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CHERYLL GLOTFELTY

INTRODUCCIÓN: LOS ESTUDIOS LITERARIOS EN UNA ERA DE


CRISIS MEDIOAMBIENTAL

En nuestra época posmoderna, los estudios literarios existen en un estado de flujo


constante. Cada pocos años, pareciera ser, deben “redibujarse las fronteras” para
“remapear” los contornos velozmente cambiantes del campo literario. Una reciente guía
de los estudios literarios contemporáneos contiene
veintiún ensayos sobre diferentes enfoques metodológicos o teóricos de la crítica. La
introducción señala:

“Los estudios literarios en inglés están en un período de cambios rápidos y, a veces,


desorientadores... Así como ninguno de los enfoques críticos previos a esta época, desde
el psicológico y la crítica marxista hasta la estética de la recepción y la crítica cultural,
ha permanecido estable, ninguno de los campos y subcampos históricos que constituyen
los estudios literarios ingleses y estadounidenses se ha librado de los esfuerzos
revisionistas... [Los ensayos reunidos en este volumen] revelan algunos de esos lugares
donde la academia ha respondido a las presiones contemporáneas”.

Curiosamente, en este volumen, que supuestamente abarca el estado de la profesión, no


hay ningún ensayo con un enfoque ecológico de la literatura. Si bien la academia afirma
haber “respondido a las presiones contemporáneas”, aparentemente ha ignorado el
asunto contemporáneo más urgente de todos: la crisis medioambiental global. La
ausencia de cualquier signo de una perspectiva medioambiental en los estudios literarios
contemporáneos sugiere que, a pesar de sus “esfuerzos revisionistas”, la academia sigue
siendo académica en el sentido de “hasta el punto de ser inconsciente del mundo
exterior” (American Heritage Dictionary).
Si nuestro conocimiento del mundo exterior estuviera limitado a lo que puedes inferir de
las publicaciones más importantes de la academia literaria, podrías discernir
rápidamente que raza, clase y género son los temas álgidos de fines del siglo veinte, pero
jamás llegarías a sospechar que los sistemas de soporte vital de la Tierra están en
peligro. Incluso, podría ser que jamás llegasemos a sospechar la existencia de la Tierra.
Por el contrario, si echásemos un vistazo a los encabezados de los periódicos de esta
misma época, sabríamos de los derrames de petróleo, los envenenamientos con plomo y
asbesto, los desechos tóxicos, la extinción de especies a un ritmo sin precedentes, las
disputas por el uso de terrenos públicos, las protestas contra los depósitos de desechos
nucleares, el agujero que crece en la capa de ozono, las predicciones del calentamiento
global, la lluvia ácida, la pérdida del mantillo (la capa superior de los suelos), la
destrucción de las selvas tropicales, las controversias sobre el búho manchado en el
Noroeste del Pacífico, el fuego incontrolado en el Parque Yellowstone, las jeringas
médicas que varan en las playas del Atlántico, los boicots al atún, la sobreexplotación de
los acuiferos en el Oeste, los vertederos ilegales en el Este, el desastre nuclear en
Chernobyl, los nuevos estándares para las emisiones de los automóviles, hambrunas,
sequías, inundaciones, huracanes, una conferencia especial en las Naciones Unidas sobre
medioambiente y desarrollo, un presidente de Estados Unidos declarando los 90s como
“la década del medioambiente”, y una población mundial que ha sobrepasado los cinco
billones. Buscando através de los periódicos, descubrirías que en 1989, el galardón a la
persona del año de la revista Time fue otorgado a “la Tierra en peligro”.
En vista de la discrepancia entre los eventos actuales y las preocupaciones de la
academia literaria, la afirmación de que ésta ha sabido responder a las presiones
contemporáneas resulta difícil de defender. Hasta muy recientemente no había signo
alguno de que la institución de los estudios literarios estuviera siquiera al tanto de la
crisis medioambiental. Por ejemplo, no ha habido revistas, charlas, trabajos,
asociaciones profesionales, grupos de discusión o conferencias sobre la literatura y el
medioambiente. Mientras que otras disciplinas de las humanidades, como la historia, la
filosofía, el derecho, la sociología o la religión, han atravesado un proceso de
ecologización, un reverdecimiento, desde los 70s, los estudios literarios, aparentemente,
han permanecido ajenos a los problemas medioambientales. Y mientras que los
movimientos sociales de los 60s y los 70s, como los movimientos por los derechos
civiles o de la liberación de la mujer, han transformado los estudios literarios, pareciera
ser que el movimiento medioambiental, que data de la misma época, tuvo poco o ningún
impacto en éstos.
Pero las apariencias pueden ser engañosas. En efecto, como lo corroboran las fechas de
publicación de algunos de los ensayos recogidos en esta antología, hubo académicos de
literatura y de estudios culturales que desde los setentas desarrollaron, si bien
individualmente, crítica y teoría influenciados por la ecología; sin embargo, a diferencia
de lo que ocurría en las disciplinas mencionadas anteriormente, no se organizaron entre
sí en un grupo identificable, por lo que sus esfuerzos no fueron reconocidos como
pertenecientes a una escuela o movimiento crítico distinto. Así, en una gran variedad de
lugares aparecieron estudios individuales, los cuales fueron categorizados bajo diversos
temas, como Estudios Estadounidenses, regionalismo, pastoralismo, [estudios de] la
frontera, ecología humana, ciencia y literatura, la naturaleza en la literatura, el paisaje en
la literatura, o bajo los nombres de los autores tratados. Un indicador de la falta de unión
de estos esfuerzos tempranos es que estos críticos rara vez citaban los trabajos de sus
pares: no sabían que existían. En cierto sentido, cada crítico estaba inventando por
cuenta propia, aisladamente, su enfoque medioambiental de la literatura. Cada uno era
una voz única aullando en tierra salvaje. Como consecuencia, la ecocrítica no tuvo
presencia en las instituciones más importantes dentro de la profesión, como la Modern
Language Association (MLA). Los estudiantes de posgrado interesados en enfoques
medioambientales de la literatura se sentían inadaptados, sin ninguna comunidad de
académicos a la cual unirse, y sin encontrar trabajo en su especialidad.
(...)
DEFINICIÓN DE LA ECOCRÍTICA

¿Qué es, entonces, la ecocrítica? En pocas palabras, la ecocrítica es el estudio de


la relación entre la literatura y el medioambiente físico. Así como la crítica feminista
estudia el lenguaje y la literatura desde una perspectiva de conciencia de género, y la
crítica marxista propone una conciencia de los modos de producción y las clases
económicas en la lectura de textos, la ecocrítica postula un enfoque de los estudios
literarios centrado en la Tierra.
Los ecocríticos y teóricos se formulan preguntas como las siguientes: ¿cómo es
representada la naturaleza en este soneto? ¿Qué rol juega el entorno físico en el
argumento de esta novela? ¿Son los valores propuestos por esta obra de teatro
coherentes con un saber ecológico? ¿Cómo influyen nuestras metáforas sobre la Tierra
en la manera en que la tratamos? ¿Cómo podemos caracterizar la nature writing como
género? ¿Debe el lugar, como la raza, la clase y el género, convertirse en una nueva
categoría crítica? ¿Escriben los hombres de forma diferente sobre la naturaleza que las
mujeres? ¿De qué forma ha afectado la alfabetización la relación de la humanidad con el
mundo natural? ¿Cómo ha cambiado el concepto de lo salvaje a lo largo del tiempo?
¿De qué maneras y con qué efecto se ha ido filtrando la crisis ambiental en la literatura
contemporánea y en la cultura popular? ¿Qué visión de la naturaleza sustentan los
reportes del gobierno estadounidense, la publicidad empresarial, y los documentales de
la naturaleza de la televisión, y con qué efecto retórico? ¿Qué pertinencia puede tener la
ciencia ecológica en los estudios literarios? ¿Qué tan abierta está la propia ciencia al
análisis literario? ¿Qué crospolinización es posible entre los estudios literarios y el
discurso medioambiental en disciplinas relacionadas, como la historia, la filosofía, la
psicología, la historia del arte y la ética?
A pesar de la amplitud del ámbito de investigación y los diversos niveles de
sofisticación, toda la crítica ecológica comparte la premisa fundamental de que la cultura
humana está conectada con el mundo físico, que lo afecta y es afectada por éste. La
ecocrítica toma como su tema las interconexiones entre naturaleza y cultura,
específicamente los artefactos culturales como el lenguaje y la literatura. En cuanto
postura crítica, tiene un pie en la literatura y el otro en la tierra; como discurso teórico,
es un diálogo entre lo humano y lo no-humano.
La ecocrítica también puede ser descrita distinguiéndola de otros enfoques
críticos. La teoría literaria, en general, examina las relaciones entre los escritores, los
textos y el mundo. En la mayor parte de la teoría literaria, “el mundo” es sinónimo de la
sociedad —la esfera social. La ecocrítica expande la noción de “el mundo” para incluir
la ecosfera entera. Si estamos de acuerdo con la primera ley de la ecología según Barry
Commoner, “todo está conectado con todo lo demás”, debemos concluir que la literatura
no flota por encima del mundo material en una suerte de éter estético, sino que, al
contrario, juega un rol en un sistema global inmensamente complejo, en el cual la
energía, la materia y las ideas interactúan.
Sin embargo, el nombre taxonómico de esta rama verde de los estudios literarios
continúa estando en negociación. En The Comedy of Survival: Studies in Literary
Ecology [“La comedia de la supervivencia: estudios de ecología literaria”] (1972),
Joseph W. Meeker introdujo el término ecología literaria para referirse al “estudio de
temas y relaciones biológicos que aparecen en obras literarias. Es, al mismo tiempo, un
intento por descubrir qué roles ha jugado la literatura en la ecología de la especie
humana”. El término ecocrítica fue acuñado probablemente en 1978 por William
Rueckert en su ensayo Literature and Ecology: An Experiment in Ecocriticism
[“Literatura y ecología: un experimento de ecocrítica”] (reimpreso en esta antología).
Por ecocrítica Rueckert se refiere a “la aplicación de la ecología y de conceptos
ecológicos al estudio de la literatura”. La definición de Rueckert, centrada
específicamente en la ciencia de la ecología, es, por lo tanto, más restrictiva que la que
se propone en esta antología, que incluye todas las posibles relaciones entre la literatura
y el mundo físico. Otros términos actualmente en circulación son ecopoética, crítica
literaria medioambiental y estudios culturales verdes.
Muchos críticos hacen crítica consciente del medioambiente sin necesitar o querer
un nombre específico para ello. Otros argumentan que es importante que haya un
nombre. Fue precisamente a causa de que los primeros estudios carecían de un
encabezado comíun que estaban tan dispersos entre sí, sin poder nutrirse mutuamente, y
eran difíciles de acceder además de ser negligentes en cuanto a su influencia en la
profesión. A algunos académicos les gusta el nombre ecocrítica porque es breve y
plástico. Además, favorecen el prefijo eco sobre la referencia al medioambiente, porque
de forma análoga a la ciencia ecológica, la ecocrítica estudia las relaciones entre cosas,
en este caso, entre la cultura humana y el mundo físico. Más aún, lo medioambiental
tiene connotaciones antropocéntricas y dualistas, implica que nosotros los seres
humanos estamos en el centro, rodeados por todo aquello que no es “nosotros”, el
entorno, es decir, el medioambiente. Eco-, por el contrario, implica comunidades
interdependientes, sistemas integrados, y fuertes conexiones entre las partes
constituyentes. Al final, por supuesto, el uso va a dictar qué nombre será adoptado o si
será necesario o no uno. Pero hay que pensar cuán conveniente será acceder a una base
de datos computarizada y tener un témino único de búsqueda.

LAS HUMANIDADES Y LA CRISIS MEDIOAMBIENTAL

Sea cual sea el nombre que adopten, la mayor parte de los trabajos ecocríticos
comparten una motivación común: la inquietud que surge de la toma de consciencia de
que hemos alcanzado la era de los límites medioambientales, una época en la que las
consecuencias de las acciones humanas están dañando los sistemas de soporte vital
básico del planeta. Ahí es donde estamos. O cambiamos nuestra conducta o
enfrentaremos una catástrofe global; una carrera precipitada hacia el apocalipsis en la
que iremos destruyendo la belleza del planeta y exterminando incontables especies
compañeras. Muchos de nosotros en las universidades, a lo largo del mundo, nos
encontramos en un dilema. Nuestros temperamenos y nuestros talentos nos han puesto
en los departamentos de literatura, sin embargo, a medida que los problemas
medioambientales se agravan, el trabajo de siempre se nos revela inconscientemente
frívolo. Si no somos parte de la solución, somos parte del problema. ¿Cómo, entonces,
podemos contribuir a la restauración medioambiental, no sólo en nuestro tiempo libre,
sino desde nuestras capacidades como profesores de literatura? La respuesta se
encuentra en reconocer que nuestros actuales problemas medioambientales son de
nuestra propia creación, son, en otras palabras, un subproducto de nuestra cultura. Como
el historiador Donald Worster explica,

“Hoy día enfrentamos una crisis no debido a cómo funcionan los ecosistemas,
sino a causa de cómo funcionan nuestros sistemas éticos. Para superar esta crisis es
necesario entender nuestro impacto en la naturaleza con la mayor precisión posible, pero
más aún, se necesita entender aquellos sistemas éticos y emplear este entendimiento para
reformarlos. Los historiadores, junto con los académicos de literatura, los antropólogos y
los filósofos no pueden llevar a cabo estas reformulaciones, por supuesto, pero pueden
ayudar en lo que respecta al entendimiento”

Respondiendo a este llamado a entender, los académicos de humanidades están


encontrando formas de añadir una dimensión medioambiental a sus respectivas
disciplinas. Worster y otros historiadores están escribiendo historia medioambiental,
estudiando las relaciones recíprocas entre los humanos y los territorios, considerando la
naturaleza no sólo como el escenario en el cual la historia humana se desarrolla, sino
como otro actor en el drama. Trazan, también, conexiones entre condiciones
medioambientales, modos económicos de producción e ideas culturales a través del
tiempo.
Desde hace mucho, los antropólogos han estado interesado en la conexión entre
cultura y geografía. Sus trabajos sobre culturas primarias pueden ayudarnos al resto de
nosotros no sólo a respetar el derecho a la superviviencia de aquellas etnias, sino a
pensar en los sistemas de valores y los rituales que las han ayudado a vivir de forma
sustentable.
La psicología ignoró durante mucho tiempo la naturaleza en sus teorías sobre la
mente humana. Sin embargo, un puñado de psicológos contemporáneos están
explorando los nexos entre las condiciones medioambientales y la salud mental, y
algunos han considerado que la alienación de la naturaleza es la base de nuestras
enfermedades sociales y psicológicas.
En la filosofía, varios sub-campos, como la ética medioambiental, la ecología
profunda, el ecofeminismo y la ecología social, han emergido en un esfuerzo para
entender y criticar las causas fundamentales de la degradación medioambiental, y
formular, además, una visión alternativa de la existencia que nos pueda proveer de
fundamentos éticos y conceptuales para desarrollar relaciones sanas con la Tierra.
También los teólogos reconocen este llamado, como lo expresa el subtítulo de un
libro: The Environment Is a Religious Issue [“El medioambiente Es un asunto
religioso”]. Mientras que algunos teólogos judeocristianos intentan encontrar
precedentes bíblicos que sustenten un buen cuidado [good stewarship] de la Tierra, otros
re-conceptualizan a Dios como inmanente con respecto a la creación y ven la Tierra
misma como sagrada; otros teólogos se vuelven al antiguo culto de la Diosa Tierra, a las
tradiciones religiosas orientales, a las enseñanzas nativas norteamericanas, todos los
cuales son sistemas de creencias que albergan una gran sabiduría sobre la naturaleza y la
espiritualidad.
Los académicos de literatura se especializan en cuestiones de valor, significado,
tradición, puntos de vista y lenguaje, y es en estas áreas donde están tratando de hacer
una contribución sustancial al pensamiento medioambiental. Al considerar que la crisis
medioambiental ha sido exacerbada por nuestras formas fragmentadas,
compartimentadas y sobre-especializadas de conocer el mundo, los académicos de
humanidades están haciendo un esfuerzo cada vez mayor para aprender de las ciencias y
adoptar enfoques interdisciplinarios.
EVALUACIÓN DE LA ECOCRÍTICA EN ESTADOS UNIDOS

Una gran variedad de estudios se reúnen bajo la amplia sombra del árbol de la
crítica literaria ecológica, en tanto que la literatura y el medioambiente constituyen un
tema vasto, y así debería seguir siendo siempre. Años atrás, cuando intentaba desarrollar
un sistema de nomenclatura que pudiera dar sentido a esta multitud heterogénea,
Wallace Stegner —novelista, historiador y crítico literario— me ofreció un sabio
consejo al decirme que si fuera por él, se decantaría por dejar que el tema permaneciera
“amplio e impreciso, y sugerente, y abierto, simplemente la literatura y el
medioambiente, y todas las formas en que interactúan y han interactuado, sin tratar de
codificarllas o sistematizarlas. Los sistemas son como el cuero crudo mojado”, me
advirtió, “cuando está seco, asfixia lo que ata”. Sugerente y abierta es exactamente cómo
debe ser la ecocrítica, pero para evitar confusiones en la breve evaluación del trabajo
ecocrítico que se ha hecho hasta la fecha, voy a hacer una pequeña codificación.
Acordemos, pues, que el sistema no tiene como fin atar. Ahora bien, el modelo de Elaine
Showalter de las tres fases de desarrollo de la crítica feminista nos provee de un
esquema útil para describir tres fases análogas en la ecocrítica.
La primera fase de la crítica feminista, la fase de las “imágenes de la mujer”, se
ocupa de las representaciones, concentrándose en cómo las mujeres son representadas en
la literatura canónica. Estos estudios contribuyen al proceso vital de generar conciencia
al exponer los estereotipos sexistas —brujas, putas, viejas, solteronas— y localizando
ausencias, cuestionando la pretendida universalidad e incluso el valor estético de aquella
literatura que distorsiona o ignora de plano la experiencia de la mitad de la especie
humana. En la ecocrítica, el estudio de cómo es representada la naturaleza en la
literatura constituiría un esfuerzo análogo. De igual modo, se produce una toma de
conciencia al identificar los estereotipos —el Edén, la Arcadia, la tierra virgen, el
pantano contaminado, la naturaleza salvaje— y evidenciar las ausencias: ¿dónde está el
mundo natural en este texto?. Ahora bien, la naturaleza per se no es el único foco de
atención de los estudios ecocríticos de la representación. Otros tópicos son la frontera,
los animales, las ciudades, regiones geográficas específicas, ríos, montañas, etnias
aborígenes, la tecnología, la basura, y el cuerpo.
La segunda fase de la crítica feminista de Showalter, la fase de la tradición
literaria de mujeres, tiene asimismo una importante función de generar conciencia en
tanto que redescubre, reedita y reconsidera la literatura hecha por mujeres. En la
ecocrítica, esfuerzos similares son hechos para recuperar el hasta ahora desatendido
género denominado nature writing, una tradición de no-ficción orientada hacia la
naturaleza, que se origina en Inglaterra con A Natural History of Selbourne [“Una
historia natural de Selbourne”] (1789), de Gilber White, y se extiende a Estados Unidos
a través de Henry Thoreau, John Burroughs, John Muir, Mary Austin, Aldo Leopold,
Rachel Carson, Edward Abbey, Annie Dillard, Barry Lopez, Terry Tempest Williams, y
muchos más. La nature writing tiene un pasado rico, un presente vibrante y un futuro
prometedor; a su vez, los ecocríticos echan mano de todas teorías críticas existentes —
psicoanalítica, nueva crítica, feminista, bajtiniana, deconstructiva— con el fin de
entender y promover este corpus literario. Como evidencia que la nature writing está
ganando terreno en el mercado literario, basta con ver el impactante número de
antologías que se han publicado en los años recientes. En una sociedad cada vez más
urbanizada, juega un rol vital al enseñarnos a valorar el mundo natural.
Otro esfuerzo examina géneros del mainstream, identificando escritores de ficción y
poesía cuyo trabajo manifiesta una conciencia ecológica. Figuras como Willa Cather,
Robinson Jeffers, W. S. Merwin, Adrienne Rich, Wallace Stegner, Gary Snyder, Mary
Oliver, Ursula Le Guin, y Alice Walker, han recibido mucha atención, como también la
han recibido autores nativo-americanos, y los horizontes de posibilidades permanecen
sugerentemente abiertos. De manera semejante al interés feminista en las vidas de las
autoras mujeres, los ecocríticos han estudiado las condiciones medioambientales de las
vidas de las y los autores —la influencia del lugar en la imaginación— demostrando que
el entendimiento de dónde un autor creció, viajó y escribió es pertinente para la
comprensión de su obra. Algunos críticos consideran importante visitar los lugares
donde un autor ha vivido o de los que ha escrito, rastreando literariamente las huellas de
John Muir en la Sierra, por ejemplo, para experimentar sus éxtasis en la montaña
personalmente, o remando río abajo el Merrimac para asir mejor el contexto físico de la
prosa serpenteante de Thoreau.
La tercera fase que Showalter identifica en la crítica feminista es la fase teórica;
compleja y de gran alcance, hace uso de una amplia gama de teorías para formular
preguntas fundamentales sobre la construcción simbólica del género y la sexualidad
dentro del discurso literario. Un trabajo análogo en la ecocrítica incluye el examinar la
construcción simbólica de la especie. ¿Cómo ha definido el discurso literario lo
humano? Una crítica tal cuestiona los dualismos preponderantes en el pensamiento
occidental, dualismos que separan el significado de lo material, cercenan la mente del
cuerpo, dividen los hombres de las mujeres, y amputan la humanidad de la naturaleza.
Una empresa similar es llevada a cabo bajo la etiqueta híbrida de ecofeminismo, un
discurso teórico cuyo tópico es la relación entre la opresión de las mujeres y la
dominación de la naturaleza. Otro proyecto teórico intenta desarrollar una poética
ecológica, tomando la ciencia ecológica, con su concepto de ecosistema y su énfasis en
las interconexiones y flujos de energía, como una metáfora de la forma en que la poesía
funciona en la sociedad. Los ecocríticos también toman en cuenta la filosofía
actualmente conocida como ecología profunda, explorando las implicaciones que su
crítica radical al antropocentrismo pueden tener para los estudios literarios.

EL FUTURO DE LA ECOCRÍTICA

Una crítica centrada en la ecología es valiosa sobre todo porque dirige nuestra
atención a aquellos asuntos sobre los cuales necesitamos reflexionar. Su tarea más
importante es generar conciencia. Porque ¿cómo podemos solucionar los problemas
medioambientales a menos que empecemos a pensar en ellos?
Antes he apuntado que los ecocríticos tienen la ambición de cambiar la profesión.
Más bien debí haber escrito que yo tengo esa ambición para la ecocrítica. Me gustaría
verla pasar a ser un capítulo del próximo libro que redibuje las fronteras de los estudios
literarios. Me gustaría ver un puesto en cada departamento de literatura para un
especialista en literatura y medioambiente. Me gustaría que candidatos con un enfoque
“verde” fueran elegidos para los más altos puestos de nuestras organizaciones
profesionales. Hemos sido testigos de cómo los movimientos de crítica feminista y
multiétnica han transformado radicalmente la profesión, el mercado laboral y el canon.
Y precisamente porque han transformado la profesión, están ayudando a transformar el
mundo.
Una voz influyente dentro de la profesión permitiría a los ecocríticos realizar
cambios importantes en el canon, el currículum y las políticas universitarias. Veríamos
libros como A Sand County Almanac [“Un almanaque del condado de Sand”], de Aldo
Leopold, y Desert Solitaire [“El solitario del desierto”], de Edward Abbey, pasar a ser
textos básicos en los cursos de literatura estadounidense. Los estudiantes que tomen
cursos de literatura y composición serían instados a pensar seriamente sobre las
relaciones de los humanos con la naturaleza, sobre los dilemas éticos y estéticos
planteados por la crisis medioambiental, y sobre cómo el lenguaje y la literatura
transmiten valor con profundas implicaciones ecológicas. Las universidades del siglo
veintiuno requerirían que todos los estudiantes completasen al menos un curso
interdisciplinario en estudios medioambientales. (...)
Esperamos a futuro ver una academia ecocrítica más interdisciplinaria,
multicultural e internacional. El trabajo interdisciplinario está bastante avanzado y puede
ser facilitado aún más invitando expertos de un amplio rango de disciplinas a participar
de conderencias literarias e interdisciplinarias sobre asuntos medioambientales. Por otra
parte, la ecocrítica hasta ahora ha sido predominantemente blanca; se convertirá en un
movimiento multicultural cuando se hagan conexiones fuertes entre los problemas
medioambientales y los problemas de justicia social, y cuando una diversidad de voces
contribuyan en la discusión. Finalmente, este volumen se enfoca en el trabajo ecocrítico
realizado en Estados Unidos, pero la próxima colección bien podrá ser internacional,
pues los problemas medioambientales son de escala global y sus soluciones requieren
una colaboración internacional.
En 1985, Loren Acton, un chico de un rancho de Montana que llegó a ser
astrónomo solar, voló en el transbordador espacial Challenger 8 como especialista de
carga. Sus observaciones nos sirven para recordarnos el contexto global del trabajo
ecocrítico: “Al ver hacia el exterior, hacia la negrura del espacio, salpicada
gloriosamente por un enjambre de luces, vi majestuosidad —pero ninguna hospitalidad.
Abajo había un planeta hospitalario. Allí, contenido en la delgada, móvil e
increíblemente frágil capa de la biósfera, está todo cuanto te es querido, todo el drama y
la comedia humanas. Allí es donde está la vida, allí es donde está todo lo bueno”.

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