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Facultad de Humanidades
Carrera de Psicología
Investigación sobre el
ADN mitocondrial.
Sobre los trabajos de Cavalli Sforza y
Spencer Wells
Registro: 218006081
“El fenómeno de difusión del neolítico desde Oriente Próximo hacia Europa y
su impacto sobre la neolitización de Europa ha sido abordado desde diversas
disciplinas. En el campo de la genética de poblaciones, se han analizado
diversos marcadores moleculares, esencialmente de tres tipos : marcadores
clásicos, DNA mitocondrial y cromosoma Y.
La distribución y frecuencias alélicas de ciertos marcadores nucleares,
como los grupos sanguíneos y las proteínas plasmáticas, así como la
variación molecular del cromosoma Y sitúan el origen de la
composición genética de la Europa actual en las primeras poblaciones
neolíticas del creciente fértil
MENOZZI et alii 1978; CAVALLI-SFORZA et alii 1993; CAVALLI-SFORZA et alii 1994; PIAZZA et alii 1995
; Semino et alii 1996.
Los genes encierran la historia de cada linaje. En ellos se puede leer, con la
hermenéutica científica, mucho más que una sucesión de nucleótidos y las
proteínas que codifican. Nos dicen dónde estuvimos, que camino recorrimos,
en cuánto nos parecemos unos a otros, cuáles fueron nuestros padres y los
padres de nuestros padres, así hasta llegar a los ancestros comunes de
cualquier par de personas cogidas al azar. Los seres humanos, a pesar de
nuestras aparentes diferencias, debidas a la piel y a esa otra piel que recubre
la biología, la cultura, somos una especie bastante homogénea genéticamente,
una especie que surgió en África y que después colonizó, en sucesivas oleadas
migratorias, toda la tierra. El seguimiento de esta odisea se ha podido hacer
desde un laboratorio, primero con proteínas y después directamente con el
ADN.
“Lo que los genes pueden decir es dónde se originaron las mutaciones que
encontramos. Las primeras mutaciones nos retrotraen a África. Por ejemplo, sé
que en algún momento (¿cuándo? Quizás hace 10,000 años) mis antepasados
masculinos estaban en Turquía, y probablemente llegaron a Italia en una larga
y lenta migración de los primeros agricultores, que comenzaron a expandirse
en todas direcciones desde una zona entre Siria y Turquía hace alrededor de
9000 años.” (Cavalli Sforza en la entrevista, Genética humana. Germánico,
2009)
Con una introducción histórica sobre las teorías que proponían diversas
especies en el origen del Homo sapiens, Wells nos lleva de la mano al estudiar
las diferencias en los genes para corroborar la hipótesis de una sola especie
por medio de los mismos mecanismos evolutivos que actúan sobre el resto de
los organismos. Wells explica, con un lenguaje accesible y claro, el trabajo de
su mentor, Luca Cavalli-Sforza.
Más tarde, con lo que podría considerarse un marcador siberiano, sigue las
huellas de los primeros pobladores de América hace poco más de 15 000 años.
Con el estudio genético de los nativos americanos se han podido encontrar las
pistas del cruce de los grupos humanos por el estrecho de Bering. Así, junto
con las huellas dejadas por otros mamíferos, el autor concluye que: “rocas y
huesos parecen concordar con el adn”.
En sólo 40 000 años nuestra especie viajó de África orien tal hasta Tierra del
Fuego, enfrentando desiertos, escalando montañas y las grandes tierras
heladas del norte, adaptándose a condiciones de vida muy distintas. Así, hace
alrededor de 10 000 años los humanos habían llegado ya a casi todos los
continentes y puede decirse, casi literalmente, que lo demás es historia. (Magaña
Rueda, P. 2011)
De cromañón a Darwin
Spencer resaltó que una de las principales revelaciones del proyecto "ha sido
descubrir que nuestra especie viviera durante tanto tiempo en África", unos
140.000 años, y tardara tanto a emigrar hacia otras regiones de la Tierra.
"A mi tatarabuelo le habría aliviado poder estar hoy aquí", dijo Chris Darwin ,
descendiente directo de Charles Darwin, "porque confirma sus teorías"
expuestas en su obra maestra, El origen de las especies, en la que el científico
británico defendía que los humanos teníamos antepasados comunes: "Pero
además le habría impresionado la cantidad de información que podemos
obtener del profundo conocimiento del ADN".
Spencer Wells coordina once equipos regionales que cuentan con una
cincuentena de científicos. Todos ellos se han reunido esta semana en Sydney
para intercambiar información sobre el proceso de recogida y análisis del ADN
de más de 250.000 habitantes de todo el mundo.
Para estudiar la ascendencia de Charles Darwin, analizaron una muestra del
ADN de su tataranieto Chris, cuyo cromosoma Y al igual que el de todos los
hombres cuenta con una llamada región que no se mezcla que guarda una
información genética exacta a la de sus antepasados. A lo largo de los siglos,
esta región, sufre mutaciones aleatorias que los científicos utilizan como
marcadores genéticos con los que determinan cuándo nace un nuevo linaje. Y
concluyeron que tanto Chris como Charles Darwin, como la mayoría de los
hombres de Europa occidental, y en un mayor porcentaje los de Irlanda y del
País Vasco, pertenecen al linaje de los Haplogroup R1b, explicó Wells.
El proyecto también explora las migraciones de las mujeres, quienes carecen
del cromosoma Y pero tienen, igual que los hombres, el ADN mitocondrial, que
guarda la información del ADN de la madre y contiene marcadores. Las
mujeres de la familia de Chris, por ejemplo, pertenecieron a un linaje que cruzó
el Cáucaso hasta el sur de Rusia y alcanzó el mar Negro.
Mi ADN mitocondrial (que solo es transmitido por las madres) revela que
pertenezco a un cierto clan. Tenemos un nombre elegantísimo: nos llamamos
Haplogrupo T, Subclase T2. ¡Hasta tenemos nuestra propia página en
Facebook! Gozamos la distinción de ser descendientes del grupo que originó la
expansión del Neolítico, ese momento dorado en que los humanos modernos
domesticamos las plantas, creando la agricultura, hace unos 10.000 años.
“Los genes no saben mentir”, me dice el doctor Wells ante una humeante taza
de chocolate en el Burdick’s que queda junto a la Universidad de Harvard, su
alma máter. Acaba de regresar de la República de Chad y hay algo en él que
me hace pensar en Lawrence de Arabia.
Wells es director del Proyecto Genográfico, un estudio que busca trazar el árbol
genealógico humano, siguiendo las huellas de nuestros antepasados más
distantes. “¿Cómo llegaron exactamente los humanos a poblar el mundo?
Durante años, los paleoantropólogos y arqueólogos buscaron la respuesta en
las únicas pistas que pudieron encontrar: los restos de nuestros ancestros.
Pero los huesos y utensilios solo explican una parte de la historia. El Proyecto
Genográfico, en cambio, es la excavación arqueológica de nuestra propia
sangre”, me dice.
“Lo que antes era terra incognita genética es ahora un documento que nos está
diciendo que todos somos parte de una gran familia; que somos más similares
a nivel molecular de lo que nos imaginábamos, a pesar de nuestras diferencias
culturales y físicas; y que todas las personas vivas descendemos de un puñado
de no más de diez africanos, quienes hace 50.000 años escaparon de la
sequía causada por una glaciación. Sobreviviendo en contra de todas las
posibilidades, ese grupo de personas salió caminando a conquistar el planeta.
Esta es su historia. Nuestra historia. La aventura más alucinante de la especie
humana”, agrega.
Sabemos esto con absoluta certeza porque a medida que nuestro ADN pasa
de una generación a la otra, pequeños cambios naturales, al azar y por lo
general inofensivos, suceden con el tiempo y se almacenan en nuestros genes.
Así, nuestros genes son vestigios de una antigua y preciosa biblioteca que
contiene las huellas de la odisea que vivieron nuestros valientes antepasados.
Su marcha milenaria dio lugar a las diversas poblaciones del mundo,
adaptándose físicamente a su entorno, y alumbrando su paso con marcadores
genéticos que ahora, gracias a la tecnología, brillan como luciérnagas en la
noche.
Ahora bien, lo que complica el panorama, como viene a complicar tantas cosas,
es el sexo. El ADN viene en los cromosomas, y los cromosomas vienen en
pares, y cuando el cuerpo produce un espermatozoide o un óvulo, los dos
cromosomas emparejados se recombinan, intercambiando grandes trozos de
ADN. Por eso es que el cromosoma Y es el consentido de la antropología
genética: a diferencia de todos los demás, el Y no tiene un compañero igual a
él, sino que está emparejado con un X, así que prácticamente no intercambia
ADN con este.
Recordando las lecciones de anatomía, los hombres heredan un cromosoma Y
de sus padres y un X de sus madres, mientras que las mujeres heredan un X
de su papá y otro de su mamá. Como resultado, el Y y todo su contenido pasan
intactos de una generación a la otra por los siglos de los siglos. El cromosoma
Y de cada hombre que existe hoy en la Tierra es un 99.99 por ciento igual al
que llevaba el ancestro común, ese ‘Adán’ que vivió hace 60.000 años.
Entonces, así como existe un ‘Adán’, hay una ‘Eva mitocondrial’, una hembra
ancestral que vivió en las mismas sabanas africanas hace unos 170.000 años.
Esta ‘Eva’ no fue la primera mujer humana, sino la única mujer que sobrevivió,
ya sea por suerte o sagacidad, a quién sabe qué catástrofes de la naturaleza,
hambrunas o enfermedades. Y todos los seres humanos vivos del planeta
podemos trazar nuestro linaje hacia ella.
Pasó el tiempo, y un día hace 50.000 años, los descendientes de esta ‘Eva’
salieron de África. Era una pequeña tribu de diez cazadores-recolectores tal
vez algo más inteligentes, más avanzados lingüísticamente y que poseían
mejores herramientas que sus otros vecinos homínidos. No eran los primeros
en salir del continente, pero fueron los que supieron sobrevivir. Marcharon
hacia la península Arábiga, y desde allí se distribuyeron en un abanico de rutas
hacia Europa, Asia Central, Australia y China.
“Leyendo los genes de personas que viven entre Etiopía y la Tierra del Fuego
descubrimos la ruta de los caminantes que subieron hasta Siberia, cruzaron el
estrecho de Bering, y terminaron en las Américas. ¡Vaya viaje! Les tomó 20.000
años. Ahora se sabe que los nativos americanos descienden de los de Asia
Central, por lo menos en su mayoría”, explica Wells.
Los que poblaron Suramérica tuvieron que darse el viaje más largo. “Esa gente
increíble caminó, literalmente, desde África hasta la Patagonia. Estamos en
proceso de expandir el muestreo en la región Andina, para entender quiénes
fueron los pobladores originales de los altos Andes, por qué tomaron esa
decisión, de dónde venían y cuál es el impacto del imperio inca en esta bandeja
genética. Sabemos que los incas movilizaban grandes cantidades de gente en
los Andes y queremos saber qué efecto genético tuvo”.
Después de estudiar África, Asia, Europa y Norteamérica, los creadores del Proyecto
Genográfico van a ahondar en A. Latina. Una de las preguntas es quiénes fueron los
pobladores originales de los altos Andes y de dónde venían. Para ello, trabajan de la
mano de investigadores de esta parte del mundo con el fin de estudiar la historia
genética de los indígenas. Participan Brasil, Bolivia, Chile, Perú, Colombia y Ecuador
(Posada-Swafford, Á, 2013).
Bibliografía
Fernández, E., Arroyo, E., Pérez-Pérez, A., & Turbón, D. (2006). Análisis genético-poblacional del
yacimiento neolítico de Tell Ramad, Siria. Homenaje a Henri Contenson. Syria. Arqueología, Arte e
Historia. Vol. 83, 107–113. https://doi.org/10.4000/syria.176
Germánico. (2009, Marzo 31). Genética humana (entrevista a Luca Cavalli-Sforza). Desde El Exilio.
https://desdeelexilio.com/2009/03/31/genetica-humana-entrevista-a-luca-cavalli-sforza/
Brau, H. (2010, Febrero 7). El Proyecto Genográfico desvela a través del ADN una ascendencia directa
que viene de África. La Vanguardia. https://www.lavanguardia.com/vida/20100207/53885105569/el-
proyecto-genografico-desvela-a-traves-del-adn-una-ascendencia-directa-que-viene-de-africa.html