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No se reciben por
méritos personales, ni se otorgan por deseo del individuo, sino conforme al pensamiento y
soberanía de Dios, el Espíritu Santo. Las dotaciones a los miembros corresponden al propósito
soberano de Dios para su Iglesia (1 Co. 12:4–6).
1 Corintios 14.5
Desde la perspectiva del cuerpo, estos dones tienen que ver con siete funciones que ejercen los
miembros en la Iglesia: Profetizar, servir, enseñar, exhortar, compartir, presidir y hacer
misericordia.
PÉREZ MILLOS, S., Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Romanos
(Viladecavalls, Barcelona 2011) 895.
PROFECIA: El concepto profecía, por tanto el ejercicio del don, tiene un segundo nivel:
“Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación” (1 Co.
14:3). Se trata aquí, no de una revelación directa para ser escrita, sino de tomar la Palabra ya
escrita y aplicarla a la exhortación y consolación de los creyentes. No se trata del ejercicio del
don de maestro, ni tan siquiera del aspecto edificante del evangelista, sino del ministerio que
por el poder del Espíritu penetra en el corazón de los oyentes, edificándolos, exhortándolos y
consolándolos. En cierta medida se refiere a un aspecto propio de los profetas, que no sólo
escribían revelación escatológica, sino que denunciaban los problemas personales y sociales del
pueblo de Dios. El don de profecía en este segundo nivel como οἰκοδομή (edificación),
παράκλησις (exhortación) y παραμυθία (consolación), a la luz de datos eclesiales en los escritos
del Nuevo Testamento, da la impresión de que junto al ministerio del maestro (1 Co. 12:28),
había un ministerio profético de aliento y consolación.
La profecía tiene un tercer nivel, que se trata de comunicar mensaje personal dado
directamente por Dios al profeta, sin tener nada que ver con la revelación para la Escritura, ni
tan siquiera con la exhortación o consolación. A modo de ejemplo bíblico, fue la actuación de
Agabo anunciando lo que iba a suceder a Pablo (Hch. 11:27–28; 21:11). Este ministerio
profético, solo es comprobable en la medida en que se cumpla lo anunciado por el profeta. Es
el de menor valor e importancia de los tres niveles del don profeta.
El don de profecía debía usarse κατὰ τὴν ἀναλογίαν τῆς πίστεως, “conforme a la media de la
fe”. En este sentido podría traducirse como conforme a la lógica de la fe, es decir, de acuerdo
con las verdades de fe que se habían transmitido a la iglesia por los apóstoles y profetas.
Ningún ministerio profético podía discrepar con la base de fe dada a la Iglesia, sino conformarse
a ella. La medida de fe es el criterio que cada profeta debía seguir y al que debía atenerse en el
ejercicio del ministerio de edificación, aliento y consolación. Por esa misma causa, el ministerio
profético referido, podía se juzgado por los oyentes, en sentido de valorar si se ajustaba a la
doctrina recibida (1 Co. 14:29). Quiere decir esto que cualquier predicación en sentido de
mensaje profético que no se ajuste en todo a la Escritura debe ser hecho callar en la
congregación (1 Co. 14:28). La doctrina controla el mensaje y no al revés. El aliento y la
consolación solo son eficaces cuando descansan en la Palabra y son concordantes con ella.
PÉREZ MILLOS, S., Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Romanos
(Viladecavalls, Barcelona 2011) 895-896.
Mateo 28.20
HACER MISERICORDIA el don, produce en quien lo ha recibido para cualquier ayuda práctica
hacia quien lo necesite. Ese es el término que Jesús usó el intérprete de la ley luego de oír la
parábola del Buen Samaritano, respondiendo a la pregunta del Señor sobre quien fue el
verdadero prójimo: “El dijo: El que usó de misericordia con él” (Lc. 10:37). El don impulsa a la
acción ejerciendo un atractivo especial para ayudar a los que están en graves dificultades.
Puede tratarse de visitar enfermos, consolar desalentados, en general servir de ayuda a quien
necesita misericordia. Mostrar misericordia, en general, es deber de quienes hemos recibido
misericordia de Dios.
Todos recibimos dones y todos somos llamados a servir a los demás con el ejercicio de los
mismos (1 P. 4:10).
Siendo el creyente morada del Espíritu Santo, debe procurar la santidad de vida (2 Co. 7:1; Ef.
4:22–24; 1 Ts. 3:13; He. 12:14; 1 P. 1:15–16).
1 Timoteo 4.14