontorrona eres, pues claro que sí. Tienes que hacerme caso, dile que
abra los ojos…
 
Alisa lloraba al teléfono cada vez que hablábamos y a mí me daba
muchísima pena. Esa mujer estaba pasando las de Caín y lo malo era que la
cosa podía ir para largo, pero bien para largo…
 
Mientras, yo trataba de que los niños no notasen nada raro, de que la
situación fuera lo más normal posible dentro de aquel caos.
 
Estábamos viendo una peli tras almorzar, los tres juntitos en el sofá, cuando
sonó la puerta.
 
—Voy yo, seguro que son papá y mamá—me comentó Bonnie y se levantó
con gesto decidido. En cuanto lo hizo, Duncan la imitó, que para eso el
enano era como su sombra.
 
—Ya os podéis sentar los dos, que voy yo…
 
—¿Y eso por qué? —me preguntó Bonnie refunfuñando.
 
—Eso porque lo digo yo. Y te recuerdo que deberíais estar castigados y
estáis aquí viendo una peli y comiendo palomitas.
 
—Es porque nos lo hemos ganado, llevamos dos días sin hacer travesuras.
 
—¿Y qué? Eso es lo menos, enana, que la última fue de aúpa, es lo menos
que podéis hacer.
 
Me fui hacia la puerta mientras ella volteaba los ojos y se dejaba caer en el
sofá, no podía ser más cómica. Aquella sí que era una tarde típica de
domingo otoñal, de esas más melancólicas que hechas de encargo, La lluvia
golpeaba los cristales y en el cielo nada hacía presuponer que el sol
existiera, así estaba de gris.
 
Cuando abrí me sorprendí bastante porque no lo esperaba; era Alec, que
venía provisto de una bandeja con dulces.
 
—Sé que debí llamar antes, pero igual me hubieras dado en las narices con
una excusa. He venido a ver qué tal está mi alumno y de paso a merendar,
¿puedo pasar?
 
—Pasa rápido, que te vas a poner como una sopa, anda. Y yo como otra.
Mira que venir en una tarde así, andando hubiera yo salido de casa…
 
—Tenía ganas de verte, y al mico también, que conste. Y el agua no encoge,
hasta donde yo sé.
 
—Supongo que no, pasa, corre…
 
—Ni se te ocurra correr a ti no sea que resbales, que ya hemos tenido
bastantes accidentes—me pidió.
 
—Venga, que no soy tan patosa.
 
No podía hablar, no sé qué leñe pasaba en aquellos días, pero es que yo no
podía hablar. Fue hacerlo y casi irme al suelo, mis zapatillas resbalaron con
las losas lisas de delante de la puerta y cuando quise darme cuenta parecía
que estaba encima de una puñetera pista de patinaje. Supuse que el culazo
sería de impresión y, sin embargo, salvada por la campana o, mejor todavía,
por los fuertes brazos de Alec que tuvo los reflejos de un puma, el hijo de la
gran china.
 
—Ay, Dios, que ya me veía en el suelo, gracias—le dije mientras me miraba
entre asustado y sonriente. Y más cuando, al levantarme, casi nos damos
cabeza con cabeza, lo que provocó que nuestros labios solo quedaran a
milímetros de distancia.
 
—Lo siento—murmuró.
 
—¿Qué vas a sentir, empanado? Si has evitado que me partiera el espinazo.
 
—Esto es lo que siento—me aseguró mientras me daba un pico.
 
Me quedé bizca, para qué decir otra cosa. Entre las ganitas que yo tenía y
que los labios del tío parecían dibujados, me enganché a su pescuezo y no
me lo pensé; fui yo la que le metió un morreo allí delante de la puerta que lo
dejó loco.
 
 
Capítulo 17

 
Sonreía por el camino del cole de los niños el lunes por la mañana. Todavía
recordaba lo perplejo que se quedó Alec en la entrada de la casa, ojiplático
y con ganas de más.
 
Que conste que yo también lo hubiera puesto fino, filipino, pero los niños
estaban en la casa y ni de coña. Eso sí, tras aquel morreo furtivo, me había
quedado un calentón todavía mayor del que tenía antes, si eso era posible. Y
parecía que sí, que lo era.
 
Nada más verme, a él también se le puso una cara de pillo que no podía con
ella.
 
—Buenos días, señorita, ¿habría alguna posibilidad de que tú y yo nos
viéramos antes del fin de semana? —me preguntó cuando los niños
hubieron entrado.
 
—Pues ni idea, porque voy a estar más liada que la pata de un romano con
estos dos. Quién me iba a mí a decir que sería madre—suspiré.
 
—Se ve a las claras, ya se va notando más—Miró a mi barriguita.
 
—No lo decía por mi pollito, sino por esos dos diablillos, que estoy
ejerciendo con ellos de madre.
 
—Ah, ya, haciendo las prácticas. Y de novia, ¿no te apetece hacer prácticas
de novia?
 
—De novia es que se me da peor y eso que no sé cómo se me da de madre,
habría que preguntarles a ellos.
 
—Ellos están encantados y yo también lo estaré de pasarme una de estas
tardes a veros. Ayer lo pasamos fenomenal, ¿es o no es?
 
—Sí, sobre todo ellos, que estuvieron haciendo trampas todo el tiempo
mientras jugábamos a las cartas, tienen un morro que se lo pisan.
 
—Pero tú los pusiste firmes, se te dan bien.
 
—Sí, no se me dan mal, aunque mucho están tardando en liar una ya. Les
tengo miedo, puede ser de dimensiones épicas. En fin, que me voy.
 
—¿Cuándo me paso?
 
—Pero si todavía el sofá tiene la forma de tu culo, ¿ya quieres venir otra
vez? — Cuánto me gustaba hacerme la interesante.
 
—Lógico, antes de que la pierda. Mira que mi culo siempre ha tenido
fama…
 
—Ya, ya, si tú lo tienes todo muy bien puesto. Pues nada, que nos vemos.
 
Me marché y lo dejé con la palabra en la boca. Con Alec todo era como un
juego divertido, un juego que me ayudaba a evadirme y a olvidarme del
resto de mis problemas, que no eran pocos.
 
Fue el miércoles por la tarde cuando volvió por allí. Yo estaba en la cocina,
preparándole un chocolate caliente a los micos cuando sonó el timbre.
 
—¿Tú no puedes avisar? —le pregunté como si no me hubiera sorprendido
y agradado a partes iguales, que sí lo hizo.
 
—Para nada, ya te he dicho que no tengo intención de admitir ninguna de
tus excusas. Quiero mi beso—me pidió en cuanto llegué a su altura.
 
—¿Qué beso? ¿Es que has perdido alguno? Estás apañado entonces porque
aquí todo lo que no tiene dueño, lo tiramos—Le saqué la lengua y él me
cogió por la cintura.
 
—Es que ese beso sí tenía dueña y su dueña eras tú…
 
—Qué profundo, ten cuidado no sea que salgan esos dos y se crean que nos
vamos a casar, que los niños tienen una imaginación muy poderosa.
 
—Tú sí que tienes poder, ven aquí…
 
Él también tenía arte y salero, su boca buscaba la mía y yo jugué al
despiste, si bien he de reconocer que los bajos los tenía que parecía que me
había metido en un baño turco. Por el amor del cielo, qué calor.
 
Terminé dejando que sus labios aprisionasen los míos, no sabía a qué estaba
jugando con él, pero si la vida me había enseñado algo es que las cosas
pueden dar un giro de ciento ochenta grados de un día para otro y que, por
eso, es muy importante vivir el momento sin calentarse una el coco más de
la cuenta. Eso, que para caliente ya tenía yo el resto.
 
Entró y los niños se pusieron muy contentos, sobre todo porque les trajo
media docena de unas trufas que hicieron sus delicias la anterior vez.
 
—Anda que son tontos, como no están buenas ni nada—Las miré con ojos
golosones porque yo tenía una tremenda ansia de chocolate esos días.
 
—Que se te van a salir los ojos, anda, quién fuera trufa—me dijo por lo
bajini mientras sacaba otra bandejita.
 
—¿Esa es entera para mí? —le pregunté tirándome sobre ella.
 
—Quién fuera trufa, repito, sí es para ti—me comentó mientras yo
comenzaba a paladear una de ellas, no es que le hubiese dejado demasiado
tiempo para contestar ni mucho menos.
 
A mí el chocolate me podía y lo mismo a mi pollito también, porque yo
achacaba tanta ansia por ese manjar dulce a que a mi niño también le
pirrara.
 
De nuevo pasamos una tarde muy agradable como si estuviésemos en
familia, lo cual no dejaba de resultarme un tanto surrealista porque ni estaba
en mi casa, ni ellos eran mis hijos, ni Alec era nada mío, más allá de un
capricho que me provocaba tanto o más que el mismísimo chocolate.
 
Logramos esquivar a los enanos a la hora de marcharse y lo acompañé hasta
la puerta.
 
—Me lo he pasado genial, aunque te reconozco que ya tenía ganas de que
llegase la hora de marcharme—me confesó y me dejó con las patas
colgando.
 
—Mira, ¿y a ti quién te ha llamado? Pues ya te puedes ir, ¿no te fastidia el
tío? Hace falta tener morro…
 
—Preciosa, que tenía ganas de que llegase la hora para hacer esto—Me
morreó con fuerza y me dejó tambaleándome.
 
—¡Te la has cargado! —le dije y entonces fui yo quien me abalancé sobre él
de un modo que no perdió el equilibrio de milagro. De no ser porque
estaban allí los niños ese no se hubiera ido entero ni por cachondeo. Ya me
lo cobraría yo, ya…
 
 
Capítulo 18

 
El fin de semana llegó y con él una cierta desesperación por mi parte. Y eso
que a Alisa no quería agobiarla para nada…
 
—¿No hay mejora alguna, guapa? —le pregunté.
 
—No la hay, no. Y el problema es que, si la cosa sigue así, no podré
permanecer aquí mucho tiempo.
 
—Tú aguanta, que pronto se va a solucionar, ya lo verás.
 
—Ojalá, me encantaría llamarte y decirte que ya nos vamos para casa.
 
La entendía muy bien porque eso era lo que deseaba yo también; irme para
mi casa. Que la aventura de las Tierras Altas había estado muy bien para
airearme, pero que yo soy un poco veleta en ese sentido y a veces no sé
dónde poner el huevo.
 
—Ya verás como en cualquier momento, ¿tú le hablas?
 
—A todas las horas, aquí no tengo otra cosa que hacer, las horas se me
hacen eternas, ¿y tú qué tal? ¿Los niños han vuelto a las andadas?
 
—Qué va, mujer, se están portando divinamente, tú no sufras por nada.
 
—Ay, por fin una buena noticia, mira que si de esta sientan ya cabeza los
dos. Es que te hago un monumento, Brenda.
 
—Sí, sí que me lo habré ganado.
 
Fui un tanto irónica porque no le había dicho la verdad. La tregua de
aquellos dos fue muy cortita y en aquella semana ya nos habíamos visto las
caras más de una vez.
 
Desde sacar al peque del bombo de la lavadora hasta tener que socorrer al
pobre cuco del reloj, al que cogieron por el pescuezo y le quitaron todas las
ganas de cantar, menos mal que no era de verdad…
 
Lo de la lavadora tuvo su miga, porque gracias a Dios no estaba
funcionando, que si no… Resulta que sus padres, muy perfeccionistas ellos,
tenían una lavadora de esas para media tonelada de ropa con un tambor del
tamaño de una furgoneta. Y allí que se metió el enano…
 
Al estar en la zona de la lavandería, no me enteré y cuando quise acudir ya
la otra le había dado tal cantidad de vueltas al bombo, a petición suya, que
estaba echando hasta la primera papilla. Y a la que yo llegué, me echó a mí
la pota en las zapatillas, qué fatiguita más grande me entró, Dios mío de mi
alma.
 
Aparte de eso, también habían dibujado a sus padres, a ellos y a toda su
generación al completo en la entrada. Y encima sentí pena, porque cuando
les di dos gritos me dijeron que echaban de menos a sus papás, así que allá
me tenéis a mí, con un paño en la mano y con la lagrimilla fuera.
 
Por si eso fuera poco, habían hecho una guerra de cacao, nada menos que en
polvo, en plena cocina. Así que me los encontré a los dos con una pinta que
parecían el negrito del África tropical, ese que decía la canción que
cultivando cantaba la del Cola Cao.
 
Pues nada, que a su madre no le dije ni pío porque bastante tenía ya la
pobre, pero que yo necesitaba unas vacaciones de aquellos dos como el
comer, no podían darme más quebraderos de cabeza.
 
Aquella tarde de sábado, una amiga de Bonnie acababa de irse de casa y la
vi con lágrimas en los ojos.
 
—¿Qué te pasa? ¿Te has peleado con esa niña? Mira que ya te he dicho que
tiene cara de ser un bichillo, todavía más que tú, que ya es decir.
 
—No, es que me ha dicho que mi padre está malito, que no está de viaje,
¿eso es verdad? Dice que se lo ha escuchado a las mamás del cole.
 
Me quedé loca porque no me había visto en un aprieto similar en la vida,
¿qué le decía yo? Trataba de buscar una respuesta en mi cabeza, en la que
parecía haber en ese momento una única neurona y rebotando contra las
paredes, cuando llamaron al timbre y era Alec.
 
Salí corriendo y le conté el plan, esperando que con eso de que él era
profesor se le ocurriese algo.
 
—Bonnie, ven aquí—le comentó y la sentó encima de sus piernas.
 
—¿Es verdad, Alec? ¿Mi papá se va a morir?
 
—Tu papá no se va a morir, ¿vale? Así que sécate esas lágrimas y deja que
vea esos ojos tan bonitos que tienes—le pidió mientras el pequeño Duncan
ponía la oreja, también más mosqueado que un pavo el día de Nochebuena
—. Verás, sí es cierto que tu papá está un poco malito, pero tú sabes que él
es muy fuerte y que hará todo lo posible por ponerse bien. Porque tú papá
os adora a Duncan y a ti…
 
—Sí, al renacuajo lo quiere mucho, pero yo soy su princesa—La jodida, en
lo tocante a su padre, tenía que ponerse la primera, no había quien le quitase
la vez.
 
—Pues bien, tú misma lo estás diciendo, tu papá hará todo lo que pueda
para volver a ver a su princesa y a su renacuajo. Y vosotros tenéis que
portaros muy bien para que Brenda pueda con todo esto, que ella también
tiene su barriguita y la tenemos que cuidar entre todos, ¿vale?
 
No sé cómo lo consiguió, pero la peque asintió y le dio un abrazo. Después
se vino hacia mí y me dio otro…
 
—Pollito, ¿me escuchas? Tu mamá es un poco mentirosita porque no me
dijo que mi papá está malito, pero aun así la queremos y la vamos a cuidar
entre todos, ¿qué quieres que te haga, Brenda? ¿Una tila? —me preguntó y
me tronché porque eso era lo que yo les decía siempre que tenía que
prepararme cuando la liaban.
 
—No, cariño, ni se te ocurra tocar a ti el agua caliente, que tienes más
peligro que una caja de bombas. Anda, soy yo la que os va a preparar un
chocolate caliente de ese que tanto os gusta.
 
Tuve que contener la lagrimilla yo también porque la situación no era nada
fácil y porque Alec me había echado un cable impresionante.
 
Al irse aquella noche se repitió lo que ya se estaba convirtiendo en una
costumbre, que nos besábamos en el jardín.
 
—Desde los quince años que no me pasaba esto, que me daba un morreo y
que me iba con…—Ladeaba la cabeza sin terminar siquiera de decirlo.
 
—Y que te ibas con un buen calentón, dilo, a ver si te has creído que yo soy
de piedra. Yo cojo ahora el Satisfyer y del meneo que le doy es que lo
pongo tibio…
 
—No me digas eso que me revolucionas del todo.
 
—Pues no te lo digo, tú mismo—le dije antes de meterle la lengua hasta la
campanilla.
 
 
 
Capítulo 19

 
No fue hasta el martes de la siguiente semana cuando por fin tuvimos una
buena noticia. A mí solo me faltó ponerme a bailar de alegría cuando Alisa
me llamó.
 
—Ey, tú tienes una voz distinta, ¿algo que contarme? Dime por Dios que sí,
que estamos faltitas de buenas noticias.
 
—Sí—suspiró porque esa mujer llevaba mucho acumulado en aquellos días
—. Por fin se ha despertado, se ha despertado—Rompió a llorar, la pudo la
presión.
 
—¡Te lo dije! Eh, ¿te lo dije o no te lo dije? Tu marido no se podía resistir,
él tenía que despertarse por los niños y también por ti, tonta…
 
En la forma de hablarle no parecía que fuera mi jefa, pero es que ya sabéis
que soy pura espontaneidad y nada dada a los formalismos.
 
—Me lo dijiste, me lo dijiste. Hemos superado la primera batalla y no ha
sido fácil, podía haberse quedado…
 
—Cualquier cosa podría haber pasado, no te creas que no tenía yo miedo, lo
que ocurre es que no te lo iba a decir, encima, lo que hubiese faltado, no
habría estado bonito.
 
—Muchas gracias por tu apoyo. No te imaginas las ganas que tengo de
volver a casa y ver a los niños.
 
—Pues si tú las tienes, imagínate las que tendrá tu marido que hace más
tiempo que no los ve y que acaba de despertar de la peor pesadilla de su
vida.
 
—El problema es que no él no tiene tantas ganas porque ahora se nos
presenta otra complicación…
 
A mí las piernas me comenzaron a flaquear porque sí, definitivamente, nos
había mirado un tuerto.
 
—¿Y qué problema es ese? ¿Me lo puedes contar?
 
—Es que no los recuerda, mi marido no recuerda a los niños.
 
—¿Cómo no va a recordarlos? Oye, que yo misma le pido de vez en cuando
a todos los santos olvidarme de ellos unas cuantas horas, pero no se olvida
una de esos dos tan fácilmente.
 
—Ya, ya, no es eso, mujer, Es que su padre está amnésico. No los recuerda
a ellos, ni tampoco a mí, ni…
 
—Buff, ni a la madre que lo parió. Ya me lo imagino, otro marrón. Es que
perdona, pero no salimos de Guatemala y nos metemos en Guatepeor…
 
—Qué me vas a contar a mí. Lo único bueno que me ha sucedido en esta
última temporada ha sido que tú llegaras a nuestra vida. No sé cómo podría
haber afrontado este problema de otra manera, palabra que no lo sé.
 
—Mujer, pues afrontándolo, que tampoco tiene tanto misterio. Yo no he
hecho nada del otro mundo.
 
—Tú has sido la única que no ha tirado la toalla con mis hijos y eso yo no
lo voy a olvidar nunca.
 
Estuve por decirle que ya no podía más, que todo aquello me pesaba
demasiado, pero no pude. Mi cabeza intentaba soltarlo, pero mi boca se
resistía a pronunciar las dos palabras mágicas que me hubieran devuelto a
mi casa y eso que es fácil decir un “bye bye”, pues no me salía.
 
—Gracias, pero sigo pensando que estás sobrevalorando mi trabajo. Lo que
yo hago lo puede hacer cualquiera. De hecho, no sería malo que tuvieras en
la recámara a alguien por si algún día yo…
 
—Ni me lo digas, te lo pido por favor. Todas las chicas que han pasado por
mi casa han terminado huyendo como si mis hijos fueran unos apestados,
así que doy gracias al cielo por tenerte a ti en este momento en el que te
necesito más que nunca.
 
Había que jorobarse. Allí es que las cosas no se enmendaban ni a la de tres.
Cuanto más avanzaban las semanas, más se me complicaba la marcha.
 
Alisa me pidió que le pasara a los niños y que pusiera el manos libres.
 
—Bonnie, Duncan, papá se ha despertado, así que ya no le pasará nada
malo. Lo único es que ahora le va a costar algo de trabajo volver a la
normalidad porque la memoria se le ha quedado un poquito mal, ¿vale?
 
—Mamá, ¿se ha quedado con memoria de pez? —le preguntó Bonnie.
 
—Eso es, cariño, con memoria de pez y hasta un poquito peor. Pero
vosotros le ayudaréis a recordar todo, pasito a pasito, ¿vale?
 
—¿Tampoco sabe andar? —le preguntó aquella resabiada, que se extrañó
mucho.
 
—Sí, cariño, andar sí que sabe, pero que pasito a pasito le ayudaremos a
recordar.
 
—Yo le ayudaré a recordar todo menos que reventé su pluma en su camisa
favorita, ¿vale, mami?
 
Esa sabía tela marinera, sabía como si tuviera cuarenta años más de los que
de verdad tenía.
 
—Vale, cariño, lo de la pluma no se lo recordaremos…
 
—Ni tampoco lo de que me castigó antes de irse, que seguro que ya se le ha
olvidado. Claro, si se le ha olvidado todo, también se le olvidará mi castigo
—Puso los brazos en jarra.
 
Finalmente, su madre colgó y ella se quedó hablando conmigo. El
pequeñajo se enteraba de menos, pero Bonnie ya se iba haciendo su propia
composición de lugar.
 
—Así que tu padre también te castigó antes de irse. Seguro que eso fue por
buena, por buena pieza que estás tú hecha.
 
—No, eso es porque los mayores no me tenéis ninguna paciencia. Estáis
demasiado estresados—Se encogió aquella enana de hombros.
 
Capítulo 20

 
Y llegó el fin de semana y con él prácticamente el final de aquella situación
tan extraña…
 
—El miércoles, Alisa y su marido llegan el miércoles—le comenté a Alec.
 
—¿Y ha notado alguna mejoría? Pobre hombre, yo no lo conozco, solo he
tratado con ella, pero supongo que tiene que ser el putadón del siglo,
 
—De momento, no, pero los médicos les han dicho que poco a poco, que
sobre todo es cuestión de paciencia—suspiré.
 
—Pues nada, la parte buena es que ya ellos estarán aquí y tú tendrás más
tiempo libre.
 
—O menos, yo no sé qué plan tendremos en esta casa. Además, que a mí
me están entrando ganas de irme a mi tierra. Yo no sé si es nostalgia o qué
es, pero yo tengo unas ganas de dormir en mi cama…
 
—Si no te gusta la que tienes aquí, yo puedo ofrecerte otra.
 
—Ya me lo imagino, tú lo que quieres es ofrecerme la cama y el calorcito,
sin necesidad de tener que echarnos edredón ni nada. Para mí que tú y yo,
luz íbamos a gastar poca.
 
—Qué romántica, pensando en velas, me estremezco.
 
—Menos cachondeito que te saco de aquí de una patada en el culo. Yo solo
pensaba en que generaríamos más calor que una planta de esas de placas
solares, no en velas, a mí el romanticismo se me murió—sentencié.
 
—Venga ya, todo el mundo tiene su puntito romántico, no me vayas a decir
que tú eres la excepción porque no. Además, que yo te noto muy
apasionada.
 
—Que quiera darle al tema no confirma que sea apasionada, eso solo
confirma que tengo sangre en las venas y un festival de neuronas de esos
con carteles luminosos.
 
—Por favor, sin darme detalles que la cerveza me llega ya caliente al
estómago, me pones que voy a estallar un termómetro, no seas mala.
 
—Mira, mira, por ahí vienen esos dos, ya verás cómo te van a poner ellos,
ahora sí que lo vas a flipar.
 
Era sábado y les estábamos preparando la cena a los niños. Él llevaba allí
desde la hora de la merienda y lo cierto es que nos había hecho la tarde muy
agradable.
 
Yo apenas conocía a gente en aquel lugar y para mí que así me volvía para
mi casa, porque tampoco tendría tiempo para hacer demasiada vida social.
Por esa razón, en Alec me apoyé en aquellas circunstancias tan
extraordinarias y en él encontraría también otro tipo de “a-poyo”, pero con
“ll”, porque con ese me daría yo tremendo revolcón como Brenda que me
llamaba.
 
Una vez la cena estuvo lista y en los platos, él que para esas cosas sí que era
prudente, hizo por marcharse.
 
—“No te vayas todavía, no te vayas por favor…”—Lo cogí por el brazo,
cantando en castellano las famosas sevillanas y él no entendió ni papa.
 
—¿Qué es lo que has querido decir con esa canción?
 
—Son unas sevillanas y quieren decir que te quedes aquí, que no seas tú tan
rapidito.
 
—Por mí encantado, no tengo ningún plan mejor que estar contigo, ya lo
sabes. Es solo que ha llegado la hora de la cena y quizás a Alisa y a su
marido no les guste que permanezca aquí a estas horas.
 
—Paparruchas, Alisa sabe de sobra que pasas tiempo aquí y no solo no le
importa, sino que te está de lo más agradecida. En cuanto a su marido, no
hace falta que te diga que el pobre ni recuerda quién eres ni nada que se le
parezca. Es una pena, pero así es.
 
—Vale, entonces me quedaré encantado,
 
—No, encantado estarás tú el día que… Mira, no me hagas hablar porque
luego dirás que soy una deslenguada.
 
—¿Y a ti te importa lo que yo diga o lo que diga nadie, mi deslenguada
favorita? —Me cogió por la cintura aprovechando que aquellos dos se
estaban lavando las manos.
 
Estaba yo la mar de a gusto dejándome achuchar por él cuando escuchamos
gresca en el cuarto de baño. Y eso que los niños no solían pelearse entre
ellos, siempre estaban de acuerdo en todo, es decir, en hacerme la puñeta
bien hecha.
 
—¿Se puede saber qué pasa aquí? —Entré palmeando.
 
—Ha sido el niño este, que me ha metido el jabón en el ojo y yo se lo voy a
meter en la boca, le van a salir pompas hasta por el culo—Lo amenazó ella
con cara de Bull dog.
 
—Y yo me voy a poner a repartir cosquis y me quedaré sola, se están
regalando un montón de números y a la rifa solo habéis venido vosotros.
 
—Me alegra que me excluyas—me soltó el otro por lo bajini.
 
—No me hagas reír, que tengo que ponerme seria—Ya estaba de por sí
teniendo que contener la risa con eso de que a Duncan le salieran pompas
por el culo.
 
—Pero no es justo, mira cómo me ha dejado el ojo—se quejaba ella.
 
—Es que ha sido un accidente, hermana, un accidente—Él se encogía de
hombros como sin entender la magnitud del asunto.
 
—Un accidente fue que tú nacieras—replicó ella, a quien el ojo le debía de
escocer lo suficiente como para tenerle unas ganas tremendas.
 
—Ni se te ocurra repetir eso, Bonnie, como tu madre se entere se pondrá
contenta—Con las ganitas que esa mujer tenía de niños, por favor.
 
—Es que lo ha hecho para fastidiarme, solo para fastidiarme y ahora no me
puedo vengar ni un poquito así—Señaló algo comedido con los dedos y, a
continuación, le abrió la boca con tanta rapidez que a duras penas pudimos
evitar que el otro tragase jabón.
 
—¡Castigada a tu dormitorio! —le chillé mientras Duncan sentía rebajar el
nivel de presión de su minúsculo cuerpecito y echaba fuera el mayor de los
suspiros.
 
—Gracias—murmuró desinflándose por segundos.
 
—Y tú a tu dormitorio también, retaco con patas, que no me fío de si lo has
hecho adrede o no, a reflexionar. Venga, ¡mueve el culo! —Palmeé en el
aire.
 
Sin decir ni mu, que al fin y al cabo lo habíamos salvado, salió andando con
un movimiento de culo de lo más cómico.
 
—¿Me estás vacilando? —le pregunté con mal talante.
 
—Que no, que tú me has dicho que mueva el culo y eso estoy haciendo, no
te enfades más—Le salió un puchero y es que parecía decir la verdad.
 
—Niño, que es un decir, que te esfumes a tu dormitorio, que me tenéis
hasta… Mira no te voy a decir hasta dónde me tenéis, entre otras cosas
porque no sé ni cómo se diría en inglés, tira ya…
 
Me quedé a solas con Alec y volvimos a la cocina.
 
—No sé si castigarlos sin postre o sin cena directamente o si proponerles a
sus padres que los den en adopción. A mí me tienen muy harta, van a hacer
que se me pudra la sangre en las venas y al final tendré hasta un problema
de salud, ya lo verás.
 
—No digas eso, si se nota que los adoras…
 
—Sí, sí, los adoro, pero algunas veces siento que no puedo más. Yo me
quiero ir a mi casa.
 
—Y yo no quiero que te vayas—Nos habíamos sentado en el sofá y me
rodeó con los brazos.
 
—Ni se te ocurra pasar de ahí porque estos dos aparecen y se lo cascan todo
a sus padres. Aunque al padre bastante le va a importar, pobre hombre, por
lo visto es que no sabe ni dónde tiene la cabeza.
 
—Te van a necesitar más que nunca cuando vuelvan, ¿eres consciente de
eso?
 
—A mí no me chantajees, lo siento mogollón, pero no estoy para nada ni
para nadie. Es que no estoy, vaya, que no. Yo me voy para mi casa y aquí
paz y después gloria, que ya bastante he hecho.
 
—Pero si te vas no podrás conocerme.
 
—Mira este, como que no te conozco ya. Tú, cuando tengas vacaciones, te
vienes para Móstoles una semanita que mi madre te ceba a croquetas, con
tres kilos más te vuelves, palabra.
 
—Ya me has entendido…
 
—Sí, te he entendido de sobra, es solo que no quiero entenderte porque no
me conviene. Y ahora, ¿les damos a estos de cenar o les subo un chusco de
pan y un vaso de agua? ¿Tú crees que su madre lo verá bien?
 
—Su madre debe tener la cabeza a pájaros ya la pobre mujer, no creo que
esté para pensar o no en castigos. Venga y tú no seas así, que mandas más
que la reina Isabel.
 
—Más que esa mujer no manda nadie en el mundo, déjate de pamplinas. Y
con los años que tiene, que está metida en formol. Por favor, esa ha
encontrado el elixir de la eterna juventud y bien calladito que se lo tiene.
 
—Ese lo tienes tú, que me haces sentir unas cosas…
 
—Y un mojón, yo lo que tengo son veinticinco añitos solo y así cualquiera,
por eso tengo la cara más estirada que el culo de mi pollito, pero esa mujer
va camino de tener un siglo, como mi bisabuela, y está dando guerra…
 
—Como el culo de tu pollito, se te ocurren unas cosas—Se desternilló él.
 
—Sí, claro, como el culo de mi pollito cuando lo eche al mundo, que ahora
no… Ahora lo debe tener más arrugado que un garbanzo, que para eso está
dentro y en remojo. Y déjalo ahí una buena temporadita todavía que, con la
que me ha caído encima, como para lidiar con más cosas.
 
Charlaba animadamente con él y me echaba unas risas cuando me sonó el
teléfono. Era Alisa, a la que yo no esperaba ya porque había hablado con
ella un ratito antes.
 
—Sí, sí, Alisa, sin novedad. Bueno, Duncan casi le saca un ojo a su
hermana con una pastilla de jabón y la otra no se la ha hecho tragar de
milagro. Se ve que ya les está pasando factura vuestra ausencia, yo hago lo
que puedo, pero no me pidas milagros, chica. Bastante que al final no ha
cagado jabón, aunque igual nos habría perfumado el ambiente luego cuando
se tirara un cuesco que, por cierto, el niño de vez en cuando parece una
metralleta. Un día de estos me tiro al suelo del miedo…
 
Yo me lo decía todo, charlaba mucho, como me decía Alec. Supongo que
sería también mi propia forma de echar tensión fuera. O quizás yo siempre
lo había hecho igual, que muda nunca fui precisamente.
 
Lo que Alisa quiso decirme, y por eso me llamó de nuevo a esas horas, fue
que al día siguiente la mamá de una amiguita de Bonnie, que tenía otra niña
de la edad de Duncan también, se los llevaría a pasar el día a su casa.
 
A mí… A mí se me abrieron las puertas del cielo porque, aunque adoraba a
aquellos dos monstruitos, también necesitaba por encima de cualquier otra
cosa perderlos unas horas de vista.
 
Se ve que Dios escuchó mis plegarias y que, por fin desde que llegué allí,
contaría con un día completo para mí. Fueron muchos los posibles planes
que se me vinieron a la cabeza, pero hubo uno que me resultó especial y fue
el que me ofreció Alec de pasar por mí e irnos a disfrutar juntos del día.
 
 
 
 
 
Capítulo 21

 
Íbamos cantando a voz en grito “It`s my life” de Bon Jovi en un día en el
que el tiempo quiso acompañar. Por fin se había levantado la niebla que
acompañó a las anteriores y el sol se dejaba ver tímidamente en las
Highlands.
 
—¿A dónde vamos? —me preguntó él.
 
—Al catre, al catre—le respondí yo.
 
—¿Perdona?
 
—Ay, Dios, ahora te has quedado sordo. Si ya sabía yo que algo tenía que
salir mal. Es que soy gafe, cada vez lo veo más claro, qué lástima de mí y
de mi pollito, como salga gafe también le harán bullying en el colegio.
 
—Yo contigo me tengo que reír desde que me levanto hasta que me acuesto
—me confesó.
 
—Pues hoy no te vas a reír, hoy vas a chillar. Y tanto que vas a chillar, no
vas a chillar nada—le advertí yo que también me moría de la risa solo de
pensar en la que podíamos liar los dos juntos.
 
Llegamos a la puerta de su cuca casita, una similar a la de Alisa y su
marido, solo que de proporciones más pequeñas. Igual que en el caso de
ellos, los dormitorios los tenía en la planta de arriba y hacia allí me quedé
mirando yo en cuanto abrió la puerta.
 
—Mira te voy a enseñar el salón y…
 
—Tú me vas a enseñar lo que yo te diga, la palanca de cambio me vas a
enseñar, para más señas. Hazme tuya—le pedí.
 
—Mujer, ¿así? Es que me estás dando hasta miedo.
 
—Miedo te dará si no lo haces, es que soy capaz de abofetearte vaya, si me
traes hasta aquí para nada.
 
—¿Para nada? ¿Acaso crees que no te tengo ganas?
 
—Pues poco se nota. Venga, desnúdate como si estuvieras en la consulta,
que vamos a jugar a los médicos.
 
—No puede ser, esto no me puede estar pasando a mí—Negaba con la
cabeza.
 
—¿No? Pues si quieres me marcho y le cae el premio gordo a tu vecino,
aunque habrá que ver también al vecino, que yo soy de pico fino. Venga,
que te desnudes.
 
A él debía parecerle surrealista, pero cuando vio que yo tiré de su camisa
con fuerza y que dos botones salieron volando comprendió que era mejor
que se terminase de desnudar solito. Y mientras yo hice lo propio,
arrancándome el vestido.
 
—Oye, pon musiquita o algo, ¿no? —le pedí.
 
—Ahora voy, ahora voy, es que ni tiempo me ha dado.
 
—Pues ya podías andarte con más prisa, que los he visto más rapiditos…
 
—Oye, que las comparaciones son odiosas, guapa.
 
—Y que quieras hacerme tuya a palo seco también es odioso, ¿qué te crees?
Mira este. Además, que yo para hincar necesito musiquita, por aquello de
llevar el ritmo.
 
—¿Cómo llevar el ritmo?
 
—Que sí, que sí, que yo lo necesito, sobre todo cuando me amorro al pilón,
que llevo el ritmo de la musiquita y me queda que ni bordado, no pierdo el
compás ni nada. No paro hasta volverle los ojos para atrás al que sea…
 
—Qué romántico, niña.
 
—Eso es lo que hay, si te gusta bien y si no también. A ver, quítate los
calzoncillos que inspeccione el material, que tengo yo que comprobar si
hemos venido para algo o si nos podíamos haber ahorrado el paseo.
 
—No, no, perdona, pero yo así no puedo, es que me da hasta la risa.
 
—Qué dices de que no puedes, trae para acá, hombre… Si no me da cosa a
mí de desnudarme, con esta barriguita que tengo, te va a dar a ti…
 
—Si no es que me dé nada, mujer, que yo estoy deseando hacerte…
 
No le dio tiempo a decir ni mu porque yo salté como si fuera una garrapata
a sus bajos y me amorré, y tanto que me amorré. Me amorré hasta que le
puse los ojos en blanco y chiquita satisfacción la que me llevé para mi
cuerpo serrano.
 
—Ya sabía yo que te iba a gustar—le solté con esa naturalidad mía que
tanto le atraía.
 
—¿A gustar? Creí que perdía el sentido, ven aquí.
 
—Qué capullo eres. Ahora te han entrado las prisas y antes haciéndote de
rogar. Te mereces que me vista y que me vaya o que me vaya sin vestir y
todo, solo que no quiero que se me resfríe el garbancito, digo el pollito.
 
—¿Cómo voy a querer que te vayas? Ven aquí—Me tomó en sus brazos y
casi me desmayo del gusto, solo de lo fuerte que era, no me hacía falta más.
 
—Venga, pues si no quieres que me vaya, dame caña…
 
—Tú me dices hasta dónde…—Su mirada tan seductora y el hecho de que
tomase tan en consideración que estaba embarazada a punto estuvo de
provocar que me corriera allí mismo, aun antes de empezar.
 
—Pues hasta el nudo, hombre, hasta dónde va a ser, pues anda que estoy yo
para quedarme a medias, ¿tú me has visto cara de mojigata?
 
Ladeó la cabeza y me ofreció una de esas atractivas sonrisas, previas a
colocarse en la entrada de mis partes íntimas y a penetrar en mí. Lo hizo así,
sin preliminares, porque cuando los intentó lo paré en seco y, señalando a
esa cavidad de mi cuerpo, le indiqué que yo lo que quería era candela de la
buena y que la quería ya. Él es que se partía y, aun así, aguantó el tipo.
 
Me tenía encima de su cama y levantó mis piernas para ir entrando
lentamente en mí. Hasta las plantas de los pies se me encorvaron tanto que
dudé en si volverían a su estado normal en algún momento. Y todo del
gustirrinín que me dio, que ese fue cosa fina.
 
Conforme fue entrando, mi piel se fue perlando de unas gotas de sudor que
le resultaron de lo más insinuantes y que obedecían a que yo guardaba más
calor que una cafetera cuando está hirviendo a todo meter. Por cierto, que
quien estaba a todo meter era él porque encima tenía buen material para
meter y remeter. Eso debía ser cosas de los highlander, un rasgo distintivo o
algo, porque el padre de mi hijo también estaba que parecía un caballo visto
por delante y no precisamente porque tuviera cuatro patas ni porque
relinchara, sino que ya me entendéis.
 
En cualquier caso, no era de Logan de quien quería acordarme cuando
estaba echando ese polvazo con Alec, uno que debió resultar apoteósico en
su barrio, porque di un concierto de chillidos que no sería tan fácil de
olvidar.
 
Capítulo 22

 
El martes por la tarde yo me sentía un poco más relajada, porque desde que
desfogué con Alec como que estaba mucho mejor.
 
Los niños y yo le estábamos preparando una bienvenida como se merecían a
sus padres. Yo no paraba de mirarlos con el rabillo del ojo, porque se habían
empeñado en prepararles una colorida pancarta y tuve mi buen cuidado en
que no siguieran después por las paredes, que esos tenían una vena grafitera
que para qué.
 
Alec también estaba allí con nosotros, había llegado para echarnos una
mano. Y que conste que en esa ocasión a mí solo me la echó a preparar la
merienda y demás.
 
—¿Tú qué quieres? ¿Un café o cacao para seguir poniéndote fuerte? Que
tienes los brazos que son dos cañones de artillería, parece que te los han
hecho en el Arsenal de la Carraca de Cádiz. Por cierto, ¿tú has ido alguna
vez a Cádiz? Porque si no lo has hecho ya estás tardando.
 
—La que está tardando eres tú en darme un beso—me pidió porque los
niños estaban concentrados en lo suyo (que por una vez no era dar por saco)
y no nos veían.
 
—No, no, es que tú y yo tenemos que ir poniendo distancia, que lo del otro
día estuvo muy bien, sobre todo para darle descanso a mi Satisfyer, que ya
estaba pidiendo socorro, pero hasta ahí. Yo es que me voy a ir de aquí en
unos días y no quiero que te quedes llorando, que los hombres sois muy
blandengues.
 
—Lo sueltas y te quedas tan pancha, eres impresionante…
 
—¿Qué suelto? ¿Qué he dicho?
 
Él negaba con la cabeza y los niños se me acercaron.
 
—¿Te gusta, Brenda? Son papá y mamá—Me enseñaron la pancarta.
 
—¿El del molondrón es papá? Pues al pobre lo que le faltaba. Vosotros de
dibujo vais regular, ¿no? Hay que afinar de aquí y de aquí. Niña, ¿tú no
decías que eras una artista? Pues poco se nota, échale un poquillo más de
salero y dile a tu hermano que atine más coloreando, que los está poniendo
a los dos que vaya, los sube a una carroza y preparados para el Orgullo. Ay,
que montón de colorines, esto es un mareo, qué jaleo de niños.
 
—¿Qué dices del Orgullo? No te entiendo…
 
—Uff, niña, qué vas a entender tú de eso, no veas cómo se pone Madrid,
que tiro yo para allá con Mónica y nos ponemos las dos a dar saltos hasta
que los pies nos echan humo. Cuando tú seas mayor te voy a llevar a la
fiesta del Orgullo y lo vas a vivir, que aquí sois muy sosos y no tenéis
eventos de esos.
 
Los niños merendaron y, a continuación, se empeñaron en que a su padre
había que prepararle un pastel de bienvenida.
 
—Qué pastel ni pastel, bastante tendrá el pobre con aguantaros a los dos,
que se va a tirar de los pelos del…
 
—Que sí, Brenda, que a mi padre le gusta mucho un pastel de chocolate y
que mi hermano y yo lo hacemos siempre con él.
 
—Siempre que esté en casa, querrán decir estos dos, porque este hombre no
asoma por aquí el hocico ni por cachondeo—le comenté por lo bajini a
Alec.
 
—No como yo, que cuando me case contigo no voy a querer separarme de
ti…
 
—Y encima me vienes con amenazas. Oye, ni mijita, ¿eh? Yo ya te he dicho
que en cuanto esos dos vuelvan, yo soy aquí un holograma, visto y no visto.
Hasta la maleta tengo ya preparada, con eso te lo digo todo.
 
—No me pongas triste, hazme el favor.
 
—Eso es cosa tuya, si no sabes gestionar tus sentimientos, debes irte de
cabeza al psicólogo, eso es lo que hay.
 
—No seas tan dura conmigo…
 
—A mí no me vengas con cara de puchero que no me vas a convencer de
nada. Tú y yo hemos echado un polvo y vale que ha estado muy bien, pero
no te creas que por eso vamos a comer las perdices juntos cuando tengamos
cien años, que ni mijita.
 
En esas que llegó Duncan y comenzó a darme también la lata con lo del
dichoso pastel.
 
—A papá le gusta mucho—me decía, enviado por la otra, para
convencerme.
 
—Pesaditos sois los dos un rato largo, pero si por lo menos va a servir para
que os calléis la boca un ratito, venga, ¿dónde está la receta?
 
—Aquí en mi cabeza, yo sé cómo se hace—me aseguró la enana.
 
—Tú estás flipada, valiente porquería de pastel que vamos a hacer, como se
parezca a la…—Miré a la pancarta y me callé a petición de Alec.
 
—Por Dios, cállate, que van a coger una depresión. A los niños hay que
darles un refuerzo positivo.
 
—¿Un refuerzo positivo? ¿Eso no es lo que se les da a los perros? Digo
cuando hacen algo bien y les das una galleta perruna o algo…
 
—Mujer, a todos nos pueden reforzar positivamente. Mira, yo me llevo esta
noche un beso de aquí y ya me habrás reforzado.
 
—Querrás decir que ya te habré calentado y luego te cogerás el asunto y le
dejarás los dedos marcados como si fuera un joystick de esos de las
consolas, guarrón, que eres un guarrón—Le di un codazo tal que lo dejé sin
sentido. Yo tenía fama de ser un poquito bruta cuando me embalaba e igual
era hasta verdad.
 
—Mir que me sueltas unas barbaridades…
 
—Y más te pongo, vas a decir que no, ya estás que se podría freír un huevo
en lo alto de ti. Y fíjate el plan con esos dos, que no hay quien les mire el
hocico.
 
Tanto Bonnie como Duncan estaban en el salón más negros que tiznados
porque no los dejaba yo hacer el dichoso pastel.
 
—Nada, pues si os ha entrado el complejo del marido de la Pedroche,
vamos para la cocina y que sea lo que Dios quiera, que yo en breve me
marcho de esta casa y no quiero ser la causante de ningún disgusto.
 
—¿Quién es la Pedroche? —me preguntó Alec.
 
—¿Te vas de esta casa? —prosiguió Bonnie.
 
—¿Y dónde te vas? —añadió el enano.
 
Uff, qué agobio, ahora sé lo que sienten los famosos cuando los paparazzi
los abordan para hacerles un montón de preguntas, os den a todos, ¿dónde
está la dichosa receta? Pero de verdad, ¿eh?
 
—En el cajón, papá tiene un libro de recetas que algunas eran de su abuela,
¿tú no conoces a la abuela de mi padre?
 
—Niña, no conozco a tu padre, voy a conocer a su abuela. Te quieres ir por
ahí—le contesté y hasta pensé que, llegados a aquel punto, ni él mismo la
conocería, vaya plan que tenía aquella familia. Eso era para mearse y no
echar ni gota.
 
Bonnie vino corriendo con el recetario y yo pensé que los niños serían dos
cafres, pero los padres no podían ser más perfectos, menudo recetario más
bien presentado, ni que el tío hubiera estado en “MasterChef”.
 
Comenzamos con la receta y a mí es que me entró hasta ardor de estómago.
 
—¿No podíamos haberle hecho un bizcocho de limón de toda la vida de
Dios? Con lo ricos que están, así esponjositos—Cerré los ojos y la boca se
me hizo agua. A mí es que los bizcochos de limón me encantaban y sobre
todo lo que me gustaba era que fuesen tan fáciles de hacer, no como aquella
receta.
 
—Mujer, tampoco es para tanto, ya verás que lo tenemos listo en un
periquete—Alec también se había puesto manos a la obra.
 
—Porque tú lo digas, yo lo veo más difícil de interpretar que un jeroglífico
de esos egipcios, ¿cuántos tipos de chocolate lleva esto?
 
—Cuatro, es una tarta de cuatro chocolates—me soltó Bonnie, un tanto
repipi.
 
—Y ya que eres tan lista, ¿me dices dónde vamos a conseguir todo eso?
 
—Papá siempre los tiene en casa para hacerla, mira, aquí hay uno, aquí hay
otro…—Los estaba sacando de un cajón.
 
—Y aquí hay otros dos—Señaló Duncan a su barrigota, que se le había
puesto como la de un sapo de pronto, así toda salida para fuera.
 
—¿El niño este se ha comido dos tabletas de chocolate? —Casi me mareo
de la impresión, me senté a lo justo.
 
—¿Te las has comido? ¿Y quién te ha dado permiso? —Ese era todo el
problema para ella, que era una controladora y se le había ido de las manos.
 
—Él solito, niña, que estás tú muy subidita. Él se las ha comido por su
cuenta y el problema es que ahora va a cagar más que un conejo. Yo no
puedo más con vosotros.
 
Alec le reprendió porque se había pasado tres pueblos. Esos dos estaban
hechos de la mismísima piel del diablo, cuando no estaban ideando una
maldad era porque ideaban dos.
 
Traté de correr un tupido velo porque cuando pensaba en pasar toda la
noche en urgencias con el niño a cuenta de sus cagaleras me entraban a mí
también, así que comenzamos a hacer el pastel con lo que buenamente
quedaba.
 
Hicimos una mezcla deliciosa que llevaba mogollón de cacao también, con
huevo y varios ingredientes más, y todavía quería el mico meter el dedo ahí.
 
—Lo metes y te lo corto, que me estoy imaginando que me vas a dar la
noche, niño.
 
—Que no, que yo estoy bien—decía él. Claro, ¿qué iba a decir? O yo tenía
ya alucinaciones de la presión de varios días con ambos o es que se estaba
poniendo verde.
 
Al final nos quedó medio decente, el pastel digo, y lo metimos al frigo.
 
—Como yo oiga que a medianoche se abre la puerta de esta nevera, salgo y
me como a un niño—escenifiqué y me debió quedar muy real porque ambos
dieron dos pasos hacia atrás.
 
—¡Qué miedo! —chilló Bonnie.
 
—No la hagas, no la temas, niña. Así que ya sabéis…
 
La cocina, eso sí, quedó como un campo de batalla. Aquellos dos pequeños
reposteros eran la monda lironda, más puercos que las arañas diría yo, de
manera que los metí directos a la ducha, a los dos juntos.
 
Una vez allí, el agua salía como el barro, se habían puesto de chocolate
hasta las cejas…
 
Cuando por fin los acosté, Alec me ayudó a recoger la cocina y finalmente
se marchó, no sin antes darme un morreo en el jardín con el que me
temblaron hasta las uñas de los dedos meñiques de los pies.
 
—Vete ya, que no respondo, vete ya—le pedí y entré muerta de la risa.
 
Para haber sido una diversión de mis últimos días allí, como que no había
estado nada mal. Finalmente, fui yo la que me di una relajante ducha,
incluidos unos chorritos que me dediqué en ciertas partes de mi anatomía
que no voy a nombrar y que me dejaron de lo más relajadita.
 
Tonta de mí que hasta me hice a la idea de que iba a dormir. Serían como
las dos de la madrugada cuando comenzó la función nocturna. Ya os podréis
imaginar; ese niño no era un niño, era un caño de chocolate viviente. Y su
hermana, a quien no sé quién le dio vela en ese entierro, apareció también
por el baño y echó lo más grande al verlo.
 
El resultado no se hizo esperar, los aparté a los dos de golpe y yo eché casi
los higadillos. Hasta me aguanté el vientre no fuera que, de tanto potar, se
me saliera Darío también por la boca, que la cosa no era para menos.
 
Cuando por fin me vi en la cama de nuevo y con ellos dos descansando,
pensé en que a Dios ponía por testigo, como la prota de “Lo que el viento se
llevó”, que aquella era la última jugarreta de esos dos, que yo me iba de esa
casa y que no les dejaba ni las señas para que me enviasen un crisma en
Navidad.
Capítulo 23

 
El miércoles yo estaba pensando en lo bien que le sentarían a aquellos dos
media docena de ansiolíticos metiditos en una tortilla a la francesa.
 
—Tiráis otra albóndiga contra la pared y os juro por la gloria de Cotón que
os la coméis, y no me refiero a la albóndiga, sino a la pared—les dije
despegando un par de ellas, con su consiguiente tomate, de los azulejos.
 
Allí duraban las cosas limpias un suspiro. Yo no sé qué tenían esos críos,
pero era imposible que no la liasen.
 
Estaban argumentando al respecto cuando por fin escuchamos el ruido del
motor de un coche y los dos salieron corriendo como alma que lleva al
diablo al jardín.
 
—¡Son mamá y papá! —chillaron de lo más emocionados.
 
Yo los seguí y lo único que me faltó fue besar el suelo como el mismísimo
Papa de Roma porque había ansiado ese momento como ningún otro.
 
Alisa, quien venía conduciendo, se bajó y ellos abrieron la verja. El hombre
continuaba en su asiento, debía estar totalmente atolondrado y apabullado
por los acontecimientos. Y lo que te rondaré morena. Para mí que,
aprovechando que no se acordaba de ellos, lo mejor que podía hacer era
coger el pescante en ese momento y no volver ni en Navidad, que lo del
spot de “El Almendro” podía estar muy bonito, pero no dejaba de ser purita
ficción.
 
Alisa trató de tranquilizarlos.
 
—Papá se va a bajar ahora del coche, pero ya os he dicho que viene malito
y que no podéis atosigarlo demasiado, ¿estamos? —les preguntó después de
que dieran una serie de gritos de felicidad que debieron escucharse a varios
kilómetros a la redonda. Jodidos niños, ni que yo los hubiera estado
torturando.
 
Por fin se abrió la puerta del coche y el hombre salió…
 
Lo siguiente que recuerdo es que estaba tumbada en el sofá y que los niños
me echaban viento con un abanico mientras su madre me ponía las piernas
en alto. Abrí los ojos, los vi y me entraron tremendas ganas de volver a
cerrarlos, ¿había perdido el conocimiento? ¿Y eso a santo de qué?
 
Miré al otro lado del enorme sofá, que aquel servía para que se celebrara
una cumbre de la OTAN en él, y enseguida lo comprendí. Y enseguida me
volví a desmayar…
 
De nuevo más aire y de nuevo Alisa diciendo que llamaría a un médico, que
ellos no levantaban la cabeza y no sé cuántas cosas más. La que no quería
levantar la cabeza para no ver el percal era yo, porque mi corazón no podía
más y estaba a punto de darme un yuyu de los gordos.
 
¿Su marido era Logan? ¿“Mi Logan”? ¿El Logan que ni siquiera sabía que
me había dejado embarazada? No, tenía que tratarse de una puta pesadilla y
ya me despertaría, por Dios que sí, que el destino no podía ser tan cachondo
y tener tantísimas ganas de jugar conmigo, porque yo no tenía ningunas de
jugar con él.
 
Abrí un ojo tímidamente y después el otro, como si así la cosa fuera a
cambiar, como si aquella mala pasada del puñetero del destino se esfumase
de repente y me diese cuenta de que si no era una pesadilla (que para eso ya
estaba despierta), era una jodida alucinación. Sí, una alucinación. Y un
mojón para mí. Allí estaba él, con la mirada ida, observando cuanto había a
su alrededor sin reconocer nada, algo que le causaba no poco estupor.
 
Normal, debía ser lo más jodido del mundo… Lo más jodido del mundo
después de lo que me estaba pasando a mí, que eso sí que era de argumento
de una peli de Hollywood, ¿cómo podía ser? Por el amor del cielo, igual yo
estaba trastornada y no era. Me lo quedé mirando fijamente y él me sonrió,
de lo más condescendiente.
 
En cualquier lugar del mundo, en cualquier época y entre mil millones de
sonrisas, hubiera reconocido la suya. No tenía tanto mérito tampoco, al fin y
al cabo, no era chino. No, Logan era highlander y por muchas vueltas que
yo le diese se trataba de él. Y tanto que se trataba de él.
 
Yo es que me caía muerta, me caía muerta… Sentía que la cabeza me daba
tal cantidad de vueltas que no podría soportarlo, ¿quién puñetas podía
soportar una cosa así?
 
A ver, casi llegamos a ocho mil millones de personas en este jodido planeta,
¿cuántas posibilidades había de que me fuera de mi casa y aterrizara directa
en la del padre de mi hijo? Vale, que él era un highlander y yo no me lo
pensé y me planté en las Tierras Altas, que eso también es verdad, pero, aun
así, ¿no era una broma? ¿De veras no lo era?
 
Yo no es que me cayera muerta, sino lo siguiente. Alisa se acercó, a esa
mujer se le estaban yendo las cosas de las manos, obvio que no podía más.
 
—¿Ya te encuentras mejor? Qué susto me has dado, te presento a mi marido
—murmuró.
 
—Ya, ya lo veo—le comenté yo entre dientes, volviendo a notar que la
cabeza me daba tal cantidad de vueltas que parecía que me hubiese montado
en un tiovivo.
 
Ella me miraba preocupada, y es que pensaba que algo pudiera ocurrirnos a
mí o a mi bebé. Y algo nos ocurría, sí. En concreto que me habían entrado
todos los males del mundo a la vez.
 
Yo solo quería reunir las fuerzas suficientes para levantarme de aquel sofá y
salir corriendo de allí, ¿cómo era posible que me estuviera sucediendo algo
así? El destino se estaba mofando de mí, porque no creía yo que se tratase
de una enseñanza de esas que dicen que te hacen más fuerte.
 
Yo, fuerzas ya tenía las suficientes, que fuera a enseñarle a otra que lo
necesitase más. eso sí, los párpados apenas se me mantenían abiertos, de
modo que solo quería dormir. Dormir y despertar de aquella pesadilla…
 
El médico no tardó en llegar y de lo más amable, me reconoció. Y no me
refiero a que nos hubiéramos visto antes de copas, sino a que me hizo un
reconocimiento completo.
 
En otro momento, hasta habría dejado que también me lo hiciera a fondo,
que todos los highlander parecían estar cortados por la misma tijera, qué
tíos más buenos, por favor.
 
—Lo que tienes es una bajada de tensión de campeonato, ¿te has llevado
algún sobresalto? —me preguntó.
 
En ese momento, vi que Bonnie miró a Duncan y en voz bajita le soltó un…
 
—Por tu culpa, por estar toda la noche cagándote.
 
De haber tenido fuerzas, me habría tronchado de la risa, porque la enana era
ocurrente, pero ni para reírme las tenía.
 
—¿Un sobresalto? Para nada, para nada—le comentaba mientras tenía unas
ganas impresionantes de que el cachondo que le daba vueltas a la habitación
parase ya un poquito.
 
—A veces este tipo de cuadros están causados por un sobresalto o por una
agitación, pero si me dices que no, peor me lo pones todavía. Tienes la
tensión tan baja que…
 
—Un momento, es que yo siempre la he tenido por los suelos, muy bajita,
doctor.
 
—Ya, lo que ocurre es que ahora vienes a tener la de una muerta y me
preocupa.
 
Cómo le decía yo a ese hombre que no me ocurría nada malo, sino que me
había llevado la madre de todos los sobresaltos. Pues no sabía cómo
hacerlo, la verdad, que aquello tenía que mantenerse en el más estricto de
los silencios.
 
—No se preocupes que no es nada. Ya mismo me pongo yo de pie. Esto
será de batallar con los dos niños, que no sabe la nochecita que me han
dado.
 
—Ni se te ocurra tratar de levantarte porque podrías irte al suelo. Yo
aconsejaría que te acercaras al hospital y que te hicieran unas pruebas para
descartar algún problema.
 
—¿Al hospital? Ni de coña, que le digo yo que no tiene tanta importancia,
no sea exagerado, que es peor que un noviete que tuve yo andaluz, que el
tío decía que… —Traté de recordar por qué era tan exagerado aquel
muchacho y ni de su nombre me acordaba. Si es que casi no me acordaba ni
del mío, qué horror. Lo mismo, lo que tenía Logan era contagioso y yo me
quedaba que no sirviera ni para estar escondida. Ay, Dios.
 
—No hagas esfuerzos, tienes muy mal color. Si no quieres acercarte al
hospital, al menos deberás hacerme caso y no realizar ningún tipo de
esfuerzo.
 
—Ni que fuera a salir de marcha yo toda la noche, no te fastidia, ¿qué
esfuerzo voy a hacer? Que no, que no, hombre, que yo me quedo aquí
tranquilita, vaya usted con Dios.
 
Mientras yo hablaba con el médico, Logan centró su vista en mí. No se
acordaría de mi persona, pero ese nunca fue tonto y sabía reconocer lo
bueno. Normal que me mirase, si es que yo era una perita en dulce… Una
perita en dulce que le habría arrancado los ojos, por su culpa me veía yo así.
 
El médico se marchó y Alisa insistió en que debía acostarme.
 
—Mujer, si todavía es la hora de las gallinas, es muy pronto. Y hemos
hecho un pastel, yo quiero probar un pedacito porque me lo he ganado. Tú
no te imaginas la que se lio ayer y la nochecita que me han dado tus niños
con el dichoso chocolate—Yo necesitaba carburante para sobrellevar
aquello.
 
—Ay, pobre, si es normal que te hayan agotado. Tú no te preocupes, que yo
te voy a cuidar.
 
Escucharla hablar así me hacía sentir como un miserable gusano. Esa mujer
se había portado genial conmigo y yo, en su día, fui “la otra”, la amante de
su marido. En mi favor, puedo afirmar que yo no tenía ni idea de que el
highlander de las narices estaba casado. Pues nada, que en menudo lío que
estaba metida…
 
—No hace falta, tranquila.
 
—No se diga más, tú te acuestas en tu cama y yo ahora te llevo un trozo de
pastel.
 
—Es tu favorito, papi, lo vas a flipar—le decía la niña y yo no podía evitar
mirar sus gestos, totalmente desubicado como estaba.
 
Nada de lo que sucedía tenía ni pies ni cabeza. Yo lo había conocido siendo
profesor y el hombre que tenía sentado enfrente era un ejecutivo, ¿cómo se
explicaba aquello? No penséis que se me había ido la pinza, que yo no tenía
ni un ápice de duda de que se trataba del padre de mi hijo, por mucho que él
no tuviera ni idea de que otro retoño suyo venía en camino.
 
Me acosté y entonces Alisa me hizo una advertencia.
 
—El doctor ha dicho que debes guardar reposo durante unos días, no se
diga más, no vamos a discutirlo.
 
—Pero mujer, si yo ya estoy mejor y, además, que yo quería comentarte una
cosita—me refería a las ganas que tenía de marcharme de allí.
 
—No sé lo que querrás decirme, pero seguro que podrá esperar a que te
pongas mejor.
 
—No daría yo eso por sentado, Alisa, yo es que quiero…
 
No me dejaba hablar, ella estaba eufórica y no me dejaba hablar. Se notaba
que se alegraba mucho de que su marido hubiese ganado la batalla a la
muerte, si bien se había quedado que era un cromo.
 
 Que conste que hablo de su sesera, porque su cuerpo estaba como siempre;
para chillarle. Lo único es que yo le hubiera chillado de otra manera. Vaya,
que Logan no tenía ni idea de lo que yo le haría si pudiera hablarle frente a
frente, si pudiera explicarle lo mucho que me había hecho sufrir.
 
Para mí que él no merecía ni la explicación. Yo solo quería marcharme de
aquella casa y olvidarme de esa pesadilla. Estaba tan loca con lo sucedido,
tan metida en mis pensamientos, que debía habérseme puesto hasta cara de
loca. Jesús, qué trajín de vida, ¿era real todo aquello?
 
Capítulo 24

 
El día amaneció y a mí me cogió sin haber podido planchar la oreja más que
algún ratito suelto. Total, que tenía una mala cara que era menester verla,
porque saqué un espejito pequeño del cajón de la mesilla de noche y hasta
me asusté cuando me vi.
 
Digamos que la puñetera de la niña del exorcista tenía mejores colores que
yo. Alisa se asomó al quicio de la puerta y me sonrió.
 
—¿Ya se ha despertado la Bella Durmiente? —me preguntó.
 
—¿Bella? Por mi madre de mi alma que estoy que da miedo verme. Alisa,
yo es que necesito hablar contigo, hasta que no te lo diga no me voy a
quedar tranquila.
 
Necesitaba soltarlo. Obvio que no el bombazo, que yo de allí pensaba irme
sin que ella se enterase de que su marido había dado en el blanco de la diana
conmigo. Yo lo único que quería era que tuviera constancia de que deseaba
marcharme, que quería volver a mi casa, a mi cama y con los míos.
 
—Ya sé lo que me vas a decir. No te preocupes por nada, no hace falta que
me ayudes en estos días. Para poder con todo no trabajaré, sabes que puedo
permitírmelo, el dinero no es problema.
 
—Y yo que me alegro, como diría AuronPlay, pero que no es eso, mujer,
es…
 
—Es que tú eres muy responsable y me has echado el gran cable de mi vida,
no sé lo que habría hecho sin ti. Me gustaría poder compensarte. Ojalá
pueda algún día…
 
—Y hay una manera—Se me ocurrió decirle porque igual, si ella
comprendía mi deseo de marcharme de allí, me lo ponía más fácil.
 
—Pues dímela porque estoy dispuesta a hacer todo lo que sea necesario.
Verás, la situación no va a ser nada fácil y te necesito más que nunca—Ya
estábamos, a mí me iba a dar algo, ella no se podía imaginar en el
compromiso en el que me ponía al decirme esas cosas…
 
—Mujer, si ya verás que tu marido va a recobrar la memoria en un pis pas,
solo es cuestión de tener un poco de paciencia, seguro que los médicos te lo
han dicho.
 
—No te he explicado la situación a fondo, no se sabe lo que pueda tardar en
recuperarla. Igual es una semana como es un año. Incluso, en ciertos casos
graves, pueden pasar varios años antes de que las cosas vuelvan a la
normalidad. Por si esto fuera poco, su pérdida de memoria se extiende a
muchos gestos cotidianos, te sorprenderás cuando lo veas…
 
—No, no, si yo ya me he sorprendido—se me escapó, demasiado en
silencio llevaba la situación, que la estaba sufriendo sin decir ni mu, como
las almorranas.
 
—Me refiero a que él es incapaz, por ejemplo, de ponerse un café.
 
—Vaya novedad, hay mucho tío así, ¿por qué te crees que se separó mi
madre de mi padre? Porque el tío no sabía ni freírse un huevo, se creía que
mi madre era su esclava y se comió… No te voy a decir lo que se comió al
final porque tú eres muy fina—Reí.
 
—No, mujer, mi marido no es así, no lo has comprendido. Lo que te quiero
decir es que ahora mismo su cabeza funciona como la de un crío, no sabe
ponerse un café o atarse los cordones de los zapatos.
 
Me quedé tiesa como un ajo. Por todos los santos, ese hombre que tan hábil
era para todo (prefiero no entrar a relatar sus múltiples habilidades) y en ese
momento resultaba que no valía ni para hacer puñetas.
 
—Pero eso no puede ser, lo mismo se está quedando contigo y ahora
cuando salga te tiene preparado un desayuno que ni el de un hotel de lujo,
que él tiene mucho sentido del humor—le solté, otra vez demostraba ser
una bocachancla, menos mal que ella no parecía enterarse de nada—.
Bueno, eso lo digo porque tiene cara de simpático, ni que yo lo conociera—
disimulé y me puse hasta a silbar. Ya me daba de nuevo vueltas la
habitación.
 
—Sí que lo tiene y ojalá que fuera eso, pero no. Ray (ya he explicado que
ella siempre lo llamaba por ese apelativo cariñoso) está impedido a muchos
niveles ahora mismo y va a necesitar mucha atención psicológica, ten
presente que pronto se dará cuenta de que ahora mismo es como un niño
atrapado en el cuerpo de un hombre.
 
—Bueno, pero para eso eres tú psicóloga, ¿no? Le vienes como anillo al
dedo, tú le pondrás las pilas y en nada será el que era, ya lo verás.
 
—No, tendremos que buscar ayuda externa. Yo no puedo tenerlo como
paciente, estoy demasiado implicada en el tema.
 
—Joder, pues estamos apañadas.
 
—Ayúdame, por favor, te lo suplico. Tengo tantas cosas que organizar que
no sé ni por dónde empezar y los niños es posible que terminen
resintiéndose también por toda la situación. Quién sabe lo que serán capaces
de hacer.
 
—Anda que me lo estás pintando bonito—Reí nerviosa.
 
—Mujer, quiero decir que…
 
—Quieres decir que si ya están descontrolados en normalidad no quiero ni
pensar hasta dónde pueden llegar. Por cierto, que estos días han tenido sus
dormitorios que aquí la que haría falta es la Marie Kondo esa, la que pone
más orden en las casas que la mismísima Mary Poppins, yo no creo que
pueda hacer nada—traté de esquivar su petición.
 
—Tú puedes mejor que nadie, eso te lo garantizo. Los entiendes que da
gusto, no sé cómo lo haces, pero logras que te hagan caso.
 
—Sí, me hacen un caso loco, anda ya, si están todo el día ideando, en
cualquier momento sufro un accidente mortal por su culpa. Y lo que es
peor, lo sufre mi pollito, ¿tú me has hecho un seguro de vida?
Capítulo 25

 
Estuve en reposo hasta el lunes siguiente. Cuando por fin me levanté me
dolían hasta las cejas, me sentía baldada.
 
Pese a que poco a poco volvería a mis actividades cotidianas, Alisa se
empeñó en que ella seguiría llevando a los niños al cole durante unos días,
así que estaba sola en la cocina cuando entró Logan.
 
Durante los días que guardé reposo, y por aquello de que lo hice en mi
dormitorio, apenas se había acercado al quicio de mi puerta para
preguntarme qué tal estaba y siempre era su mujer quien se lo recordaba,
pues él parecía estar en su mundo.
 
Me impactó una barbaridad, yo no sabía ni cómo saludarlo. De buena gana,
me hubiera acercado a él y la habría emprendido a puñetazo limpio, pero
era obvio que no podía hacer eso.
 
—Buenos días, Brenda—me dijo y por un momento sentí un escalofrío en
todo el cuerpo, como si pudiera recordarme.
 
—Buenos días, Logan—disimulé mi ira.
 
Tomó asiento y se me quedó mirando. Su mirada me recordó mucho a la del
pequeño Duncan, cuando se sentaba y me demandaba su cacao.
 
—Bueno, ¿qué? —le pregunté en el colmo del surrealismo.
 
—Nada, estoy esperando a que llegue Alisa, ella me sirve el café, es muy
amable—me habló de su esposa en un tono que me dio yuyu, como si fuera
una auténtica desconocida. Anda que era lista, pues claro que le resultaba
una desconocida, igual que yo.
 
—¿Te lo sirvo yo? —Tuve que resoplar porque de lo único que tenía ganas
era de darle una patada en los cataplines, pero en el fondo era más buena
que el pan.
 
—Si fueras tan amable, ¿tú eres tan amable como ella? Alisa es mi mujer,
eso me ha contado.
 
—Yo soy un poco menos amable, dejémoslo ahí, pero como no quiero
gresca te pondré el café.
 
Dios, cómo me costaba hablar con él.
 
—Gracias, si me lo pones serás tan amable como ella…
 
Ay, Dios mío, tenía un tirito dado, el golpe lo dejó que había que armarse de
paciencia. Incluso su forma de entonar recordaba a la de un crío. O no, era
rollo Forrest Gump, lo que se traducía en que había que tener dos pares de
ovarios bien puestos y toneladas de paciencia para tratar con él. Y yo, el día
que repartieron la paciencia, debía estar haciéndome las uñas en el chino o
algo, porque de esa andaba bien corta.
 
—Te lo voy a hacer, pero tú vas a estar pendiente para aprender, ¿eh? No
vaya a ser que le cojas el gustito al asunto y ahora Alisa y yo seamos tus
camareras, que va a ser que no.
 
—Eres muy graciosa, Alisa no me dice esas cosas…
 
—Sí, yo soy muy graciosa. Si la cosa empezó por eso, porque yo tenía
mucha gracia. Y luego terminó, mejor no te digo cómo terminó.
 
—¿Qué cosa? ¿Qué empezó? —Lo que le faltaba a él, que no se enteraba de
nada, era yo hablándole en clave.
 
—Nada, cosas mías. Atento, se coge la cápsula y se pone aquí, que para
esto tampoco hay que hacer un máster, ¿lo estás viendo? — Yo no paraba de
resoplar porque él lo estaría pasando mal, pero lo que tocaba yo…
 
Finalmente le serví el café y él me lo agradeció. Sentí un total
estremecimiento en el momento en el que alargó su mano para coger la taza.
 
En ese instante recordé que el primer día que quedamos yo bromeé sobre el
tamaño de sus manos.
 
—Anda que tienes unas manos que menos mal que no eres ginecólogo,
porque como trataras de meterle a una la mano por donde yo te dije, no
veas, no iba a correr nada—Hice que se riera a mandíbula batiente.
 
—Pues nunca había reparado en que las tenía grandes.
 
—¿Que no? Vaya, te digo yo que como lo tengas todo igual te has
equivocado de profesión, un par de meneos a la semana y te ganas la vida
que da gusto.
 
—¿Con un par de meneos? ¿Estás loca? Yo nunca cobraría por el sexo…
 
—Pues como tengas aquello acorde a las manos, más tonto eres, que habría
muchas que te pagarían tela de billetitos—Reía yo.
 
—Tampoco me he planteado de qué tamaño tengo aquello—bromeó porque
entre nosotros había surgido una complicidad y una atracción increíbles.
 
—Eso ya te lo diré yo. Si está como yo pienso que está, te lo soltaré sin
reparos. Y si me equivoco, te diré que la tienes apañada.
 
—O sea, que si me dices que la tengo apañada ya puedo darme por jodido,
¿no?
 
—Más o menos, sí.
 
—Brenda, no sabes cómo me pones—Me besó por primera vez.
 
—Sí que lo sé, sí. La que puede darse por jodida soy yo, pero de otra
manera.
 
Metida en mí misma y recordando todo aquello, apenas me di cuenta de que
la taza de café se tambaleó en mis manos y, cuando quise darme cuenta,
parte de su contenido se vertió, cayendo sobre sus pantalones a la altura de
los muslos.
 
No hace falta decir que el pobre dio un salto que casi llega al techo…
 
—Ay, Dios, lo siento mucho, ¿te duele? ¿Te he abrasado? Hay que ponerte
hielo en la zona, voy a por él.
 
Abrí el congelador y, al volverme, vi que se acababa de bajar los pantalones
y que encima… Ay, Dios, como no daba pie con bola no se había puesto
calzoncillos. O sea, que sí, que las bolas eran las que le colgaban, como las
del árbol de Navidad. Y qué bolas, porque yo no fallé aquel primer día en
mi predicción, que el tío estaba mejor dotado que el caballo de Espartero
ese que dicen…
 
—¡¡Pero ¿qué haces?!! —exclamé entre flipada por la visión y alarmada
porque Alisa llegase en cualquier momento.
 
—Lo que tú me has dicho, que me ibas a poner hielo en el muslo.
 
—¿Y para eso tienes que quedarte como tu madre te trajo al mundo? Yo no
sé lo que hago aquí, es que no lo sé—me quejé.
 
Me acordé de esa frase tan graciosa que decía mi bisabuela: “Si quieres ver
lotería, bájame los pantalones, ¡y verás el premio gordo con dos
aproximaciones!”.
 
—Yo estaba vestido, pero ahora me he tenido que bajar los pantalones, no
ha sido mi culpa—se defendió.
 
—Ya, pero hay una cosa que se llama calzoncillos y que es muy práctica,
¿no te ha dicho tu mujer donde los tienes? Ay, Dios, sube y ponte unos, que
va a llegar en cualquier momento y…
 
Tarde, cuando quise darme cuenta, Alisa ya estaba detrás de mí.
 
—¿Qué está pasando aquí, Brenda?
 
No voy a decir que me lo preguntase de mala manera porque sería tener
muy mala lengua y no, solo que la pobre se quedó con los ojos fuera de las
órbitas.
 
—Es que Brenda me va a poner hielo—le soltó el otro.
 
—Madre mía, que dicho así parece que estemos jugando a los médicos y
no. Escúchame, Alisa, que yo…
 
—Tranquila que entiendo que todo esto tiene una explicación. Confío
plenamente en ti, yo sé que nunca te liarías con mi marido—me indicó en
tono cariñoso y yo sentí tan mala conciencia que me hubiera hecho el
harakiri allí mismo.
 
—Claro que no—suspiré—. Lo que ha pasado es que Logan se ha quemado
al coger la taza, le he dicho de ponerse hielo y, cuando me he vuelto, ¡chica,
solo faltaban las patatas, porque los huevos ya estaban servidos!
 
Alisa se echó a reír por mi forma de explicarme y yo la seguí. Logan,
aunque no se coscaba mucho de lo que estaba sucediendo, como que
también terminó carcajeándose.
 
Durante ese instante fue como si se hiciera un paréntesis en el tiempo y
como si las cosas no dolieran como en realidad dolían. Puede que fuera el
sonido de su risa, un sonido que me cautivó desde el principio y que ya
había olvidado. Por un momento, volví a trasladarme al pasado, a aquel día
en que me abrí en canal con él.
 
—Me gusta tu risa, profesor. Debería estar prohibida, ¿eh? Que sepas que
no es plan porque a veces estás dando clase y te ríes. Y entonces ya no me
entero de nada más en toda la hora. Me quedo ahí cogida en tu risa y la
cabeza se me va.
 
—¿Y hacia dónde se te va exactamente? —me preguntó él metiéndose bajo
las sábanas.
 
—Hasta ahí, hasta ese tipo de cosas que me haces y que me dejan los ojos
en blanco—Reí mientras me estremecí.
 
—A mí también me gusta tu risa. Brenda. Me gusta tu risa, tu sonrisa, y
también me gusta esta sonrisa vertical que tienes aquí abajo—recorrió con
sus dedos mis labios vaginales de un extremo a otro, para luego dar paso a
su lengua.
 
Hube de sacudir un poco mi cabeza para salir de ese recuerdo. Alisa me
miraba intrigada.
 
—¿Te pasa algo, Brenda? ¿Vuelves a sentirte mal? Bueno, algo aparte de la
visión de mi marido en paños menores. Ray, por lo que más quieras, ve a
vestirte y recuerda que tienes que ponerte calzoncillos debajo de los
pantalones.
 
—Pero si no me ha puesto el hielo—se quejó.
 
—Pues te metes en el cuarto de baño y te das una duchita de agua fría, que
te veo muy animado—Rio ella y es que sí, lo cierto es que su situación le
hacía sentir total desinhibición a juzgar por el estado de su miembro.
 
Él se marchó y las dos quisimos disculparnos al mismo tiempo.
 
—Te prometo que me he quedado muerta, Alisa, cuando me he vuelto y lo
he visto así…
 
—No me digas más, te habrán dado ganas de salir corriendo y no es para
menos. Ay, Brenda, tienes que ayudarme, por lo que más quieras, ya has
visto el plan. Ahora mismo es como un crío, me parece tener tres en vez de
dos. Y ya sabes que Bonnie y Duncan hacen por una docena por lo menos.
 
—Alisa, yo lo sé, pero es que tengo que hablar contigo, tú no sabes las
ganas que siento de volver a mi casa.
 
—¿Es por lo que acaba de pasar? Entiendo que te haya resultado de lo más
violento, no sabes cuánto lo lamento. Aunque por favor, ten en cuenta que
no ha sido premeditado, es que su mente va por libre ahora mismo.
 
—No es por eso, tranquila, puedo entenderlo.
 
—Ya, pero que tú no tienes por qué ver a mi marido en bolas, yo eso lo
entiendo.
 
Si ella supiera, se caería muerta. Ay, por favor, aquello era de chiste.
 
—Corramos un tupido velo porque esto no tiene nada que ver con las bolas
de tu marido. Es que yo me he dado cuenta de que a mí aquí en Inverness
no se me ha perdido nada, que yo me quiero volver a Móstoles.
 
—No puede ser, es que no puede ser—Negaba con la cabeza.
 
—¿Y eso por qué? ¿Es que hay huelga de pilotos? Pues ya veré la manera,
como si tengo que pilotar yo, que me hace hasta ilusión.
 
—No, mujer, en huelga me pondré yo si tú te vas. No te puedes ir, es que no
sabes cómo te necesito.
 
—Qué perra has cogido con eso. Y yo te aseguro que cualquiera mejor que
yo para estar en esta casa ahora mismo, es que te lo aseguro.
 
—No sabes lo que dices, Brenda.
 
—La que no lo sabes eres tú, Alisa, de veras que tienes que buscarme
sustituta.
 
—Yo no puedo, es que tengo demasiadas cosas entre manos. Te pagaré el
doble, no hay problema, ¿cómo lo ves?
 
—Chungo, porque no es un tema de dinero.
 
—Te lo suplico, Brenda, no te vayas. Te necesito, te lo pido por favor, estoy
soportando demasiada presión y perderte ahora sería lo que me faltase.
 
—Para presión la mía, que me está resultando más difícil marcharme de
aquí que si tuviera que fugarme de Alcatraz, leche.
 
 
Capítulo 26

 
Me puse una fecha tope para volver a casa; quince días.
 
Alisa no quería ni oír hablar del tema, aunque lógico que ella no sabía
cuáles eran los poderosos motivos que me llevaban a querer salir de allí más
que nunca y a no querer volver. De haberlos sabido, sin duda que me
hubiera echado ella misma de una patada. Y a su marido de otra, supuse que
no sería tan idiota de pensar que la culpa la tiene la otra persona
únicamente.
 
No, ella era sobradamente inteligente para saber que el principal culpable es
quien tiene el compromiso y, como en el caso de Logan, se lo pasa por el
forro de los… Mejor me callo porque hablando de él se me calentaba el
piquito muy rápido y no es plan. Y eso que su mujer me dijo en su día que
pondría la mano en el fuego por el highlander, pues menos mal…
 
Aquel día estábamos todos en la cocina y la situación volvió a ser
embarazosa, y nunca mejor dicho, en mi caso.
 
Duncan estaba haciendo de las suyas y la resabiada de su hermana quiso
llamarlo al orden, como si ella no estuviera haciendo trastadas todo el día.
 
Su madre le recriminó su actitud y ella se quejó.
 
—Es que el año pasado me dijiste que yo era la hermana mayor y que tenía
que echarle un ojito, ¿ahora ya no vale? Fue cuando papá se marchó a
España.
 
Los ojos de Logan, que estaba comiéndose una tostada, se abrieron de par
en par.
 
—¿Yo estuve en España? —le preguntó a su mujer.
 
—Sí, estuviste un curso completo, aunque es una época que prefiero no
recordar. Tú no la recuerdas y yo prefiero no recordarla.
 
—¿Y eso por qué? —le preguntó él.
 
—Porque tú te fuiste a cumplir tu sueño, si bien se trataba del tuyo, no del
mío, por eso. Y yo me quedé aquí con todo el marrón y con un marido a
miles de kilómetros.
 
—Entiendo—Él se mostró triste.
 
Yo, que estaba también en shock por el temita que acababan de sacar, traté
de ponerme en los zapatos de ambos. Lógico que para ella no sería fácil
quedarse durante un curso completo sola con los enanos y con respecto a
él… Por lo visto era el sueño de su vida, aunque siendo un padrazo como
era me extrañaba que tomara tal decisión aun en conta del criterio de su
mujer.
 
Lo cierto es que, pasara lo que pasara, aquella decisión debió ser motivo de
controversia entre ambos y quizás el principio del fin, ¿tendría eso que ver
con que ya no fuera profesor? Tampoco tenía demasiado sentido porque
siempre lo fue allí, en las Highlands, y así pudo seguir siendo. Al saber…
 
—¿No recuerdas tampoco nada de esa época? —le preguntó ella.
 
Durante aquellos días, tan solo había tenido ciertos momentos en los que le
vino un vago recuerdo a la mente relacionado con su niñez y creyó
reconocer a su madre en una fotografía, aunque en realidad la confundió
con una hermana de esta.
 
Los médicos dijeron que ya era un avance… Un avance indicativo de que
podría comenzar a tener recuerdos del pasado en cualquier momento,
aunque también nos advirtieron de que pudiera ser algo puntual y que el
proceso fuera más lento que el caballo del malo.
 
Los niños trataron de hacerle recordar, como con un calzador.
 
—Que sí, papá, que viniste en Navidades y nos trajiste un montón de
regalos. Llegaste a tiempo para terminar de poner el árbol con nosotros.
Habíamos encargado una gran bola con la foto de los cuatro y la pusimos, tú
subiste a Duncan a lo más alto y el muy patoso tardó cero coma en tirar
todo el árbol, tuvimos que comenzar desde el principio—relataba la niña.
 
—Yo no soy patoso, tú me empujaste porque papá me cogió a mí y no a ti.
 
—Te callas porque eso no es así. Me da igual que te cogiera a ti, porque yo
soy su princesa y tú solo el renacuajo. O mejor todavía, el sapo, tú eres el
sapo del cuento y yo soy la princesa.
 
—Yo no soy el sapo—le soltó él y, sin pensarlo un momento, tomó su
cruasán con mermelada y se lo lanzó a la cabeza, dejándoselo pegado en los
pelos.
 
A ella, viendo la estampa, la llevaron los mismos demonios, de forma que
tomó su cruasán y se lo estampó en toda la cara.
 
Alisa comenzó a desesperarse y se levantó en ese momento. Lo que no
esperaba la mujer fue que Logan interviniera en la riña como si fuera un
niño más, de modo que el cruasán que él se estaba comiendo terminó
pegado en toda la rojiza cabellera de su mujer.
 
Primero se quedó pasmada, que todo hay que decirlo. Por lo visto no
esperaba esa actitud de su marido, que nunca la habría tenido de no estar
como estaba, según me explicó ella después. No obstante, su reacción fue
de lo más divertida, ya que cogió el suyo y se lo estampó a él en toda la
cara, dejándolo estupefacto.
 
A mí me dio un ataque de risa de esos incontenibles y me estaba riendo sin
poder parar cuando un cruasán, lanzado nuevamente por la pizpireta
Bonnie, casi me llega directo al estómago, pues me lo coló en toda la boca.
 
—Me las pagarás, enana—Salí corriendo detrás de ella y su padre detrás de
mí, seguidos del pequeño Duncan.
 
La niña, nerviosita perdida, tropezó (y luego decía que el patoso era el otro,
la jodida) y allá que fui yo a caer en lo alto de ella. Lo peor es que, a
renglón seguido, su padre me cayó también en lo alto, muerto de la risa
como un crío y Duncan completó el pastel.
 
Lejos de reñirles, Alisa comprendió que había que vivir el momento e hizo
un vídeo en el que se escuchaban sus carcajadas de fondo. A ella, que no
sabía ni de la misa la mitad, le hizo gracia. Pero a mí, que el highlander me
volviera a caer encima (y esa vez bajo la atenta mirada de su esposa) me
hizo un pillar un cabreo de mil demonios.
 
La situación era simple y llanamente insostenible, ¿en qué cabeza cabía que
yo pudiera permanecer en esa casa? Si es que parecía que estábamos en
familia. Y tano que lo estábamos, como que si Alisa hubiera sabido que mi
Darío era medio hermano de sus dos demonietes se habría caído muerta.
 
Y, como yo siguiera allí, no era tarde para que un día se enterase…
 
Capítulo 27

 
Los días iban pasando y mi fecha límite estaba al caer.
 
Había momentos en que deseaba tan poderosamente salir de allí que soñaba
con ello. Luego, en ese mismo sueño, cuando quería darme cuenta tenía a
Logan detrás, pegado a mis talones. Era como la representación de que, me
marchase donde me marchase, él seguiría allí, detrás de mí.
 
Cuando soñaba ese tipo de cosas solía despertarme tan embarrada en sudor
que tenía que darme una ducha urgente y no porque tuviera un sueño
húmedo con él o con Alec.
 
Por cierto, que os estaréis preguntando que dónde estaba Alec en aquellos
días. Pues os explico, llamándome a todas las horas y yo esquivándolo, es
así de sencillo.
 
Resulta que ese era otro que quería convencerme a toda costa de que yo me
quedaste allí, lo mismo que Alisa. Y resulta también que, igual que me
sucedía con ella, yo no podía explicarle los motivos que me obligaban a
querer coger la puerta y marcharme precipitadamente.
 
Durante aquellos días no paró de enviarme mensajes de WhatsApp que yo
solía contestar con simples monosílabos o dejar en visto y ya. Ni siquiera
cuando estuve en reposo le permití que viniese a verme. Tampoco quise que
me visitara, así de terca fui. Y, para más inri, como que no le cogía las
llamadas.
 
Ese era el primer día en el que tuve que volver a llevar a los críos al cole, de
modo que nadie me libraba de verme la cara con él. O sí, porque a última
hora, cuando ya tenía el coche arrancado, Alisa abrió la puerta.
 
—Espera, Brenda, tengo que pedirte un favor. Necesito que lleves también a
mi marido a la ciudad y que paséis por la farmacia a recoger su medicación,
que requiere su firma.
 
—¿Y tiene que ser ahora? —le pregunté porque me ponía la mar de malita
cada vez que me quedaba a solas con él.
 
—Sí, ¿es que te encuentras mal? No me digas eso, porfi, esta mañana no sé
dónde acudir. Es que te necesito.
 
No, si ese era el problema, que ella me necesitaba siempre y que yo me
cagaba en cuanto se meneaba porque me ponía en unos compromisos
impresionantes.
 
—No, no me encuentro mal, que suba.
 
Él lo hizo y la escena no tuvo desperdicio. Por Dios, yo negaba con la
cabeza porque apareció por la puerta como niño con zapatos nuevos con eso
de que se montaría en el coche con nosotros.
 
Quién lo había visto y quién lo veía. El imponente profesor, el highlander
que nos hacía chorrear a todas, ahora como si fuera un crío, que solo le
faltaba dar saltitos. Era lo nunca visto, de no verse no creerse.
 
Por el camino, fue chapurreando canciones infantiles con los niños. Lo suyo
no era cantar. A él, hablando en plata, lo que se le daba bien era enseñar y
también empotrar, pero lo de cantar… Eso lo hacía como un grillo metido
en un botijo, igual que los dos niños.
 
Yo miré al cielo, que de por sí estaba para comenzar a echar agua a cántaros
y pensé que entre los cuatro provocarían el diluvio universal.
 
Aprovechando un descanso por su parte, seleccioné la canción de “La
discoteca” de Taburete, que a mí me gustaba a rabiar, y comencé a cantarla.
 
Los niños pillaban palabras sueltas, pero su padre, que ese hablaba
castellano perfectamente, pareció seguir bastante la letra y es que yo no me
había dado cuenta de que esa canción la habíamos cantado muchas veces
juntos en el pasado.
 
Lo miré y enarqué una ceja. Él me sonrió y siguió entonando “Y se
encendió la discoteca, se bebieron las macetas y ya todo va a estallar…”
 
La canción, que es una de mis preferidas, tiene un ritmito tal que invita a
bailar hasta a un muerto, así que los niños se movían de un lado a otro
mientras que su padre y yo la cantábamos. Por un momento, por un extraño
momento, volví hasta a sentir una cierta complicidad con él.
 
Por “complicidad” tampoco os creáis que debéis entender algo para lanzar
cohetes, sino que igual ese día no le hubiera sacado los dos ojos, sino uno
solo.
 
Bueno, lo importante es que me di cuenta de que fue capaz de seguir un
poco la letra, por lo que quizás en la música encontrásemos un filón para
ayudarle a recuperarse.
 
Llegamos al cole y Alec me estaba esperando en la puerta, con el pescuezo
por encima de todas las cabezas de los padres, que le daría tortícolis de
seguir así.
 
—Tienes que bajar tú a tus niños—le indiqué a Logan, tratando de que el
otro no me viese.
 
—¿Yo? ¿Y qué hago?
 
—Madre mía, bajarte y dejarlos en las escaleras, no hace falta que hagas
una tesis doctoral para ello. Y dale la mano a los dos, que pasan coches.
 
Logan se bajó de un salto. Era como un niño grande. En el fondo, por
mucho coraje que yo le tuviese me daba una enorme pena verlo así.
 
Acercó los niños a las escaleras y Alec se percató de la maniobra, por lo que
vino corriendo hacia mí.
 
—Qué bochorno, nos van a mirar todos. Y, además, que tienes que entrar
con los niños, descerebrado—le indiqué cuando lo vi golpear el cristal de
mi ventanilla, que tenía estratégicamente cerrada.
 
—Me da igual lo que piense nadie—me aseguró mientras yo lo bajaba, 
antes de que su actitud fuera más sospechosa todavía.
 
—Pero a mí no, no sé si me explico.
 
—¿Qué ha cambiado? Dime por favor qué ha cambiado, es que no puedo
entenderlo…
 
—Que yo me voy a marchar y que tú te pones muy tonto. Y que yo he
pasado por algo así con Gonzalo y no quiero. Es mejor que me olvides…
 
—Y yo no puedo olvidarte porque me gustas demasiado.
 
—Es lo que les pasa a todos, apúntate a la cola.
 
—No me digas eso, no seas mala.
 
—La verdad cochina, te aguantas. Y otra cosa, yo me iría para dentro no sea
que tengas también que ponerte en la del paro, que todo te puede pasar.
 
Se volvió porque vio una sombra detrás de él y era Logan, que volvía hacia
el coche.
 
—Es el padre de Duncan y de Bonnie—se lo presenté.
 
—Tanto gusto, ¿cómo estás? —le preguntó él, sin quitarme la vista de
encima.
 
—Yo creo que bien, no me acuerdo de nada y no sé ni atarme los cordones
de los zapatos, pero me gusta cantar—le soltó él encogiéndose de hombros.
 
—Pues más vale que te vayas acordando de cosas porque cantando no te
vas a ganar la vida. Y los cordones ya te he enseñado unas cuantas veces a
ponértelos, hombre, qué plan—añadí.
 
Miré a sus zapatos y no, los traía sueltos, como para matarse. Que un
profesor de universidad se viese así era muy doloroso, algo valía que él no
parecía sentir ni padecer en ese sentido y que el sentido del ridículo como
que no lo conocía, lo que le ahorraba no pocos sentimientos.
 
—Iré a verte esta tarde—me comentó Alec.
 
—A mí, amenazas las justas—le advertí sonriente y, en cuanto Logan se
subió, arranqué el coche.
 
Capítulo 28

 
—Yo tengo que abrir la puerta, lo siento, Brenda. Ya le dices tú lo que
quieras, comprende que es el profe de Duncan.
 
—Se va a poner muy pesado, Alisa, y ese lo que quiere es que yo me quede
aquí.
 
—Pues entonces voy ahora mismo a abrirle.
 
—Traidora, ¿dónde vas?
 
Ay, la leche. Si yo me permitía el lujo de hablarle así era porque la
consideraba ya mucho más una amiga que una jefa. Y luego me acordaba de
la faena que le habíamos hecho y me ponía a sudar a chorros por todos los
poros de mi piel y eso que en las Tierras Altas comenzaba a hacer ya un
fresquito que daba gloria, solo faltaba que viniera a servirnos las pizzas a
domicilio un pingüino.
 
—Buenas tardes, Brenda. He venido a traerte unas trufas de esas que tanto
te gustan.
 
—¿Y a mi no? —Bonnie apareció como de la nada, poniendo los brazos en
jarra.
 
Su madre también apareció como de la nada y se la llevó de una patada en
el culo, que aquellos dos eran incorregibles, seguían liándola día sí y día
también.
 
—Yo es que ahora me estoy cuidando, Alec, no puedo comer trufas, no sea
que engorde—le solté y él no pudo reprimir un ataque de risa.
 
—Perdona, pero eso irá para arriba quieras tú o no quieras—Me señaló la
barriguita—. Oye, pero que estás guapísima, ¿eh? Y cada vez más.
 
—No llegas a decir eso y te llevas otra patada en el culo como la niña. Las
puedes dejar y te vas. Vale, me las comeré, ya te enviaré una foto de la
bandeja vacía.
 
—Mujer, pero que he venido también a invitarte a dar un paseo.
 
—Sí, hombre, ¿tú has visto el frío que hace? Se me congelarían hasta los
pelos del… Que no, que te vayas, que se me suelta hasta la lengua—Lo
empujé hacia la puerta ante la atónita mirada de Alisa. En cuanto a Logan,
que no parecía entender muy bien la jugada, se reía al lado de Duncan.
 
—Pues entonces podemos ir al cine, hoy ponen una muy romántica, es la
última de…
 
—¿Romántica? ¿Y qué te hace pensar que a mí me gustan esas patrañas? El
romanticismo no es más que un invento para hacernos sufrir a las mujeres,
seguro que el puñetero que lo inventó era misógino perdido…
 
—Que no, que te digo yo que no, que tú tienes tu ladito romántico.
 
—Y yo te digo que eres más pesado que vender a King Kong al peso, que
ya te puedes ir a hacer puñetas—Nuevo empujón que le di.
 
—Que yo no me quiero ir—se quejó.
 
—Y a mí qué me cuentas, como me provoques una lumbalgia por tener que
empujarte es cuando vas a querer irte, porque te voy a arañar como si fuera
un gato, eso te lo prometo.
 
—Me da igual que me arañes, yo lo único que quiero es que salgamos un
rato, ¿dónde te llevo?
 
—Al aeropuerto a pillar el billete de vuelta, ahí es donde quiero ir.
 
—Eso no es verdad, tú no tienes ganas de irte de aquí…
 
—Tú estás muy equivocado, guapetón. Cuando yo vea Móstoles me voy a
tirar al suelo y no para rezar mirando a La Meca, es que yo no veo la hora
de verme allí y dejar a tanto highlander gilipollas aquí—le espeté y lo dejé
flipando.
 
Instintivamente, lo dije mirando a Logan, aunque Alec también lo recogió.
Es que me salía decir tales barbaridades del padre de mi hijo que hubiera
comenzado a relatar y no habría parado hasta dos días después. Y encima lo
veía tan indefenso en esos momentos que mis sentimientos eran
contradictorios.
 
Alec se fue con la música a otra parte, por decirlo de alguna manera. De allí
no me movía esa tarde ni aunque hubiese fuego, es que yo no tenía ganas de
ir a ninguna parte con él. Ni con él ni con nadie que pudiera generarme un
compromiso. Y no sería porque no tuviera ganas de pasar un buen rato,
puesto que yo seguía echando fuego por mis partes íntimas. Era solo que
había declarado al Satisfyer el amor de mi vida, que la mejor de sus virtudes
era la de ser mudo.
 
Capítulo 29

 
He de reconocer que yo tenía muchas ganas de ir de excursión al lago Ness.
Aunque también he de reconocer que hacerlo con Logan y con Alisa ya me
resultaba menos atractivo.
 
Por otra parte, los niños iban relatando por el camino historias de Nessie, el
famoso monstruo del lago.
 
—Pues yo te digo que va a salir y te va a comer la nariz—Bonnie hacía
rabiar a su hermano. Estaba muy graciosita ella, le había dado por ahí.
 
—Que sí va a salir, pero te va a comer a ti las trenzas—contraatacó el
enano, que ya debía estar hasta los mismísimos cataplines. Lo estaba yo y la
cosa no iba conmigo.
 
—Tranquilo los dos porque ese no tiene narices de salir hoy, mientras
vosotros estéis por allí seguro que no—sentencié.
 
Alisa se echó a reír y los dos refunfuñaron. Logan se volvió y me miró
como diciéndome que yo los entendía. Y tanto que los entendía. Y lo peor
era que también lo entendía a él porque cuando me ponía esa sonrisilla
picarona me recordaba tanto a aquella otra que un día me resultó
irresistible…
 
Alisa y yo nos habíamos entretenido en preparar el picnic. Aunque ella se
negaba a terminar de creerlo, en el fondo sabía que mi marcha estaba
cercana y para mí que fuimos allí con la intención de que me quedara un
bonito recuerdo de un día especial.
 
Si algo me estaba esa mujer era agradecida y yo… Yo me sentía en deuda
con ella, me sentía tan mal que, aunque por un lado me diese pena, por otro
estaba deseando perderla de vista.
 
El entorno del lago era realmente sublime, impresionante, sobrecogedor…
Hice varias fotos que le envié a Mónica y ella me decía que era una capulla
con suerte, que disfrutara de todo aquello mientras pudiese.
 
Tanto mi hermana como mi madre estaban muy ilusionadas con mi vuelta,
sobre todo mi madre, que cada día entendía menos que su hija estuviera en
el quinto pinto mientras a su nieto le faltaba un suspiro por nacer.
 
Ni la una ni la otra estaban al tanto de la aparición de Logan en mi vida, ya
se lo diría cuando estuviera en casa. De haberlo sabido, ambas se habrían
alarmado muchísimo e incluso cabía la posibilidad de que mi madre se
hubiese plantado en Inverness y le hubiera quitado a Logan los pelos del
pecho uno a uno y a tirones, que para eso los highlanders no eran
demasiado dados a la depilación láser ni a cosas de esas.
 
En definitiva, que tenía que disfrutar de la que podía ser mi última salida en
aquellas tierras y así trataría de hacerlo. Miré a mi alrededor y traté de
atesorar en mi mente aquella grandiosa combinación cromática que la
naturaleza nos ofrecía en ese emblemático lugar; unos prados dotados de un
verde intenso y unas aguas celestes y brillantes que llamaban a adentrarse
en ellas, metafóricamente hablando, que allí metías el dedo gordo de un pie
en esas fechas y se te caía a pedazos congelado.
 
Los niños querían a toda costa subirse en una barca y no era la idea ni
mucho menos. Yo como que no me veía llevándola, Alisa tampoco y como
tuviéramos que confiar en el buen hacer de Logan en esos momentos
acabaríamos como las famosas llaves de la canción, en el fondo del mar,
que en ese caso sería en el fondo del lago.
 
No obstante, los puñeteros tenían suerte para todo.
 
—Es Peter, mamá, es Peter—le comentó Bonnie mirando a un señor que
llevaba una barquita y que parecía estar pasando una mañana de lo más
apacible. Ya se le iba a acabar, como a la niña se le pusiera en la punta del
moño, ya se le iba a acabar.
 
—Es verdad, hija, es Peter, nuestro vecino. Déjalo, que el hombre va a lo
suyo.
 
—Pues yo quiero que vaya a lo mío y que me suba, mami.
 
—Eres una caprichosa y va a ser que no. Y deja ya de hacerle señales, que
pareces el prota de “Náufrago”, hija.
 
—Mamá, yo quiero que subamos todos y cantar la canción de “La
discoteca” —añadió la pequeña bocachancla aquella que igual hasta lograba
que me tuviese que tomar un bote de Almax para las ardentías.
 
—¿Y qué canción es esa, hija? —se interesó ella, que estaba en la inopia.
 
—Es una que le gusta mucho a papá y a Brenda, la cantan juntos.
 
Me dio hasta una punzada en el interior del culo, ¿no os ha dado nunca una?
Pues suerte tenéis porque esa es una cosa malísima, si os ha dado ya sabéis
de qué se trata. Una está tranquilamente y de pronto nota una punzada tal en
lo más profundo del ojete moreno, como diría uno de mis escritores
favoritos, mi querido Hugo Sanz con todo su arte gaditano… Pues bien, que
nota una punzada tal que no sabe dónde agarrarse.
 
Yo, en particular, me cogí a la puñetera de la niña y le di un pellizco en el
brazo, aun sin querer, que saltó como un gato montés.
 
—Ay, que me duele, suéltame.
 
—Y a ver si te crees que a mí la punzada esta me está haciendo cosquillas,
te aguantas, mica, qué dolor.
 
Su madre no entendió muy bien la situación, pero tampoco se metió en más
honduras. De hecho, si la vi un poco rayada no fue por el salto que dio su
hija, sino por el comentario que hizo.
 
Lo que me faltaba era que se encelara de mí. Si yo no pensaba hacer nada
con su marido. Bueno, quizás algo así, meterle la cabeza debajo del agua y
no sacársela hasta que hubiera encontrado al Nessie de marras. Pero por lo
demás, bien tranquila que se podía quedar, que yo le tenía tal coraje que no
lo tocaría ni con un palo de dos metros. Claro que, si nos poníamos así,
bastante me había dejado tocar ya.
 
Hasta meditación tuve que empezar a hacer para sobrellevar la situación,
solo que cuando llevaba cinco minutos ya solía pensar que había meditado
lo suficiente y me dedicaba a acordarme de la madre que había echado por
el higo a Logan, por mucho que la mujer también fuese la abuela de mi hijo.
 
No, eso no era verdad, mi hijo no tenía padre y por tanto esa señora no era
su abuela. Padre no es un tío que echa un polvo con engaños, eso no va así.
Él sería muy padrazo con Bonnie y con Duncan, vale, si bien respecto al
mío no sabría nunca de esa paternidad.
 
El tal Peter cayó en la trampa de la zalamera de la niña y paró la barquita a
nuestra altura. Yo sí que sentía ganas de dar una vuelta por allí, las cosas
como son, pero si tenía que ser con la familia unida, prefería que no.
 
—No os puedo llevar a todos, pero a varios sí.
 
—Yo voy—Bonnie se subió de un salto, cualquiera le quitaba el sitio.
 
—Y yo—Duncan era su sombra.
 
Miré a los otros dos y les cogí la vez.
 
—Pues yo voy con los niños, que no me da la gana de quedarme en tierra
para una vez que vengo a este sitio.
 
Alisa asintió como señal de que no me arrepentiría y entonces fue cuando
Logan se puso de pie y también se metió en la barca de un salto.
 
—Ay, madre, que zozobramos y esto va a ser peor que lo del Titanic,
quitaos, que yo me bajo—les pedí poniéndome de pie.
 
—No, mujer, no pasará nada. Ya, si se sube Alisa también, iremos
demasiado justos de peso, pero de momento vamos bien—me advirtió Peter.
 
—No, no, id vosotros. Yo me quedo aquí leyendo.
 
De hecho, la mujer se quedó tan tranquila pensando que perdería a los
monstruitos de vista un rato. E incluso al marido, que a ese tenía que estar
echándole un ojo todo el día.
 
Yo también se lo echaba, porque no podía dejar de observarlo. Se me hacía
tan raro todo, tan raro… Necesitaba marcharme de allí si no quería que mi
poca cordura mental se fuera al garete.
 
En mi caso, había llegado hasta las Highlands huyendo de todo lo que me
pasó con Logan y también de la pesadez de Gonzalo. Y todo parecía
haberme caído en lo alto de golpe, ¿una señal del destino? Pues igual sí,
pero por Dios que yo había aprendido y me volvía para mi casa.
 
El paseo en barquita, eso hay que reconocerlo, no podía ser más agradable.
Peter y Logan remaban mientras los niños creían ver a Nessie por todos
lados, incluso trataban de asustarme con el monstruo, cuando no sabían
ellos que a ese me lo comía yo con patatas como me saliera un ataque de
genio de los míos.
 
Lo que no podía negarse es que el misterio del jodido monstruo seguía
siendo legendario incluso para las gentes del lugar. El mismo Peter, que
parecía un hombre serio, afirmaba haberlo visto una vez y yo comencé a
mirar a un lado y a otro de la barquita por si tenía que liarme a puñetazo
limpio, que así desfogaría un poco.
 
Los niños permanecían atentos a la explicación de su supuesto
avistamiento.
 
—Era majestuoso y me miró. Yo sentí que todo se movía a mi alrededor y
que, si le daba por comerme, me engulliría de un solo bocado.
 
A Duncan los ojos se le habían desencajado y para mí que estaba a punto
del desmayo y no solo porque se estuviera cagando de miedo, que también,
sino porque su hermana lo estaba asfixiando de tanto apretarlo contra sí,
porque ella quería disimularlo, pero estaba igual.
 
A quien noté especialmente ausente fue a su padre, que en un momento
dado comenzó a canturrear algo que solo yo pude entender, como es lógico.
 
—“… Y abrazos les llegó el amanecer, les sorprendió la luna entre la
barca…”
 
—“…tiritando, dejando entre sus manos mil maneras de querer, casi
desnudos y haciendo el amor por tangos” —añadí instintivamente.
 
Si no llego a hacer por incorporarme, me caigo al agua en ese momento
porque la canción de India Martínez fue justo la que estuvimos cantando
juntos un día que nos subimos en las barquitas del parque de El Retiro en
Madrid.
 
No había duda de que su cabeza asimiló aquel paseo en barca a este otro y
le regaló un recuerdo. Y a mí, aunque no le deseaba ningún mal pese a todo,
me regaló unas ardentías de muerte.
 
Por unos segundos, sentí un miedo atroz de que al mirarme me reconociera,
de que esa canción hubiera despertado su mente y pudiera murmurar mi
nombre con todo el contenido que tenía.
 
Me clavé las uñas en las manos esperando su reacción, si bien la del cielo
fue más rápida, pues comenzó a llover.
 
Logan me miró y abrió la boca mientras el temblor me recorría de arriba
abajo.
 
—Tendremos que volver, los niños se mojarán y Alisa se enfadará.
 
Solté el aire de mis pulmones lentamente hacia el exterior porque fue todo
lo que tuvo que decir al respecto. Eso sí, también noté un cambio en ese
comentario que demostraba un ápice de madurez por su parte que hasta el
momento no había aparecido.
 
—Sí, tenemos que volver. Peter, volvamos ya, por favor.
 
—¡A sus órdenes, señorita! —Me hizo el saludo militar aquel vecino
rechoncho y mayor, de lo más simpático, que tuvo a bien darnos el paseo.
 
Cuando me bajé, las piernas me flaqueaban. No debía tardar demasiado en
marcharme, cada vez me veía más acorralada y el agobio comenzó a hacer
mella en mí.
 
 
Capítulo 30

 
Convencer a Alisa no sería moco de pavo, pero me propuse pillar vuelo
para un par de días después y así lo hice.
 
—Alisa, tengo que hablar contigo—le comenté y ella ya supo que no habría
nada que hacer.
 
—Será imposible que trate de convencerte, ¿verdad? Te vas, veo que te vas
y que no podré hacer nada al respecto. Sé que llevas semanas queriéndote ir
y que no lo has hecho por mí.
 
Es que ya son siete meses de embarazo y he decidido que el niño nazca en
mi casa. Vaya, tú me has entendido, no en mi casa, que no soy yo una
influencer ni nada parecido, sino en el hospital, pero en mi tierra.
 
—De veras que daría lo que fuera porque te quedases, aunque en el fondo te
entiendo. Una necesita a los suyos en momentos así y nosotros no somos tu
familia, por mucho que nos gustaría serlo.
 
Le di un abrazo en ese momento y una lagrimilla recorrió mi rostro. Si ella
supiera…
 
—Gracias por entenderlo, para mí es muy importante. Aunque tú me veas
así, más bruta que un arado, también tengo mi corazoncito.
 
—Lo sé. Los niños te echarán mucho de menos, ¿cuándo te vas?
 
—En un par de días. Todavía me da tiempo a despedirme de ellos, aunque
no sé si hacerlo, no sea que traten de retenerme a la fuerza y caben una fosa
o algo como en las pelis de miedo. Tus niños es que imponen un poquito—
Sonreí.
 
—Te van a echar de menos y no sabes cuánto.
 
—Yo también los voy a echar de menos y a ti, he estado muy bien con
vosotros.
 
Me quedé como un cochino en un charco después de mantener esa
conversación con ella. Por fin había entrado en razón y por fin no me lo
pondría más difícil para irme a mi casa, que bastante complicado me
resultaba a mí todo ya de por sí.
 
Esa misma tarde preparé el equipaje y también hablé con los niños.
 
—Os tenéis que portar muy bien con mamá si no queréis que se quede calva
—les expliqué.
 
—¿Por el estrés? —me preguntó la sabihonda aquella.
 
—No, porque igual se tira de los pelos uno a uno, que tu madre tiene el
cielo ganado con vosotros. Papá ahora también está malito y…
 
—Papá no está malito, ahora es mucho más divertido que antes—conjeturó
ella.
 
—No, Bonnie, que ahora os ría todas las gracias porque parezca un crío es
porque está malito. A ti tu papá te gustaba ya mucho, aunque te echara la
bronca cuando te la merecías, igual que al enano.
 
—Pues yo te digo que ahora lo prefiero.
 
—Normal, niña, ya me estás buscando la lengua. Si es que eres muy lista tú.
 
—Y tú también eres muy lista, que te vas por no soportarnos—añadió ella.
 
—No me voy por eso. Que sepas que, aunque me quedaré como perro al
que le quitan pulgas, también os echaré de menos.
 
—Y nosotros a ti—Duncan no pudo reprimir las lágrimas y me dio un
abrazo.
 
—¿Qué te dije, niño? Que, a los traidores ni agua, que ella es una traidora
porque se va.
 
Mientras lo decía le vi también la lagrimilla a Bonnie, solo que ella salió
corriendo. Cuando me conocieron les habría encantado ganarme la partida y
que yo saliera por patas de esa casa como las anteriores chicas, si bien esa
noche me demostraron una vez más que me habían cogido el mismo cariño
que yo a ellos. No podía mirar hacia atrás, no si quería que todo saliera
adelante, así que me sequé las lágrimas que también recorrieron mi rostro y
me eché a dormir.
 
Fue a medianoche cuando comprendí que algo sucedía y no bueno. Por
Dios bendito, sí que estábamos gafados, en esa casa no ganábamos para
sustos.
 
Alisa hablaba por teléfono en tono alto y precipitado. Desde mi dormitorio
yo no podía entender lo que decía, aunque enseguida comprendí que la
situación era crítica.
 
Después colgó el teléfono y le estuvo explicando algo a Logan… Algo que
no tardó en venir a contarme a mí también.
 
—Te lo pido por lo que más quieras, tienes que ayudarme, Brenda. Mi
padre ha sufrido un ictus, parece que es grave, no tiene a nadie allí y he de
marcharme. Sabes mejor que nadie que no puedo dejar a los niños al
cuidado de Logan, porque él es el primero que necesita que lo supervisen.
Quédate hasta mi vuelta, te lo ruego.
 
¿Qué le iba a decir a la mujer en tal situación? Yo me ponía en su pellejo y
habría pillado por el pescuezo a quien no hubiese querido ayudarme. No me
quedó más remedio que anular el billete de avión y resignarme.
 
De nuevo una noche larga, de esas en la que Morfeo no accede a cogerte en
sus brazos ni a la de tres. Y de nuevo volvieron las pesadillas, mezclándose
sueño con realidad y deseando volar de unas tierras que eran mágicas, pero
que también parecían atraparme sin remedio.
 
Así me sentía; atrapada. Aunque ella no lo supiese, yo creía estar en deuda
con Alisa y no podía dejarla en la estacada en el peor momento de su vida.
A esa mujer le estaba cayendo todo en lo alto. Y el graciosillo del karma
parecía estar decidido a que, junto con ella, también me cayera todo a mí.
 
No podía sentirme más agobiada, era imposible ya. Por más que trataba de
planchar la oreja no había forma. No quería ni imaginarme lo complicados
que serían los siguientes días sin Alisa en la casa.
 
No en vano, en todos los momentos en los que los niños estuvieran en el
cole, yo me encontraría a solas con Logan y no podía imaginarme un
suplicio peor.
 
¿Qué le había hecho al karma para que me pusiera en esa tesitura? Pues no
lo sabía, lo que estaba claro era que el muy jodido de él me tenía entre ceja
y ceja.
 
 
Capítulo 31

 
Alisa nos telefoneó desde Glasgow. Cuando esa mujer se viera por fin
viajando por placer experimentaría un orgasmo, porque sus últimos viajes
estaban relacionados con desgracias y gordas.
 
—No sé si mi padre saldrá de esta, los médicos no se pillan los dedos,
Brenda.
 
—Ya verás que sí, Alisa, te lo dije con Logan y te lo repito ahora, todo va a
salir bien.
 
—Pero mi marido era un hombre joven y mi padre ya ha cumplido los
noventa. Me tuvo muy mayor, no sé si te lo conté.
 
—Mi bisabuela tiene cien y está loca porque lleguen las Navidades para
vestirse otra vez de Mamá Noel, la muy cachonda. Se lo pasa pipa, no veas
si tiene todavía guerra que dar. A tu padre le ocurrirá igual.
 
—Ojalá, las perspectivas no son muy halagüeñas.
 
—Tú confía y reza, que yo también rezaré por él.
 
Y tanto que lo haría, no solo porque le deseaba lo mejor a Alisa, sino
porque cuanto antes se pusiera ese hombre bien antes volvería ella a casa. Y
antes me volvería yo a la mía.
 
Lo que me dejó un poco más escamada fue el hecho de que tuviera más
años que Matusalén. Ojalá que no tuviera un pie en la tumba o las cosas se
me pondrían más feas que Picio.
 
Aquel primer día en el que me quedé sola toda la mañana con Logan fue
muy impactante.
 
Él leía las noticias, el psicólogo le había recomendado que estuviera al tanto
de todo lo que sucedía en el mundo para ejercitar su mente. Yo lo miraba y
él me miró.
 
—¿Todo bien? —me preguntó.
 
—Sí, es solo que tienes una miga de pan ahí al lado de la boca.
 
—¿Dónde? —me preguntó. Lo único que me faltaba es que se quedase
también sordo.
 
—Al lado de la boca, ahí a la derecha.
 
Trató de quitársela y no daba pie con bola.
 
—No, hombre, a tu otra derecha, ¿tampoco sabes dónde está tu derecha? —
me quejé porque estaba desesperada, señalándosela.
 
—Si esa es la izquierda—renegó él.
 
—Que no, que tú no das pie con bola, que eres peor que tus niños. A quién
van a salir tan patosos.
 
Se echó a reír y me hizo una señal con las manos. Me tuve que echar a reír
también porque tenía razón, por una vez la tenía y era yo quien la estaba
cagando. Si es que ya tampoco daba pie con bola yo.
 
—Vale, vale, tienes razón, pero no se te ocurra decirme nada que no
respondo, ¿eh? Para una vez que me equivoco.
 
—¿Una vez? ¿Tú no serás un poco engreída? —Rio nuevamente.
 
—¿Engreída yo? ¿Te quieres ir a coger peras? —Me puse a la defensiva.
 
—No, porque no hay peras por aquí, ¿o es que no te has dado cuenta?
 
—¿No? Pues es raro, porque tú estás más verde que una, no veas si hay que
tener paciencia contigo. Hombre, que sigues teniendo ahí la miguita esa,
que me da mucha manía.
 
—Que no la tengo, que te digo que ya no la tengo.
 
—Claro, porque tú lo digas. Y un mojón no la tienes, que sigue ahí.
 
Se pasó la mano y como que no atinaba, a mí me estaba dando una manía
tremenda y de repente aquella situación me recordó increíblemente a otra
que vivimos juntos en su piso, en Móstoles. Cielos, no me acordaba, aquel
día pasó lo mismo y cuando quise darme cuenta…
 
—Ya te la he quitado, me he salido con la mía, ¿ves como sí tenías una
cosita al lado de la boca? —le pregunté en aquel entonces, muchos meses
atrás.
 
—No, quien se ha salido con la mía he sido yo, que te has sentado sobre mis
rodillas y ahora puedo hacer esto—Tomó mi mentón y me besó, me la dio
con queso.
 
Lo miré a los ojos y sentí un tremendo escalofrío, se parecía demasiado, no
quería pensar en que me la estuviera volviendo a jugar, en que su idea fuera
que me acercara para besarme.
 
Me di la vuelta y continué fregando mi taza y mi plato, que era lo que
estaba haciendo, debía tratarse de una mera coincidencia. Una de tantas…
 
—¿Ya me la he quitado? —me preguntó y me volví. La dichosa miguita
seguía ahí, en la comisura de sus labios, y yo me estaba poniendo de los
nervios, un poco ya por todo.
 
—Que no, que no atinas ni a la de tres. Voy a ir a hacer mi cama, Susan no
vendrá en estos días, ya sabes que se ha tomado un par de semanas de
vacaciones y tampoco nos hace falta. Los críos estarán en el cole y a mí lo
que me sobra es tiempo, no tengo nada que hacer aquí cuando ellos no
están.
 
Comencé a sentirme mal, notaba que las fuerzas me fallaban, como el día
que él llegó y la tensión se me desplomó. Eran demasiadas las emociones,
demasiado lo que mi lengua se guardaba para sí, demasiado el no poder
volverme y espetarle en toda la cara que sentía que me había arruinado la
vida, que no levanté cabeza desde que descubrí su maldita mentira, desde
que supe que no signifiqué nada para él más que la amante de turno de un
tipo casado por quien su propia mujer ponía la mano en el fuego.
 
Joder, qué equivocada estaba ella y qué equivocada estaba yo también si
pensaba que podría salir de esa cocina sin quitarle esa dichosa miguita de
pan.
 
Quizás debí irme, porque tras aquel gesto se escondía la imperiosa
necesidad de descubrir si nuevamente trataba de mofarse de mí y el porqué.
 
Me acerqué y se la quité con las manos, las mismas manos por las que me
tomó y, mirándome fijamente a los ojos, me formuló la pregunta del millón.
 
—¿Es mío? Dime si es mío, Brenda, dime si tu hijo es también me hijo.
 
A punto del desmayo, solo acerté a preguntarle.
 
—¿Desde cuándo sabes quién soy? Dímelo, por favor.
 
—Desde que cantamos juntos en esa barca—me confesó.
 
Continuará…

 
 
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