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partiendo de éste como una necesidad primaria del ser humano cuestiona la
versión freudiana de la pasividad en la relación madre- bebé. Surge de allí un
concepto central en su pensamiento, el de mutualidad, que se encuentra en la
base de todo vínculo humano saludable. El análisis que allí hace de la posición
materna en el vínculo primario con su hijo rompe con la pasividad tanto del
infante como de su madre y reivindica la existencia independiente de la madre y
subraya la importancia de sostener dicha independencia como modo de
deconstruir la relación de dominación entre los géneros.
Señala que en el momento de la separación temprana aparece el amor
identificatorio en la relación con el padre del reacercamiento. La función del
padre en este punto es diádica, no triádica, no rivaliza ni prohíbe como el padre
edípico. Es quien encarna el deseo que produce el exterior excitante. Queda así
en evidencia la importancia de este segundo adulto con quien el niño constituirá
una segunda díada ya que la identificación con un segundo otro como un sujeto
igual le permite al niño representarse imaginariamente el deseo suscitado por el
mundo externo, y definirse como sujeto de deseo.
En la fase pre-edípica el niño se identifica de manera sobreinclusiva a ambos
padres. Y comienza al mismo tiempo a simbolizar los significados genitales y a
asimilar el vocabulario gestual y conductual propuesto por la cultura para lo
masculino y lo femenino.
Continúa tratando de elaborar imaginariamente ambas posiciones dentro de sí
mediante la imitación corporal. Sobre el final de esta fase pre-edípica, los niños
tienen clara conciencia de los límites de género y expresan una cierta protesta
frente a las diferencias. Este es el momento en el que aparece la envidia del
pene o del lugar masculino por parte de las niñas y la envidia de los atributos
femeninos y el embarazo por parte de los varones. En este momento de la
constitución subjetiva la castración implica la pérdida de aquello que es propio
del sexo opuesto.
La fase edípica puede considerarse de diferenciación genérica propiamente
dicha. En ella se establece una complementariedad rígida entre ambos sexos,
con el consiguiente repudio del sexo opuesto, y es aquí cuando la castración
comienza a referirse a los propios genitales. Las identificaciones con los
progenitores son, de aquí en más, suplementadas por identificaciones
secundarias que podrán suavizar o aumentar el grado de complementariedad en
función de la flexibilidad de la cultura y del grupo de pares acerca de las
identificaciones transexuales. Según lo plantea Benjamin, a posteriori se van
suavizando las oposiciones de tal forma que puedan reintegrarse las
identificaciones sobreinclusivas pudiéndose alcanzar un empleo transicional de
las mismas durante la adolescencia.
Su modalidad de pensar el género en términos transicionales, transicionalidad
basada en la sobreinclusividad de las identificaciones de género, permite que los
opuestos convencionales presenten límites más móviles y se plantee entre ellos
una tensión placiente.
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entre la madre y el bebé es una de las primeras formas del reconocimiento, como
parte de un prolongado desarrollo de esa capacidad de la que hablábamos como
predisposición innata. El reconocimiento recibido desde la madre es la base de
la agencia del bebé. A su vez, un poco más adelante, la sonrisa del bebé hacia
su madre implica el reconocimiento de él hacia ésta y retroalimenta la disposición
de la madre hacia ese bebé. A partir de allí como lo describe Stern( 1988) se dan
una serie de juegos entre ambos que implican el placer de la madre por tomar
contacto con la mente del bebé mediante el entonamiento entre ambos
(anticipación de respuestas posibilidad de compartir el júbilo por lo nuevo, etc.).
El goce del entonamiento afectivo consiste en vivenciar que el otro puede
compartir lo que yo siento (reafirmación del sí mismo y reconocimiento del otro
simultáneos).
Sus reflexiones se realizan en el campo de la intersubjetividad a la que define
como “el encuentro dialéctico entre dos conciencias” (Benjamin, 1998). Este
término fue introducido en el psicoanálisis a comienzos de los 80 y se refiere al
sistema formado por la organización de distintos mundos subjetivos recíprocos
que interactúan, organización que es constitutiva de la subjetividad. A partir de
esta noción surge el psicoanálisis relacional que considera que el sistema creado
por el interjuego entre el niño y su madre, entre analista y paciente, constituye el
dominio propio de la investigación analítica.
Jessica Benjamin elabora su punto de vista insistiendo en la importante función
del reconocimiento en psicoanálisis y muestra cómo la identificación es al mismo
tiempo capaz de favorecer e impedir el reconocimiento de la alteridad. Sobre la
base de la identificación puede construirse un puente de comunicación con los
otros, o, por el contrario, maximizar las diferencias impidiendo toda relación
mutua. En sus textos trabaja con la tensión entre estas dos posiciones.
En el desarrollo de su investigación subyace una importante crítica al
pensamiento oposicional. Insiste en que la comprensión psicoanalítica de los
procesos intrapsíquicos se realiza sobre la base de las complementariedades
entre opuestos. A su entender “sujeto y objeto, activo y pasivo, observador y
participante, conocedor y conocido como complementariedades reversibles han
estructurado la relación psicoanalítica” (Benjamin, 1998). Al incluir una
perspectiva intersubjetiva, intenta crear una “tercera posición” que rompa con
las complementariedades y sostenga la tensión entre opuestos. Transforma, así,
las polaridades entre opuestos en paradojas potencialmente tolerables y
deconstruye las jerarquías basadas en el género y en el poder.
Critica el dispositivo cultural de la construcción de género y afirma que la
desigualdad de género es producto de una escisión de los aspectos del self que
convierte a las mujeres en depositarias de los aspectos escindidos de la
masculinidad hegemónica. Para esto es esencial su noción de sobreinclusividad
mediante la cual propone que en un desarrollo subjetivo saludable es necesario
sostener la tensión entre identificaciones simultáneas y sucesivas respecto de
aspectos diferentes contenidos en la masculinidad y la femineidad, en el padre y
la madre como funciones introyectadas a lo largo de la vida del niño.
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BIBLIOGRAFIA
Benjamin,J. Los lazos del amor. Bs. As., Paidós 1988
Sujetos iguales, objetos de amor, Bs. As., Paidós 1997