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álbumes e incluso gran parte de sus cosas. Compró todo nuevo.

Nunca hizo
un esfuerzo por recuperarlos, porque sabía que siempre podría encontrarlos
en casa cuando estuviera lista para abrirlos de nuevo.
Sin embargo, el día en que el infierno le dio la bienvenida a su familia,
aparte de tratar de sobrevivir al caos, lo último en lo que pensaba eran
álbumes o cualquier otro aspecto distinto a equilibrar su frágil economía. Si
no hubiera sido por la llamada del abogado, esa mañana, ella habría perdido
la única oportunidad de buscar esos recuerdos tangibles.
—Lo sé, no es mi intención interrumpir esta diligencia, solo…
—¿Qué es lo que quiere entonces, señorita? —interrumpió, cruzado de
brazos. Le quedaban varias diligencias por delante y no le apetecía perder el
tiempo.
—Saber si es posible revisar, entre lo que ha quedado de las habitaciones
o el sótano inclusive, si hay unos álbumes de fotos que son importantes para
mí. No tuve opción de buscarlos antes por razones que le aburriría escuchar
—murmuró—. Esta es mi última oportunidad. Necesito encontrarlos antes de
que los destruyan o comprobar que todavía no lo hayan hecho —replicó con
inquietud al considerar que esto último fuese un hecho.
Ella entendía que los tesoros en la vida no brillaban ni tenían seguros
contra robos. Su madre solía decirle que carecía de ambición y perspectiva,
pero a ella no le importaba. Vera se hubiera enfurecido si hubiese visto a su
hija yendo a pedir un favor por algo que, a sus ojos, era simplemente basura.
Brooke ya no tenía que soportar las opiniones de sus padres en especial desde
el día en que, por culpa de ellos, se convirtió en una paria social.
Después de que terminaron de cantar la última nota de su cumpleaños 25,
los hombres que estuvieron reunidos en el estudio con Nicholas irrumpieron
en el patio, entre la exclamación consternada de Vera y las fotografías que
captaban los invitados, para esposar al accionista mayoritario de LuxTrend:
Nicholas James Sherwood. Brook supo después, durante el proceso legal, que
esos individuos eran agentes encubiertos y que arrestaron a su padre bajo la
acusación de lavado de activos por más de ochenta millones de dólares. Lo
que habría sido una memorable ocasión de celebración se convirtió para
Brooke en caos y vergüenza.
A partir de ese momento sintió que ya no existía un puerto seguro, más
que aquel invisible al mundo: su espíritu de supervivencia.
No hubo Magic Mike, sueños renovados o posibilidades de tener días
medianamente serenos. Todos sus planes profesionales se anularon. Nadie
quería contratarla. Brooke era el daño colateral de su padre. Incluso la dueña

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del estudio le pidió que desalojara la propiedad, argumentando que la prensa
había empezado a perturbar a los vecinos con preguntas.
Los titulares en los periódicos machacaron a los Sherwood, en especial
cuando se anunció que no habría opción a fianza para Nicholas. Todas las
sucursales de LuxTrend cerraron y los empleados iniciaron juicios laborales.
Los bienes fueron sometidos a un proceso de embargo: casas de verano,
yates, la residencia secundaria en Seattle, además de congelar todas las
cuentas bancarias. Gracias a un amigo de Vera, la mansión en Los Ángeles
fue dejada para embargarse de última, pero no se logró impedir la pérdida.
Brooke tenía una tarjeta de crédito, que no estaba asociada a un banco
norteamericano, y con la que estaba subsistiendo. El cupo ya rozaba el límite
permitido. Ella tenía usados varios miles de dólares, porque su madre había
rehusado quedarse en un hotel sencillo o ajustarse a un presupuesto. Vera era
manipuladora cuando quería salirse con la suya y Brooke, al verla llorar
como nunca desde la muerte de Raffe, no se sentía capaz de negarle algo.
Necesitaba trabajar con urgencia, pero nadie quería contratarla. «¿Cómo
diablos iba a salir de esta?». Kristy estuvo a su lado manteniendo un perfil
bajo y la ayudó en lo que pudo, pero a las tres semanas de que hubiera
empezado el juicio a Nicholas, se mudó a Phoenix, Arizona, porque le dieron
un papel secundario para una serie de Netflix. Aparte de ella, un amigo con el
que la unía un lazo agridulce, Matteo Sarconni, la había contactado para
ofrecerle su ayuda, incontables ocasiones. Cuando Brooke no respondió las
llamadas, él le envió varios mensajes de texto diciéndole que contara con su
apoyo para lo que hiciera falta.
Matteo había sido el mejor amigo de Raffe, pero ya no vivía en L. A.
desde hacía años. Sin embargo, antes de marcharse de la ciudad le aseguró
que siempre estaría en deuda con ella por el pasado que compartían.
Llamarlo cuando estuvo sola en la clínica, además de que el tema era privado
y doloroso, habría sido absurdo y por completo incómodo, porque la relación
de amistad entre los dos no iba de contar intimidades. Además, vivían en
ciudades diferentes y, aparte del mensaje usual de Navidad, poco hablaban.
No la sorprendía que la hubiera buscado para ofrecerle su ayuda, pero
tampoco quería ser el caso de caridad de nadie. Sabía que Matteo tan solo
estaba movido por la culpa o el deber de una promesa. No era soberbia de
Brooke, pero el torbellino tan doloroso de esos meses, no necesitaba traer
otro ingrediente adicional que removiese momentos que, a pesar de haber
sido bonitos, habían sido empañados por la decepción.

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Nicholas Sherwood no solo había estado involucrado con la mafia
irlandesa, sino con la italiana, lavando dinero para unos y otros. LuxTrend
fue la tapadera perfecta y exitosa durante años. Brooke y su madre
testificaron en el juicio, a favor de Nicholas, aunque lo hicieron reacias. Las
dos fueron investigadas, por supuesto, pero no recibieron cargos en su contra
al no hallar pruebas que dieran cuenta de que tenían conocimiento de los
negocios o asociaciones del acusado. El jurado deliberó y la condena
impuesta fue de cuarenta años de prisión, sin opción a apelar, para el
patriarca Sherwood.
Vera, mientras Brooke buscaba desesperadamente un empleo sin éxito,
había tenido suficiente tiempo para encontrar un amante: un incauto con
dinero que la invitó de vacaciones a Oriente Medio. No dudó en abandonar a
su hija, a las pocas semanas de que se dictara la sentencia contra Nicholas, y
desentenderse de todo. Su despedida y explicación fueron un escueto
mensaje de texto impregnado de indiferencia: Hija, he encontrado el amor de
nuevo y estaré viajando por Emiratos Árabes Unidos. Buena suerte, aunque
seguro no la necesitas.
Para Brooke, encontrar que en su madre existía una vena pérfida al punto
de dejarla sin mirar atrás, fue un golpe más a la lacerada armadura que
intentaba por todos los medios de mantener en pie en medio de esa batalla de
supervivencia. Quería olvidar todos esos capítulos turbulentos, y también
necesitaba con desesperación algo que le devolviese las ganas de vivir y la
confianza en la humanidad. No sabía qué era peor: que te fallaran tus padres
o la persona que creíste amar o perder a un bebé. ¿Todo junto? Sí, todo junto
era la respuesta correcta.
Después de una larga lucha consigo misma, entre aceptar la realidad y
pretender que solo vivía una pesadilla, finalmente logró organizar sus
mínimas pertenencias en una maleta y abandonar esa mañana el motel en el
que llevaba viviendo desde hacía varias semanas a base de comida china
barata y promociones de 2x1 en McDonald’s, café, té y agua.
Claro, cualquiera diría que era una reina porque, en medio de su tirante
presupuesto, tenía la posibilidad de comer. Ella no se quejaba, tampoco podía
decir que estaba deshidratada, eso seguro, pero necesitaba una alimentación
más saludable. Lo que se ahorraba en comida o transporte ¿iba a gastárselo
en ir al médico por si pescaba una anemia o gastritis? Obvio, no.
Los anuncios de empleos que encontró más tentadores llegaron a ser de
escort e incluso stripper. Cuando empezó a considerar seriamente quitarse la
ropa para ganar dinero, Brooke supo que tenía que recoger sus piezas rotas y
reconstruirse lejos de esa ciudad en la que el precio de beber agua equivalía,

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en otros países, a una comida personal completa. Así que había tomado la
resolución de elegir un nuevo destino fuera de Los Ángeles ese mismo día.
Lo incierto y desconocido la asustaba un poco, sin embargo, ya no tenía otra
salida.
Durante la llamada de esa mañana, el abogado de la familia, Yves, no
solo le mencionó sobre el cierre definitivo de la mansión, sino que le pidió
mantener el contacto. Según él, todavía quedaban algunos temas de Nicholas
por resolver, para la familia, pero ella replicó que no quería saber nada de eso
y que buscara el modo de hablar con Vera.
Brooke había sido despojada de todo, menos de su dignidad, y no podía
ponerla al servicio de la desesperación. Al terminar con esta visita en la
mansión necesitaba echar la suerte y elegir una ciudad para sembrar nuevos
caminos lejos de todo lo que había conocido.
—Le doy treinta minutos para buscar esos álbumes de los que habla,
señorita —dijo el hombre, mientras daba órdenes a sus subalternos y hacía
gestos con las manos regordetas.
—¡Gracias! —exclamó Brooke. No perdió tiempo y se adentró en la casa.
Fue corriendo escaleras arriba, hasta la que había sido su habitación. Entre
todas las cajas amontonadas con objetos sin valor, sábanas, lámparas,
encontró un álbum de fotos. Le tembló la mano al abrirlo, porque solo en uno
de los dos álbumes guardaba las cartas de Raffe. Cuando vio las últimas
páginas con los pocos papeles, escritos a mano, contuvo un sollozo.
Si consideraba que su madre era reacia a guardar cosas de las épocas en
las que el dinero no fluía a raudales, al menos apreciaba que no hubiera
hecho una redecoración exhaustiva y enviara todo a la basura. Vera se había
convertido en una persona casi indolente.
Ahora, la mansión estaba libre de objetos de valor, pues eran parte de lo
que se consideraba como parte del pago de Nicholas a las autoridades. Ya
solo quedaban bagatelas o cosillas sin importancia alrededor. La suciedad
opacaba el brillo de las lámparas de cristal, además de algunas superficies, en
un panorama que provocaba pesar por todo lo que alguna vez fue esa casa,
indistintamente de los acontecimientos en su interior.
Brooke bajó las escaleras.
Estaba lista para marcharse cuando reparó en un detalle. Se aclaró la
garganta para hacerse notar ante Giles. Él la miró con actitud de pocas pulgas
y tan solo enarcó una ceja, porque incluso hablar parecía demasiado generoso
ahora.

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—¿Esa muñeca de porcelana? —preguntó con un hilillo de voz,
señalando el adorno revestido de vibrantes colores que estaba sobre una
preciosa consola de madera. La pequeña estatua fue un obsequio de su abuelo
cuando ella tenía nueve años y era un milagro que Vera no la hubiera botado
—. No forma parte de los bienes declarados por mi padre y…
—Si la quiere, llévesela —zanjó con impaciencia—. Hemos terminado
aquí, así que es momento de que usted también se marche.
El último de los hombres a cargo del embargo, que ya llevaba cuatro
horas retirando cada objeto de la casa de Los Ángeles, salió por la gran
puerta de madera oscura. Solo quedaron en el interior Brooke y Giles. El
silencio de la inmensa propiedad, que otrora fue el escenario de risas y
grandes fiestas que incluyeron a la realeza de Hollywood, tan solo era
interrumpido por los ruidos lejanos de los automóviles.
—Sí, gracias, por esto —agitó la estatuilla con una sonrisa triste. Con un
suspiro de resignación, Brooke dio media vuelta y salió a la calle.
El clima de Los Ángeles era perfecto todo el año. No necesitaba los
grandes abrigos que hacían falta en otras ciudades durante el invierno. Esto
quizá era una gran ventaja para poder ir de un lado a otro con su equipaje sin
que pesara o estorbara demasiado.
Brooke caminó por las calles amplias de Beverly Hills, aquellas que
conocía de toda la vida. Ahora, le parecían insípidas y tan lejanas de su
realidad. A medida que avanzaba con su maleta de 23 kg y un pequeño
carry-on, la tristeza empezaba a apoderarse de ella como la tinta negra que se
vertía en un vaso de prístina agua de manantial.
La risa de unos niños jugando despreocupadamente, en el jardín de una
mansión, le hizo recordar aquellos días en que fue feliz, porque sí que lo fue.
Días en que ignoraba lo que era la carencia, la destrucción, la incertidumbre
y también la traición y la soledad. Poco a poco, Brooke aprendió a ser
discreta con los sueños o planes que tenía en mente, no los conversaba con
otros, porque entendió que los demás se regocijaban con la desgracia ajena y
disfrutaban hablando mal del soldado herido en combate. La experiencia de
su familia, a partir del juicio de Nicholas y la pérdida de todos los bienes,
ratificó ese aprendizaje sobre la bajeza humana.
Ahora, mientras le dolían los pies con la caminata, porque tomar un taxi a
la estación de buses era un lujo, lo que menos tenía era esperanza.
Brooke solo contaba con cuatrocientos dólares americanos en efectivo y
debía usarlos sabiamente. Sus posesiones consistían en un teléfono, un iPad,
prendas de vestir de diseñador pasadas de temporada, la estatuilla de su

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abuelo, el certificado de sus estudios, su récord médico, el álbum de fotos, la
licencia de conducir caducada y su identificación. No era una rubia tonta y
frívola como algunas publicaciones quisieron exhibir. Sin embargo, entendía
que su buen nombre fue usurpado y reemplazado por la reputación de su
padre: corrupción.
Desconocía el alcance real de los crímenes de Nicholas, en especial
porque involucraban a la mafia, pero al menos consideraba que la justicia
había sido ejecutada. En su caso, el precio de la libre conciencia era el
despojo absoluto de lo material.
Brooke quería empezar de cero y eso solo podría conseguirlo en una
ciudad en la que no la conocían, una como San Diego. Le daba igual si tenía
que limpiar pisos. Pero, antes de optar por subirse al bus que la llevaría a la
terminal de transporte tomó una decisión de último momento. Kristy le había
insistido en incontables ocasiones que llamara de regreso a Matteo, Sarconni,
pero Brooke se resistía a hacerlo porque estaba abrumada por todo lo que le
ocurrió. Ahora entendía que él era el único amigo que quizá tendría los
recursos para apoyarla.
Sus opciones eran quedarse en Los Ángeles y empezar a vivir de cupones
de descuento, optar por aventurarse en San Diego a la buena del destino o
preguntarle a Matteo si, después de ignorarlo, la opción de obtener ayuda de
él seguía siendo viable.
Tomó una larga respiración y marcó el
número. Al cabo de cuatro timbrazos
respondió Matteo.
—La mujer más bella de California —contestó la voz varonil a modo de
saludo y con un innegable acento italiano—. ¿A qué debo el honor de esta
llamada, al fin, Brooke?
Ella sonrió de manera inevitable. Que no hubiera borrado su número era
buena señal. Su historia con Matteo tenía pasajes algo complicados de por
medio, pero no existían resentimientos, aunque no por eso llamarlo costaba
menos.
—Hola, Matt —replicó un poco inquieta, y usando el apodo de toda la
vida—. Sé que ha pasado mucho tiempo desde la última ocasión que
hablamos y también que no he devuelto ni tus mensajes ni llamadas, así
que…
—El tiempo es relativo —interrumpió con suavidad—. Me alegra mucho
saber de ti y lamento lo ocurrido con tu familia… Supe de todo esto por
amigos de Los Ángeles. Apenas me enteré, no pude dejar de ofrecerte mi

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ayuda, pero entiendo que hayas decidido excluirte un poco del mundo y no
responder. ¿Cómo estás con respecto a todo esto?
Brooke soltó una leve exhalación. Fuera de California, su familia no era
popular, entonces no existía riesgo de que las grandes cadenas de medios de
comunicación se hubiesen interesado por darles un titular. Por este motivo
sabía que podría optar por un nuevo inicio, al menos eso era a lo que
aspiraba.
—Hoy se ejecutó el último embargo por completo —susurró, observando
cómo pasaban los automóviles de marcas lujosas en la calle—. El de la
residencia principal.
—Oh, mierda, lo siento —replicó pasándose los dedos entre los cabellos.
Se recostó contra el respaldo de su silla de cuero en su oficina en Austin—.
¿Te quedarás en L. A.?
—No. Y no quiero que tomes esto como un favor a cambio de otro favor
ni tampoco como una deuda a pagar… Solo una ayuda…
Matteo soltó una carcajada despreocupada.
—Eres la hermana del que fue mi mejor amigo. Sé que Raffe habría
querido que estuviera cerca de ti en el caso de que me necesitaras, pero ya
sabes que después de todo… —Se hizo un ligero silencio en ambos lados de
la línea. Matteo carraspeó y agregó—: Por favor, dime ¿puedo ayudarte en
algo?
Ella miró su reflejo en la publicidad, que consistía en un espejo y
purpurina de colores con el eslogan «Los colores que tú eliges son los que
definen tu vida» en el marco, y frunció el ceño. Se trataba de una marca de
maquillaje. Su cabello estaba recogido en una coleta, sus pómulos altos
destacaban en un rostro de brillantes ojos verdes, pero cuyo fulgor había
disminuido en los últimos tiempos. Brooke consideraba que en su vida el
color predominante era el gris. ¿Muy dramática? Solo cuando alguien viviese
los meses de angustia, acoso de la prensa y demás, entonces podrían coincidir
con su elección.
—La última ocasión que nos vimos, antes de que regresaras a tu natal
Texas, me dijiste que ibas a ejercer como corredor de bienes raíces, porque
recibiste en herencia un surtido portafolio al que podías sacar partido. Me
preguntaba si tal vez existe alguna posibilidad de que pudieras ayudarme
dándome un empleo. Cualquiera, la verdad —susurró.
La risa explotó del otro lado del teléfono.
—¿Cualquiera? Brooke, con ese cerebro para los algoritmos y sistemas
de información creo que tu llamada me beneficia más a mí que a ti —dijo
—.

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Estoy a punto de vender una propiedad en las afueras de Austin, pero quizá
tú puedas evitar que eso suceda.
—¿Sí? Te escucho —dijo agarrando con fuerza el teléfono.
—Se trata de un rancho que lleva tiempo desatendido, pero tiene un gran
potencial. Tú puedes ser la persona llamada a devolverle la funcionalidad,
porque es un caos administrativo. Necesito una persona que lo administre
bien. Gran parte de la tierra ha sido bastante abandonada a su suerte. Las
áreas en pie son productivas en una medida que permite que los sueldos se
paguen sin generar que yo saque dinero de mis cuentas provenientes de otros
rubros. En conclusión, lo que genera el rancho sirve para reinvertirse en sí
mismo y el personal que trabaja ahí desde hace años.
—Oh, comprendo. Dime ¿sería muy complicado encontrar un sitio de
alquiler alrededor de la propiedad? —preguntó en un tono curioso.
—El rancho tiene una casa. No es lujosa, pero está limpia y puedes usarla
el tiempo que decidas trabajar para mí. Claro, si es que aceptas la propuesta.
Brooke tenía ganas de llorar de la emoción.
—¿Aunque no tenga ni la más mínima idea sobre ranchos? —preguntó en
un susurro.
—No necesito que seas una cowgirl y hagas tareas de campo, no te vayas
a confundir —se rio—, tan solo requeriría que organices la administración
para que todo vuelva a funcionar de manera fluida. El administrador anterior
era de la localidad, así que no vivía en Blue Oaks. Recibió una mejor oferta
laboral y la tomó, así que no he abierto una convocatoria para el puesto
porque, como te comenté, tenía en mente ponerlo a la venta. La señora
Mildred Ferguson es el ama de llaves y vive a pocos minutos del rancho. Ella
se encarga también de coordinar un equipo de limpieza para la casa.
—Entiendo —sonrió—. ¿La casa sería para mí…?
—Sí, correcto. La casona es sencilla y está diseñada para una estancia de
campo propiamente. Nunca me he quedado en ella, te soy sincero, porque
siempre tuve en mente vender el rancho, así que la idea de rediseñarla era
inexistente. Estás en la libertad de decorarla. Los hombres del rancho pueden
transportarte si hace falta. Son buenas personas. Aunque, si lo prefieres,
también está la camioneta que usaba el administrador anterior…
—Mi licencia está expirada —farfulló.
—Blue Oaks queda en la zona de Lago Vista, a menos de una hora del
centro de Austin, alrededor hay tiendas, así que no estarías lejos de los
principales comercios. Puedes optar por un Uber. Hasta que tengas la licencia

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en regla, entonces mi empresa, Wild Homes, cubriría ese rubro de
transportación por temas de trabajo.
—Todo suena estupendo, Matt —replicó con sinceridad—, pero siento
que estás dándome demasiados beneficios cuando no tengo experiencia. Y no
quisiera…
—Si no fuera por ti, yo habría terminado en prisión la noche en que Raffe
murió. Te debo mi libertad —interrumpió—. Lo menos que puedo hacer es
ayudarte. El dinero para mí es una bagatela. Te ofrezco esta oportunidad,
tómala.
Cuando él le dijo el salario, Brooke se quedó un instante en silencio. La
cantidad era suficiente para, en unos dieciocho meses, pagar casi toda la
tarjeta de crédito, el préstamo que le hizo Kristy, la cuenta que la
desconsiderada de Vera había abierto a su nombre en Bloomingdale’s y
Cartier, y luego pensar en crear su propio negocio.
—Eres la primera persona, además de Kristy, que me ofrece su confianza
a pesar de todas las idioteces que han plasmado en la prensa —soltó una
exhalación sonora controlando un sollozo—, en especial cuando llevamos
tanto tiempo sin hablarnos.
Matteo bebió lo que quedaba de su taza de café. Él y Brooke tenían una
conversación pendiente, pero había sido cobarde y evitó llamarla durante
todos esos años. Al parecer, las circunstancias nuevamente los ponían en
contacto. En esta ocasión no iba a fallarle.
—Las personas que importan en la vida no tienen tiempo de llegada o
partida o regreso, sino tan solo dejan huellas. Tú dejaste una en mí —dijo,
solemne.
—Matt… —murmuró cerrando los ojos.
—Esta no es una contratación porque sienta que te deba un favor, aunque
te debo mucho más que eso, sino que estoy honrando una promesa a Raffe —
dijo con honestidad—. Brooke, los asuntos de Blue Oaks no son lo mío y
apenas tengo tiempo de visitarlo para supervisar, pero ahora tú necesitas un
trabajo y el rancho requiere de alguien de mi confianza para que lo
administre. Es un acuerdo idóneo.
—Soy muy persistente si de tener éxito se trata —dijo Brooke con una
sonrisa.
—Sé que eres una mujer recursiva, sin duda. ¿Debo asumir que aceptas
mi oferta?
—Totalmente y puedo empezar hoy mismo —expresó con alegría,
mientras mentalmente intentaba pensar en la aerolínea que sería menos

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costosa para llegar desde California a Texas—. Dame la dirección, por favor.
Muchísimas gracias. No sabes… Gracias.
—Mi asistente, Georgia, te llamará y coordinará tu traslado desde el
aeropuerto de Los Ángeles hacia Austin. Antes de que cambies de opinión, el
boleto de avión estará esperando por ti. —Brooke soltó una risa suave. Si él
supiera lo difícil que había sido su vida más allá del juicio de su padre,
entonces entendería que ni loca se retractaría—. Salvo que tengas algún
pendiente que prefieras resolver en Los Ángeles y requieras más días, claro.
Brooke sintió un nudo en la garganta similar al que anticipaba un sollozo,
lo contuvo.
—No hay nada por resolver para mí —susurró. Quería huir lo antes
posible de esa ciudad, no le importaba ya nada—. ¿Te veré en tu oficina
mañana?
—Me marcho a Miami esta noche, pero estaré al pendiente de ti.
Tendremos tiempo de vernos a mi regreso, así como hablar de temas que no
son necesariamente de trabajo —dijo en un tono relajado, aunque ambos
sabían que aquello implicaría reabrir viejas heridas.
—Eso me gustaría —murmuró con gratitud, aunque también algo de
nerviosismo por lo que sería cuando hablaran sobre los temas que habían
tocado fibras sensibles cuando él vivió en California—. Espero que no creas
que te llamaré «jefe» ¿eh? —dijo en tono ligero.
—Recuerdo que tienes poca tolerancia por la autoridad, así que no se me
ocurriría —dijo riéndose—. Brooke, tengo un cliente esperando. Estaremos
hablando. ¿Vale?
—Sí… Gracias —replicó con sinceridad.
—Bienvenida a Texas.
Cuando cerró la comunicación, ella tomó una gran bocanada de aire y se
puso de pie. Estaba en la quiebra, pero su espíritu de lucha no tenía fracturas.
Esta era una vida que ella pretendía remontar desde las cenizas.

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