Está en la página 1de 102

LLÁMALO AMOR

© 2016, Liliam Storm


1, Yazme

“Primavera”

En casa de Carol hacía frío, y eso que estamos en mayo. He pensado que debía de ir bastante apurada de dinero porque no había puesto la
calefacción, sin embargo no le he dicho nada. Puede que haya hecho mal, las amigas están para ayudarse, pero ella siempre ha sido un poco rara con
esos temas.
La pobre tenía muy mala cara.
‒¿Qué tal llevas lo del…? ‒Me ha mirado con cara de “puedes decirlo, no te preocupes” ‒ ¿…Cabronazo de Lichi?
Ha respirado profundamente y me ha contestado mirando al infinito:
‒Bien.
‒¿Bien?
Otra pausa:
‒Sí, bien.
‒Me alegro, sobre todo porque pensaba que eso que decías “que estabas destrozada y que querías morirte” iba en serio.
Me ha mirado con algo de rabia en los ojos:
‒Es que iba en serio, Yazme.
‒Vale, ya lo entiendo, el sábado querías tirarte por el balcón de casa de Fran y ahora estás bien. Lo tuyo es milagroso.
‒Es sólo que bebí demasiado. Y sabes que el alcohol me vuelve idiota.
‒Sí, supongo.
Me he sonreído y ella, al ver mi sonrisa burlona me ha dicho:
‒Venga, Yazme, suéltalo ya, no vaya a ser que te atragantes con tus propias gilipolleces y tengamos una desgracia.
‒¡Oh, pobre de mí! Si no es nada, solamente estaba pensando que tal vez, y digo tal vez, seas un poco idiota por naturaleza y los cubatas solo ayuden
a sacar la estupidez a la luz. Porque de verdad, chica, no logro comprender cómo pudiste liarte con ese capullo. ¿Es que alguna vez pensaste que
quisiera algo serio contigo? ¿Alguna puta vez le has visto comportarse como un hombre?
Ha suspirado profundamente.
‒Pero no es eso lo que más me flipa de ti ‒he continuado‒. No, lo peor de todo no es que te liases con él, porque el tío está bien bueno y en un
momento de calentón se pueden perder los papeles… lo que no entiendo es que sufras de la manera que lo estás haciendo. ¡Tía, viento fresco!
‒¿Y si te digo que estoy enamorada?
‒Entonces ya no hay duda, te has vuelto completamente loca.
‒Tú no le conoces.
‒¡No, afortunadamente no! A mí me tiró la caña hace un tiempo y a punto estuve de liarme con él, pero pensé que si le besaba iba a ser como besar a
la mitad de las pavas del barrio… O lo que es peor, sería como besarle la entrepierna a mogollón de tías… ¿Nunca has pensado cuántos coños habrán
pasado por su boca?
‒¡Puaj! ¡Joder, tía, eres una exagerada! ¡Y una guarra! Además, no creo que les haga eso a otras tías porque a mí nunca me lo ha hecho.
‒¿Qué, estás llorando por un pavo que ni siquiera te ha metido la lengua entre la piernas?
‒¿Por qué le das tanta importancia? Eso no es lo más importante de un hombre, vamos, creo yo. Un tío tiene muchas más cosas que hacer en la cama.
Me la he quedado mirando de hito en hito, completamente flipada:
‒Dios mío, tenemos una urgencia de primer orden… Si hablas así es porque nunca te lo han comido ‒le he pasado la mano por el rostro exagerando
la tristeza, es decir, haciendo un poco de teatro para levantarle el ánimo.
‒Ummm, no ‒ha dicho algo tímida‒, la verdad es que nunca me lo han comido.
‒¡Eso hay que solucionarlo, pero ya! Dame el móvil, seguro que en la agenda llevas un puñado de tíos a los que les encantaría hacerte una buena
limpieza de bajos.
‒¿Limpieza de bajos? Estás enferma, tía, completa e irremisiblemente enferma. Además, estoy segura de que a ellos no les gusta hacerlo, les tiene
que dar asco meter la boca ahí.
‒¡¿QUÉ?! Ni de coña, les encanta hacerlo, te lo aseguro. A ver, bonita, ¿a ti no te gusta comérsela? Y no me digas que no, porque no me lo voy a
creer.
Carol ha sonreído y ha asentido:
‒Pues claro que me gusta, ¿cómo no me iba a gustar? A Lichi se lo hice tres o cuatro veces, la tenía larga y sabrosa.
‒¿Muy sabrosa? ‒He empezado a reírme a carcajadas‒ Eso es porque la había untado en un montón de coños distintos.
‒¡Vale, basta ya, Yazme, se te está yendo la pinza por completo!
‒¿Es que acaso no tengo razón? Ese chulo ha estado con mogollón de pavas. Y es repulsivo, siempre comportándose como un machito.
‒En la intimidad es un tío totalmente diferente, te lo juro, Lichi es atento, dulce, cariñoso y muy inteligente.
‒No lo dudo ‒le he dicho‒, pero eso también pueden decirlo docenas de tías con las que también ha sido atento y dulce y cariñoso y muy inteligente.
Y piensa en su mejor amigo, JM, ese tío es un imbécil, un capullo y un machista, igual que Lichi.
‒Puede ser…, sin embargo era tan romántico conmigo.
Mi amiga se ha recostado en el sofá y un puñado de lágrimas ha recorrido su rostro. Me ha dado mucha pena. Nos conocemos desde que éramos unas
crías y aunque ahora nos vemos menos porque no va al instituto, mantenemos buena relación.
Ella se dedica a escribir, dice que quiere ser novelista. Yo siempre le digo que lo que tiene es mucho cuento, porque de todo hace una montaña. Esta
mañana, mientras la veía así de destrozada, he imaginado que aunque es verdad que suele exagerar las cosas, eso no quitaba para que estuviese
sufriendo.
He intentado animarla haciéndola rabiar un poco:
‒Tranquila, ya verás cómo muy pronto, antes de que te des cuenta, te olvidarás de Lichi y estarás culeando con otro.
Se ha enjuagado las lágrimas y me ha mirado de medio lado:
‒¿Culear? ¿Qué es eso de culear? ¿Eso es lo que tú entiendes por amor?
‒No, eso es lo que tú piensas sobre el amor, porque siempre te juntas con los tíos más cerdos. Tal vez deberías, digo yo, seleccionar a los hombres
por algo más que por el físico. ¿Has estado con algún pavo normal?
Carol se ha quedado pensativa:
‒Beni ‒ ha respondido.
‒Un ejemplo estupendo, sobre todo porque de la noche a la mañana se piró sin darte ninguna explicación.
‒Sí, pero no me puso los cuernos.
‒Yo alucino contigo, estuviste más de un mes sin salir de casa y decías que no podías entender por qué se había ido… y lo de los cuernos no es
seguro, porque por ahí se comentaba que con Susi no se llevaba nada mal.
‒Habladurías. Y ¿qué me dices de Ron?
‒Un capullo integral.
‒¿Por qué?
‒Tenía la conversación de un besugo.
‒Pero era cojonudo en la cama.
Me he echado a reír:
‒¿No decías que el amor es algo más que culear?
‒Una excepción, nada más. Vale, puede que los dos que te he dicho no sean el mejor ejemplo, pero no me negarás que Albert no era una joya, te
morías de envidia cuando te dije que me había liado con él.
‒Sí, eso es cierto. Pero mira, lo de Albert me da la razón, porque el único tío normal con el que has estado fue también el único que tú has
abandonado. ¡Bueno, perdón! No le abandonaste, no, ni mucho menos, lo que hiciste fue ponerle los cuernos con su hermano mayor. Cuando te vi en el
sofá del piso de Fran liándote con él me quedé flipada, para una vez que tienes un novio que merece la pena vas y le engañas.
‒Su hermano estaba buenísimo…
‒¡Ahora dime que todo queda en familia y te mato!
Nos hemos reído a carcajadas. Me he sentido mejor cuando la he visto divirtiéndose, porque hacía varios días que estaba sumida en una inmensa
tristeza.
‒Por cierto ‒le he dicho cuando hemos dejado de reírnos‒, ¿Te apetece venirte este fin de semana a casa de Paul?
‒¿Quién va a ir?
‒Los de siempre, ya sabes, Blanka, Kike, Mar… Vente, nos lo pasaremos bien. Además, sabes que si Paul se pone a los platos el fiestón está
asegurado. Ah, a lo mejor se viene también Aitor, ese se apunta a un bombardeo.
‒¿No se supone que no soportas a Aitor?
‒No lo soporto, pero cuantos más vayamos mejor. La casa de Paul es una pasada, ¿te acuerdas del año pasado?
‒Cómo olvidarlo… ‒ha dicho con desgana.
‒Reconoce que fue culpa tuya.
‒¿Qué?
‒Sí, no te hagas la inocente, la que se puso a bailar como un stripper fuiste tú y la que acabó desnuda en la piscina fuiste tú.
‒¿Perdona? Fue Paul el que preparó la bebida aquella tan dulce y fue Aitor el que se puso a hacer el imbécil a mi lado, se resbaló y no se le ocurrió
nada mejor que agarrarse a mí bañador para no caerse.
‒Míralo por el lado bueno, Aitor te las vio.
Carol echaba chispas. Se ha erguido como si tuviese un resorte en la espalda:
‒¿Y se puede saber qué coño tiene eso de bueno?
‒Vamos a ver, todas sabemos cómo es Aitor… mejor que sepa cómo son y que no se pase las noches intentando imaginárselas.
‒¡Bah, cállate! ¿Por qué no se las enseñas tú?
‒A ese ni de coña.
Me ha mirado a los ojos y se ha puesto seria:
‒Yazme, si sigues así no vas a tener novio en tu vida. Tienes que bajar el listón, al fin y al cabo se trata de pasar un buen rato, no de encontrar tu
media naranja.
‒¿Sólo pasar un buen rato? ¿Aunque se trate de una especie de gorila?
‒Haz lo que quieras ‒ha hecho un gesto de desdén con la mano‒. Por cierto, ¿cómo vamos a ir a casa de Paul?
‒Nos llevará él en la furgo.
‒Vale.
‒¿Eso significa que te vienes?
‒Sí, me vendrá bien salir de aquí.
Se ha levantado y me ha preguntado si me apetecía algo de cenar. Le he dicho que no, que había quedado con Mar para tomar algo. La he
acompañado hasta la cocina y mientras se preparaba un sándwich me he apoyado en la encimera.
‒¿Por qué no nos vamos mañana?
‒No puedo, tengo clase ‒he respondido.
‒Pasa de ir.
‒Claro, para ti es muy fácil decirlo, como ni estudias ni trabajas.
‒Estoy escribiendo una novela.
La he mirado en plan de “no me jodas”:
‒Bueno, vale ‒he dicho‒, lo que quieras, pero yo tengo que terminar grado medio para poder hacer superior. No puedo permitirme perderme ni un
solo día.
‒Aitor va contigo a clase, ¿Verdad?
‒Sí, aunque no hablo con él, va con un montón de gilipollas y además es amiguito de tu ex… y ya sabes lo bien que me cae…
Ha dejado de prepararse la cena y me ha mirado. Sus ojos brillaban:
‒¿Me puedes prometer una cosa?
‒Claro.
Ha guardado silencio durante unos momentos.
‒¿Me prometes que nunca te liarás con él?
‒¿Con quién, con Aitor o con Lichi?
‒A mí Aitor me toca el coño.
‒Eso es lo que le gustaría a él.
No se ha reído.
‒No te preocupes ‒le he dicho poniéndome también seria‒, te prometo que nunca me liaré con tu ex. Eres mi mejor amiga, no te voy a fallar.
Ha asentido con ternura, se ha terminado el sándwich y nos hemos sentado en la mesita de la cocina. Sus ojos brillaban más que antes. Mi amiga es
ultrasensible, de pequeña la llamábamos bizcochito.
‒Hablando de Aitor ‒ha dicho‒, se va diciendo que su novia se la está pegando con Mario.
‒No creo que a él le importe demasiado, aunque me imagino que no se lo tomará nada bien, eso le dañará el orgullo de macho. Si yo fuera Mario no
me habría liado con la novia de Aitor en la vida, a no ser que quisiera que me partiesen la boca.
‒Sí, este tío es un salvaje. Y Diana, ¿a qué coño se lía con Mario? No pegan ni con cola.
‒Bueno, bueno… piensa que los dos son igual de estúpidos…
‒¡Ja! Pobre Diana, tampoco es tan mala chica.
‒Es imbécil, por eso me parece que hacen buena pareja.
He mirado el móvil y he visto que era muy tarde. Me he despedido de Carol y me he ido corriendo al garito en el que había quedado con Mar.
Al salir de casa de mi amiga y dejar sola, me he sentido mal, tal vez debería haberme quedado con ella un buen rato más… a veces voy demasiado a
lo mío y no soy consciente de lo que piensan los demás. Siempre me ha pasado igual, tiendo a encerrarme en mi burbuja y me cuesta mucho darme
cuenta de que existe el resto del mundo. Tal vez sea porque desde pequeña empecé a meterme en mi mundo. No es que sea una friki que no se relaciona
con el mundo, a ver, no estoy encerrada en mi mazmorra, ni mucho menos, pero sí que voy demasiado a lo mío.
2, Paul

“En la azotea”

Soy un romántico, lo reconozco. Y además de romántico soy un tío raro; ya en la guardería comencé a destacar entre los demás niños. Y en el
instituto ya fue la hostia.
Nunca me han gustado las mismas cosas que a los demás, ni fútbol, ni motos, ni hablar de lo buenas que están las tías, aunque algunas lo están, y
mucho.
En fin, a veces me lío yo sólo, soy pura contradicción…
Esta mañana he estado charlando con Mar, mi mejor amiga. Hay mucha gente que opina que la amistad entre un hombre y una mujer es imposible, sin
embargo yo creo que más que posible es necesario: si hablas demasiado con los de tu mismo sexo te terminas volviendo un ignorante. Y es que, además,
pienso que puede haber una gran compenetración sin necesidad de meterse en la cama. Si me oyera JM me daría un puñetazo en el brazo y me diría que
soy idiota…, pero es que él es un caso perdido.
A lo que iba. Mar es una chica excepcional: inteligente, guapa y simpática. La había invitado a desayunar a mi casa y hemos pasado la mañana muy
tranquilos y muy a gusto. Desde la terraza de mi ático se ve toda la ciudad: cuesta una buena pasta, pero desde que entré en el Top 10 de los productores
europeos de música electrónica puedo permitírmelo.
No me quejo, tengo veintitrés años y la vida me va de lujo.
‒¡Aquí se está fenomenal! ‒Ha dicho Mar.
Estábamos apoyados en la barandilla y hacía una mañana estupenda. El cielo estaba de un precioso azul celeste, estaba tan hermoso que casi
acojonaba.
‒En el edificio de enfrente, ese de allí ‒le he dicho señalando con la mano‒, el de las cornisas azuladas, alquilan un par de áticos muy parecidos a
este. Te podrías mirar uno.
‒¡Bah, yo no gano tanta pasta como tú!
‒¿No te va bien con la web?
‒No es eso, la página funciona y voy ganando dinero suficiente para vivir, pero creo que no tanto como para alquilar un ático en esta zona de pijos…
además, no sé si sería buena idea vivir uno enfrente del otro.
‒Sería divertido… podríamos saludarnos por las mañanas.
‒¡Y vernos cagar si te descuidas! ‒Ha dicho con su habitual “finura y elegancia”.
‒La princesa Mar “Boca de Puerca” ha hablado ‒he dicho haciendo el canelo‒. Oye, por cierto ¿qué hay del trabajo ese de ilustración para un juego
de mesa en el que andabas metida este tiempo atrás?
‒No era un juego de mesa, era un juego de rol.
‒¿De esos que la gente juega y luego se vuelve loca y mata a sus vecinos creyendo que es un guerrero elfo?
‒De pequeño viste demasiada televisión… En fin, el asunto del “juego mata personas” está parado, los editores están indecisos, no saben si lanzar el
juego en el resto de Europa, dicen que los gastos de traducción son demasiado elevados y que las ventas no están aseguradas.
‒Pues vaya faena.
‒Sí, era un buen negocio… y lo que más me molesta es que he invertido mogollón de horas en los diseños, y para nada.
La he mirado sonriendo, porque tenía algo que sabía que la iba a animar:
‒Tengo buenas noticias.
‒¿Ah sí?
‒Sí. Mira, el miércoles me reuní con los de mi sello, van a editar un recopilatorio con lo mejor del house del año pasado. Una canción de mi último
trabajo va a ser incluía en el disco y tenía que firmar el contrato para la edición.
‒¡Me alegro mucho! ‒Ha exclamado y me ha dado un abrazo, estaba entusiasmada.
‒Peeeero, ahí no acaban las buenas noticias. Les he dicho que el recopilatorio del año pasado tenía un diseño horrible.
‒Horrible no, vomitivo ‒ha puntualizado.
‒Pues bien, mientras les decía eso se me ha pasado por la cabeza un nombre…, un nombre de mujer…, una mujer que conozco y que es muy buena en
eso del diseño gráfico y tal…
‒¿Una amiga tuya dices…, diseñadora gráfica? No me suena de nada ‒ha dicho con una inmensa y preciosa sonrisa.
‒Y no sólo es buena en eso, he pensado, sino que también es inteligente y tiene una sonrisa muy bonita.
‒¡Qué payaso eres!
Sus ojos irradiaban una luz especial. Son azules como el cielo de esta mañana, y muy claros, a veces casi trasparentes.
‒Me dijeron ‒he continuado‒ que la semana que viene se pondrían en contacto contigo para concretar las bases del curro. Esta gente es seria y pagan
bien, además son fieles, es decir, si les gusta tu trabajo ten seguro que volverán a darte alguna cosa más.
‒¡Muchas gracias, Paul!
‒No seas tonta, no tienes que darme las gracias, somos amigos ‒la he mirado con ternura‒ ¿Tienes hambre?
‒¡Oh, sí, me muero de hambre!
Mar se ha sentado en una de las dos sillas que he puesto, junto con una mesa, en el balcón. Es fantástico desayunar en esta época del año ahí, la
ciudad se ve preciosa y la temperatura es perfecta. Me he metido en la cocina y he preparado unas tostadas con mantequilla y mermelada. Las hemos
comido despacio, disfrutando de nuestra compañía y también del silencio. El silencio compartido es fantástico. Suele decirse que hay silencios
incómodos, pero los que tengo con mi amiga son espectaculares. Ella es de la misma opinión que yo, y es que piensa que a veces es mejor un buen
silencio que decir una tontería.
‒¿Qué tal te va con el disco en el que estás trabajando? ‒Ha preguntado.
‒Bien…
Me ha mirado ceñuda y me ha preguntado:
‒¿Sólo bien?
He suspirado:
‒Estoy atascado. Al principio empecé con la idea de evolucionar hacia sonidos algo más ásperos e introducir algún corte dub-step, siempre, claro
está, sin abandonar la esencia house de mi sonido con ese toque techno que tanto me gusta. Los tres primeros temas me salieron casi solos, ya sabes, en
un subidón de esos de inspiración que te pones a currar y te salen las cosas sin apenas esfuerzo… pero de repente, puf, se acabó la inspiración. Lo
jodido es que tengo muchas bases, muchas melodías, muchas intros, pero no avanzo en los temas, vaya que estoy completamente parado.
‒A veces pasa, no sé por qué, pero de la noche a la mañana la inspiración se va volando y te abandona durante un tiempo. No te preocupes, seguro
que vuelve.
Mar ha entrecerrado los ojos y se ha quedado en silencio, pensativa.
‒¿En qué piensas? ‒He curioseado.
‒Es sólo una idea pero, ¿por qué no le pides a Skat que te eche una mano? Con el primer disco te ayudo muchísimo.
‒Es un hacha con el bajo, sí…, y un poco de música en directo siempre cuadra con los sonidos house. Lo que no sé es cómo andará, se decía que lo
metieron al talego.
‒Salió hace un tiempo.
‒¿Quién te lo ha dicho?
‒Él mismo.
Me he quedado un poco sorprendido:
‒No me habías dicho nada.
Se ha mordido los labios y me ha mirada con desazón:
‒No quería. Después de lo que pasó pensé que quizás te pondrías raro. Pero ya ves, al final te has enterado. No sé por qué no te lo dije en el
momento, algunas veces me comporto como una idiota ‒ha dicho frunciendo el ceño‒. Supongo que me lo he callado porque no quería hacerte daño.
Me he levantado y me he apoyado en la ventana. Una suave brisa de primavera se ha levantado y he sentido un poco de frío:
‒No tienes por qué disculparte, Mar, sé que lo hiciste con buena intención. En fin, Skat no tuvo la culpa de lo que pasó. Y me sorprendió que se
comportara del modo que lo hizo y no se acostara con ella.
Mar se ha puesto también de pie y se ha colocado a mi lado:
‒Que sus pintas no te engañen, en el fondo es un buen tío. La única responsable fue Yuri, ella fue la que te traicionó. Pero bueno, no hay que ponerse
tristes, ya sabes que a mí me pasó algo parecido con Dani.
Me ha mirado sonriendo.
‒El amor es una mierda ‒he dicho amargamente.
‒Sobre todo para los que no estamos en el Top 10 de los más guapos, ¿verdad?
La he mirado de arriba abajo y he sonreído al verla tan sonriente:
‒Bueno, bueno, tú seguro que entrarías en el ranking. Sin embargo yo no entro ni en el Top 100, me temo.
Es cierto, no soy guapo. O al menos no cumplo con los requisitos que se supone que hay que tener para ser guapo. Nunca me ha importado
demasiado, aunque tengo que reconocer que a veces me miro en el espejo y me gustaría ser un poco más alto y estar más delgadito. No es que sea una
bola, pero no tengo el cuerpo de otros tíos. En fin, nos criamos con las películas en las que los héroes eran siempre tíos de gimnasio y eso pesa.
Mar se ha puesto enfrente de mí y me ha cogido de las manos:
‒Paul, corazón, tienes algo que la mayoría de personas no tienen.
‒¿Un ático en el centro? ‒He contestado.
‒Aparte de eso, idiota…, tienes un corazón inmenso.
‒Será por eso por lo que estoy gordo, porque de lo contrario no me cabría tanto corazón, no te jode ‒He suspirado y le he apretado las manos‒. Por
cierto, eso que me has dicho de contar con Skat para el disco me parece una idea estupenda. Pero lo de la pasta va a ser un problema.
Me ha mirado extrañada:
‒¿Por qué?
‒Buf, es que me da miedo darle dinero, ya sabes en qué líos anda siempre metido. ¿Cuántos años tiene?
‒No lo sé, creo que es cinco o seis años mayor que nosotros.
‒Y aun así no levanta cabeza.
Mar ha respirado profundamente y me ha soltado:
‒La droga es una mierda.
Ha habido unos momentos de silencio. Ese ha sido un silencio duro en el que ambos hemos pensado en las movidas en las que se había metido Skat
por culpa de la coca y del speed. Sin hablar del alcohol, porque anda siempre enganchado a un botellín de cerveza o a un calimocho.
También me he acordado de Yuri y se me ha puesto un nudo en el estómago con su traición. Algunas veces pienso que ya no la echo de menos y que
tampoco la quiero, que sólo me queda la rabia de haber sido engañado.
No quería que la mañana se echara a perder, así que me he sacudido la tristeza:
‒Otra vez nos hemos dejado arrastrar por la nostalgia ‒he dicho intentando no sucumbir a los malos rollos.
‒Sí, me parece que somos un par de idiotas depresivos por naturaleza.
‒¡Ya sé! Te voy a poner la maqueta del recopilatorio para que te vayas motivando con el diseño. Ya verás ‒he dicho mientras me metía en caso para
poner el equipo en marcha‒ ¡Esto te va a poner las pilas!
‒¡Sí, dale caña!
La música ha empezado a sonar y nuestros ánimos han mejorado de inmediato. El buen sonido es el mejor antidepresivo que existe. Tal vez por eso
comencé a hacer música.
Ya de muy jovencito, mientras otros chicos de mi edad se dedicaban a llevar a las tías al parque con sus motos yo me quedaba en mi cuarto y todo el
dinero que caía en mis manos lo invertía en altavoces, sintes, filtros, ordenadores… En mi habitación era feliz, al componer música los malos rollos,
los miedos, las inseguridades y la tristeza se borraban de inmediato.
Sé que todo esto de la música empezó como una vía de escape, como una forma de salir de un mundo que no me gustaba. Porque es así, el mundo y
yo hemos estado peleados desde que nací, vamos, que él y yo no nos llevamos nada bien. Sin embargo con la música he encontrado mi lugar. Cuando me
siento delante del ordenador y comienzo a componer mi cuerpo se funde con la vida. No sé, tal vez sean movidas raras que tengo en la cabeza, pero
estoy convencido de que si no fuese por la música todo me sería mucho más difícil de soportar. Con las canciones la pena pesa menos…
Mar se ha puesto a bailar en la terraza y la he mirado divertido. Es un chica, como yo, diferente al resto, pero cuando baila no tiene a quién envidiar.
Es más bien bajita y su cuerpo no es como el de las modelos, sin embargo su pelo largo, castaño y sedoso, sus ojos azules y profundos y su sonrisa
hacen que cualquier hombre pueda enamorarse de ella. Lo malo es que hay pocos hombres y en su lugar hay demasiados tíos embriagados por la basura
que genera la propaganda. Todo es imagen ideal, cuerpo perfecto, tías perfectas y tíos de gimnasio.
‒¿Te gusta? ‒Le he preguntado.
‒¡Es la hostia!
‒Es uno de mis temas favoritos.
He salido al balcón y me ha dado una mano.
‒¡Baila conmigo!
‒¡No, ni de coña, bailo fatal!
‒No, no bailas fatal, el problema es que eres un vergonzoso y en cuando empiezas a moverte se te come la timidez.
‒¡Me has pillado!
‒¡Venga, no me dejes aquí sola bailando como una tonta!
No he podido negarme porque ha empezado a intentar moverme haciéndome cosquillas. Me he puesto a bailar. O algo parecido a bailar.
Mar tiene razón y mi principal problema es el de la timidez, así que a los pocos segundos he empezado a hacer el tonto, se me comía la vergüenza:
‒¡Miradme, chicas! ‒He dicho de cachondeo mientras tocaba mi cuerpo como si fuese un gogó‒ ¡Ha llegado la bolita bailona!
Mar me ha seguido la broma:
‒¡Mucho Cuidado, chicas! ¡Sujetaos la ropa interior! ¡Con todas vosotras, el semental de la música, el macho del house, el quema tangas, el rompe
bragas, el desvirga zorras, el jodido amo de la pista!
Ha provocado que me descojonase vivo y he tenido que dejar de bailar. Mar también se reía, pero ha seguido un rato más. Yo me he sentado a
escuchar y a verla moverse. Viste con ropa ancha y he pensado que con un vestido no estaría nada mal. Ahora pienso que nunca antes había imaginado
nada así sobre ella.
Muchas veces me pregunto qué ocurriría si alguno de los dos se enamorase del otro…, ya sé que es imposible, sobre todo que ella se enamore de mí.
Sé que eso estropearía nuestra amistad, estoy convencido.
Cuando la canción ha terminado el silencio ha colmado el balcón. Mar se ha sentado derrotada, había sudado una barbaridad.
‒¿Te puedo confesar un secreto? ‒Le he preguntado.
‒Claro, Paul, sabes que puedes confiar en mí para lo que sea.
‒Me da vergüenza.
‒¿Y qué no te lo da?
‒Bueno…, la cuestión es que tengo un proyecto paralelo al último disco. Es, por así decirlo, algo diferente.
‒¡¿Puedo oírlo?! ‒Ha exclamado de inmediato.
‒No te esperes gran cosa, es distinto.
Me daba mucho corte enseñarle la maqueta en la que llevo más de seis meses trabajando. Es un proyecto algo extraño de tecno pop en el que soy yo
mismo el que pone la voz, aunque también canta una chica algunas estrofas, me hace los coros y me dobla algunos estribillos.
He puesto el disco y le he dicho que entrara al salón para escucharlo mejor. Es un disco triste y oscuro, que empieza con un tema a medio tiempo
muy denso. La canción la abre Lilian. Su voz, femenina y sensual, marca el timbre nostálgico que va a tener toda la obra:
‒¿Quién es la chica?
‒Lilian, la conocí tras una sesión y me dijo que si necesita voces femeninas, ella era cantante. No es profesional pero canta estupendamente y
nuestras voces se compenetran de maravilla.
Mar me ha mirado con cara de cabrona:
‒¿Y en qué más cosas os compenetráis?
‒¡Ja! Es demasiado para mí.
‒¿Qué tonterías dices? Es una mujer y tú eres un hombre, ¿por qué iba a ser demasiado para ti?
He bajado los ojos:
‒Es muy guapa, guapísima, joder, extremadamente guapa.
‒Inténtalo ‒me ha dicho muy seria.
‒Bueno, de eso hablaremos otro día. Ahora escucha la música y dime qué te parece, y por favor, si no te gusta no quiero que me mientas.
Hemos continuado escuchando hasta oír las seis canciones que de momento forman la maqueta. Al final mi amiga me ha mirado sonriendo y me ha
dicho:
‒Me gusta mucho, de verdad, es un disco muy profundo. Y sobre todo lo que más me gusta es que es muy personal.
‒¿Personal? Es triste, nostálgico, raro.
‒Sí, como tú eres, por eso es tan personal. Creo que has plasmado a la perfección tu personalidad. Y el sonido es muy bueno.
‒¿Qué opinas de las voces?
‒Cojonudas ‒su cara se ha convertido en la viva imagen de una zorra‒ ¿Cuándo me vas a presentar a la cantante?
‒No tenía pensado hacerlo.
Se ha quedado pensativa durante unos instantes:
‒Invítala este sábado y que se venga con nosotros a tu casa de la playa.
‒Ya veremos.
Me ha sonreído con malicia.
‒Oye ‒ha continuado‒, ¿has invitado a JM? Hace mogollón que no le veo.
‒Le dije que se viniese, pero está de gira y no creo que pueda, se pega los fines de semana de ciudad en ciudad.
‒Vaya, tenía ganas de verle. Es un canalla, pero es un tío de puta madre.
Hemos seguido charlando un rato y poco antes del mediodía Mar se ha marchado.
He vuelto a escuchar la maqueta y le he estado sacando algunos fallos en los que tengo que trabajar. Luego he salido otro rato al balcón y le he
estado dando vueltas a lo de Skat…, y a lo de Lilian. He pensado que podría invitar a los dos.
Tengo ganas de que llegue el sábado, creo que necesito cambiar de aires.
3, Aitor

“Infidelidad”

Lichi estaba escuchando algo de Eminem.


‒Eso está pasado de moda, tío ‒le he dicho.
No me ha contestado y ha esbozado una sonrisa bastante irónica.
El profesor de programación se estaba retrasando. Se comentaba que faltaba a primera hora porque tenía la mala costumbre de beber demasiado,
puede que fuese verdad, no lo sé.
“Tarde o temprano lo echarán del instituto” se decía por los pasillos. Era un tío enrollado y tenía buena reputación entre los alumnos. Esa reputación
se basaba, principalmente, en dos cosas. La primera de ellas era su trato con los alumnos, más de colega que de maestro. La segunda tenía su raíz en una
especie de leyenda que se extendió como el humo, cuando uno de los alumnos se lo encontró en el parque liándose con una “tía impresionante”, según
palabras textuales de Ron. Esa “tía impresionante” no era otra sino una de las profesoras que daba clases en grado superior de hostelería.
Cuando ha pasado más de un cuarto de hora hemos tenido claro que esta mañana tampoco iba a venir, lo que, dicho sea de paso, no nos ha causado
ninguna tristeza. La mayoría de los que estamos allí no queremos estudiar, pero tampoco ponernos a currar, por lo que el instituto es el mejor modo de
pasar un par de años tocándonos los huevos.
Lichi se ha desperezado, se ha levantado y se ha asomado al ventanuco de la puerta:
‒Este pavo no va a venir ‒ha dicho.
‒¡Qué pena! ‒He oído que decía alguien irónicamente.
Mi colega ha vuelto al pupitre y me ha dado una palmada en la espalda:
‒¿Nos salimos un rato?
‒Vale.
Abajo, en la pista, había un montón de chicas jugando a baloncesto. Me he recostado en el muro junto con mi amigo y mientras yo tenía la mirada
algo perdida, él se ha dedicado a mirar a las jugadoras y a decirme los atributos que más le gustaban de cada una de ellas.
‒Me fumaría un canuto ‒ha dicho Lichi.
‒Haz lo que quieras, pero como te pillen te van a joder, sabes que no se puede fumar dentro del instituto.
‒Me la suda.
ha sacado un porro de la cajetilla de tabaco y se lo ha encendido.
‒¿Llevas los porros hechos? ‒Le he preguntado sorprendido.
‒Sí, me los hago por las tardes y así no tengo que liarlos en el instituto. Es un puto coñazo tener que hacerlo aquí.
‒Colega, vas a acabar mal.
No es que yo sea una hermana de la caridad, ni mucho menos, pero las drogas no me atraen, me parecen una pérdida de tiempo y de dinero.
‒Sí, mamá ‒ha respondido burlón.
Seguían jugando a baloncesto mientras él y yo, en silencio y mirando a las tías, estábamos pensando cada uno en sus cosas. Lichi parecía más
callado que de costumbre. A decir verdad somos un par de tíos bastante callados. Sin embargo, me daba la sensación de que esta mañana mi amigo
estaba preocupado, como si guardase algo. En un momento dado ha dado una profunda calada y sin dejar de mirar el partido me ha dicho:
‒Tengo algo jodido que contarte.
No he contestado nada y me he limitado a mirarle:
‒Tronco, tu chica te la está pegando con Mario.
Eso no me lo esperaba.
‒¿Diana?
Lichi me ha mirado con cara de idiota:
‒¿Tienes alguna novia más…?
He suspirado y he vuelto a mirar hacia la pista.
‒No.
No sabía qué cojones podía decirle, todo me parecía un poco absurdo. Al fin mi cerebro ha encontrado algo sensato que decir:
‒¿Cómo lo sabes?
‒Los vi ayer juntos en el centro comercial.
‒Bueno, eso no significa nada, hasta donde yo sé eran colegas antes de que Diana empezara a salir conmigo.
‒Aitor, tronco, se estaban comiendo la boca, ¿te parece poco?
‒Bueno, eso es bastante convincente.
He cerrado los ojos y mi colega me ha pasado un brazo por encima del hombro. Estaba preocupado, siempre ha sido un buen amigo:
‒¿Estás bien?
He pensado que hay muchas tías y que no era para tanto. A Diana no la quería, no, y eso hace que su traición sea más llevadera. Aun así me jode
haber sido engañado, sobre todo con Mario, ese capullo.
‒Sí, estoy bien ‒he contestado.
‒¿Qué vas a hacer?
‒No sé.
‒Esa tía no te merece, colega. Mira, hay un montón de chicas que están para mojar pan… ¿has visto a Paula? cada día está mejor…
He mirado a Paula, que en ese momento corría hacia la canasta. Me he fijado en cómo se movía y me he sonreído:
‒Sí, está muy buena ‒he respondido sin darle demasiada importancia.
‒Pídele rollo, siempre ha estado por ti.
‒Rectifica, colega, siempre ha estado por cualquier tío.
Le ha dado otra calada al porro y ha tosido ligeramente.
‒Mejor, piensa que ya sabes a lo que vas. Ante todo no te líes con una mojigata, con una de esas que parece que hay pedir permiso para tocar algo de
carne, eso es desesperante. Nunca te lo montes con una santurrona.
‒Puede que lo haga ‒he dicho.
‒¿Liarte con una santurrona?
‒Sí, por lo menos no me engañará con un capullo.
‒Pero no podrás meterle mano.
‒Eso es verdad.
Nos hemos reído. No estaba triste, ni mucho menos. En realidad me la sudaba el tema de Diana. He pensado que en el fondo era mejor así, porque
últimamente me estaba cansando de ella. Lo que sí que estaba era enfadado:
‒Sí, cojones, igual esta tarde le pido rollo a Paula, así vestida de deporte tiene un morbo que te pasas.
Supongo que habría sucumbido a los encantos de sus curvas. Cuanto más la miraba más buena me parecía que estaba. Y sí, siempre es simpática
conmigo. Sonríe mucho y es muy maja.
‒Pero antes quiero partirle la cara a Mario.
‒No merece la pena.
‒Pero se ha estado riendo en mi cara.
‒¡Qué le den, no te metas en líos! Yo siempre he pensado que si una tía te engaña es por algo, por lo que sea, no lo sé, pero ella no es culpable de
hacerlo. Está mal que no te lo haya dicho, eso es verdad, pero en él encontrará algo que tú no tienes. Joder, además ¿qué somos? Tronco, no somos
monos que se pelean por la hembra, que les den a los dos. Tú pasa de movidas, ve a tu rollo. Si quieres molestar a Diana líate con Paula y te vas con
ella en moto hasta el centro comercial y pasas por delante de donde curra la tía esa, que te vea como os enrolláis delante de su cara.
‒Tienes razón… pero de todos modos, le voy a partir la cara.
‒Haz lo que quieras, pero yo no pienso ayudarte.
‒No necesito tu ayuda.
‒Cuando te partan la cara vendrás a decirme que te eche una mano, como cuando te liaste a hostias con los del equipo del San Lorenzo.
‒Tío, se lo tenían merecido, eran unos pijos. Vinieron al instituto a reírse de nosotros… ¿Te acuerdas lo que dijo el pipiolo ese de nuestros
vestuarios?
Lichi se ha echado a reír a carcajadas y se ha atragantado con el humo.
‒¡Sí, fue buenísimo! Dijo algo de una granja…
‒¡Qué va, colega! ‒He interrumpido‒ El pavo dijo que más que unos vestuarios aquello parecía una pocilga.
‒¡Eso, pocilga, dijo pocilga! Tuvo los huevos de llamar cerdos a todos los de nuestro instituto. ¡Menuda pasada de tío! Me acuerdo que le dijiste que
a su madre no le desagradaba hacérselo en aquellos vestuarios contigo.
Mi colega se ha acabado el porro, lo ha tirado y lo ha aplastado.
‒Eso le reventó y se vino hacia mí.
‒¡Menudo puñetazo le diste! ‒Ha dicho animado‒ Aunque al día siguiente te pillaron en tu barrio y te jodieron bien.
‒Sí, me dieron una buena esos capullos… pero eran cinco contra uno.
‒Excusas.
‒Vete a la mierda.
‒Ya estoy junto a ella.
Le he mirado y he puesto una mueca en plan de “eres un payaso sin gracia”:
‒¡Oh, tío, esa broma la hacíamos en primaria!
Me he erguido y hemos ido hasta la barandilla. Nos hemos apoyado a seguir mirando a las chicas.
En el instituto las tías nos dicen que somos unos babosos y que sólo las queremos para meterles mano… y tienen razón. No sé si somos unos cerdos
o no, pero he de decir que las tías también nos miran y que también nos meten mano. Creo que ellas son como nosotros, pero que lo disimulan mejor.
‒Al día siguiente ‒ha continuado Lichi‒ parecías un cuadro, macho, tenías un ojo morado, los labios inflados y un montón de moratones por todo el
cuerpo.
‒Tú te descojonaste de la risa.
‒¡Normal, estabas para foto! Y cuando Yazme te vio entrar a clase con esas pintas, ¿qué es lo que te dijo, que no acuerdo?
‒Me dijo que me estaba bien merecido por ir de machito, o de gallito por la vida, algo así…
‒¡Ja, ja, ja! Qué pasada de tía. Por cierto, Yazme es una mojigata, ¿no te lo querías hacer con una estrecha?
‒Bueno, bueno, eso no debe de ser del todo cierto, más bien es una tía bastante especial… y sobre todo dicen que es exigente con los tíos, es decir,
que no se va con cualquiera.
‒Vamos, que le gustan los tíos guapos, listos y que follen de concurso. Pues nada, no tienes nada que hacer, porque eres más feo que una mierda de
mono, más tonto que una piedra y además la tienes pequeña.
‒Vaya, veo que tu madre no sabe guardar un secreto.
‒Muy gracioso, Aitor, meterse con la madre de tu mejor amigo siempre es un buen recurso…, si tienes el coeficiente intelectual de un puto mejillón.
‒Ahora que dices eso, ¿puedes darme una razón de por qué después de tus insultos sigo siendo tu amigo?
‒Supongo que será porque nadie más te soporta.
Le he dado un puñetazo en el brazo y le he dicho:
‒¡Eres un capullo!
‒Un capullo que, por si no te acuerdas, te ayudó a devolverles el golpe. Se vino con nosotros Marcos y los de su grupo y les metimos una paliza.
‒¡Fue la hostia!
‒Sí, sobre todo por el puro que nos metieron.
‒¿Te acuerdas del madero aquel?
‒¿El calvo?
‒Sí.
‒Menudo nazi. A Willy lo tenía cruzado.
‒Normal, tío, esos mendas no los soportan. ¿Cómo le llamaba?
‒Panchito, colega, le llamaba panchito.
‒Hijo de perra, pero no es culpa suya, es que el pavo fue a cortarse el pelo y le raparon también el cerebro.
Nos hemos reído otra vez a carcajadas. Paula ha mirado hacia arriba y al verme ha saludado con la mano y me ha dedicado una sonrisa. Luego ha
seguido jugando. Lichi me ha devuelto el puñetazo y me ha dicho:
‒Colega, la tienes loca...
‒Oye, ‒le he dicho‒ ¿tú qué tal con Carol?
‒Lo hemos dejado.
‒¿Hemos?
Ha sonreído mirando hacia la pista:
‒La he dejado.
‒¿Y eso?
Se ha encogido de hombros:
‒No sé, me rallaba.
No le he preguntado nada más porque sé que él es así, enseguida le cambia de rollo y se cansa de todo. Me extraña que siga en grado medio, cuando
nos matriculamos yo le daba un par de meses. Cuando le comenté que me sorprendía que no se hubiera pirado me dijo que lo hacía por mí, para que no
me aburriese.
‒Mañana nos vamos a casa de Paul ‒le he dicho.
‒Bien.
‒¿Te quieres venir?
‒Paso, seguro que va Carol y no me apetece verla. Si pasa de mí estaré incómodo y si le da por querer volver me pondrá la cabeza como un bombo.
‒Está buena, no entiendo que hayas cortado con ella.
‒¡Yo qué sé, tronco! Ya te he dicho que me rallaba. Y sí, está buena y todo lo que quieras, no te digo que no, pero es muy rara. Si quieres le puedes
tirar los tejos, tío, a mí me da igual lo que haga ella, es libre de hacer y deshacer.
‒Prefiero a Paula. ¿Va a grado medio de hostelería?
‒Sí.
‒¿Y sabes a qué hora salen?
Nos hemos metido otra vez en clase.
‒Creo que una hora antes que nosotros ‒me ha dicho mientras nos sentábamos a esperar que empezase la segunda hora.
‒Pues entonces hoy yo también saldré una hora antes. Aunque no sé, porque a última hora tenemos examen.
Me ha mirado sonriente:
‒Por eso no te preocupes, haz lo que quieras, total no vas a aprobar. ¡No, rectifico! Ninguno de los dos vamos a aprobar.
‒Sí, lamentablemente hay muchas posibilidades de que nos queden tres o cuatro asignaturas y que nos tiren el curso. Pero bueno, todo sea por el
amor.
‒¿Amor? Más bien diría por el sexo.
Lichi ha abierto el libro y se ha puesto a terminar un dibujo que tiene empezado desde hace mogollón de tiempo.
‒Sexo, amor, ¿hay alguna diferencia?
‒Pues no sé, colega, no soy un puto filósofo. Por cierto, ¿Qué vas a hacer si suspendes?
‒Ni idea.
‒Yo tampoco.
‒Pues estamos de cojones…
4, Blanka

“¿Te apetece jugar?”

Hoy he salido más tarde que de costumbre. Quería pasarme un rato por casa de Lisa y luego, si eso, ir al instituto. Llevaba en el iPod lo último de
Megadeth.
Hacía algo de frío para ser mayo y la gente en la calle iba, como siempre, a su rollo. En la puerta de instituto privado de mi barrio había un montón
de pijos con cara de salidos. Uno de ellos, que creo que se llama Mario, me ha dicho algo. Yo iba escuchando música y no le he oído, pero como he
supuesto que sería alguna gilipollez propia de los suyos, le he plantado cara y le he dicho:
‒¡Qué pasa, curita!
Tres o cuatro colegas suyos se han reído.
Ha vuelto a decir algo, pero yo ni siquiera me había molestado en quitarme los auriculares, así que tampoco le he escuchado. Al suponer que sería
otra estupidez he levantado el dedo y he seguido a mi marcha.
A esos niños pijos les hace gracia mi forma de vestir. Hoy llevaba puestos unos leggins rojos, una minifalda negra y una chupa negra y fina cruzada
que es la hostia. Llevo el pelo con mechas californianas rojas que contrastan mogollón con mi rubio natural. Seguro que me han mirado el culo mientras
me iba y he pensado que ni en sueños podrían tocarme.
He tardado diez o quince minutos en llegar a su casa:
‒Vas como una zorra ‒me ha dicho nada más verme‒, pero vas cañón ‒ha añadido con una sonrisa.
Ella también iba cañón. A Lisa le va el rollo hipster.
‒¿Has quedado con Helen? ‒Le he preguntado.
‒No.
‒Deberías hacerlo.
‒¿Por qué?
La he mirado con gesto de “no te hagas la tonta” y ella ha sonreído tímidamente. Cuando sonríe está muy guapa. Siempre he envidiado su natural
simpatía; yo soy incapaz de parecer simpática, es más, suelo parecer una perra enfadada; en fin, eso debe de ser porque soy algo perra y casi siempre
estoy de mal humor.
Lisa está enamorada de Helen, me lo confesó hace un par de años, una noche que me quedé a dormir en su casa. Luego me preguntó si me importaba
que fuera lesbiana y le dije que era gilipollas por pensar que me pudiera molestar, “cada una hace lo que quiere con su corazón” le dije. Ella, irónica
como siempre añadió: “y también con su coño”. Nos reímos mucho y nos dimos un abrazo. Desde ese día nuestra amistad dio un paso de gigante, sí,
porque compartir ese tipo de cosas hace que dos personas se unan mucho más de lo que ya lo estaban. Además, sus viejos son unos putos retrógrados y
no ven con buenos ojos la sexualidad de su hija; en fin, que son unos gilipollas.
‒Deberías quedar con ella y decirle lo que sientes.
No me ha contestado.
Hemos ido despacio, caminando sin prisa bajo un cielo que arrastraba una brisa muy fría. Nos hemos metido en un garito a tomar un café con leche.
Teníamos pensado saltarnos la primera hora de clases y acudir a segunda.
Ninguna de las dos tenía ganas de ir, pero ya teníamos dos faltas leves y a la tercera nos mandarían tres días a casa. A mí no me preocupaba porque
vivía con mi abuela y la pobre mujer no se enteraba de nada. Mis padres murieron cuando yo era muy pequeña; lo poco que recuerdo de ellos es porque
he visto fotos suyas.
A Lisa, en cambio, sí que le importa el tema de la expulsión. Sus viejos no sólo son homófobos, sino que también son muy estrictos en ese tema.
Además, suficientemente dolidos están con que su hija haga un simple grado medio –ellos siempre habían soñado con que fuese universitaria- como
para que aun encima la expulsen del instituto.
‒Mis padres me han dicho ‒me ha dicho con desgana, mientras untaba una pata del croissant en el café‒ que haga un grado superior cuando acabe
este curso, pero yo no tengo ninguna gana. Estoy hasta los ovarios del instituto.
‒Mándalos a la mierda.
‒No puedo.
He pedido otro croissant y he pagado la cuenta. No es que sea millonaria, pero entre la propina de la abuela y lo que le siso del bolso de vez en
cuando siempre llevo pasta encima.
También le echo una mano a Jimmy con sus negocios. No somos novios, pero de vez en cuando nos lo montamos. El tío es un hacha mangando
móviles y yo conozco a muchos colegas dispuestos a comprar un iPhone de “segunda mano”. Lo cierto es que el negocio no me va nada mal.
A Lisa no le hace ninguna gracia.
‒Mejor ‒he añadido‒ di que no te atreves a hablar con ellos.
Ha bajado la mirada. Es una cobarde con sus viejos, y eso me jode.
‒Tienes ‒he continuado‒ que decirles que te dejen hacer lo que te dé la gana. Joder, ya tienes diecinueve, tienes que hacer lo que quieras hacer y
punto. Lisa, no eres una cría, ya eres mayorcita para decidir.
Sí, efectivamente es mayorcita. Yo también. Ambas nacimos el mismo día del mismo año. Ella nació un par de horas antes, por lo que en esencia es
la mayor.
‒Ya veremos.
‒¡Haz lo que te dé la gana!
El morenazo me ha dado las vueltas y he rozado su mano descaradamente, mientras le miraba a los ojos. Vamos a ese bar porque el camarero estaba
buenísimo. A Lisa le da igual, claro, pero a mí no…, es un tío de veintitantos, moreno, alto y fuerte y con unos ojazos marrones que me traen de calle.
Además tiene un culo de puta madre.
El pavo se ha ido a servir a una mesa y Lisa me ha dicho:
‒Eres muy poco disimulada.
La he mirado apartándole el pelo detrás de la oreja. Tiene la costumbre de echarse la melena hacia delante y le tapa la cara.
‒¿Quién te ha dicho que quiera serlo?
‒Ojalá pudiera ser como tú, tan atrevida.
‒No creas, es que a mí los pavos no me importan lo más mínimo.
De repente se ha metido en la conversación una voz conocida:
‒¡A ver si vas a ser de las de Carol! ‒ha dicho JM, que acababa de entrar en el garito. Ninguna lo habíamos visto llegar; como un puto ninja. Nos
hemos reído él y yo, pero mi amiga no ha puesto buena cara. Es normal, al fin y al cabo JM es el mejor colega de Lichi, y mi amiga piensa que no es
precisamente una buena influencia para mí. La pobre, esas dos horas de madurez la han convertido en una protestona.
‒Me encantan los hombres ‒he dicho mirando a JM con sensualidad‒, pero de momento no me enamorado de ninguno, así que no me importa lo que
piensen de mí. Me sobra con pasármelo bien.
‒¡Amén! ‒Ha exclamado JM.
‒¿Quieres tomar algo?
‒No, solamente he entrado a saludaros.
‒¿Qué tal van los conciertos? ‒Le he preguntado.
‒Bien, bien, bueno, a decir verdad van de puta madre.
‒¿Qué tal Yuri? ‒Ha dicho Lisa.
‒¡Genial! Ella siempre está genial, sobre todo porque teniéndome a mí a su lado no le puede ir mal. En fin, cualquier tía querría tenerme junto a ella.
¿No crees, Blanka?
‒¿No te lo tienes un poquito creído? ‒Le he preguntado.
‒Cuando quieras, nena, ‒me ha dicho acercándose a mí con cara de puto‒ te demuestro lo que valgo y si tengo derecho a creérmelo.
‒Ya sabes lo que dicen de los perros ladradores.
‒Cuidado, nena, no te vaya a morder. Y piensa que en la cama no hay que morder, sobra con lamer…
‒¡Qué más quisieras! ‒He puesto ojos de desafío‒ No, JM, me parece que aquí hay demasiada mujer para ti.
‒Puedo ir poco a poco, lo digo por si tienes miedo a que te coma entera.
‒Bueno, cariño, ‒he dicho un poco borde‒ las mujeres estábamos teniendo una conversación de adultas, tal vez deberías ir a la guardería antes de
que cierren.
Se ha reído y se ha marchado sin apenas despedirse. Le he mirado el culo y me han entrado unos terribles calores. Es idiota, pero está buenísimo.
‒Oye, cuando les miras el culo a otros tíos como acabas de hacer, ¿no tienes ni un lejano remordimiento por Jimmy? ‒Me ha preguntado Lisa.
La he mirado con cara de “ya sabes cómo soy” y ha medio sonreído:
‒Te envidio, Blanka, yo estoy pillada por Helen y lo paso muy mal. El amor es una putada, te quita la vida.
Me he puesto muy seria:
‒Tienes que acostarte con otras tías, no puedes esperarla toda la vida, al final se te va a secar el…
‒¡No, no continúes! ‒Ha exclamado interrumpiéndome. Luego Lisa se ha puesto roja como un tomate y mirándome como culpable ha seguido
hablando‒ ¿Te puedo contar algo?
Yo sabía que se trataba de un tema de cama, porque sólo se pone así de tímida cuando habla de esas cosas.
‒Claro, somos amigas.
Después de un silencio ha dicho:
‒El sábado me lié con una de natación.
Me ha dejado sorprendida, pero también contenta. Joder, tengo miedo a que se convierta en una loca enamorada que no está con otras tías. Siempre
he pensado que hay que disfrutar del cuerpo todo lo que se pueda.
‒Cuenta, cuenta.
‒¿Conoces a Clair? ‒Ha preguntado con cara de pilla.
‒Esa es la de intercambio, ¿no?
‒Sí, la rubia del aparato. Ya sabes que me gusta ir a última hora porque la piscina está mucho más tranquila.
He ladeado la cabeza y le he dicho:
‒Sí, claro, y también te gusta ir a última hora porque van las chicas de sincronizada, no te jode.
‒Bueno, sí, por eso también. La cosa es que ya había hablado con ella alguna vez, me parecía una tía maja y tal. Y además a veces me miraba de una
forma especial, ya sabes. Pues este sábado cuando terminamos de nadar nos pusimos a hablar y una cosa llevó a la otra y me lo monté con ella. Bueno,
en realidad ya habíamos tonteado un poco en la piscina, nos calentamos y nos tuvimos que salir e ir a los vestuarios.
Mis ojos brillaban de curiosidad:
‒¿Y?
‒¿Qué más quieres saber?
‒Todo.
‒Eres una morbosa ‒me ha dicho fingiendo enfado.
‒Sí, es que la parte morbosa es la que más me interesa…
Ha habido un pequeño silencio. Ella estaba roja, aunque sé que en el fondo disfruta contándome sus éxitos con las tías. Está pillada por Helen, pero
al menos de vez en cuando se lo pasa bien: estar enamorada no quita para divertirse con otras personas.
Una vez oí algo así como “para que se lo coman los gusanos, que lo disfruten los humanos”.
‒Está bien. Mira, nos lo montamos en una de las duchas de los vestuarios.
Me he tenido que morder la lengua, tenía un comentario que me quemaba la garganta. Somos amigas desde hace muchos años y ella conoce todo de
mí, sobre todo mis caras, así que al verme así me ha dicho:
‒Venga, Blanka, no te cortes y dilo.
He apretado los labios y una mueca malvada se ha esbozado en mi boca:
‒¿Qué tal con el tema del aparato…? A lo mejor se le engancharon los pelos en las ranuritas de los dientes cuando se bajó por ahí abajo.
Ha soltado una carcajada llamando la atención del camarero y de varias marujas que tomaban café. Una de las marujas también se comía con los
ojos al morenazo, por lo visto no soy la única a la que le gusta, y no me extraña.
Lisa me ha dado un golpecito en el hombro y me ha dicho:
‒¡Qué guarra eres!
‒Vale, lo que quieras, pero ¿se le engancharon o no?
Yo me reía a carcajadas.
‒¡No, no se le engancharon! ‒Ha contestado con cierta resignación.
‒¿Te lo depilas entero? Yo no, yo me dejo una tirita de pelo.
Creo que el camarero nos ha oído. Es más, lo he dicho a propósito en voz alta para que me escuchase.
‒Sí, me gusta llevarlo bien rasurado… por cierto, tengo que ir a depilarme, ¿quieres que pida hora para las dos y vamos juntas?
‒Por mí, bien, aunque mañana me voy a casa de Paul, a la playa, así que esta tarde me haré las piernas con la cuchilla.
Me he terminado el café.
‒¡Ni se te ocurra! Si haces eso te saldrán pelos de tocino ‒Ha dicho Lisa muy seria.
A poco me muero de la risa, sobre todo por la forma que ha tenido de pronunciar la palabra “tocino”.
‒No tengo más remedio que hacerlo, esta tarde quiero pasarme por casa de Jimmy y no tengo tiempo para ir a la estética.
‒Ok, como quieras, pero luego no te quejes ¿Te viene bien que pida cita para el lunes?
‒Sí, genial. Oye, por cierto, a lo de Clair, ¿Qué nota le pondrías?
Solemos ponerle nota a nuestras aventuras, es una especie de juego. Bueno, en realidad soy yo la que le suelo contar mis rollos, porque ella tiene
muy muy pocos, está, como he dicho, demasiado pillada por Helen.
‒Un ocho y medio ‒ha contestado sin pensarlo.
‒¿Notable alto? ¿Por qué no le subes a sobresaliente?
Me ha mirado y ha levantado los hombros como diciendo “no lo sé”.
‒Supongo que tendré que probarla alguna vez más…
‒¡Atención, atención, ‒he dicho en voz alta‒ Lisa se está convirtiendo en una putona!
‒¡Shhh, no grites!
Mi amiga estaba ruborizada hasta las orejas. Me he reído mucho.

De camino al instituto el tiempo ha empeorado, el cielo se ha nublado y parecía que iba a llover. Faltaban quince minutos para que comenzara la
segunda hora cuando hemos llegado a la puerta.
‒Tengo que hacer un montón de fotocopias para dibujo técnico, ¿te metes conmigo? ‒Me ha dicho.
‒No, que quiero esperar a ver si veo a Jimmy.
No ha puesto buena cara. Este negocio me da pasta y el dinero me viene genial para mis cosas. Ella se ha ido hacia dentro y me he quedado sola en
la calle. Al verla marchar la he mirado y he pensado que yo estoy más buena que ella. No es por presumir, pero siempre he llevado a los tíos detrás y
eso me gusta.
Estaba sentada en los escalones, escuchando algo de Motörhead cuando al rato ha llegado Jimmy. Se ha cortado el pelo y está un poco ridículo. Aun
así sigue teniendo su puntito. Me gusta porque este tío parece pasar de todo. No es que sea una belleza, ni mucho menos, pero ese deje de “me importa
una mierda el mundo” me pone a mil. Y está fuerte, muy fuerte. Siempre me han gustado los tíos duros, es decir, los tíos masculinos. A muchas de mis
amigas les parecen chulos y tal, pero yo no quiero estar con un niñato que sea delicado y sensible, joder, si quiero hablar de sentimientos ya tengo a mis
amigas; en fin, que entre mis brazos (y mis piernas) quiero tener a un hombre.
‒¿No tienes frío? ‒Me ha preguntado con algo de retintín en la voz.
Nunca me lo dice, pero sé que le pone celoso que me vista de esa manera tan llamativa. Vale, no somos novios, pero algo entre nosotros hay y a él le
revienta que otros tíos se me coman con los ojos… y con otras partes de su cuerpo. Me gusta ponerle celoso, me hace sentir especial.
A él tampoco le faltan putitas a su alrededor.
‒No ‒me he levantado y le he dado un suave mordisco en los labios‒ sabes que siempre estoy caliente.
No ha contestado y me ha cogido por la cintura. Le hubiera gustado besarme más, pero me he apartado. Ha puesto mala cara. Estaba disgustado. Yo
no quiero que crea que somos pareja ni nada por el estilo, no quiero tener novio.
Se ha resignado y me ha dicho:
‒¿Necesitas algo? Llevo un par de móviles encima.
‒Teléfonos no, pero en mi clase hay un pavo que quiere una play.
‒¿Le has dicho precio?
‒No.
‒Yo te la dejo por cien pavos y tú le cobras lo que quieras.
‒Vale.
Jimmy estaba como nervioso.
‒¿Qué te pasa? Te noto raro.
‒Joder, Blanka, es normal… ¿cuánto hace que no nos vemos?
‒Ahora nos estamos viendo.
Ha puesto cara de mala leche. Me encanta esa mirada y ese gesto de chico malo que pone cuando se enfadaba.
‒No me toques los huevos.
‒¿No es eso lo que quieres? ‒Le he dicho mientras le guiñaba un ojo.
‒Esta tarde me quedo solo en casa, si quieres te puedes pasar un rato.
‒A lo mejor he quedado.
He dicho, como si no me importase lo que acababa de decirme. Las tías tenemos que saber hacernos de rogar, eso les gusta mucho a los pavos, les
hace estar detrás de nosotras y nos pillan con más ganas.
‒¡Bah! ¡Haz lo que te dé la gana, no voy a ir detrás de ti todo el día! Sabes que muchas darían cualquier cosa por venirse esta tarde a mi casa.
Me he reído y me he puesto de nuevo la música, aunque solamente con un auricular:
‒No sabía que hubiera lista de tías para acostarse contigo.
Se ha metido hacia dentro sin contestarme. Lo tenía donde lo quería tener, así que mientras se alejaba le he llamado y él se ha acercado de mala
gana…, aunque la desgana era fingida, yo lo sabía perfectamente.
‒¿Qué quieres ahora? ‒Ha preguntado.
He puesto cara de loba, esa que tanto le gusta:
‒Esta tarde tenme preparada la play, que pasaré a buscarla. Y ten preparados también condones, por si acaso.
Su rostro ha cambiado radicalmente. Ha intentado disimularlo, pero estaba claro que se había puesto como una moto. Lo cierto es que yo también.
Cuando ha sonado la sirena de las clases nos hemos besado y nos hemos despedido.
5, JM

“Una noche en la playa”

Esta mañana he visto a Blanka y me ha flipado lo buena que está. Paul me dijo que fuese con él y sus colegas a su casa de la playa, cosa que me
hubiera encantado porque estoy deseando acostarme con Blanka, pero tengo concierto y no puedo faltar.
Todavía estoy flipando con lo que pasó el sábado pasado. Dimos un bolo en un pueblo del norte y una tía me dejó totalmente pillado. Tan pillado me
dejó que después de hacerlo me pidió el móvil y le di un número inventado, para no volver a verla nunca.
‒¿Es que no llevas el móvil encima? ‒Me preguntó.
La luna brillaba inmensa y blanca. Era una noche preciosa. Sus ojos eran verdes y brillaban como joyas. Llegaba una tímida brisa. La chica se
llamaba Bea. Acabábamos de acostarnos entre dos barcas de alquiler.
‒No, siempre me lo dejo en el hotel ‒le contesté.
Asintió con gesto raro mientras se ponía el sujetador. Creo que sabía que intentaba engañarla. No me importó, no podía permitirme enamorarme.
‒¿Cómo te llamas? ‒Me dijo.
‒ReMx.
Ladeó al cabeza y me miró en plan de “tío, ese es el de Dj”
‒¿No tienes nombre de verdad?
Sonreí y me callé. Ella suspiró.
‒¿Qué hora es? ‒Le pregunté.
Estaba muy guapa. Mientras se iba subiendo el tanga miré sus piernas, morenas y largas, plagadas de granitos de arena. La noche era muy clara.
Miró su móvil y me contestó resignada:
‒Las tres y media.
‒Es pronto todavía. ¿Quieres venirte al hotel?
Abrió los ojos de par en par:
‒Tío, acabamos de hacerlo.
Me puse los vaqueros. Ella se puso un vestido azul bastante corto. Tenía un escote impresionante.
‒¿Y? ‒Respondí.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar hasta la línea en la que se difumina el mar y la playa se convierte en océano. Era una chica bajita, llevaba el
pelo largo y ligeramente rizado. Vista de lejos parecía irreal.
Me acerqué hasta ella despacio, disfrutando de cada paso sobre la arena. Su cabello ondulaba y los oscuros tirabuzones parecían medusas. En mis
oídos resonaban todavía los ecos del concierto, ese zumbido que se queda rato y rato.
‒¿Estás bien?
Le pregunté mientras colocaba mi cuerpo pegado al suyo, cogiéndola por detrás. Al principio pareció querer apartarse, pero al fin se quedó quieta.
Soy un tío alto y fuerte, así que mi cuerpo debía de tapar el suyo.
Respiró tres o cuatro veces, profundamente.
‒¿Soy otra de tantas? ‒Preguntó.
‒¿Qué?
‒No te hagas el idiota.
Una brisa espesa y húmeda vino con las olas.
‒Nena, no eres una más.
Besé su nuca y le acaricié las piernas despacio, disfrutando del contacto de mis yemas contra su piel. Mis manos subieron por sus muslos.
Ella cerró los ojos y suspiró:
‒¿Ah, no? ¿Y qué es lo que soy?
‒Una mujer preciosa. La vida ‒continué‒ está para disfrutarla, esta es una noche mágica, ¿por qué vamos a estropearla con complicaciones y miedos
que no van a ninguna parte?
Subí un poco más la mano y noté su excitación en mis dedos.
‒Me gustas… ‒dijo entre jadeos tenues.
Su respiración, algo agitada, se confundía con el runrún acompasado de las olas. Subí mi boca hasta su oído:
‒No me conoces ‒le dije.
‒Me gustaría hacerlo.
Saqué mis manos de su vestido y las subí recorriendo su talle. Le sobraba algún kilo y eso hacía que estuviera todavía más buena. Acaricié su cuello
y bajé haciendo círculos por su escote.
Su piel era delicada y suave, muy suave.
‒¿Y si no te gusta lo que descubres?
‒No hay nada que nos ate.
‒Esta noche nos ata, eso es lo único seguro ‒dije despacio.
Mordí su cuello y ella apretó su cuerpo contra el mío.
‒¿Otra vez estás así? ‒Dijo al sentir mi pantalón abultado.
‒Contigo no es para menos, me pones a mil
Se dio la vuelta. Otra vez aquellos ojos tan verdes y profundos me traspasaron como una flecha de espuma. Pensé que me estaba enamorando y sentí
un escalofrío. Me besó lentamente. Cuando intenté responder al beso se apartó:
‒Shhhh, estate quieto ‒me dijo sensualmente colocando su dedo en mi boca.
Luego su lengua recorrió mis labios con paciencia y, para acabar de volverme loco, comenzó a morderme. Su saliva era dulce como la fresa. Sus
labios eran de fresa. Todo aquella noche era verde y rosa. Nunca había sentido aquel nudo en el estómago, “joder”, pensé “esta tía tiene algo especial”.
Separó su boca cuando me tenía embelesado y me prendó con su mirada de loba:
‒¿Tu hotel está lejos?
A mí me apetecía hacerlo en un sitio más cómodo. Habernos pegado un revolcón sobre la arena tenía su morbo, pero a decir verdad no había sido
gran cosa.
Además, ella no había podido terminar. En según qué posturas los tíos solemos irnos antes.
‒No sé… ‒dije dudando.
‒¿También te lo vas a inventar?
Su mirada era agresiva, hermosa, femenina, sensual.
‒¿También?
‒Sí ‒dijo esbozando una mueca burlona‒ ¿O es que me vas a decir que el número que me has dado es real?
‒Eres una zorra, o tal vez una bruja ‒dije sonriendo.
‒¿Te dan miedo las brujas?
Un puñado de nubes cerró el cielo y cubrieron la luna. La noche se volvió oscura y espesa.
Bea estaba bella y misteriosa.
‒Que otros tíos no te engañen, los hombres también tenemos miedo, pero nos gusta hacernos los duros.
Puso cara de “cuéntame algo que no sepa”:
‒Y tú, ¿A qué le tienes miedo?
‒A ti.
La miré desafiante, clavando mis ojos en los suyos. Otra ráfaga de viento nos meció y sus pelo negro acarició mi pecho. Posó sus manos sobre mis
pectorales y me arañó con uñas de gata.
‒¿Me vas a invitar a la habitación de tu hotel? ¿O es que no te atreves?
Reí y comprendí que no tenía escapatoria. Las nubes que habían tapado el cielo cabalgaron y dejaron de nuevo que la luz de blanco de la luna
dibujara nuestras figuras sobre la arena.
‒Tal vez necesites convencerte más ‒dijo.
Se puso de rodillas y besó mi vientre. Sus besos fueron pequeños, tímidos, delicados. Me desabrochó el pantalón y me lo bajó unos centímetros.
Hizo lo mismo con mi ropa interior.
‒¿Qué haces? ‒Le pregunté.
Miró hacia arriba y sus ojos, traviesos, me parecieron dos joyas:
‒¿Tú qué crees?
Bajó la mirada, puso sus manos en mi culo y sentí el calor de su boca en la polla. Pensé que me derretía. A los pocos segundos acaricié su pelo y le
pedí que parase:
‒Para, porque como sigas me vas a matar.
‒Ummm, entonces pararé, porque te necesito vivo.
Sonrió y se puso de nuevo a mi altura. Nos besamos durante un buen rato.
‒¿Qué te parece si nos vamos a mi hotel? ‒Le pregunté.
‒Eso es lo que quería, pero me tienes que prometer una cosa para que vaya.
‒¿De qué se trata?
Me besó en la oreja y me estremecí con su aliento.
‒Prométeme que me harás lo mismo que te estaba haciendo ahora.
‒Me encantaría hacerlo ‒le dije.
Cogimos nuestras cosas, que estaban entre los botes en los que habíamos retozado y nos fuimos caminando agarrados.

No recuerdo exactamente cuánto tardamos en llegar… es posible que más de una hora. Parábamos cada cuatro pasos a comernos desesperadamente.
Todos los recelos habían desaparecido, todos los miedos naufragaban en la saliva de nuestros besos, todas las indecisiones eran efímeros fantasmas.
Allí, en una ciudad que no conocía y de la cintura de Bea todo parecía fantástico, todo era mágico como el argumento de una novela romántica. Una de
esas que tanto odio.
‒Ya hemos llegado ‒le dije en la puerta.
‒¿Subimos?
‒Claro.
Subimos en el ascensor y por poco acabamos haciéndolo allí. Joder, si hubiera sido un rascacielos en el piso cincuenta nos habríamos corrido.
Salimos más calientes de lo que habíamos entrado. El pasillo estaba vacío y nuestras risas rebotaban por todo el hotel. Abrí la puerta y Yuri se
asustó.
Bea también se asustó:
‒¿Qué coño? ‒Preguntó al ver a la mujer desnuda sobre una de las camas.
‒No te preocupes por ella, es mi, bueno, es algo así como una hermana ‒le dije.
Yuri se sentó en la cama y se encendió un cigarrillo. Bea estaba flipada, “¿aquí y con ésta lo vamos a hacer?” supongo que pensó.
‒¿Te has traído una tía? ‒Indagó mi compañera de habitación.
‒No, es que se ha perdido, no te jode… ‒dije con una sonrisa.
‒¿Os molesto? ‒Preguntó Yuri.
Bea estaba incómoda, creo que estaría pensando en largarse, sin embargo estaba demasiado cachonda como para irse a la primera.
‒¿Tú qué crees? ‒Contesté.
‒Tal vez os vaya el rollo de que os miren mientras lo hacéis.
‒No seas cabrona ‒le dije.
Se levantó. Sus blanquísimos pechos brillaron, estaba cubierta por una fina capa de sudor. Sus ojos, negros y rasgados, siempre me causaban cierta
desazón.
La puerta del baño se abrió y salió un tío que no había visto en mi vida. El pavo estaba desnudo pero apenas se inmutó al vernos. Era alto, delgado y
moreno. Bea no dijo nada y se le quedó mirando. No me extraña que mirase, porque el tío la tenía muy larga. La tenía la hostia de larga.
Yuri sonrió:
‒Nosotros nos vamos y os dejamos a solas ‒dijo.
‒Os lo agradezco ‒contesté.
Se vistieron rápidamente y se marcharon. Bea me miró con un gesto de extrañeza:
‒¿Compartes habitación con otra pava?
‒Sí ‒me acerqué y la besé‒, ya te he dicho que no me conoces.
Se apartó un poco y me miró ceñuda:
‒¿Eres un puto de esos que están con varias tías a la vez?
‒Yuri es, es especial. Nunca me he acostado con ella. Es la rapera del grupo y llevamos juntos desde que éramos unos chavales.
Guardó silencio unos instantes. Luego, me miró y me habló con dulzura:
‒Me habías prometido una cosa.
Yo me hice el tonto.
‒¿Qué cosa? No recuerdo a qué te… ‒pero no me dejó continuar y me mordió en un pómulo‒ ¡Ah, no seas zorra!
Me miró sonriendo:
‒¿Quieres que te vuelva a morder?
‒Ummm, creo que no.
‒Pues entonces haz memoria.
‒No sé… ‒abrió la boca y me mostró los dientes‒. Vale, creo que ya me voy acordando…
Se tumbó en la cama sin quitarse el vestido. Su sonrisa era de nácar. Su piel, morena y hermosa, parecía de seda. En la habitación hacía calor y
perlas de sudor comenzaron a brotar entre sus muslos; lamí su piel y su sabor era dulce.
Luego hundí mi boca en su sexo.
6, Paul

“El agua sobre su piel”

Menudo fiestón nos pegamos ayer. Llegamos aquí a eso de las seis de la tarde y nada más aparcar monté el equipo y me puse a los platos. Blanka
estaba deslumbrante, llevaba unos pantalones negros de vinilo y una camiseta roja sin escote ajustada al cuerpo que le quedaba de cine:
‒¿Qué vas a ponernos? ‒Me preguntó.
Mar, Aitor, Yazme, Kike y Carol preparaban las sillas, las sombrillas y las mesas. Skat estaba en una esquina bebiéndose una cerveza. Lilian, a la
que por fin me había atrevido a invitar, estaba arriba cambiándose de ropa
‒De todo un poco ‒le contesté.
Lo primero que pinché fue Uptown Funk. Aunque no es una canción del estilo de Blanka, ella se puso a bailar y algunos de mis colegas la siguieron.
El primero en hacerlo fue Aitor, cosa que no me extrañó, ya que es una de las personas más animadas que he conocido nunca.
Al rato bajó Lilian. Joder, me quedé sin palabras cuando la vi salir por la puerta del jardín. La tarde tenía una luz clarísima y su piel, blanca y algo
pálida, brilló de una manera espectacular. Me sonrió y le hice una seña para que se acercara.
‒Tus amigos son muy diferentes a ti.
Miré alrededor y caí en la cuenta de que, verdaderamente, la nuestra era una cuadrilla muy heterogénea. En primer lugar Mar, mi mejor amiga, una
chica sencilla y más bien modosita que contrasta exageradamente con Blanka, la despampanante rockera que no se corta ante nada ni nadie.
Por otro lado está Aitor: alto, guapo y fuerte. Él es una especie de medio matón, medio rompecorazones, que igual se pone a bailar reggaetón que te
monta una pelea.
Luego miré a Yazme y vi a la chica que parece fría como el puñetero hielo pero que, en la intimidad de una buen conversación, es ácida e inteligente
como la que más. Yazme es, además, una chica muy guapa. Sobre todo por esos ojazos verdes que contrastan mágicamente con su piel negra y hermosa.
Carol, con su desenvoltura y su natural simpatía, sus rizos castaños en una melena interminable, su sonrisa que quita cualquier pena, sus idas y
venidas que la hacen algo inestable pero a la vez entrañable.
Kike, el intelectual que va siempre a su bola pero con el que se pueden tener conversaciones profundísimas; lo más curioso de él es que cuando se
suelta un poco puede encandilar a cualquier tía con su conversación interminable y su belleza esquiva, pero atractiva.
Y por último Skat, el punki que pasa de todo y de todos, el punki con medio cuerpo tatuado que nunca sonríe pero al que tampoco verás llorar.
‒ Sí ‒le contesté asintiendo levemente‒, esta cuadrilla es bastante curiosa.
Ella sonrió y se pegó más a mí.
‒¿Qué son todos estos aparatos? ‒Me preguntó señalando los platos‒ Siempre te veo manejarlos y tal, pero nunca me has explicado para qué usas
cada cosa.
Sentir su cuerpo tan cerca me producía un delicioso cosquilleo. Olía a jazmines. Su aroma floral se mezclaba con la brisa salada del mar y aquello
era delicioso. Estaba guapísima. Se había puesto una camiseta negra de tirantes y unos shorts vaqueros que dejaban al aíre sus piernas largas, delgadas
y blancas. Sus ojos eran del color del café con leche y su sonrisa clara, cristalina.
Le expliqué para qué servían los platos, los filtros, las cajas de efectos y los sintes y luego dejé puesto un disco y nos fuimos a sentar junto a la
piscina con los demás, que charlaban animadamente.
‒Menudo garito tienes ‒dijo Skat.
‒¿No habías estado aquí todavía? ‒Le preguntó Aitor.
‒No.
Aitor miró a Lilian:
‒¿De qué conoces a mi colega? ‒Indagó.
Lilian sonrió y me miró, luego a mi colega y dijo:
‒Le conocí en una sesión que dio en Barcelona. Desde hace años he seguido su trabajo. Recuerdo que cuando terminó de pinchar me acerqué al
escenario, quería decirle lo mucho que me gustaba su trabajo pero los de seguridad no me dejaban pasar…
‒Entonces ‒interrumpí‒ bajé y les dije que se apartaran y que la dejasen pasar, que se trataba de una amiga mía.
‒Pensé que estaría acostumbrado a que las chicas se acercasen después de las sesiones a hablar con él ‒me miró y una luz iluminó mi rostro‒ y a
intentar meterse en su camerino.
‒¡JA! ‒Exclamé.
‒No te hagas el duro ‒dijo Yazme‒, seguro que tras cada concierto se te rifan las tías y puedes elegir con cuál quieres quedarte.
‒¡Ni de coña! ‒Dije‒ Además, no me gustaría que fuese así, las tías no sois ganado al que hay que seleccionar.
Yazme dio una palmada y miró a Aitor:
‒¿Has oído, machote?
‒¡Bah! ‒Dijo Aitor‒ Yo trato con mucho respeto a las mujeres. No tengo la culpa de que me gusten casi todas.
‒¿Casi? ‒Añadió Mar poniendo cara de mala.
‒¡Oye, oye! ‒Dije‒ Estábamos hablando de cómo, por primera vez en mi vida, una chica guapísima se me acercó ‒nada más decir eso me puse
colorado, pues comprendí que acababa de lanzarle un piropo a Lilian‒ Bueno, quiero decir…
‒¿Estás bien? Te veo demasiado rojo y estás sudando ‒Me preguntó Blanka, que acababa de sentarse.
‒¡No seáis cabrones con el pobre Paul! ‒Dijo Yazme.
Todos menos yo se rieron a carcajadas.
‒Bueno ‒dije‒, si ya os habéis divertido suficiente podíamos dejar a Lili que siguiera contando la historia.
‒No les hagas caso ‒la voz de Mar tenía ese hermoso punto de ternura que tiene siempre que habla‒, es que acaban de salir de la adolescencia y los
pobres están con las hormonas alteradas.
‒¡Eh, no te pases! ‒Exclamó Blanka‒ Que tampoco nos sacas tantos años como para creerte la hostia.
Otra vez hubo risas.
‒Me encantó ‒continuó Lilian‒ que se portara tan bien y que no pasara de mí. No me lo esperaba, la verdad, creía que en cuanto me viera intentar
subir pensaría “bah, ya viene otra pesada a darme mal”. Al contrario. Bajó, habló con los seguratas y me llevó hasta el camerino. Allí estuvimos un
buen rato charlando y le dije que era cantante. Ni corto ni perezoso me pidió que le cantase algo y me dijo que tenía un proyecto en marcha y que le
gustaría oír cómo me desenvolvía con su música.
‒Así fue. Puse en el iPhone uno de mis temas y Lili comenzó a hacer unas improvisaciones por encima de la música. Me quedé de piedra, su voz era
perfecta, encajaba de maravilla con el sonido de mi disco.
‒Estaba muerta de vergüenza, no me creía que estuviera en el camerino de Paul Feldat cantándole en privado. Luego estuvimos un par de horas
charlando, nos lo pasamos de puta madre.
‒Sí, nos lo pasamos muy bien ‒añadí.
‒¿Os acordasteis de poner protección? ‒Dijo Blanka.
‒¡Mierda! ‒Exclamé‒ ¡Es imposible hablar con vosotros sin que todo acabe siempre en lo mismo!
‒¡Eh, no es culpa mía! Es que tal y como habláis parece que terminasteis dándole al tema, si vierais la cara que ponéis al hablar el uno del otro lo
comprenderíais.
No me atreví a mirar a Lilian y me limité a suspirar. Aitor la miró y le dijo:
‒Nada, tú ni caso, es que Blanka es un poco, no sé cómo decirte…
‒¿Zorra? ‒Dijo Mar.
‒Y tú una envidiosa ‒añadió Blanka con una sonrisa.
‒Lo que yo te decía ‒continuó Aitor‒, no están bien de la cabeza, Lili.
‒Lilian ‒dijo secamente‒, el único que puede llamarme Lili es Paul.
Aquello me dejó flipado. También a los demás. No sabía qué podía decir después de aquello.
Aitor miró a Lilian y vi en sus ojos el característico brillo de ligón. No me extrañó que la mirase de ese modo, es más, si no lo hubiera hecho me
habría resultado inaudito. Pero he de decir, también, que me puso ligeramente celoso. Estaba convencido de que Lilian nunca sería mi chica porque era
demasiado para mí, sin embargo me molestaba que él pudiera tontear con ella.
Mar, que sin duda es la persona más inteligente de nuestra cuadrilla, debió de darse cuenta porque de repente, sin venir a cuento dijo:
‒Oye, ¿nos vamos a la playa?
Miré a mi amiga y le agradecí el gesto sin palabras.
‒¡Sí, estoy deseando pegarme un baño! ‒Exclamó Yazme.
‒Y Aitor ‒dijo Blanka‒ está deseando vernos a todas en bañador, ¿o me equivoco?
‒Esa fama es inmerecida ‒dijo mi colega‒. Lo mío es simple y sano interés vuestra salud, os miraré para comprobar que no tenéis manchitas en la
piel que se puedan convertir en algo peligroso. ¿Sabéis que el cáncer de piel es una de las principales causas de muerte?
Kike, que hasta entonces había estado en silencio, divirtiéndose sin hablar, se levantó y dijo:
‒Dejemos a Aitor con sus consejos de salud. Me apetece dar un buen paseo por la playa. Por cierto, ¿por qué no os quedáis ‒dijo mirándome‒ Lilian
y tú y así le enseñas la casa? Estoy seguro de que no la ha visto entera.
‒¡Oh, me encantaría! ‒Dijo Lili.
Me temblaba el cuerpo. Por un lado habría matado a Kike por haber dicho aquello y al mismo tiempo le habría dado un abrazo.

Se habían marchado todos y nos quedamos a solas. La tarde comenzaba a agotarse y el cielo estaba adquiriendo hermosos tonos rojizos. Le enseñé la
casa y subimos hasta la terraza. Desde allí se ve el mar y a ella le encantó.
‒Las vistas son preciosas ‒dijo.
‒Sí, es una delicia estar aquí cuando atardece. Aunque es mejor el amanecer. A veces me subo aquí antes de que salga el sol, me siento en la hamaca,
me pongo algo de música tranquila y espero a que amanezca. Joder, la espuma brilla como si fuese de cristal.
Yo estaba contemplando el mar y cuando me giré vi que Lilian tenía una sonrisa gigantesca:
‒Eres un romántico.
‒Sí, supongo que sí.
‒Me gustan los chicos románticos.
No pude contestar en el momento. Las manos me sudaban y el corazón me latía desbocado como el de un caballo de carreras.
Al fin, sacando fuerza de flaquezas le sonreí y dije:
‒¿Quieres que mañana veamos amanecer?
‒¡Oh, sí, será precioso!
Hubiera detenido el tiempo en ese momento. Hay instantes irrepetibles y ese fue uno de ellos. Me sentía en plenitud. Deseaba que el cielo se
detuviera, que la brisa se apagara, que el mar dejara de romper sus olas contra la playa. Que se detuviese todo para poder quedarme junto a ella toda la
eternidad.
Pero desgraciadamente el tiempo no se detiene y aunque no quieras, el mundo sigue girando y girando:
‒Si te apetece ‒dije ‒ nos bajamos a la piscina a tomar algo.
‒¿No estás a gusto aquí conmigo?
“Mierda” pensé, “ya he metido la pata”.
Me armé de valor y le dije:
‒Estoy demasiado bien.
Me miró con sus ojos inmensos y por unos segundos me hundí en su mirada. Me sentí como una barca que va a hundirse.
Su sonrisa, deliciosa, y su voz me sacaron del ahogo:
‒Vamos abajo y seguimos charlando.
Cuando bajamos, la noche comenzaba a crecer y las luces que había puesto alrededor de la piscina se iluminaron creando un ambiente extraño, casi
irreal.
Lilian se quitó los zapatos:
‒¿Quieres que nos sentemos en el borde y metamos las piernas en el agua?
Yo llevaba pantalones vaqueros y unas deportivas. Ella me miró y se dio cuenta del detalle:
‒Ponte un bañador y ya está ‒dijo con naturalidad.

Cuando salí, vestido con una camiseta de tirantes y un bañador de esos californianos, ella estaba ya sentada en el borde y jugaba con las piernas
dentro del agua. Se había quitado la camiseta y pude ver su espalda, apenas rodeada por los tirantes de un bañador rojo.
Se había recogido la melena morena con un y su nuca quedaba desnuda. Tenía el cuello delgado, delicado, infinitamente sexy.
Al oírme llegar se giró:
‒¡Venga, vente aquí a mi lado, que el agua está riquísima!
Me dio vergüenza que me viera. Pensé que si tenía que quitarme la camiseta me iba a morir, me sentía tan feo a su lado. Sé que es una tontería y que
ella sabía que mi cuerpo no era como el de Aitor, por ejemplo, y sin embargo tenía miedo a que me viera sin camiseta y se diera cuenta de que estoy
más bien gordito.
Sus ojos leyeron mi miedo:
‒¡Estás muy guapo con ese bañador tan floreado!
‒Oh, esto ‒estaba nervioso y como siempre que me pasa, intenté salir del apuro con el sentido del humor‒ Lo cogí una vez del vestuario de un
circo…
Se rió.
‒Eres un tonto.
‒Sí, lo soy.
Me senté y me miró las piernas:
‒Pues yo creo que te queda muy bien, va con tu estilo.
‒¿Y cuál es mi estilo?
‒Bien, para empezar no eres uno de esos chicos que se ponen bañadores ajustados y juegan a vóley mientras muestran tableta de chocolate.
‒Es que la mía está derretida ‒dije tocándome la tripa por encima de la camiseta‒. Tampoco soy de los que atraen las miradas de las chicas.
‒¡Eh, eso no es así!
La miré como diciendo “vale que intentes subirme el ánimo, te lo agradezco, pero no hace falta que me mientas para hacerme sentir bien”:
‒Lilian, lo que decía antes no era broma, tú has sido la primera mujer que se acercaba a mí sin mirarme como una oportunidad. Vale que ser un
productor más o menos reconocido hace que muchas chicas se quieran arrimar a mí, pero lo hacen solamente por interés.
‒¿Y cómo sabes que yo no soy igual que ellas?
‒La ambición se puede ver en la forma de hablar, se puede leer en la forma de mirar. Si una chica se me pone a hablar y lo primero que hace es
echarse para adelante para que le mire el escote, algo me huele a chamusquina. No quiero que una tía me caliente para llevarme a la cama, soy mucho
más que eso.
Lilian sonrió y miró al infinito:
‒Sabes, hay canciones que nada más empezar te ponen en marcha, es decir, con los primeros acordes te enganchan, pero luego ocurre que no hay
nada más, es todo el rato más de lo mismo. Otras canciones, sin embargo, la primera vez que las escuchas no te dicen gran cosa, pero poco a poco y a
fuerza de seguir escuchándolas descubres que son un temazo y, contra todo pronóstico, se convierten en tus canciones favoritas.
Yo seguía jugando con los pies en el agua, escuchando muy atento lo que me decía, disfrutando del agua fría, del atardecer, de su voz.
La miré, me miró:
‒Paul, tú eres del segundo tipo de canciones.
‒¡Al principio asusto, pero luego engancho!
Sí, lo sé, no debería haber dicho aquello, pero es que cuando estoy en situaciones así no puedo evitar ser un completo desastre.
‒Lo que yo decía, igualito a esa clase de temas ‒Dijo mirándome divertida, dulce, preciosa.
‒¿A qué te refieres?
‒Eres tímido, como ellas, porque te da miedo lanzarte, te asusta dar el paso y mostrar todo lo que eres. Aunque, si te soy sincera, cuando estás en los
platos no puedes evitar dejar salir todo el brillo que tienes.
Respiré profundamente:
‒Me estás dejando noqueado con tanto piropo.
Una carcajada suave se deslizó por su boca. Tenía los labios sonrojados y jugosos. Sus ojos brillaban con la luz de los farolillos.
De repente se impulsó y se tiró al agua. Ondas delicadas flotaron por la superficie de la piscina y al momento salió de nuevo. Había perdido la pinza
que sujetaba su pelo y los hilos negros de su melena se extendieron por su rostro. Se apartó el pelo y me miró. Miles de gotitas bajaban por su cuello.
Su sonrisa era infinitamente bella. Se volvió a sumergir y se fue buceando hasta el otro lado de la piscina.
Salió, se apoyó y me dijo:
‒¡Venga, no seas aburrido, vente hasta aquí!
Negué con la cabeza.
‒¡Jo! ¡No hagas que me quede aquí sola!
‒¡Está bien! ‒Dije resignado‒ ¡Me voy a quitar la camiseta…!
‒¿Y?
‒¡Pues que te prepares para el espectáculo!
Estaba muerto de vergüenza, pero no podía volver atrás, así que levanté los brazos y deslicé la camiseta dejando al descubierto mi “cuerpazo”.
Lilian pudo leer el miedo que me atenazaba y empezó a tontear:
‒¡Yuhuuuu! ¡Ese tío bueno!
‒¡ATENCIÓN, GORDO AL AGUA! ‒Grité mientras iba a lanzarme.
Me tiré haciendo una bomba que salpicó una barbaridad. Cuando salí Lilian se puso a aplaudir:
‒¡Bien, bien, un diez en estilo de salto!
Nos lo estábamos pasando en grande. Nadé hasta ella y al salir me apartó el flequillo de la cara. Su caricia hizo que me estremeciera de arriba
abajo. Hizo fuerza con los brazos y se sentó en el borde. Yo me quedé dentro del agua. La luz ocre de las lamparitas le daba un tono carameleado a su
cuerpo.
Me fijé en su escote, no pude evitarlo, y me pareció precioso. Su piel se había erguido con una suave brisa:
‒¿Tienes frío? ‒Le pregunté
Se acarició los brazos y se encogió ligeramente:
‒Me he quedado helada ‒dijo sonriendo.
Fui hasta el borde, salí del agua y le dije que se sentara. Cogí una toalla y se la puse por encima. No sé por qué lo hice, pero en lugar de taparla y ya
está, comencé a frotar sus brazos para darle calor.
‒Gracias ‒dijo con un susurro.
Pero el encanto se rompió cuando las voces de mis amigos quebraron el momento. Llegaron todos menos Yazme y Aitor. Mar, al vernos así, me
dedicó una sonrisa de complicidad.
Blanka también nos miró con suspicacia:
‒¿Hemos interrumpido algo? ‒Dijo con cara de pilla.
Fui a contestar pero Lili se me adelantó:
‒No, todavía no.
7, Yazme

“Encerrados”

El sábado me pasó una cosa rarísima. Habíamos estado todos un par de horas en la playa, bueno, todos no, porque Paul se había quedado con Lilian
en casa. Luego Mar me alcahueteó que cuando llegaron se habían estado bañando. Me alegré mucho, ya que Paul es uno de los tíos más majos que he
conocido nunca y se merece, por una vez en su vida, estar con una mujer decente.
La cuestión es que después de bañarnos nos habíamos vestido y nos disponíamos a volver. Antes de subir a casa tuve que ir a los servicios de la
playa. Ya sé que no es lo más fino del mundo, pero me estaba meando una barbaridad y aunque no me gustan los servicios públicos (porque me da
bastante asco pensar que los usa mucha gente) no me quedó más remedio.
La sorpresa llegó cuando fui a salir. Me estaba lavando las manos y de repente la luz se apagó. Fui a tientas hasta la puerta y al intentar girar el pomo
descubrí que no podía abrir. Me había quedado encerrada.
No había ventanas por lo que una densa oscuridad lo cubría todo. No sabía qué hacer. Estaba asustada. Saqué el móvil del bolsillo y su tímida luz
me reconfortó momentáneamente.
Afuera, amortiguados, me llegaban lejanas las voces de mis amigos que se marchaban; “iros tranquilos, ya os alcanzaré” les dije antes de entrar a los
servicios. Por cierto, Skat me había dicho que por qué no lo había hecho en el agua… “¡¿Tú meas dentro del agua?!” Exclamó Mar con un gesto de
asco. “¿Acaso no lo hacen los peces y los calamares? ¿O es que se salen a mear a los servicios?” contestó Skat y todos nos reímos.
Estuve un rato en silencio, sin tener ni la más remota idea de lo que podía hacer. Me acerqué hasta los espejos. Mi amiga Carol suele decirme que
debo tener el record mundial de mirarse en el espejo, y puede que tenga razón; yo no tengo la culpa de ser tan coqueta. Mis trenzas negras parecían de
fantasía con el fulgor del móvil. El verde azulado de mis ojos era extraño con esa luz.
Caí en la cuenta de que podía hacer una llamada para que vinieran a sacarme, pero cuando intenté llamar la maldita batería se acabó y el teléfono se
apagó.
De pronto oí unos golpes en la puerta que unía nuestro baño con el de los tíos. Estaban separados por una puerta de madera que, afortunadamente,
estaba cerrada con llave. Estoy convencida de que ellos serían capaces de entrar para vernos hacer nuestras cosas.
‒¿Hay alguna tía ahí dentro?
Escuché la voz de Aitor proveniente del otro lado. Me sentí animada al escuchar las palabras de un conocido, aunque se tratase de ese macarra que
me miraba como un pedazo de carne.
Dudé, esperé unos segundos y por fin hablé.
‒¿Aitor?
‒¿Quién eres tú?
‒Yazme. Estoy atrapada.
Hubo un silencio que a mí se me antojó bastante largo.
‒Joder, yo también estoy atrapado, alguien ha debido cerrar este puñetero chiringuito. ¿Desde tu lado puedes abrir la puerta?
‒No.
‒Vale, tranquila, voy a intentar echar abajo la puerta.
Me supo muy malo que él, de repente, adquiriera el rol de macho; yo no necesitaba a un pavo que viniera a salvarme. Pero no pude evitarlo y antes
de que tuviera tiempo de decirle “Tío, no necesito al héroe salva chicas” se estrelló contra la puerta como un animal.
Joder, no pensé que ese chico tuviera tanta fuerza. Me dio la impresión de que había chocado un toro o algo así en lugar de una persona. Me aparté
de la puerta y de repente Aitor volvió a lanzarse contra ella.
Se vino abajo. Vale que no era una puerta de acero, pero aun así me flipó su fuerza. Pensé que la inteligencia era mucho más humana que la fuerza,
sin embargo tuve que reconocer, aunque no se lo dijese, que su potencia nos había sido muy útil.
‒Mierda ‒dijo mientras se levantaba y se acariciaba el hombro.
Me miró. Por la puerta entraba mucha luz, por lo que se ve el baño de los tíos sí que tenía luz. Su mirada fue de macarra, sus ojos decían “aquí está
el tío que te rescata, muñeca”.
Luego, para rematar, abrió su bocaza y dijo algo acorde a su postura y a su gesto:
‒¿Estás bien, nena?
Juro que en aquellos momentos le hubiera metido un guantazo. Parecía tonto allí parado, mirándome con superioridad y diciendo eso de “nena”.
‒Sí ‒dije secamente.
Sus ojos resplandecían, negros como los de un lobo. Su boca dibujó una sonrisilla burlona tan desagradable como atractiva.
‒Podrías darme por lo menos las gracias.
“Esta tío es idiota…” pensé. Le miré con cierto desprecio:
‒¿Te tengo que dar las gracias por romper una puerta como si fueses un gorila? No creo que eso tenga mucho mérito.
‒No, por eso no, sino por salvarte, preciosa.
El “preciosa” me supo pero que el “nena. Como un puñetero tiro, de verdad, pensé que lo mandaba a la mierda. Tenía fama de ligón, pero no creí
que pudiera serlo tanto y mucho menos en aquellas circunstancias.
Seguía sonriendo y seguía, también, acariciándose el hombro. Vale, era un ligón y era un capullo, pero se había dado un golpe de la hostia para poder
abrir la puerta. Me dio un poquitín de lástima que, por supuesto, no mostré.
Nunca me había fijado bien, y eso que habíamos estado hasta hacía unos momentos en la playa. Llevaba una camiseta ajustada de manga corta y
estaba buenísimo. Alto, guapo y muy fuerte. Se le marcaban los músculos de los brazos y tenía unos hombros preciosos. Y esos ojazos negros, con la luz
que entraba a ráfagas parecían de otro mundo. “No me extraña que este idiota triunfe entre las tías…” me dije a mí misma.
‒Menuda hostia me he dado ‒dijo.
Me sabía malo mostrarme simpática, pero no me quedaba más remedio; puede que le viera como a un machito salvador, pero a fin de cuentas se
había hecho daño. Me acerqué hasta él y le subí la manga derecha hasta el hombro.
El pobre tonto lo tenía completamente rojo.
‒Vaya golpe ‒le dije.
Siempre ha sido un payaso y en ese momento se portó a la altura de su forma de ser. Subió su mano para rascarse la cara y tensó el bíceps. Su brazo
se puso duro como una piedra. Me miró y me sonrió:
‒¿Te gusta lo que ves?
‒¡Bah! ‒Exclamé y me eché hacia atrás.
‒Puedes seguir tocando todo el tiempo que quieras, guapa, no te voy a cobrar suplemento.
Dios, lo hubiera matado. Luego se rió a carcajadas. Sorprendentemente su risa, lejos de ser desagradable, vino a suavizar esas palabras de chulo que
acababa de pronunciar. Sus labios se abrían dulcemente y su risa era clara. Me dio la sensación de que era un capullo, pero no uno cualquiera, sino una
monada de capullo.
‒Te agradecería ‒le dije enfadada‒ que no me dijeses cosas como “guapa”, “nena” o “preciosa”. Aunque no lo sepas las mujeres no somos simples
trozos de carne con dos tetas y un culo.
No abandonó su sonrisa de rompecorazones y me miró a los ojos:
‒¿Cómo es el trato que quiere la señora marquesa? ‒Mientras decía eso se inclinó hacia delante como haciendo una reverencia, pero sin dejar de
mirarme fijamente.
Me giré enfadada y cogí el móvil intentando encenderlo. En realidad mi intención era la de ocultar una tímida sonrisa que me habían provocado sus
chorradas. Tuve mala suerte y el teléfono se me escurrió de las manos.
No tardó en hacer un comentario de los suyos:
‒¿Te has puesto nerviosa?
Suspiré resignada y no contesté. Me agaché a coger el móvil. Llevaba unos shorts vaqueros claritos muy monos que me había comprado con Carol el
fin de semana anterior con una camiseta verde. Me gustan las camisetas de colorines, cortitas y ajustadas y cuando me agaché se me bajó un poco el
pantalón y se me subió otro poco la camiseta.
El bocazas, por supuesto, hizo otra apostilla:
‒Joder, quién lo hubiera dicho, tienes buen culo, nena.
Cogí el teléfono y me di la vuelta rápidamente. Me sentía alagada, pero también irritada. Le miré muy enfadada. A él le daba absolutamente igual mi
enfado o mi indignación:
‒¡Ups! ‒Añadió con ironía‒ ¡Perdóneme! Tendría que haber dicho “tiene buen culo, señora marquesa…”
Pasé de él y me fui hasta su baño. Miré una ventana pequeña que había en sus servicios y me di cuenta de que por allí no podríamos salir. Aitor entró
conmigo y se puso a mi lado. Me pareció muy alto. Junto a él, a pesar de joderme, me sentía algo más segura.
‒¿Por qué han cerrado? ‒Preguntó
‒Yo qué sé. Tal vez los baños estos tengan horario. Aunque lo extraño es que no he escuchado nada. Lo lógico hubiera sido que el que ha cerrado se
hubiera asegurado de que no había nada, porque hay que ser un idiota integral para cerrar un garito y no preguntar si queda alguien dentro.
Guardó silencio y se dirigió hacia la puerta. Las puertas para salir no eran débiles como la que separaban nuestros servicios. Intentó forzarla, pero
era imposible:
‒Nada, no hay manera ‒dijo con resignación.
Se fue de un lado a otro y mientras él buscaba una forma de salir a la fuerza, yo pensaba en cómo hacerlo con inteligencia.
Después de un par de minutos mirando me asomé por debajo de una de las puertas y vi una cosa:
‒En la habitación de la caldera hay una ventana más grande que las de tu baño ‒le dije.
‒No lo sabía.
‒Normal, la caldera está en el baño de las chicas.
‒Ah ‒puso cara de “vale, lo que tú digas”.
Fuimos hasta el cuarto de la caldera, la puerta estaba también cerrada, pero no era fuerte como la de los servicios.
Miré sus ojos negros y le dije:
‒Necesitamos de tu inteligencia, ya sabes, con la misma que has derribado la puerta que nos separaba.
Aquello era un insulto, sí, pero él se lo tomó como un piropo. Me imagino que debió de pensar “esta pava se ha dado cuenta de lo fuerte que estoy” o
algo por el estilo, porque se quitó la camiseta, me la dio, me guiñó un ojo y me dijo:
‒Cuídamela, que voy a sacarnos de aquí.
Yo alucinaba, la verdad.
Esa vez fue más inteligente y en lugar de abalanzarse como un primate decidió darle una patada. La puerta no se abrió. Intentó otra patada, y de
nuevo no sirvió para nada. Viendo que la estrategia fallaba y en lugar de avanzar en la técnica, resolvió volver al tema del cuerpo a cuerpo. Se lanzó
contra la puerta y aparte de hacerse otra vez mucho daño, no logró abrirla.
Yo estaba segurísima de que podría estar aporreando la puerta hasta que se le cayese el brazo; estaba dispuesto a sacarse el hombro de sitio con tal
de no dejar su hombría en entredicho.
Cuando se había precipitad tres veces, y aunque he de manifestar que aquello me producía cierta gracia, no dejé que lo hiciese una cuarta vez.
El machote ligón empezaba a darme pena:
‒Aitor, déjalo ya, así no lo vamos a lograr.
‒¿Tienes alguna idea mejor?
Me sonreí y le dije:
‒Cualquier idea es mejor que intentar derribarla a golpes hasta partirse un hueso.
Volvimos a los mismos quehaceres que antes: él a deambular de un lado a otro y yo a pensar. Aquella vez fue Aitor el que tuvo la idea:
‒¡Ya sé! ‒Exclamó.
‒A ver, Einstein, ¿qué se te ha ocurrido?
‒Puedo reventar la cerradura con una de las cisternas ‒dijo sonriente.
‒Romper, machacar, destrozar, derribar…, chico, lo tuyo es el trabajo fino. Por cierto, ¿cómo vas a quitar una cisterna?
Se encogió de hombros:
‒Pues quitándola.
Era una idea tan absurda como la anterior, pero sabía que era la única idea válida.
‒Está bien, inténtalo.
Se fue hasta uno de sus servicios, cerró la llave del agua, agarró la cisterna y la arrancó. A mí aquel trozo de cerámica me parecía descomunal, sin
embargo él lo cogió con facilidad. Cuando se acercó hacia mí no pude evitar pensar en que parecía un hombre de las cavernas cargando aquella cosa.
La levantó por encima de su cabeza y todos sus músculos se tensaron. Tenía unos brazos tan potentes, una espalda tan sexy, unos hombros tan
redondeados. Lanzó la cisterna contra la cerradura y ésta saltó en pedazos, como si fuese de cristal.
La puerta estaba abierta.
‒Ya está ‒dijo satisfecho.
‒Buen trabajo.
Efectivamente en el cuarto de la caldera había una ventana que daba al exterior. No era muy grande, sin embargo los dos podríamos salir por ella
fácilmente. La ventana estaba en alto. Yo no llegaba. Él se apoyó en el calentador y alcanzó a abrirla.
‒Yo te ayudaré a subir ‒me dijo.
Su tono no fue como los anteriores, sino que tenía ligeros tintes de ternura. Supuse que dentro de ese macarra había un chico que respetaba, aunque
solamente fuese un poquito, a las chicas. Si hubiese utilizado su típico tono de “aquí estoy, nenita, el macho que te va a sacar de aquí” le hubiera
mandado a la mierda y hubiera trepado aunque me hubiese hecho falta hacerlo con los dientes.
Pero no, su tono no fue ese, de tal modo que me apoyé en el calentador y le miré:
‒No me dejes caer, nene ‒le dije irónicamente.
Me subí con los dos pies y me sujeté con una mano en el hueco de la ventana. Intenté levantarme haciendo fuerza y cuando estaba a punto de alcanzar
con la otra mano me resbale y me fui hacia abajo. Aitor, no sé si intencional o accidentalmente (yo me decanto por lo primero) me agarró con las dos
manos por la cintura. Sentí un relámpago de furia…, y también de calor, tengo que reconocerlo.
No dije nada y me limité a intentar sujetarme otra vez. Subí un poco más estirando los brazos todo lo que pude, me dolían los hombros de hacer
fuerza.
Sabía que tenía la camiseta arriba y que su cara estaba pegada a mi cuerpo, además al estirar las piernas el pantalón se me bajaba peligrosamente
y…
‒Bonito tanga ‒dijo con descaro.
‒¡Aitor! ‒Exclamé.
Aunque no podía verle, estaba segura de que tenía esa sonrisa que había puesto cuando le tocaba el brazo. Yo estaba colgada, pero él se tomó su
tiempo, parecía disfrutar con el espectáculo.
‒Por cierto ‒añadió‒, me encanta la ropa interior de colores chillones.
‒¡Eres un cerdo!
Recordé que llevaba un tanga rosa chillón y que me gustaba cómo contrastaba con el negro de mi piel. Al imaginármelo mirándome el culo mis
fuerzas aumentaron, aunque también lo hicieron los colores de mi rostro. Debía de estar roja como un maldito pimiento.
Cuando ya tenía las dos manos bien sujetas y me disponía a dar el último impulso, Aitor colocó las suyas en mi culo y me dio un empujón. Lo hizo
con fuerza, pero con cuidado de no lanzarme con demasiada energía. No dije nada; supongo que me enfadaba y que me gustaba a partes iguales. Logré
alcanzar el otro lado y pocos segundos después él estaba conmigo.
Aitor me tocó el culo y lo cierto es que no estuvo nada mal.
8, Aitor

“A la luz de las velas”

Me lo había pasado en grande en la playa. Estuvimos bañándonos un buen rato y nos echamos unas risas. Luego en los servicios con Yazme, cuando
nos quedamos encerrados, tuve la oportunidad de descubrir parcelas de ella que desconocía por completo.
‒¿Qué tal te lo estás pasando? ‒Me preguntó Blanka cuando volvimos a la casa de nuestro amigo.
‒Bien, de puta madre.
‒Sí, menuda chabola tiene Paul. Lo de la piscina es un puntazo.
‒Y la música es la hostia.
Blanka hizo un gesto de desdén con las manos:
‒A mí este tipo de música no me gusta mucho. Eso sí, alguna vez pone temas que no puedo evitar bailar.
‒A lo mejor lo que no puedes evitar es mostrarte ‒le dije con malicia‒. Por cierto, ¿qué opinas de la nueva?
‒¿La nueva?
‒Lilian.
‒Parece maja, y eso que me da la sensación de ir un poco de subida.
‒¿A qué te refieres?
La miramos los dos a la vez y vimos que estaba charlando con Mar. Contemplé sus gestos y comprobé que sí, que tal vez Blanka tuviese razón: hay
algo en ella que, de una u otra manera da cierta impresión de pedantería. No sé, tal vez no sean nada más que impresiones sin importancia.
‒Me refiero a su forma de hablar y de comportarse ‒Blanka hablaba con cierto tono de desprecio‒, a veces parece que nos mira con superioridad,
como si para ella fuésemos poca cosa.
‒Chica, parece una tía con mucha cultura.
Blanka se puso de uñas:
‒¿Nosotros somos unos catetos, o qué?
‒No es eso, joder, solo que parece una chica que se codea con gente de, ¿cómo decirlo? Gente que no es tan sencilla como nosotros.
‒¡Eh, eh! No somos cualquier cosa, al fin y al cabo estamos en la casa de Paul Feldat, la promesa del House…
‒Sí, y eso es cojonudo ‒la interrumpí‒. Pero mira, Paul es nuestro amigo desde hace mogollón de años. Paul es un tío sencillo, es de nuestra
cuadrilla y aunque es mayor que nosotros nunca nos ha hecho de menos, ¿por qué iba a hacerlo ahora? Estar aquí no es mérito nuestro, sino suyo.
‒Nosotros le ayudamos mucho ‒puntualizó.
‒Sí, recuerdo que siempre se venía con nosotros. Bueno, en realidad era su hermano pequeño el que le arrastraba fuera de casa, porque él se
encerraba en su cuarto y se pasaba el día con la música, no tenía amigos. Cuando su hermano murió no le abandonamos, íbamos a su casa a buscarle y le
sacábamos casi a rastras de su habitación.
‒Hemos sido lo único que ha tenido, sin contar a Mar, claro, que siempre ha estado a su lado.
‒Paul daría cualquier cosa por nosotros. El tío se gasta la pasta en invitarnos a todo y nunca dice que no a nada. A veces me da la impresión de que
nos aprovechamos de él y de su dinero.
‒No seas idiota. Si yo tuviera pasta también os invitaría.
La miré y vi una luz brillar en sus ojos. Blanka suele ser dura y pocas veces se muestra sensible, pero cuando hablamos de Paul muestra emociones
que de otro modo son imposibles de apreciar en ella. En realidad eso nos pasa un poco a todos, cuando estamos con Paul o charlamos de él nos cambia
el temperamento. Es uno de los tíos más cojonudos del mundo.
‒Sabes ‒dijo Blanka‒, me da miedo que Lilian termine haciéndole daño a nuestro colega, suficientemente mal lo paso con lo de Yuri.
‒¡Menuda cabrona! Se lió con Skat, ¿verdad?
‒Casi. Skat la mandó a tomar por culo. Para Paul fue un palo tremendo. Este chaval es demasiado bueno y en seguida le engatusan un par de ojos
bonitos.
La miré a los ojos sonriendo:
‒A mí también me encandilan dos buenos ojos.
Ladeo la cabeza y me miró indignada:
‒Vamos a ver, guapo. Para empezar, cuando tú miras a una mujer te fijas primero en las tetas, no en los ojos. Y si alguna vez hay unos que te
enamoran se te olvidan en cuanto ves otro par de tetas, ¿o me equivoco?
‒¡Pobre de mí, menuda fama! ¿Acaso tengo la culpa de que me gusten las mujeres?
Blanka rió.
‒Es más ‒continué‒, eso que has dicho no es del todo cierto. Hoy, mientras estábamos en la playa te he estado mirando y en ningún momento me he
olvidado de Carol y del incidente del año pasado en la piscina.
Volvió a reírse y me dio un codazo.
‒Mira, volviendo al tema, y antes de que comiences a tirarme los trastos para enrollarte conmigo: tenemos que tener un ojo puesto en Lilian, creo
que no es tan maravillosa como parece.
‒Está bien, pero tampoco podemos tratar a nuestro colega como si fuese un crío, al fin y al cabo si se equivoca será culpa suya, no podemos
protegerle de todo.
Mi amiga asintió, aunque estoy convencido de que no va cejar en su empeño de controlar a la nueva. Ocurre muchas veces, cuando los grupos de
colegas llevan mucho tiempo hechos, se suelen volver reticentes a “aceptar” gente de fuera.
‒Oye, por cierto, Aitor, ¿qué tal la ves? ‒Me preguntó mirando a Yazme.
‒¿Yazme?
Sonrió. Su sonrisa era clara, ligeramente vil:
‒Sí, Yazme, no te hagas el tonto… Me parece que tú la ves muy bien, ¿o me equivoco?
‒¿Eh? ‒Contesté.
‒Ya, ya lo sé, tú eres un machito. Pero tío, se te nota a distancia que estás pillado, se te cae la baba cuando la miras.
‒¡Bah, que dices, ni de coña!
Nos reímos. Y claro que me gusta Yazme, a veces me vuelve loco.
‒Pues tío, no seas idiota, no pierdas el tiempo y dile que te mola, antes de que te la quite Kike.
‒¡¿Qué?!
Blanka miró hacia la mesa donde estaban todos. Yazme hablaba con Kike y se estaban riendo. No comprendía nada, joder, pensaba que se llevaban a
matar.
De cualquier modo, recapacité y llegué a la conclusión de que aquel tipo podía quitarme a esa hermosa tía y algo parecido a los celos hizo que me
sintiese raro, que me pusiese incómodo.
‒Tiene huevos la cosa, porque hace un par de días me enteré de que mi novia me engañaba con otro y me la resbaló. Y sin embargo ahora, por esa tía
a la que solamente le he tocado el culo…
‒¿Le has tocado el culo a Yazme? ‒Blanka abrió los ojos de par en par‒ ¿Cuándo lo has hecho?
‒Lo hice porque ella no podía salir del baño.
‒¡Ja! Supongo que te habrá dado una hostia.
‒No, no dijo nada. Únicamente se enfadó cuando le dije que el tanga le quedaba de puta madre.
Se partió el culo y continuamos hablando.
‒Tío, eres la puta caña, ¿cómo puedes ser tan guarro?
‒¡Eh, qué pasa, seguro que a ti también te mola meterle mano a los pavos!
Hubo un silencio.
‒Pues claro. Por cierto, Aitor, ¿sabes que no estás nada mal?
¡Ja, me quedé flipado! Me gusta atraerles a las. Que a Blanka le gustase mi cuerpo hacía que me subiese el ánimo, aunque me desconcertaba su
actitud, es decir, en un momento me despreciaba y en otro me tiraba la caña. En fin…, mujeres.
‒¡Normal, si es que estoy cañón! ‒Exclamé mientras levantaba los brazos y me movía haciendo un poco el tonto.
Nos reímos con más fuerza que antes. Blanka es alegre y se muestra siempre con una sonrisa.
Luego nos fuimos a donde estaban los demás:
‒Este sitio es cojonudo ‒le dije a Paul.
‒Es un paraíso…‒Contestó Carol, que estaba charlando con Yazme.
‒Me jode reconocerlo ‒dijo Blanka sonriendo‒, pero tenéis razón. Aquí se está de puta madre.
‒¿Os mola el tema de las velas? ‒Dijo Lilian.
Mar sonrió:
‒¡Sí, hace que todo sea más bonito!
‒Paul ‒dijo Yazme‒, ¿nos podremos pegar una ducha?
‒¡Faltaría más ¡Estáis en vuestra casa!
‒¡Me pido primera! ‒Exclamó Blanka.

Sin lugar a dudas necesitábamos una buena ducha y una buena cama. Charlamos de cosas sin importancia durante un par de horas más y al final, dada
la pereza de Blanka a abandonar la conversación, fue Kike el que se duchó el primero y se marchó a dormir.
Skat había desaparecido, como por otro lado era de esperar. Luego Carol dijo que se moría de sueño así que, poco a poco la peña se fue yendo a
dormir.
Al rato Blanka se metió a duchar y nos quedamos Yazme y yo a solas. Estábamos muy a gusto. Lo cierto es que pasamos un rato más que agradable:
‒¿Cuántos años tienes? ‒Preguntó.
‒He hecho los diecinueve hace tres meses, aunque hay gente que asegura que aparento más edad.
Ella me miró fijamente. A la luz de las velas todo tenía un halo romántico. La luz temblaba, parecía que los candelabros tenían miedo o frío, no lo sé;
quién sabe, es posible que estuvieran, como yo, algo nerviosos.
Nunca había estado nervioso delante de una tía. Me gustaba mucho el color de sus ojos bajo esa luz amarillenta y cálida.
‒Sí, ‒dijo sin dejar de mirarme‒ es posible que aparentes diecinueve y medio, o incluso casi veinte.
‒¡Eh, no te pases, que me han llegado a dar hasta veintiún años!
‒Bueno, bueno, salvador de chicas desvalidas, no te enfades. Hablando de edad, ¿cuántos años crees que tengo?
Aproveché para mirarla más a fondo. Encontré muy atractivo su rostro, sobre todo sus pómulos y sus labios, que sonrojaban sobre el negro con un
resplandor especial. Hasta a mí me sorprendían aquellos pensamientos tan, tan…, no sé cómo nombrarlos, ¿tal vez ñoños?
Bueno, pero no me he vuelto un blandengue, ni mucho menos, porque sus curvas me atraían tanto o más que su sonrisa.
‒Ummm, pues no sabría decir ¿puedes levantarte para verte mejor?
Se levantó. Yo la miré sin disimulo de arriba abajo, le sonreí y añadí:
‒¿Podrías darte la vuelta?
Ladeó un poco la cabeza, pero contra todo pronóstico no me mandó a la mierda y aceptó:
‒Está bien.
Se giró despacio y pude ver su figura. Sus caderas eran anchas y sus piernas largas. Tenía la cintura estrecha, aunque no estaba en exceso delgada, es
más, en los laterales se le abultaban tímidamente unas chichas muy eróticas.
Se volvió a dar la vuelta muy despacio y me miró con cara de chica mala:
‒¿Ya puedes decir los años que tengo?
Guardé silencio durante unos segundos. Estaba guapísima y hubiera podido estar hora y horas mirándola.
‒No estoy del todo seguro, tal vez si te quitases la camiseta…
‒¡Eso ni lo sueñes! ‒Exclamó divertida.
‒Es que así con tanta ropa no puedo dar una opinión acertada.
Nos descojonamos de la risa y volvió a sentarse. No voy a mentir y diré que me hubiera encantado poderla ver en sujetador, pero no hice
exactamente aquel comentario con ánimo de que me enseñara sus tetas, sino que lo que más deseaba era ver su sonrisa.
Sus blanquísimos dientes contrastaban con el color de su piel. La suya es una sonrisa que ilumina.
‒¿No te cansas de ser así?
‒¿De ser cómo? ¿Encantador, guapo, ingenioso y atractivo?
‒No tienes remedio, Aitor, no tienes remedio. Oye, tiene que ser tardísimo y Blanka hace rato que se ha duchado y se ha ido a dormir, me parece que
me voy a ir a duchar.
‒Vale, por mí perfecto.
Se levantó y cuando se iba a marchar hacia el cuarto de baño, la detuve con una pregunta:
‒Yazme, ¿tú eres ecologista?
Ella se sorprendió, la pillé fuera de juego, que era lo que yo quería.
‒¿A qué viene eso?
‒¿Lo eres o no lo eres? ‒Insistí.
‒Sí, bueno, a ver, no es que sea una radical de la naturaleza y eso, pero sí que me importa. Joder, no sé qué contestar, es que me has dejado pillada.
Me puse serio, como si aquello fuese de vital importancia:
‒Entonces, si estás a favor de cuidar la naturaleza, supongo que estarás de acuerdo en que no hay que despilfarrar el agua. Y no hay mejor manera de
ahorrar que compartir la ducha ¿qué me dices?
‒¡Dios mío, eres incansable! ‒Dijo riendo.
‒También soy incansable en otras cosas.
Volvió a mirarme como cuando le pedí que se girara para verla, puso exactamente la misma cara y el mismo gesto, pero esta vez no aceptó, como por
otro lado era de esperar
Se dio media vuelta y comenzó a andar moviendo intencionalmente las caderas.
‒¡Piensa en la naturaleza! ‒Le dije mientras se alejaba‒ ¿Qué va a ser de los pobres conejitos, y de los delfines y de los ositos? ¿Es que nadie piensa
en los pobres ositos muertos de sed?
Antes de desaparecer por la puerta me miró; de su rostro se adueñó una mueca de dulce y atrayente perversidad:
‒No quiero que te dé algo, seguro que no has visto algo tan bonito como yo, guapo. Además, eres muy joven para mí, que casi tengo los veinte.
No me daba por vencido:
‒¿No será que la que tiene miedo eres tú?
‒¿Miedo, yo? ¿De qué iba a tener miedo, si puede saberse? ‒Dijo al darse media vuelta.
Lo último que vi de ella fue su sonrisa desaparecer bajo el umbral de la puerta. Por si sirviese de algo, y también con la intención de provocarle una
sonrisa, le grité antes de que se oyera cerrar la puerta del cuarto de baño:
‒¡No eches el cerrojo, por si cambias de opinión!
9, Blanka

“Un poco de sexo, nada más”

Todos se habían ido a la cama y yo no podía dormir, había estado dando vueltas sobre el colchón como una salchicha en la sartén. Cansada de
aburrirme decidí bajar al salón. Allí Skat me dio un susto increíble. No había hablado con él en todo el día. Desapareció pronto y estuvo poco con
nosotros. Y el rato que lo hizo fue a su marcha, como si estuviese metido en una burbuja.
Como decía, por poco me muero cuando me di la vuelta y vi el rostro pálido de aquel tío. Pegué un grito de tres pares. No era para menos, a la luz de
un par de velas su cara parecía la de un muerto. Él también se acojonó.
Después del susto se dibujó una sonrisa en sus labios:
‒¡¿Qué coño?! ‒Le pregunté enfadada.
‒¡Joder, tronca, qué susto me has dado!
‒¿Yo? ¡Oye, casi me matas! ¿De qué vas? ‒Mis ojos escupían ira‒ ¿Me estabas espiando?
Skat encendió una linterna y me iluminó.
‒¿Espiarte? Ni de coña. Acabo de volver de estar por ahí de marcha ‒dijo con desdén mientras me apuntaba con la luz a la cara.
‒¡Bah! ‒Exclamé‒ Oye, ¿por qué no te apuntas a los huevos con la linterna?
Volvió a reírse. Es un tipo extraño:
‒¡Ah, perdona! Por cierto, ¿qué haces aquí a estas horas?
Le miré un par de veces y me sonreí. Aquel punki casi treintañero con la chupa de cuero, la cresta verde y ojos de colocado me estaba vacilando:
‒¿A ti qué te importa?
‒Joder, tía ‒dijo mientras se sentaba en un silloncito‒, no creo que te tengas que poner así. Pssst, tranqui, es una pregunta nada más. En realidad me
la suda lo que estés haciendo. Oye, no te habré asustado demasiado ¿no?
‒Tranquilo, malote ‒le dije al verle poner aquella pose de macarra‒, no creo que seas peligroso, aunque no tienes pintas de ser de fiar.
El punki se descojonó:
‒La zorra de cuero no puede hablar de pintas.
Me acerqué a él con cara de mala virgen y me puse frente a su jeta:
‒Mira, niñato, si me vuelves a decir zorra te parto la cara.
‒¡Bah! ‒Dijo y se recostó hacia atrás‒ Paso de movidas.
Tuve ganas de darle una hostia, pero me limité a sentarme en otro sofá.
‒Sabes, tía, esto está verdaderamente jodido. Lo mejor que podemos hacer es tumbarnos y pasar de toda esta mierda.
‒¿De qué coño estás hablando?
‒De toda esta mierda ‒dijo mirando alrededor‒, de toda esta basura de mundo que nos ha tocado vivir. Si te das una vuelta por ahí flipas cómo está
la peña, cada uno va a su puta bola y nadie se preocupa de nada. Y todo lleno de madera por todas partes. No hay más que monos en cada esquina.
Le miré pensando “qué coño me está contando este pavo”:
‒¿Qué te has metido, tronco?
‒De todo… pero eso no es lo importante. No, lo importante es que el mundo está hecho una mierda, no se puede confiar en nadie y es mejor pasar de
todo y no darse mal por nadie. A mí la peña me la suda.
No contesté, me lo estaba pasando bien con el pirado.
‒Ya, estás pensando “a este colgado se le ha ido la pinza y me está vomitando todas las paranoias que le vienen a la cabeza”.
‒Sí ‒dije sin inmutarme‒, eso es lo que estoy pensando.
‒Pensar. ¿Tú crees que la peña piensa? No, la peña va a su movida y pasa de pensar en lo mal que está todo ‒me miró y sonrió‒. Oye, chica mala,
veo que pasas de las movidas que me comen el tarro.
‒En realidad no. La cuestión es que paso de ti.
Volvió a reírse. Joder, su risa me pareció hermosa. Aquel macarra me estaba empezando a gustar.
‒¿Te va la música? ‒Me preguntó.
‒Sí, claro, ¿a quién no le gusta la música?
Se quedó unos instantes pensativo y al fin dijo:
‒A los sordos.
No pude evitarlo y me descojoné.
‒Me he traído la guitarra, si quieres puedo tocarte algo.
‒Despertaremos a todos.
Se sonrió como diciendo “me da igual”, pero al ver mi mirada pensó que podríamos irnos a un sitio más tranquilo:
‒Podemos subir a la bohardilla, es donde mi colega hace música y lo tiene todo insonorizado, no le joderemos el sueño a nadie. Además, dicen que
la música amansa a las fieras.
Tal vez debería haberle dicho que se pirara, pero en el fondo había algo de él que me atraía. Siempre me han ido los chicos malos. A mí hay tíos
como Paul que me caen de puta madre y que me parecen súper buena gente, pero son aburridísimos.
En cambio hombres como Skat me ponen a mil. Estaba deseando liarme con él:
‒Vale, cómo quieras, aunque me parece que no te interesa que me amanse demasiado ‒contesté.
Se sonrió y yo le guiñé un ojo.

En el desván hacía fresco, pero se estaba bien. Nos sentamos en el suelo, apoyados contra la pared. Dejó la guitarra a su lado. Aquello estaba lleno
de aparatos de música.
‒Menuda keli tiene este tío… se ha montado un chabolo de cojones ‒dijo Skat nada más sentarse.
‒Sí, a Paul las cosas le van de cine ‒le miré con curiosidad‒ Pero hay algo que no me termina de cuadrar, ¿Qué hace una persona seria, inteligente y
trabajadora como él con un colega como tú?
‒Era el bajo de un grupo y le he echado algún cable con sus discos. Aunque hace mogollón que no toco nada.
‒¿Y qué haces por aquí? ‒Le pregunté.
‒Vaya, tronca, pareces de la madera con tanta pregunta.
‒¿Te parezco una policía?
‒No sé, los de la secreta se disfrazan de puta madre ‒me dijo sonriendo.
Puse una mano sobre su rodilla y me acerqué un poco más a él:
‒¿Y qué harías si fuese de la madera?
Se giró hacia mí y acercó su boca hasta mi cuello. Me puse muy cachonda cuando sentí su calor en mi piel.
‒Hueles ‒me dijo mientras se alejaba y miraba a los ojos‒ demasiado bien como para ser una policía. Los maderos huelen a cerdo.
‒Joder, tronco, eres todo un romántico.
Nos reímos. Estaba muy a gusto a su lado.
‒Todavía ‒le dije‒ no me has contestado a la pregunta.
‒Ya te he dicho que soy su “músico de sesión”, ahora necesita de mi ayuda para desatascarse un poco con tanta mierda electrónica.
‒No, joder, no me refería a qué haces aquí en esta casa, sino a qué haces en tu vida, no sé, así en general.
‒Poca cosa. Hace un par de meses que salí de la trena y me he estado buscando la vida como puedo.
‒¿Has estado en la cárcel?
‒Por desgracia sí.
‒¿Algo grave?
No es que tuviera miedo de él, ni mucho menos. Tenía curiosidad por saber por qué le habían metido.
‒No me enchironaron ‒dijo mirando al infinito‒ por nada del otro mundo. Nos pillaron de marrón a un colega y a mí con veinte gramos de speed y
nos metieron por trapicheo de mierda. Estuve tres putos años encerrado como un perro. Cuando salí, un colega me ofreció un buen palo. El pavo
trabajaba en una empresa de mudanzas y sabía que los troncos de una keli se habían ido de vacaciones a no sé qué mierda de playa. Era un palo fácil y
rápido; entrar, coger las joyas que hubiera por ahí y pirarme. Cojones, todo se fue a la mierda y me volvieron a meter ‒hizo una pausa y me miró‒. Y la
malota de cuero, ¿qué hace en la vida?
‒Nada del otro mundo, estudio grado medio y me hago algún negocio por ahí vendiendo móviles y demás mierdas.
‒Vaya, una aspirante a chirona.
‒Sí, supongo que sí. Esta vida es una basura. Yo paso de meterme a currar para ganar un sueldo de mierda.
‒¡Bah! ‒Dijo mientras le daba una patada a un trozo de plástico que había por el suelo‒, que les den por el culo a todos. Yo paso del curro, de la
movida de la peña normal y de los colegas. Nunca quise estudiar nada ni currar en ningún sitio. Desde bien pequeño tenía claro que no iba a ser un
robot más trabajando para una empresa de mierda, ¿ocho horas currando como una máquina? ¡Ni de palo!
Le miré con sensualidad. Ese tío era la caña:
‒Me gustas, Skat.
Sonrió:
‒No creo que sea el novio que quieran tus viejos y todavía no te he tocado la guitarra.
‒Mis padres hace muchos años que murieron, aunque estoy segura que si mi pobre abuela te conociera le daría un ataque al corazón. Por cierto ‒le
dije con cierta maldad‒, lo de la guitarra puede esperar.
Le besé en la oreja y jadeó suavemente. Skat me metió mano por debajo de la camiseta y nos besamos durante un buen rato. Luego nos pusimos de
pie y le quité la chupa y la camiseta. Estaba delgado, pero aun así estaba bueno. Llevaba el pecho y los brazos repletos de tatuajes:
‒Me molan los tatoos ‒le dije.
Me quitó la camiseta y el sujetador y me acarició las tetas con la lengua. Le palpé por encima del pantalón, estaba mogollón de excitado. Yo estaba
muy cachonda y, aunque nos acabábamos de conocer, había mogollón de confianza entre nosotros. Me sacaba diez años, pero eso no me importaba en
absoluto.
‒¿Llevas goma? ‒Me preguntó.
‒Mierda… ‒dije.
‒¡Joder! Bueno, seguro que alguno de estos sí que lleva.
‒Estarán durmiendo.
‒Les despertaré, esto es una emergencia.
Reímos y nos besamos un rato más, no quería separarme de él, me atraía mogollón y estaba deseando tirármelo. Al fin nos tuvimos que separar.
‒Si queremos hacerlo tengo que ir a por condones.
‒No tardes ‒le dije.

Lo vi desaparecer por la puerta y suspiré profundamente. Tenía buen culo con aquellos vaqueros rasgados. El pecho me latía a mil. Cuando subió nos
volvimos a enrollar y lo hicimos de pie.
Estaba delgado pero era fuerte. Me cogió del culo, me levantó y me apoyó contra una viga de madera. No tardamos mucho en corrernos, la verdad.
‒Me has hecho daño ‒me dijo mientras estábamos tumbados sobre el suelo.
‒¿Dónde?
‒Aquí ‒dijo sonriendo.
Me mostró el cuello y llevaba mis dientes clavados. Le había dado un mordisco de la hostia, pero no recordaba cuándo había sido.
‒Lo siento, pero volvería a hacerlo. ¡Buf, menudo polvo!
‒Ha estado de puta madre.
Me levanté, me vestí y le dije que no quería rallarme allí arriba. Nunca me han gustado los arrumacos después del sexo y tampoco he intentado
disimularlo. Los tíos me molan, pero a veces me agobian.
‒Me bajo a respirar un poco de aire ‒le dije un poco borde.
Se rió con ganas.
‒¿De qué te ríes? ‒le pregunté.
‒De nada, es que somos muy parecidos en algunas cosas. Pero no te preocupes, no pienso enamorarme de ti.
Eso estaba bien. A él tampoco parecían gustarle los abrazos y los cariños. Me alegré de que así fuera, lo último que quiero es que un pavo se
encariñe de mí.
‒Bueno, me bajo.
‒Como quieras.

A la mañana siguiente amaneció un día espléndido. Cuando bajé al salón me encontré con Skat charlando con Aitor. Parecía que se llevaban bien. En
el otro sillón estaba Yazme. De los demás no había ni rastro. Me senté junto a mi amiga:
‒Buenos días ‒me dijo.
‒Buenos días. ¿Ya has conocido ‒le pregunté en voz baja mirando al punki‒ a nuestro nuevo compañero?
Suspiró y me miró algo burlona:
‒Me temo que sí, Blanka, me temo que sí.
‒Te iba a preguntar qué te parece, pero creo que me lo ahorraré.
Nos reímos juntas.
‒¿Te vienes al cuarto de baño? Me siento desnuda sin la raya de ojos.
Nos pusimos de pie y dejamos a los dos pavos hablando de grupos de música o no sé qué movida.
‒Yo apenas me maquillo ‒dijo Yazme.
La miré y observé toda su belleza. Estaba muy guapa. Dicen que a las tías cuando nos enamoramos se nos pone un brillo especial en los ojos, no sé
si será verdad o solo es una gilipollez de las películas, pero ella estaba que se salía de guapa.
‒Yo tampoco me maquillo mucho ‒le dije‒, pero sin la raya de los ojos y un poco de sombra ya te he dicho que no me siento cómoda. Además, creo
que a los tíos les gustan más mis ojos cuando me los pinto oscuros.
‒¿Quieres molarle a esos? ‒Me preguntó mientras dirigía su mirada hacia fuera del cuarto de baño.
‒¿Quién ha dicho que quiera molarle a más de uno? ‒Dije poniendo cara de zorra.
Yazme intentó disimular un súbito estremecimiento y habló temiendo la respuesta que pudiera darle:
‒¿Te mola Aitor? ‒Preguntó.
‒¡Bah! Aitor está bueno, pero el que me pone es Skat… ayer por la noche pude probarlo
‒¿Sí?
Asentí y Yazme negó ligeramente con la cabeza; sé que no le termina de gustar Skat, lo que por otro lado es del todo comprensible.
‒Oye ‒dije como si me disculpara‒, a mí me gustan los pavos que van de ese rollo.
‒No tienes solución.
‒Hablando de tíos, ¿qué te parece Aitor?
Me miró a los ojos y sus palabras dijeron lo contrario a lo que gritaba su mirada:
‒Es un chulo. Y ese tono de soy un rompecorazones me pone de los pelos, es insoportable, todo el día con sus tonterías de machito.
Me sonreí mientras perfilaba la línea de mi ojo derecho:
‒Tía, estás pillada.
‒¡Ni de coña!
‒Lo que tú digas ‒le dije.
No es que me guste ir de celestina, ni mucho menos, pero entre Yazme y Aitor se ve algo especial. No sé cómo explicarlo, pero los miraba y no veía
lo mismo que hay entre Jimmy y yo, no, lo que se percibe es algo mogollón de grande.
Ellos intentan disimularlo, pero está claro que hay movida.
10, Paul

“Nada nos va a separar”

Me duele el pecho. El doloroso pasado, incendiado en mi mente, se ha ido apagando con un nuevo fuego, más potente, más hermoso. Me he
enamorado perdidamente de Lilian. Sus ojos, su inteligencia, sus manos, su sonrisa, su forma de ser, su voz…
No hay nada de ella que no me atraiga. Cada vez que recuerdo lo que pasó el domingo se me anuda una especie de serpiente en el estómago.

Por la mañana mi colega iba con un ciego de la hostia, pero aun así se pegó unos bajos fantásticos. Estuvimos toda la mañana en la bohardilla
haciendo grabaciones.
‒Tío ‒le dije cuando vi el condón usado en el suelo‒, no me importa que te lo montes con quien quieras, pero no seas así de guarro.
‒Lo siento, tronco, es que cuando viene el apretón.
‒¿Puedo saber con quién te lo has montado?
‒Con la única tía de tus colegas que no es una pija.
Le mire ceñudo:
‒Ten cuidado, es una buena tía, no quiero que la metas en problemas.
‒¡Eh, no vayas de protege tías! Ellas saben cuidarse solas, igual que nosotros.
‒Tienes razón. Aunque tú no eres el mejor indicado para hablar de cuidarse, ¿no crees?
Me miró con cara de “vete a la mierda y déjame en paz con mis asuntos”. Comprendí que no tenía ningún derecho a meterme en su vida, al fin y al
cabo cada uno tiene que hacer lo que le dé la gana. Siempre he odiado a la peña que está todo el día juzgando a los demás, que si mira ese cómo viste,
que si mira a esa otra con qué gentuza va, que si tal y cual.
El día, por lo demás, transcurrió tranquilo hasta la hora de volver. Cuando acabamos de meter las cosas en la furgo, Skat dijo que se quedaba allí.
Nadie se lo impidió y nos despedimos sin saber cuándo ni cómo volveríamos a verle.
La vuelta fue de puta madre, nos lo pasamos en grande hablando de nuestras cosas. Lilian iba a mi lado, en el asiento del copiloto.
En un momento de silencio miró hacia atrás y dijo:
‒¿Queréis escuchar nuestro disco?
‒¡Sí, por supuesto! ‒Contestaron todos.
Me puse colorado y miré a Lilian:
‒Sería genial, pero la maqueta está en casa.
‒¡No pasa nada! ‒Exclamó ella‒ Llevo una copia en el bolso.
Así que lo fuimos escuchando de vuelta. A mis colegas les gustó mucho, aunque a Kike le pareció demasiado electrónico, a Blanka demasiado
blando y a Aitor demasiado lento. De Mar ya sabía la opinión y a Yazme le encantó. De todas formas creo que a quien más le gustó fue a Carol, que
había estado bastante distante. Desde que Lichi la dejó la pobre anda un poco perdida:
‒¡Es muy romántico! ‒Dijo mi amiga
‒¿Te gustan las voces? ‒Le preguntó Lilian.
‒Son geniales, sobre todo cuando cantáis juntos.
‒¿Has oído? ‒Dijo Lili poniendo su mano sobre mi pierna.
‒¡Eh, chicos, aquí no os lo montéis! ‒Gritó divertida Blanka.
Aitor no evitó hacer un comentario:
‒¡Cuidado, Lilian, que no creo que Paul pueda conducir empalmado!
Todos, menos yo, se echaron a reír.
‒¡Eres un cerdo! ‒Exclamó Yazme mientras le daba un suave codazo.
Lilian quitó su mano de mi pierna. Aquel gesto me había nublado hasta el alma. Les miré por el espejo retrovisor y puse cara de enfadado:
‒Niños, si no os portáis bien ‒dije poniendo voz de padre‒ no volveré a llevaros a la playa.
‒Mejor para vosotros, así podréis venir solitos ‒Blanka hablaba con cariño, pero con esa ligera malicia que siempre tiene en la voz.
‒Sí ‒añadió Kike‒, sin nosotros dando mal tendréis toda la casa para follar.
Hubo un silencio. Luego carcajadas inmensas. Mis amigos son unos cabrones, unos verdaderos y auténticos cabronazos. Blanka, cuando dejó de
reírse, puso la puntilla a aquella serie de comentarios:
‒Bueno, colegas, no hace falta que esperen a volver a la playa. Incluso si están muy apretados podemos parar en una gasolinera y que se peguen un
polvo rápido.
Mar le tapó la boca a Blanka:
‒¡Vais a matar al pobre Paul!
Hice algo que sabía iba a cambiar el rumbo de la conversación. Saqué el disco del reproductor y puse uno de mi colección.
‒¡No, por favor, eso no! ‒Exclamó Blanka‒ ¡Ya nos callamos, pero por todo lo que quieras no nos tortures con eso!
‒Si no os estáis calladitos os llevó hasta casa con Depeche Mode.
‒Sí, señor, nos estaremos calladitos, pero no seas cruel con nosotros ‒dijo Aitor, que intentaba no descojonarse.
‒Tenéis el gusto musical en el culo ‒les dije.
‒Reconoce ‒dijo Mar‒ que eso está pasado de moda, además de ser un completo y auténtico coñazo.
‒¿Es legal llevar está música en el coche? ‒Preguntó Kike.
Blanka se descojonó y dijo:
‒No creo, escuchar esta mierda es peor que conducir ciego de cubatas. Como nos pille la policía con esto se nos va a caer el pelo.
‒No sé por qué os aguanto ‒les dije‒. Os llevo a mi casa, os llevo en mi coche, os cachondeáis de mí y aun encima no puedo poner la música que a
mí me sale de los huevos.
‒Somos los peores amigos del mundo ‒dijo Carol.
‒Sí ‒afirmó Kike‒, pero somos los únicos que tiene.
‒¿Nunca habéis pensado que a lo mejor nadie se le arrima porque nos tiene a nosotros por colegas? ‒Añadió Mar.
‒Vaya ‒dijo Blanka‒, no había caído en eso. Tenernos por amigos es peor que un concierto de Depeche Mode.
‒¡Dios! ¡¿Qué tenéis contra este grupo?! ‒Exclamé divertido.
‒No les hagas caso ‒interrumpió Lili‒, a mí me gustan.
‒¡Uuuuuu! ‒Chilló Aitor‒ Eso no vale, le estás haciendo la pelota. Lilian, seguro en el fondo no te gustan, para escuchar eso hay que estar un poco…
¿cómo decirlo?
Entonces cada uno de mis colegas fue diciendo lo que le vino a la cabeza:
‒¿Grillado?
‒¿Perturbado?
‒¡Vale, dejadlo ya! ‒Exclamó Carol‒ Suficiente tiene el pobre con lo suyo como para que nosotros metamos el dedo en la herida.
‒Que sepáis ‒les dije‒, que no os hago ni puñetero caso. Por cierto, tenemos que parar en cuanto venga una gasolinera.
‒¿Vais a pegar un polvo? ‒Insistió Blanka.
Otra vez risas. Aunque incómodo, me lo estaba pasando en grande. Mis amigos son la cosa más cachonda del mundo.
‒A echar gasolina ‒dije ignorando sus comentarios y sus risas.
Paramos y siguió el cachondeo.
‒¡Ojo con la manguera, Paul! ‒Gritó Aitor.
‒Sí ‒añadió Blanka‒, ten cuidado cómo la metes. ¡Si ves que no puedes que te la sujete Lilian!
Cabrones, son unos auténticos cabronazos. Así que el resto del trayecto fue más o menos igual. Me obligaron a cambiar de música bajo la amenaza
de denunciarme por terrorismo y les puse algo de dub-step que, más o menos, les gustaba a todos.
Luego fui dejando a cada uno en su casa. Nos quedamos solos Lilian y yo y como no, al dejar a Blanka, que era la última que quedaba, no
desaprovechó de hacer un último comentario:
‒¿Lleváis gomas?
Fui a contestar, pero como ocurrió en mi casa de la playa, Lilian se me adelantó.
Se giró y mientras Blanka iba a salir le dijo:
‒Sí, llevo una caja en el bolso.
Blanka se rió y cuando estaba fuera se asomó por la ventanilla del copiloto y le dijo a Lili:
‒Cuídamelo, ¿vale?
‒Puedes irte tranquila.
Mi amiga desapareció calle arriba y puse el motor en marcha:
‒¿Dónde te llevo? ‒Le pregunté, dándome cuenta en ese momento de que durante el tiempo que compartimos habíamos hablado de muchas cosas,
pero nunca me había contado dónde ni con quién vivía.
‒No me apetece volver a casa ‒sus ojos centellearon.
Esa tímida tristeza, apenas perceptible, que siempre tenían sus gestos y sus palabras, se evidenció inmensa entonces.
‒¿Estás bien?
‒Bueno, no mucho. En realidad no quiero volver a mi casa ‒me miró y se mordió los labios‒. Cuando estoy contigo me encuentro genial, pero el
resto del tiempo lo paso fatal. Paul, tengo algo que contarte. Me gustaría hacerlo en un sitio en el que estemos más a gusto.
‒Claro, Lili, podemos ir a donde quieras.
Estaba hermosa, pero triste.
‒Llévame a tu casa, podemos cenar allí si quieres.
‒Me parece estupendo.

En pocos minutos llegamos y aparcamos. Parecía nerviosa, estaba diferente a como había estado el resto del fin de semana; la notaba intranquila,
seria, no sé, preocupada. Era una mujer distinta a esa alegre y picante chica con la que había hecho el tonto en la piscina. No comprendía a qué se debía
aquel cambio, pero intuí que era algo grave. Tal vez se arrepentía de mí.
Subimos a mi piso y nos sentamos en el sofá. Me lo pensé, sobre todo porque me daba mucha vergüenza hacerlo, pero al fin saqué valor y le cogí las
manos. Me miró y le dije:
‒¿Qué te pasa? ¿Te han molestado los comentarios de mis amigos?
‒¡Oh, no, no es eso! Todo lo contrario, la verdad es que hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien. Tienes mucha suerte de tenerlos como
amigos. Espero no haber estado demasiado callada o seria, no quiero que se hayan quedado con la impresión de que soy una creída ni nada por el
estilo.
‒No te preocupes por eso, no van a pensar nada malo de ti ‒le apreté más fuerte las manos y ella clavó sus ojazos en mí‒. Entonces, ¿qué es lo que te
hace estar tan triste?
Guardó silencio unos instantes. Parecía indecisa, pero al fin habló:
‒Paul, me gustas, me gustas mucho.
Mierda, me quedé flipado. Una cosa es que hubiese tonteado conmigo y otra bien distinta que se me estuviese declarando. No podía ser, no me lo
creía:
‒Tú ‒mi voz temblaba‒ también me gustas, eres una chica increíble y desde que nos conocimos he pensado que eres mucho mejor que yo.
‒No seas tonto ‒dijo posando una de sus delicadas manos sobre mi cara‒, eres encantador, listo y muy guapo. Me gustas, pero tengo miedo.
‒¿Miedo?
‒Sí, miedo a mi ex ‒de repente su voz se quebró y brotó de sus ojos un mar de lágrimas.
Se abrazó a mí. Sentí su cuerpo pegado al mío y un calor de infinito amor me inundó por dentro. Muchas ideas flotaban en mi cabeza, muchas
posibilidades que, poco a poco, se fueron convirtiendo en una sola:
‒¿Era…?
‒Sí ‒dijo mirándome a los ojos‒. Uno de estos días me llamó y me dijo que me había visto con otro y empezó a decirme puta, que era una guarra y
que tenía que estar con él o con nadie más.
Un ardor de rabia y también de lástima se adueñó de mi corazón. ¿Cómo puede alguien hacerle daño a una mujer? ¿Cómo es posible llegar a
convertir el amor en algo tan terrible como la violencia?
‒Tranquila, no te va a hacer daño, no lo voy a permitir.
Me miró con los ojos empapados en lágrimas y nos abrazamos de nuevo. Sollozó durante un rato y yo, que soy muy sensible, no pude evitar echarme
también a llorar.
‒No sólo me da miedo que me haga dañó a mí, también me asusta que pueda meterse contigo ‒me dijo.
Sonreí con sinceridad. Sí, fue una sonrisa que decía “no pasa nada, prefiero que me partan la cara antes que perderte”.
‒Nada nos va a separar ‒le dije poniendo palabras a mi gesto.
11, JM

“Una conversación entre colegas”

Esta tarde he quedado con Yuri y con Lichi antes de pillar el tren. Mientras les esperaba en la terraza de un garito (ellos siempre llegan tarde, es una
cualidad que comparten), he pensado en Bea y en la nota que me dejó. Me decía que se lo había pasado muy bien a mi lado y que, si quería, podía
llamarla al número anotado.
Por supuesto no la he llamado; por supuesto, no la he olvidado y estoy aterrorizado.
En la calle la gente iba y venía, a lo suyo. Aquello parecía un río de personas y he estado un rato contemplando el ir y venir, divertido, inventando
las vidas de aquellas personas que más me llamaban la atención. Y de crío me gustaba mirar a la peña e inventarme qué es lo que hacían en su vida.
De pronto ha aparecido Yuri:
‒¿Qué te pasa en la cara? ‒Me ha preguntado nada más sentarse.
‒¡Ah, esto! ‒He dicho tocándome la cara‒ Es mi belleza natural. No me sorprende que te cueste acostumbrarte, no debe de ser fácil estar en
presencia de un tío como yo. De todas formas ten cuidado no sea que de tanto mirarme te de algo.
Me ha mirado con desdén:
‒Perdona, JM, no te entiendo. ¿en qué idioma hablas? Ya sabes que yo no hablo el imbécil tan bien como tú.
Me he reído un buen rato. El camarero ha venido hasta nuestra mesa y nos ha preguntado qué queríamos tomar:
‒Yo un botellín de agua ‒le he dicho‒ y para mi amiga una tila bien cargadita, que está muy nerviosa.
‒No le hagas caso ‒ha dicho Yuri‒, es que el pobre tiene unos ligeros problemas en la cabeza que le impiden comportarse como un ser humano
normal. Mejor tráeme un café con leche y un croissant.
El pavo ha flipado con nosotros y se ha ido a la barra.
‒¿No estabas a dieta? ‒le he preguntado.
‒Oye, un croissant no engorda tanto.
‒No lo digo por eso, Yuri, sino por lo del sábado pasado. ¿No te atragantaste con tanto… amor?
‒Buf… Tío, me cansas… Oye, ahora en serio, ¿se puede saber qué te pasa en la jeta?
‒¿Aún sigues con eso?
‒Estás raro.
‒No sé. Estoy igual que siempre.
‒No, tío, te noto algo raro, algo distinto. Ummm, ¿qué pasó con la tía esa que te subiste al cuarto?
‒¿Qué pasó? ‒La he mirado sonriendo‒ Creo que ya eres mayorcita para saber lo que un hombre y una mujer hacen cuando se gustan y tal.
Yuri ha ladeado la cabeza y sus ojos, rasgados y densos, me han traspasado:
‒Creo que estás pillado por esa pava.
‒¡Ni de coña! Es una más.
El camarero nos ha traído las cosas y se ha marchado.
‒Mientes, se te nota algo nuevo en los ojos cuando hablas de ella, un brillo especial.
‒Eso es una ñoñada. Estás pirada.
‒Y tú enamorado.
‒La que se quedó pillada fue ella. ¿Sabes que me dejó una nota en la mesilla?
Sus ojos se han abierto de par en par:
‒¿Qué te ponía?
‒Cotilla.
‒No, eso es lo que soy yo, seguro que en la nota ponía otra cosa.
Me he reído. Yuri es una tía fantástica, además de ser la persona más inteligente que he conocido en mi puñetera vida. Y una rapera de la hostia. Y
una buena amiga. Y la pieza fundamental del grupo, pues es ella la que se ocupa de los contratos y de la pasta. Yo, aparte de hacer las bases y pinchar
en los conciertos, lo que mejor hago es hacerla rabiar y gastarme el dinero.
‒Está bien. Me decía que lo había pasado muy bien y que aunque sabía que me había inventado el número que le había dado, me dejaba el suyo por
si alguna vez volvía por allí y quería pegarle un toque para salir un rato.
‒Y tú, como no estás pillado, has tirado la nota, ¿verdad?
He dado un trago al botellín y he sonreído.
‒Tampoco es eso, me puede ser útil. Bea está impresionante, no merece la pena perder un contacto como ese.
‒Te conozco, eres un calientabragas, a ti nunca te ha gustado repetir con la misma tía dos veces. Eres ¿cómo decirlo…?
‒¿Un triunfador?
‒Yo estaba pensando en la palabra cabrón.
‒¡Eh, tú también te diviertes con los tíos!
‒Lo mío es distinto, es más profundo.
Me he reído a carcajadas:
‒Sí, profundísimo, sobre todo con el del sábado.
‒¡Colega, estás obsesionado con el tamaño de la polla del tío ese! Pues que sepas que sí, que la tenía muy larga, pero que no la sabía utilizar. Era un
chulo y un egoísta. Hay tíos que la tienen más pequeña pero la manejan mucho mejor. Tamaño y calidad no van de la mano.
‒Yo tengo ambos atributos.
‒¿Egoísmo y chulería? ‒Ha dicho riéndose.
Luego ha empezado a comerse el croissant y hemos estado un rato en silencio.
‒Si te soy sincero…
‒¿Tú sabes ser eso? ‒Me ha interrumpido.
‒Paso de ti. Bueno, lo que decía, creo que tienes razón. Hay algo de esa pava que me dejó flipado, no sabría decir qué narices es, pero nunca antes
lo había sentido.
‒Amor ‒ha dicho tajante.
‒¿Has estado enamorada? ‒Le he preguntado sorprendido.
‒Sí, una vez estuve muy pillada por un pavo. Lo conocí en un garito del centro, ¿te acuerdas del Jake´s?
‒Era el bar ese que tenía la puerta azul ¿no? Era un antro asqueroso.
‒Ese, el antro asqueroso. Pues estuvimos saliendo durante casi un año y el día que me dijo que ya no me quería se me cayó el mundo encima. Lo
pasé muy chungo.
‒¿Cuándo fue eso?
‒Hace un par de años.
Me he quedado alucinado, porque por aquel entonces ya habíamos montado el grupo y yo no me enteré de nada.
‒¿Por qué no me dijiste nada de lo mal que lo estabas pasando?
‒Pensé que no te importaría.
‒¿Tan mamón te parezco?
Me ha mirado y no ha hecho falta que contestara para saber que pensaba que sí, que soy un mamón de tres pares:
‒JM, colega, sé que no eres mal tío, pero pasas de todo el mundo que no se llame JM.
He suspirado y he comprendido que tenía razón:
‒Es cierto. Y no creas, también paso de mí. Además, no seré tan mamón cuando ahora me lo estás contando.
‒Eso es porque estás enamorado y eso me demuestra, contradiciendo todo lo que había pensado de ti hasta ahora, que tienes sentimientos.
He sonreído sensualmente, he recorrido mi cuerpo con las manos poniendo cara de puto y le he dicho:
‒De todas maneras, yo te podría haber consolado.
Su cara ha sido todo un poema.
‒Si fueses el último hombre en la tierra tal vez me lo pensaría.
‒¿No te parezco guapo?
‒Sí, y estás muy bueno, pero entre los ojos y la nuca no tienes nada de nada. Ya te he dicho que de un hombre busco algo más que un buen cuerpo.
Me he levantado y me ha mirado con cara de duda:
‒¿Dónde vas?
‒Al servicio. Y a comprar una pistola para matar a todos los hombres del mundo.
‒¿Me estás lanzando un piropo?
Me he acercado a ella y le he hablado al oído:
‒Yuri, todavía estás a tiempo de saber lo que es un hombre de verdad. Si quieres te puedes venir conmigo al baño y te…
No me ha dejado terminar y me ha dado un codazo en el estómago que me ha dejado unos segundos sin respiración. Soy un tío obstinado, así que en
cuanto me he recuperado, alejándome un poco le he dicho:
‒Ya veo, a la japonesa le va lo duro.
Se ha reído:
‒Sí, algo de eso tiene que haber, porque para compartir grupo contigo me tiene que ir lo fuerte ‒me ha mirado de arriba abajo‒ Sabes, eres
insoportable.
‒Yo también te quiero ‒le he dicho mientras me iba al baño.
Cuando he vuelto había llegado Lichi. Él hace coros y escribe alguna de las letras del grupo. Es un chulo y un macarra, así que supongo que por eso
me llevo tan bien con él. No es muy alto, pero es fuerte. Es un tipo curioso. Yo soy más guapo que él. Se ve que acababa de dejarlo con una tía, una
chica amiga de la pandilla de Paul, aunque ha hablado poco sobre ello. Pronto se nos ha hecho tarde y me he largado con Yuri a pillar el tren.

Ahora, mientras escribo estas páginas en mi diario, viendo pasar las luces que se difuminan como si fuesen de vapor desde la ventanilla, recuerdo el
sábado pasado y me siento raro. Hace muchos años hice una promesa con Aitor, uno de mis mejores colegas. Nos prometimos mutuamente no
enamorarnos jamás de ninguna pava, no queríamos convertirnos en unos moñas, en unos pringados que se enchochan con una tía y se pierden al resto de
las mujeres.
Me siento raro, extraño, diferente. Me prometo a mí mismo que para que se me pase esta tontería me voy a acostar en cuanto pueda con una mujer. En
el bar del tren donde hemos cenado había un par de chicas que no estaban nada mal. Dicen “que una pena quita otra pena y un dolor otro dolor”, pues mi
filosofía es que “una tía buena te hace olvidar a las demás”.
12, Yazme

“¿Te vienes?”

No sé por qué le llamé, pero la cuestión es que me lo había pasado de puta madre el fin de semana con Aitor y quería charlar un rato con él.
Esperaba verlo el lunes, en clase, no obstante no había aparecido en toda la mañana. Tuve la tentación de preguntarle a Lichi, pero pasaba de hablar con
ese idiota que había hecho polvo a Carol; si alguien le hace algo malo a una amiga mía es como si me lo hiciese a mí.
La cuestión es que pasé toda la mañana un poco atontada, nerviosa. El estómago me daba un vuelco cuando se abría la puerta de clase, esperando
que fuese él. Pero no, como he dicho el lunes no apareció por clase y cada vez que entraba otra persona sentía una profunda decepción.
A ver, no es que esté pillada por él ni nada por el estilo, pero me apetecía volver a ver esa sonrisa tan luminosa que tiene, y esos ojazos marrones tan
grandes, y esas espaldas tan anchas y fuertes, y ese culo que me trae de calle…
En fin, como no le vi decidí llamarle. Sí, puede parecer algo precipitado, pero nada más comer cogí el móvil y le di un toque, como quien no quiere
la cosa.
Acto seguido me sonó el teléfono:
‒¿Me has llamado? ‒Preguntó al descolgar.
‒¿Yo? ‒Dije fingiendo no saber‒ Ni de coña, ¿para qué iba a llamarte?
Hubo un silencio. Creo que le cogí en fuera de juego. Tras unos instantes habló de nuevo:
‒No sé para qué, pero la cuestión es que tengo una llamada perdida tuya.
‒Ummm, no tengo ni idea, a lo mejor le he dado sin querer, llevo el móvil en el bolso y a veces se me desbloquea.
Otro silencio.
‒¿No llevas funda? ‒Me preguntó extrañado.
‒Se me rompió y todavía no me he comprado una.
‒Yo me pillé una hace bien poco. En el Ática hay una tienda en la que venden unas fundas cojonudas por cinco euros, tienen mogollón de modelos.
La conversación me parecía estúpida, pero no me importaba, me sentía tranquila escuchando su voz.
‒¡Ah! Pues igual me acerco esta tarde y me miro una ‒dije sin darle importancia, como si hablase con una amiga‒. Aunque nunca he estado en el
Ática, no tengo ni idea de dónde está.
‒Debes de ser la única tía del instituto que no ha ido todavía.
Me tuve que morder los labios porque estuve a punto de decirle “qué pasa, que conoces a todas las tías del instituto, ¿o qué?”, pero no le dije nada.
Sentí que las mejillas se me acaloraban y que algo parecido a la rabia ascendía por mi cuerpo y se adueñaba de mi mente. Hice un gran esfuerzo para
contenerme.
‒Pues no ‒dije procurando no delatar mi estado de ánimo‒, aún no he ido al sitio ese, no soy una chica que adore ir de compras, y por lo que sé está
a las afueras y los autobuses me marean.
‒Vale ‒dijo despreocupadamente‒ ¡Ah! Oye, yo esta tarde quiero pasarme por allí para dar una vuelta, si quieres podemos ir juntos. Te llevaré en mi
moto y así no te marearás.
No sé si su tono fue dulce o me lo pareció, pero el calor que la rabia había provocado en mis mejillas se esfumó por arte de magia. De repente noté
otro rojo, pero aquel era un rojo de ira, sino de… ¿de qué me estaba poniendo colorada?
‒No sé ‒dije haciéndome la remolona, aunque ya estaba pensando en qué me iba a poner‒, tengo un montón de cosas que estudiar.
‒¿Estudiar?
Solté una carcajada algo borde y le dije:
‒Sí, eso es lo que hacemos algunas chicas del instituto. A lo mejor tú solo conoces a las que van de compras ‒se me escapó, lo reconozco, no tuve la
capacidad suficiente para tragarme el veneno.
Pensé que se iba a enfadar, pero no lo hizo, sino que comenzó a reírse. Otra vez aquella maldita sonrisa, sí, maldita porque tiene el poder de
emborracharme y de arroparme y de encenderme.
‒Nunca es tarde para conocer a chicas distintas.
“Menudo cabrón” pensé cuando le oír decir eso, pues me di cuenta de que es un tío capaz de darle la vuelta a todo para hacerme sentir alagada. Me
dejó noqueada, no tenía ni la más remota idea de qué contestarle. Afortunadamente no tuve que hablar, porque mi silencio hizo que hablara él:
‒¿A qué hora paso a buscarte?
‒Primero tendré que decidir si voy o si no voy ‒le dije aparentando que no sabía lo que iba a hacer.
‒Venga, no seas sosa y vente conmigo. Total aunque no estudies vas a aprobar de todas maneras, con lo lista que eres.
Otro piropo. En fin.
‒¿Así que te parezco lista?
‒Joder, eres la hostia de inteligente, en clase te lo sabes siempre todo.
‒Tienes razón ‒dije poniéndome altiva, sin abandonar el tono de cachondeo‒, soy muy inteligente.
‒Y muy guapa ‒añadió Aitor.
‒También ‒dije.
Nos reímos. Supongo que esperaba que le dijera que él también lo era, pero no le iba a dar la satisfacción. En lugar de decirle lo que estaba
deseando escuchar le di largas:
‒Bueno, voy a mirar la agenda a ver qué tengo que estudiar y te llamo en un rato para decirte si voy o no.
‒Como quieras. Espero tu llamada ‒percibí cierta desazón en su voz.
‒Ahora te llamo.
Colgamos y me puse a mirar, pero no la agenda, sino el armario para escoger modelito. Me miré al espejo de mi cuarto y me vi muy guapa, “no me
extraña que quiera ir contigo, nena, porque estás cañón” le dije a la Yazme del espejo, que me sonrió al ver que me comportaba de aquella manera. Me
estuve riendo yo sola…, no, no es que me estuviese volviendo majara, solo se trataba de algo terrible llamado nervios.
A los diez o quince minutos cogí el móvil y le llamé:
‒¿Cuánto tardas en mirar una agenda? ‒Me dijo.
‒Hace rato que la he mirado, pero es que se me ha ido el santo al cielo y me había olvidado por completo de llamarte ‒Sí, cuando quiero puedo ser
bastante malvada.
El pobre no contestó. “Donde las dan las toman” pensé para mis adentros.
‒Bueno, que, ¿vienes o no? ‒Dijo con algo de impaciencia.
Parecía que había dañado un poquito su orgullo.
‒Sí.
‒¿Cuándo paso a buscarte?
‒No sé, ¿qué hora es?
‒Las tres y media o las cuatro.
Guardé silencio. Sabía perfectamente a qué hora quería que me pasase a buscar, pero hice como que dudaba:
‒Pásate a eso de las cinco, así tengo tiempo para descansar un rato.
‒Y para ponerte mona ‒dijo y soltó una carcajada tenue y dulce.
“Sí, definitivamente donde las dan las toman… A lo mejor no es tan tonto como parece” pensé, porque me daba la impresión de que sabía que estaba
nerviosa y que me iba a desesperar delante del espejo.

Cuando llegó yo estaba esperando en el portal. Le vi aparecer en la moto y me pareció muy mono, sobre todo porque al quitarse el casco puso cara
de perdonavidas, entrecerrando un poco los ojos “en fin” pensé, “espero que merezca la pena”.
‒¿He llegado tarde? ‒Me preguntó.
‒No, aún no son ni las cinco.
‒Ah, como estabas ya aquí.
Antes de que hiciese el comentario que sabía que iba a hacer, me adelanté:
‒Había bajado a comprar unas cosas ‒mentira‒, pero resulta que hasta las cinco no abren el súper. Por lo que veo tú estabas nervioso por venir a
buscarme
Sonrió y me miró de arriba abajo.
‒Y si hubiera sabido ‒dijo con gesto de satisfacción‒ que te pondrías así de sexy habría venido mucho antes.
Me ruboricé. Sí, tengo una maldita e increíble facilidad para ponerme colorada, cosa que no me gusta lo más mínimo. Hay idiotas que piensan que
las negras no nos ruborizamos, en fin.
La verdad es que me había puesto muy guapa; unos shorts vaqueros (bastante shorts, por cierto…) y una camiseta blanca de tirantes con escote
regulable, es decir, con unos botoncitos a la altura de los pechos que me permiten regular el nivel de escote (de “niña recatada” a “mírame y derrítete”).
Por el momento lo llevaba en el nivel “se ve lo justito”.
Aitor llevaba unos pantalones vaqueros negros y una camiseta entallada, también negra. Iba muy guapo.
Llevaba otro casco atado en la parte trasera del asiento y me lo puse. Era un casco de esos de verano que son completamente abiertos. Yo nunca
había ido en moto, nunca. No tenía ni idea de cómo sujetarme. Aitor puso la moto en marcha, se puso el casco y se montó.
‒Ahora te toca a ti ‒me dijo.
‒Vale ‒dije indecisa.
Me monté y dejé los brazos caídos hacia los lados. Él notó que aquello era completamente nuevo para mí.
‒Yazme, ¿has montado alguna vez?
‒No.
Se giró, se quitó el casco y me dijo con los ojos abiertos de par en par:
‒¿Todavía eres virgen?
Mierda, había vuelto a caer en sus tonterías. “¿Cómo puedo ser tan estúpida?” pensé al ver ese brillo en sus ojos, ese brillo tan canalla y tan, en fin,
tan bonito.
‒¡Eres idiota! ‒Exclamé y le di un golpe en el brazo‒. Y no, nunca he montado en moto.
‒Es muy fácil, para ir segura tienes que sujetarte a algo fuerte…, como yo, por ejemplo. Tienes que poner tus manos ‒dijo mientras echaba hacia
atrás las suyas y me cogía de las manos para ponerlas en su cintura‒ aquí y agarrarte con fuerza.
‒¿No te pondrás demasiado nervioso y no podrás conducir?
Yo, al menos, sentía algo al sujetarme a su cuerpo.
‒Tú, nena, agárrate fuerte.
‒¿Nena?
‒¡Oh, perdón! Agárrese fuerte, señora marquesa.
Recordé el incidente de los vestuarios de la playa y sonreí. Una alegría inmensa inundó mis sentidos, a su lado me sentí genial. Tenía, además, un
comentario que estaba deseando hacerle:
‒Oye, Aitor, si quieres puedes pasar por zonas en las que haya colegas tuyos, así podrás vacilar del pibón que llevas montado en la moto.
Me miró a los ojos, sonrió y dijo con seriedad:
‒Yazme, tía, me mola como eres.
Se puso el casco y nos fuimos de allí.
Aitor condujo rápido, pero creo que lo hizo bastante bien, es decir, aunque a veces parezca un descerebrado en el fondo tiene algo de sentido común.
Me gustó la sensación de ir montada en la moto; la velocidad, los coches que quedaban atrás, la gente que caminaba, el aire en la cara, mis manos
sujetas a su cintura.
Pueden parecer las palabras de una tonta, pero joder, me hubiera encantado echarme un poco hacia delante y abrazarme a su espalda, recorrer su
pecho con mis manos y sentir toda su anchura en mí.
No tardamos más de quince minutos. Jo, los disfruté una barbaridad. Deseaba que el centro comercial (que habían abierto hacía medio año y en el
que nunca había estado, sobre todo porque no me mola ir de compras y no me gusta, tampoco, la gente del instituto que va por allí) estuviese lejos, muy
lejos, tal vez al otro lado del mundo, así podría haber disfrutado mucho más rato de ir con él. Por otro lado también quería llegar pronto y poder
charlar, pasear, hacer lo que fuese.

Cuando llegamos había un montón de gente en la puerta. Ya desde la moto pude ver a alguna de las tías del instituto. Aitor aparcó al lado de un
montón de motocicletas y ató los dos cascos.
‒¿Qué tal? ‒Me preguntó sonriendo.
‒Bien, muy bien.
Mientras nos acercábamos a la puerta un grupito de pavas nos miró. Una de ellas, la más zorra, se acercó hasta nosotros.
‒¡Aitor! ‒Dijo con ojos de perra hambrienta‒ ¿Qué haces por aquí?
‒Hola, Paula ‒me pareció que Aitor se mostraba demasiado serio para lo que él suele ser‒. He venido con Yazme a dar una vuelta.
La perra me miró de arriba abajo. Yo también la miré e hice una medio sonrisa que decía “ha venido conmigo, no contigo, ¿jode?”. Ella sonrió con
falsedad, se acercó y nos dimos dos besos.
‒Paula ‒dijo con voz cortante.
‒Encantada ‒contesté.
Volvió a mirar a Aitor, parpadeó sensualmente y con una voz melosa, completamente distinta a la que había utilizado conmigo le dijo:
‒¿Te apetece quedarte con nosotras? Vamos a ir al cine, todavía estás a tiempo de pillarte una entrada ‒dijo volviendo a parpadear.
“¿Cómo puede ser tan cabrona? Esta tía está flipada” pensé nada más oírla. Yo estaba expectante a la contestación de Aitor; lo tenía muy claro, si le
seguía la corriente le daba una patada en el culo y me volvía sola a casa. Una cosa es que supiese cómo era y otra muy distinta era dejarme ningunear en
mis propias narices.
‒No ‒dijo Aitor‒, hemos venido a comprar unas cosas para ella y a lo mejor cenamos alguna cosa por aquí.
Agridulce, sí, esa fue la sensación que tuve. Por un lado me gustaba el plantón que le acababa de dar a Paula y por el otro me sabía malo que
estuviese organizando la tarde. “¿Quedarnos a cenar? ¿Quién te ha dicho que nos vamos a quedar a cenar?” pensé algo contrariada.
Como era de esperar, la tía no estaba dispuesta a rendirse:
‒Vaya, es una lástima ‒hizo otro parpadeo sensual‒, porque nos lo pasaríamos muy bien, nos podríamos sentar juntos y compartir palomitas y Coca-
Cola.
“Y compartir saliva, no te jode. Sí, y en lugar de meter la mano en el cubo de las palomitas se la meterías en la entrepierna”
‒No insistas ‒Aitor se mostró serio, cosa que me sorprendió, en un principio esperé que le tirara la caña, porque además, aunque me sepa malo
reconocerlo, Paula iba muy mona y seguro que cualquier tío querría liarse con ella. Pero no, Aitor parecía un tío hecho y derecho, con respeto‒, no voy
a cambiar de opinión. Quiero pasar la tarde con Yazme.
La tía no se dio por vencida:
‒¿Y luego qué vas a hacer? ‒Paula volvió a parpadear con picardía‒ Hemos quedado para dar una vuelta, te puedes venir con nosotras si quieres, a
lo mejor vamos al Thunder a tomar algo ‒y para rematar parpadeó de nuevo un par de veces.
Lo de los parpadeítos me sacaba de quicio, no podía aguantarme más:
‒¿Se te ha metido algo en los ojos, cariño? ‒Le pregunté.
Si las miradas tuviesen el poder de asesinar, ahora mismo yo estaría bajo tierra, porque la mirada que me lanzó fue venenosa.
Aitor estaba incómodo, lo notaba en su cara y en sus gestos. Me sentí fuerte y decidí acabar con aquella gilipollez y ponerle el punto en la boca a esa
idiota. Yo estaba a la izquierda de Aitor. Me acerqué un poco más a él y le cogí por la cintura.
Aitor sonrió:
‒¿Nos vamos? ‒Me dijo cogiéndome él también de la cintura.
‒Cuando quieras ‒le contesté.
Paula se quedó con un palmo de narices y nosotros entramos en el centro comercial. Mientras nos íbamos alejando, sabiendo que Paula nos estaría
mirando, bajé la mano, la puse a la altura del culo de Aitor y cerré el puño dejando el dedo corazón arriba.
13, Aitor

“Tal vez me esté enamorando”

El Ática estaba petado, había mogollón de peña por todas partes. Aunque yo iba a mi bola, bueno, en realidad a nuestra bola.
Nunca me había pasado eso con una tía, es decir, lo de ir como en una especie de burbuja. Una dulce burbuja, a decir verdad. Cuando nos metimos
para dentro, después del encuentro con Paula y vi nuestro reflejo en uno de los escaparates, me quedé flipado: “voy de la cintura con una pava” pensé.
Puede parecer increíble, pero nunca había ido de ese modo, para mí las tías eran eso, tías, nada más.
Y sin embargo con Yazme me ocurre algo muy distinto, pues aparte de estar deseando comerle la boca (porque está cañón), también me gusta mucho
hablar con ella de todas las cosas. Paul dice que cuando estás enamorado de una persona todo de ella te parece interesante, no hay nada que te aburra o
te canse. No sé si estoy enamorado o no, porque soy muy malo para saber las cosas que siento. De lo que estoy seguro es que no la veo como a “otra
más”; y es que Yazme no es otra tía más, es especial, es más guapa y más inteligente.
Bueno, que me voy por las ramas. Íbamos agarrados por la cintura y como he dicho flipé al vernos en el reflejo:
‒Hacemos buena pareja ‒dije casi sin pensarlo, como si hablase para mí.
Ella apretó su mano y me clavó suavemente las uñas:
‒¿Buena pareja? ‒Preguntó mirándome fijamente y con cara de pilla‒ ¡Eh, no te hagas ilusiones, solamente te he cogido para librarte de la tía esa!
Me reí. Pensé que la culpa de que Paula me tirase la caña era mía y solo mía, porque a fin de cuentas siempre había tonteado con ella. Pero no quería
seguir haciéndolo, no me apetecía. Como por arte de magia el resto de las mujeres habían pasado a un segundo plano. O a un tercer plano.
‒¿Ah, sí? ‒La miré con una sonrisa en los labios‒ ¿Entonces por qué sigues agarrada a mí?
Guardó silencio unos instantes, miró al frente y dijo:
‒Por nada. Es que el aire acondicionado en estos sitios es horrible y tengo frío.
La miré y al ver su perfil me pareció verla más guapa todavía. Su figura es una delicia; tiene las piernas largas y delgadas, luego el culo lo tiene
redondito y con la curva de la espalda su cuerpo se dibuja en forma de ese…, y las tetas…, no veas cómo las tiene. Es un bombón.
‒Puedes agarrarte el rato que quieras, a mí me encanta que vayamos así.
Intentó disimular la sonrisa, y eso hizo que un gesto muy dulce se adueñara de su rostro. Me miró de reojo y pude comprobar que se estaba poniendo
colorada:
‒¿Dónde está la tienda esa de las fundas? ‒Me preguntó, creo que para cambiar de tema.
‒En la planta de arriba, es una tienda que venden de todo tipo de pijadas para móviles, ya verás te va a encantar. Creo que tienen cosas de tu estilo.
‒¿De mi estilo? ¿Y cuál es mi estilo?
Esa pregunta no me la esperaba, de ninguna de las maneras:
‒No sé, a ver, eres…, bueno, da igual.
Yazme se detuvo. Me miró a los ojos y aluciné con la belleza del verde de su mirada. Ese color tan verde, tan brillante y tan luminoso contrasta
exageradamente con el negro de su piel. Creo que unos ojos así en una chica blanca no resultarían ni la mitad de bonitos.
‒No, no da igual ‒dijo‒ ¿qué se supone que soy?
Apenas la oí, aquella mirada me había dejado ciego a todo lo demás, solo escuchaba sus parpadeos. Pero el verde comenzó a echar chispas, Yazme
quería saber qué se suponía que pensaba de su estilo.
Volví a la realidad:
‒Eres una chica guapísima ‒dije.
Me miró como diciendo “no intentes despistarme, guapo, porque te acabo de hacer una pregunta y ni de coña te quedas sin contestar”:
‒Buen intento, pero no cuela.
No sabría decir cuánta peña había a nuestro alrededor, porque en esos instantes solamente existíamos ella y yo.
‒A ver ‒dije intentando escoger perfectamente cada palabra‒, tu estilo es en plan de tía normal, quiero decir, que no eres una cosa o la otra como
Blanka que es así como punki o Lisa que es plan rollo hipster.
‒Vamos, que soy una chica del montón.
Un rodillazo en los huevos no habría sido tan doloroso, estoy seguro. ¿Quién enseña a las mujeres ese tipo de cosas? Es decir, la mayoría de los
pavos somos más sencillos que el mecanismo de un chupete, pero en cambio las tías siempre tienen comentarios que te pueden tumbar, joder, que te
dejan noqueado con una frase.
“¿Qué se supone que tengo que contestarle a eso?” pensé. Pero eso no era lo peor, no, lo peor era que estaba entre la espada y la pared. Las pavas
tienen una especie de manual de tíos, no sé, como una “plantilla” de cosas que se deben decir y otras que no se deben decir. Y Yazme, además, es
extremadamente inteligente (estoy convencido que mucho más que yo) por lo que tenía que medir bien la respuesta. Al puto milímetro.
‒Es que tú ‒dije con seguridad‒ no necesitas ir de nada para destacar.
“¡Bingo, colega, la has clavado!” Me dije a mí mismo, pensando que era una frase cojonuda. Ella me miró. Su mirada era indescifrable. Por unos
instantes pensé que la había cagado, pero de repente sonrió y el blanco de sus dientes me iluminó:
‒Tú también destacas del resto, Aitor.
‒¿Para bien o para mal?
Dudó y sin dejar de sonreír me dijo:
‒Unas veces para bien y otras para mal.
‒Tienes razón.
Y es que la tenía, porque yo mismo me doy cuenta de que a veces meto la pata y otras acierto con todas las de la ley, o sea, que la clavo y la cago por
igual.
Comenzamos a caminar de nuevo y subimos hasta la tienda de “pijaditas”. Me hace gracia ese nombre, se lo puso Lichi el primer día que fuimos a
ver el centro comercial. Dentro había un montón de gente mirando las cosas y tocándolo todo. Los seres humanos somos como monos, nos encanta tocar
las cosas, sentirlas entre los dedos.
Cuando empezamos a mirar fundas (que por cierto hay decenas y decenas de modelos) nos separamos, de repente, sin saber por qué. Creo recordar
que Yazme vio una que le gustaba una y se alejó un poco y nos soltamos. Me sentí vacío al dejar de notar su cuerpo entre mis dedos:
‒¿Te gusta esta? ‒Me dijo señalando una horrible funda rosa.
Entrecerré los ojos, apreté un poco los labios y dije:
‒Ummm, es de tu estilo…
‒O sea, que no te gusta.
‒No he dicho eso. A ver, es rosa, llamativa, un poco pija, no sé, es mona.
‒¿Mona? ¿Desde cuándo Aitor utiliza la expresión “es mona”?
‒¡Ja! La uso mucho ‒me acerqué a ella y le hablé muy cerca del oído, y joder, eso me puso mogollón‒, pero no se lo digas a nadie.
‒Ya, ya, perderías puntos en el ranking de los machos.
‒¡Exacto! ‒Dije mientras me separaba de ella‒ Tengo que mantener intacta mi fama, ya sabes.
‒¿Cómo si estuviésemos en la selva y fueses un gorila?
Le sonreí y le puse esa cara que creo que a las tías les mola tanto:
‒Yo diría más bien que soy un león.
Agitó suavemente la cabeza y sonrió:
‒Dios mío, eres de lo que no hay. Bueno, ¿te gusta la funda “mona”?
Miré un poco el resto de fundas y cogí una que me parecía más acorde:
‒Creo que esta te quedaría mejor ‒le dije.
‒¿Te gusta el color verde?
‒Desde que te miré a los ojos es mi color preferido.
‒¡Oh, mucho cuidado, el leoncito se está volviendo un romántico! ‒Dijo riéndose‒ ¿Está permitido el romanticismo en las normas de los machos?
‒A lo mejor merece la pena saltarse alguna norma de vez en cuando.
‒Me gusta la idea. Así que tal vez la “pija” puede también saltarse alguna norma, ¿no crees?
En ese momento se nos acercó una dependienta y nos preguntó si necesitábamos algo. Era una “monina”. Según Lichi las moninas son las típicas tías
que no son gran cosa pero que se arreglan mogollón hasta parecer tías buenas. Yo estoy de acuerdo, son las chicas que conoces y que dices “¡Vaya
pibón me he ligado!”, y sin embargo cuando se empiezan a quitar la ropa y el maquillaje van perdiendo puntos.
Una vez conocí a una tía que estaba de puta madre. Fuimos a su casa y a medida que se iba quitando cosas yo me fui desilusionando; para empezar lo
que parecían dos pechos de escándalo se quedaron en el sujetador (había más goma de relleno que carne). Llevaba unos pantalones de esos que en el
trasero llevan algo para levantar el culo (lo que parecía un culo respingón se convirtió en un culo plano). se quitó el maquillaje y parecía otra cosa,
pero no una chica precisamente guapa.
Fue un fiasco. Pero lo peor no fue eso, no, lo peor es que dentro de la cabeza no había tampoco nada. A ver, no es que yo sea un Paul, que es un pavo
capaz de hablar de cualquier cosa y que sabe mogollón de historias, pero tampoco tengo el encefalograma plano, me gusta estar con tías que tengan
conversación.
Bueno, pues eso, la dependienta era una “monina” que fingía bastante mal el interés por su trabajo; su “necesitáis algo” sonó en realidad como un
“me suda la raja del culo si compráis o no compráis nada, total para la mierda que me pagan en este curro de mierda como si queréis mangar la tienda
entera”.
‒No ‒contestó Yazme.
La “monina” se alejó. Yo llevaba todavía la funda en la mano. Yazme se fue hasta un stand de esos giratorios, cogió una funda y me dijo:
‒¿Qué te parece esta?
Entre las manos tenía una funda negra, de piel, con una calavera en el centro y mogollón de pequeñas tachuelas:
‒A ver ‒le dije echándome un poco para atrás, como si así la pudiera ver mejor‒, póntela así a un lado de la cara y sonríe.
Hizo lo que le decía, sonriendo como una boba. Se puso de varias formas, cambiando de lado la funda como las tías esas que venden cosas por la
tele y muestran el producto en diferentes posturas. Me pareció encantador ese sentido del humor. Hizo varias veces el tonto, girando las caderas hacia
un lado, echándose un poco hacia delante y poniendo “morritos” mientras sujetaba la funda con las dos manos.
Yo me estaba descojonando. Y también poniendo morado.
‒¿Qué te parece mi nuevo look de pija-punk? ‒Preguntó.
‒Creo que si sigues por ese camino podrás llegar a ser como la dependienta.
‒¿Tú crees? ‒Preguntó fingiendo ilusión.
‒Sí, pero tienes que trabajar muy duro, una chica no se convierte de la noche a la mañana en una “monina”.
Puso otra vez “morritos selfie” y parpadeó como lo había hecho Paula en la puerta del centro. Yo me partía el culo:
‒¡Así, Yazme, muy bien! ¡Espera ‒exclamé cayendo en la cuenta de que ese momento tenía que quedar inmortalizado‒, esto se merece un selfie!
Cogí la funda rosa que había dejado Yazme y me coloqué junto a ella. Saqué el móvil y estirando el brazo nos enfoqué. Juntamos nuestras caras y
ambos pusimos “morritos”:
‒¡Más gordos, Aitor, tienen que ser mucho más gordos! Imagínate que te hubieran picado una docena de avispas en los labios.
Intentando no reírme puse “morritos”.
‒Bien ‒dijo‒, ahora tienes que entrecerrar los ojos, como si tuvieras mucho sueño pero a la vez estuvieras excitado, tienes que poner la misma
mirada que has puesto cuando te has bajado de la moto.
‒¡Eres una cabrona! ‒Le dije.
Nos reímos mucho. De repente ella pasó su mano otra vez por mi cintura y yo hice lo mismo. Pusimos cara de “moninas” e hice la foto.
‒¡Perfecto! ‒Dije.
Hubo entonces un momento extraño. Creo que ninguno de los dos quería separarse del otro, pero no podíamos estar allí sin hacer nada. Nos
separamos y me guardé el móvil:
‒Tienes que decidirte por una ‒le dije.
‒De todas las que hemos visto, ¿cuál me recomiendas?
‒Veamos, la pija-punk te queda bien, es cierto, pero la rosa chicle te puede convertir en la tía más pija del grupo, y eso no es poca cosa.
‒Difícil elección. Ummm, creo que me quedaré con la verde, me ha gustado eso que has dicho de mis ojos.
¡Menuda mirada me echó! Estaba para comérsela. “Vaya, tío, esa mirada es la hostia” pensé y sonreí algo tímido. Sí, tímido, he escrito bien. Por
primera vez en mi puñetera vida una tía me sacaba los colores y me ponía nervioso.
‒¡Maravillosa opción, “monina”! ‒Exclamé.
Salimos de la tienda y Yazme sacó su móvil, que para mi sorpresa llevaba puesta una funda.
Me la quedé mirando y le dije:
‒¿No se supone que no tenías funda y por eso…?
No terminé la pregunta, porque sus ojos me atravesaron y me dejaron helado. Comprendí al instante que me había llamado porque quería salir
conmigo y una especie de rayo me recorrió de arriba abajo. No supe qué narices decir, así que no dije nada y me limité a sonreír.
‒¡Oh! ‒Dijo cambiando totalmente de tema‒ Ya que estamos aquí me podías acompañar a mirarme unos shorts, porque estos que llevo están los
pobres para ser jubilados.
La miré descaradamente (para comprobar el nivel de desgaste de los vaqueros, claro…) y le dije que sí, que estaban viejos.
‒Pero aun así te quedan muy bien ‒añadí.
‒Gracias.
A lo que me di cuenta estábamos dentro de la tienda en la que trabaja Diana. Al principio sentí un fogonazo de “no deberíamos haber entrado aquí”,
pero se me paso casi de inmediato y pensé que “si me ve se va a morir de envidia” y sonreí para mis adentros.
Puede que sea algo malo, no lo dudo, pero quería que mi ex se sintiese como una imbécil, o al menos que se pusiese celosa.
14, Yazme

“En los probadores”

Nunca había ido con un tío a comprar ropa. A decir verdad tampoco solía ir con amigas. A según qué tipo de cosas me gusta ir a mi bola, a mi rollo,
me pongo el iPod y me olvido de todo lo demás. Pero me apetecía ir con él, no sé, desde que empecé a conocerle mejor me daban ganas de hacer
mogollón de cosas juntos.
En la tienda la mayoría de la ropa era horrible. Todos los años me pasa lo mismo, y es que el 99% de las cosas que venden me parecen una
horterada o una payasada.
‒¿Ves algo que sea de mi estilo? ‒Le pregunté burlona.
‒Todo te quedaría bien, nena.
El “nena” que tanto asco me había dado hasta esa tarde, comenzaba a sonarme dulce como un “cariño” o un “bombón”. Aitor tiene la característica
de comportarse como un canalla pero no parecer serlo. No sé si me explico, es un tío que cuando te habla piensas “¿De qué palo va éste?”, pero que
por lo que sea no resulta despreciable. Más bien al contrario, poco a poco, lo que antes era una vacilada, se convierte en algo dulce, en algo bonito.
‒Eso no me soluciona nada.
‒Ya, oye, estaba pensando ‒me dijo, no sé muy bien santo de qué‒ que nunca había salido con una chica como tú.
‒¿Guapa e inteligente?
Puso cara de bobo (una cara de bobo muy dulce, por cierto) y ladeó un poco la cabeza. Sus labios se torcieron en una sonrisa irónica:
‒No, doña perfecta, no me refería a eso ‒dijo.
‒¿A qué te refieres entonces?
‒Pues a que eres, ya sabes, vaya que yo siempre he estado con tías blancas.
Joder, por unos instantes aquel comentario me resultó racista y sentí como si me apretaran el estómago. Pero miré sus ojos y esa idea se me borró de
la mente, de inmediato me pareció un pensamiento estúpido. No, Aitor no era un estúpido racista, ni mucho menos. Estoy segura de que percibió mi
incomodidad y traté de no hacerle sentir mal, sabía que no lo había dicho con mala intención.
Tenía que hacer una broma para romper la situación:
‒¡¿QUÉ?! ‒Exclamé tocándome la cara‒ ¡NO LO SABÍA!
Aitor sonrió pero miró hacia el suelo. Se sentía idiota y me dio lástima.
‒Lo siento ‒dijo con un hilo de voz‒, no quería decir que, vaya, soy gilipollas, de verdad que lo siento.
Posé mis manos sobre su cara y le levanté el rostro:
‒No tienes que pedir perdón ‒dije con una enorme sonrisa‒, Aitor, tu comentario no me ha sentado mal, te lo prometo.
Me gustó verlo así, quizá pueda sonar cruel, no lo niego, pero en aquella cara de arrepentido descubrí una nueva faceta de él, un nuevo rincón que
venía a confirmarme que detrás de esa máscara de “machito” había más, mucho más.
‒¿Te gusta esta camiseta? ‒Le pregunté para romper la situación.
Era una camiseta horrible. Bueno, horrible no, lo siguiente a eso; se trataba de una camiseta sin mangas y ancha, muy ancha, y de colores, de muchos
colores llamativos. Aitor recuperó el semblante y dijo:
‒Depende de para qué la quieras. Si te han invitado a una fiesta de disfraces harías bien en comprártela.
Me la puse por encima y, a pesar de que me daba mucha vergüenza, bizque los ojos y puse cara de lela. Aquella cara le hacía mucha gracia a Lisa y
también se la hizo a Aitor, que comenzó a reírse. Luego seguimos buscando ropa y me cogí un par de pantalones y una camiseta. Él también se miró
alguna cosilla, dijo que andaba justo de camisetas y se pilló tres camisetas para probarse.
Aunque en la tienda había gente, los probadores estaban tranquilos. La dependienta que se encargaba de los probadores miró de un modo extraño a
Aitor. Vale que no era algo nuevo para mí, no soy ciega y durante la tarde me había fijado que muchas tías no le quitaban el ojo de encima, es decir, es
un tío que está bueno y hay algunas que se lo comen con los ojos.
Pero no era eso, no, aquella chica lo estaba mirando de otro modo. De repente caí en la cuenta de que era ella. Sí, era Diana, la pava que había
engañado a Aitor. Joder, estábamos delante de su ex.
‒Hola, Aitor ‒dijo ella con algo parecido a una sonrisa.
‒Hola ‒frío como el puñetero hielo, así fue el saludo de Aitor.
‒¿Qué tal te va?
‒Bien ‒dijo mientras ponía su mano en mi espalda y con suavidad me animaba a caminar hacia los probadores‒ Vamos, cariño ‒dijo refiriéndose a
mí‒, estoy deseando ver lo bien que te queda la ropa.
Diana puso cara de mala hostia y no dijo nada más. Era una situación rara, incómoda, pero aquel “cariño” me había sonado delicioso. Y la cara de
su ex también me gustó. “No quiere saber nada de ella” pensé y me sentí bien. Vale que había tenido a bastantes tías, pero se portaba de puta madre, sin
tontear con otras pavas y tal. Nunca me ha gustado ser el segundo plato de nadie.
Me metí en uno de los probadores y él se quedó fuera.
‒Cuando esté lista te aviso y me das tu opinión.
Corrí la cortina y me puse una de las camisetas. La había cogido bastante escotada. Era completamente blanca a excepción de una pequeña
estampación en forma de corazón en la parte de atrás. Me miré un par de docenas de veces al espejo y me pareció que me quedaba bien, aunque la caída
del escote quedaba extraña.
‒¡Ya puedes! ‒Le dije.
Descorrió la cortina y me miró con cara de interesante. Yo estaba de espaldas a él, seguía comprobando cómo me quedaba.
‒Te hace buen culo ‒dijo.
Pude ver su hermosa sonrisa reflejada en el espejo. Al verlo allí, detrás de mí, me pareció más alto de lo que pensaba que era. Sí, al vernos juntos
me sentí muy pequeña. Y también muy atractiva. “Sí, hacemos muy buen pareja” pensé recordando lo que había dicho él al entrar en el centro comercial.
‒¿Qué tiene que ver la camiseta con el culo? ‒Le pregunté fingiendo enfado.
Nos reímos y él se acercó un paso más. Me di la vuelta y le miré a los ojos.
‒Te queda de puta madre.
‒El escote queda un poco raro, no sé, no me termina de convencer.
‒A mí me gusta.
Me volví a mirar en el espejo y me ahuequé un poco la camiseta.
‒A lo mejor es problema del sujetador ‒dije‒, me parece que lo llevo poco tirante. ¿Me lo puedes apretar un poco más?
Dudó unos instantes, porque creo que no sabía muy bien cómo se aprietan los tirantes de un sujetados. Sentí sus manos en mi espalda mientras me
subía la camiseta y se me erizaron todos los pelillos del cuerpo. Con una mano me sujetaba la camiseta a la altura del cuello y con la otra comenzó a
jugar con uno de los tirantes. Sí, efectivamente no tenía ni idea de cómo tensar el sujetador:
‒Tienes que subir la piececilla de plástico que lleva cada tirante.
Lo hizo con suavidad, con mucha suavidad. Me puso notar que me trataba de aquel modo, con tanto cuidado, con tanto cariño. Cerré los ojos para
sentir mejor sus yemas en mi espalda.
‒¿Así está bien?
‒Sí ‒dije comprobando que ahora me quedaba mucho mejor.
Soltó la camiseta y la tela me acarició la piel. Pero no apartó las manos, sino que las bajó y me cogió por la cintura, apretando levemente. Miró el
reflejo de mis ojos en el espejo y le sonreí.
‒Te queda de fábula, Yazme. Aunque como te he dicho antes, estoy convencido de que cualquier cosa te sentaría genial.
‒Eres un exagerado ‒dije con sensualidad.
Acercó su boca a mi cuello, casi casi sentía sus labios sobre mi piel. Escuché la caricia de su voz baja y grave:
‒Hueles muy bien.
‒Uso un perfume de rosas ‒contesté con un susurro.
Y cuando su boca apenas restaba unos milímetros de mi cuello, justo antes de sentir el calor de su saliva y la presión de sus labios, apareció ella:
‒¿Qué tal te queda, cariño? ‒El cariño sonó algo así como “cariiiiiiño”.
“Será hija de…” pensé cuando noté que Aitor se separaba de mí.
‒Todavía ‒dije apretando los dientes para no mostrar mi sonrisa asesina, porque estoy segura que tenía los colmillos de una puta vampira‒ me lo
estoy probando, cuando termine te diré.
‒Vale, si necesitáis cualquier cosa llamarme ‒dijo mientras se marchaba.
“Necesito una cosita, solamente una cosita, y es que te metas en tus propios asuntos y nos dejes en paz” pensé. Aitor leyó la ira que rebosaba de mi
mirada:
‒No le hagas ni puto caso, es idiota, ¿cómo he podido estar saliendo con ella?
Me puso celosa pensar que ella sí había tenido sus labios en el cuello. Y a lo mejor en otros sitios. Intenté no pensar en ello y sacudí de mi mente
esos pensamientos. Ahora estábamos él y yo empezando algo. No sabía el qué, pero algo se estaba fraguando y no iba a permitir que su ex lo
estropease.
‒Te tienes que probar las camisetas que te has pillado ‒dije intentando calmarme de la rabia. También del subidón que me había provocado Aitor.
‒¡Ah, sí!
Yo me terminé de probar la ropa y me quedé con la primera camiseta. Las otras dos no me convencían y los pantalones eran bastante feos, no me
quedaban nada bien, me hacían el culo raro. Aitor se metió en un probador y yo hice lo mismo que había hecho él, es decir, quedarme fuera.
Pero no corrió la cortina, se limitó a meterse para ocultarse un poco. Se quitó la camiseta para probarse las nuevas y ¡buf!, menudo torso. No evité
mirarle, él no se cortaba ni un pelo cuando se me comía con los ojos, ¿por qué iba a perderme su cuerpo?
Se probó las tres y yo no dije nada en todo el rato, estaba disfrutando de sus pectorales, de sus hombros, de sus abdominales. Aitor está marcadito,
pero no es nada exagerado, ni mucho menos, vaya, que está buenísimo:
‒¿Cuál me queda mejor? ‒Me preguntó nada más quitarse la última que se había probado.
‒A lo mejor tienes que volver a probártelas ‒dije mordiéndome el labio inferior y sonriendo con picardía.
Y se las volvió a probar. Y yo volví a gozar de la vista. Al final se cogió las tres porque la verdad es que las tres le quedaban de lujo. Al salir de los
probadores Diana ni siquiera nos miró.
Salimos de la tienda sin saber a dónde ir, todavía era muy pronto para cenar:
‒¿Te apetece que nos sentemos un rato en uno de esos bancos? ‒Le pregunté señalando un par de bancos al lado de una fuente que expulsaba chorros
de agua de varios colores.
Nos sentamos y vi en los ojos de Aitor una luz especial:
‒De pequeño ‒me dijo‒ mi padre me llevaba todos los domingos al parque, me encantaba ver las fuentes. Solíamos comprar una bolsa de migas y
les dábamos de comer a los patos.
Aquel comentario me confirmaba que sí, que efectivamente detrás del macarra había un montón de cosas. Aitor resultaba ser una caja de sorpresas, y
todas me estaban gustando un montón.
‒A mí también me gustan mucho, aunque prefiero los fuegos artificiales, me encantan los colorines y el sonido de las explosiones.
No sé por qué acabamos hablando de aquellas cosas tan tontas, supongo que fue porque una chispa había prendido entre nosotros dos, así, de repente
se había creado una confianza inmensa, preciosa.
Nos miramos a los ojos y dejamos que un silencio (salpicado por el continuo trajín de gente y de ruidos propios de un centro comercial) se colocara
entre nosotros. ¿Cuánto tiempo estuvimos mirándonos? No lo sé, tal vez solamente fueron unos segundos, o tal vez unos minutos. Me daba igual, si por
mí hubiera sido podrían haber cerrado el centro comercial y habernos dejado a nosotros allí dentro.
Fue la estridente voz de Paula, esa pesada, la que rompió la magia que se había construido:
‒¡Ah, estás aquí! ‒Dijo.
Tras ella iba una cuadrilla de pavas que, por las apariencias, parecían igual de tontas que ella. Noté que aquello también incomodaba a Aitor:
‒Sí, estamos aquí ‒dijo remarcando la palabra “estamos”.
‒Ya lo veo ‒la sonrisa bobalicona debe de formar parte de Paula, porque ni aquello se la borraba “tal vez de un guantazo se le quitaría” pensé, y me
sorprendió tener aquella idea, pues siempre he odiado la violencia‒ ¿Te apuntas o no al cine? La sesión está a punto de empezar.
Aitor suspiró y dijo:
‒Ya te he dicho que vamos a cenar juntos, no insistas ‒esta vez subió un poquito el tono, sonando borde, hiriente.
‒¡Bah! ‒Dijo ella moviendo la mano como espantando una mosca‒ Haz lo que quieras, si quieres pasarte luego por el Thunder allí estaremos.
Y nada más decir eso se largó. La muy idiota ni siquiera se dignó a despedirse de mí, se ve que el desplante de Aitor le dañó el orgullo, tal vez se
esperaba que él le siguiera el rollo. Que le den.
Desgraciadamente nuestra intimidad se había roto y seguimos hablando un rato de cosas sin importancia, del instituto y de los colegas y tal. Luego
nos fuimos a un bar que dijo que se cenaba bien y barato y nos comimos unos bocadillos.
Pero lo mejor estaba por llegar.

La vuelta me gusto más que la ida, me agarré a su cintura con fuerza y disfruté otra vez de la velocidad y de su compañía. Antes de montarnos me
había cambiado el casco “toma, ponte el mío que por la noche refresca y con el abierto a lo mejor pasas frío”. “¿También es atento?” pensé y lo acepté
con una sonrisa. Fue muy divertido ver las luces de los coches pasar a nuestro lado; la ciudad cobra un nuevo sentido cuando las farolas comienzan a
encenderse, la magia se apodera de las calles. Tal y como me ocurrió cuando íbamos al Ática, hubiera deseado que mi casa estuviese a cientos de
kilómetros para poder disfrutar durante mucho más tiempo.
Aitor dejó la moto en un hueco entre dos coches. Fuimos caminando hasta mi portal:
‒¿Qué tal te lo has pasado? ‒Me preguntó.
‒Buuuueno, no ha estado mal del todo ‒dije haciéndome de rogar.
‒Pues yo me lo he pasado de puta madre.
Le miré fijamente, deseando detener aquel instante:
‒Yo también, tonto. Y ojalá no tuviera que estudiar, podría haber sido una noche mucho más larga.
‒Podemos repetirlo mañana ‒leí una tímida sombra de timidez en sus ojos y en sus palabras‒, si quieres podemos ir al cine.
‒Si se entera tu amiga se enfadará.
‒Quiero ir contigo, a solas.
Nos miramos y nos abrazamos. Fue muy rápido, creo que ambos necesitábamos sentir el contacto de nuestros cuerpos. Se detuvieron los coches, los
peatones, los semáforos. En fin, todo a nuestro alrededor dejó de moverse y quedamos él y yo en mitad de una ciudad que no nos importaba lo más
mínimo.
Nos abrazamos con fuerza, con mucha fuerza. Pegamos nuestros rostros y su aroma me embriagó. Yo no podía más, necesitaba sentir que éramos algo
más que conocidos. Me aparté un poco y le miré. Cerré los ojos y acerqué mis labios a su boca. Y nos besamos.
Bueno, aquello no fue un beso, no, fue mucho más. Nos comimos con una pasión que no había conocido nunca. Jamás había sentido eso al enrollarme
con un tío; ¡ese calor, ese amor, esa pasión, esa locura, esas ganas de apretar mi cintura contra la suya! ¡Buf!
15, JM

“El tren”

“Necesito hablar con Aitor o con Blanka, no sé, últimamente mi colega anda un poco perdido, creo que yo también me he perdido. O tal vez el
rumbo me haya perdido a mí. Lo que tengo claro es que no tengo límites. Sí, a veces me da el bajón y me pongo insoportable. Insoportable y
poético. Echo de menos a esa otra, me gustaría estar con esa otra. Y ser la espuma del mar que empujaba el aire y acariciaba nuestros cuerpos en
aquella noche. Una brisa tenue y delicada, espesa y salada que me trajo el aroma suave y sedoso de tu belleza. Aroma suave y sedoso del que me he
quedado prendado. Las promesas son de humo, el humo se marcha cuando sopla el aire, el aire sopla cuando las olas se agitan con sus crestas de
espuma. El aire sopla fuerte en este tren que marcha rápido, tal vez demasiado rápido. Tren que marcha hacia ninguna parte. No tengo límites, ni
pasado, ni presente, ni futuro ¿A dónde llevan las vías de este camino que he tomado?”

Estaba de bajón. Había cenado con Yuri y cuando se marchó a su vagón me puse a escribir en el diario cosas como las de arriba. Al rato se me
acercó una chica rubia de pelo corto y ojos marrones. Llevaba un vestido que le sentaba de cine; parecía una tía de las de las películas. Era una de las
pavas a las que había estado ojeando.
‒¿Me puedo sentar? ‒Me preguntó.
Miré hacia arriba, sonreí y le dije:
‒Claro.
En la mesa había cuatro sillas y se sentó enfrente de mí.
‒¿Qué escribes?
‒Tonterías ‒Dije sin darle más importancia.
‒Yo también escribo, aunque espero que no sean tonterías.
Me dejó un poco pillado esa contestación, sobre todo por la forma en qué lo dijo. Y sus ojos, esos ojos de un marrón claro que parecían de miel. O
de Coca-Cola.
‒Seguro que no. Yo escribo sandeces, pero mi trabajo no es el de escritor.
Su mirada me traspasó:
‒¿Y quién te ha dicho que sea escritora?
‒Tienes pintas de serlo.
‒¿Y qué pintas tienen las escritoras?
Le sonreí:
‒Son guapas, inteligentes y algo entrometidas.
‒¿Has estado con muchas escritoras?
‒En realidad he estado con muchas mujeres.
Vino el camarero y ella se pidió un whisky con hielo. Yo no quería nada.
‒Venga, acompáñame, no me dejes beber en soledad.
‒Beber en soledad es fantástico.
‒Es patético.
‒O poético.
Otra inmensa sonrisa. Tenía un escote de impresión. Recordé el escote de Bea y me sentí estúpido por no poder disfrutar al cien por cien del
bellezón que tenía enfrente.
Me miró, le hizo una seña al camarero y pidió otra copa para mí. La diversión acababa de empezar.
‒¿Quieres emborracharme para aprovecharte de mí? ‒Le pregunté.
‒Creo, guapo, que no hace falta emborracharte para que quieras pasar la noche en mi litera.
‒¿Cómo lo sabes?
‒Has estado mirándome durante toda la cena.
‒A lo mejor no te estaba mirando a ti.
‒No disimules, te gusto.
La miré fijamente. El camarero trajo mi vaso de whisky, que bebí de un par de tragos, sin apenas respirar.
‒Espero ‒me dijo con voz de afilado cristal‒ que no seas tan rápido en todo, había puesto muchas esperanzas en ti.
‒¡Ja! Confiar en mí es lo peor que se puede hacer ‒hice una pausa y entrecerré los ojos‒. Aunque yo tampoco debería confiar en ti.
Le dio un trago a su copa:
‒¿Por qué?
‒Las periodistas sois peligrosas.
Su semblante cambió radicalmente. Se mordió los labios y una inmensa sensualidad intentó tapar la desazón que sentía por haber sido descubierta.
‒No es culpa tuya ‒continué‒, te he visto alguna vez por las salas de conciertos haciendo tu trabajo.
‒Así que no sólo esta noche me has estado mirando, sino que llevas mucho tiempo comiéndome con los ojos. No me equivocaba cuando te he dicho
que te gusto.
‒No corras tanto, bonita. Por cierto, ¿qué es lo que quieres saber de mí?
‒Todo.
‒Yo también quisiera saberlo todo sobre mí, pero soy un misterio. Si lo descubres algún día, te agradecería que me pases la exclusiva.
‒Y de mí, ¿quieres saberlo todo?
‒No aspiro a tanto, con verlo me sobra.
Ella jugaba con las gotitas que resbalaban por el vaso. Alargué la mano, le rocé los dedos durante unos instantes y le robé la copa. Acto seguido me
la bebí.
‒¿Qué haces? ‒Preguntó sonriendo.
‒Emborracharme cuanto antes.
‒¿Para qué quieres hacer eso?
Pedí otro par de copas.
‒Quiero emborracharme para no acostarme contigo, porque me temo que si estoy sereno no voy a poder resistirme. Eres demasiado guapa y
demasiado peligrosa como para meterme en tu cama.
Frunció ligeramente el ceño. Sus ojos brillaban como dos estrellas. El tren marchaba a toda velocidad y el restaurante se había ido vaciando.
Estábamos ella y yo, solos, jugando cada uno con varios ases escondidos en la manga.
La seducción es arriesgada, oscura, bella:
‒Otra vez la palabra “peligrosa”.
‒Todas las mujeres lo sois, pero las periodistas especialmente.
‒Tenemos mala fama porque mostramos las cosas que la gente no quiere que se sepa de ella. Pero no es culpa nuestra, nosotras solo escribimos
sobre lo que vemos.
‒¿Y qué ves ahora?
‒Un tío guapo, inteligente y muy creído.
‒Y vacilón ‒añadí.
‒Y machista.
‒Infiel.
‒E impulsivo.
‒Y mentiroso, muy mentiroso.
El camarero trajo las bebidas y nos dijo que en un cuarto de hora se cerraba el bar. Una sonrisa se esbozó en mi boca:
‒Tienes quince minutos ‒dije‒ para saberlo todo sobre mí.
‒¡Bah! tenemos toda la noche.
‒Ya te he dicho que si me emborracho no podré acostarme contigo, tengo muy mal beber. Perdona si el plan no te ha salido bien.
Cuando fui a coger el vaso ella posó su mano sobre la mía:
‒No bebas más, quiero que no puedas resistirte a mí. Y quiero también que te metas en mi litera y mañana desaparezcas sin decirme ni siquiera
adiós, como un canalla, así podré escribir una crónica muy morbosa sobre JM, el sinvergüenza que me emborrachó y luego se aprovechó de mí.
Me reí y dejé que siguiera acariciándome la mano.
‒A los directores de la revista les encantaría algo así, y también a muchos de mis muchos enemigos.
‒¿Tantos enemigos tienes?
‒Con lo cabrón que soy, no los suficientes.
Una carcajada femenina, preciosa, rompió los hilos de un silencio solo roto por nuestra extraña conversación. Se atusó el pelo. Estaba muy sexy.
‒No pareces mal chico.
‒Es que no lo soy, aunque suelo aparentarlo ‒la miré, pensé que todo estaba permitido‒. Sabes, desde hace una semana no dejo de pensar en una
chica que conocí. Te miro y te veo tan guapa. Y a la vez me acuerdo de ella, no puedo evitarlo.
‒A mí no me importa, yo lo único que quiero es tenerte un rato en mi cama. Así tendré diversión y la crónica para la revista.
‒¿Quién te asegura que me voy a portar como un canalla?
De repente noté la punta de sus zapatos de tacón en mi pierna. Comenzó a acariciarme la pierna y cerré los ojos unos instantes.
‒Si no lo hicieses, yo no tendría nada que contar y no podría cumplir con mi trabajo de periodista peligrosa.
Deseé ver a Bea cuando abriera los ojos, pero lamentablemente solo tenía a una de las mujeres más guapas que había visto en mi vida.
‒No me has dicho tu nombre ‒le dije.
‒Puedes llamarme, no sé…, preciosa, o nena, o muñeca.
‒¿Muñeca? Eso a las feministas no les gusta, dicen que los tíos usamos ese lenguaje para despreciaros.
‒Sí, puede ser, pero no olvides que tienes que comportarte como un canalla.
Sonreí:
‒Tienes razón, muñeca, tengo que cumplir el papel.
‒Espero que sepas cumplir también en la cama. Estoy convencida de que no te importará que en la crónica te llame “machista y sinvergüenza”, pero
sé que no te gustaría que tu hombría se ponga en entredicho.
‒Eso nunca, porque no sería cierto y a mí no me gustan las mentiras.
‒Antes has dicho que eras un mentiroso.
‒Eso es verdad.
Se sonrió.
‒O sea, eres un mentiroso, esa es la única verdad.
‒Ummm, creo que me estás empezando a confundir.
‒Más bien, creo que te estoy empezando a enamorar.

Cuando el camarero nos dijo que iban a cerrar, mi copa estaba todavía llena. Sabía que tenía que escoger. Eso era rarísimo en mí, porque yo jamás
había dudado ni un instante en irme con una mujer a la cama. Y sin embargo me sentía extraño, confuso.
‒¿Qué vas a hacer? ‒Me preguntó cuando salimos del restaurante.
Se acababa de cerrar la puerta del bar detrás de nosotros y nos hallábamos en un pasillito que comunicaba con el resto del tren.
‒Si vas a hacia la izquierda ‒continuó‒ te espera una litera vacía y si vas hacia la derecha, te espero yo.
‒¿Quién te ha dicho que iba a dormir solo?
Me miró desafiante:
‒La chica de tu grupo, Yuri, no creo que quiera estar contigo.
‒A lo mejor ‒dije‒ el que no quiere estar con ella soy yo.
Se rió:
‒Bueno, chico, ¿hacia qué lado vas a irte?
Me acerqué a ella y posé una de mis manos en su cintura:
‒¡Eh! ‒Exclamó‒ No te he dado permiso para hacer eso ‒dijo mirándome con cierta picardía.
‒No lo necesito.
‒De momento, guapo, no te he dado permiso para meterme mano, tienes que ser un chico bueno y no saltarte las reglas.
‒Me gusta ser un chico malo. Me encanta saltarme las normas.
En lugar de apartarse se acercó un poco más a mí. Me habló despacio, yo podía notar el calor de su boca en mi cara:
‒¿Cómo aquella vez que tuviste problemas con la policía?
Sonreí:
‒Buen intento, pero no vas a conseguir sacarme información de ese modo.
‒Vaya, tendré que conformarme con tu cuerpo. Si decides pasar la noche conmigo, claro. ¿O es que te da miedo a decir algo que no quieras decir?
‒Eso no me asusta, porque a mí me gusta hacerlo sin hablar, las palabras no sirven para nada en la cama.
‒¿Ni siquiera las picantes?
Me reí y me separé de ella:
‒Por cierto ‒dije con el tono algo más serio‒, ¿qué gano yo si paso la noche contigo? Tú estás en mejor posición, al fin y al cabo te puedes acostar
con un hombre como yo, además de tener tu crónica para la revista.
‒Me ganas a mí, ¿qué más quieres?
Aquella contestación me pareció una pasada. Estaba claro que ambos queríamos pasar la noche juntos, pero el juego que se había ido desarrollando
había dotado a todo de un aroma especial, sexy, irresistible.
Por otro lado, estaba en mi cabeza el recuerdo inevitable de Bea, era como una especie de eco persistente, repetitivo, insoportable. No podía
aguantar más y volví a arrimarme a ella:
‒Creo que te voy a dar el capricho de compartir litera, muñeca.
Una mueca de agrado se dibujó en su rostro. Sus labios brillaban. Fue ella la que comenzó a besarme y a meterme mano. La empujé suavemente
contra la pared del vagón y besé su cuello mientras ella intentaba desabrocharme los pantalones.
‒¿Aquí? ‒Le pregunté jadeando.
‒¿Por qué no? ‒Ella también respiraba con dificultad‒ Tenemos toda la noche, podemos hacerlo aquí y luego en mi litera. A los tíos hay que daros
caña al principio para que luego rindáis como es debido. Y estás a tope, no creo que tardes mucho en acabar.
Su voz era sensual, salvaje. La besé otra vez, le aparté los tirantes del vestido y se lo bajé para poder besar sus pechos. Disfruté del tacto de su piel
contra mis labios durante unos segundos.
‒Pero pueden vernos ‒le dije.
‒Eso me pone.
La miré y sonreí:
‒Eres una chica rara.
No me contestó y me besó desesperadamente. Yo estaba algo incómodo, he de reconocerlo, porque la idea de que en cualquier momento pudiesen
pillarnos me inquietaba, aunque también me daba algo de morbo. Sentía deseo y miedo.
Ella leyó en mis ojos ese tenue miedo y me mordió el cuello y la oreja, con pasión, clavando ligeramente sus dientes en mi piel. Todos mis recelos
desaparecieron. Subí mis manos por sus muslos y le quité la ropa interior. Me desabrochó los vaqueros y lo hicimos allí mismo. Nuestros suspiros,
jadeos y gemidos quedaron ocultos por el ruido del tren. La chica sin nombre tenía razón y no tardé sino unos pocos minutos en terminar.
Luego fuimos a su compartimento:
‒La litera es muy pequeña ‒le dije.
‒Así no te me escaparás.
Nos tumbamos y ella se puso sobre mí. Durante aquel segundo “asalto” fue ella la que llevó las riendas controlando el ritmo, la fuerza, montándome
como una amazona. En un momento dado me negué a continuar, puse mis manos sobre sus caderas y no dejé que siguiera moviéndose:
‒¿Qué haces? ¿Por qué no me dejas seguir? ‒Me preguntó enfadada y anhelante.
‒Necesito saber tu nombre.
Clavó sus uñas en mi pecho.
‒¿Para qué quieres saberlo? ¿Qué más te da cómo me llamo si mañana nos separaremos?
‒La noche es muy larga, no quiero estar con una desconocida.
‒Si te digo mi nombre no me vas a conocer mejor ‒dijo mientras intentaba moverse, pero yo seguía sin dejarle.
La miré y puse cara de malo:
‒Tú sabrás, pero sin nombre no hay sexo.
Suspiró, soltó sus uñas de mi pecho y me acarició los brazos, que los tenía tensos y duros de hacer fuerza para que no se moviese.
‒Está bien, te lo diré. Me llamo Mika.
Subí mis manos por su contorno y la hice bajar suavemente hasta mí. Nos besamos y le dije al oído:
‒Cuando quieras puedes seguir, Mika.

A la mañana siguiente desperté en su litera. Miré el reloj y vi que quedaba menos de una hora para llegar. Estaba abrazado a ella, que dormía
tranquila. Sus pechos eran grandes, redondos y suaves. Su piel era sedosa y todo su cuerpo olía a mujer. Tenía un olor femenino, muy dulce. Me levanté
despacio y empecé a vestirme.
‒¿Qué haces? ‒Me susurró cuando abrió un ojo y me vio a medio vestir.
‒Me tengo que ir ‒me acerqué a la litera y le acaricié el rostro‒, recuerda que debo marcharme para quedar como un canalla.
Sonrió de un modo muy especial, muy hermoso. Aquella sonrisa tenía un poco de burla, un poco de maldad y un poco de ternura:
‒Es cierto ‒dijo‒, tienes que quedar fatal para que pueda escribir mal sobre ti. Haré como que no me he despertado y que no te he visto marchar.
‒Perfecto ‒acerqué mis labios y nos besamos suave y lentamente‒ haremos que este beso tampoco ha existido.
Terminé de vestirme y abrí la puerta del compartimento.
‒¿JM?
‒No puedo oírte, todavía estás durmiendo ‒dije con ironía.
‒Entonces no recordarás esto que voy a decirte: me ha gustado mucho poder pasar una noche contigo, al final resulta que no eres tan malo como
pareces.
‒A mí también me ha gustado, Mika.
Nos miramos unos segundos y ella volvió a cerrar los ojos.
‒Adiós ‒dije mientras cerraba la puerta y la dejaba sola.

Por cierto, se me ha olvidado escribir algo que tal vez sea importante, y es que mientras lo hacía con la chica del tren no pude quitarme de la cabeza
a Bea.
El azul de sus ojos me ronda por la cabeza una y otra vez, una y otra vez, una y otra… Voy a llamar a Blanka, ella sabrá qué decirme…, aunque
posiblemente me diga…
16, Blanka

“Defendiendo a una amiga”

‒Gilipollas, JM, eres rematadamente gilipollas ‒le dije por teléfono.


Se ve que estaba de bajón y no se le ocurrió nada mejor que llamarme. Me dijo que creía estar enamorándose de una tía.
‒Gracias ‒me contestó irónicamente.
‒Pero es que es verdad, tío, no entiendo cómo puedes ser tan capullo y pillarte por una pava que has conocido de un revolcón.
‒Ella es especial.
‒Afortunadamente no te tengo delante, porque no soportaría ver la cara de idiota que tienes que estar poniendo ahora. En fin, ¿Qué opina Yuri de
todo esto?
‒Opina más o menos como tú.
Me sonreí y pensé que, aunque no me caía nada bien esta tía sobre todo después de lo que le hizo a Paul, por una vez ella y yo estábamos de acuerdo.
‒¿Y qué vas a hacer? ‒le pregunté.
‒No lo sé.
Hubo un silencio. Miré el reloj y vi que se hacía tarde:
‒Bueno, tío, me tengo que preparar que he quedado con Jimmy.
‒Vale, nos vemos.
‒¡Chao!
El amor se extiende como un jodido virus. Yo me libro. Pero me libro porque pongo precauciones. Para hacerlo hay que ponerle una goma al tío; yo
me pongo una “goma” en el corazón.
Esto del enamoramiento es como una enfermedad que puede infectar a cualquiera. Hay que estar preparada para no pillarlo, lo dicho; condón para el
sexo y condón para el corazón. A mí me gustan los tíos, y por eso no quiero enamorarme. También me gusta disfrutar de la vida, y esa es otra razón para
no enamorarme. Lo que más me ha pillado ha sido el notición de JM. “Creo que estoy enamorado” me ha dicho el tonto de él… y yo que pensé que
acabaría haciéndolo con Yuri.
Si te pillas por otra persona estás condenada, eso está claro. Se acabó conocer gente nueva, se terminó el disfrute de un día con uno y al día siguiente
con otro. En definitiva, se jodió la juventud.
Yo prefiero ir a mi bola. Por ejemplo, el sábado pasado me lo monté con Skat y me lo pasé de puta madre, pero eso no quita para que el martes
quedase con Jimmy para pasármelo otra vez bien. Si me hubiera pillado por el punki el martes me habría quedado a dos velas, mirando al infinito como
una tonta, suspirando, pensando en nuestro amor. No, preferí quedar con Jimmy.
Después de estar en su casa nos dimos una vuelta por el casco. Hay un garito muy tranquilo al que vamos alguna vez. Se está tranquilo, la música es
buena y la peña no va de sobrada. Hay algunos otros bares que le gustan a Jimmy y que están llenos de toyacos, de sobrados y de gilipollas.
‒¿Te has enterado de lo Yazme? ‒Me preguntó.
Acabábamos de sentarnos en una mesita apartada, justo al lado de la máquina de dardos.
‒No, hoy no he ido a clase. Estoy súper rallada de grado medio, me parece que le van a dar a los estudios ‒miré a un grupo de tíos que había en la
barra y me pareció ver a un mendas con el que había estado una vez. Le vi muy desmejorado y sonreí para mis adentros. Luego miré a Jimmy de nuevo‒.
Bueno, y ¿qué ha pasado con Yazme?
‒Se trata de Yazme y Aitor…
Le miré en plan de “¿qué me estás contando?” y comencé a sonreír. No me gusta el amor para mí, pero tengo que reconocer que pensar en que Yazme
pueda ser feliz me hace feliz.
‒De puta madre ‒le dije‒ Por cierto, ¿tú cómo te has enterado de ese cotilleo?
‒Me lo dijo Diana, la ex de Aitor.
‒No sabía que fuerais amiguitos…
‒¿Estás celosa?
‒¿Estás idiota?
Me miró mal. Muchas veces pienso que Jimmy querría algo más serio. En ese momento nos interrumpió Lichi, un pavo del instituto que me cae fatal
pero que es buen colega de Jimmy.
‒¡Qué pasa! ‒Dijo mientras se sentaba.
‒Aquí estamos ‒contestó Jimmy‒, hablando de lo de Yazme y Aitor.
Lichi comenzó a descojonarse:
‒Sí, menuda movida. Lo que me extraña es que ella haya aceptado montárselo con él sólo para joder a Diana.
‒¡¿Cómo?! ‒Exclamé.
Lichi miró a Jimmy y luego me miró a mí:
‒¿No lo sabías? Resulta que Diana le puso los cuernos con Mario y Aitor decidió vengarse de su ex liándose con otra pava. Joder, es increíble la
capacidad que tiene mi colega para liarse con cualquiera… y sobre todo con esa, porque siempre ha estado de uñas con él.
‒¡Será hijo de perra! ‒Grité.
Jimmy y Lichi me miraron sorprendidos.
‒Vamos a ver ‒les dije‒, me da igual lo que haga la peña con su culo, pero que jueguen con los sentimientos de una amiga no lo tolero, eso ni de
coña. Y menos con Yazme, que la pobre está pillada por él. Se va a llevar un palo de narices
‒¡Bah! ‒Dijo Jimmy‒ No le des tanta importancia… al fin y al cabo la culpa es de ella, ¿a quién se le ocurre confiar en Aitor? Será todo lo buen
colega que queramos, pero con las tías pasa de todo.
Tenía que decirle algo a mi amiga, pero me apetecía pasar un buen rato por ahí y distraerme. Además, estos dos capullos se pusieron a hablar de sus
teorías sobre el amor y las mujeres y siempre consiguen arrancarme alguna sonrisa… son tan grotescos que resultan entrañables:
‒¿Alguna vez os da por pensar?
Me miraron y se rieron. Lichi comenzó a hablar:
‒Joder, Blanka, vosotras queréis sexo, como nosotros.
‒Vaya ‒le dije‒, has descubierto América.
‒Sí, las tías quieren sexo, pero son más complicadas que nosotros ‒añadió Jimmy‒, porque además de pegar un polvo quieren que sepamos fingir
que las escuchamos y que tenemos sentimientos. Sí, he dicho fingir, porque los tíos pensamos más (y sobre todo mejor) con la polla. Si le hacemos caso
a nuestra entrepierna nos va mejor en la vida; lo otro nos vuelve completamente locos.
‒Y no te olvides ‒dijo Lichi‒ que muchos tíos tienen novia y también lo piensan, pero para poder seguir manteniendo la imagen de ser “distintos”
han de poner cara de “este tío es un gilipollas” delante de su chica cuando escuchan este tipo de cosas. Ellas asentirán y dirán “no me gustaría que
fueses un cerdo como este tío” mientras piensan en lo mucho que les gustaría acostarse conmigo.
‒¡Eh, para el carro! ‒Exclamé.
‒¡Bah, ni caso, tronco! ‒Dijo Jimmy‒ ¡Es una tía!
Nos reímos.
‒Vale que a nosotras nos gusta la cama tanto como a vosotros, pero eso no quita para buscar a hombres con cerebro…
‒Lo que más os gusta ‒dijo Jimmy‒ es un buen cuerpo, lo demás que decís son una sarta de tonterías. ¿Has visto alguna vez un calendario para tías
en el que salgan tíos con barriga?
‒Toda la razón ‒Lichi hablaba con convicción‒, yo llevo una rígida rutina de deporte. De lunes a viernes voy al gimnasio, hago bases para el grupo y
los fines de semana mantengo relaciones sexuales. Podría pensarse que es mejor al revés, pero eso no es cierto: después de hacerlo me quedo sin ganas
de hacer deporte. Y no nos engañemos, tío, porque a ellas les gustan los buenos cuerpos. Se pegan media vida intentando vendernos lo contrario, sí, e
incluso algunas hablan con tanta convicción que casi logran engañarnos, pero en realidad a las tías les ponemos cachondas los tíos buenos. Si lo hiciera
mucho entre semana acabaría no haciendo deporte y terminaría por hacerlo poco. Es cuestión de inteligencia.
‒¡Puto creído! ‒Exclamé.
‒ Es la puñetera verdad, Blanka, yo estoy muy bueno y me lo monto con muchas más tías que algunos colegas míos que no están como yo. No soy
sociólogo, ni mucho menos, pero hay una prueba infalible que vale más que todos los estudios del mundo. Imaginar que van a la playa o a la piscina un
par de colegas. Uno cuerpo de gimnasio y el otro cuerpo de comer patatas fritas y beber horchata. Bien, imaginar ahora que hay un grupo de chavalas
que están solas. Pasa cada uno delante de ellas con un minuto de diferencia, cuando pase el primero las tías se girarán para mirarle y cuchichearán entre
ellas con risitas de malicia. Cuando pase el muchacho asiduo a la pastelería ellas le prestarán más atención al césped que a él.
‒Eso es cierto ‒dije, asumiendo que tenía razón.
‒Lo que voy a decir ahora es un poco zafio ‒continuó Lichi mientras Jimmy se partía el culo‒, lo reconozco, pero si midiéramos el nivel de humedad
en las bragas los datos serían escandalosos… Según vosotras el físico no es tan importante, pero todavía no he estado con una que al verme quitar la
camiseta y tensar los músculos no haya dicho “¡buf, tío, estás de puta madre!”
‒¡Espera, Blanka, porque según Lichi existe otro tipo de tío que puede ligar! ‒Dijo Jimmy.
‒Me da miedo lo que pueda decir este pirado ‒dije riéndome.
‒El tercer tipo de tío es el que no está tan bueno como yo pero que sabe aparentar que es un “cultureta”, un tío que va a lo suyo y que es especial.
Los que no tienen tiempo ni ganas de hacer pesas solo se tienen que cuidar un poquito con la comida, hacer un poco de deporte y poner cara de “me la
suda todo”. Si hacen eso, follan seguro, tal vez no tanto como yo, pero muchísimo más que el segundo de mi ejemplo en la piscina.
‒Vale ‒dije mirándolo en plan de “a ver qué viene ahora”.
‒Bien, para triunfar sin ser un yogur debe hacer lo siguiente: ponerse un bañador normal y colocarse al lado de las tías de la piscina. Se tiene que
sentar sin mirarlas con lascivia, sobre todo que no se le ponga el monigote duro, porque entonces el plan se va a la mierda.
‒¡¿Monigote duro?! ‒Casi me atraganté de la risa.
‒Vale ‒continuó Lichi ignorando mi comentario‒, se tiene que sentar, sacar un libro y ponerse a leer con cara de estar muy interesado en lo que está
leyendo. Seguramente el libro se la sudará por todas partes, y eso es lo más importante, porque de lo contrario acabará yendo a la biblioteca en lugar de
a la piscina… joder, tiene que parecer interesante, no serlo de verdad. Si mantiene esa postura de “paso de ser como los demás hombres” las tías, poco
a poco, se irán fijando en él. Esto es lo más difícil de todo, es decir, mantener la compostura y continuar fingiendo que le interesa la mierda que lee
mientras unos yogurcitos se interesan por él.
‒¿Acaso puede un tío ignorar que le estamos mirando?
‒Es difícil ‒dijo Jimmy‒, pero se puede.
‒Voluntad de piedra, chicos, eso es lo que tiene que tener ‒continuó Lichi‒ Él tiene que seguir a lo suyo: mirada puesta en el libro, ir pasando
páginas y de vez en cuando asentir como si acabara de descubrir una verdad universal. Cuando la cosa sea evidente, es decir, que le están mirando
porque están interesadas en él, tiene que entrar al ataque. Muchos tíos piensan que es difícil encontrar una excusa para acercase a las tías en situaciones
complicadas, como por ejemplo en una piscina.
‒¡Oh, no! ‒Interrumpí‒ Los tíos sois perfectos inventando excusas de lo más absurdo, sois capaces de cagarla en el primer intento demostrando el
coeficiente intelectual de una anémona.
‒Nada más lejos de la realidad, Blanka. Mira, se tiene que levantar, acercarse y decirle mirando a la más fea de todas (esto es importantísimo
hacerlo así, porque aunque sepa que la tía a la que le está preguntando no la tocaría ni con un palo, tiene que seguir dando la sensación de que pasa del
físico)
‒¡Eres un cabrón! ‒Dije.
‒Ni caso, no le hagas ni caso ‒dijo Jimmy‒, es una de ellas…
Le di un golpe por debajo de la mesa y nos descojonamos.
‒“¿Tenéis cambio de diez? Es que quiero sacarme un botellín de agua en la máquina y no llevo monedas…” tiene que decir y le darán el cambio,
seguro. Luego se despide con mucho respeto, sin hacer bromas de ligoncete ni mierdas por el estilo y se va a la máquina. Ahora viene otro punto clave:
debe sacar unos refrescos para las tías, así quedará de puta madre y tiene una excusa perfecta para acercarse otra vez a ellas. Con suerte, la más lanzada
de todas le pedirá que se quede a beber con ellas. Ahora tendrá que poner toda la carne en el asador para conseguir irse con alguna a los vestuarios, y
no precisamente para cambiarse de ropa…
‒Machista ‒dije mirándole‒, pero eficaz, no puedo negarlo. Bueno, a ver, ¿más consejos para ligones?
‒¡Por supuesto! A las tías les gustan los pavos seguros de sí mismos. El otro día quedé con JM y con Yuri, pues ella va y me dice que soy un “puto
creído”… tenía toda la razón. Pero en el fondo sabe, como yo, que eso mola. Hay una frase que me encanta y es esa que dice “yo antes era muy
vanidoso, pero ahora me he curado y soy perfecto”. ¿Qué es de un hombre que no se valora lo suficiente? Los feos y los indecisos no se comen ni una,
por muy majos que queden en las películas. No, nada de inseguridades ni titubeos, eso no lleva a la cama de una mujer. Hay que mostrarse firmes, sin
titubeos innecesarios. Podemos fingir sentimientos e incluso pegarnos alguna lagrimilla de vez en cuando, pero cuando dejemos de llorar tenemos que
poner cara de malos y de “esta tontería ya se me ha pasado, vamos a la cama” Después de un buen lloro se pega un mejor polvo.
Nos descojonamos durante un rato, pero de repente apareció en el garito Aitor y se me cortó la risa en el momento. “¿Qué hace éste aquí?” pensé al
verle entrar. Me levanté y fui hasta él.
‒Hola, Blanka.
‒¿Podemos hablar un momento? ‒Dije sin saludarle siquiera.
‒Sí, claro.
El bar estaba hasta arriba y me lo llevé hasta un rincón tranquilo, al lado de la máquina del billar al que nadie juega. Lo aprisioné contra la pared y
aquella expresión que dice “estar entre la espada y la pared” cobró sentido. Él es un tío grande, pero a mí me daba igual, nunca me he achantado por
esas cosas.
Mis ojos debían echaban chispas.
‒¿Pasa algo? ‒Preguntó sin saber de qué iba todo eso.
‒Pues sí, sí que pasa… pasa que eres un hijo de puta y que como se te ocurra seguir jodiendo a Yazme te vas a enterar
‒¿De qué coño me estás hablando?
‒No te hagas el idiota, sé que te has aprovechado de ella para joder a tu ex.
Me miró muy enfadado y me intentó apartar. Sé que si lo hubiera intentado con ganas me habría echado hacia un lado; sólo trataba de escabullirse, a
fin de cuentas a nadie le gusta estar aprisionado.
‒La que es idiota eres tú, Blanka… Tía yo lo flipo contigo, ¿se puede saber quién te ha dicho que me estoy aprovechando de ella?
‒Lichi.
‒Mierda ‒dijo bajando la mirada.
‒¿Te jode que te hayan pillado?
‒No es eso… es qué… ‒y de repente se echó a reír.
Aquello me enfureció, pensaba que se estaba burlando no solo de mí, cosa que me jodía, sino también de Yazme. Joder, con lo bien que nos lo
habíamos pasado en la casa de Paul y me veía obligada a posicionarme en contra de él.
‒¡Aun encima tienes los huevos de reírte!
‒Estás metiendo la pata hasta el fondo. Mira, vale que le dije a Lichi que estaba deseando joder a Diana por haberme puesto los cuernos con ese
capullo, pero lo de Yazme es diferente. Es decir, ni siquiera nos enrollamos en el Ática. No sé, pero creo que me gusta.
Flipada, así me quedé. ¿Aitor enamorado de Yazme? Es más, ¿Aitor enamorado? Bien, muy bien.
Luego se acercó Jimmy y nos miró sin saber qué decir. Yo le miré y le sonreí y acto seguido puse mi mano sobre la espalda de Aitor, lo que debió de
poner celoso a Jimmy, pues su cara se torció con disgusto.
‒Blanka ‒dijo con la voz muy seria‒, yo me largo de aquí que este garito me ralla mogollón. Y no hay más que capullos ‒dijo mirando a Aitor.
Éste se sonrió y dijo mirándome:
‒¿Qué le pasa al idiota de tu novio?
‒No le hagas caso ‒dije mirando a Jimmy con cara de “se te está yendo la cabeza, guapo” ‒, es que últimamente no sabe lo que dice.
Me sorprendió aquel giro tan radical que había dado Jimmy. Hacía unos momentos estaba riéndose con Lichi y ahora parecía que tenía ganas de
bronca. Y las tenía, claro que las tenía, porque se fue hasta Aitor y lo cogió por el cuello de la camiseta:
‒¡A mi chica ni te acerques o te partiré la cara!
Aitor no se inmutó y tampoco borró de su cara ese gesto de pasota que suele tener siempre. Yo me quedé de piedra, no tenía ni puta idea de qué
hacer.
Menos mal que apareció Lichi, que cogió por los hombros a Jimmy y le dijo:
‒Más te vale soltar a mi colega.
‒Déjalo ‒Aitor habló con chulería‒, hace tiempo que me apetece dar un par de hostias y éste se las está ganando a pulso.
Hubo unos instantes de tensión contenida. Al final todo quedó en nada:
‒¡Iros a la mierda! ‒Exclamó Jimmy mientras soltaba a Aitor y se largaba del garito.
17, Paul

“Un hombre, una mujer, un restaurante”

Hacía mucho tiempo que no me acostaba con una mujer, tal vez demasiado tiempo. Lo echaba de menos. Estoy de muy buen humor, esto del amor es
fantástico. Y Lilian es una tía increíble, ha hecho que me olvide de Yuri. Muchas veces me pregunto por qué narices me lié con ella. Vale que rebosa
inteligencia y que es guapa hasta decir basta, pero éramos tan diferentes que no comprendo la razón por la que le dije “sí”.
Estábamos en el camerino montándonos una buena juerga después de un concierto (por aquel entonces coincidí con el grupo de Yuri y JM en un
festival de verano) y ella se volvió completamente loca. Me dijo que siempre le había molado y que aunque no era un tío bueno mi forma de ser lo
arreglaba todo. Huelga decir que me puse como las motos y que el polvo que pegamos en el hotel fue de escándalo.
Estuvimos un tiempo saliendo. Nos veíamos poco, pero la cosa funcionaba, aunque a veces pienso que la cosa funcionó por eso mismo. La cuestión
es que un día me enteré que se le había insinuado a Skat y aquello me rompió por la mitad. Yo no esperaba pasar la vida con ella, sobre todo porque
tenía una sensación, una especie de pálpito que me decía que era demasiado buena para mí (eso también me ocurre con Lilian y me asusta), pero aquel
golpe me costó demasiado digerirlo.
Ahora me encuentro feliz, muy feliz. La herida de la traición de Yuri se va cerrando.

El mes de mayo terminó de fábula. Lilian se ha venido a vivir conmigo y nos pasamos los días encerrados; del dormitorio nos vamos a la ducha; de
la ducha al estudio de grabación; y del estudio de grabación otra vez a la cama.
Para finales de este mes comienzan los conciertos de verano y las sesiones en la playa, así que tenemos que aprovechar hasta el último minuto para
dejar salir todo el amor y toda la pasión que llevamos dentro.
A veces Lili tiene miedo a que esto se rompa por culpa de su ex. Está verdaderamente asustada y según lo que me ha contado no es para menos; su ex
debe de ser un jodido loco. Yo trato de calmarla y de hacerla sentir segura, pero yo también tengo miedo… Aunque no se lo diga.
Tengo miedo a que pueda hacerle daño y que yo no pueda evitarlo; ojalá pudiera ser tan fuerte como Aitor, o como JM, que el cabrón se está
mazando de tanto ir al gimnasio. Por cierto, ayer me lo encontré en el gimnasio (sí, confieso que me he puesto a régimen y que he empezado a hacer
deporte, aunque Lilian dice que no hace falta) y estuvimos hablando de música.
Le noté diferente y cuando le pregunté, me dijo que había conocido a una chica que le molaba y tal:
‒Bienvenido al club ‒le dije sonriendo.
‒¿Al club de los moñas?
‒Más bien al de los enamorados.
‒Lo que yo decía. por cierto ‒dijo para cambiar de tema‒, ¿Has hecho curl de bíceps?
‒No tengo ni puta idea de qué es eso, así que no sé qué decirte. Lo que sí que he hecho es reventarme, estoy cansadísimo.
Luego me empezó a explicar cosas sobre romper fibras musculares, tomar proteínas, creatinas y demás historias, descansos entre series, grupos
musculares, aeróbico en ayunas para quemar gras… me puso la cabeza como un bombo con tanta información sobre el mundo del gimnasio. “Se trata de
coger músculo” me dijo.
De momento he cogido unas agujetas de tres pares de cojones, eso sí. Cuando llegué a casa casi no podía mover los brazos y Lilian se estuvo riendo
un buen rato.

En fin, por la noche nos fuimos a cenar por ahí y pasamos una noche fantástica. Estuvimos en un restaurante del centro y cenamos de puta madre:
‒¿Qué te apetece pedir? ‒Le pregunté.
Me miró un poco sonrojada y me dijo:
‒La verdad es que no tengo ni idea. Nunca había estado en un restaurante tan caro y la mayoría de las cosas de la carta no las entiendo.
‒¡Bah! Yo tampoco entiendo ni papa, pero hago como que sí y me como lo que me ponen.
‒¿En serio? ‒Preguntó algo más animada.
‒¡Pues claro! Es que el menú no está escrito en ningún idioma conocido. Lo ponen así para hacerse los interesantes, pero en realidad ni ellos saben
lo que quieren decir los nombres de los platos. No se lo digas a nadie ‒le dije en voz baja echándome un poco hacia delante para acercarme más a ella,
poniéndome en plan confidencial‒, pero creo que toda la comida de aquí es pollo frito con distintos colores y sabores.
Lilian se echó a reír.
‒El truco ‒continué mientras me echaba de nuevo hacia atrás‒ es el siguiente: cuando venga el metre, o lo que en los restaurantes normales se llama
“camarero”, tienes que ponerte seria y decir “creo que tomare esto” con cara de interesante. Luego has de esperar que lo que te traigan sea comestible y
no una puta mierda de cuarenta euros.
Nos reímos nuevamente. Me encanta hacer reír a Lili, su sonrisa me ilumina la vida y me hace extremadamente feliz.
‒Sabes ‒dijo poniéndose nuevamente seria‒, a veces me siento incómoda.
‒¿Por qué?
‒Me llevas a sitios muy caros y no quiero que pienses que me estoy aprovechando de ti. Me da vergüenza no poder pagar más cosas.
Alargué las manos y cogí las suyas con ternura:
‒Lili, cariño, no seas tonta. El dinero no tiene ninguna importancia. Yo tengo la suerte de haber triunfado con los últimos discos y puedo permitirme
este tipo de cosas y estoy convencido de que estás conmigo porque te gusto. Sé que no me quieres por la pasta.
Sonrió.
‒Gracias, pero aun así me siento fuera de lugar.
‒Por eso no te preocupes, porque a mí me pasa lo mismo. Toda esta gente que está sentada en las mesas es estirada y falsa.
‒¿Y eso no te hace sentir incómodo?
‒No, porque tengo un truco ‒dije mientras le guiñaba un ojo.
‒¿Y cuál es?
‒Muy sencillo: pienso que ellos también cagan y se tiran pedos y entonces les pierdo el respeto.
Lilian estalló en carcajadas y los estirados nos miraron con cara de…, pues eso, con cara de estirados.
‒¿De dónde has sacado esa guarrada? ‒Dijo después de calmar su risa.
‒Mi abuelo siempre me decía, cuando salía por la tele alguien importante y yo me quedaba embelesado, que esa persona también se tiraba pedos
como nosotros. Y entonces se ponía serio se echaba uno y decía “¡como éstos se los tiran!”.
Lilian volvió a reírse y yo me sumé a sus carcajadas.
‒Todo un filósofo tu abuelo.
‒Sí, era un hombre fino.
Seguimos hablando de tonterías y cuando vino el metre, Lilian intentó fingir que sabía comportarse como le había dicho que lo hiciese, pero no pudo
aguantar la risa y fue un fiasco. Sin embargo nos lo pasamos en grande; aunque el pobre camarero debió de pensar que nos reíamos de él, porque estuvo
muy serio con nosotros el resto de la cena.
Lo mejor llegó en los postres. De repente comencé a notar que algo subía por mis pantorrillas de camino hacia mis muslos. Levanté un poco el
mantel y vi el zapato de Lili jugando en mis piernas, acariciándome el pantalón. Me empecé a poner cachondo y ella, para rematar, jugueteó con el
postre dejando resbalar el chocolate y la nata por sus labios.
Es una tía mogollón de sensual.
‒Lilian, para ya de hacer esa clase de cosas o te juro que no respondo de mis actos ‒le dije.
‒¿Ah no? ‒Entrecerró los ojos y lamió la cucharilla‒ ¿Y qué me vas a hacer?
Lo que pasó después fue maravilloso y también completamente nuevo para mí, porque hasta el momento sólo había tenido sexo en una cama. Lilian
se levantó, se acercó a mí y me dijo al oído:
‒Te espero en el servicio de mujeres, si te atreves.
Me mordió el lóbulo de la oreja y se marchó. Me la quedé mirando, completamente extasiado. Llevaba un vestido rojo bastante cortito y vista desde
atrás me pareció estar contemplando una diosa. Una diosa que, para alucine mío, podía tener entre mis brazos todos los días.
Miré alrededor y resoplé; joder, estaba cachondo, ni siquiera tenía ganas de comerme el postre. Bueno, sí tenía ganas de comerme a Lili, que es el
mejor y más dulce postre que se puede comer.
Los servicios quedaban separados del comedor por un pasillo, así que cuando entré en el de mujeres nadie me vio. Allí estaba ella, mirándose al
espejo y retocándose la raya de los ojos. Me miró, parpadeó y me lanzó un beso.
‒¿Qué pretendes? ‒Le pregunté.
‒Entra en ese baño ‒me dijo seria y sensual a un tiempo.
Entré y ella lo hizo después de mí, cerrando la puerta con pestillo. Los baños de los garitos caros son más grandes y están millones de veces más
limpios que los de los restaurantes baratos.
‒Siéntate ‒me ordenó con sensualidad.
Y me senté. Me cerró los ojos con su mano y comenzó a besarme la oreja, el cuello, los labios. Yo buscaba sus besos con mi lengua y ella jugaba
conmigo, se hacía de rogar y me excitaba más y más. Sabía que podían entrar y escucharnos, pero a decir verdad aquello no me importaba lo más
mínimo.
‒Mierda ‒le dije en voz baja.
‒¿Qué pasa?
‒No llevamos preservativos.
Me quitó la mano de los ojos y su mirada me traspasó de lado a lado:
‒¿Quién te ha dicho que vayamos a hacer el amor?
Y efectivamente no hicimos el amor. No, ella se agachó un poco, me desabrochó el pantalón y con su boca hizo que me derritiese. Vi las estrellas.
Después salimos del restaurante y nos fuimos a dar una vuelta por ahí. No soy especialmente marchoso y por fortuna Lilian tampoco, así que
acostumbramos a no salir demasiado.
Aunque he de reconocer que le estoy cogiendo afición a ir de restaurantes con ella.
‒¿Te ha gustado lo de antes? ‒Me preguntó mientras paseábamos bajo la luna.
Íbamos cogidos de la mano y se la apreté con fuerza:
‒Ha sido maravilloso, Lili. Por poco me muero de placer.
‒No habrá sido para tanto ‒me dijo sonriendo.
‒¡Ha sido la hostia! Por cierto ‒le dije como el que no quiere la cosa‒, ¿cuándo volveremos a ir a ese restaurante?
Se detuvo y me miró entrecerrando sus hermosos ojos:
‒Paul, cariño, si quieres que te la coma no hace falta que vayamos a ningún sitio, te lo puedo hacer cuando quieras.
Joder, aquel “cuando quieras” me sonó como las mismísimas trompetas del cielo, como si fuese el hombre más afortunado del mundo. A ver, no es
que al estar con una tía lo más importante sea el sexo, ni mucho menos, pero creo que a nadie le amarga un dulce y menos si es como Lilian.
Además, si una mujer quiere volver verdaderamente loco a un hombre, es decir, si quiere tenerlo atado a su cuerpo no hay nada mejor que una buena
mamada, con perdón.
18, Aitor

“El amor se puede quebrar”

Una maldita y jodida manada de bisontes, así es el amor. “¿Enamorarme yo? Ni de coña” había dicho siempre, y de repente me cruzo con Yazme y
me deja noqueado. Es una tía increíble, de verdad, es inteligente, divertida y todo un bombón. Llevábamos saliendo unas pocas semanas y parecía que
nos conocíamos de toda la vida.
Sin embargo hay algo que me preocupa, y es que por primera vez tengo miedo a perder a una chica. Sí, estoy aterrorizado porque el sábado por la
tarde me puse celoso y monté un numerito inolvidable. Celoso, una palabra completamente desconocida para mí. Pero es que no pude evitarlo:
‒Podíamos ir al centro, quiero mirarme un par de libros para este verano ‒me dijo el otro día.
‒¿Libros?
‒Sí, esa cosa que tiene un montón de letras.
‒No me suena ‒le dije poniendo cara de tonto.
Nos besamos y seguimos tumbados un rato. Estábamos en el sofá escuchando música, desnudos, disfrutando de nosotros. Desde que empezamos a
salir apenas quedo con mis colegas, prefiero estar con ella; pasamos horas y horas abrazados, hablando, besándonos.
Me encanta el olor de su cuerpo, sobre todo ahora que hace calor, me pone a mil el aroma de su piel, es suave pero a la vez excitante. Estuve
jugando a contar todas las pecas de su cuerpo mientras besaba cada milímetro de su contorno.
‒¡Venga, no te hagas de rogar y vamos en la moto! ‒Me dijo.
‒No sé, no sé, a lo mejor no me apetece.
‒Está bien, no me queda más remedio que sacar la artillería pesada.
Entonces comenzó a recorrer mis piernas muy suavemente para hacerme cosquillas.
‒¡Vale, Yazme! ‒Le dije intentando escapar de sus uñas, riéndome.
‒¡No, no pienso parar hasta que me digas que vamos a ir al centro a comprar libros!
Siguió haciéndome cosquillas y al fin dije:
‒¡Está bien, tú ganas! ‒La miré y sonreí‒ Pero es pronto todavía, tenemos tiempo de seguir contando pequitas, ¿qué te parece?
‒¿Contar pecas? ‒Puso cara de chica mala‒ ¿Es eso lo único que sabes hacerle a tu novia?
‒Sí. A ver, déjame pensar ‒puse gesto de estar intentando recordar algo‒, sí, me parece que se me ha olvidado todo lo demás, será este calor que me
ha fundido el cerebro.
Entonces cogió mis manos y las puso sobre sus pechos mientras me besaba. Por supuesto me encendí como la gasolina.
‒Vaya ‒dijo mirando hacia abajo‒, parece que el calor te ha fundido el cerebro, pero otra cosa está perfectamente.
La vi tan guapa con aquella sonrisa, la sentía tan mía y la contemplé tan perfecta que no pude evitar abrazarla con fuerza. Quería sentirla sobre mi
piel, notar que era parte de mí.
‒Te quiero ‒le dije.
Jamás le había dicho esas dos palabras a una mujer. Y es que nunca había querido a una mujer; las había deseado, me habían atraído, había sentido
simpatía y tal, pero nada parecido a lo que siento por Yazme.
‒Y yo a ti, Aitor, te quiero con todo mi corazón.
Estuvimos un buen rato abrazados. Luego nos besamos y acabamos haciendo el amor allí mismo, en el sofá. Fue fantástico. Nos pegamos una buena
ducha, nos vestimos y cogimos la moto para ir a la librería.

Bueno, todo empezó en la maldita tienda de libros. Mientras Yazme miraba libros yo me dedicaba a mirarla a ella.
‒¿Has leído este? ‒Me preguntó enseñándome un libro.
‒No acostumbro a leer, prefiero escuchar música.
‒Pues es una pena, porque te pierdes mogollón de buenos ratos. Mira, el verano pasado me leí este y me quedé enamorada de la historia, se llama
“Tendrá tus ojos” y es una pasada de novela.
Miré el libro y sonreí:
‒Por el título y la portada parece una moñada.
‒¿El amor te parece una moñada?
‒No, pero según qué clases de amor sí me lo parecen.
Dejó el libro en la repisa y me dio un beso.
‒Vale ‒dijo sonriendo‒, el tipo duro no lee moñadas, sólo escucha música.
‒Música dura ‒le corregí.
Nos reímos y Yazme siguió mirando libros. Yo me divertía mirándola coger uno tras otro los libros; primero miraba la portada, luego leía la parte de
atrás y por último le echaba una ojeada por dentro. Con todos los libros hacía lo mismo.
‒Pues a mí ‒dijo al rato de seguir ojeando títulos‒ me encantan las novelas de amor, y cuanto más románticas son, más me gustan.
‒Es que mi chica es un poco ñoña ‒le dije guiñándole un ojo.
‒Di lo que quieras, pero estoy segura de que si te leyeses alguna de estas novelas te encantarían, tipo duro.
‒No sé, prefiero seguir como hasta ahora.
En ese momento irrumpió un gilipollas, un tremendo gilipollas que tendría que haberse quedado en su casa:
‒¡Yazme, cuánto tiempo!
Era un tío tan alto como yo, pero no estaba fuerte, sino flacucho. Llevaba gafas y tenía los ojos azules. Parecía un empollón. Mi chica tardó un poco
en reaccionar pero cuando lo reconoció sonrió y dijo:
‒¡Dani!
Se dieron un par de besos, parecían alegrarse mucho al verse. “¿Quién es este toyaco?” pensé. Llevaba un par de libros debajo del brazo.
‒¿Cómo te va todo? ‒Preguntó el cara de pan.
Yo no existía, a mí no me miró ni un segundo. Menos mal que Yazme me cogió por el brazo y me presentó.
‒Pues bien, aquí estoy con Aitor mirando unos libros para este verano.
“¿Aitor? ¿Por qué no me presenta como su chico o su novio?” pensé. Sí, puede parecer una estupidez, pero en ese momento me jodió mucho que me
presentase de aquella manera tan fría. Hombre, no digo yo que me hubiera cogido y me hubiera comido allí mismo, pero qué menos que un “este tío
bueno de aquí es Aitor, mi novio, con el que me acabo de acostar, así que ya puedes ir olvidándote de meterte entre mis piernas, empollón…, es más, te
tengo que dejar porque me están entrando unas inevitables ganas de follármelo. Bueno, chico, me voy con este macho y oye, no te lo tomes a mal, pero
si me vuelves a ver ni te molestes en volverme a saludar”
Ya, a lo mejor estoy exagerando un poco, pero es que ese mendas me dio mala impresión, no sé, tenía mirada, cara y sonrisa de guarro. Celos, lo
reconozco, eran celos.
‒Estás muy guapa ‒dijo.
“Hijo de tu madre” pensé. “Tú no, chato, tú estás horrible, feo como una mierda de perro masticada” tuve ganas de decirle. Pero me quedé en
silencio, flipando con el pavo y con su atrevimiento.
‒Gracias ‒dijo Yazme‒. Jo, tú has cambiado un montón, la última vez que nos vimos eras de los más bajitos de clase.
‒Sí, si es que igual hacía cuatro años desde la última vez que nos vimos ‒se quedó en silencio, mirando a Yazme con una sonrisa de mono que le
hacía parecer estúpido.
‒¿Qué libros has comprado? ‒Preguntó mi chica.
‒Me he pillado un par de novelas románticas.
‒¡A ver! ¿Cuáles son?
Se las enseñó y Yazme las miró con atención. Me sentí como un gilipollas y creí que en ese momento se iba a enamorar de él y que de mí pensaría
que era un capullo por no leer novelas. Estoy convencido de que Dani intuyó mis miedos, porque mientras Yazme miraba los libros me miró como con
una sonrisa de “mira, tío, te la quito en tus putos morros”.
Yo le respondí entrecerrando los ojos y poniendo cara de, como suele decir mi chica, “perdonavidas”. Pero el muy canalla ni se inmutó y siguió
sonriendo como un gilipollas:
‒¿Las has leído? ‒Le preguntó a Yazme.
‒Esta sí, y es una pasada.
‒Pues entonces será la primera que me empiece a leer.
“Bien, cabrón, te acabas de marcar un tanto con ella, pero te aviso de que estás cavando tu propia tumba” pensé mientras me mordía las entrañas
para no estallar como una tonelada de explosivo plástico.
‒Oye, ¿te apetece que vayamos a tomar algo y así charlamos un rato y nos contamos todo lo que nos ha pasado durante todo este tiempo? ‒Le
preguntó a Yazme.
‒¿No te importa, Aitor? ‒Me preguntó Yazme.
Trague saliva y poniendo cara de “paso de todo y soy fuerte como el acero” le dije:
‒No, claro que no.
Fuimos a un garito. Estuvieron hablando todo el rato del pasado, de sus cosas del instituto y de amigos que tenían en común. También de lo que
hacían ahora. Me sentía apartado. Apartado y celoso.
‒Yo ‒dijo Dani con aires de superioridad‒ estoy haciendo Filosofía y Magisterio.
‒¿Dos carreras a la vez? ‒Preguntó Yazme sorprendida.
“Claro, yo no estoy haciendo nada más que una mierda de FP” pensé. Me sentí el tío más estúpido del mundo.
‒Sí, no es tan difícil, lo único que hay que hacer es llevarlo todo al día.
‒A mí me gustaría haber hecho una carrera, pero no sé.
‒¿Cómo que “no sé? Joder, tía, siempre has sido muy inteligente, estoy seguro de que podrías ir a la universidad y sacarías unas notas de la hostia.
‒¿Tú crees?
‒Estoy seguro, además, yo podría echarte una mano con el estudio.
“Sí, cabrón, y le echarías también mano a las tetas y al culo”
‒Este año ‒continuó Yazme‒ termino segundo y tenía pensado hacer grado superior.
‒Puedes hacer la prueba de acceso a la universidad y hacer una carrera. Iríamos juntos a clase, como en los viejos tiempos.
Tal vez fueran ilusiones mías, pero en los ojos de mi chica vi una ilusión que en el tiempo que llevábamos saliendo yo no había podido hacerle
sentir. Algo nuevo, una sensación de inseguridad ardiente invadió todos mis sentidos. Soy alto, grande y fuerte, pero me sentía diminuto, insignificante,
débil.
‒Sería maravilloso poder estudiar en la universidad ‒dijo mi chica.
‒Allí conocerías a gente de la hostia, porque tengo oído que en Formación Profesional hay cada individuo de la leche ‒dijo y me lanzó una mirada
de desprecio.
Eso fue la gota que colmó el vaso. Me encendí como una cerilla. Mis ojos tenían que echar chispas.
‒A mí me han dicho ‒dije conteniendo la ira, pero hablándole con arrogancia‒ que la universidad está llena de gilipollas.
Dani sonrió sin perder el gesto de superioridad:
‒Eso es envidia.
‒¡¿Envidia de qué?! ‒Dije levantando la voz.
Yazme posó su mano sobre mi rodilla:
‒¿Qué te pasa, Aitor?
‒Déjalo ‒dijo Dani‒, hay gente que no tiene educación.
Me levanté del taburete, me encaré con él y le dije:
‒A ver si te enteras, imbécil, en mi puta vida tendría envidia de un julay como tú, de un niñato de universidad que se cree la hostia por estar
estudiando una carrerita.
‒A lo mejor ‒contestó sin dejar de mirarme a los ojos‒, lo que te pasa es que sabes que no eres lo suficientemente bueno para ella.
‒¡Eh! ‒Exclamó Yazme.
Pero yo no di tiempo de nada más y allí mismo le solté un puñetazo que hizo que Dani se cayese hacia atrás. Yazme chilló y toda la peña del bar se
quedó flipada. El pavo estaba tirado en el suelo con la nariz sangrando.
‒Pero ¿qué has hecho? ‒Preguntó Yazme preocupada y enfadada.
Se agachó y le cogió la cara a Dani. La vi cuidando de él, miré la sonrisa que esbozó el gilipollas y me largué del garito convencido de no volver a
verla nunca más.
Yazme me había hecho daño, un daño profundo y terrible. Cuando salí del centro comercial cogí el móvil, llamé a Skat (que no tenía ni idea de
dónde podría estar) y decidí que el mundo entero podía irse a la mierda:
‒¡Qué pasa, colega! ‒Me dijo.
‒Estoy jodido, tronco.
‒Pues ya somos dos ‒me contestó.
‒¿Por una mujer?
‒Más o menos ‒dijo e imaginé una sonrisa en su rostro.
‒¿Dónde estás?
Hubo un silencio.
‒No lo sé muy bien. Sé que estoy en una ciudad con mar porque cuando me has llamado estaba sobando en una playa.
‒Eres la polla,
‒Sí, sí…, a ver, ahora en serio, estoy en Barcelona. Joder, menudo ambientazo hay en esta ciudad. He conocido mogollón de peña. Ayer nos
montamos una fiesta en la playa de puta madre.
‒Sabes, Skat, me parece que me vendría bien tomar un poco de sol.
Escuché risas al otro lado del teléfono.
‒Pues ya estás tardando en venirte. Aunque si te vienes conmigo poco vas a ver el sol, te lo aseguro, porque el día me lo paso sobando y solamente
salgo por las noches.
‒Cada vez me lo pones mejor. Bueno, me pillaré la moto y me iré para allí, en cuanto llegue te pego un toque y quedamos.
‒¡De puta madre, aquí te espero!

Ahora, mientras miro por la ventana del cuartucho de Skat y veo la playa allá a lo lejos, me siento como una mierda. Tengo la piel reseca por la sal,
el alcohol y la tristeza.
Llevo aquí tres días y no sé cuántos litros de cerveza habré bebido, además de otras cosas. Skat tiene de todo y sabe cómo hacer que las penas se
olviden; el problema es que no sólo he olvidado lo malo, sino que también he olvidado lo bueno.
La cabeza me da vueltas como si la tuviese llena de burbujas de agua de mar. Cuando era pequeño me gustaba ir a la playa, jugaba con mi padre a
enterrarnos en la arena y me lo pasaba en grande. Ahora siento que tengo arena hasta en los pulmones, me cuesta respirar y me duele el corazón. Sobre
todo después de lo que pasó ayer. “¿Qué mierda hice ayer?” pienso y cuando lo hago un nudo se me aprieta en la garganta y en las tripas. Se retuercen
como serpientes:
‒¿Quieres un pico? ‒Me preguntó una chica de pelo corto.
‒Nunca he probado esa mierda.
‒Tienes que hacerlo, es la hostia ‒tenía una sonrisa abierta y extrañamente hermosa.
Yo iba pasado de porros y birra.
‒No sé…
‒Chico, no seas aburrido, por un pico no te vas a enganchar.
La playa sonaba a lo lejos como un puto rumor monótono y macabro. Había mogollón de peña en esa cala. Todos íbamos hasta las cejas. Yo iba sin
camiseta y la tía me dijo que estaba muy bueno. Me puso una goma anaranjada alrededor del brazo:
‒Tienes unos brazos muy fuertes ‒tal vez fuese Yazme hablando a través del rostro de otra mujer.
Había conchas pequeñas alrededor nuestro. Pensé que podría recoger un montón y hacerle un collar a mi chica y llevárselo en forma de perdón.
La goma me apretaba el brazo y sentí el pinchazo caliente de la aguja penetrando mi piel. Y luego una marea recorriendo mi cuerpo. Tenía esa
mierda dentro de mi sangre y los labios de la muchacha sobre los míos.
Luego se puso encima de mí mí:
‒Sabes ‒me dijo sensualmente‒, hacer el amor metidos de caballo es una pasada.
El tiempo no pasaba. Yo lloraba por dentro. Entonces se tumbó sobre la arena y me miró con sus ojos de sirena colocada:
‒¿Es qué no te gusto? ‒Me dijo.
No recuerdo cómo era su cuerpo, ni cómo era su voz, solamente recuerdo su pelo corto y sus ojos oscuros y profundos.
‒Tengo novia ‒le dije sin saber si seguía teniendo novia, Yazme no me había llamado y yo estaba seguro de que se habría acostado con Dani. Los
celos crean fantasmas muy reales.
‒No importa ‒dijo sensualmente‒, te prometo que no se lo voy a decir.
Todo me pareció abrupto y sucio. El aliento le olía a tabaco. La besé y sentí que sus besos quemaban en mi boca, abrasaban mis labios.
‒Entra en mí, házmelo.
Una brisa fría y violenta barrió la playa de repente. Me temblaba el cuerpo, tenía frío y estaba asustado. La miré, pensé en que acababa de besar a
otra tía y me sentí como una mierda.
‒No, no puedo engañarla, la quiero demasiado ‒dije en voz baja.
‒Gilipollas ‒oí que me dijo mientras me ponía los pantalones y echaba a andar por la playa.
Al rato me puse a llorar. Quedé temblando sobre la arena. Era un trozo de papel mojado. Y he despertado con el olor de otra mujer sobre mi cuerpo.
Hay una marca roja y morada en mi brazo izquierdo. Hay un mordisco en mi cuello que no es de Yazme. Hay un montón de lágrimas sobre la mesa y me
duele hasta el alma.
Me quiero marchar y no volver nunca; todo se ha estropeado. Yo lo he estropeado. Skat acaba de entrar otra vez y parece que viene cargado de
material.
19, Yazme

“Dolor en el corazón”

Como abrazar una nube, así ha sido nuestro amor. Todo ha pasado tan rápido, tan fugaz. Me he quedado con la miel en los labios, con el aroma de sus
besos todavía húmedos en mi boca, con el eco de sus dedos sobre mi piel. Nunca había amado tanto, nunca había sentido nada parecido a lo que él me
ha hecho sentir.
Y me ha destrozado el corazón.
Junto a Aitor me he sentido guapa, segura e intocable; ahora que no está a mi lado creo caminar sobre una cuerda como un funambulista borracho,
sabiendo que en cualquier momento puedo caer y estrellarme contra el suelo. Quiero pensar que todo volverá a ser como antes, pero creo que eso es
sólo una ilusión estúpida, una esperanza que, como todas las demás se esfumará, con el viento; lo nuestro ha sido un sueño tejido con los asquerosos
hilos de la tristeza y del desengaño.
Hablo con las paredes de mi habitación como si fuesen él, y les digo “Aitor, amor mío, ojalá pudiera hacer retroceder los relojes, haría volver el
tiempo a aquella tarde en la que por primera vez me monté contigo en la moto, cuando fuimos al centro comercial y nuestros labios todavía no se habían
siquiera rozado”.
Era como si nos conociésemos de toda la vida. No hacía falta hablar para saber lo que estábamos pensando. Estas semanas han sido fantásticas,
increíbles, inolvidables. Aitor me ha hecho soñar con el más bonito de los mundos.
El tiempo no vuelve, no retrocede nunca; el muy cabrón se empeña en seguir siempre hacia delante arrastrándolo todo, machacando la felicidad, los
sueños y las esperanzas. Me duele, me duele el amor como una inmensa aguja de hierro candente atravesando mi corazón de parte a parte. Intento tener
ilusión, pero me siento fatal. Y es que desde el numerito en el bar no he vuelto a hablar con él.
Fue el sábado y hoy estamos a viernes.
Me duele el pecho cuando me acuerdo de sus manos, de sus ojos, de su sonrisa. Los últimos buenos momentos los pasamos en el sofá de su casa, él
me contaba las pecas y… Un mar de lágrimas inunda mis ojos al recordarlo.
Estoy tirada en la cama, mirando al techo y sintiendo frío por su ausencia. Ni siquiera el sol de junio puede calentar mi cuerpo si no estoy junto a él.
Estoy helada.
Se portó como un verdadero idiota. A veces pienso que si él se hubiese comportado con otra tía como yo lo hice con el capullo de Dani también me
hubiera enfadado. Pero eso no le disculpa, ni mucho menos. Y sí, he dicho el capullo de Dani porque cuando se marchó Aitor del garito me quedé con él
y fuimos juntos hasta casa. Y demostró ser un imbécil.
Me sentía rara, muy rara no yendo con mi chico. Dani parecía estar contento con todo lo que había pasado. En sus gestos, en su voz y en su mirada
había algo que decía “por fin te tengo conmigo y he jodido lo vuestro”.
En la puerta de su casa me invitó a subir y le dije que no.
‒¿Por qué? ‒Me preguntó.
‒No me apetece. No sé, tendría que llamar a Aitor y hablar las cosas.
‒¿Todavía quieres hablar con ese animal? ¿No has visto lo que me ha hecho?
Me miró con ojos de cordero degollado y me cogió una mano. Sentí asco al sentir su piel.
‒Dani ‒le dije mirándole a los ojos‒, creo que te estás confundiendo conmigo.
Me apretó la mano con fuerza:
‒Siempre me has gustado, Yazme. Desde que íbamos al instituto te he mirado como algo mucho más que una amiga. Todo este tiempo que no te he
visto se me ha hecho cuesta arriba. Me gustas mucho.
Tragué saliva.
‒Lo siento, pero tú a mí no me gustas.
Intentó acercarme hacia él. Apretaba tanto que comenzó a hacerme daño en la muñeca. Sus ojos ya no eran dulces, sino amenazantes:
‒Podrías intentarlo. Tal vez te gustase si me dejaras demostrarte lo que soy.
‒Ya lo estás haciendo, Dani, y no me gusta lo que veo ‒le dije.
Intenté separarme pero me cogió por la otra muñeca. Me asusté mucho.
‒Sube conmigo a casa, lo podemos pasar muy bien.
‒Me estás haciendo daño ‒le dije apretando los dientes.
‒Tú también me has hecho daño, joder, siempre has pasado de mí, nunca me has dado ni una sola oportunidad.
‒No puedes obligarme a quererte.
Echaba de menos a Aitor, ojalá me hubiese marchado con él. Dani hizo fuerza más fuerza y me atrajo hacia sí.
‒Venga, tonta, no te hagas la frígida, seguro que a ese macarra le has enseñado todo lo que sabes hacer.
‒¡Gilipollas! ‒Le grité y le di un rodillazo en los huevos.
Me soltó y salí corriendo.
Se quedó retorciéndose como un crío pequeño. No me podía creer lo que acababa de pasar, todo había sido como un mal sueño. Fui hasta casa y
tuve tentaciones de llamar a Aitor, pero estaba muy enfadada con él. “Ese tonto” pensé al recordar cómo se había puesto en el bar, “no quiero que esa
clase de cosas sean las que formen nuestra relación, quiero un hombre que confíe en mí y que sepa que soy solamente suya”.
No he faltado ni un solo día a clase en toda la semana pero él no ha aparecido, tampoco me ha llamado.
Sin él mi vida es como un libro en blanco, nada parece tener sentido. ¿Cómo he podido enamorarme tanto? Ayer tarde estuve con Mar, pero ni
siquiera la amistad puede sacarme de esta tristeza tan pegajosa y horrible que se me pega a los huesos, y menos cuando sé que las cosas pueden
empeorar:
‒Qué ironía, Mar, hace unas semanas le decía a Carol que no tenía que sufrir por un canalla y ahora soy yo la que llora por un tío que hasta hace bien
poco, ni en sueños me hubiera imaginado que pudiera ser mi novio.
Mi amiga miró hacia otro lado, estaba rara. En el equipo sonaba algo de música triste, no recuerdo el qué. Después de un largo silencio Mar me miró
a los ojos y me preguntó con tono preocupado:
‒¿Has hablado con él?
‒No.
‒Vaya ‒dijo haciendo una mueca de desagrado.
‒¿Qué pasa?
‒Pensaba que lo sabías.
‒¿Saber el qué? ‒La miré frunciendo el ceño‒ ¿Qué se supone que tendría que saber?
‒Dicen que Aitor se ha largado a Barcelona.
Me quedé estupefacta.
‒¿A Barcelona?
‒Sí, me lo dijo Paul. Se ve que se fue con Skat a pasar unos días.
Me quedé paralizada.
Aitor es un chico sano y sensato, pero sé que es muy impulsivo y que se marchó muy enfadado, demasiado enfadado. Tengo miedo a que cometa
alguna barbaridad. Sobre todo estando con Skat, que es una de las personas más insensatas que he conocido nunca.
‒Tengo que ir a buscarlo ‒dije sin pensar.
Mar me miró boquiabierta:
‒Pero es final de curso, si te marchas ahora te perderás todos los exámenes.
‒No puedo permitir que le pase nada… Tú no le conoces… Aitor es muy bueno y me quiere mucho y… ‒las lágrimas comenzaron a brotar de mis
ojos.
No pude continuar.
Mi amiga me abrazó con fuerza y permanecimos unos segundos achuchadas en silencio. Luego se alejó unos centímetros y me acarició el rostro con
ternura:
‒Yazme, cariño, el amor es como una máquina de esas de derribo, ya sabes, que llevan una inmensa bola de hierro y destrozan cualquier cosa con la
que se topan. El amor es así, lo aplasta todo ‒suspiró con tristeza‒. Yo llevo mucho tiempo enamorada de un hombre que me mira como a una amiga,
nunca me atreví a decirle lo que siento por él y ahora veo cómo otra mujer lo aleja de mi lado y borra todas las posibilidades de amarlo.
Mis neuronas conectaron rápidas y abrí los ojos de par en par.
‒No me digas que tú quieres a…
‒Sí.
‒¿Por qué nunca se lo has dicho?
‒No he tenido narices, soy una cobarde. Además, siempre he tenido miedo a que si le declaraba mi amor nuestra amistad se rompiese. No soporto la
idea de pensar que pudiera dejar de ver a Paul; prefiero tenerlo como amigo a estar sin él.
‒Es terrible tener lejos a la persona que amas.
‒Amiga mía, creo que lo mejor es que olvides lo que te he dicho de los exámenes y vayas a Barcelona.
‒Sí ‒dije decidida‒ iré a por él y cuando lo encuentre te juro que lo voy a matar.
Me eché de nuevo a llorar y Carol también lo hizo.
‒Vaya consuelo te doy ‒dijo sintiéndose mal.
Sonreí y nos abrazamos de nuevo.
‒Aitor tiene siempre el teléfono apagado ‒le dije.
‒Llama a Skat, aunque pueda parecer lo contrario, en el fondo es un buen tío. Estoy segura de que si le pides que te ayude te dirá dónde están.
Me dio su número y salí de casa con la intención de llamar al punki y preparar rápidamente la maleta para salir echando leches a Barcelona.
Y así lo hice, pero cuando llamé a Skat me llevé una noticia que hizo que me temblase todo el cuerpo. Pensé que el mundo se me venía abajo:
‒¿Diga?
‒Skat, ¿eres tú?
‒Sí, y tú eres…
‒Soy Yazme.
Hubo un silencio y luego Skat dijo:
‒Mierda.
‒¿Qué pasa?
‒Yazme, tía, Aitor está en el hospital
‒¡¿QUÉ?! ‒Sentí en un instante que todo me daba vueltas y que un terror incontrolable se adueñaba de mi cuerpo.
‒Le sentó mal una mierda que tomamos y…
‒¿Qué tal está? ‒Le interrumpí, la voz apenas me salía.
‒Está jodido. Le ha dado un mal viaje y todavía no ha despertado.
Luego me dijo algunas cosas pero mi mente estaba nublada, no podía apenas respirar, todo me parecía un sueño. O mejor dicho una pesadilla.

Después de colgar me parecía tener el cerebro enterrado en un montón de arena; mi mente daba vueltas y me dolía la cabeza como si me la apretasen
con fuerza. Me tuve que sentar en la cama durante unos instantes.
Rompí a llorar. Abrí uno de los selfies que nos hicimos en su casa y besé su rostro empapándolo en lágrimas. Me vestí de cualquier manera y me
preparé una maleta a toda prisa. No sabía cómo iba a ir a Barcelona. Iría a la estación de autobús o a la del tren y pillaría lo primero que me llevase.
Cuando bajé a la calle me llevé una sorpresa, pues en la puerta estaba Lilian, cuya mirada me iluminó desde lejos.
‒¿Qué haces aquí? ‒Le pregunté extrañada.
No me dijo nada y se limitó a señalarme una furgoneta que esperaba aparcada en doble fila. Al otro lado de la ventanilla estaba el rostro siempre
amable y tranquilo de Paul. Me sonrió y una inmensa alegría recorrió mi cuerpo.
Nos acercamos hasta el vehículo, mi amigo bajó la ventanilla y me dijo:
‒¿Había pedido un taxi para Barcelona?
Tuve ganas de llorar de nuevo y aunque intenté reprimir las lágrimas, algunas se escaparon de extranjis.
‒No me jodas, Yazme ‒dijo Paul con su ojos empezando a enrojecerse‒, que al final me vas a hacer llorar.
Y sí, tampoco pudo evitarlo y vi cómo unas perlitas saladas salían de sus ojos. Pensé en Mar y creí que Lilian tenía mucha suerte de tener a aquel
hombre.
‒Gracias ‒le dije mientras me asomaba por la ventanilla y le daba un par de besos.
‒Espera ‒me dijo.
Me aparté y Paul se bajó de la furgo. Nos dimos un abrazo fuerte y largo que me supo a gloria. Me reconfortó sentir su cuerpo arropando el vacío
que mi chico había dejado. Paul vale más que todo el oro del mundo.
‒Tranquila, todo va a salir bien y a lo que te des cuenta estarás otra vez con el tonto de Aitor.
‒Lo voy a matar a besos ‒dije secándome las lágrimas.
‒Yo también me lo voy a cargar, aunque no precisamente a besos.
Sonreí y escuché a Lilian que nos decía:
‒¡Venga, chicos, cuanto antes nos vayamos antes podréis matarlo!
Cuando estábamos ya sentados en la furgoneta y Paul conducía saliendo de la ciudad, le pregunté cómo se había enterado de todo y él me dijo que
había sido Mar, que le había llamado:
‒No lo dudé ni un instante, Yazme, nada más colgar le dije a Lili que teníamos que hacer las maletas, pillar la furgo e ir a buscarte.
‒Gracias, muchas gracias.
‒No seas idiota, somos amigos, para lo bueno y para lo malo.
Yo iba sentada detrás y Lilian se había sentado a mi lado. Miré por la ventanilla y el resto del mundo me pareció el decorado de una película. Sentí
su mano posarse sobre mi hombro y al girarme vi la sonrisa de aquella mujer tan hermosa.
La vi guapa, guapísima y aunque recordé a Mar y recordé también el dolor de sus palabras, pensé que Paul era un tío con suerte. Lili es una tía
estupenda y sé que puede hacer muy feliz a mi amigo. Y se lo merece, joder, se merece ser el tío más feliz del mundo.
Yo, en esos momentos, me sentía la mujer más desgraciada del universo.
20, JM

“Pistolas en el bar”

Ayer estaba jodido. No tenía ganas de nada.


Para quitarme el muermo de encima fui al Gym antes de lo que acostumbro y lo pasé de puta madre. Me encontré con Paul y me eché unas buenas
risas. Pero al salir a la calle me volvió a invadir una sensación de tristeza que me dejó hecho una mierda. Sobre todo cuando a media tarde me llamó
Paul y me dijo que se largaban a Barcelona porque Aitor estaba jodido. Me dejó fajo de pillado; no me imaginaba que algo así pudiera pasarle a
nuestro colega.
Me contó que había discutido con Yazme, que se piró con Skat y que se ve que allí se puso demasiado ciego.
Aquella noticia era una mierda más que sumar al montón. Aun así mi mente no dejaba de pensar en la chica de la playa. Su número me lo apunté en el
móvil, por si acaso. Estuve dudando en llamarla o no, y al final le pegué un toque a Yuri.
“¿Te apetece dar una vuelta por ahí?” le pregunté. Al principio dijo que no, que estaba muy tranquila y muy a gusto. Tanto insistí que terminó
aceptando.
En el parque había mogollón de peña. A veces me sobra todo el mundo (Yuri no entra en el saco de todo el mundo, claro) y ayer era uno de esos
días; me hubiera encantado que el parque hubiera estado vacío.
Yuri, extraña y sorprendentemente había llegado antes que yo y me esperaba sentada en un banco. Estaba muy guapa, aunque llevaba una camiseta
verde chillón que parecía de esas reflectantes que llevan los que curran en las carreteras.
‒¿Tan tarde he llegado? ‒Le dije sonriendo.
No me contestó.
‒Por cierto ‒continué mirando su camiseta (de paso aproveché y le miré el escote sin disimulo) ‒, no sabía que fuese carnaval. De haberlo sabido
me habría vestido para la ocasión.
‒¡Ah, no te preocupes! Tú lo tienes fácil, basta con que te pongas una goma en las orejas y parecerá que llevas careta.
‒Perdona que no me ría, guapa, pero es que tu sentido del humor me resbala hasta la altura de los huevos.
‒Bueno, lo que quieras, pero más te vale hacer que me lo pase bien, tronco, porque en casa estaba de fábula.
La miré con cara de perro:
‒Oye, nena, si querías que te lo hiciera pasar bien tendríamos que haber quedado en tu casa. Ya sabes.
‒No, no sé nada. Aunque a veces pienso que esos comentarios tan graciosos los dices en serio.
‒¿Por qué los iba a decir en broma?
Yuri sonrió y se quedó callada unos instantes, mirando al infinito:
‒¿De verdad te acostarías conmigo si te lo pidiera? Es decir, si ahora mismo te dijese “métete entre mis piernas” ¿tú me harías caso?
‒Sí.
‒Mierda, estás fatal.
Comencé a reírme a carcajadas.
Un grupo de chavales jugaba al fútbol entre los pinos, le dieron una patada a la pelota y llegó hasta nosotros. Me levanté, paré el chute, hice tres o
cuatro toques y les devolví el balón. Me senté otra vez y dije:
‒A ver, Yuri, estás buena, no perdería la oportunidad de acostarme contigo.
‒Luego nos arrepentiríamos, seguro.
‒Vaya, ¿Qué oscuros pensamientos te están acechando? ¿Tienes ganas de hacerlo con este pedazo de jambo y no sabes cómo decírmelo? No seas
vergonzosa y dime lo que te apetece, muñeca.
‒Lo tuyo es de psiquiatra…
‒Yuri, si quieres puedes tocarte pensando en mí, te lo permito.
Me sorprendió que no me diera un puñetazo o un codazo que me dejase sin respiración, de verdad, parecía que a ella también le rondaba algo por la
cabeza.
‒Déjalo, no lo entenderías, tú no sabes lo que es pasarlo mal.
‒No creo que tengas razón, Yuri, porque yo también estoy hecho una mierda.
‒¿Tú? ¿Qué te ha pasado? ¿Se te ha roto la play y te ha dado el bajón?
‒No. Se trata de ella
‒¿Bea? ¿O la que te tiraste en el tren? ¿O la que te tirarás este fin de semana?
‒La primera. Yuri, colega, estoy jodido por esa mujer, me tiene completamente pillado. No dejo de pensar en sus ojos.
Me miró entrecerrando los ojos y se puso seria, cogió el móvil y se lo puso en el oído. Acto seguido me empezó a sonar a mí.
‒¿Qué coño haces llamándome? ‒Le dije sorprendido.
‒Nada, es que pensaba que eras otra persona y que te estabas haciendo pasar por el auténtico JM. ¿De verdad has dicho “no dejo de pensar en sus
ojos”?
‒Sí.
‒Mierda, mierda y mierda. Va a ser verdad que tienes sentimientos.
‒Por lo que se ve debo de tenerlos, sí. Y para demostrarte que soy de carne y hueso quiero que me cuentes lo que te pasa.
Yuri tragó saliva.
‒¿Cuánto hace que nos conocemos, JM?
‒Mogollón, en el instituto empezamos a grabar nuestras primeras maquetas.
‒¿Te acuerdas cómo nos conocimos?
‒Claro, tía, fue la puta caña. Recuerdo que cuando viniste de Japón se metían contigo y tal, pero tú sabías defenderte de puta madre. Sin embargo un
día se pasaron, joder, yo era un cabroncete, no lo niego, pero me tocaba los huevos que se portaran así contigo.
‒No pudiste evitar sacar tu vena de macho protector. No necesitaba que vinieras a salvarme.
‒No, pero necesitabas a un amigo. Había un grupo de pavos y pavas dándote mal en el recreo y me acerqué y les dije “qué pasa, mamones, ¿por qué
no me tocáis los huevos a mí?”
‒Y te los tocaron.
‒Me dieron caña, sí. Si no hubiera sido porque me ayudaste me hubieran dado todavía más caña. Al final acabaste salvándome tú a mí.
‒Nos salvamos mutuamente. Por lo menos conseguiste que dejaran de meterse conmigo, debieron de pensar que a los dos era más difícil tocarnos las
pelotas.
Sonreí y la miré a los ojos. Siempre me ha gustado su mirada.
‒Ese día volvimos juntos a casa ‒le dije.
‒Desde entonces no hubo un día que no fuésemos charlando, aunque a mí se me escapaban todavía algunas palabras. Poco a poco, hablando de
música y tal, acabamos pensando en montar el grupo ‒me miró, sus ojos centelleaban‒ y al final todo ha salido bien.
‒Sí, la cosa no nos va nada mal.
Ella bajó los ojos y una sombra de preocupación invadió su rostro:
‒¿Qué es lo que te pasa? ‒Le pregunté‒ ¿Por qué has recordado el día en que nos conocimos? Te noto rara, distinta.
‒Yo también estoy de bajón. Tengo miedo a que esto algún día se acabe, quiero decir, ¿y si el grupo se rompe? Vale que cada uno de nosotros vamos
a nuestro rollo, sobre todo Lichi, pero yo sé que siempre puedo contar contigo. Me asusta pensar que, por lo que sea, acabemos separándonos.
‒¿Tienes miedo a perderme? ¿No se supone que era tan malo malísimo?
‒Lo eres, pero eres mi malo malísimo. Por eso a veces tengo miedo a que me puedas ver como algo más que una amiga. Sé que se jodería todo.
‒No te veo como una amiga cualquiera, Yuri, eres mi única amiga, mi mejor amiga. Y cuando digo que me acostaría contigo lo digo de verdad, ya
sabes cómo soy. Sé que si me lo pidieses me acostaría contigo, pero espero que nunca me lo pidas. Porque además después de estar conmigo no
volverías a sentir el mismo placer con ningún otro hombre y eso te arruinaría la vida sexual, es decir, después de yacer con este semental todo te sabría
a poco.
Se rió a carcajadas.
Me alegró, deseaba era que cambiara la tristeza por la alegría. No soporto ver a Yuri de bajón, la prefiero mil veces cuando no deja de meterse
conmigo.
‒Nunca vas a cambiar ‒me dijo.
‒¿Te gustaría que cambiase?
‒Ni de coña, eres único.
Me reí:
‒Sí, me lo dicen todas.
Los chavales del fútbol se largaron y la tarde comenzó a convertirse en noche. Una pareja de novios pasó y se sentó en un banco de enfrente. La
chavala se puso a horcajadas del tío y comenzaron a besarse como si fueran a comerse.
‒¡Este calorcito primaveral es brutal para las hormonas de la peña! ‒Dijo Yuri mirando a la pareja.
‒Yo vivo en una eterna primavera.
‒Sí, aunque me parece a mí que Bea puede apagar al machote que hay dentro de ti, ¿o me equivoco?
Miré a la pareja y vi que él le levantaba la minifalda un poco:
‒Esos dos van a dar el espectáculo, aunque por mí no hay problema, porque la chavala no está nada mal.
Me miró como diciendo “no me has contestado a la pregunta, guapo”:
‒¿Tienes miedo a responder?
‒No exactamente…, más bien tengo miedo a esa chica. Joder, me asusta porque el otro día cuando estaba en la cama con la tía del tren me imaginaba
que se lo hacía a ella, y eso que Mika estaba cañón y le pegaba un ritmo en la cama que no veas. Luego hay otra cosa más grave, y es que ha pasado la
prueba de la paja.
‒¿Eh? ¿Qué coño es eso? ‒Me miró con una sonrisa que decía “¿Eh?”‒ Aunque no sé sí quiero que me contestes, hay cosas que es mejor ignorar.
Luego tengo pesadillas.
‒Una vez vi en una peli que para saber si estás enamorado de una tía tienes que masturbarte, si cuando terminas te sigue gustando es que estás pillado
por ella. O sea, que no se trataba de un simple calentón.
Los ojos de Yuri no daban más de sí:
‒La prueba de la paja… Vaya, no sé si reír, llorar o vomitar.
‒Di lo que quieras, pero esa prueba es infalible.
‒Buf.
‒Tengo hambre, ¿te apetece ir a cenar?
‒¿Cenar? ¡Bah, paso! ¿Por qué no nos vamos de fiesta? Necesito un buen fiestón para quitarme esta sensación tan extraña que me tiene aplatanada.
‒¡No se hable más, Yuri invita a un fiestón!
Fuimos a un garito del centro, el Strike, en el que pincha un colega de Paul y nos olvidamos de los malos rollos. Por lo menos hasta que una panda de
mamones quiso joder la noche.
Llevábamos un buen rato en el bar y entró un grupo de tres tíos y dos pavas. Las tías estaban cañón y los pavos eran unos imbéciles. Hasta ahí todo
bien, es decir, nada fuera de lo normal.
El problema llegó cuando la peña se fue yendo del garito y era hora de cerrar. Nosotros estábamos en los platos con Hoss, el DJ. Y en un momento
dado Yuri me dio un golpe y me dijo señalando al grupo:
‒Mira, esos se están metiendo con el camarero.
El camarero estaba aguantando el cachondeo sin decir nada. En el garito apenas quedaba nadie.
‒Idiotas hay en todas partes ‒le dije.
Antes de que pudiera evitarlo mi amiga se bajó y se fue hacia la barra. Yo la seguí.
‒¿Qué coño os pasa? ‒Le dijo Yuri a una de las tías.
La pava se descojonó y un maromo se puso entre ellas. Mi colega no es baja, ni mucho menos, pero al lado del tío ese parecía diminuta. Mientras me
acercaba tenía la certeza de que nos iban a dar una paliza. Aun así la sangre me hervía. En cierto modo tenía ganas de bronca.
‒¿Por qué no te piras y nos dejas tranquilos? ‒Le dijo el tío a Yuri.
‒Mira, niñato, más os vale piraros de aquí antes de que os metáis en problemas.
El grupito se descojonó.
‒¿Y quién nos va a dar problemas? ¿Tú? ¿O tal vez tu amiguito el cara mierda? ‒Dijo mirándome.
Siempre he tenido muy mal genio, lo reconozco. Y también es posible que aquel fuese el mejor momento para cerrar la boca y no decir nada. Sentido
común y cuidado, esas eran las virtudes que requería la situación. Ahora bien, sentido común y precaución son dos de las cosas de las que carezco.
Tendría que haberme callado. Pero no lo hice. Me puse al lado del pavo y le dije:
‒A lo mejor, como vuelvas a abrir esa bocaza te la cierro de un puñetazo.
No me dio tiempo a decir nada más, porque a lo que me di cuenta tenía un brazo, bueno, un “brazaco” como de orangután rodeando mi cuello y un
par de puñetazos en la boca del estómago. A Yuri no la engancharon, fue mucho más rápida y se apartó de los golpes.
Afortunadamente Hoss actuó de cine y sacó una pipa que guardaba debajo de los platos:
‒¡Eh, gilipollas! ¿Quién quiere un beso de plomo?
Joder, los pavos y las pavas se cagaron encima. Salieron echando leches del bar. Cuando se fueron la boca me sabía a sangre y tenía el cuello rojo.
Nos sentamos en una mesa y el camarero nos puso una ronda.
Miré al DJ y le dije:
‒¿Y esa pipa?
Hoss se empezó a reír y dijo:
‒Es de fogueo, pero ya me ha librado de más de un apuro.
Yuri también se reía:
‒¡Lo mejor ha sido lo que les has dicho! ‒Exclamó‒ ¿Un beso de plomo? ¿De dónde has sacado esa mierda de frase?
‒De los noventa ‒contestó.
Nos descojonamos y le pasé un brazo por encima:
‒Tío, eres todo un poeta.
En ese mismo instante escuchamos un par de golpes afuera y la figura de una tía muy buena se dejó ver entre las aberturas de la persiana.
21, Blanka

“¿Me presentas al DJ?”

La música en el Strike es siempre la hostia. Me había llamado Paul para decirme que Aitor estaba jodido y que se iban con Yazme a buscarlo.
“Está con Skat” me dijo y yo me quedé de piedra. “¿Qué coño hace Aitor con ese?”. Al pensar en el punki me acordé de la noche en la casa de la
playa y me puse a cien. Jimmy no ha vuelto a dar señales de vida desde el “incidente” con Aitor. En el instituto nos hemos cruzado tres o cuatro veces y
no nos hemos dirigido la palabra.
Que le den, no pienso aguantar a un capullo como ese.
La cosa es que tenía ganas de marcha y me fui a dar una vuelta. Estuve con Lisa en un garito para lesbianas hasta las dos o las tres de la mañana. Yo
me había puesto una minifalda negra con cadenas y una camiseta bastante escotada. Muchas de las tías del garito me tiraron la caña.
‒Lisa, necesito un tío ‒le dije a mi amiga, que por fin se había atrevido a pedirle rollo a Helen y acababa de liarse con ella.
Helen, que es una tía legal se rió y me dijo que podía probar algo nuevo, que allí había mogollón de tías que estaban muy buenas y que más de una
querría liarse conmigo.
La miré en plan de “no me toques el coño” y me reí también:
‒No, guapas, me parece que me voy a ir a un garito en el que haya tíos, necesito un buen pavo para pasar el rato.
Nos despedimos y las dejé a lo suyo. Hacía una noche buenísima. No tenía ninguna gana de volver a casa; era una noche de esas que estas a tope de
energía y necesitas quemarla dándole un par de vueltas a la ciudad. Le pegué un toque a JM y me dijo que estaba con Yuri en el Strike.
Sin pensarlo un par de veces me fui hacia allí.
Cuando llegué la persiana estaba a mitad. Pegué un par de toques y entré.
‒¿Os habéis enterado de lo de Aitor? ‒Les pregunté.
‒Sí, menuda movida ‒respondió JM.
‒Los tíos sois bastante estúpidos con esas cosas ‒dijo Yuri mientras JM la miraba enfadado‒, no me mires así, sabes que con las cosas de los celos
os ponéis insoportables.
Por lo que fuera, no sé, no tenía ganas de bronca con Yuri. A lo mejor me había cansado de estar de uñas hacia ella. Pensé que yo también había
engañado a todos los tíos con los que había estado saliendo. A fin de cuentas, Yuri y yo no somos tan distintas. Ella le hizo daño a Paul, vale, pero fijo
que yo también he jodido a mogollón de amigos de otras.
‒Oye, que las tías también sois mogollón de celosas ‒dijo él.
‒Puede ser, pero al menos no nos ponemos como burros ni empezamos a quemar todo lo que hay a nuestro alrededor.
‒¡Bah! ‒Exclamé‒ Los celos son una gilipollez. Vamos a ver, si la otra persona te quiere ser fiel lo será y punto. Y si no quiere serlo pues te va a
engañar igual, aunque tú te pases todo el día de los pelos pensando en que te la van a colar.
‒¡Bien dicho! ‒Dijo JM.
Hoss, el DJ del garito está cañón y no dejaba de mirarme. Yo le sonreí un par de veces y pensé que tal vez podría montármelo con él. Lo había visto
alguna vez pero nunca me lo habían presentado.
Al rato se acercó hasta nosotras:
‒¿Quién es vuestra amiga? ‒Dijo mirándome con cara de lobo mientras se sentaba.
‒Blanka ‒le dije y nos dimos un par de besos.
‒No sabía que tuvieras amigas tan guapas ‒le dijo a JM.
‒Todas mis amigas están cañón, tronco. Aunque espero que estés vacunado, porque Blanka es de las que muerden.
Le di un codazo y Yuri otro.
‒No le hagas caso ‒dije mirando a Hoss‒, es que está enfadado porque nunca me lo he montado con él.
‒¡Muy buena! ‒Dijo el Dj.
‒Nunca te lo has hecho conmigo porque yo no he querido.
‒¡JA! ¿Porque nunca has querido? Mira, nene, contigo no me lo montaría ni en broma… eres demasiado…
‒Guapo e inteligente para ti ‒dijo JM.
‒Sigue soñando.
‒¿Y si sueño que tú y yo nos lo montamos? ‒Preguntó.
‒A lo mejor ni en un sueño eres capaz de aguantar a este pedazo de mujer ‒dije mientras me levantaba y me agachaba hacia él, poniéndole el escote
a la altura de los ojos.
Por supuesto no disimuló y se me comió con los ojos. Hoss también lo hizo.
‒Ten cuidado, Blanka ‒dijo Yuri‒, no vaya a ser que estos dos se vayan encima y tengan que irse a casa a cambiarse la ropita interior.
¿Yuri y yo éramos otra vez amigas? Podría ser. La cuestión es que estaba mogollón de a gusto con ella.
‒Yo no llevo calzoncillos ‒añadió Hoss como el que no quiere la cosa.
‒¿No llevas calzones, tío? ‒Le preguntó JM sorprendido.
‒No.
‒¿Y no te roza el pantalón con los huevos?
‒Voy cómodo así.
‒Joder, tronco ‒continuó JM‒, vas en plan Comando, preparado para sacártela en cualquier momento.
Nos reímos mucho, Yuri estaba, sorprendentemente, demasiado benévola con JM, es decir, parecía haber dejado a un lado esa actitud de pelea
continua contra nuestro colega.
Hoss y JM se levantaron y se fueron a juguetear un rato con los platos.
‒Míralos ‒me dijo Yuri‒, se pueden pegar horas y horas mirando los platos y comparando marcas y tal.
‒Sí. Oye, cambiando de tema, están cañón, ¿verdad?
Me miró sonriendo y asintió:
‒Aunque el más guapo es JM.
‒¡¿Qué?! ‒Exclamé pillada por su comentario‒ ¿Qué es lo que oigo? ¿Yuri lanzándole un piropo a JM?
‒Sí, lo sé, es raro. Es que esta tarde hemos estado un buen rato hablando en el parque y…
‒¿Habéis follado? ‒Interrumpí.
Yuri casi se atragantó con la bebida.
‒No, no follamos. Estuvimos charlando y me dijo que está muy pillado por una tía que conoció hace unas semanas. Joder, por unos instantes he
pensado que podría perderlo. Nos conocemos desde críos y ahora que lo veo pillado por otra pava siento que es distinto, que también es un hombre
además de un ligón.
‒Vamos, que has visto que otra se la pone tiesa y tienes envidia.
‒¿Tiesa? Bueno, ya sabes que a JM se la ponen dura todas las tías de este jodido planeta. No, si fuera eso no habría nada raro. La cuestión es que
habla de ella y además de sus virtudes de tía ‒se tocó los pechos para ejemplificar lo que estaba explicando‒, pone en evidencia cosas como la
inteligencia, la dulzura o la conversación que tiene.
‒¿JM preocupado por algo más que por las tetas y el culo? Alerta roja, está enamorado de esa tía, seguro.
‒Eso es lo que me preocupa.
‒¿En serio me estás diciendo que tú estás por él? Dios mío, el amor se está convirtiendo en una plaga, todos mis colegas y conocidos se están
enamorando.
‒Puede ser que sienta algo.
‒Algo. Eso es muy ambiguo. Algo puede significar desde un ligero cosquilleo en tus partes, hasta un amor de esos de novela que te vuelven
gilipollas.
Yuri miró hacia JM y suspiró:
‒Esta tarde le he preguntado si se acostaría conmigo y me ha dicho que sí, que lo haría sin pensárselo, que estoy muy buena.
‒Es que lo estás ‒le dije sonriendo‒, pero sabes que él lo piensa de casi todas las tías.
‒Ya te he dicho que lo sé, pero aun así no puedo dejar de pensar en sus palabras. Vamos a ver, tiene un buen polvo, eso está más claro que el agua.
‒Y la tiene bastante larga ‒añadí.
Me miró con los ojos como platos:
‒¿Cómo lo sabes si no te has acostado con él?
‒Da igual, alguna vez me he fijado en su paquete en la casa de la playa y tiene un buen bulto. Lo que ya no sé es cómo la tiene de gorda.
‒A mí el tamaño me da igual. Ya me entiendes, con tal de que no tengan un cacahuete entre las piernas me vale, lo importante es que el tío sepa usarla
como es debido. Y no creas que no me pone una buena polla, pero hay tíos que la tienen pequeña pero saben utilizar la lengua como es debido, vamos,
que te llevan al séptimo cielo sin necesidad de tenerla como una manguera.
‒Es verdad, pero aun así me quedo con los tíos que la tienen grande. Por cierto, estábamos hablando de que quieres tener la boca de JM entre tus
piernas.
Yuri se descojonó y negó con la cabeza como diciendo “Blanka, amiga mía, estás como las puñeteras cabras”.
‒Como te iba diciendo, JM tiene un buen polvo y según tú también una buena polla, pero es que además he descubierto que puede ser tierno y
profundo.
‒¡Claro, puede ser muy profundo! ‒Dije guiñándole un ojo.
Pero Yuri no pilló la broma, así que tuve que ser más específica:
‒Ya sabes, Yuri, a lo mejor JM puede llegar hasta los veinte centímetros de profundidad.
‒¡Joder, Blanka, necesitas urgentemente echar un polvo, estás insoportable! Pero no te preocupes, porque lo voy a solucionar pronto.
Yuri se levantó y llamó la atención de los chicos, que seguían toqueteando los platos. Al verla se vinieron hacia nosotras.
‒¿De dónde has sacado esa camiseta? ‒Le pregunté al comprobar ese color verde tan llamativo.
Hoss y JM acababan de llegar a nuestro lado y éste último, al escuchar mi comentario dijo:
‒Yo creo que la ha robado de alguna obra.
‒¡A la mierda la camiseta! ‒Dijo Yuri.
Y efectivamente mandó a la mierda la camiseta y se quedó vestida únicamente con el top que llevaba debajo. Hoss apenas le prestó atención, pero
JM abrió los ojos como un crío en un parque de atracciones.
‒JM ‒le dije‒, ten cuidado que vas a poner todo pringado de babas.
‒No es para menos ‒dijo.
Yuri se volvió a sentar y le preguntó a Hoss:
‒¿La tienes grande o pequeña?
Joder, por poco me muero de la risa. El pobre DJ se quedó todo pillado, sin saber qué cojones contestar.
‒Yuri ‒dije riendo para intentar sacar del apuro a Hoss‒, no es de señoritas preguntarle a un caballero por el tamaño de su miembro.
‒¿Ah no? Bueno, a lo mejor lo puedes comprobar tú misma con la boca…
‒¡Qué zorra eres! ‒Le chillé.
Los tíos se estaban descojonando vivos. En un momento dado, mientras le pegaba un trago a mi bebida JM se puso serio y dijo como si hablase de
cualquier otra cosa:
‒Hoss no la tiene muy larga, pero la tiene bien gorda.
Tuve que escupir lo que estaba bebiendo para no atragantarme. Acto seguido Yuri y yo nos reímos hasta que nos dolió la tripa:
‒¿Cómo lo sabes? ‒Preguntó mi amiga entre carcajadas.
‒A lo mejor ‒dije intentando controlar yo también las carcajadas‒, es que la ha tenido entre las manos.
‒¡O peor! ‒Chilló Yuri‒ ¡En la boca!
‒Ni puto caso ‒JM hablaba mirando a Hoss‒, es que las pobrecitas se ponen así de estúpidas cuando hablan de chicos, se ponen nerviosas y les
entra la risa tonta. Y por cierto, chicas, lo sé porque en los vestuarios del gimnasio los tíos nos miramos las pollas.
Hoss no dejaba de reír.
‒¿Para comparar? ‒Preguntó Yuri.
‒Sí, para comparar ‒respondió JM.
‒Creo que Blanka sabe que eres un mentiroso y ‒dijo Yuri con cara de malicia‒ está deseando comprobarlo por sí misma, ¿o me equivoco?
‒No, no te equivocas ‒contesté.
A Hoss se le pasó la risa de inmediato y se puso nervioso. Me gusta jugar con los tíos de esa manera, es decir, me vuelve loca ser la que controla los
tiempos. Aunque no he de negar que en ocasiones también me gusta que sean ellos los que manden.
En fin, el pobre se quedó flipado y Yuri, sabiendo por dónde iba a salir todo eso, le pegó un grito al camarero, que llevaba un rato fregando vasos y
ordenando cosas:
‒¡Creo que es hora de cerrar!
El camarero asintió y cada pareja se fue por su lado. Mientras paseaba con Hoss pensé que esa era la vida que quería llevar. De un lado para otro,
probando a mil chicos. Sin compromisos, sólo diversión. Y me divertí. Mucho.
Me acosté con Hoss y demostró ser una pasada en la cama. Me corrí tres veces. Una en su boca y dos haciéndolo. A la mañana siguiente salí de su
casa con una sonrisa de oreja a oreja y con la sensación de ser la dueña del mundo.
22, Paul

“Barcelona”

Cuando llegamos a Barcelona y encontramos el hospital en el que estaba Aitor, Yazme nos pidió que la dejásemos sola. Al principio me negué, pero
pronto comprendí que necesitaban arreglar ciertas cosas y que era mejor que lo hiciesen solos. Aun así, y sobre todo porque no sabía cómo estaba mi
amigo, le pedí que por favor me llamase en cuanto pudiera:
‒Sobre todo no te olvides de darme un toque. Da igual cómo sean las noticias, tú no dudes ni un instante en llamar.
‒Tranquilo, te prometo que lo haré.
‒¿De verdad no quieres que te acompañemos?
‒No insistas, Paul, hay cosas que es mejor afrontar en soledad.
‒Está bien, Yazme, no insisto.
La dejamos en la puerta y cuando la vi entrar en el hospital me pareció una muchacha muy desdichada. Sentí lástima por ella y Lilian, al ver la
tristeza de mi rostro puso su mano sobre mi muslo y me dio un delicioso beso en la mejilla.
‒¿A dónde te apetece que vayamos? ‒Le pregunté.
‒Me gustaría pasear cerca del mar.
‒Esto está hecho.
Nos fuimos hasta el paseo marítimo y aparcamos la furgoneta. Hacía un día estupendo; estaba atardeciendo y un viento suave y delicado acariciaba
nuestros rostros. Lilian estaba, como siempre, hermosísima.
‒Me apetece un helado de chocolate ‒dijo mi chica.
‒Vale, pero yo no puedo, estoy a régimen.
Me miró y sonrió con malicia:
‒Eso explicaría lo poco que me comes últimamente.
‒Eres mala.
‒Muy mala. Y ahora mismo nos vamos a ir una heladería y compraremos dos helados de chocolate del tamaño más grande que tengan. Nada de
tonterías de adelgazar, no necesitas perder ni un gramo. Además, hay un deporte que es buenísimo para perder peso.
Puse cara de estar pensando en posibilidades y dije:
‒La natación.
‒No precisamente.
‒Pues no caigo.
‒A ver, es un ejercicio que se suele hacerse tumbado.
‒¡Ya lo tengo! ¿Abdominales?
‒No, cariño, estoy hablando de follar.
‒¡Ah, follar! No caía, es que hace tanto tiempo que no lo hacemos que se me está olvidando cómo se hace.
‒¿Tanto tiempo?
‒Sí, por lo menos un par de días.
Nos reímos y nos besamos. Luego fuimos hasta la heladería y nos compramos unos helados. Yo quise cogérmelo pequeño pero Lili no me dejó, así
que nos comimos dos helados gigantescos. “A tomar por culo el régimen” pensé.
Con el sol apenas visible nos sentamos en un banco y estuvimos mirando los barcos que se alejaban en el horizonte. Besándonos de vez en cuando y
hablando de mogollón de cosas.
‒¿Qué piensas del amor? ‒Me preguntó.
Puse cara de “vaya cuestiones me haces”:
‒Jo, menuda pregunta. Supongo que el amor es algo cojonudo y también terrible, pero no sabría decir qué es. Lo único que tengo claro es que estoy
locamente enamorado de ti, Lilian.
Lili sonrió y bajó los ojos:
‒Cuando conocí a mi ex pensé que había descubierto el amor, pero me equivocaba. Fue cuando te vi en aquel concierto cuando supe lo que significa
esa palabra, sobre todo cuando empezamos a hablar y conectamos de aquel modo tan profundo.
Su semblante se sombreó y noté que una nube cubría la felicidad de sus ojos.
‒¿Estás bien?
‒Sí, sólo es que a veces me supera todo un poco.
‒¿Sigues asustada por lo de tu ex?
‒Sí, a veces me cuesta desconectar de toda la mierda que he pasado, aunque lo de vivir juntos hace que esté mucho mejor, es decir, saber que estoy
todo el día contigo me hace sentir segura y me acuerdo menos del pasado.
‒Sabes, he estado pensando en todo lo que me dijiste y tengo una proposición que hacerte.
Me miró a los ojos y vi el fulgor de mil estrellas en su mirada:
‒¿De qué se trata?
‒Había pensado que podríamos venirnos a vivir a Barcelona.
Su rostro se iluminó.
‒¡Me encantaría! Pero, ¿y tus amigos?
‒Me da la sensación de que cada uno de nosotros está construyendo caminos diferentes. Lo de Aitor me ha abierto los ojos, es como si hubiera
comprendido que las cuadrillas de colegas se van descomponiendo y que lo que nos unió, de uno u otro modo, se rompe.
‒¿No estás siendo un poco exagerado?
‒Puede ser, ya sabes que soy un chico bastante pesimista. Aun así me apetece cambiar de aires y venirnos aquí, creo puede ser una buena idea.
‒Me gustaría mucho.
Nos abrazamos y sentí que algo nuevo se estaba fraguando. Cuando mi hermano murió sus amigos me ayudaron mucho; Aitor, Blanka, Yazme… En
fin, todos me echaron una mano y me sacaron del agujero en el que estaba metido. Les estaré eternamente agradecido. Sin embargo hacía mucho tiempo
que estaba pensando en irme a una ciudad más grande y cosmopolita. Sé que aquí tendré muchas más oportunidades y podré seguir creciendo como
músico.
Las olas batían suavemente contra los muros del paseo y una felicidad que hacía tiempo que no sentía inundó todo mi cuerpo. Puede parecer egoísta,
pero un futuro nuevo se abría ante mis ojos y por unos instantes me olvidé de los problemas de todos mis amigos. Solamente existíamos Lili y yo.
‒Tu amiga tarda mucho en llamarte, ¿crees que irá todo bien?
Su voz y su pregunta me sacaron del ensimismamiento en el que estaba instalado. La realidad volvió a aparecer ante mis ojos.
‒No sé, no quiero llamar y molestar.
Lilian asintió.
La noche se tragó el mar y engulló los inmensos barcos del horizonte, dejándolo todo pintado en tonos grises. Permanecimos un buen rato mirando
hacia el frente, disfrutando de nuestra compañía, escuchando el sonido de las olas y el rumor de la gente que iba y venía.
‒Tendremos ‒dije pasados varios minutos‒ que buscar un hotel para pasar la noche, y un restaurante para cenar.
‒¿Sólo para cenar?
‒Y para algo más. Además, esta vez me toca a mí.
‒¿El qué te toca? ‒Preguntó con una pícara sonrisa.
‒Hacerte lo mismo que me hiciste tú.
Se ha sonrojado y se ha puesto preciosa:
‒Lo estoy deseando, Paul.
Nos reímos y nos cogimos de la mano:
‒Se está tan bien aquí que me da pena que el momento se acabe ‒dijo mirando al horizonte.
‒Podremos venir todas las veces que quieras cuando vivamos en Barcelona, será precioso poder pasear todos los atardeceres a tu lado. Aunque la
verdad es que a tu lado hasta un vertedero es un lugar romántico.
‒No quiero que lo nuestro se enfríe o cambié ‒me miró muy seria‒. Paul, prométeme que nos vamos a amar para siempre.
‒Te lo prometo, Lili.
23, JM

“Cayendo en la tentación… Otra vez”

Cuando el garito cerró, nos fuimos Yuri y yo caminando hacia casa, dejando a Blanka y Hoss seguir otro camino. Fuimos cerrando todos los bares
que había en la zona. Luego, cerca del amanecer, volvimos despacio, sin prisas. La noche era buenísima y queríamos disfrutar de cada paso, de cada
calle, de cada palabra. En un momento dado me paré y miré a mi amiga a los ojos:
‒¿Te he dicho alguna vez que eres una pasada de tía?
Sonrió y se abrazó a mí. Llevaba un top negro que le dejaba el obligo al aire. Los pantalones también negros, muy ajustados. Entre mis brazos me
pareció delgada y frágil. Olía a flores. No sé ni cómo vino ni cómo fue, pero la cuestión es que la apreté contra mí con fuerza y descendí mis manos por
su figura.
‒Tú ‒comenzó a decirme al oído‒ también eres una pasada de tío.
Apretó sus caderas más y más. Su aliento era cálido y suave.
‒Yuri, ¿qué hay de lo que me has dicho esta tarde? ¿Te has olvidado de lo terrible que sería que surgiera algo entre nosotros?
‒No me digas que ahora que llega la hora de la verdad te vas a rajar.
Puede parecer increíble, pero dudaba en acostarme con ella o no. Vale que mil veces le había hecho comentarios al respecto y que más de una vez
me la había imaginado en mis fantasías. Tampoco negaré que siempre que la veía me la comía con los ojos, porque nunca he dudado de que es una tía
que está buenísima. Y sin embargo cuando la tenía entre mis brazos, sintiendo su voz caliente casi casi rozando mi oído, algo hacía que titubeara.
Joder, la deseaba, la deseaba una barbaridad. Y a la vez me daba miedo que se cumpliese lo que ella misma hacía unas horas me había dicho. En ella
no había dudas, no sé qué narices había mutado en su forma de ver nuestra amistad, pero no dejaba de meterme mano y de morderme el cuello. Yo
estaba a mil… y en cuanto me echó mano al pantalón y notó que estaba como las motos, toda mi fuerza de voluntad se vino abajo.
Mi mente empezó a fabricar mil y una excusas, ya sabéis, un montón de argumentos que comienzan a relativizarlo todo y sí, al final me rendí, al fin y
al cabo hacerlo no era algo que fuese terrible ni nada por el estilo. Éramos dos amigos que se deseaban, pegaban un polvo y al día siguiente todo
igual…
‒La tienes dura ‒me dijo al palpar mi pantalón.
‒Es que no veas lo que me enciendes, Yuri.
Sonrió con dulzura, pero también con algo de maldad. No es que Yuri sea mala, no, ni mucho menos, pero en sus ojos siempre hay un tenue eco de
malicia. Y eso me pone.
‒¿Y Bea? ‒Me preguntó.
Me quedé unos instantes en silencio. La verdad es que no sabía qué responder.
‒Entre tú y yo no hay nada. Sólo pasión.
Me mordió el cuello y me dijo:
‒¿Nos vamos a mi casa?

En su casa nos fuimos al salón sin dejar de besarnos. Estuvimos un buen rato enrollándonos. Luego me quitó la camiseta.
‒Siéntate ‒me dijo señalando el sofá.
Su tono fue imperativo y sensual.
Me senté y ella se puso sobre mí a horcajadas, tal y como lo habían hecho los chavales en el parque esa misma tarde. Yuri ejercía un tremendo
poder; no podía dejar de seguir cada uno de sus movimientos, me la comía con los ojos.
Mis manos acariciaron su espalda y recorrieron su figura, descendiendo hasta su cintura y posándolas en el culo. Me excite más y más. Nos besamos
apasionadamente, jugando con nuestras lenguas.
‒Tienes los labios tan jugosos ‒su voz era un susurro.
Volvió a acercar su boca, pero esa vez no me besó, sino que mordió mis labios, los atrapo entre sus dientes.
‒Soy tuya ‒me dijo.
‒La de veces que he pensado en que llegase este momento.
Le quité el top, mis labios recorrieron el escote que sus pechos formaban con el sujetador. Me costó un poco desabrochárselo:
‒Lo siento, no estoy muy acostumbrado.
‒No te hagas el idiota, guapo, tienes y tendrás a todas las mujeres que quieras. ¿Me vas a decir que no sabes desabrochar un sujetador?
‒Sí, pero normalmente no pueden esperar y son ellas mismas las que se desnudan.
‒¿No puedes dejar de hacer comentarios de ese tipo ni siquiera antes de hacerlo? Vaya, me parece que voy a tener que darte algo de trabajo para que
te entretengas con la boca, así te tendré calladito.
Intenté hablar, pero no me dejó:
‒Cállate y bésame.
‒Sí, señora ‒le dije algo burlón.
Me besó mientras acariciaba sus pechos.
‒Las tienes tan grandes y tan redondas.
‒Quítate los vaqueros, quiero sentirte ‒me dijo mientras se levantaba y se quitaba también los pantalones, quedándose casi desnuda, con el tanga por
única prenda.
Caí en la cuenta en ese mismo instante, viendo a mi amiga desnuda y preciosa, que aquello iba a traer consecuencias. Aquella era la última
oportunidad que tenía de decir que no, de poner, por una vez en mi vida, algo de sentido común. “¿Qué debo hacer?” me pregunté.
Su piel estaba preciosa totalmente cubierta de sudor. El sudor es algo muy excitante, sí, porque representa lo salvaje, lo lascivo, lo bárbaro. Y Yuri,
así vista como la veía yo, repleta su figura por centenares de minúsculas y saladas gotas de sudor, era una tía salvaje, lasciva y bárbara. Sus ojos
rasgados tajaban la distancia que nos separaba, eran como el filo de un cuchillo de espuma.
Allí estaba ella, desnuda a falta de arrebatarle la ropa interior, jadeando como una loba, sudando bajo la noche, semejante a la imagen idílica de una
diosa sucumbida al placer de los mortales. ¿Hay algo más bello que ver descender a un ser perfecto hasta las mismísimas puertas del averno?
Su pelo liso, largo y negro, oscuro como una sombra, como el más negro de los pecados. Sus pechos eran dos lunas blancas. Su sonrisa abierta entre
el desdén, el desprecio y la ternura. Nunca imaginé tenerla delante de mí, desnuda, ardiendo como una centella; joder, es Yuri, mi colega de toda la
vida. La mujer que siempre se burlaba de mí, la tía que hacía un gesto con la mano o me daba un codazo cuando le hacía algún comentario picante. Mil
dudas asolaban mi pensamiento.
‒¿Qué te parezco? ‒Me preguntó.
Me la quedé mirando y no dije nada. Ya he dicho que estaba muy cachondo, así que ella miró hacia mi entrepierna y dijo sonriendo:
‒No hace falta que me respondas, ella habla por ti.
Sí, “ella” hablaba por mí, pero sólo en parte. Y digo que sólo en parte porque no era mi polla la única que quería decir algo. Algo, necesitaba
tiempo:
‒¿Te apetece que pongamos un poco de música? ‒Le pregunté, intentando detener lo que parecía imparable, o al menos retrasarlo.
Me miró desafiante, pero hermosa. Se dio la vuelta, fue hasta el equipo y se agachó: se agachó para coger un disco y por poco me muero. ¡Buf! Mi
amiga tiene un culo que es para mojar pan. Me puse peor de lo que estaba y tuve que hacer esfuerzos para no levantarme, cogerla por las caderas y
volver a la época de las cavernas.
Giró un poco la cabeza y me vio disfrutando de su figura, me sacó la lengua y puso la música. Pero no puso cualquier cosa, no, sino que se decidió
por un tema con una sensualidad desbordante.
He de decir, no obstante, que cualquier canción que hubiera sonado en ese momento me hubiera parecido sensual. Sobre todo cuando comenzó a
mover su cuerpo al son de la música. Nunca voy a olvidar “Into You” de Konstantin Sibold, se han quedado grabadas sus voces en los oídos y la figura
de mi amiga danzando a ritmo con el tema.
Me miraba fijamente y mientras lamía sus labios movía a un lado y a otro las caderas, despacio, respetando la cadencia del sonido, haciendo eses
deliciosas, dulces, ardientes.
En un momento dado cerró los ojos, alzo los brazos y jugó con su larga melena. El sudor resbalaba por su cuello; gotas diminutas flotaban como
nubes de sal sobre sus pechos. Sus pezones brillaban sonrosados por el calor y la excitación.
Poco a poco había ido acercándose hasta mí. Yo seguía sentado, alucinando con sus movimientos, flipando con su sensualidad. Se movía como las
olas del mar; esa visión me trajo el recuerdo de Bea, cuya imagen iba y venía con cada movimiento de su cadera, con cada oscilación de su cintura.
Sí, Bea jugaba con mis recuerdos mientras Yuri se columpiaba en mi deseo. He de confesar algo, chicas, y es que las mujeres soléis tener las riendas
en la cama. Sí, puede que muchos hombres no estén de acuerdo y es posible también que en muchas ocasiones no sea así, pero por norma general las
tías lleváis la voz cantante. A mí, aunque me encanta ser un ligón y poner a las tías a mil, también me gusta que sean ellas las que lleven la voz cantante,
las que me terminen por volver loco con sus cosas.
Como decía, Yuri bailaba del modo más sexy que he visto nunca. Mi deseo estaba a punto de saltar por los aires como un puñetero globo de lava. Y
en aquellas sacudidas de su feminidad se colaba, también, otro sentimiento, tal vez menos ardiente, pero mucho más fuerte. Era Bea, la chica que sin
darme cuenta me había mordido en el corazón.
Comprendí en ese instante que estaba herido…, puede que no se tratase de una herida mortal, pero sin duda sus dientes habían tocado mi alma. Por
mi amiga solamente sentía lujuria, deseo, pasión. Me quedé más tranquilo porque sabía que ni siquiera aquel cuerpazo me iba a arrebatar el corazón.
Me tendió las manos y cuando las cogí me invitó a levantarme. Me quitó la camiseta y sin dejar de moverse me lamió el pecho y descendió hasta mi
vientre. Volvió a alzarse y me besó. Luego me desabrochó los pantalones y me dejó en ropa interior.
Entonces me dio la espalda y continuó moviendo el culo, rozándose suavemente contra mí sexo. Me cogió las manos y las colocó sobre su cintura.
Sentía cada pálpito de su cuerpo en mis dedos, cada milímetro de su piel ardía ante mi contacto.
Cada vez se rozaba más y más rápido, más y más fuerte, así que yo estaba más y más excitado, más y más loco. Cuando ya pensaba que iba a explotar
se alejó unos centímetros y se quitó el tanga, con soltura, deslizando la prenda con suavidad hasta sus pies. (Una mujer es capaz de derretir a un hombre
con solo saber quitarse la ropa interior de manera sensual… Y Yuri lo hizo de puta madre)
Ella estaba completamente desnuda y yo completamente perdido. Ya no había vuelta atrás, éramos dos cuerpos rodando por una rampa de aceite,
incapaces de regresar al punto de partida, condenados a la pasión. Pienso que cuando eso ocurre no se puede luchar, es como tratar de detener las olas
del mar.
Me condenan, sí, muchas son las personas que juzgan mi comportamiento, que me dicen chulo, machista, ligón. ¡Bah! que digan lo que les salga de
los huevos; si hablan mal de mi sexo es porque no conocen el placer que se siente al asomarse a la aventura de un cuerpo nuevo, a la emoción de
acostarse por primera vez con una persona, a la novedad de unos ojos que desean ver el deseo consumado en un hola y adiós, en un encuentro puntual.
Con su cuerpo frente a mí no tenía más elección que la de dejarme llevar por los instintos. No podía elegir mejor camino que el de ser arrastrado
por su naturaleza salvaje. Así que cuando Yuri apoyó sus manos en el mueble e inclinó su cuerpo hacia delante, yo respondí dando rienda suelta al
deseo desbocado, sin preguntarme más qué pasaría al día siguiente.
Me gusta vivir el momento.
Y lo hicimos sin limitar el fuego de nuestros cuerpos, amándonos sin censuras, sin preguntarnos por qué o para qué. ¿Acaso se preguntan las nubes
porque llueve? ¿Piden permiso las montañas para alzarse hacia el cielo? ¿Se preguntan los huracanes si tienen derecho a barrer el mundo?
Recuerdo mis manos en su cintura, sus jadeos ligeramente quebrados, mi respiración agitada, sus pechos claros y hermosos, mi sudor regando su
espalda, sus hombros pequeños y sensuales sujetando nuestra pasión, mis brazos fuertes y duros cogiéndola con potencia.
A los pocos minutos sucumbió al orgasmo y yo lo hice tras ella. Me dejé caer contra su espalda y besé su nuca, lamiendo el sudor de nuestros
cuerpos.
Yuri empezó a reírse. Su risa, que nunca había oído de aquel modo tan claro, hizo que yo también comenzara a reír.
Alcé mi cuerpo y ella se dio la vuelta. Sus ojos brillaban. Tenía en los labios las marcas de sus dientes. La apreté contra mí y nos besamos
lentamente.
‒¿Qué locura hemos cometido? ‒Preguntó con la respiración todavía entrecortada.
‒No lo sé, pero me ha gustado mucho.
‒A mí también.
Nos miramos durante unos instantes a los ojos y volvimos a sonreír.

25, AITOR

“Perdóname”

Me dolía la cabeza y me sentía débil, pero estaba bien, al menos seguía vivo.
Al abrir los ojos la he visto mirando por la ventana. Era ella, Yazme, mi bombón, había venido hasta Barcelona. No se ha dado cuenta de que estaba
despierto y la he observado durante un rato, en completo silencio. Joder, estaba tan guapa que al verla casi vuelvo a perder el conocimiento. El sol
acariciaba su negra piel y la hacía brillar irreal, preciosa, perfecta.
‒Desde aquí ‒he dicho al fin‒ se puede ver el mar.
Ha suspirado y ha continuado mirando al horizonte. Sus ojos se reflejaban en el cristal.
‒No sé qué debería hacer, Aitor.
‒Yo… Lo siento mucho por todo. He sido un auténtico gilipollas.
‒¿Crees que sintiéndolo se van a solucionar las cosas?
Me he sentado en la cama y me he mareado ligeramente. No me ha importado, necesitaba acercarme a ella. Al ponerme de pie me he vuelto a marear,
pero necesitaba estar cerca de ella.
‒Lo único que quiero es verte sonreír.
Me ha mirado y me he sentido muy pequeño. Sabéis, una chica puede desmontar al hombre más fuerte con una sola mirada. Las mujeres tienen ese
poder. Me he apoyado en la pared, enfrente de ella, sin atreverme a tocarla.
‒Nunca había sentido nada parecido a lo que he sentido a tu lado. Aitor, durante estas semanas has llenado mi vida de ilusiones, por primera vez he
sido completamente feliz. Sin embargo también has sido capaz de destrozarlo todo.
‒Me he equivocado, Yazme, cariño, he metido la pata, eso es todo. A mí me ocurre lo mismo que a ti. Cada vez que pienso en ti se me encoge el
corazón y una alegría inmensa me devora, me entran ganas de abrazarte y de besarte y de ir contigo al fin del mundo. El otro día sentí que todo eso se
acababa, pensé que te darías cuenta de que hay otros tíos que valen mucho más que yo y me puse celoso. No pude controlarme y todo se salió de madre.
Pero te quiero, te quiero más que a nada en este mundo.
‒Sé que me quieres, Aitor, lo sé perfectamente. No es eso, ¿no lo entiendes? La cuestión es que tengo miedo.
‒Miedo, ¿de qué?
Yazme ha suspirado. Por sus mejillas han comenzado a rodar lágrimas y ha dicho:
‒De ti. Tengo miedo de ti.
Me han fallado las piernas. En ese mismo instante lo he comprendido todo. Que Yazme tuviera miedo de mí me ha hecho sentirme la peor persona
del mundo. ¿Cómo no me di cuenta antes? No tenía ningún derecho a ponerme como me puse.
‒Tus palabras me hacen mucho daño, pero las merezco.
‒Antes te he dicho que no sé lo que tengo que hacer. La cabeza me chilla que te dé una bofetada, que salga por esa puerta y no volver a verte nunca.
Pero el corazón me grita que te abrace y que no me separe de ti.
‒Tal vez no sirva de nada, pero si de algo estoy seguro es de una cosa: nunca voy a hacerte daño. Me he portado como un idiota, vale, pero no
volverá a pasar.
‒Me gustaría creerte.
‒Hagamos una cosa. ¿Por qué no empezamos de cero?
Me ha mirado algo extrañada. En sus ojos comenzaba a crecer algo; la tristeza profunda y dolorosa parecía dar paso a otra cosa, algo más dulce:
‒¿A qué te refieres?
‒Sí, es decir, empecemos de nuevo ‒la he cogido de las manos y he sentido el calor de mil soles‒. Hola, me llamo Aitor, ¿y tú?
Ha dudado unos instantes que se me han hecho eternos. Por fin ha dicho:
‒Encantada, yo soy Yazme.
Mi corazón ha comenzado a latir más deprisa. Entonces he hecho una reverencia absurda, como la que le hice en los vestuarios de la playa cuando
nos quedamos encerrados.
‒La marquesa Yazme, supongo.
Ha sonreído. Su sonrisa ha sido como ver amanecer.
‒Ni siquiera los médicos han podido curarte la estupidez ‒me ha dicho mientras apretaba mis manos.
‒Creo que para eso no hay cura. Pero los médicos me han dado un tratamiento para la tristeza.
‒¿Ah sí?
‒Sí, me han recetado una sonrisa tuya cada ocho horas.
Y nos hemos abrazado. ¿Cuánto ha durado el abrazo? No lo sé, tal vez cinco o diez minutos. Por mí hubiera podido durar un par de eternidades. Sus
uñas se han clavado en mi espalda hasta dolerme. Yo he apretado su cuerpo como si un huracán pudiera soplar y llevársela de mi lado. No quería
perderla, nunca más.
‒Te quiero ‒le he dicho.
‒Y yo a ti, Aitor, te quiero mucho.
La puerta se ha abierto y ha entrado una enfermera.
‒Le voy a sacar sangre, deberás esperar fuera ‒le ha dicho a Yazme.
Le he dado un beso en los labios y ha salido. He pensado que si volvía a perderla me moriría y me he tumbado mientras la enfermera preparaba la
aguja. Todo lo ocurrido los días anteriores me ha parecido un sueño, o mejor dicho, una puta pesadilla.
Luego hemos dado un paseo por los pasillos del hospital, nos hemos tomado un refresco de máquina y hemos hablado de muchas tonterías. ¿Qué
importa de qué hablar cuando estás con la persona a la que quieres?
Cuando hemos llegado a la última planta nos hemos sentado en unos bancos de espera. No había nadie. De pronto se ha abierto una puerta y ha salido
un hombre con un carro de mantenimiento. Mirando la puerta abierta se me ha ocurrido una trastada:
‒¿Te apetece hacer una estupidez?
‒Depende. No es por nada, pero últimamente he tenido demasiadas sensaciones, ¿cómo llamarlas? ¿Extremas?
‒Esta no supone ningún peligro… A no ser que nos cojan, claro.
‒Dios mío, ¿qué estás tramando?
‒Nos podemos colar por esa puerta y subir a la azotea.
‒¿Y luego?
‒Nada, nos podemos sentar a ver el mar.
He pensado que diría que no, que nos podían pillar. Pero su respuesta ha sido alucinante:
‒¡Bah, menuda chorrada! Pensaba que me ibas a proponer colarnos, subir a la azotea y hacerlo allí arriba.
Me ha dejado flipado. Sin palabras.
‒Vaya ‒ha continuado‒, el Aitor que conocía era más atrevido. A lo mejor la enfermera te ha sacado demasiada sangre.
Me he reído. Y me he enamorado un poco más. Yazme se pone tan guapa cuando adquiere ese toque malicioso.
‒Eres mala, muy mala...
‒Sí, soy mala, muy mala, pero tienes que decidirte. ¿Hacemos una chiquillada o subimos y la liamos de verdad?
Y hemos subido, claro.
No hemos podido hacer el amor porque no había donde meterse, tampoco era cuestión de que nos viese mitad de Barcelona. Pero nos hemos reído
mucho. Ha sido precioso.
Luego hemos vuelto a la habitación y Yazme se ha quedado a pasar la noche conmigo. Ha dormido parte de la noche en un incómodo sofá. Luego, a
eso de las tres de la madrugada se ha colado en mi cama. No llevaba nada más que una camiseta y unas braguitas brasileñas.
‒Si nos pillan las enfermeras te echarán ‒le he dicho en voz baja.
‒Si me echan será por envidia ‒ha contestado susurrando‒. Pero bueno, si quieres me vuelvo al silloncito.
‒¡Ni se te ocurra! ‒he dicho mientras le metía mano por debajo de la camiseta‒ Ese sillón es muy incómodo, luego te dolerá mucho la espalda.
‒¿Seguro que sólo quieres que me quede por mi salud? ¿O lo dices porque te apetece algo más?
‒Que mal pensada eres. Lo único que deseo es que estés cómoda.
Ha bajado la mano y ha notado que la tenía muy dura:
‒¡Uy! ‒Ha dicho susurrándome al oído‒ Hay algo por aquí abajo que parece tener ganas de algo más.
‒¿Eso? Ah, no te preocupes, será una reacción a la medicación.
‒Tal vez una inflamación alérgica.
‒Posiblemente.
‒Si quieres llamó a un médico.
‒Ni se te ocurra. Me parece que la única cura posible está en la cama, a mi lado.
Se ha quitado las braguitas, me ha cogido la mano y la ha llevado hasta su entrepierna. Estaba muy húmeda.
‒Mira, a mí también me pasa algo parecido.
‒Oh, pobrecita ‒he dicho mientras la masturbaba con suavidad.
Se ha excitado mucho más.
‒Nos puedan pillar en cualquier momento
‒Si quieres puedo parar.
‒No por favor, ummm, no pares, Aitor, no pares…
Sus jadeos me han puesto a mil.
He seguido tocándola durante dos o tres minutos, hasta que se ha corrido. Ha tenido que ahogar el grito en la almohada. La he besado y he dejado
que disfrutara del placer que se siente tras el orgasmo.
‒Ahora te toca a ti ‒ha dicho mientras bajaba su mano y comenzaba a masturbarme.
Me he ido muy pronto.
Hemos dormido hasta las seis, cuando ha entrado una enfermera a tomarme la tensión. Al abrir la puerta ha puesto mala cara y ha vuelto a cerrar.
Nos hemos reído mucho y esta misma mañana me han dado el alta.
Soy feliz, muy feliz.
26, JM

“Los chulos también lloran”

Cuando tenía diecisiete años monté un grupo con un par de colegas del barrio. No tocamos ni una sola vez fuera del garaje de uno de ellos, pero nos
lo pasamos de puta madre, sobre todo discutiendo con los vecinos que se quejaban del ruido que metíamos. Había un toca huevos llamado Roger que
llamó a la madera en tres o cuatro ocasiones, decía que no le dejábamos echar la siesta.
Espero no convertirme nunca en uno de esos viejos aburridos.
Por aquel entonces ya pinchaba, pero había algo de mí, un pedazo de mi cuerpo que me pedía algo diferente, algo más rockero. El grupo era una cosa
parecida a una banda de Punk. Las letras eran todas de vacile. Las escribía yo, así que el nivel no era nada del otro mundo; soy bueno en muchas cosas,
pero no en lo de escribir.
La cuestión es que una de las canciones que hice se llamaba “Los chulos también lloramos”. En ese momento no sabía que algún día iba a ser
verdad. Hoy me he dado cuenta de que los tíos como yo también lloramos. Es una gilipollez, lo reconozco, pero después de darme una ducha y
afeitarme me he pegado cuatro lloros… cuatro, nada más, no penséis que me he puesto a lloriquear como un crío. Ahora estoy mejor. Pues eso, que los
chulos también lloramos, pero ojo, lo hacemos con estilo.
Luego he bajado a dar un paseo y me he sentado en un banco del parque, en el mismo en el que el otro día estuve charlando con Yuri. Me he
acordado del buen rato que pasamos juntos y se me ha retorcido el estómago, así, de repente.
Las cosas se han precipitado de un modo estúpido. Cuando me he cansado de añorar algo que no entiendo le he dado un toque a Lichi y hemos
hablado un rato. “Me piro un mes” le he dicho y no me ha preguntado nada más. Se apañarán con Hoss para los bolos que tienen que dar este verano.
Todavía no he hablado con Yuri, no sé qué decirle. Esto se ha puesto chungo, así que la mejor idea que se me ocurre es la de pirarme una temporada.
Voy a ir a buscar a Bea para curarme del sabor de la piel de mi amiga, quiero embadurnarme con sus ojos verdes, quiero bañarme y rebozar mi piel
con la arena de su playa.
Ayer hablé con ella por teléfono.
‒¿Sí?
“Las putas sirenas existen” pensé al escuchar el timbre de sus palabras. “Me estoy volviendo un blandengue” pensé también.
‒¿Bea? ‒Pregunté agravando ligeramente la voz.
Hubo un silencio. Un silencio demasiado largo.
‒Sí, soy yo. ¿Quién eres tú?
No me reconoció a la primera, y eso me jodió. Sí, fue una especie de patada a la entrepierna. Aunque es cierto que nunca habíamos hablado por
teléfono y las voces suenan muy diferentes por el móvil.
‒¿Quién soy? ‒Puse voz de chulo‒ Soy una noche en la playa, una luna sobre el mar, una brisa en tu piel.
Otro silencio. Esta vez un silencio más corto, afortunadamente, que se quebró con unas carcajadas preciosas:
‒¿Desde cuándo eres poeta, además de un ligón?
Me reí:
‒He estado recordando mi época de escritor de canciones y me ha entrado morriña, no sé, tal vez tenga que ser más poeta y menos vacilón.
‒A mí me gustas así, eres muy mono.
Tragué saliva, me sentía un poco tonto, quería decirle que no la había olvidado desde la noche que pasamos juntos, pero no sabía cómo hacerlo.
Nunca había estado enamorado.
‒A mí también me gustas… me gustas mucho ‒dije al fin.
‒¿De verdad? ‒Noté algo extraño en su voz‒ Espero que no estés jugando conmigo…
Eso mismo me lo dijo una chica hace mogollón de años. Se llamaba Sara e íbamos juntos a la misma clase. Estaba impresionantemente buena…
pasamos buenos ratos en los vestuarios del instituto y yo, para no dejar de verla fingí que sentía algo por ella, pero en realidad no la amaba, solamente
la deseaba. Por cierto, la chupaba de maravilla… sí, supongo que esa fue la razón principal para alargar la mentira. A veces, a lo largo de mi vida, me
he comportado demasiado a la ligera.
‒Sí, Bea, estás todo el día metida en mi cabeza.
‒¿Te estás declarando?
‒Me temo que sí ‒dije con algo de ironía en la voz.
‒Vaya… ‒respondió.
“¿Vaya? ¿Qué cojones significa eso de vaya?” Pensé. Todas las alarmas de mi cabeza saltaron como en el puñetero atraco a un banco.
‒¿Qué pasa? ‒Le pregunté
Suspiró y dijo:
‒Has llegado tarde.
Yo nunca había llegado tarde, nunca, entre otras cosas porque nunca había vuelto a buscar nada de nadie. Para mí la vida ha consistido en ir de flor
en flor, disfrutando de cada tía y de cada encuentro, gozando del sabor de nuevas mujeres, naufragando en las voces de chicas que no iba a ver en mi
vida.
Tenía claro que no me iba a rendir:
‒No me importa, quiero verte ‒dije sin dudarlo.
‒Igual a mi novio sí que le importa.
Tuve ganas de decirle que yo a ese imbécil me lo comía con patatas y les daba las sobras a los jodidos perros, pero no quise parecer un psicópata, o
un maniaco.
‒¿Qué hay de malo en vernos una vez más?
‒No quiero engañarle, es un buen chico.
‒No quieres, pero lo deseas. Hazle caso al corazón, Bea, porque el resto de partes de tu cuerpo intentarán hacerte cambiar de opinión.
‒No sabía que además de poeta fueras también experto en cosas del amor ‒dijo, esta vez con un tono desafiante, cortante, duro‒. A lo mejor la única
parte que quiere volver a verte es mi entrepierna,. Pero un calentón no merece un engaño.
‒A lo mejor hay muchas más partes de tu cuerpo que quieren verme.
‒¿Crees que eres irresistible? ‒Preguntó, cambiando el tono duro por el irónico.
‒No lo creo, lo sé.
Guardó silencio unos segundos y al fin dijo:
‒Mierda, eres de lo que no hay ¿cómo pude acostarme contigo?
‒No pudiste evitarlo. Por cierto, lo hicimos dos veces y ya sabes lo que dicen: no hay dos sin tres.
‒No vas a cambiar de opinión, ¿verdad?
‒Mira, no quiero pedirte nada más que volver a verte, no hace falta que hagamos nada más que hablar un rato, cara a cara.
‒¡Ja! ¿Eres capaz de estar con una tía sin acostarte con ella?
Pensé en responderle la verdad y decirle que no, que hasta había follado con mi mejor amiga porque no pude resistirme a sus caderas, a su baile, a
sus ojos… por supuesto no se lo dije:
‒Soy capaz de muchas cosas, y quiero mostrártelas.
Supongo que se rindió, no sé si por mi insistencia o porque sus sentimientos le obligaron a arriar las velas y dejar de tratar de escapar de mí:
‒¿Dónde estás?
‒De camino a tu casa ‒le respondí, a pesar de estar sentado en el sofá.
‒Ni siquiera sabes dónde vivo.
‒Sé en qué ciudad ‒en ese momento me puse muy romántico‒, con eso me basta. Tengo toda la vida para ir llamando de puerta en puerta, al final te
encontraré y cuando abras la puerta y vea tus ojos me sentiré el hombre más afortunado del mundo.
Bea respiró hondamente:
‒Me vas a buscar la ruina.
‒Así estaremos en paz. Tú has arruinado mi vida. Yo vivía muy tranquilo y de repente has llegado tú y lo has puesto todo patas arriba.
‒Bueno, está bien, no creo que pase nada por tomarnos un café.
Al poco nos despedimos y quedamos en que al día siguiente, es decir, hoy, me iría para allá. A ver qué pasa, el amor es algo incierto y terrible.
Demasiado incierto y demasiado terrible, me temo.
Así que aquí estoy, con la maleta preparada y terminando de escribir estas pocas líneas. El verano no ha hecho nada más que empezar. Y creo que va
a ser uno de los mejores veranos de mi vida.

FIN
Si te ha gustado “Llámalo amor” te gustará “Tendrá tus ojos”, Una apasionante historia de amor:

https://www.amazon.es/dp/B01FU9D6L0

También podría gustarte