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EL ESTORNUDO MEMORABLE

Se cuenta que vivió en el Yemen un beduino llamado Abul Hossein, que


había abandonado la vida errante de su pueblo y se había convertido en uno
de los habitantes de la ciudad.

En su más temprana juventud se había casado con una mujer excelente,


pero apenas cumplido el primer año de matrimonio, Alá había llamado a su
lado a la esposa. Abul Hossein, desde el día en que ella murió, anduvo por las
casas de sus amigos, errando y sin resignarse a su ausencia.

Pasaron muchos años y los que lo querían bien le aconsejaron que


volviera a casarse para alejar la soledad.

Tanto insistieron que, al cabo de un tiempo, Abul Hossein se decidió,


aunque era muy tímido y enemigo de cualquier clase de cambios.

Recorrió la ciudad en busca de una muchacha que fuera bonita y


discreta, cualidades que él apreciaba sobre todas en la mujer, y por fin la
encontró.

Era la hija de uno de sus amigos. Una jovencita prudente, sabia y bella
como una luna llena sobre el mar.

Para celebrar la boda organizó grandes festejos, a los que invitó a todos
sus amigos y conocidos y a los grandes personajes de la ciudad.

Abrió las puertas de su magnífica mansión e hizo que se sirvieran, en


una gigantesca mesa, los manjares más delicados. Había arroz de los siete
colores, helados de distintos gustos, corderos rellenos con almendras, trozos
de carne preparados con avellanas o con pistachos y, por último, un camello
muy tierno asado con su cuero.

Todo el mundo comió y bebió en la boda y mostró su alegría. La novia,


según las tradiciones, lució siete vestidos diferentes, y todos la hacían aparecer
aún más bella.

Hacia el fin de la reunión, los servidores presentaron un enorme pastel


de boda. Abul Hossein, con suma dignidad, se acercó a su esposa y la tomó de
la mano para que lo ayudara a cortarlo. Todo el mundo esperaba. Los
personajes más encumbrados de la ciudad se acercaron para ser atendidos,
cuando Abul tomó el cuchillo y en ese momento, ¡oh, calamidad!, dejó escapar
un estornudo, ruidoso hasta el límite del ruido, terrible y grande, que hizo volar
el pastel por los aires para caer, deshecho en migas, sobre la cara del valí.
Al ocurrir semejante desastre, cada uno de los invitados se puso a
hablar con su vecino para evitar al pobre la vergüenza de tener que excusarse.
La novia misma, en lugar de burlarse o hacerle reproches, en silencio fijó la
vista en sus brazaletes. Pero el hombre, que estaba en el límite de la más
espantosa confusión, pretextó un olvido y, con el corazón lleno de vergüenza,
descendió al patio, ensilló su caballo, montó de un salto y huyó en las tinieblas
de la noche. Cuando llegó a la orilla del mar vio anclado un navío que pronto
partía para la India. Subió y, al llegar a destino, conoció a varias personas que
lo pusieron en contacto con el rey. Así consiguió un cargo de importancia y
vivió durante diez años tranquilo y rodeado de respeto. Y cada vez que el
recuerdo del estornudo volvía a su memoria, lo espantaba como se hace con
los malos pensamientos.

Al cabo de ese tiempo, despertó en su alma la nostalgia de su país.


Poco a poco su pena creció y ya no comía ni dormía pensando en su tierra. Un
día, en que la ausencia se le hizo insoportable, se disfrazó de mendigo y sin
tomarse siquiera el tiempo necesario para despedirse de nadie, se dirigió a pie
hacia el Yemen. Sin revelar su identidad, se acercó hasta su casa pensan do:
"Es seguro que ya nadie me reconoce. ¡Quiera Dios que se hayan olvidado de
mi historia!".

Y estaba por abrir la puerta cuando vio junto a ella una anciana que
peinaba la cabellera de una niña de unos diez años. Se detuvo y oyó preguntar
a la pequeña:

—¡Oh, abuela! Yo quisiera saber bien mi edad, porque tengo una


compañerita que quiere decirme el horóscopo. ¿En qué año nací?

—Mira, hija, tú has nacido exactamente... ¡en el año del estornudo!

Cuando el pobre Abul Hossein oyó estas palabras se lanzó a correr


hasta desandar todo el camino. Y mientras corría se decía: "¡He aquí que ese
maldito estornudo se ha convertido en dato para señalar las fechas! ¡Y se
transmitirá a través del tiempo por tantos años como dure el mundo!".

Y corrió y no paró de correr y correr hasta que llegó de nuevo a la India,


donde viviría hasta su muerte.

¡Que descienda sobre él la misericordia de Alá!

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