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—¿Por qué?

—preguntó, pero su tono era el equivalente a una


sentencia de muerte.
Ella se tomó un rato antes de responder, pero cuando lo hizo su
expresión no era de arrepentimiento, sino que esbozó una ligerísima, casi
imperceptible, sonrisa que se entremezcló con una mueca de malestar. El
doctor se acercó para comprobar sus signos vitales, miró a Lincoln como
si quisiera cerciorarse de que no iba a cometer una locura y luego se
marchó, pidiéndole al recién llegado que no hiciera algo de lo que
pudiera arrepentirse.
—Linc… —dijo ella en un murmullo. Su respiración era pausada. La
intravenosa tenía suero y también analgésicos—. Casi me muero… Fue
un procedimiento terrible… Una carnicería… Nunca pensé que algo que
parecía tan rápido…
—Ojalá te hubieras muerto. Dime, hija de perra, ¿era mío? —espetó
en un tono acerado y tan fiero como el látigo de un torturador capaz de
cortar a una persona hasta abrirle la piel—. ¿Era mío el bebé que
abortaste? —preguntó apretando los puños a los costados.
La sangre recorría sus venas con el brío de un tifón. Si alguien le
hubiera dicho que los instintos asesinos eran solo una metáfora, él estaba
preparado para desmentirla.
—Sí… —replicó sin remordimiento—. No me quisiste a mí, entonces
tampoco tenías derecho a querer a otro ser humano. Me quitaste lo que
más quería… Tú eras lo que más quería… —tosió y se retorció de dolor
—. Te quité lo que más anhelabas y lo que nunca quise… Un bebé…
—Te mataría ahora mismo, pero la mierda no vale más que para
evitarse, recogerla y echarla a la basura. Maldigo el día en que posé mis
ojos en ti —se inclinó sobre ella y le dijo al oído—: No mereces el
privilegio de llevar un ser humano en tu vientre. Vas a pagarlo caro.
Lincoln salió destrozado de un modo que no creía posible. Esa hija de
puta le había ocultado el embarazo. A pesar de ya no estar juntos era su
derecho saber que iba a ser padre, así como era su derecho saber si la
decisión de ella era tener o no tener ese hijo o hija y hablarlo.
Heidi le había arrebatado uno de sus deseos personales: ser papá y
formar una familia. Había tomado la decisión egoísta y unilateral de
terminar una vida que apenas empezaba, ni siquiera fue una decisión de
vida o muerte porque ella hubiera estado en riesgo, no. Lo hizo para
vengarse porque otra persona decidió que no quería estar a su lado;
porque necesitó ver dolor en otro y utilizó una vía ruin para ello.

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Cuando Jonathan lo vio salir del elevador de la clínica, se acercó con
inquietud. Lincoln no fue capaz de guardarse lo que llevaba dentro y se lo
contó todo. Su amigo le dio un abrazo y lo llevó a casa.
Si regresaba esa noche al rancho, entonces sus padres pondrían un
grito en el cielo al verlo en ese estado de shock y desconsuelo, y exigirían
saber el motivo. Lincoln no era capaz de conciliar lo que Heidi había
hecho, menos contárselo a su familia. Los destrozaría.
—Jamás voy a perdonarme haber puesto mi atención en ella…
Ninguna mujer merece la pena mi confianza ni mi cariño… Malditas sean
todas —había dicho, mientras entraba a la sala de su casa en el centro de
Austin y abría una botella de whiskey.
—No fue tu culpa, Lincoln.
—Ustedes me lo advirtieron… No quise escuchar —replicó
acabándose el contenido del vaso por completo en cuatro largos tragos—.
Ningún coño es lo suficientemente bueno para arriesgar mis sentimientos
o buenas intenciones. Quiero ver a Heidi destruida y solo hay una forma:
le quitaré todo lo que posee. Todo.
Jonathan lo había visto con preocupación, pero tan solo asintió.
Lincoln no recordaba cuánto bebió esa noche y las que le siguieron.
Tampoco recordaba cómo había sido capaz de continuar trabajando sin
revelarles a sus padres lo ocurrido o cometer una estupidez que
incurriera en un accidente laboral. Contrató abogados y un equipo de
relaciones públicas con el exclusivo fin de destruir lo más mínimo que
tuviera valor para Heidi: el negocio, el apartamento que había comprado
recientemente y su reputación. Lincoln no escatimó en gastos y sintió
gran satisfacción cuando le reportaron que Heidi había perdido el pub, su
nivel de deuda parecía impagable, nadie quería contratarla y el amante
de turno la dejó. Jamás recuperaría lo que ella le había arrebatado, pero,
al menos, sentía que hizo justicia de la única forma en que era posible sin
ir a la cárcel o volver a verla.
La única forma de mitigar el dolor era extenuarse en el rancho, salir
a cabalgar en las noches, sin importarle nada, hasta que su cuerpo no
podía más del agotamiento; otras veces, cabalgaba al amanecer mientras
sentía que la naturaleza y él eran uno solo. Aunque también empezó a
tener amantes que iban y venían, pero sus rostros eran borrones en su
memoria. Cuando su padre sufrió un accidente con una de las
maquinarias del rancho que lo dejó en silla de ruedas, Lincoln fue
designado como CEO del Conglomerado Golden Enterprises y
supervisor, el cargo máximo, de

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Golden Ties. Sus hermanos ayudaron en todo el proceso, pero ya estaban
residiendo en otras ciudades, así que casi todo el peso de la transición
recayó en el menor de todos. Tristán y Samuel conocían la verdad de lo
que había hecho Heidi, incluida la orden de alejamiento, pero acordaron
no hablarlo nunca con Osteen ni Rosalie. Lincoln vendió su casa de
soltero y se trasladó al rancho.
Los siguientes años los vivó como un autómata: trabajando, follando
con mujeres cuando le apetecía, cerrando negocios, cabalgando, inmerso
en todo lo que fuese hacer dinero, aumentar la reputación de su familia y
alejarse de cualquier vínculo emocional con una mujer. Lincoln remodeló
la casa de Golden Ties, le dio los toques necesarios para cambiar por
completo el aspecto y dejarla como nueva, como si nunca hubiera sido
utilizada por alguien más que él. Sus padres, que se mudaron al centro de
Austin para estar más cerca de los médicos de cabecera de Osteen,
cuando visitaron la casa del rancho se quedaron encantados, así como lo
estuvieron sus hermanos y sus cuñadas. Sus sobrinos eran un consuelo y
alegría, los adoraba, pero no creía ser capaz de encontrar a una mujer en
la que pudiera volver a confiar lo suficiente para considerar formar una
familia. El dolor de saber que la opción de ser padre le fue arrebatada
tan egoísta y cruelmente permanecía.
Lincoln decidió que lo único que valía la pena era el trabajo y todos
los anhelos personales que estuvieran ligados a él. Las emociones del
corazón eran un lujo, cuyo precio jamás volvería a pagar. Demasiado
alto e innecesario. Él decidió poner todo su empeño en algo más
satisfactorio: expandir el legado Kravath.
Su anhelo más personal era comprar el rancho que había sido de su
abuelo y colindaba con Golden Ties, el Blue Oaks, para convertirlo en un
viñedo. Sabía que era solo un asunto de espera, porque el actual
propietario, Matteo Sarconni, se terminaría de cansar de mantener una
propiedad que había heredado, pero no tenía la capacidad de trabajar.
La venta sería inevitable y ocurriría tarde o temprano. Hasta entonces,
Lincoln continuaría amasando una fortuna, puliendo sus habilidades de
negocios y disfrutando su perenne soltería.
No volvería a ser el Lincoln encantador, desenfadado y galante,
porque ninguna mujer merecía sus atenciones más allá de los gestos
usuales de cortesía. Jamás volvería a enamorarse. Jamás volvería a creer
en una mujer. La lección aprendida de su experiencia con Heidi lo había

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cambiado para siempre. Él había pagado un alto precio por haberse
atrevido a confiar.

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CAPÍTULO 11

No quedó espacio para réplicas cuando la boca de Lincoln atrapó la de


Brooke con un gruñido fiero. Su necesidad de satisfacer el deseo sexual
reprimido, por temas de trabajo u ocupaciones, pareció triplicarse hasta el
punto de consumirlo el día en que la conoció. Esta mujer era tentadora y
peligrosa. Él jamás había rechazado el peligro, pero ahora tenía intención de
aprender a dominar la adrenalina que este conllevaba y sacar el mejor partido
posible.
Ella no resistió el avance y le dio la bienvenida, mordiéndole el labio
inferior con fuerza, durante ese encuentro desesperado. El beso fue frenético
y el gemido que surgió de la garganta femenina era una combinación de
enfado y deseo. Las manos de Lincoln bajaron hasta las nalgas firmes,
apretándolas y haciéndola consciente de su erección.
Brooke apartó la boca con renuencia, pero la imperiosa necesidad de
aclarar el panorama antes de continuar ganó al deseo por un mínimo, aunque
necesario, porcentaje. Él la miró con una expresión que se asemejaba a la
locura causada por un deseo tan potente que podría obnubilar los sentidos y
la razón. Lo anterior, en este caso, era bastante probable.
—No me acuesto con otros para obtener favores —dijo en un tono
resentido y enfadado, a pesar de su respiración trabajosa—. Las bofetadas no
son mi estilo, pero no calculé que pudiera existir una reacción diferente para
semejante insulto.
Lincoln cerró los ojos un instante, porque necesitaba sacar sus neuronas
del piloto automático en el que parecían inclinadas a permanecer cuando
tocaba a Brooke. Su mirada azul cobalto volvió a enfocarse en los ojos
verdes de la mujer que lo tenían preso.
Soltó una exhalación lenta e hizo un asentimiento.
—Fue ofensivo de mi parte. Retiro lo dicho —replicó él con sinceridad,
tratando de llevar oxígeno a los pulmones para articular sin cortar las
palabras
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—. No me gusta Sarconni.
Ella enarcó una ceja, porque no entendía qué tenía que ver Matteo. Quizá
la necesidad de ser acariciada y besada por él era más fuerte que la
posibilidad de mantener el cerebro en alerta. Era patético. No recordaba que
algo así le hubiese ocurrido nunca con otro.
—¿Y? —preguntó con fastidio.
—Él y yo tenemos ciertos puntos en conflicto, pero ofenderte no fue
correcto.
—Si son tensas las relaciones laborales entre rancheros, me da igual. No
es correcto hacer comentarios como los de hace un rato. No los voy a tolerar.
Mi pasado es mío, salvo que quieras empezar a compartir el tuyo. —Él hizo
un gesto de rechazo a la sugerencia—. Entonces estamos de acuerdo. El
deseo no está por encima del respeto. Además ¿es muy difícil decir,
explícitamente,
«discúlpame»? —preguntó haciendo una mueca. Él negó con la cabeza, pero
siguió sin expresar las palabras exactas, porque se había disculpado sin
necesidad de expresar exactamente lo que ella quería escuchar. ¿Estaba mal?
No—. Si me acuesto contigo, no estaría haciéndolo porque estás ayudándome
en el rancho, sino porque quiero.
Lincoln soltó una exhalación y apoyó la frente contra la de Brooke.
—Hemos establecido que nuestro acuerdo no tiene tintes sexuales, sino
intelectuales, Brooke. Lo que estamos a punto de hacer es un asunto
totalmente diferente. Está claro —replicó. Apretando el agarre sobre las
nalgas femeninas, agregó con determinación y tensión—: Nunca es tarde
para preguntar, así que, si tú tienes una relación con otra persona…
—Lincoln, si tuviera una relación abierta, te lo diría. Si no la tuviera,
entonces no te habría devuelto ni siquiera el primer beso el día en que me
quedé en Golden Ties. ¿Y tú?
—No hay nadie, te lo dije el primer día, te lo repito ahora.
Ella hizo un asentimiento breve.
—Hemos aclarado todo ¿entonces?
—Para lo que tenemos en mente —replicó él haciéndole un guiño.
Brooke se rio, porque el hombre parecía bromear, pero también
sospechaba que tenía muchas capas debajo de esa armadura que llevaba tan
bien… así como ella llevaba la suya. Ambos eran conscientes de que Brooke
continuaba con las piernas rodeando la cintura masculina y la fricción de sus
pelvis era muy sugestiva. Esa era una conversación súbita y bastante
ortodoxa, aunque no por eso menos estimulante.

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Por simple instinto, Brooke le enredó los brazos al cuello, enterró los
dedos entre los cabellos con fuerza, y Lincoln la elevó un poco más del
trasero para acomodarla y sujetarla mejor contra su cuerpo. La llevó escaleras
arriba.
A pesar de los años transcurridos, desde la última vez que estuvo en la
casa del rancho, él no necesitaba mirar alrededor, porque llevaba grabado en
la memoria cuántos escalones tenía esa escalera con exactitud. Se alegraba de
que la propiedad, en la que tantos momentos bonitos vivió con su familia,
continuara en pie. Y ahora estaba a punto de crear otro instante que, estaba
muy seguro, difícilmente podría olvidar. Al menos durante un par de días.
Ninguna mujer tenía la capacidad de dejar grabado su recuerdo por tanto
tiempo en él.
—¿Estás durmiendo en la máster suite o en otra habitación? —le
preguntó mordisqueando la boca de Brooke, quien devolvía las caricias con
igual ímpetu.
Los labios de ella eran suaves, sensuales y respondían perfectamente a él.
Su necesidad de absorber todo de Brooke, empezando por ese beso, no era
algo que pudiera frenar. Su único interés era el placer y así pretendía
mantenerlo. Al menos, esta vez, lo tenía muy claro.
—Máster suite —dijo con la respiración entrecortada. Sentía la humedad
entre sus pliegues íntimos. Le gustaba sentir la dureza masculina a través del
jean y se frotó contra él, a propósito. Los gruñidos que emitía la garganta
masculina eran una caricia—. Lincoln…
Él se detuvo en la mitad de la recámara y Brooke apoyó los pies de nuevo
en el piso.
Lincoln deslizó las manos por debajo de la blusa femenina, subiendo por
la espalda de piel tersa y abrió los broches del sujetador, mientras la besaba
con una pasión que rayaba en la demencia. Le quitó la blusa, apartó el
sujetador, y cubrió ambos pechos con las manos. Le pellizcó los pezones,
duro, y en respuesta Brooke agarró su erección sobre el jean.
Gimieron.
—Había fantaseado con probar tus pechos y deleitarme en ellos —dijo
apartando la boca de la de ella, frotando el pulgar sobre los picos de esas
deliciosas tetas, mientras la observaba con expresión hambrienta. Le gustó
notar las mejillas sonrojadas y los labios inflamados por sus besos, pero en
especial cómo las pupilas de Brooke estaban pinceladas con notas de
necesidad sexual. El peso de los pechos en sus manos era exquisito; la piel
blanca y las areolas rosadas afianzaban su intención de dejar una huella;

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marcarla. Resultaba ridículo, sin embargo, tan coherente para sus instintos en
esos momentos.
Brooke le desabotonó la camisa con prisas, la apartó de su camino para
recorrer con los dedos el torso de músculos fuertes, después abrió el jean e
introdujo la mano hasta agarrar el miembro. Lo acarició, maravillada por la
textura y firmeza; él soltó un gruñido.
—¿Acaso no dicen que algunas fantasías pueden hacerse realidad? —
preguntó Brooke con un ronroneo, porque le parecía erótico hablarle tan
cerca, mirarse a los ojos, al tiempo que sentía las caricias de esas manos en
ella.
El líquido tibio que recubría su vagina necesitaba mezclarse con el placer
que solo Lincoln podría estimular y darle en esos instantes. Quería sentirlo en
lo más profundo, olvidar todo aquello que no fuesen las sensaciones
placenteras y abandonarse a sus caricias. El razonamiento no tenía cabida,
porque su cuerpo estaba ávido de encontrarse con el de otro ser humano en
un plano carnal, profundo y lleno de pulsaciones excitantes.
Él bajó la cabeza y tomó un pezón con la boca, lo succionó, y ella echó la
cabeza hacia atrás, mientras la mano de Lincoln agarraba el otro pecho
apretándolo con lujuria. Las caricias fueron alternándose; la presión y
mordiscos ligeros en la carne tersa, aumentaron, y Brooke creía que solo
bastaría que él tocara su clítoris en ese preciso momento para explotar. La
estimulación de esa boca, manos y el roce de la barba de tres días contra su
piel, era demasiado.
—Eres deliciosa… Mejor de lo que pude haber imaginado.
—Lincoln… —murmuró.
Él la quería ver toda, por completo desnuda, saborear cada rincón hasta
que quedara saciado, luego volver a empezar. La tomó en brazos y la dejó
rápidamente encima del edredón. Ella se apoyó sobre los codos y esbozó una
sonrisa de medio lado. No era una mujer vergonzosa, aunque había pasado
bastante tiempo desde Miles y cualquier encuentro sexual. No podía explicar
el motivo por el que, con Lincoln, la perspectiva de tener sexo resultaba muy
natural, a pesar de ser, más allá del conocimiento del deseo mutuo, dos
desconocidos.
—¿Lincoln detente o Lincoln quiero tener sexo contigo? —replicó con
una arrogante sonrisa. Se quitó los zapatos y el resto de la ropa hasta quedar
desnudo. Él no tenía restricción en el sexo, más allá de aquello que
necesitaba consentimiento, su pasión desbordaba y conquistaba. Miró a
Brooke sosteniéndole la mirada.

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Se acercó muy seguro de sí mismo y sonrió de medio lado por la mirada
ávida que ella le dedicó a su miembro; a su cuerpo. Sabía que era un hombre
atractivo y bien dotado, pero lo más importante era que tenía experiencia en
cómo utilizar su cuerpo para crear placer.
—Lincoln… tú —carraspeó—. La verdad es que no estás nada mal —
dijo en un murmullo lleno de apreciación, mirándolo de arriba abajo. Lincoln
soltó una carcajada ronca que agitó la erección con el movimiento. Ella se
humedeció los labios.
—¿Es tu mejor forma de decir que estás muy húmeda y me deseas? —
preguntó.
Brooke podría jurar que un espécimen masculino como Lincoln era difícil
de encontrar como amante. Ella había tenido cinco compañeros de cama,
incluido el estúpido de su exprometido, y ninguno cubría la talla para
considerarse una fantasía sexual femenina. Este cowboy iba a dejar el listón
visual muy alto. Cada músculo parecía tallado en mármol; el cabello lo tenía
alborotado, porque ella había jugueteado mucho con él; la piel estaba besada
por el sol; los pectorales estaban moderadamente salpicados de vellos; sus
piernas eran fuertes y de músculos firmes; el miembro viril era grueso y
portentoso. Notó el brillo húmedo sobre el glande. Su primer instinto fue
acercarse y lamerlo, pero iba a esperar.
—Sí… —murmuró—, por ahora.
—Confía en que estás segura conmigo en esta cama o en cualquier otra
superficie en la que te posea esta noche —dijo en tono gutural. Una promesa.
—Sé que lo estoy —expresó con anhelo—. Quiero probarte…
—Lo harás cuando sea el momento.
—Muy mandón, Lincoln —replicó enarcando una ceja.
—Solo quéjate si no te doy placer o cuando quieras exigir más, Brooke.
—Bésame…
Él sonrió de medio lado y la terminó de desnudar en un frenesí que
compartieron hasta quedar piel con piel. La cubrió con su cuerpo y bajó la
cabeza hasta agarrar uno de los pezones en su boca, lo succionó con fuerza y
ella tembló por el placer eléctrico que tocó sus fibras sensibles. Lincoln
aplicó la misma caricia al otro pecho. Por supuesto que la estaba besando,
pero no en la boca, sino en esas tetas deliciosas que había anhelado saquear y
disfrutar. Brooke le acarició el cabello con fuerza, un cabello
sorprendentemente suave entre sus dedos, arqueando la espalda y sintiendo el
calor palpitante, mojado y frenético en su sexo. El pene estaba presionando
contra su cadera, y ella se removió en un intento de darle a entender dónde
lo quería con exactitud, sin

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embargo, él se tomó su tiempo acariciando esos montes deliciosos firmes y
suculentos. La lengua de Lincoln era caliente y salvaje.
—Eres tan bella, Brooke —dijo en un tono reverente, mirándola a los
ojos. Después le besó el cuello, el valle de los pechos y descendió hasta el
vientre. Le separó los muslos y acomodó cada pierna en uno de sus hombros,
abriéndola, exponiéndola para él. Los labios vaginales estaban brillantes—.
Dios, qué coño tan delicioso —dijo sujetándole una cadera con la mano,
mientras con la otra le agarraba el pecho izquierdo—. Devorarte —le lamió
el sexo—, es un verdadero placer. Abrió su boca y succionó justo en el
vértice que se abría al deseo, abarcando el clítoris y sujetándola con firmeza
en esa posición. La quería delirante de anhelo.
—Lincoln… Oh…
Brooke estaba apoyada contra las almohadas, sintiendo los dedos de
Lincoln apretándole el pezón, mientras esa lengua la exploraba íntimamente.
Las sensaciones eran tan fuertes que no creía posible resistir demasiado
tiempo esa tortura. Agarró las sábanas a los costados, entre los dedos, con
fuerza; echó la cabeza hacia atrás, gimiendo. Ninguno de sus amantes parecía
ser capaz de haber encontrado la fricción y el ritmo que ella necesitaba. Hasta
Lincoln. La lengua caliente creaba círculos y succionaba su clítoris,
instándola a elevar las caderas del colchón, pero la mano firme sobre la
cadera la sostuvo en su sitio, apretando su carne. Le gustaba lo posesivo que
era con ella al momento de tocarla y probarla.
Cuando sintió que dos dedos la penetraban en su canal húmedo, mientras
la lengua de Lincoln la paladeaba como el más exquisito manjar, su cuerpo
estuvo al borde del colapso, como si cada nervio hubiera sido estimulado
hasta un punto imposible de controlar. Ella cerró los ojos para disfrutar de las
sensaciones únicas.
Él sintió el momento exacto en el que ella estuvo más que lista para
correrse. No lo quería de ese modo; deseaba que lo hiciera con su miembro
enterrado en lo más profundo de la carne tierna y mojada. A regañadientes
apartó los dedos, dio una última succión y lametazo a los pliegues delicados,
y apartó el rostro de ese paraíso de sensaciones.
Se relamió la boca como un león satisfecho de haber catado el primer
bocado de su leona, a la que estaba a punto de aislar de otros posibles
intrusos, sellando su terreno. El nivel de posesión era tan animal y salvaje
que se sorprendía a sí mismo ante la visceral necesidad de hacerle saber que
solo con él podría alcanzar la cúspide de sensaciones que, con esta antesala
de caricias, iban a llevarla al nirvana.

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