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Sea cual sea el nombre que adopten, la mayor parte de los trabajos ecocríticos
comparten una motivación común: la inquietud que surge de la toma de consciencia de
que hemos alcanzado la era de los límites medioambientales, una época en la que las
consecuencias de las acciones humanas están dañando los sistemas de soporte vital
básico del planeta. Ahí es donde estamos. O cambiamos nuestra conducta o
enfrentaremos una catástrofe global; una carrera precipitada hacia el apocalipsis en la
que iremos destruyendo la belleza del planeta y exterminando incontables especies
compañeras. Muchos de nosotros en las universidades, a lo largo del mundo, nos
encontramos en un dilema. Nuestros temperamenos y nuestros talentos nos han puesto
en los departamentos de literatura, sin embargo, a medida que los problemas
medioambientales se agravan, el trabajo de siempre se nos revela inconscientemente
frívolo. Si no somos parte de la solución, somos parte del problema. ¿Cómo, entonces,
podemos contribuir a la restauración medioambiental, no sólo en nuestro tiempo libre,
sino desde nuestras capacidades como profesores de literatura? La respuesta se
encuentra en reconocer que nuestros actuales problemas medioambientales son de
nuestra propia creación, son, en otras palabras, un subproducto de nuestra cultura. Como
el historiador Donald Worster explica,
“Hoy día enfrentamos una crisis no debido a cómo funcionan los ecosistemas,
sino a causa de cómo funcionan nuestros sistemas éticos. Para superar esta crisis es
necesario entender nuestro impacto en la naturaleza con la mayor precisión posible, pero
más aún, se necesita entender aquellos sistemas éticos y emplear este entendimiento para
reformarlos. Los historiadores, junto con los académicos de literatura, los antropólogos y
los filósofos no pueden llevar a cabo estas reformulaciones, por supuesto, pero pueden
ayudar en lo que respecta al entendimiento”
Una gran variedad de estudios se reúnen bajo la amplia sombra del árbol de la
crítica literaria ecológica, en tanto que la literatura y el medioambiente constituyen un
tema vasto, y así debería seguir siendo siempre. Años atrás, cuando intentaba desarrollar
un sistema de nomenclatura que pudiera dar sentido a esta multitud heterogénea,
Wallace Stegner —novelista, historiador y crítico literario— me ofreció un sabio
consejo al decirme que si fuera por él, se decantaría por dejar que el tema permaneciera
“amplio e impreciso, y sugerente, y abierto, simplemente la literatura y el
medioambiente, y todas las formas en que interactúan y han interactuado, sin tratar de
codificarllas o sistematizarlas. Los sistemas son como el cuero crudo mojado”, me
advirtió, “cuando está seco, asfixia lo que ata”. Sugerente y abierta es exactamente cómo
debe ser la ecocrítica, pero para evitar confusiones en la breve evaluación del trabajo
ecocrítico que se ha hecho hasta la fecha, voy a hacer una pequeña codificación.
Acordemos, pues, que el sistema no tiene como fin atar. Ahora bien, el modelo de Elaine
Showalter de las tres fases de desarrollo de la crítica feminista nos provee de un
esquema útil para describir tres fases análogas en la ecocrítica.
La primera fase de la crítica feminista, la fase de las “imágenes de la mujer”, se
ocupa de las representaciones, concentrándose en cómo las mujeres son representadas en
la literatura canónica. Estos estudios contribuyen al proceso vital de generar conciencia
al exponer los estereotipos sexistas —brujas, putas, viejas, solteronas— y localizando
ausencias, cuestionando la pretendida universalidad e incluso el valor estético de aquella
literatura que distorsiona o ignora de plano la experiencia de la mitad de la especie
humana. En la ecocrítica, el estudio de cómo es representada la naturaleza en la
literatura constituiría un esfuerzo análogo. De igual modo, se produce una toma de
conciencia al identificar los estereotipos —el Edén, la Arcadia, la tierra virgen, el
pantano contaminado, la naturaleza salvaje— y evidenciar las ausencias: ¿dónde está el
mundo natural en este texto?. Ahora bien, la naturaleza per se no es el único foco de
atención de los estudios ecocríticos de la representación. Otros tópicos son la frontera,
los animales, las ciudades, regiones geográficas específicas, ríos, montañas, etnias
aborígenes, la tecnología, la basura, y el cuerpo.
La segunda fase de la crítica feminista de Showalter, la fase de la tradición
literaria de mujeres, tiene asimismo una importante función de generar conciencia en
tanto que redescubre, reedita y reconsidera la literatura hecha por mujeres. En la
ecocrítica, esfuerzos similares son hechos para recuperar el hasta ahora desatendido
género denominado nature writing, una tradición de no-ficción orientada hacia la
naturaleza, que se origina en Inglaterra con A Natural History of Selbourne [“Una
historia natural de Selbourne”] (1789), de Gilber White, y se extiende a Estados Unidos
a través de Henry Thoreau, John Burroughs, John Muir, Mary Austin, Aldo Leopold,
Rachel Carson, Edward Abbey, Annie Dillard, Barry Lopez, Terry Tempest Williams, y
muchos más. La nature writing tiene un pasado rico, un presente vibrante y un futuro
prometedor; a su vez, los ecocríticos echan mano de todas teorías críticas existentes —
psicoanalítica, nueva crítica, feminista, bajtiniana, deconstructiva— con el fin de
entender y promover este corpus literario. Como evidencia que la nature writing está
ganando terreno en el mercado literario, basta con ver el impactante número de
antologías que se han publicado en los años recientes. En una sociedad cada vez más
urbanizada, juega un rol vital al enseñarnos a valorar el mundo natural.
Otro esfuerzo examina géneros del mainstream, identificando escritores de ficción y
poesía cuyo trabajo manifiesta una conciencia ecológica. Figuras como Willa Cather,
Robinson Jeffers, W. S. Merwin, Adrienne Rich, Wallace Stegner, Gary Snyder, Mary
Oliver, Ursula Le Guin, y Alice Walker, han recibido mucha atención, como también la
han recibido autores nativo-americanos, y los horizontes de posibilidades permanecen
sugerentemente abiertos. De manera semejante al interés feminista en las vidas de las
autoras mujeres, los ecocríticos han estudiado las condiciones medioambientales de las
vidas de las y los autores —la influencia del lugar en la imaginación— demostrando que
el entendimiento de dónde un autor creció, viajó y escribió es pertinente para la
comprensión de su obra. Algunos críticos consideran importante visitar los lugares
donde un autor ha vivido o de los que ha escrito, rastreando literariamente las huellas de
John Muir en la Sierra, por ejemplo, para experimentar sus éxtasis en la montaña
personalmente, o remando río abajo el Merrimac para asir mejor el contexto físico de la
prosa serpenteante de Thoreau.
La tercera fase que Showalter identifica en la crítica feminista es la fase teórica;
compleja y de gran alcance, hace uso de una amplia gama de teorías para formular
preguntas fundamentales sobre la construcción simbólica del género y la sexualidad
dentro del discurso literario. Un trabajo análogo en la ecocrítica incluye el examinar la
construcción simbólica de la especie. ¿Cómo ha definido el discurso literario lo
humano? Una crítica tal cuestiona los dualismos preponderantes en el pensamiento
occidental, dualismos que separan el significado de lo material, cercenan la mente del
cuerpo, dividen los hombres de las mujeres, y amputan la humanidad de la naturaleza.
Una empresa similar es llevada a cabo bajo la etiqueta híbrida de ecofeminismo, un
discurso teórico cuyo tópico es la relación entre la opresión de las mujeres y la
dominación de la naturaleza. Otro proyecto teórico intenta desarrollar una poética
ecológica, tomando la ciencia ecológica, con su concepto de ecosistema y su énfasis en
las interconexiones y flujos de energía, como una metáfora de la forma en que la poesía
funciona en la sociedad. Los ecocríticos también toman en cuenta la filosofía
actualmente conocida como ecología profunda, explorando las implicaciones que su
crítica radical al antropocentrismo pueden tener para los estudios literarios.
EL FUTURO DE LA ECOCRÍTICA
Una crítica centrada en la ecología es valiosa sobre todo porque dirige nuestra
atención a aquellos asuntos sobre los cuales necesitamos reflexionar. Su tarea más
importante es generar conciencia. Porque ¿cómo podemos solucionar los problemas
medioambientales a menos que empecemos a pensar en ellos?
Antes he apuntado que los ecocríticos tienen la ambición de cambiar la profesión.
Más bien debí haber escrito que yo tengo esa ambición para la ecocrítica. Me gustaría
verla pasar a ser un capítulo del próximo libro que redibuje las fronteras de los estudios
literarios. Me gustaría ver un puesto en cada departamento de literatura para un
especialista en literatura y medioambiente. Me gustaría que candidatos con un enfoque
“verde” fueran elegidos para los más altos puestos de nuestras organizaciones
profesionales. Hemos sido testigos de cómo los movimientos de crítica feminista y
multiétnica han transformado radicalmente la profesión, el mercado laboral y el canon.
Y precisamente porque han transformado la profesión, están ayudando a transformar el
mundo.
Una voz influyente dentro de la profesión permitiría a los ecocríticos realizar
cambios importantes en el canon, el currículum y las políticas universitarias. Veríamos
libros como A Sand County Almanac [“Un almanaque del condado de Sand”], de Aldo
Leopold, y Desert Solitaire [“El solitario del desierto”], de Edward Abbey, pasar a ser
textos básicos en los cursos de literatura estadounidense. Los estudiantes que tomen
cursos de literatura y composición serían instados a pensar seriamente sobre las
relaciones de los humanos con la naturaleza, sobre los dilemas éticos y estéticos
planteados por la crisis medioambiental, y sobre cómo el lenguaje y la literatura
transmiten valor con profundas implicaciones ecológicas. Las universidades del siglo
veintiuno requerirían que todos los estudiantes completasen al menos un curso
interdisciplinario en estudios medioambientales. (...)
Esperamos a futuro ver una academia ecocrítica más interdisciplinaria,
multicultural e internacional. El trabajo interdisciplinario está bastante avanzado y puede
ser facilitado aún más invitando expertos de un amplio rango de disciplinas a participar
de conderencias literarias e interdisciplinarias sobre asuntos medioambientales. Por otra
parte, la ecocrítica hasta ahora ha sido predominantemente blanca; se convertirá en un
movimiento multicultural cuando se hagan conexiones fuertes entre los problemas
medioambientales y los problemas de justicia social, y cuando una diversidad de voces
contribuyan en la discusión. Finalmente, este volumen se enfoca en el trabajo ecocrítico
realizado en Estados Unidos, pero la próxima colección bien podrá ser internacional,
pues los problemas medioambientales son de escala global y sus soluciones requieren
una colaboración internacional.
En 1985, Loren Acton, un chico de un rancho de Montana que llegó a ser
astrónomo solar, voló en el transbordador espacial Challenger 8 como especialista de
carga. Sus observaciones nos sirven para recordarnos el contexto global del trabajo
ecocrítico: “Al ver hacia el exterior, hacia la negrura del espacio, salpicada
gloriosamente por un enjambre de luces, vi majestuosidad —pero ninguna hospitalidad.
Abajo había un planeta hospitalario. Allí, contenido en la delgada, móvil e
increíblemente frágil capa de la biósfera, está todo cuanto te es querido, todo el drama y
la comedia humanas. Allí es donde está la vida, allí es donde está todo lo bueno”.