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EL PENSAMIENTO DE JESSICA BENJAMIN


Esp. Lic. Graciela Manrique

J. Benjamin es una psicoanalista norteamericana que ha producido nociones y


categorías metodológicas novedosas para pensar las relaciones humanas.
Proviene del campo de las Ciencias Sociales y ha contribuido al replanteo y
deconstrucción en ciertas revisiones del Psicoanálisis tradicional. De amplia
formación académica, obtuvo su licenciatura en la Universidad de Wiscosin, es
Magister de la Universidad de Frankfurt donde se formó en Psicología y Filosofía
y realizó su Doctorado en Sociología en la Universidad de Nueva York. Recibió
su formación psicoanalítica en el Programa de Psicología Postdoctoral en
Psicoanálisis y Psicoterapia de la misma Universidad y se dedicó a una
investigación postdoctoral sobre la infancia.
A modo de presentación tomo una de las formas en las que ella misma se ha
descrito en una entrevista hace ya muchos años. “Mi voz es la de una
psicoanalista que responde a los intereses y pensamientos de sus colegas y
también trata de hablar de las objeciones y preguntas que provienen de su
vertiente feminista académica”.
Esta posición integradora es característica de su pensamiento y la distingue de
otras feministas académicas. En todos sus escritos intenta integrar la reflexión
analítica, las teorías de género y la experiencia clínica.
Me interesa explorar, o por lo menos enumerar rápidamente las fuentes de donde
surge su posición y aquellos autores que tienen una importante influencia en su
modalidad de investigación. Comencemos por los autores psicoanalíticos entre
los que, sin duda, y en primer lugar está Winnicott ( 1972, 1991, 1996, 1999) : su
noción de espacio transicional, su capacidad para sostener las paradojas, y sus
desarrollos acerca de la agresión y el uso del objeto dejan marcas en las
teorizaciones de Benjamin.
También, y seguramente como resultado de sus investigaciones postdoctorales,
esta autora incorpora elementos tomados de psicólogos del desarrollo como
Stern (1985), sus conceptualizaciones acerca del entonamiento en la relación
madre bebé y sus consecuencias para el desarrollo y también de otros
investigadores ( Trevarthen que le permiten inferir cuestiones en la agencia de
madre y bebé, en la adquisición de ritmos y en la generación de un espacio
compartido que regula y modula ambos partenaires de la díada.
En cuanto a influencias desde las teorías de Género, podríamos citar a Nancy
Chodorow (1984) y sus observaciones acerca de los modos de crianza en la
cultura occidental y el lugar que la madre y el padre tienen en ella; a Jeanine
Chasseguet- Smirguel (1999) y sus desarrollos acerca de la desidentificación de
la madre y sus consecuencias en la desigualdad de género y la dominación
masculina; entre otras.
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Pertenece a la ideología del Feminismo de la Diferencia; esta línea de


pensamiento toma su fundamento de la Filosofía de la Diferencia, corriente a la
que pertenecen Deleuze y Guattarri, entre otros. Dentro de esta corriente de
pensamiento, rige la lógica de los predicados y no la de los sujetos. Es decir, no
se trata de teorías esencialistas acerca del sujeto sino más bien, de una lógica
del acontecer que va dando cuenta de un estado de cosas, que permite
comprender los modos de ir siendo de cada sujeto. Esto favorece el desarrollo
de conceptualizaciones referidas, ya no al sujeto metafísico universal sino al
sujeto de la vida, marco que es congruente con la forma en que pensamos
psicoanalíticamente la subjetividad y la diferencia en el proceso de subjetivación.

A partir de la Filosofía de la Diferencia, hablar de equivalencias entre las


subjetividades, entre hombres y mujeres, resulta más apropiado que establecer
una igualdad entre ellos. En este sentido, lo opuesto de igualdad es desigualdad,
mientras que la diferencia se juega en otro registro. Entre dos sujetos iguales las
diferencias se plantearían en más o menos respecto de aquello que los hace
iguales, mientras que, si se respeta la diferencia, la paridad entre ambos se hace
posible. La diferencia, como diversidad, se convierte así en el reverso de la
identidad.
Esta posición integradora es característica del pensamiento de Benjamin y la
distingue de otras feministas académicas. En todos sus escritos intenta articular
la reflexión analítica, las teorías de género y la experiencia clínica. Su posición
se sustenta en el paradigma de la complejidad y es por eso que su pensamiento
es dialógico, recursivo y hologramático.
La introducción de este tipo de pensamiento en las ciencias implica una ruptura
con la filosofía de la escisión ya que plantea que existe una interdependencia
entre el objeto de conocimiento y su contexto dando así un lugar a lo imprevisible.
Ya no se sostienen los principios de simplificación, disyunción y reducción y
aparecen en su lugar la distinción y conjunción que permiten articular sin oponer
ni identificar. El determinismo de las relaciones lineales entre causas y efectos
es reemplazado por una noción de causalidad recursiva en el que los efectos
son a la vez causas, lo cual permite acceder a la noción de proceso, que, como
decíamos anteriormente es tan grata a la filosofía de la diferencia.
Desde 1985, fecha de aparición de “The bonds of love” publicó 4 libros. El
primero apareció aquí a fines de los 80 como: “Los lazos del amor”. Luego, en
1997: “Sujetos Iguales, Objetos de amor”. En 1998 “La sombra del otro”; y, por
último, en 2018 “Beyond doer and done to” que todavía no ha sido traducido.
Haciendo un pequeño análisis de los subtítulos de sus libros podremos irnos
adentrando en las lógicas que rigen su pensamiento. Iré tomando los títulos y
enumerando los conceptos centrales de cada libro para luego desarrollarlos más
ampliamente
“Los lazos del amor” (1988) lleva por subtítulo: Psicoanálisis, feminismo y el
problema de la dominación. Plantea allí la importancia del reconocimiento y
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partiendo de éste como una necesidad primaria del ser humano cuestiona la
versión freudiana de la pasividad en la relación madre- bebé. Surge de allí un
concepto central en su pensamiento, el de mutualidad, que se encuentra en la
base de todo vínculo humano saludable. El análisis que allí hace de la posición
materna en el vínculo primario con su hijo rompe con la pasividad tanto del
infante como de su madre y reivindica la existencia independiente de la madre y
subraya la importancia de sostener dicha independencia como modo de
deconstruir la relación de dominación entre los géneros.
Señala que en el momento de la separación temprana aparece el amor
identificatorio en la relación con el padre del reacercamiento. La función del
padre en este punto es diádica, no triádica, no rivaliza ni prohíbe como el padre
edípico. Es quien encarna el deseo que produce el exterior excitante. Queda así
en evidencia la importancia de este segundo adulto con quien el niño constituirá
una segunda díada ya que la identificación con un segundo otro como un sujeto
igual le permite al niño representarse imaginariamente el deseo suscitado por el
mundo externo, y definirse como sujeto de deseo.
En la fase pre-edípica el niño se identifica de manera sobreinclusiva a ambos
padres. Y comienza al mismo tiempo a simbolizar los significados genitales y a
asimilar el vocabulario gestual y conductual propuesto por la cultura para lo
masculino y lo femenino.
Continúa tratando de elaborar imaginariamente ambas posiciones dentro de sí
mediante la imitación corporal. Sobre el final de esta fase pre-edípica, los niños
tienen clara conciencia de los límites de género y expresan una cierta protesta
frente a las diferencias. Este es el momento en el que aparece la envidia del
pene o del lugar masculino por parte de las niñas y la envidia de los atributos
femeninos y el embarazo por parte de los varones. En este momento de la
constitución subjetiva la castración implica la pérdida de aquello que es propio
del sexo opuesto.
La fase edípica puede considerarse de diferenciación genérica propiamente
dicha. En ella se establece una complementariedad rígida entre ambos sexos,
con el consiguiente repudio del sexo opuesto, y es aquí cuando la castración
comienza a referirse a los propios genitales. Las identificaciones con los
progenitores son, de aquí en más, suplementadas por identificaciones
secundarias que podrán suavizar o aumentar el grado de complementariedad en
función de la flexibilidad de la cultura y del grupo de pares acerca de las
identificaciones transexuales. Según lo plantea Benjamin, a posteriori se van
suavizando las oposiciones de tal forma que puedan reintegrarse las
identificaciones sobreinclusivas pudiéndose alcanzar un empleo transicional de
las mismas durante la adolescencia.
Su modalidad de pensar el género en términos transicionales, transicionalidad
basada en la sobreinclusividad de las identificaciones de género, permite que los
opuestos convencionales presenten límites más móviles y se plantee entre ellos
una tensión placiente.
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Teniendo en cuenta lo anterior, Benjamin afirma que el psicoanálisis tradicional


sufre de una laguna cultural dado que no incluye en su sistema de pensamiento
el hecho demostrable de que ni las relaciones heterosexuales ni las
homosexuales garantizan intrínsecamente una postura particular con respecto a
la complementariedad o a la igualdad; ambas pueden sucumbir a la fijeza o jugar
con las identidades previamente fijadas. Es en este sentido que decía antes que
la incorporación de la categoría de mutualidad permite perspectivas
psicopatológicas que de otra forma quedan invisibilizadas. Más que poner el
acento en la elección de objeto o la identificación sexual, aquí nos centramos en
la posibilidad de establecimiento de un vínculo con el otro en donde éste pueda
ser respetado como alteridad.
Considerar las tendencias identificatorias juntamente con el amor objetal
permite diferenciar dos momentos en la constitución de la identidad de género:
- La complementariedad edípica que es una oposición simple constituida por
escisión, que proyecta en el otro los elementos indeseados.
- La complementariedad post-edípica que está constituida por el
mantenimiento de la tensión entre elementos contrastantes y, en
consecuencia, no prohibidos sino potencialmente disponibles. Mediante su
función de puente, la simbolización no prohíbe, sino que vincula la
gratificación de ambas metas, no oculta, sino que expresa la oscilación
inconciente. Esta integración abre paso a la experiencia de mutualidad
sustentada en la recuperación de las identificaciones bi-sexuales pre-
edípicas que disuelven la inmutabilidad de las polaridades.
De esta forma no se elimina la diferenciación edípica, sino que, lejos de eso, se
la trasciende incluyendo en ambas posiciones (masculina y femenina)
combinaciones particulares de amor identificatorio y amor objetal.
La estructura de la complementariedad edípica subraya el aspecto de afirmación
de sí por sobre el reconocimiento del otro. En ella hay quien da y quien recibe,
quien manda y quien obedece sin tener en cuenta la paridad entre ambos.
Pueden invertirse los roles, pero no modificarlos o acercarlos en su desigualdad.
Se trata de una relación en la que la omnipotencia pasa de un partenaire a otro.
La cristalización de esta complementariedad ocluye la posibilidad de
experienciarse como un sujeto capaz de incluir en sí mismo ambos polos.
Cuando se tiene acceso al sentimiento de mutualidad en el que tanto la
afirmación de sí como el reconocimiento son puestos en juego, la omnipotencia
no se transfiere de un término al otro de la relación, sino que se disuelve
mediante la experiencia de una interdependencia. Según la autora lo expresa:
“El replanteo intersubjetivo en la relación de deseo desestabiliza la dicotomía
activo-pasivo que ha sido central en la comprensión freudiana de la masculinidad
y la femineidad” (1997)
Vamos ahora a “Sujetos iguales, objetos de amor” (1997). Lleva por subtítulo:
Ensayos sobre el reconocimiento y la diferencia sexual. Dos cuestiones aquí. Por
un lado, tomar en cuenta la forma en que lo expresa en inglés: Like subjects,
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Love objects. Alude, por supuesto a la preservación de la diferencia subjetiva


aún en las relaciones de objeto utilizando el término” like” y no “same”. Es decir,
plantea un lugar subjetivo similar, pero no idéntico. Alude a una equivalencia, no
a una igualdad. Esta expresión intenta materializarla tensión dialéctica entre la
mismidad, es decir la autoafirmación de sí mismo, y el reconocimiento en las
relaciones intersubjetivas, tensión en la que subyacen las relaciones objetales
que implican vínculos de sujeto a objeto en las relaciones de amor en la
perspectiva intrapsíquica. Insiste en que esta tensión entre la autoafirmación y la
dependencia es una de las paradojas presentes en todo momento de la vida y
que, como tal, no debe ser resuelta sino integrada en las relaciones
intersubjetivas a fin de acceder a una genuina experiencia de mutualidad.
Aquí desarrolla más exhaustivamente las variables propias de lo intrasubjetivo y
sus diferencias con lo intersubjetivo y, sobre todo, insiste en la necesidad de
sostener la tensión entre ambos planos como salvaguarda de una relación
saludable. Insiste en que la crítica acerca de la identidad sexual desde las teorías
de género permite una consideración más profunda de la multiplicidad y
ambigüedad de las identificaciones genéricas. Esto implica recuperar la
multiplicidad de la fase sobreinclusiva a lo largo de la diferenciación genérica
pre-edípica lo cual hace posible la integración de la diferencia preservando más
que asimilando las diferentes posiciones.
Así, partiendo de una clínica de la intersubjetividad, Benjamin puede revisar el
complejo de Edipo y ofrecer alternativas a la complementariedad propia del
momento de atravesamiento del mismo para llegar a la noción de identificaciones
sobreinclusivas mediante la que se pueden revertir las jerarquías de los géneros.
En su tercer libro: ”La sombra del otro” (1998) se explaya en la tensión entre la
autoafirmación y el reconocimiento. Es un verdadero estudio de las relaciones
entre los géneros y la aceptación del otro como Sujeto diferente. Mediante el
entrelazamiento de las nociones de intersubjetividad, reconocimiento y tercero,
marca la diferencia entra las relaciones de objeto y la relación con un sujeto.
Benjamin desarrolla en este libro cuestiones propias de la relación analista
paciente, y la importancia de preservar el reconocimiento en la transferencia y
contratransferencia. El diálogo crítico entre el psicoanálisis, el feminismo, y
trabajos de observación de la relación madre-bebé de los últimos años, la lleva
a establecer cierta similitud entre las relaciones tempranas y la situación
analítica, ambas situaciones diádicas en las que es imprescindible mantener la
discriminación entre sus participantes. Para ella la base de la mente humana es
interactiva y no monádica, y así concibe el proceso analítico como algo que tiene
lugar entre dos sujetos más que en la mente del analizado; esto nos lleva, como
analistas, a reconocer al otro como un equivalente de experiencias. En esta
consideración se basa la importancia clínica de su concepto de mutualidad.
Su última publicación, del año 2018 es “Beyond Doer and Done To” que
podríamos traducir como “Más allá del hacedor y aquél a quién se le ha hecho”
( en clara alusión a las posiciones activa y pasiva o domindor/dominado), lleva
por subtítulo o aclaración: Teoría del Reconocimiento, Intersubjetividad y el
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Tercero. Nuevamente se centra en las relaciones primarias entre madre e infante


insistiendo en que son de doble vía, y mantienen simultáneamente una
discriminación y similitud entre ambos que, juntos, crean un ritmo que es propio
de esa relación. Llama a este ritmo regulador “terceridad”. Es ese lugar tercero
el que constituye, a su modo de ver el sostén “moral” de la relación.
Como ya dijimos, propone con Stern (1985) la existencia de un bebé activo desde
el primer momento, programado biológicamente para la búsqueda activa del otro,
para el apego social (Fonagy 2004). Esta diferenciación inicial, biológicamente
condicionada, es la que prepara el espacio para la terceridad que es un espacio
a la vez interno y externo.
En nuestra relación con el otro, se nos impone la experiencia de que las cosas
suceden de forma secuencial, como por una vía de dirección única, en la que la
acción de uno sobre el otro se encadena en causalidad lineal. En definitiva, uno
es agente y el otro paciente, alternativamente, en una suerte de relación
complementaria donde la subjetividad del otro no es reconocida como tal
dentro de la teoría vincular pero con una mayor especificidad.
En las teorías psicoanalíticas clásicas (Lacan, Klein) el lugar del tercero había
quedado delimitado por el conflicto edípico.
Ambas teorías clásicas no consideran el nacimiento de la terceridad en
experiencias primarias preedípicas, que se producen en la relación de la madre
con el bebé, y que tienen que ver con la adaptación de aquella a los ritmos de
éste, con la sintonización afectiva entre ambos y con el juego compartido. Este
primario intercambio inaugura la ritmicidad y es considerado por Benjamin como
un preludio de la terceridad. Ese juego en que madre e hijo interactúan, no es
una secuencia de acciones y reacciones, sino algo co-creado, como una música
improvisada, por tanto, una especie de terceridad (no lo crea el niño, no lo crea
la madre, lo crean los dos y ninguno) basada en la unicidad. A este fundamento
de la prototerceridad, que es la capacidad de resonar juntos afectivamente, le
llama Benjamin “el uno en el tercero”.
Por otra parte, ante las necesidades del niño, ante sus demandas o su
sufrimiento, la madre ha de ser capaz de mantener la tensión entre
su identificación con el bebé y su capacidad de observación "desde fuera" que
le permita conservar la conciencia de que el sufrimiento pasará, al igual que le
permite estar en contacto con sus propias necesidades que con frecuencia
entran en conflicto con las del bebé. Esta posición relacional recibe el nombre de
¡tercero en el uno”. La originalidad de su pensamiento sobre el tercero es
concebirlo en el seno de la díada.
En nuestra relación con el otro, se nos impone la experiencia de que las cosas
suceden de forma secuencial, como por una vía de dirección única, en la que la
acción de uno sobre el otro, se encadenan en causalidad lineal. En definitiva,
uno es agente y el otro paciente, alternativamente, en una suerte de relación
complementaria donde la subjetividad del otro no es reconocida como tal.
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La única posibilidad de contemplar la realidad intersubjetiva es trascendiendo


esta posición dual hacia un lugar tercero desde donde poder contemplar la doble
dirección de la relación entre sujetos.
Lo que se plantea Benjamin, más allá del contenido concreto que se sitúe en ese
lugar tercero, es cómo se crea la terceridad, que en una primera definición
concibe como “. . . una cualidad o experiencia de la relación intersubjetiva que
tiene como correlato cierto tipo de espacio mental interno”. Benjamín relaciona
la terceridad con el espacio potencial de Winnicott.
Podemos decir que el tercero es aquello a lo que cedemos y la terceridad es el
espacio mental intersubjetivo que facilita la cesión o es el resultado de ella. El
tercero no es sólo una persona, sino un espacio genérico que se abre, la
terceridad, en el mismo lugar que ocupaba la relación (self-objeto-relación)
dentro de la teoría vincular pero con una mayor especificidad.
El permanente ejercicio mental de una tensión en mi subjetividad del
reconocimiento entre diferencia y similitud es lo que sostiene la moralidad
relacional que impide caer en la complementariedad donde rigen los polos
dominación sumisión.
El tercero moral se diferencia de la mentalización -con toda la importancia que
ésta tiene- porque en la mentalización se trata de que el sujeto se capte a sí
mismo y capte al otro. Alude al proceso por el cual, no solamente el sujeto se
capta a sí mismo y capta al otro, sino que, simultáneamente, el otro se capta a
sí mismo y al sujeto.
Si aplicamos este concepto a la relación terapéutica no basta que el analista esté
atento a la superficie de su subjetividad y capte la subjetividad del paciente, sino
que éste pueda ir captándose a sí mismo y accediendo a captar y entender la
subjetividad de su analista. Este es el punto a remarcar: el Tercero Moral es un
proceso que se va produciendo en la interacción, terapéutica o de cualquier tipo.
No obstante, el analista (o la madre) es quien debe facilitar que se vaya
adquiriendo progresivamente esta capacidad, quedando así marcada la
disimetría de la relación en función de las posiciones de cada uno.
La propuesta del tercero moral de Benjamin es justamente un conjunto de
procedimientos intrapsíquicos y acciones interpersonales concretos a observar
y llevar a cabo en las relaciones. No se trata de una norma o una regla técnica,
y tampoco de un estado al que se llega sino la capacidad de mantener la tensión
en la posición subjetiva de no caer en la complementariedad – me hacen-hago
y, si se cae en ella, la corrección por medio del reconocimiento del escenario
completo. Este espacio puede incluir que se admita que puede haberse
equivocado o que la acción genere sufrimiento y se sostenga la tensión entre
ella/él y el/la paciente-niño
Su interés está puesto en el proceso mediante el cual se crea terceridad, es
decir, la manera en la que construimos sistemas relacionales y cómo
desarrollamos las capacidades subjetivas para alcanzar esa co-creación. Piensa
la terceridad como una cualidad de la experiencia de relacionarse
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intersubjetivamente que tiene como correlato un cierto espacio mental; se


encuentra íntimamente relacionado con la idea winnicottiana de espacio
transicional.
Insiste en la importancia de no reificar al tercero sino considerarlo primariamente
como un principio, función o relación. Como el espacio de la terceridad donde
nos entregamos a funcionar con otro sabiendo al mismo tiempo que tiene su
propio pensamiento y modo de sentir. Este entregarse lleva al reconocimiento-
la posibilidad de ser capaces de sostener la conexión con la mente del otro
aceptando su existencia separado y su diferencia. Implica liberarse de todo
intento de control o coerción.
No se trata de una entrega al otro idealizado, lo cual sería un sometimiento, sino
más bien aceptar la posibilidad de ser-estar con otro aceptando las regulaciones
co-creadas en ese espacio tercero. La complementariedad se diluye en esta
terceridad.
Benjamin plantea la diferencia entre el doble, el par complementario y la
terceridad. En las relaciones complementarias la dependencia se torna coercitiva
generando reactividad en ambos partenaires, reactividad que se torna en un
conflicto irresoluble entre posiciones opuestas que se sustentan en mecanismos
de disociación y proyección (como lo que plantean muchos autores respecto al
proceso de desidentificación de la madre en los varones). Es así que cada uno
se siente víctima, objeto de lo que el otro le ha hecho, sin registrar que cada uno
de los miembros de la relación es un agente que colabora para dar forma a una
realidad co-creada. Lo característico de las relaciones complementarias es el par
opositivo sumisión-resistencia.
Benjamin insiste en afirmar que la terceridad se forja desde el inicio en la relación
madre bebé a partir de la ritmicidad presente en el intercambio humano y es el
principio de la creación de patrones compartidos que generan armonía en la
relación. Ambos partenaires co-crean así una cierta legalidad en su accionar
compartido irreductible al esquema acción-reacción donde una es activo y el otro
pasivo. Es así como se crea el tercero compartido

Hasta aquí, entonces, podríamos decir que, partiendo de la observación de la


relación madre bebé, Benjamin postula una necesidad psicológica de
reconocimiento que si no es satisfecha resulta en dificultades o daño psíquico:
si fracasa el reconocimiento hay dominación. El concepto de Benjamin de
reconocimiento mutuo o mutualidad incluye la autonomía y supone la aceptación
de la dependencia y la imposibilidad de conocer cabalmente al otro. La sintonía
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entre la madre y el bebé es una de las primeras formas del reconocimiento, como
parte de un prolongado desarrollo de esa capacidad de la que hablábamos como
predisposición innata. El reconocimiento recibido desde la madre es la base de
la agencia del bebé. A su vez, un poco más adelante, la sonrisa del bebé hacia
su madre implica el reconocimiento de él hacia ésta y retroalimenta la disposición
de la madre hacia ese bebé. A partir de allí como lo describe Stern( 1988) se dan
una serie de juegos entre ambos que implican el placer de la madre por tomar
contacto con la mente del bebé mediante el entonamiento entre ambos
(anticipación de respuestas posibilidad de compartir el júbilo por lo nuevo, etc.).
El goce del entonamiento afectivo consiste en vivenciar que el otro puede
compartir lo que yo siento (reafirmación del sí mismo y reconocimiento del otro
simultáneos).
Sus reflexiones se realizan en el campo de la intersubjetividad a la que define
como “el encuentro dialéctico entre dos conciencias” (Benjamin, 1998). Este
término fue introducido en el psicoanálisis a comienzos de los 80 y se refiere al
sistema formado por la organización de distintos mundos subjetivos recíprocos
que interactúan, organización que es constitutiva de la subjetividad. A partir de
esta noción surge el psicoanálisis relacional que considera que el sistema creado
por el interjuego entre el niño y su madre, entre analista y paciente, constituye el
dominio propio de la investigación analítica.
Jessica Benjamin elabora su punto de vista insistiendo en la importante función
del reconocimiento en psicoanálisis y muestra cómo la identificación es al mismo
tiempo capaz de favorecer e impedir el reconocimiento de la alteridad. Sobre la
base de la identificación puede construirse un puente de comunicación con los
otros, o, por el contrario, maximizar las diferencias impidiendo toda relación
mutua. En sus textos trabaja con la tensión entre estas dos posiciones.
En el desarrollo de su investigación subyace una importante crítica al
pensamiento oposicional. Insiste en que la comprensión psicoanalítica de los
procesos intrapsíquicos se realiza sobre la base de las complementariedades
entre opuestos. A su entender “sujeto y objeto, activo y pasivo, observador y
participante, conocedor y conocido como complementariedades reversibles han
estructurado la relación psicoanalítica” (Benjamin, 1998). Al incluir una
perspectiva intersubjetiva, intenta crear una “tercera posición” que rompa con
las complementariedades y sostenga la tensión entre opuestos. Transforma, así,
las polaridades entre opuestos en paradojas potencialmente tolerables y
deconstruye las jerarquías basadas en el género y en el poder.
Critica el dispositivo cultural de la construcción de género y afirma que la
desigualdad de género es producto de una escisión de los aspectos del self que
convierte a las mujeres en depositarias de los aspectos escindidos de la
masculinidad hegemónica. Para esto es esencial su noción de sobreinclusividad
mediante la cual propone que en un desarrollo subjetivo saludable es necesario
sostener la tensión entre identificaciones simultáneas y sucesivas respecto de
aspectos diferentes contenidos en la masculinidad y la femineidad, en el padre y
la madre como funciones introyectadas a lo largo de la vida del niño.
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A lo largo de su obra hace una revalorización de la actividad materna en la


crianza e insiste en que el entonamiento en los juegos iniciales en el que tanto
la madre como el bebé son partes activas da lugar al espacio de la terceridad
desde un inicio. Es así como el bebé experimenta que es dependiente a la vez
que independiente. Por esto el momento del reacercamiento plantea la crisis en
el reconocimiento del otro. La resolución ideal de esta paradoja, nos dirá
Benjamin es que se pueda sostener la tensión entre la afirmación de sí mismo y
el reconocimiento del otro.
A diferencia de la teoría intrapsíquica, la concepción intersubjetiva desde la que
Benjamin piensa, alude principalmente a lo que sucede entre el “sí mismo” y el
otro. Lo crucial en la teoría intrapsíquica es el inconciente, mientras desde la
intersubjetividad se rescata la representación del sí mismo y del otro como seres
distintos y relacionados. Es decir, supone reconocer al otro como un centro
equivalente de actividad. Ambos son modos suplementarios de comprender el
psiquismo humano
Despliega dos conceptos que se relacionan como metas posibles para un
desarrollo subjetivo saludable: el de “ownership”- propiedad, y el de “authorship”-
autoría. El primero se refiere a la capacidad de reconocer como propios los
procesos subjetivos y los actos. Implica asumir la responsabilidad por los daños
cometidos. Y la autoría supone la contención de los propios afectos y emociones,
ser dueño de sí.
De esta manera, su interés por comprender las relaciones humanas parte de la
relación temprana madre-bebé y abarca las asimetrías en las relaciones entre
géneros y las representaciones culturales en que se juegan las diferentes
situaciones de dominio.
Así, preguntas como: ¿Qué relación existe entre el individualismo y la
dependencia?, ¿Cómo resolver la conflictiva que plantean las oposiciones
binarias ente dominación-sumisión, dependencia- autonomía? Se resuelven, a
su modo de ver utilizando y aceptando el interjuego constante entre lo
intrapsíquico y lo intersubjetivo. Afirma así que la individuación consiste en la
independencia respecto a la madre como objeto, pero esto de ninguna manera
supone, automáticamente, su reconocimiento como sujeto. Ambas cuestiones
deberán lograrse, para evitar el establecimiento de relaciones complementarias
en las que aparezcan as oposiciones binarias entre el que manda y el que
obedece, el que domina y el que se somete, o, como lo expresa en el título de
su libro, el que hace y el que padece. Sólo si se establece la posibilidad de
compartir entre mentes separadas se elude la complementariedad y la
mutualidad hace posible la existencia de relaciones suplementarias.
La ruptura de la tensión necesaria entre la autoafirmación (lógica intrapsíquica)
y el reconocimiento mutuo (lógica intersubjetiva), da lugar, a su modo de ver, a
las relaciones de dominación. Si, por el contrario, puede sostenerse la tensión,
el sí mismo y el otro se encuentran como iguales soberanos, según sus palabras.
Se trata, entonces de que para ser reconocidos como independientes
necesitamos reconocer al otro como independiente y al mismo tiempo aceptar
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que dependemos de su reconocimiento. Es a partir de aquí que surge la


posibilidad de diferenciación en donde podemos representarnos al otro como
independiente y al mismo tiempo como semejante.
Para terminar y a modo de cierta conclusión, a mi entender, Jessica Benjamin
articula teorías sociales, feminismo y psicoanálisis a fin de desentramar el
fenómeno de la dominación patriarcal. Hace ya más de 20 años sus ideas
comenzaban a despatologizar tanto los géneros como las variantes en la
orientación transformando la cuestión de la diferencia en diversidad. En su
intento de explicar las relaciones humanas hace lugar al imperativo político de
acercar lo deseable al mundo de lo posible.

BIBLIOGRAFIA
Benjamin,J. Los lazos del amor. Bs. As., Paidós 1988
Sujetos iguales, objetos de amor, Bs. As., Paidós 1997

Shadow of the other, New York, Routledge 1998

“Beyond doer and done to: an intersubjective view of thirdness”


The Psychoanalytic Quaterly Volumen LXXIII, N°1,Enero 2004

Chodorow, N. El ejercicio de la maternidad: psicoanálisis y sociología de la


maternidad y paternidad en la crianza de los hijos. Barcelona, Gedisa 1984
Chasseguet Smirgel, J. La sexualidad femenina. Madrid, Biblioteca Nueva 1999
Fonagy, P. Teoría del apego y psicoanálisis. Barcelona: Espaxs 2004
Stern, D. El mundo interpersonal del infante. Bs. As, Paidós 1985
Winicott, D. Realidad y juego. Barcelona, Gedisa 1972
Naturaleza humana. Bs. As. , Paidós 1996
Exploraciones Psicoanalíticas I. Bs As. , Paidós 1991
Mahler, M. El nacimiento psicológico de infante humano. Bs. As. , Marymar 1977
Trevarthen, C. (1993). The self born in intersubjectivity: The psychology of an
infant communicating. En U. Nieser (Ed.) The perceived self: Ecological and
Interpersonal Sources of SelfKnowlwdge New York: Canbridge University Press.
Trevarthen, C. (1998). The concept and foundations of infant intersubjectivity, en
Braten, S. (ed) Intersubjective communication and emotion in early ontogeny (pp.
15-46). Cambridge: Cambridge University Press

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