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BRÚJULA CLÍNICA

Mémoire du sexe
Phillip Hellebois

Si Dios existe, seguramente ha inventado el sexo para


atormentarnos. Pero tal como el regador regado, fue el primer
fastidiado: Zeus no ha hecho otra cosa que molestar a los
encantadores mortales, y después de él, Cristo ha elegido hacerse
admirar eternamente en un ropaje de lo más dudoso. Su sexualidad
se ha revelado ahora, aún si él prefirió evitar la copulación.
Recordemos estas palabras de Lacan en Aún: “En todo lo que ha
desplegado de los efectos del cristianismo en el arte, siempre
resulta la exhibición de los cuerpos evocando el goce. Cercano a la
copulación.” Y no es por nada, sino porque el goce está fuera del
campo, hecho solo de fantasmas. Esta exclusión del acto sexual no
se revela en ninguna otra religión de forma más desnuda, el arte
que ha inspirado al cristianismo es por lo tanto obsceno o perverso
porque el padre es lo que está en juego.1
Dios no está allí más que para recordarnos como el sexo nos
desorienta; no sabemos que decir ni hacer con él, cuando no es la
memoria la que nos abandona, puesto que no estamos siempre
seguros de lo que hemos hecho o sufrido, etc. El sexo nos
transforma en sonámbulos recorriendo el agujero que ha cavado
anteriormente en el saber y la verdad. Si las complicaciones
sexuales están por todas partes, se manifiestan electivamente en la
cuestión del trauma. En efecto, el azar de nuestras lecturas nos
hace oscilar como un péndulo entre las anécdotas más o menos
penosas y el hecho estructural inevitable. El primer Freud releído
por Miller permite sin embargo reubicarnos. 2 Desde sus cartas a
Fliess, observaba ya que lo sexual surgía siempre como un
accidente indigesto por sus efectos excesivos. Constataba también
y sobre que este excedente de sexualidad dejaba detrás de él algo
que calificaba como no traducido en imágenes verbales y cuya
reactivación no tenía consecuencias psíquicas sino físicas en la
especie de los fenómenos de conversión: “el excedente sexual
impide la traducción.” 3
Al escribir estas líneas, Freud estaba inspirado porque llegaba a
situar las cosas en dos planos a la vez, la diacronía y la sincronía.
Están las anécdotas vividas que se reprimen, o sea que uno se
olvida y recuerda a la vez,- ¿el inconsciente no es la memoria de lo
que uno se olvida? – y además es un hecho estructural que toca un
real del que uno se defiende. J.-Miller ha mostrado como Lacan
distingue estos dos registros que dependen de memorias diferentes,
la rememoración y la reminiscencia. La primera, hecho de historia
como de histeria, constituye la historia; la segunda se refiere a lo
real que excluye tanto la verdad como al sentido y al tiempo; una se
manifiesta por el recuerdo, la otra hace presente lo que ya está ahí,
completamente solo, eterno, inmemorial.
Por lo tanto hay trauma y lo que Lacan llama trouma, un hecho de
historia y el otro de estructura. Estructura quiere decir aquí que con
respecto a lo sexual las cosas siempre resultan siempre
atravesadas. La cuestión no es más haber hecho un buen o mal
encuentro, sino percibir que el sexo es para el ser hablante un
fracaso permanente: cuando se empieza bien como obsesivo, es
demasiado bien, porque lo que sigue es decepcionante, y el
desdichado se encuentra hastiado antes de tiempo; una primera vez
fallida, como da cuenta la histeria no es más divertido tampoco,
porque ella se encuentra casada por el resto de su vida con la
insatisfacción permanente.
Esto no quiere decir que todo vale y que la estructura justifica todos
los traumas pasados y por venir. Algunos son inevitables, otros
menos, y el Psicoanálisis no anuncia el reino de Sade poniendo los
dos en el mismo plano. Podemos ilústralo con un caso conocido por
todos, o sea el de Gide, que Lacan ha delineado su ordenamiento. 4
Niño mal recibido, mortificado, malhumorado, fue seducido por su
tía que encarnaba para esta familia protestante y austera un goce
inaceptable. Esto fue para el niño Gide, hijo de su madre, para la
cual el amor se reducía a los imperativos del deber, un trauma, del
que Lacan sitúa las coordenadas de esta manera: no conocía más
que la palabra que protege y prohíbe, la muerte precoz de su padre
lo había privado de aquella que humaniza el deseo; su goce
primario se encontraba entonces reducido a ciertas formas
elementales, la destrucción, la masturbación, etc. Lacan precisa sin
embargo que este trauma fue salvador, el niño apagado había
comenzado a vivir porque por primera vez llegaba a ser por este
medio el niño deseado.
Al leer y releer la escena de seducción descripta por Gide
especialmente en La puerta estrecha, no se ve lo que espíritu
incluso obtuso podría reprochas a la dama en juego, la que
contentaba con arreglar el cuello de su camisa, hacerle cosquillas, y
burlarse un poco. Esto bastó sin embargo para desarrollar más
tarde un gusto excesivo por los niños – más precisamente por el
niño pequeño que él fue en los brazos de su tía. El modo de goce,
la masturbación quedaba por lo tanto idéntica, pero había logrado
localizarse. Dicho de otra manera, el trauma estructural no fue un
drama.
Sin embargo, es necesario decir que lo que Gide hizo más tarde, no
era otra cosa, para llamarlo por su nombre, que una forma de
pedofilia. No se debió más que a su prudencia, pero sobre todo a la
indulgencia que en el tiempo de entonces – el del Imperio francés y
las colonias africanas –mostraban ante los hombres ilustres, que no
tuvo nunca problemas. Aquí debemos hacer una diferencia cuya
apuesta es ética. Atentado se dice en más de un solo sentido; uno
se refiere a la enfermedad del ser hablante de tal manera
parasitado por el lenguaje que el sexo no puede más que
perturbarlo dejándolo perpetuamente intranquilo; el otro depende
del modo de goce de un amo relativamente cínico. Uno depende del
psicoanálisis, el otro en lo que concierne a Gide de la justicia.

1. Lacan, J. Seminario Libro XX Aún Paidós


2. Miller, J.-A. Causa y consentimiento (1987-1988) lecciones 6 y
13 de enero 1988.
3. Freud, S. Los orígenes del Psicoanálisis Editorial Biblioteca
Nueva, 1968 pp. 585-882
4. Lacan, J. Juventud de Gide o la letra y el deseo. Escritos 2
Siglo XXI. Pp. 719 - 745

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