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CONCURRENCIA, EMULACIÓN Y
TRADICIÓN
LLa dinámica artística de los grabados rupestres
gallegos
Marzo 2015
Julio Fernández Pintos
Marzo 2015
5
ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN (9).
1.1. Planteamiento crítico (9).
1.2. Planteamiento metodológico (11).
2. EL MONTE MAÚXO (13).
2.1. El marco geográfico (17).
2.2. El contexto arqueológico (17).
2.2.1. Historia de la investigación (18).
2.2.2. El contexto arqueológico (18).
2.2.2.1. Hallazgos líticos (18).
2.2.2.2. Mámoas (18).
2.2.2.3. Asentamientos de la Prehistoria Reciente (19)
2.2.2.4. Los petroglifos (21).
2.2.2.5. Las estaciones con equipos de molienda rupestres (23)
2.2.2.6. Posibles lugares cultuales de la Prehistoria Reciente (42).
2.2.2.6. Castros (43).
3. LA OCUPACIÓN MAMILAR (45).
3.1. Introducción (45).
3.2. Combinaciones circulares y ocupación mamilar en el Monte Maúxo
(46).
3.3. La adaptación mamilar (63).
4. CONCURRENCIA Y EMULACIÓN (69).
4.1. Descripción morfológica de los paneles (72).
4.2. Estudio iconográfico (83).
4.3. Conclusión: el proceso de concurrencia y emulación (89).
5. LOS PETROGLIFOS DE LÍNEAS Y LA MANIPULACIÓN SINTÁCTICA DE
LA TRADICIÓN RUPESTRE (93).
5.1. La estación de Socastro (Chandebrito, Nigrán) (94).
5.1.1. Descripción morfológica (95).
5.1.2. Estudio iconográfico (101).
5.2. El tema de las líneas en los petroglifos de círculos. (107).
5.2.1. Petroglifos con líneas del Tipo A de Socastro. (107)
6
1
INTRODUCCIÓN
1
Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993:12).
2
Faro de Vigo (29-11-2011) (http://www.farodevigo.es/portada-pontevedra/2011/11/29/4000-anos-habia-
lenguaje-unia-islas-britanicas-galicia/601594.html).
10
rupestres, y sí, mejor su funcionalidad social. Debemos indicar que la palabra imposible
la juzgamos impropia del vocabulario de cualquier investigador. Personalmente, ni ha
guiado, ni servirá de directriz en nuestros estudios. Por otra parte, que no es tampoco
nuestro caso, no vemos la razón de perder el tiempo revolviendo continuamente en un
entramado artístico del que estimamos que jamás sabremos su significado, y malamente
su papel social.
Aquella desalentadora afirmación es precisamente la consecuencia natural del
deficiente planteamiento metodológico, pero también del escaso o nulo esfuerzo por
mejorarlo. Y ello se percibe en el espacio que algunos investigadores dedican a las
combinaciones circulares en sus trabajos. Así por ejemplo, un reciente estudio general
de sobre el Arte Rupestre Gallego de A. de la Peña, de unas 80 páginas, tan sólo dos
párrafos están dedicados a los círculos3. Pero esta situación no prospera con otros
investigadores: por ejemplo, un trabajo de F. J. Costas aún tratándose de una síntesis de
divulgación de 9 páginas, las combinaciones circulares tan sólo han merecido 7 líneas 4.
Recuérdese que las combinaciones circulares son el motivo más característico del Arte
Rupestre Gallego, por lo que eludir su estudio y centrar los esfuerzos en la periferia
temática, en motivos minoritarios o en temas anecdóticos, prácticamente conduce a la
vaguedad conceptual.
Pero aún podríamos hacer alusión a otros investigadores que realizan amplias
síntesis sin haber estudiado prácticamente ningún petroglifo, ignorando además
sistemáticamente la bibliografía aportada previamente por otros colegas. A la vista de
semejantes hechos estamos legitimados para preguntarnos cómo esperaban algunos
autores el avance de conocimientos. Ha habido quien se creía que el estudio del Arte
Rupestre se limitaba a visitar los lugares donde se encontraban los petroglifos y a
continuación suponer divagaciones basadas en impresiones personales, nada más; o
asimismo recurrir a la visita nocturna con ayuda de focos, para obtener impresionantes
fotografías, muy artísticas, eso sí, pero inoperantes científicamente. Incluso, en algunos
trabajos se deja ver la influencia, creemos que inconscientemente, de la reciente práctica
turística de visitas guiadas a petroglifos, lo cual sinceramente produce rubor, y es
manifestación de una cándida inocencia.
No obstante, si creíamos que la ausencia casi generalizada de análisis
pormenorizados de los paneles rupestres nos habría llevado a un callejón sin salida,
realmente habríamos incurrido en una verdadera ingenuidad, pues una mente metódica
no está plenamente capacitada para imaginar la ilimitada capacidad humana para
producir mitos y fantasías. Y es así de este modo que en las páginas de las publicaciones
rupestres que salieron a la luz en prestigiosas revistas especializadas y libros financiados
por organismos públicos, veremos desfilar chamanes, grupos de iniciados, consumo de
sustancias psicoactivas en el curso de rituales rupestres, contenidos astronómicos,
investiduras reales sobre combinaciones circulares, etc. Evidentemente la falta de
método de adquisición de datos se suplió con el recurso a las más burdas de las
comparaciones etnográficas, a la indiscriminada e inadecuada aplicación bilbiográfica
teórica, o simplemente a la libre inventiva. En ocasiones, algunos trabajos giran en
torno al más espantoso de los ridículos, y sin embargo, ello no ha impedido que fuesen
3
Peña Santos, A. (2005).
4
Costas Goberna, F. J., 2004.
11
estudio detallado de los petroglifos. Una vez que alcancemos o nos hagamos una idea
más completa acerca de ellos, veremos entonces qué puede suponer tal o cual
emplazamiento.
Es por ello que tras la presentación geográfica y contexto arqueológico del
Monte Maúxo, se aborde ya directamente el tema de la relación existente entre
combinaciones circulares y sus soportes pétreos, de la cual hemos repetidamente
reclamado más atención en trabajos anteriores. Queremos desterrar la idea de que las
rocas no dejan de ser meros paneles de diseño a falta de otros materiales.
Otra idea, ya vieja en nuestros estudios, es la complejidad cronológica de la
inmensa mayoría de los paneles rupestres. En otras ocasiones hemos referido la
articulación del Arte Rupestre Gallego en varias etapas culturales en función de la
diversidad de motivos. Pero asimismo, también hemos insinuado más recientemente la
posibilidad de que un panel monotemático haya sido realizado paulatinamente a lo largo
de un período más o menos dilatado, materializando continuas adiciones. De esta teoría
derivan varias consecuencias que habrán de ser comprobadas minuciosamente.
Destacamos así no sólo la mera adición de motivos semejantes, sino además que los
más tardíos se asocien a los más viejos por medios físicos, a través de líneas, por
contacto, por superposición, o incluso con la mera coincidencia en el mismo panel. Ello
puede llevar implícita también la manipulación de los grabados más antiguos, pero
asimismo una posible evolución morfológica.
El tema cronológico y la adscripción cultural serán abordados en último lugar.
Las mejoras que percibamos en la exposición de estos asuntos serán la consecuencia de
la información suministrada por los análisis previos de los capítulos precedentes.
13
2
EL MONTE MAÚXO
5
Según el visor IBERPIX (http://www2.ign.es/iberpix/visoriberpix/visorign.html). Para la obtención de
coordenadas y para las descripciones geográficas y topográficas se usará el mencionado visor.
14
Fig, 2.- Situación del Monte Maúxo en relación con las estaciones rupestres de combinaciones circulares
en Galicia (cada punto puede señalar tanto uno como varios paneles o estaciones próximas).
Este gran domo (veanse figs. 5 y 93 a 100 – pgns. 201 a 208) , aunque cubierto
en líneas generales por potentes capas edáficas, delata claramente su naturaleza
granítica con la abundancia de afloramientos bajo los más diversos tipos: domos
cupuliformes y campaniformes altos y bajos (los más desarrollados no superan mucho
los 40 m. sobre el entorno inmediato), berrocales, bolos y lanchares, los cuales se
encuentran un poco por todas partes. Sus laderas no son muy pronunciadas, siendo su
acceso en líneas generales fácil. No obstante por el Sur, sobre Nigrán se han de salvar
150 m. en un una línea horizontal de 400 m., siendo ésta la zona de ascenso más difícil,
pues por el Oeste son 300 m. de altitud en 1200 m., por el Norte 300 m. en 1500 m.,
15
mientras que por el Este son 80 m. en una distancia de 700 m. Es en efecto, por esta
zona de naciente por donde más cómodo se realiza el ascenso, aunque insistimos que el
tránsito hacia la cima por cualquiera de las laderas es perfectamente factible sin
considerables esfuerzos, pues por todas partes hay pequeñas terrazas intermedias por las
que discurren los derroteros, incluso también por esa zona tan complicada que es el Sur.
Fig. 3.- El Monte Maúxo y la distribución de estaciones de petroglifos con combinaciones circulares en el
Sur de la Ría de Vigo (equidistancia de las curvas de nivel: 100 m.).
16
Fig. 4.- El Monte Maúxo visto desde el NO. rodeado por el valle litoral de la Ría de Vigo correspondiente
a Coruxo, Oia y Saiáns.6
Para la economía tradicional esta unidad serrana fue un espacio de uso
complementario y marginal, fundamentalmente reservado para el desarrollo del
pastoreo, así como otros aprovechamientos (leña, extracción de piedra, etc). Los relatos
etnográficos y los compendios toponímicos así como la observación directa del terreno
avalan esta idea. No fue un área apropiada para prácticas agrícolas de relieve, aunque en
algunas zonas bajas del E. próximas a Chandebrito tal vez si se pudo intentar una
agricultura con el sistema de rozas. La existencia de cerradas, sobre todo en las laderas,
algunos antropónimos (Outeiro dos Lagartos, Chan do Caganavisas), y fuentes
documentales decimonónicas permiten suponer que la explotación pastoril de este
espacio fue intenso en épocas pasadas, sobre todo en las cotas más elevadas.
6
Todas las fotografías aéreas que acompañas este trabajo fueron obtenida de Google Maps, y modificadas
para la obtención de imágenes topográficas más reales que las ofrecidas por este servidor.
17
7
Monteagudo, L. (1943).
8
Costas Goberna, F. J. (1984)
9
Patiño Gómez, R. (1986).
10
Una vez más estamos obligados a mostrar nuestra más sincera gratitud a esta persona que gracias a su
afán prospector es el autor de numerosos hallazgos, sobre todo petroglifos, en el S. de la Ría de Vigo, e
incluso en lugares más alejados, como los célebres petroglifos de Gargamala (Mondariz). Si su identidad
y esfuerzo fue siempre sistemáticamente ignorada, únicamente se debe al egoísmo e irresponsabilidad de
ciertos investigadores que, aún a sabiendas de ese injusto proceder, optaron por invisibilizarlo.
11
Fernández Pintos, J. (1990b).
12
Domínguez Pérez, M., Rodríguez Sobral, J. M. y Costas Goberna, F. J. (1992).
18
miembros del Clube Espeleolóxico do Maúxo no será efectiva hasta 1994 13, dado que
las actas del citado congreso de A Guarda quedaron sin publicar.
Más reciente en una página web de A. del Prado, aparentemente aún no cerrada,
de construcción permanente, se vienen presentando espectaculares fotografías de las
estaciones más llamativas, incluyendo también su geolocalización, así como la
divulgación de algunos paneles todavía desconocidos14.
2.2.2. Contexto arqueológico.
En este área se localizaron una gran cantidad de yacimientos arqueológicos,
sobre todo manifestaciones en rocas, petroglifos y molinos rupestres, pero tampoco
faltan túmulos funerarios, así como asentamientos de la Prehistoria reciente y varios
castros, e incluso hallazgos líticos, tal vez aún más antiguos (Fig. 5).
2.2.2.1. Hallazgos líticos.
Del área de Chandebrito proceden una serie de instrumentos líticos localizados
en distintos puntos de la parroquia, varios de los cuales fueron encontrados casualmente
en el Monte Maúxo15. Del entorno del Monte Gurugú, al SE. del barrio de As Tomadas
procede un pequeño chopper de talla unifacial. Varios hallazgos más se produjeron en la
ladera de naciente de la serranía, de entre los cuales destaca un bifaz.
Otro punto de especial riqueza en hallazagos se localiza al NO. de la mámoa de
A Chan da Lagoa, en la terraza superior del Monte Maúxo16, de donde proceden un
hendidor de tipo 0, una lasca levallois, y cuatro bifaces. A falta de un estudio más
preciso sobre las industrias líticas gallegas, por comparación no parece inviable
otorgarles una cronología antigua, al menos perteneciente al Paleolítico Inferior.
2.2.2.2. Mámoas.
En el Monte Mauxo se han localizado varios túmulos (Fig. 5, señalados con un
asterisco). Uno se encuentra en la Chan do Rapadouro, en medio de la gran planicie, en
la base del Maúxo por el E. (figs. 93 y 94, pgns. 201-202 ). Otro está situado en el llano
central de la cima, al borde del terreno anegadizo de A Chan da Lagoa 17 (fig. 100, pgn.
208), y el último en una terraza meridional de la cumbre, en As Requeixadas, cerca de
una gran superficie pedregosa de tipo lanchar donde hay numerosos petroglifos (fig.5;
fig. 98, pgn.206). Sobre la cronología de estos monumentos nada concreto podemos
indicar, dado que permanecen sin excavar.
En líneas generales, pudieran remontarse a la segunda mitad del V Milenio cal.
A. C. o al IV Milenio cal. A. C., sin descartar pervivencias posteriores. No obstante, el
de A Chan do Rapadouro cuenta con información adicional que merece ser comentada
detenidamente. Se trata de un túmulo de escasas dimensiones, cubierto por una coraza
pétrea y sin restos aparentes de cámara, siendo el monumento apenas visible en el
entorno, tanto, que debido a la maleza, aún no muy desarrollada, impidió siempre su
13
Costas Goberna, J. B. y Grova González, X. (1994).
14
Prado, A. (s/f).
15
C.E.M. (1997:43 y ss.).
16
Costas Goberna, J. B., Groba González, X. y Méndez Quintas, E. (2008).
17
Patiño Gómez, R. (1987:31)
19
18
C.E.M. (1997:58).
20
Fig. 5.- Dispersión de yacimientos arqueológicos en el Monte Maúxo (círculos blancos: petroglifos; asteriscos amarillos: mámoas; rombos azules: yacimientos del III y II Milenio
cal. A.C.; cuadrados negros: castros; círculos amarillos: ofrendas en cavidades graníticas.
21
19
Fernández Pintos, J. (2013:56).
20
Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. ()
21
Costas Goberna, J. B. y Grova Gonzálex, X. (1994:153).
22
Costas Goberna, J. B. y Grova Gonzálex, X. (1994:139).
22
23
Fernández Pintos, J. (1993).
23
parece quedar clara una evidente relación con las tierras bajas dedicadas históricamente
a la agricultura.
2.2.2.5. Las estaciones con equipos de molienda rupestres.
Las estaciones de equipos de molienda rupestre suponen en el panorama
arqueológico del Monte Maúxo un tema que no puede ser despachado con breves
comentarios, dada su particular importancia y problemática. Por una parte se relacionan
con el mundo rupestre, tanto por haber sido practicados en las rocas, como por
compartir a veces el mismo panel con petroglifos, e incluso por constar algunas figuras
asociadas a ellos claramente. Pero como veremos, son elementos de molturación, por lo
que poseen una vertiente funcional, y en consecuencia remiten a una actividad, que
mientras no se demuestre lo contrario, implica una tarea de corte económico, sin
menosprecio de otras consideraciones. De este modo aparentemente suponen además
una presencia prolongada, muy prolongada, de las comunidades humanas en un mismo
lugar. Esta ambigüedad ha hecho que bibliográficamente en no pocas ocasiones se
documenten como un petroglifo más, e incluso sean con frecuencia insertados a todos
los efectos en las numeraciones de denominación de los paneles de las estaciones
rupestres donde se encuentran. Creemos que tal postura no es la más adecuada. En
realidad constituyen una categoría arqueológica diferente del SO. de Galicia, a la que no
se le ha prestado toda la importancia que merecen.
24
Otero Suárez, X. (1979).
24
cual los denomina Ideogramas Os Olleiros II, alusión explicable dada la parquedad de
la información que manejaba pues todavía no disponía de datos suficientes para
separarlos de los grabados rupestres. La primera vez que se habla de ellos como
verdaderos útiles de molienda vendrá de la mano de X. Martínez, en su catalogación de
los petroglifos del Monte Torroso entre A Guarda y Oia25. Pero no será hasta la
catalogación de los petroglifos del Sur de la Ría de Vigo de F. J. Costas Goberna 26,
denominados entonces con el nombre de piletas rectangulares de sección navicular
longitudinal, cuando adquieran su verdadero carácter, y ello no es de extrañar, puesto
que aquel inventariado se realizará en la comarca más fértil para estas manifestaciones.
En este primer estudio, aunque se barajaba una posible utilidad como molienda, no se le
da mucho crédito a esta expectativa. Será el que esto escribe quien por primera vez los
estudie sistemáticamente ya sin ambigüedades en su característica como equipos de
molienda, en un trabajo que desgraciadamente quedó sin publicar27. Una alusión
tangencial de esta investigación se publicó en un estudio posterior28, así como en un
artículo periodístico29. En los últimos años siguieron apareciendo más estaciones de
equipos de molienda, sobre todo en el Monte Maúxo, con lo cual el número de casos
conocidos se eleva a más de medio centenar (Fig. 9). Dado que en estos momentos
estamos preparando un estudio monográfico sobre estos molinos rupestres, que verá la
luz en los próximos meses, las siguientes líneas deben tomarse como un anticipo de lo
que entonces se publicará.
Los equipos de molienda rupestres son propios de las serranías del sur de la Ría
de Vigo, aunque se conocen algunos casos aislados en Tui, Oia, Tomiño, en el Morrazo
y en Poio (fig. 9), e incluso en lugares más lejanos como el N. de Galicia y el N. de
Portugal, según algunas referencias. Por los datos de que disponemos, en total se
conocen unas 75 estaciones con equipos de molienda rupestres en Galicia. En el Sur de
la Ría de Vigo se han localizado un total de 48 casos (64 %), siendo 26 pertenecientes al
Monte Maúxo, pudiéndose elevar a 31 estaciones si consideramos las zonas inmediatas
a esta serranía (41 %). Son pues un elemento propio del área señalada, pero
principalmente del Monte Maúxo, en cuya reducida área se encuentra el 35 % de las
estaciones con molinos rupestres.
Se trata de equipos pasivos para la molturación excavados en las superficies de
las rocas (figs. 6, 7 y 8). El tipo más común (fig. 8) consta de una durmiente rectangular
(macrocomponente) acompañada por ambos extremos por sendos rebajes también
rectangulares, ovalados o irregulares (microcomponentes), ligeramente separados
(lugares de trasvase). Existen casos donde faltan uno o más excepcionalmente los dos
microcomponentes, e incluso también consta algún ejemplo más complejo. Lo normal
es que sus dimensiones máximas oscilen entre los 60 y 70 cms. de longitud por 20-25
cms. de anchura, aunque no faltan casos que tanto no alcanzan como superan
sobradamente esas medidas. Los macrocomponentes describen longitudinalmente una
forma cóncava y suelen medir entre 30-40 cms. de longitud por 20-25 cms. de anchura,
alcanzando en algunos casos 11 cms. de profundidad. Los microcomponentes muestran
cierta disparidad de medidas, sobre todo cuando los equipos de molienda ocupan
25
Martínez do Tamuxe, X. (1982).
26
Costas Goberna, F. J. (1984:227 y ss.)
27
Fernández Pintos, J. (inédito).
28
Fernández Pintos, J. (1993).
29
Fernández Pintos, J. (1990b).
25
30
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:155).
31
Seoane Veiga, Y. y Mañana Borrazás, P. (2005:70).
26
32
C.E.M. (1997:64).
27
Fig. 10.- Distribución de los equipos de molienda rupestres (círculo negro) y las combinaciones circulares
(círculo azul) en el ámbito del Monte Maúxo.
33
Costas Goberna, F. J. (1984:131).
34
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:).
35
(http://petroglifosdomauxo.com/2012/02/22/as-penisas-pequenas/).
29
uno nuevo, y así sucesivamente36, lo cual no nos parece convincente. En efecto, con
frecuencia las profundidades alcanzadas en los macrocomponentes de los molinos de
una misma estación son similares y apenas hemos enocontrado un caso de manifiesta
obsolescencia. Por otra parte, dado que el modo de trabajo era de arriba hacia abajo, a
favor de la pendiente, la progresión en profundidad de la molienda, se podría compensar
con la prolongación del macrocomponente a costa del microcomponente inferior.
Además raros son los casos en que se alcanzan los 11 cms. de profundidad, e incluso en
estos ejemplos extremos la molienda sigue siendo perfectamente practicable. Pero aún
habría que considerar los ejemplos de estaciones con múltiples molinos poco
ultilizados. Estamos convencidos de que estas hileras de molinos en batería se
realizaron para aprovechar al máximo los planos inclinados más idóneos, y que estas
peculiares distribuciones en el fondo no son de naturaleza diferente de las otras
estaciones donde aparecen desordenados.
M. Santos, además de asumir la idea de F. J. Costas, la enriquece postulando la
explicación de la multiplicidad de molinos en hileras en una misma roca como la
consecuencia de un determinado y complejo proceso de elaboración, realizado por una
única persona, que usaría cada molino para una tarea distinta en el preparado final de un
producto37, todo ello dentro del marco de una actividad ritual. No compartimos esta
hipótesis por el simple hecho de que cada estación ofrece un número dispar de molinos,
según lo cual no vemos por qué en algún caso se contentaron con un sólo equipo,
pudiendo haber realizado otros más dada en ocasiones la amplitud de algunas de esas
rocas. Además la forma de los molinos es siempre la misma, de donde se sigue la
incapacidad para concebir un uso distinto de cada uno. No acabamos de ver tampoco
por qué generalmente se excavan dos microcomponentes, uno a cada lado de la
durmiente si la tarea de desmenuzamiento que en ellos se practicaría es la misma y la
llevaría a cabo una sola persona. Por otra parte la supuesta actividad ritual de molienda
está lejos de poder ser demostrada, aún sopesando la proximidad e incluso asociación de
algunos motivos del Arte Rupestre Gallego con aquéllos.
Sin embargo, en ciertas estaciones con varios ejemplos, las profundidades
alcanzadas no son tan acusadas, y sin embargo ello no impidió el que si se dispusiesen
en hileras, o se labrasen otros nuevos. Hemos observado que en algunas ocasiones, las
hileras de molinos aprovechan al máximo un plano inclinado determinado (Figs. 6 y 7).
A nuestro modo de ver, la multiplicidad de equipos de molienda en un mismo panel,
tanto en hileras como desordenados, quizás pueda tanto ser debido a la necesidad de
disponer de varios artefactos de uso indistinto pero que de este modo repartían el trabajo
evitando la excesiva profundización, que de todos modos se alcanzó en algunos casos, o
bien, tampoco se puede descartar la expectativa de cierta titularidad personal o comunal
de cada molino, hipótesis ésta a la que le concedemos más verosimilitud.
En varias ocasiones, han sido documentadas estaciones en el interior de abrigos
o pequeños refugios rupestres, pero también al amparo de peñascos elevados, no
faltando tampoco casos de exposición en la ladera N. del Maúxo, desde donde se
contemplan estupendas vistas de la Ría de Vigo, y por lo tanto desprotegidos de los
vientos. No obstante, se observa una cierta predilección por su emplazamiento en
lugares resguardados de las corrientes de aire, protegidos por elevados peñascos. En
36
Costas Goberna, F. J. (1984:229).
37
Santos Estévez, M. (2007:116).
30
38
Mañana-Borrazás, P. y Seoane, Y. (2008:70) y Mañana-Borrazás, P. (2011).
39
Vázquez Rozas, R. (2005).
31
sabemos que en varios paneles las combinaciones circulares que les acompañan llevan
sus anillos o surcos de salida por sus superficies internas, señal de que ya no se molía
cuando se grabaron éstas. También encontramos algunas coviñas grabadas en sus planos
interiores, y asociadas a aquellos.
Su extraordinaria proliferación territorial en el Maúxo no es fácil de interpretar,
principalmente porque con exactitud no sabemos que uso específico se les deparaba, y
su distribución es irregular, pero a veces se aprecian concentraciones difusas en
espacios determinados, áreas que por lo demás no disponen de un potencial agrícola tan
importante como para merecer su vinculación a esta actividad, ni tampoco el
especialmente duradero (o intenso, también) uso que manifiestan. Tenemos la impresión
de que estos molinos estaban destinados al procesamiento de materiales quizás
vegetales, pero no de origen agrícola. Sea lo que fuere lo que se procesaba,
forzosamente tenía que existir exclusivamente en las inmediaciones, y no en otras
zonas, y tal vez no compensase su transporte, o bien se aprovechaba la estancia en las
inmediaciones para trabajar en ellos, por ejemplo durante actividades de pastoreo.
Como ya hemos indicado más arriba, y tendremos oportunidad de comprobar en
distintas estaciones recogidas en este trabajo, en ocasiones, en la misma roca además de
equipos de molienda rupestres fueron grabados petroglifos como combinaciones
circulares, coviñas o líneas, y algunas veces estos motivos aparecen claramente
asociados a los molinos. Esta circunstancia motivó que hace ya tiempo hubiéramos
abordado el tema desde la vertiente de la significación de los petroglifos40.
Uno de los paneles estudiado era el del Laxielas (fig. 11)41. En esta estación, el
equipo de molienda nº. 1 fue realizado en una roca lisa en pendiente, desde cuyo
microcomponente inferior parte un surco que tras una breve trayectoria, acaba en el
mismo borde de la roca. Este surco comienza de un modo vigoroso y paulatinamente
pierde intensidad. En el mismo panel consta un pequeño círculo que mediante un trazo
se asocia a aquella línea. Esta línea muestra todos los indicios para considerar su
insculturación con la intención simbólica de permitir la salida de líquidos retenidos en el
cuerpo del equipo de molienda, toda vez que no fue dotado de acusada profundidad, y
por ejemplo, no desagua las precipitaciones que recoge. Quedémonos con el dato de que
este pequeño círculo se asocia a este simbolismo.
Casos de combinaciones circulares asociadas claramente a pilas naturales aún
conocemos más, si bien realmente son pocas, y dada la ingente cantidad de petroglifos
de combinaciones circulares, aunque ciertamente este tipo de asociación es muy
significativa, su casuística se puede valorar como excepcional, y además generalmente
afecta a pequeñas unidades, salvando algún caso, como por ejemplo el de Pena Longa
(Cortegada, Silleda), donde un conjunto de combinaciones circulares fueron grabadas
dentro de una gran pila natural parcialmente endorreica. Uno de estos casos, el más
próximo, lo encontramos en el panel central de O Currelo 1 (Priegue, Nigrán) 42. En este
panel vemos como una pequeña combinación circular se asocia mediante dos pequeños
círculos adosados y con un pequeño trazo a una gran pila natural de carácter endorreico
(fig. 12). Podríamos aún mencionar varios casos más, pero creemos que con este es
suficiente para plantear el tema.
40
Fernández Pintos, J. (1993a).
41
Fernández Pintos, J. (1993a:77).
42
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:142).
32
Esta intencionada asociación a pilas endorreicas es factible que sea vista como
la búsqueda de relacionar los círculos con un simbolismo emanado de la retención de las
aguas de lluvia en esos depósitos naturales. Aunque debemos contar con ello, a priori no
disponemos de información adicional para argumentar en contra de esta hipótesis y
suponer que en ellas se manipulaban otro tipo de sustancias.
En consecuencia se podría considerar que en los grabados rupestres de
combinaciones circulares subyace un simbolismo de carácter acuático, análogamente a
lo que sucede con las coviñas43. Aunque ello es viable a la vista de la documentación
que presentamos, todavía se deberá matizar esta idea más detalladamente. Otra estación
donde vemos asociadas combinaciones circulares y molinos rupestres es en la de Monte
Pequeno (Oia, Vigo)44. En el sector central de este panel (Fig. 13) se observa una
alineación de cuatro equipos de molienda de gran profundidad. Lo primero que se
percibe es la centralidad de esos molinos y la perifericidad de los restantes motivos.
Pero además los equipos de molienda están rodeados por un rosario de coviñas y
combinaciones circulares a los que decididamente se asocian. Las coviñas, usan trazos,
pero algunas fueron realizadas en el mismo interior de aquéllos. Interesantes son
también las asociaciones de círculos de las cuales constan dos casos. De un borde
longitudinal del molino más meridional vemos nacer y morir un gran arco, relleno de
coviñas de cuyo interior sale un surco de salida de corta trayectoria. Entre dos molinos,
en su parte inferior, hay un pequeño círculo con coviña central excavado en clara
superposición sobre microcomponentes inferiores e incluso los macrocomponentes.
43
Fernández Pintos, J. (1993b:122).
44
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:162).
33
45
Fernández Pintos, J. (1993a:79).
34
46
Fernández Pintos, J. (1993a:82).
47
No obstante Fábregas Valcarce, R. (2010:33) indica que el microcomponente superior del molino se
superpone al círculo, lo cual no es cierto.
48
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:).
35
precipitación de líquidos (son muy tenues, casi imperceptibles), y también es cierto que
son muchas las coviñas que se les asocian, lo cual nos trae a la memoria el carácter
acuático de éstas, pues en no pocos casos aparecen asociadas a pilas naturales 49. Todo
ello es cierto, y de momento debe dejarse sobre la mesa, sin embargo sin contradecirlo,
quizás también sea necesario el ensayo de otra óptica que enriquezca nuestra visión de
los hechos.
los actuales paneles de petroglifos no dejan de ser el resultado final de un largo proceso
en el que la existencia de motivos antiguos estimulaba la grabación de otros nuevos. Las
estaciones de equipos de molienda rupestres difícilmente se podían escapar del
conocimiento de individuos que en sus labores de pastoreo recorrían lenta y
repetidamente el monte por todas partes tras sus rebaños, y que además para la
molienda en sus granos utilizaban molinos naviculares, a veces muy parecidos. En
consecuencia, estas asociaciones tal vez no eran otra cosa que la materialización de una
actitud respetuosa hacia las creaciones de los ancestros. Es posible que fuesen
considerados como elementos idóneos para la realización de los rituales rupestres por su
vinculación con el pasado, por proceder de tiempos anteriores, con el objeto de
obtención de prosperidad económica (fertilidad de la tierra) por mediación de los
antepasados. Ello evidentemente no excluye que también fuesen vistos además con la
acepción de contenedores de agua, y por lo tanto como un reflejo de aquella pretensión.
Ésta es nuestra visión de las cosas, pero existen otras, que no juzgamos
acertadas. Así, M. Santos Estévez plantea varias hipótesis en un mismo trabajo. Primero
barajando la posibilidad de que los grabados rupestres hayan sido pintados y entonces
sugiere la idea de que en los equipos de molienda se hayan elaborado pigmentos con ese
objeto, dado que algún petroglifo como en el entorno de la famosa Pedra das Procesións
(Vincios, Gondomar) hay varias estaciones con equipos de molienda50, lo cual no deja
de ser una idea muy aventurada, si además recordamos que de los cuatro paneles que
conocemos en ese lugar, todos excepto uno se localizan a una distancia en cierto modo
un tanto alejada. Sin embargo este autor en otro capítulo51 plantea la expectativa de una
íntima relación entre petroglifos y equipos de molienda dada la frecuencia de
asociación, coincidencia en una misma roca, o aparición en rocas próximas. Observando
los casos de coincidencia en un mismo panel describe una aparente intencionada
estratigrafía horizontal en la que los círculos ocupan la parte superior de las rocas,
mientras los molinos se disponen en los planos inclinados inferiores. Según este autor
los molinos rupestres tenían como objeto la elaboración de alguna sustancia (colorante,
alucinógeno, o alimento) de las usadas en los ritos realizados sobre los petroglifos.
Toda esta construcción teórica de M. Santos implica la contemporaneidad de
molinos y combinaciones circulares, coviñas y líneas que son los motivos que más
frecuentemente vemos compartir o asociarse con aquéllos. Sin embargo, ya hemos
indicado que algunas de esas asociaciones se realizan cuando el molino ya dejó de ser
usado, dado que los trazos de los círculos penetran en el interior de sus unidades
operativas. Por otra parte, las líneas que se asocian a algunos de estos molinos no
pueden ser tomadas como canaletas de desagüe, idea que maneja M. Santos para indicar
la participación de líquidos en el proceso de molturación, dado que esos trazos son tan
tenues que de servir como de desalojo de líquidos, en todo caso tal hecho será
totalmente de carácter simbólico52. Además de los casi 60 paneles que conocemos con
presencia de equipos de molienda, asociaciones seguras con combinaciones circulares
solo contamos con cuatro, coincidencias en un mismo panel, incluyendo las anteriores,
no se eleva a más 10. Pero las cosas quedarán más claras si el cómputo lo hacemos al
revés, es decir, si planteamos cuántos paneles con combinaciones circulares cuentan
50
Santos Estévez, M. (2007:61).
51
Santos Estévez, M. (2007:116 y ss).
52
Fernández Pintos, J. (1987:77-79).
37
53
Fábregas Valcarce, R. (2010:60 y ss.).
54
Costas Goberna, F. J. (1985:45).
38
que ven en los petroglifos una fuerte actividad ritual, mediando, claro está, el obligado
consumo de sustancias psicoactivas. Recientemente R. Fábregas y C. Rodríguez han
publicado varios paneles con cuadrúpedos, coviñas y círculos encontrados en Porto do
Son55 localizados al abrigo de pequeños refugios de escasa capacidad, que ni llegan a la
consideración de verdaderos abrigos, ni de lejos son cuevas. Sin embargo este hecho es
análogo al emplazamiento de algunas estaciones de equipos de molienda56, elementos
en los que no nos olvidemos, según R. Fábregas se procesaban alucinógenos. Según
estos autores, en estos ambientes "cerrados" se reproducía una especie de efecto
mágico: lo oculto del lugar, la oscuridad del espacio iluminado por luz artificial, la
reverberación del picoteado de los grabados unido a cantos o recitaciones, junto a los
efectos de la ingestión de esos productos psicoactivos, contribuirían a la escenificación
de un marco de gran teatralidad magíco-ritual, propia de iniciado. Excúseme el lector de
entrar a comentar tan fantástica hipótesis, porque creemos innecesario rechazar algo que
no se sostiene ni por sí mismo. Quizás se le haya dado excesiva importancia al hecho
de que algunas estaciones de molinos rupestres se encuentren bajo aleros rocosos57. Sin
embargo, sí debemos especificar que estos refugios ni son verdaderos abrigos, ni
tampoco covachas, sino eso, meros refugios, a veces muy desprotegidos, de escasa
capacidad y de incómoda estancia (rara vez se puede estar de pie), y que necesitan ser
muy complementados si se pretende algún aprovechamiento de protección de lluvias y
corrientes de aire. No se debe perder de vista que en el caso de los equipos de molienda,
junto a los ya mencionados casos de emplazamiento bajo pequeños refugios, que en
realidad, insistimos, de poco resguardan, hay una cierta tendencia a aparecer al amparo
de grandes peñascos, que a nuestro modo de ver lo que buscan es evitar las corrientes y
vientos del NO.-SO. al igual que los citados refugios. Hay no obstante casos de
estaciones de equipos de molienda localizados en clara conexión paisajística con la Ría
de Vigo, y situados en puntos altos de la serranía, de donde se deduce una fuerte
exposición a las corrientes. Sin embargo, también es posible que en estos casos se
pudiese interponer una pantalla de elementos perecederos hoy desaparecida. Creemos
que a esas ubicaciones bajo aleros rocosos no se les debe atribuir nada extraordinario,
que no se explique desde la más pura lógica práctica.
Es por esta búsqueda de protección de las corrientes de aire imperantes en la
zona, así como su tendencia a disponerse en planos inclinados, a lo que se añade su
específica morfología, que postulamos una funcionalidad estrictamente material de estos
equipos de molienda, al margen, de que tal como ocurre en cualquier sociedad de
pequeña escala, cualquier hecho cotidiano sea explicado por un mito preciso y no se
comprenda fuera de un marco trascendental.
Las sustancias molidas no podían ser de origen agrícola, aunque así lo han
sugerido algunos autores58. Los cereales no necesitan una trituración previa; pero
además muchos de los emplazamientos de estas estaciones descartan tales prácticas. A
veces las pendientes son muy acusadas, y hay una ausencia total de zonas llanas en las
inmediaciones; en otras ocasiones, la pedregosidad del área inmediata, las pendientes, o
la exagerada exposición altitudinal no son los mejores ámbitos para desarrollar prácticas
55
Fábregas Valcarce, R. y Rodríguez Rellán, C. (2012).
56
Además del ya citado del Coto do Corazón se podrían citar A Esplainada (Cháin, Gondomar), y dos de
O Xestoso (Coruxo, Vigo), uno de ellos todavía inédito.
57
Groba González, X. y Méndez Quintas, E. (2008:122 y ss.).
58
Vázquez Rozas, R. (1998:46 y 2005:33).
39
59
Por ejemplo, entre otros, Vázquez Rozas, R. (2005:33).
60
Sánchez-Palencia F. J. y Currás, B. (2010); Sánchez-Palencia et alii (2010).
40
61
Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2010/03/10/muinos-de-fortinon/).
62
Fernández Pintos, J. (1993a:83 y ss.).
63
Fernàndez Pintos, J. (2012:16 y 17 y 2013:71).
41
mucho antes64. La completa decadencia de los bosques y el paso del landnam a la estepa
cultural con predominio de herbáceas sólo se materializará progresivamente a partir de
esta época. En consecuencia, de ser cierta esa aparente dualidad funcional entre equipos
de molienda y círculos, tal vez la cronología para estos molinos rupestres se desarrolle
como muy tarde a comienzos del II Milenio cal. A.C., como una manifestación de algún
modo paralela al inicio del ciclo de las combinaciones circulares.
Sin embargo, tampoco se puede despreciar la posibilidad de que los equipos de
molienda rupestres sean anteriores en virtud de las superposiciones y estratigrafías
horizontales documentadas. La circunstancia de la dualidad de ubicaciones no tendría
porque ser necesariamente explicada, y la simple coincidencia ciertamente frecuente de
combinaciones circulares y molinos rupestres en una misma estación, en rocas
próximas, podría estar dotada ya de por sí de una cierta lógica. Además, si postulamos
un uso simultáneo de todas las estaciones de equipos de molienda rupestres, ello nos
llevaría a concebir un Monte Maúxo cubierto por un denso robledal, situación más bien
propia del III Milenio cal. A.C. y comienzos del II Milenio cal. A.C., es decir, anterior
al desarrollo de las combinaciones circulares. Esta lejanía cronológica también
explicaría el porqué de las asociaciones, en función de que para entonces los molinos
rupestres eran ya considerados algo muy antiguo, obra de antepasados. Personalmente
nos inclinamos mejor por esta última posibilidad, tal como argumentaremos a
continuación.
Otro aspecto de los equipos de molienda rupestres que apenas se ha tocado es su
gran profusión en el Monte Maúxo y su enrarecimiento en el resto del SO. de la
provincia de Pontevedra. Esta enorme proliferación en un territorio tan pequeño como
es el Maúxo, además de un elevado grado forestal, implica también una fuerte presión
antrópica sobre su ecosistema, y también un cierto desarrollo demográfico. Recordemos
que casi ninguno de los 50 molinos estudiados había llegado aún a la obsolescencia, por
lo que se puede perfectamente concebir un uso contemporáneo de todos. De ser así, ello
podría implicar una competición por la producción de los robles, y exigiría la existencia
de algún tipo de regulación para evitar conflictos, lo cual necesariamente debe
traducirse en una formulación de corte político con cierta jerarquización social. Supone
además el aprovechamiento cíclico y estacional de esos frutos, y por lo tanto cierta y
prolongada sedentariedad. En esta misma clave habla la masiva concentración en este
punto de equipos de molienda y su limitada irradiación geográfica, lo cual se contradice
con el supuesto seminomadismo que se les viene atribuyendo a las comunidades de esta
época, y si mejor con el establecimiento de contactos fluidos, sin descartar tampoco
posibles pero limitados desplazamientos e intercambios. Es viable concebir la existencia
en el entorno del Monte Maúxo de una entidad cultural bien diferenciada y
razonablemente organizada de algún modo político cuya vida se debía desarrollar en el
área meridional del actual municipio de Vigo, en las terrazas elevadas de los pies del
Monte Maúxo, por las parroquias de Coruxo, Oia y Saiáns con prolongación por el SO.
hacia Priegue, y por el E. hacia Chandebrito, ambas localidades ya en Nigrán. La
localización de los asentamientos mencionados anteriormente (véase pgns. 19 y ss. y
fig. 5) no viene sino a corroborar esta hipótesis.
Es a causa de esta información por lo que creemos que estos equipos de
molienda rupestres no pueden ser llevados cronológicamente más allá del III Milenio
64
Fernández Pintos, J. (2013:53 y ss.)
42
cal. A. C., y sí mejor a momentos avanzados, tal vez hacia la segunda mitad del III
Milenio cal. A. C.65 o comienzos del II Milenio cal. A. C. cuando la arqueología ha
puesto de manifiesto una gran multiplicación de los asentamientos, lo cual contrasta con
las épocas anteriores referidas al Neolítico Final o Calcolítico de la primera mitad del III
Milenio cal. A. C. Asimismo, tampoco parece muy adecuado adelantarlos más en el
tiempo, superando esta época, porque al menos desde un punto de vista teórico la
actividad de recolección masiva de bellotas que sugiere la presencia de los molinos,
pues a partir de estos momentos los registros palinológicos avisan de la progresiva
desaparición de los bosques autóctonos probablemente a causa de la expansión de las
actividades pastoriles (véanse pgns. 305 y ss.). Y no debemos olvidar que los
petroglifos de combinaciones circulares se relacionan directamente con estas tareas y
son prueba palpable de su magnitud, lo cual concuerda muy bien con las
superposiciones y periferismos observados en algunos paneles.
Otro referente que no hemos de olvidar es la gran semejanza de los equipos de
molienda rupestres con ciertos tipos de molinos procedentes de yacimientos calcolíticos
como pueden ser en la Península del Morrazo O Regueriño66 y Montenegro67, datado
éste grosso modo entre 2880-2130 cal. A. C. En estos establecimientos fueron
exhumados molinos realizados en lajas móviles, con una impronta de molienda alargada
y profunda en su centro, dejando un reborde liso alrededor, y con unas dimensiones del
orden de 20 x 25 cms, o incluso de 25 x 40 cms. lo cual concuerda bastante con los
ejemplos de macrocomponentes rupestres (fig. 8, pag. 26). Es ésta una hipótesis que no
se habrá de descartar en futuros estudios.
Para su datación podemos ponerlos en relación también con las investigaciones
paleoecológicas realizados en el Monte Penide68, donde constan dos estaciones con
equipos de molienda. En este estudio se dectan dos grandes pulsaciones deforestadoras,
una en la primera mitad del III Milenio cal. A. C., y otra en la primera mitad del II
Milenio cal. A. C. Es por lo tanto aceptable suponer que los equipos de molienda
rupestres se desarrollasen en torno a mediados y finales del III Milenio cal. A. C.
mientras se recuperaba y se mantenía la cobertera forestal.
2.2.2.6. Posibles lugares cultuales de la Prehistoria Reciente.
En este apartado haremos referencia a unas cavidades donde todo apunta a que
en la Prehistoria Reciente se llevaron a cabo actividades rituales. Nos referimos a los
lugares de O Folón y A Porteliña. No se encuentran precisamente en el Monte Maúxo,
pero sí prácticamente a sus pies (O Folón) o bastante cerca (A Porteliña), habiendo sido
localizados, explorados y publicados por los infatigables miembros del Clube
Espeleolóxico do Maúxo69. Del Folón contamos además con un estudio adicional
centrado sólamente en los hallazgos cerámicos70.
Queremos advertir que contrariamente a lo que a veces se opina71, nosotros
preferimos distinguir entre sistema de cavidades y refugios. El hecho de que un simple
65
Para la calibración de las cronoologías absolutas se ha empleado el programa on line Calib 7.0.
66
Baqueiro Vidal, S. (2006:68 y 69).
67
Gianotti, C, Mañana Borrazás, P. Criado Boado, F. y López Romero, E. (2011:fig.4).
68
Martínez Cortizas, A., Fábregas Valcarce, R. y Franco Maside, S (2000).
69
C. E. M. (1997)
70
Rodríguez Saíz, E., Hidalgo Cuñarro, J. M. y Suárez Otero, J (1997).
71
Grova González, X. y Méndez Quintas, E. (2008).
43
alero, más o menos desarrollado haya cobijado una reiterada ocupación humana, no nos
autoriza a considerar este tipo de lugares como relacionados directamente con una
actividad ritual. Tema muy distinto es el respectivo al sistema de cavidades al que
pertenece O Folón. En realidad se trata de un gran complejo de bolos graníticos
hundidos por una falla, y bajo los cuales se desliza una corriente subterránea. En
realidad, las galerías no dejan de ser los espacios dejados entre sí por los bolos
apoyados unos en otros, por lo menos en los niveles superiores. Sin embargo, el carácter
ctónico del lugar es indudable por la existencia de corredores muy desarrollados en
profundidad. De este lugar, cerca eso sí del acceso proceden varios útiles de piedra
pulimentada y vasijas de distintas cronologías. La más antigua parece ser una de forma
hemisférica con decoración de triángulos de impresiones demarcadas por líneas de zig-
zag, y que parecen corresponder a los siglos en torno a c. 3000 cal. A. C. En antigüedad
le seguirían las inciso-metopadas tipo Penha con una cronología que podemos
establecer en la primera mitad del III Milenio cal. A. C., quizás más concretamente
entre el 2900 y el 2400 cal. A.C. También se encontró cerámica que por su forma y
decoración se asimila con la propia del Bronce Inicial, de fines del III Milenio cal. A. C.
o bien de la primera mitad del II Milenio cal. A. C. Pero también se localizaron grandes
vasijas de almacenamiento cuyas formas y motivos decorativos nos llevan al Bronce
Final; e incluso hay cerámica más reciente, de época romana y medieval. Curiosamente
faltan los otros tipos de cerámica simbólica como son la campaniforme y los vasos de
borde revirado.
A nuestro modo de ver, la estación de O Folón, de momento es un tipo de
yacimiento arqueológico único y excepcional, sólo en cierta medida vagamente
comparable con otras cuevas de la Galicia Oriental, donde no sólo se ocupaban como
habitación sino también como lugar de inhumación, y por lo tanto con carácter ritual. Se
insertaría también en el hecho arqueológico ampliamente contrastado desde épocas
remotas de la Humanidad de cultos realizados en las entrañas de la Tierra, cuyo
significado exacto se desconoce y quizás haya sido variable. Pero asimismo no se debe
de momento desligar del estudio de este tipo de yacimientos una serie de hallazgos
realizados en pequeñas cavidades y en fisuras de peñascos, también ampliamente
documentados en Galicia, y cuyas principales manifestaciones se extienden al II
Milenio cal. A. C. y que si bien aparecen en forma de escondrijos, tal vez deban de ser
entendidos mejor como ofrendas. Sin embargo, de estas categorías sí debemos apartar
las estaciones de equipos de molienda rupestres, relacionados con cavidades, las cuales
nos parece lo más adecuado considerarlas como simples refugios en los que
resguardarse de las inclemencias atmosféricas.
2.2.2.7. Castros.
Quedan por último las manifestaciones de la Edad del Hierro, de los castros (fig,
5; señalados con un cuadrado). Vemos que en la cumbre, uno de aquellos domos
campaniformes, fue acondicionado para albergar un emplazamiento castreño. El
asentamiento en una serranía de un castro es muy raro, pero no excepcional, toda vez
que la vocación agrícola de esta etapa es contradictoria con este tipo de ámbito
geográfico.
Y en efecto se observa la localización de castros rodeando por todos los lados el
Maúxo por su base, en la misma intersección de las terrazas agrícolas con las laderas.
Muy interesante es el caso del SO. con la ubicación de tres castros muy próximos entre
44
sí, mientras hacia el N., excepto en el sector NE., no ha sido documentado ninguno, y
hacia el E. encontramos el famoso castro de Chandebrito, al otro lado de la terraza
agrícola, y cuya etapa más antigua se cifra en los primeros compases de la Edad del
Hierro, si bien su ocupación se prolonga aún más tiempo72. El tipo de emplazamiento de
los castros y de los otros asentamientos prehistóricos es evidentemente muy diferente,
aunque difícilmente creemos que en época castreña quedase el Monte Maúxo sin ser
explotado, entre otras, con una actividad pastoril, de la cual parece ser un indicio claro
la ubicación del Maúxo Pequeno en su cumbre.
72
Hidalgo Cuñarro, J. M. (1980); Ladra, L. y Vidal Ibáñez, X. (2008).
45
3
LA OCUPACIÓN MAMILAR.
3.1. INTRODUCCIÓN.
Como modo de comenzar este capítulo sería conveniente preguntarnos qué es
para nosotros una combinación circular. Esta interrogante nos la hemos hecho todos los
que de algún modo nos preocupamos por el Arte Rupestre Gallego. Es aún muy pronto
para ofrecer una respuesta satisfactoria si lo que estábamos preguntando era acerca de
su significado. Dado que esta temporal evidente incapacidad interpretativa hace ya
tiempo que la tenemos bien asumida, lo que realmente pretendíamos elucidar con
aquella pregunta, eran cuestiones relacionadas con la esencia, la naturaleza de las
combinaciones circulares. A pesar de la sencillez de su proposición y de la flagrante
insuficiencia de conocimientos no es tan descabellado el planteamiento de este tema en
estos momentos, frente a lo que cabría suponer a primera vista. En efecto, después de
examinar cientos de combinaciones circulares, hay ciertos principios en los que sí es
posible estar de acuerdo. Por ejemplo podemos abandonar sin mayores problemas la
idea de que los círculos sean la referencia gráfica de algo concreto, de una cosa, una
entidad tangible.
La firme convicción en esta hipótesis hizo que hace ya algunos años se manejase
el término abstracción para aludir al mundo de las combinaciones circulares. Con este
vocablo se pretendía declarar la intrínseca vocación no material de estas
manifestaciones rupestres. Sin embargo esta locución, aún sin ser necesariamente
inadecuada, suponía la aplicación de la categorización de una tendencia artística
moderna a una manifestación prehistórica cuya naturaleza específica se desconoce, por
lo cual se convertía en sospechosa dado su contenido semántico previo. Además, los
petroglifos de cérvidos o de armas, aún siendo el reflejo de una realidad perfectamente
mensurable podrían ser la expresión concretizada de una elaboración conceptual. Es por
ello, que el término arte geométrico parece más adecuado por quedar en un plano
meramente descriptivo y superficial dejando sin definir de antemano el significado de
las combinaciones circulares, aún a sabiendas de su evidente contenido trascendente.
En consecuencia, los petroglifos de combinaciones circulares remiten a un
universo mental, a ideas y conceptos que aquellas comunidades no conseguían o no
podían exteriorizar de un modo más literal. Las rocas graníticas fueron las mesas de
dibujo sobre las que plasmaron estas ideas.
He aquí, en esta última frase, de apariencia inocente, posiblemente uno de los
grandes errores de la investigación de estos motivos geométricos. Efectivamente, de
tanto esforzarnos por desentrañar el simbolismo o el contenido de los círculos es como
si nadie se hubiese percatado de que estos petroglifos, precisamente se habían realizado
en rocas naturales. Semeja que inconscientemente hubiésemos dado por hecho que a
falta de otro tipo de material las piedras eran un estupendo soporte para que aquellas
gentes desarrollasen sus inquietudes artísticas. También se podría haber manejado el
46
principio de perennidad del uso de las rocas que definen los mitógrafos en la
comparación de religiones, si bien ello nos parece un burdo uso del paralelo etnográfico.
Sin embargo, desde hace tiempo venimos llamado la atención sobre la extendida
tendencia de las combinaciones circulares a aparecer grabadas en prominencias de las
superficies de las rocas73 (fig. 16) porque siempre hemos sospechado que esta
circunstancia no es una mera curiosidad, ni tampoco un divertimento o una licencia
artística de corte estético. La importancia de esta regularidad estilística queda
claramente de manifiesto cuando el diseño resultante de la adaptación a un mamilo, no
siempre es una combinación circular perfecta, sino más bien, y con frecuencia una
elipse, o una figura irregular, en total consonancia morfológica con las combinaciones
circulares, pero que no son estrictamente círculos, ni a veces, mucho menos. De ahí, la
pregunta con que abríamos este apartado: ¿Qué es, pues, una combinación circular, una
figura circular o una seriede líneas curvas concéntricas cerradas (añadiríamos ahora)?.
La ocupación mamilar supone un uso de las rocas como soportes artísticos de
una forma distinta a como estamos acostumbrados a ver las artes plásticas en nuestra
cultura, sobre todo las más afines, como la pintura, el grabado, y la fotografía, o incluso
la escultura. En estas categorías artísticas, el tema representado rara vez presenta
estrechos y profundos vínculos simbólicos con la forma previa del soporte, y de los
materiales usados para su realización. Aunque se podrían realizar matizaciones, e
incluso mencionar alguna excepción, en el fondo, en estas categorías modernas los
soportes son generalmente meros bastidores pasivos al servicio del desarrollo de la
creatividad artística.
En las próximas páginas vamos a examinar una serie de combinaciones
circulares y figuras afines en cuya concreción plástica se usaron turgencias naturales de
algunas rocas, todas ellas localizadas en el Monte Maúxo. Es nuestra intención advertir
que serán analizados los casos más paradigmáticos, pero no todos, aunque al final
haremos una referencia conjunta, tratando de valorar las consecuencias emanadas de
esta tan extendida tendencia.
Otro asunto es el modo de alusión a esta tradición artística. La hemos
denominado ocupación o adaptación mamilar porque a fin de cuentas el diseño circular
ocupa o se adapta a las típicas protuberancias redondeadas tan comunes de las rocas
pertenecientes al modelado granítico y llamados mamilos o mamelones. Es
sencillamente una mención gráfica e inequívoca, pero tampoco descartamos que cuando
dispongamos de más completa información sobre este hecho, estemos en mejores
condiciones de buscar una denominación más ajustada a su significado.
3.2. COMBINACIONES CIRCULARES Y OCUPACIÓN MAMILAR EN EL
MONTE MAÚXO.
- Alto da Cañoteira (Chandebrito, Nigrán).
El Alto da Cañoteira74 (coordenadas: 519.341-4.668.358) es un pequeño domo
campaniforme de unos 30 m. de altura, integrado por una acumulación de peñascos tipo
berrocal, y situado a los pies del Monte Maúxo, en su zona SE., al borde de una ruptura
73
Fernández Pintos, J. (1993:fig. 2; 2012:14; 2013:45 y 71).
74
Costas Goberna, B. J. y Groba González, X. (1994:157); Del Prado, A. (s/f:
http://petroglifosdomauxo.com/2009/11/22/outeiro-da-canoteira/)
47
El primer panel se sitúa al S. Se trata de una roca redondeada de 2,2 m. por 1,5
m. Lo integran dos equipos de molienda rupestres con fuerte uso tal como lo
documentan los 42 mm. (nº. 1) y 24 mm. (nº. 2) de profundidad de los respectivos
macrocomponentes. Es interesante señalar que al equipo nº. 1 se le grabó una coviña en
el fondo del macrocomponente, así como una especie de desagüe simbólico. Las
combinaciones circulares están situadas en dos mamilos que sobresalen 7 cms. (nº. 3) y
12 cms. (nº. 4) respectivamente sobre la superficie pétrea (Fig. 16). Son las únicas
protuberancias que se han podido documentar en estas rocas; las restantes superficies
son curvo-aplanadas. Se trata de turgencias que destacan a la vista sobradamente, por su
proyección en altura a modo de conos emergiendo en medio de superficies lisas. El
anillo externo del círculo nº. 3 delimita perfectamente el mamilo, incluso por el N. que
esté en pendiente. En el nª. 4 el anillo exterior rodea más bien un sector ligeramente más
amplio que el mismo mamilo, función que cumple mejor el anillo interno.
Fig. 16.- Figura nº. 4 del Outeiro da Cañoteira 1 (Chandebrito, Nigrán) vista desde el SO.
75
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:161); Del Prado, A. (s/f:
http://petroglifosdomauxo.com/2010/02/18/monte-da-bandeira-i/)
50
combinación circular. La roca (fig. 18) es en realidad una gruesa plancha aplanada y
elevada de 2,9 m. por 3,3 m., colocada sobre otros peñascos más pequeños y dejando
una gran oquedad bajo ella. Esta piedra se halla completamente protegida por el O. por
un gran peñasco de más de 2 m., pero también por el N. por otras más elevadas que
conforman la cima de la elevación.
Sólamente los dos equipos de molienda rupestres situados en el sector NO. han
soportado un prolongado uso, tal como lo documentan las huellas de los
macrocomponentes, con cotas de casi 7 cms. de profundidad en ambos casos. Alguna
molienda también manifiesta el más situado hacia el N. pero poca. Los cuatro restantes,
fueron excavados pero no empleados, permaneciendo por lo tanto definitivamente sin
uso.
Fig. 18.- El Alto da Bandeira (Saiáns, Vigo) visto desde el NO. sobre los peñascos.
76
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:146 y ss).
52
77
(Costas Goberna, J. B. y Groba González, X., 1994:147).
53
Está integrado por una gran figura elíptica irregular y una línea sinuosa de 76
cms. de longitud. El diseño elíptico con unas medidas de 86 cms. por 60 cms., está
compuesto por dos sectores instalados en sendos mamelones, bien separados e
individualizados por una especie de pequeña vaguada. La turgencia mejor definida es la
situada más al N. de forma piramidal, de 32 cms. por 36 cms, y de unos 7 cms. de altura
por el SO. y hasta 12 cms. por el N., mientras que la más situada hacia el SO. mide 42
cms. por 15 cms. y se levanta unos 7 cms. Los surcos que la rodean son además los más
visibles. En líneas generales la elipse ciñe esa doble turgencia por la base. No obstante
adquiere más relevancia el sector N., tal como ya hemos indicado (Fig. 22).
78
Costas Goberna, F, J. (1985:86).
56
79
Costas Goberna, F. J. y Groba González, X. (1994:165);
Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2010/03/02/o-carballoso-ultima-presa/).
58
centro hay algunos afloramientos rocosos, donde se localizan varios paneles con
grabados rupestres, destacando uno con dos equipos de molienda rupestres.
El panel que ahora nos interesa fue insculpido en una gran roca baja de 5 por 1,8
m. en forma de lomo de ballena, con una altura máxima de 0,5 m., en realidad parte
sobresaliente de una laja mucho más amplia parcialmente cubierta por una capa de tierra
vegetal (figs. 26 y 27). En un punto céntrico de esta roca abombada, había un pequeño
mamilo alargado en el sentido N.-S. de 52 por 38 cms. y 10 cms. de altura. Este mamilo
sería usado como base para definir una figura elíptica a la que se le asocian otros
segmentos integrando un diseño complejo de 1,08 por 43 cms.. La gran elipse consta de
dos anillos concéntricos lineales, más uno intermedio compuesto por coviñas,
segmentada en cuatro sectores por dos radios perpendiculares, los cuales están rellenos
de pequeñas coviñas.
Fig. 26.- Detalle del sector meridional de O Carballoso - Última Presa (Oia, Vigo).
59
Fig. 27.- Figura principal de O Carballoso - Última Presa visto desde el SO. (Fotografía de A del Prado;
recortada).
Hacia el S. la figura se completa por un espacio acotado asociado repleto de
coviñas delimitado por dos líneas curvas y por una diaclasa, y partido en dos partes
iguales por un largo surco de salida procedente del radio mayor de la elipse el cual
describe una trayectoria sinuosa de 57 cms. de longitud. A aquella gran elipse se le
suma por el N. otro semicírculo con aspecto reticulado y coviñas interiores. Y para
acabar la descripción de la figura, a ésta última unidad se le asocia otra forma elíptica
muy fraccionada.
Debemos aclarar que mientras los segmentos asociados a la elipse por el N.y
por el S. no desentonan técnica ni estéticamente con la elipse, la última unidad descrita,
situada hacia el NE. parece un evidente añadido posterior, pues además de contrastar
estéticamente está grabada con surcos más tenues, de hasta 35-40/180, siendo muy difícil
de identificar, mientras que el diseño adyacente presenta unos trazos de 30/3.
- Chan do Petaco 3 (Priegue, Nigrán).
El petroglifo de A Chan do Petaco81 (figs. 28 y 29) es el último en altura de una
serie de varios paneles situados en la ladera de Poniente del Monte Maúxo, y que desde
As Lagoas, se disponen en una doble línea hacia la cumbre, por el presente lugar de A
Chan do Petaco, y por O Currelo hacia As Requeixadas (fig. 98, nº. 7, pgn. 206). De
hecho este petroglifo en concreto lo encontramos cerca de la ruptura de pendiente,
80
Las dimensiones de los surcos definitorios de los motivos, las medidas serán expresadas de este modo.
Por ejmplo, 30/3 indica que se trata de un trazo con 30 mm. de anchura y 3 mm. de profundidad.
81
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:141);
Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2010/07/13/chan-do-petaco-iii/).
60
82
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:171).
83
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:172).
62
84
Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2009/12/31/outeiro-de-lucas-i/)
63
(los anillos se ven perfectamente a cualquier hora del día). Más hacia el O. hay otra
combinación circular de 30 cms. por 33 cms. de dos anillos, con coviña central y surco
de salida. Esta última combinación circular está asentada en una protuberancia alargada
de unos 12 cms. de altura. No se trata propiamente de un verdadero mamilo circular,
sino de una turgencia más de la superficie ya de por sí ondulada de la roca. En este
sentido la combinación circular fue realizada aprovechando la forma redondeada y
prominente, de un modo muy parecido al circulo que ya hemos examinado en O
Preguntadouro 2 en el círculo del extremo N. Para acabar es interesante añadir respecto
a este panel la circunstancia de que las dos grandes pilas naturales del NO. están
comunicadas por un breve exutorio completamente excavado artificalmente, y en época
antigua. Una de esas pilas mide de 67 cms. por 60 cms. y 25 cms. de profundidad y ha
servido para que alguno de los usuarios del equipo de molienda se instalase en su
interior para realizar más cómodamente su trabajo, mientras la otra pila mide 60 cms.
por 112 cms. por 24 cms. de profundidad.
3.3. LA ADAPTACIÓN MAMILAR.
En los párrafos precedentes hemos tenido la oportunidad de estudiar 14 casos de
combinaciones circulares en cuyo labrado se ha usado de un mamilo de la superficie
pétrea de algunas rocas. Como ya hemos indicado previamente en la introducción de
este capítulo se trata de una selección exploratoria sobre el tema. En realidad en el
Monte Maúxo aún podríamos añadir otros 22 casos más. En este área hemos
documentado unas 180 combinaciones circulares, por lo que los casos de ocupación
mamilar suponen el 20 % del total, lo cual indica sin lugar a dudas la magnitud e interés
de esta peculiar opción artística. Otros ejemplos parecidos a los señalados también se
pueden comprobar en el estudio particular de otros petroglifos analizados en este mismo
trabajo como Monte Pequeno (fig. 13, pgn. 33), O Currelo 1 (fig. 60, pgn. 127),
Requeixadas 1.1 (pgns. 77 y ss.), O Preguntadouro 7 (pgns. 159 y ss.), Coutada Pequena
do Maúxo (115 y ss.; fig. 100, nº 1, pgn. 208; pgn. 249), o bien ya fuera del Monte
Maúxo el de Socastro (pgn. 63 y ss.), As Abelaires (pgn. 150 y ss.) y Castro Loureiro 3
(143 y ss.; fig. 112, nº. 5, pgn. 225; pgn. 229).
A éstos habrá que añadir los casos estudiados recientemente de A Tomada dos
Pedros (Valadares, Vigo)85 y de los paneles nº. 2 y nº. 13 del Alargo dos Lobos 86, en
Amoedo (Pazos de Borbén). No obstante, el tema de la ocupación mamilar está tan
extendido por la geografía rupestre gallega que parece increíble que haya pasado
desapercibido para la investigación tradicional, o por lo menos que no hubiese merecido
la más mínima atención, más allá de su simple alusión. Es precisamente a causa de lo
abundante de esta circunstancia, que ya desde nuestros primeros trabajos hemos dejado
constancia fidedigna de esta regularidad87. Ello es prueba suficiente para corroborar un
aserto que repetimos con cierta frecuencia: a pesar del volumen de tinta gastado en el
estudio del Arte Rupestre Gallego, sencillamente, los petroglifos, sus verdaderos
protagonistas, no habían merecido la más mínima atención; los petroglifos eran meros y
obligados invitados en el banquete teórico montado por los respectivos investigadores
donde se les daban a degustar teorías previamente cocinadas con uso de ingredientes
85
Fernández Pintos, J. (2012:6 y ss; y 14)
86
Fernández Pintos; J. (2013:45 y ).
87
Fernández Pintos, J. (1993:fig. 2).
64
88
Costas Goberna, F. J. (1985:136, lam. V20); Del Prado, A.
(http://petroglifosdomauxo.com/2010/02/08/alto-da-costa/)
89
Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. (1987:68, fig. XI)
65
90
Fernández Pintos, J. (2012:6 y ss.); Del Prado, A. (http://petroglifosdomauxo.com/2009/11/25/a-de-
rial/)
91
Fernández Pintos, J. (2012:11;fig. 7).
66
92
Fernández Pintos, J. (2013:45 y 71).
93
Fernández Pintos, J. (2013:15-16).
67
4
CONCURRENCIA Y EMULACIÓN
94
Fernández Pintos, J. (1993).
95
Fernández Pintos, J. (2013:67).
96
Fábregas Valcarce, R. y Rodríguez Rellán, C. (2012).
71
diacronía de los motivos de un mismo panel, para más adelante conjeturar que la
comprensión del significado de un petroglifo probablemente no estuviese al alcance de
todos los miembros de la comunidad y exigiese la existencia de personajes en cuyas
manos estaba la misión de exponer a los profanos cómo se debía ver el petroglifo, desde
donde y qué significado tenía cada uno de las figuras, y qué sentido poseía la globalidad
de los grabados. No es éste el único caso, pero define muy bien un mismo proceso que
se puede observar de manera muy parecida en otros autores.
Desde luego, la suposición teórica previa de que todos los grabados de un mismo
panel respondan a un único estímulo cultural o sean la consecuencia de una
planificación previa, y que de este modo pervivieran inmaculadamente desde entonces,
permítasenos concebirlo como una manifestación de flagrnte ingenuidad. En efecto, esta
actitud no puede ser tomada de otro modo si se piensa que estamos ante un tipo de
manifestación artística muy antigua, remontada a varios milenios antes de nuestra era,
localizada al aire libre y a la vista de todos en multitud de rocas de nuestras serranías,
incluso en la cercanía de asentamientos permanentes posteriores y siempre en el interior
de unos hábitats explotados intensamente, muchas de ellas bien conocidas en sus áreas
de implantación. No considerar estas prevenciones sin dejar abierta la puerta a
manipulaciones sucesivas de futuros visitantes de los parajes supone estar muy alejado
de la comprensión del Arte Rupestre Gallego.
El tema de la diacronía de los motivos de un mismo panel, aún perteneciendo
todos al mismo estilo ya lo sugeríamos hace tiempo. Recientemente en estudios más
detallados de algunas estaciones, concretamente el Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos
de Borbén)97 hemos tenido la posibilidad de explorar esta posibilidad. En el curso de
esta investigación se ha podido incluso detectar como algunas asociaciones de círculos
implicaban en apariencia adiciones diacrónicas, más o menos alejadas en el tiempo,
pero distintas y sucesivas; además en algún caso tampoco era seguro que todos los
elementos de una misma combinación circular fuesen realizados simultáneamente. En
efecto, en los paneles de este yacimiento se pudo comprobar la presencia de varios
estilos de combinaciones circulares que responden a concepciones estéticas distintas. Es
cierto que se encontraban en rocas distintas, pero también porque en esta estación se
contaba con esta expectativa, pues de lo contrario sería de esperar que coincidiesen
todas en un mismo panel. Se observó asimismo un caso claro de asociación de dos
combinaciones circulares cuyas características técnicas dispares sugieren cierto
alejamiento temporal entre ambas. Pero lo más sorprendente fue el hallazgo de motivos
que quedaron aparentemente inclonclusos, a medio hacer, o con indicios de haber
experimentado manipulaciones o añadidos distantes cronológicamente.
Precisamente en este capítulo trataremos de ahondar en esta problemática, pues
concebimos totalmente necesario el esclarecimiento, o por lo menos la delimitación
teórica de este aspecto, dado que tras su evidente realidad, probablemente se oculte
información de gran valía para comprender la dinámica social e histórica relativa al
desarrollo y vigencia de la grabación de combinaciones circulares del Arte Rupestre
Gallego. Para ello hemos seleccionado dos petroglifos existentes en el Monte Maúxo, A
Chan do Rapadouro (Chandebrito, Nigrán) y el panel nº. 1 de As Requeixadas - A Laxe
(Priegue, Nigrán), los cuales van a ser estudiados en profundidad, tratando de averiguar
cómo se llegaron a formar, y ulteriormente nos servirán de paradigma para comprender
97
Fernández Pintos, J. (2013).
72
más claramente este complejo proceso. Este capítulo pretende ser temáticamente
autónomo, pero debe ser tomado como una introducción a la tesis que postula una
evolución artística dinámica y diacrónica de los motivos integrantes de un mismo panel.
Es por ello que su sentido teórico se completará necesariamente con los siguientes
capítulos cuando se exploten temas más concretos relacionados con la conformación
progresiva y compleja de ciertos paneles, y también de una peculiar evolución
morfológica detectada en numerosos petroglifos.
4.1. DESCRIPCIÓN MORFOLÓGICA DE LOS PANELES
El petroglifo de A Chan do Rapadouro (Chandebrito, Nigrán).
La estación de A Chan do Rapadouro se encuentra en la parroquia de
Chandebrito (Nigrán), en un espacio caracterizado por las abundantes manifestaciones
rupestres, entre otros yacimientos arqueológicos (véanse figs. 93, nº. 10, pgn. 201; fig.
108, nº 1, pgn. 221; fig. 94, pgn. 202, donde describimos el lugar.).
La estación es conocida ya desde fines de los años 80 del pasado siglo,
localizada por el Clube Espeleolóxico do Mauxo98. Posterior es la mención del equipo
encabezado por F. J. Costas Goberna99, que además presentan un plano sumamente
deficiente. Recientemente A. del Prado le ha dedicado una página en Internet donde se
muestran varias interesantes fotos y el plano levantado por el Clube Espeleolóxico do
Mauxo en su momento100.
Fig. 31. Vista general del petroglifo de A Chan do Rapadouro desde el SO.
98
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1990 y 1994).
99
Costas Goberna, F. J., (1993).
100
Del Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2009/11/20/chan-ou-mar-de-rapadouro/).
73
Descripción geográfica.
El presente petroglifo se encuentra en el paraje conocido como Chan o Chans o
Mar do Rapadouro (519.194-4.668.042). Se trata de una amplia superficie aplanada de
aspecto subrectangular, estirada en dirección NO.-SE. de unos 600 m. de longitud por
300 m. de anchura. Está situada a 300 m. de altitud sobre el nivel del mar y dista de él
algo más de 4 kms. Es una zona emplazada entre serranías (a poniente se alza el Mauxo
con 456 m. en el Outeiro Grande, y a naciente el Monte del Alba con 527 m. en el
Cepudo). No obstante hacia norte y sur el terreno desciende progresivamente, bien hacia
las tierras litorales de Vigo, bien hacia el valle del Miñor en Nigrán.
La Chan do Rapadouro es una planicie de carácter ligeramente ondulado, con
algunos afloramientos rocosos de escasa entidad, y emplazada levemente a más altura
que las tierras de labor de la parroquia, sobre todo las contiguas. Tradicionalmente
estuvo dedicada al pastoreo, pues incluso debido a su horizontalidad, hay áreas
tendentes al encharcamiento estacional, aunque asimismo es también parcialmente apta
para un tipo de agricultura que permita suelos más ligeros.
El panel está en el extremo NO. de la chan, sector ya de por sí algo más elevado.
En este sitio hay un afloramiento de varias grandes rocas pero escasamente
sobresalientes que configuran una suave elevación del terreno de no mucho más de 1 m.
de altura. Con una vegetación baja, desde este punto se puede controlar una amplia
74
Descripción morfológica.
La estación está integrada por un único panel grabado en una roca de forma
subrectangular de 3,25 m. de longitud por 2,2 m. de anchura con el eje mayor orientado
aproximadamente en sentido norte-sur (Figs. 31, 32, 33 y contraportada). La roca posee
una superficie abombada tanto longitudinal como transversalmente adoptando la forma
de lomo de ballena, no superando los 0,4 m. de altura máxima. Dispone de una reducida
75
área superior horizontal que englobaría a los círculos nº. 5, 8, 9, 10 y 11 (fig. 34), para a
continuación caer en suaves planos inclinados en el arco que va del NO. hasta el SE.
En esta superficie fueron grabadas hasta 17 combinaciones circulares,
prácticamente como único motivo, si exceptuamos alguna línea (fig. 32). No constan
otros motivos, como por ejemplo las tan abundantes y omnipresentes coviñas. Esta roca
está recorrida transversalmente por una línea de profundas marcas de cuña realizadas
con el objeto de ser aprovechada como cantera, tarea no obstante por fortuna
abandonada.
Fig. 34.- Numeración descriptiva de las figuras del panel de A Chan do Rapadouro (Chandebrito,
Nigrán).
Asimismo en su superficie consta un elevado número de impactos de picos o
punteros metálicos, en algunos casos de notable relevancia. Estas marcas de pica o
puntero, siempre las interpretamos como comprobaciones sonoras que hacían los
canteros para según el sonido apreciado por la factura de la incisión valorar la viabilidad
de la extracción de sillares. Así se nos indicó en alguna ocasión. Sin embargo, tampoco
debemos descartar la posibilidad de que hayan sido realizados también por niños
pastores en tiempos recientes hacia mediados del pasado siglo XX. En efecto, es una
constante en los vecinos de ésta y otras áreas con elevada presencia rupestre la
convicción popular de que los petroglifos habían sido realizados por niños que andaban
76
con los animales por el monte. Sin embargo, nunca se le ha dado mucho crédito a estas
alusiones porque las intensas prospecciones de algunas zonas no han revelado más que
un limitado número de figuras modernas. No obstante recientemente una mujer de
Fragoselo (Coruxo) nos relató que le llevaban las herramientas a su padre al monte
cuando salían con el ganado, y varias veces recibió azotes por mermar el filo de las
piezas. Dado que esas supuestas figuras no aparecen con la prodigalidad qué cabría
esperar, conjeturamos que esos divertimentos artísticos que tanto citan tal vez no sean
otra cosa que las incisiones puntuales que actualmente observamos en muchos
petroglifos, pues a veces no dejan de llevar una intención destructiva al afectar
innecesariamente a los grabados, bajo la forma de escamaciones o áreas de insculturado
amplias. Estas manifestaciones artísticas rupestres modernas probablemente estaban
estimuladas por la presencia de los petroglifos prehistóricos, fácilmente identificables a
primeras horas del día y en los atardeceres, y los cuales presumiblemente eran bien
conocidos por los usuarios de aquellos pastos desde siempre. De ser cierta esta
conjetura, estaríamos en consecuencia ante un nítido ejemplo de concurrencia y
emulación.
Para no hacer excesivamente árida la descripción morfológica vamos a obviar
datos que el lector puede comprender directamente viendo las fotografías adjuntadas,
como el número de anillos de las combinaciones circulares y otras características.
En el sector norte (figs. 32 y 34) vemos los círculos nº. 1 a 4. El círculo nº 1
mide 32 cms. diámetro poseyendo un anillo inacabado de 45-50/6-7101, contando
además con una coviña central y un surco de salida. Este anillo está realizado con cierto
esmero, dando secciones tendentes a la forma de artesa. Esta unidad se asocia al nº. 2
(de 10 cms., con coviña central y seción maxima de 40/5) a través de una breve línea
con un corte de 35/3. La asociación de ambas figuras integran un diseño de 52 cms.
Junto a estos vemos los círculos nº. 3 (de 21 cms.; coviña central de 35/6 y anillo de
25/2) y nº. 4 ( de 13 cms., con coviña central de 35/5 y anillo de 35/5).
El sector central (figs. 32 y 34) lo integran los círculos nº. 5 a 11. Destaca el nº.
5, de 48 cms. de diámetro con una forma rectangular asociada de 38 por 15 cms. rellena
de coviñas, midiendo en total 78 cms. de longitud, y que concluye en una especie de
círculo de 17 cms. de diámetro (nº. 6) que quizás sea una superposición al diseño
anterior. La combinación circular base muestra unas secciones que van desde 35/4 hasta
50/3, mientras el apéndice rectangular no pasa de 30/3 y sus coviñas internas son del
tipo 20-25/3. Al círculo nº. 5 se asocia el círculo nº. 7, de 18 cms. de diámetro, con una
coviña central de 30/4 y anillos de 25-30/2. Es también de grandes dimensiones el nº. 8
(42 cms. de diámetro, con secciones de 40/1-3) del cual parte un surco de salida de 18
cms. que lleva hasta el círculo nº. 9 (10 cms.). Al lado de estos están los círculos nº. 10
(20 cms.) y 11 (18 cms., con coviña central de 35/2 y secciones de 30/3) los cuales están
asociados.
El sector meridional (figs. 32 e 34) está compuesto por los círculos nº. 12 a 17.
Domina este sector el diseño nº 12 (72 cms. de longitud por 52 cms. de anchura con
anillos cuyas secciones van desde los 35/3 hasta 45/8) constituido por un óvalo que
engloba una combinación circular (de 57 cms. y de la que parte un surco de salida), y
101
Las medidas de la sección de los surcos se expresarán de este modo y en milímetros. Así una sección
de 40/5 debe de ser entendida como de 40 mm. de ancho y 5 mm. de profundidad.
77
una forma semicircular rellena con algunas coviñas del tipo 30.35/5-6. Aún a éste
parece asociarse por proximidad la figura circular nº. 13 (40 por 37 cms.) muy
degradada físicamente. Al lado de éstos constan los círculos nº. 14, prácticamente
asociado al anterior, y el nª. 15 (de 19 por 15 cms., con coviña central de 35/3, anillo
interno de 25/3 y externo de 30-40/2) afectado por una línea horizontal. Otras unidades
de este sector son el nº. 16 (de 21 cms. y sección de 25-30/2) y el nº. 17 ( de 17 cms.
con surcos de 20-30/2), muy próximo al nº. 12. Otros grabados como largas líneas
horizontales e incisiones sin mayor relevancia las encontramos por debajo de los
círculos nº. 13, 14 y 15.
En lo que atañe a las características técnicas de los círculos es de destacar que a
simple vista (no con luz rasante, tal como se muestra en las figuras 31, 33 y
contraportada) se identifican relativamente bien, pero no sin dificultades los círculos nº.
1, 5, 8 y 12, es decir, los más grandes, mientras los restantes para ser detectados
habremos de acercarnos mucho a la superficie, y aún así no es tarea sencilla seguirlos.
El círculo nº. 5 presenta surcos con secciones muy abiertas siendo empero de menor
relieve los surcos de la forma rectangular asociada, con coviñas interiores también muy
tenues. De calidad análoga se muestran los anillos del círculo nº. 8 . El círculo nº. 1 es
más perceptible, primero por la profundidad del anillo pero además, y principalmente
porque este anillo ha sido confeccionado tan cuidadosamente que su sección tiene el
aspecto de "artesa". Una sección semejante la encontramos en el círculo nº. 12, si bien
las dimensiones de sección son menores, mientras las coviñas interiores del espacio
asociado son de mayor tamaño que las del círculo nº. 5.
Fig. 35. Vista general del panel nº. 1 de As Requeixadas 1 (Priegue, Nigrán) visto desde el SE.
78
Fig. 36.- El panel nº. 1 de As Requeixadas 1 (Priegue, Nigrán) visto desde el SE.
Asimismo, a partir del mapa adjuntado (fig. 98, pgn. 206; fig. 99, pgn. 207), se
observa que la estación se halla en una zona de evidente riqueza rupestre, con otras
estaciones dispersas, que ascendiendo la ladera por O Currelo, se dirigen hacia el centro
del Maúxo por el Outeiro dos Lagartos.
El paraje concreto donde localizamos la estación de As Requeixadas 1
constituye una especie de terraza rocosa de escasa entidad que se individualiza en una
zona de suaves pendientes y pequeñas cuencas planas, exceptuando por el SO. por
donde se da paso abruptamente a la ladera. Esta superficie rocosa se caracteriza
perfectamente en el entorno, precisamente por eso, por su extrema litología, y por estar
levemente elevada, a excepción del N., integrando la forma de un típico outeiriño si
vemos el lugar desde un arco meridional que va desde O. hasta el E. La terraza mide de
102
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:146, lam. 10).
79
El panel nº. 1 fue grabado en una superficie tipo laja que aflora con ligero
abombamiento, por entre la superficie vegetal (Fig. 35). Posiblemente la limpieza del
entorno de los grabados nos revele un contexto litológico inmediato más amplio, e
incluso no sería extraño que bajo las tierras aún se oculten más grabados.
Este abombamiento tiene unas dimensiones de 1,8 m. por 2,7 m. pero tampoco
es uniforme, resolviéndose mejor la superficie de un modo suavemente ondulado
apreciándose algunas protuberancias (Figs. 36 y 37), y además presenta una ligera
pendiente hacia el S. siguiendo la tendencia de la ladera del outeiriño.
En este panel hemos identificado una veintena de figuras circulares (fig. 38 y 39)
de distintos tipos. Es el motivo mayoritariamente representado, pues las coviñas apenas
están presentes y no constan otra clase de figuras.
Fig. 39.- Numeración descriptiva de los motivos del panel nº. 1 de As Requeixadas 1.
En la mitad septentrional del panel identificamos los diseños nº. 1 a nº. 10. La
figura nº. 1 es un anillo de 24 por 21 cms. vigorosamente grabado (sección de 35/4),
pero inacabado, englobando en su interior varias coviñas del tipo 35/4. El número 2
alude a varios motivos poco definidos (surcos de 35/2) donde destacan además de una
82
línea, dos pequeños, uno círculo de 20 cms. de diámetro con coviña central y breve
surco de salida y el otro de 12 cms. de diámetro, anillo de 30/2 y coviña central de
60/12. La combinación circular nº. 3 mide 29 cms. por 31 cms., poseyendo un anillo
exterior con sección de 35/4 y una coviña central de 50/2 de cuyo centro parte un surco
de salida curvo que conecta con el diseño nº. 4; la peculiaridad de esta unidad es que el
anillo externo se separa de los interiores creando un espacio que está rellenado por
algunas pequeñas coviñas del tipo 30-35/1-2. La figura nº. 4 es un pequeño óvalo de 17
cms. por 22 cms. con una sección de 30/1. El nº. 5 es también un pequeño círculo con
coviña central poco perceptible. La combinación circular nº. 6 es la más grande del
panel; mide 48 cms. por 43 cms., con una coviña central de 35/5, y con un sruco de
salida que partiendo desde el mismo centro sobresale unos 12 cms.; el anillo externo
muestra una sección de 40/3, mientras el más interno es de 30/5, de donde se sigue que
curiosamente es éste el más visible; otra interesante característica de este círculo es el
trazado rutilante del anillo externo. La combinación circular nº. 7 mide 25 cms. por 30
cms., y ofrece un largo surco de salida que alcanza los casi 40 cms. de longitud. sioendo
la coviña central de 40/5; el anillo externo, de 35/4 se separa de los internos adoptando
una forma como en espiral, y en cuyo espacio interior se grabaron una serie de pequeñas
coviñas de 25/1. El círculo nº. 8 mide 23,5 cms. por 22 cms. de diámetro, ofreciendo un
corto surco de salida de 10 cms. de longitud; la coviña central es de 40/5 y la sección
del anillo exterior es de 40/6, de donde se sigue que éste motivo es uno de los más
fácilmente identificables a simple vista de todo el panel. El número 10 alude a un
conjunto de trazos curvos apenas perceptibles que parecen configurar dos figuras
circulares. El motivo nº. 10 es de 21 cms. por 20 cms., con una sección de anillo 35/3.
En la mitad meridional del panel están los motivos 11 a 20. La combinación
circular nº. 11 mide 27 cms. por 26 cms. y tiene un corto surco de salida; la coviña
central es de 50/5 y los anillo de 35/5, de donde se sigue que es también este uno de los
motivos que más resaltan en el panel. La combinación circular nº. 12 es una compleja
figura de 45 cms. por 34 cms.; consta de varios anillos de sección 30/2 que engloban
una coviña central de 30/1 y de los cuales los dos exteriores se abren para definir un
espacio anexo repleto de coviñas de tipo 25/2. La figura 13 está integrada por una
coviña de 50/5 de la que parte un surco ondulante de 25 cms. y una sección de 30/2, y el
cual acaba en las proximidades del anillo exterior de la figura 14. Este diseño nº. 14 es
también una combinación circular de 28 cms. por 25 cms. con un anillo externo de 40/6
y una coviña central de 35/2; sobre sus anillos consta superpuesta una coviña de 40/5.
La figura nº. 15 es un pequeño círculo con coviña central situado junto al anterior, que
incluso podría mostrar un segundo anillo, pero que no es fácil de decidir sobre su
existencia; des er así, estaría asociado al círculo nº. 14; presenta una coviña central de
40/5 y una sección de anillo de 30/2. El círculo nº. 16 es también una pequeña unidad
localizada junto a las anteriores de 19 cms. de diámetro con coviña central de 30/3 y una
sección de anillo de 35/2. El motivo nº. 17 es un anillo de 35 cms. por 33 cms. con una
sección de 35/4 el cual quedó aparentemente inconcluso. La combinación circular nº. 18
está también aparentemente incompletada; mide 29 cms. por 27 cms., encerrando un
grupo de pequeñas coviñas del tipo 25/2, siendo la sección de los anillos no superior a
25/3, por lo que podríamos añadir que los surcos son proporcionalmente estrechos y
profundos. El círculo nº. 19 está asimismo sin acabar, midiendo 21 cms. de diámetro,
con una sección de anillos de 35/3 y una coviña central de 45/4. Otra unidad inacabada
es la nº. 20, de 16 cms. por 12 cms. con un anillo de 30/3 y una coviña central de 40/6.
83
mundo de los códigos del arte rupestre sino es a partir de las evidencias físicas
identificables y sistematizables en función de nuestros conocimientos actuales.
En un trabajo anterior habíamos hecho alusión a la existencia de una cierta gama
de posibilidades de paneles y estaciones rupestres103. En efecto, encontramos estaciones
como ACHR integradas por un único panel donde se acumula desde una hasta una gran
cantidad de combinaciones circulares, pudiendo llegar a constituir grandiosos paneles.
Muchas veces, estos paneles se encuentran en la única roca apta del lugar, pero también
en ocasiones en la única roca disponible como son los casos en el Maúxo, de A Valgada
da Fonte do Sapo 1104, y en Gondomar la Tomada do Xacove (pgns. 166 y ss.; fig. 108,
nº. 3, pgn. 221). En ocasiones aún disponiendo de excelentes posibilidades en las
superficies adyacentes, los grabados se concentran apretadamente unos junto a los otros,
como sucede en el petroglifo cangués de As Abelaires105. Otro tipo de estaciones son las
constituidas por una serie de paneles distribuidos por rocas cercanas, paradigma de las
cuales son Agualonga en Valadares (Vigo)106, A Fonte da Plata (Morgadáns,
Gondomar)107, el Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén)108, y también la
presente de As Requeixadas 1, donde como ya se ha visto está constituída por cinco
paneles.
Es evidente que en los ejemplos de estaciones como estas últimas, donde los
grabados se reparten en las rocas cercanas, nadie hablaría que todos aquellos paneles
estarían asociados. Podría discutirse su mejor o peor coetaneidad, pero difícilmente se
podría decir que todos ellos forman parte de un entramado mítico o ceremonial
intencionadamente configurado, a menos que pretendamos pecar de superficialidad,
porque desde luego no contamos con argumentos solidos, a no ser los que elabore
nuestra imaginación. Para este tipo de estaciones es viable suponerles una génesis y
evolución caracterizada por la acumulación sucesiva de grabados en rocas cercanas de
un lugar concreto elegido por algún motivo.
Pero esta dispersión de combinaciones circulares muy separadas físicamente las
unas de las otras también se aprecia en estaciones donde la roca base es una inmensa
superficie pétrea. Un buen ejemplo de este supuesto lo encontramos en la estación de Pé
de Mula (Sabaxáns, Mondariz)109. La estación de Pé de Mula está constituida por una
gran cantidad de grabados donde constan grandes y medianas combinaciones circulares,
coviñas, y otros petroglifos más modernos como cruciformes y figuras cuadradas e
incluso alfabetiformes distribuidos todos ellos por una descomunal laja, en un espacio
no inferior a los 800 m². Si nos ceñimos a las combinaciones circulares, observaremos
que se sitúan muy separadas las unas de las otras, incluso a veces varios metros, y sin
que medie entre ellas vínculo alguno, donde forzosamente sería un atrevimiento el
sugerir su asociación. Este fenómeno puede identificarse en otros muchos paneles y
estaciones, siendo un modelo de panel que se repite con mucha frecuencia, si bien
generalmente la conforman rocas mucho más pequeñas, y los paneles los integran unos
pocos círculos.
103
Fernádez Pintos, J. (2013:35 y ss).
104
Costas Goberna, F. J. y Groba González, X. (1994: 166).
105
Peña Santos, A. (2005:50).
106
Costas Goberna, F. J. (1985:144 y ss.).
107
Costas Goberna, F. J., Domínguez Pérez, M. y Rodríguez Sobral, J. M. (1991:118 y ss.)
108
Fernández Pintos, J. (2013).
109
Prado, A. (s/fb).
85
110
Fernández Pintos, J. (2013:14 y 43).
111
Fernández Pintos, J. (2013:14-15 y 43).
86
112
Fernández Pintos, J. (2013:44).
113
Fernández Pintos, J. (2013:23 y 44; figs. 18, 19 y 22).
88
114
Fenández Pintos, J. (2013:44).
90
115
Peña Santos, A. (2005:50).
91
5
LOS PETROGLIFOS DE LÍNEAS Y LA MANIPULACIÓN
SINTÁCTICA DE LA TRADICIÓN RUPESTRE.
116
Fernández Pintos, J. (2013:67 y ss.).
117
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig.53).
118
Peña Santos, A. (2005:40).
119
Peña Santos, A. (2005:59).
120
Álvarez Núñez, A. (1986:fig. F44); Peña Santos, A. (2005:103).
94
121
Peña Santos, A. (2005:74 y ss).
122
Costas Goberna, F. J. (1984:87 y ss); Fernández Pintos, J. (2012:4 y ss.)
123
Costas Goberna F. J. (1984: 88, lám. N8).
95
Fig. 40.- Aspecto general de la estación de Socastro (Chandebrito, Nigrán) vista desde el NO.
124
C.E,M. (1997:70).
125
Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2009/11/23/lapela-vi/).
96
El panel 1 (figs. 40, 41, 42 , 43 y 46) mide 2,5 m. de longitud por 1,13 m. de
anchura, y se estira en sentido noroeste-sureste, emplazándose en una superficie
subrectangular de ligero plano inclinado, fuertemente diaclasada. Los grabados se
distribuyen por las superficies compartimentadas por las grietas. Este panel está
integrado por 7 círculos, varias líneas y una agrupación de coviñas. Lo primero que se
aprecia al estudiar el panel, es el desplazamiento de los grabados hacia la periferia de la
roca por el S. y hacia el sector E. de la superficie pétrea (Figs. 40, 41 y 42),
precisamente en la zona más diaclasada e irregular, enclavándose algunos círculos en
casquetes esfericos naturales de la roca de escasa proyección situados marginalmente, y
98
despreciando el sector NO. de la superficie, amplio espacio liso, muy apto para el
trabajo, pero que queda vacío de grabados.
En la parte más elevada de la superficie, en una amplia diaclasa transversal,
comienza su trayectoria ondulante la línea nº. 1 (figs. 41, 42 y 43) dirigiéndose al
círculo nº. 2 al cual después de asociarse contornea con otro ramal, quedando
inconclusa en sus inmediaciones. Esta unidad posee secciones muy variables, desde los
50/4 en los inicios, hasta los 35/4, 40/4 o 40/2 en las inmediaciones del círculo nº. 2. La
línea nº. 10 parte del círculo nº. 3 y después de circundar el círculo nº. 4 se bifurca
concluyendo uno de los ramales en el círculo nº. 6, mientras el otro remata en una
diaclasa existente cerca del círculo nº. 5 tras bordearlo. Otra unidad compleja es la nº.
11 que en realidad está integrada por dos líneas que se originan en los círculos nº. 3 y
nº. 4, las cuales confluyen para después acabar en una diaclasa. Estas líneas son de
sección muy tenue en torno a los 25-35/1-2.
Fig. 43.- Numeración descriptiva de los grabados del panel nº. 1 de Socastro (Chandebrito, Nigrán).
99
22 x 16 cms. y también repleto de pequeñas coviñas. Desde la misma figura nº. 14 parte
otro surco hacia el SE. de 15 cms. de longitud que lo vincula con un círculo de dos
anillos (nº 13) de 34 x 29 cms. (el exterior apenas se comenzó), relleno con pequeñas
coviñas de 35/1-2 instalado en un sector esférico de la roca. Por último, en el extremo
septentrional de la elipse, pero en el exterior, en el pequeño espacio delimitado por su
anillo, el surco superior, la diaclasa y los surcos inferiores, vemos un nutrido grupo de
pequeñas coviñas del tipo 30/2, diseñando un espacio triangular (nº. 16).
A continuación del círculo nº. 13, y ya en pendiente, hay un círculo (nº 12) de 37
x 34 cms. de dos anillos y coviña central grabado en una ligera depresión redondeada de
la roca a la que se adapta. Es posible que tuviese un tercer anillo interno que hoy en día
apenas se intuye. Las secciones de los anillos son del tipo 35/4-5. De todo este panel nº.
2 es este círculo el de surcos más relevantes, y por lo tanto el que más destaca. Al lado
de este círculo, descendiendo por el plano inclinado de la roca vemos una línea
ondulante de amplias curvas (nº 18), de 76 cms. de longitud que comienza de un modo
bífido en las inmediaciones del anillo externo del círculo nº. 12, pero sin llegar a entrar
en contacto con aquél. Es apenas perceptible, con secciones de 35/1 y 50/1. Otros
grabados, pero apenas identificables los encontramos en el sector NE. de la roca, sobre
una forma redondeada ligeramente elevada, y donde parece apreciarse una especie de
pequeña combinación circular con un surco de salida (nº. 17).
5.1.2. Estudio iconográfico.
La tipología de los grabados de la presente estación se reduce a combinaciones
circulares, líneas y agrupaciones de coviñas. En los siguientes párrafos vamos a abordar
el estudio de estos motivos por separado, pero sin perder de vista su relación con las
otras formas con las que comparten panel y con las del modo que veremos se asocian.
102
126
Fernández Pintos, J. (2013:41).
127
Esta tipología es de corte provisional es ensayada para facilitar el estudio de la estación de Socastro.
La sistematización definitiva de los petroglifos de líneas se abordará en el Apartado 5.3 (pgn. 129).
103
Tipo E.- En el panel nº. 2, en el círculo nº. 17 consta una pequeña línea que
partiendo desde el anillo concluye en una diaclasa.
Tipo F.- En el panel nº. 2, por debajo del círculo nº. 12, vemos una línea
ondulada (nº. 18) que comienza de un modo bífido.
Figs. 47 y 48.- Detalle de los círculos nº. 2, 3 y 6 del panel nº 1 de Socastro (Chandebrito, Nigrán).
128
Fernández Pintos, J. (2013:19-21; figs. 13 y 14).
107
el uso de las formas mamelonares graníticas para la elaboración de los círculos ya nos
hemos extendido en el Capítulo 3 de este trabajo (véase epígrafe 3.3, pgn. 63 y ss.).
El uso de formas mamelonares de la superficie explica la especial ubicación de
algunos de estos círculos del panel nº. 1, pero no el de todos. Tenemos la sensación de
que la razón de su emplazamiento puede derivarse de la interrelación de varios factores.
En el panel nº. 2, los círculos nº. 12, 13 y 15 imitan la ubicación del nº. 14, a la vez que
se aproximan físicamente. Lo mismo podríamos indicar respecto al panel nº. 1: al igual
que ocurre en otros muchos petroglifos, los círculos además de coincidir en la misma
roca, tienden a aparecer contiguos, pero además ahora, quizás se considerase la
irregularidad de la roca con sus diaclasas y los pequeños compartimentos resultantes,
con una simbología que aún no comprendemos.
5.2. EL TEMA DE LAS LÍNEAS EN LOS PETROGLIFOS DE CÍRCULOS.
En la precedente descripción del petroglifo de Socastro hemos identificado seis
tipos de motivos líneales relacionados con las combinaciones circulares allí existentes.
El hecho de que el trazado de las líneas de las categorías A, B y F hagan sospechar una
insculturación posterior a los círculos, bien por manifestar tendencias periféricas y de
concepción individualista o por aparecer constantemente superpuestas, tal como se
aprecia en algunos paneles, obliga a reconsiderar detenidamente el papel de las
figuraciones lineales tan presentes en los petroglifos gallegos. Pero incluso las líneas de
los tipos C, D y E, que en esta estación no revelan dudas, son sin embargo sospechosas
de diacronismo en otras estaciones, tal como tendremos oportunidad de comprobar más
abajo.
5.2.1. Petroglifos con líneas del Tipo A de Socastro.
Ya hemos comentado como las líneas englobadas bajo el tipo A en el petroglifo
de Socastro, aún conectando con círculos y asociando a varios entre sí, en su discurrir
sobre la superficie circunvalan a algunos de ellos, o en otras palabras, en su trayectoria
se inhiben ante la presencia de aquéllos. Por inhibición entendemos una elusión ligera o
amplia del trazado de un motivo ante la presencia de uno anterior cuya integridad plena
se quiere respetar por parte del nuevo artista acomodando el diseño de su grabado al
previamente realizado. Por lo tanto, es indudable que las combinaciones circulares
habían sido previamente grabadas. El hecho es que conocemos otros paneles donde
coinciden líneas y círculos, y nuevamente vemos comportamientos semejantes. Por
ahora vamos a mostrar varios ejemplos, aún cuando el número que podríamos traer
aquí, sería muy elevado, dejando para un futuro un estudio más detallado de este tema.
En el panel nº. 1 del Outeiro Pantrigo (Morillas, Campo Lameiro) (fig. 49)
vemos en el sector SE. una larga línea de 1,5 m. de longitud, de trazado entre rectilíneo
y curvo que pasa por entre dos combinaciones circulares sin asociarse a ellas, aunque
pudiera superponerse sobre el anillo externo de una de ellas, pero en realidad, el citado
anillo externo ha quedado incloncluso. Se observa asimismo, la superposición de varias
coviñas, tanto sobre la mencionada línea como sobre las combinaciones circulares. La
línea comienza en una zona elevada y tras descender en leve plano inclinado concluye
en el borde de la roca. Por la parte superior, en sus primeros 52 cms., antes de llegar a
las combinaciones circulares, posee un surco de vigorosa sección, de hasta 40/11, para a
continuación al acercarse a los círculos reducir notoriamente su sección hasta 40/5, y
después de pasadas las figuras circulares quedar en 35/5. En consecuencia, la sección de
108
esta línea se reduce bruscamente al pasar por entre los dos círculos, para no recuperarla
ya.
Fig. 49.- Plano del panel nº. 1 del Outeiro Pantrigo (Morillas, Campolameiro).
El análisis de detalle de esta zona SE. del panel de Outeiro Pantrigo lleva a la
conclusión de que cuando se realizó la línea ya existían las dos combinaciones
circulares. La intencionalidad de pasar entre ellas no es muy distinta al comportamiento
que ya vimos para las líneas del Tipo A de Socastro, y al igual que aquí se aprecia una
ligera incurvación de su trazado adaptándose su trayectoria a la existencia de las figuras
circulares previas. Hay no obstabte una característica en estos grabados que no
quisiéramos pasar por alto; nos referimos a la calidad de los surcos de las
109
combinaciones circulares afectadas por esta línea en las áreas más próximas a su área de
coincidencia con la línea.. Posee la del NO. un anillo externo con secciones de 35/5
antes de pasar la línea y 40/5 después de pasarla, y de 30/2 en el punto más próximo a la
línea. En la combinación circular del SE. se produce al revés: mientras antes de llegar a
la línea el anillo externo posee una sección de 30/5 y 35/2, y después de alejarse 35/4,
en el punto de mayor proximidad mide 40/5. Creemos que este distinto comportamiento
en el tallado de los surcos de los motivos no debe conducirnos a interpretaciones
erróneas. Si el anillo externo del círculo del NO. pierde intensidad al acercarse a la
línea, ello puede derivar de algunas variables, como por ejemplo el casual menor grado
de insculturación, o incluso un posterior repicado diferencial. De lo que no cabe la
menor duda es de que la línea se curva respecto del círculo del SE., y que al pasar entre
las dos combinaciones circulares experimenta un cambio de ritmo, causas por las que
creemos que esta línea es posterior a las combinaciones circulares que acompaña.
Fig. 50.- Aspecto de la gran línea del petroglifo de A Pedra da Moura (Coruxo, Vigo) vista desde el NO .
Otro caso célebre es el de A Pedra da Moura (Coruxo, Vigo) en el Maúxo129
(Figs. 50 y 51.Para un estudio más detallado de su emplazamiento véanse fig. 95, nº. 2,
pgn. 203; pgn. 236-237; fig. 127, pgn. 248; pgn. 249). Esta estación está integrada por
dos paneles, siendo el superior el de mayor magnitud y el que nos interesa en estos
momentos. Mide la roca, en lo que aflora actualmente, y descontando el recorte sufrido
en su extremo de naciente 12,4 m. de longitud por 5 m. de anchura. Tiene un aspecto de
lomo de ballena y presenta una cierta inclinación hacia el S. correspondiente con la
tendencia general de la ladera en que se encuentra. En este panel es posible distinguir
algo más de una treintena de combinaciones circulares, de la que destaca una de 1,34 m.
por 1,16 m. Constan además coviñas, rebajes del tipo improntas y líneas. Es un panel
129
Costas Goberna, F. J. (1984:126 y ss; lam. V9); Monteagudo García, L. (1943).
110
que necesita un estudio más completo del que podemos ahora emprender, el cual
limitaremos solamente al análisis de las figuraciones de algunas líneas. Queda por lo
tanto pendiente esta tarea.
Uno de los motivos que caracterizan precisamente a este panel es esa larga línea
que lo recorre longitudinalmente de norte a sur, extendiéndose a lo largo de casi 10 m.
de longitud, y discurriendo por el área de inflexión de la roca. En realidad esta línea se
compone de tres tramos perfectamente individualizables, no presentado tampoco una
factura uniforme cada uno de ellos. El primer tramo, el superior, mide 2,9 m. Se origina
en una pequeña combinación circular en la zona más alta de la roca, y serpenteando
alcanza un grupo de trazos situados sobre el círculo más grande, siendo también el más
vigorosamente labrado (secciones de 60/6-9). El segundo tramo, a continuación, mide
1,7 m. y es de más ligero tallado, de 50/5 en el tercio superior y un máximo de 70/8 en
el tercio inferior; este tramo penetra ostensiblemente en su remate final en el interior de
un círculo (Fig. 51.1), e incluso es posible que eluda los rebajes cercanos junto a los que
pasa al describir una amplia curva. El tercer trecho, de 5,24 m. comienza de un modo
tenue (50/4) para pasar a secciones de 70/5 y 80/12 en las proximidades del círculo
situado más hacia el extremo S. Este último segmento se superpone en su trayectoria
claramente al anillo exterior de un círculo (Fig. 51.2), e incluso fue grabado en el
interior de los anillos de ese círculo del extremo S (Fig. 51.3). Además de estas
superposiciones, este tramo parece de todos modos posterior a los círculos pues no
sigue una línea recta por el lomo longitudinal de la roca, sino que se desliza por entre
los círculos como esquívándolos, de un modo semejante a como veíamos en el panel nº.
1 de Socastro.
En resumidas cuentas, en A Pedra da Moura vemos una larga línea ondulante
cuya trayectoria no es uniforme desde un punto de vista técnico, lo cual puede ser ya de
por sí indicio de una insculturación realizada en varis etapas, e incluso con aportaciones
particulares sin una planificación previa. En su discurrir se aprecia la elusión de
motivos, sobre todo de círculos describiendo amplias curvas y deslizándose entre ellos.
Pero asimismo en esta trayectoria se aprecian casos de evidentes superposiciones, bien
sobre anillos laterales, pero también penetrando en el interior de esos motivos. Las
analogías teóricas del trazado de esta línea con las ya examinadas en Socastro 1 y en el
Outeiro Pantrigo son muy evidentes como para ser fruto de la casualidad.
Otro petroglifo muy parecido a éste es el del Val do Gato (Verducido, A Lama).
También aquí, un grandioso petroglifo de 11 m. de longitud por 6 m. de anchura
grabado sobre una roca baja, donde constan unas 80 combinaciones circulares, algunas
de cierto tamaño, de 90 cms., pero la inmensa mayoría de escasas dimensiones. En su
conjunto estas combinaciones circulares responden estilísticamente a los tipos multi y
monoanulares, pero también constan algunas policupulares, e incluso con anillo de
coviñas. También aquí se pueden identificar varias líneas de largo recorrido, pero llama
la atención una, de unos 6 m. de largo, que recorre longitudinalmente el panel
enlazando varias combinaciones circulares y en su transcurso superponiéndose sobre sus
anillos. La similitud con la larga línea que acabamos de examinar en a Pedra da Moura
del Monte Maúxo o con las Tipo A de Socastro es tan evidente que no puede admitir
muchas dudas.
111
Fig. 52.- Perfiles del panel nº. 1 de A Pedra da Moura (Coruxo, Vigo).
113
Fig. 53.- Tabla de superposiciones de la gran línea longitudinal sobre combinaciones circulares en A
Pedra da Moura (Coruxo, Vigo).
Sin salir del Monte Maúxo aún podemos estudiar dos estaciones más donde las líneas se
han erigido en protagonistas indiscutibles. Una de ellas es la de la Valgada da Fonte do Sapo
1 (Saiáns, Vigo)130. Esta estación (coordenadas: 517.876 - 4.668.556) se localiza emplazada en
una terraza de una ligera vertiente desde la que se domina una de las chans superiores de la
serranía (Figs. 54 y55; fig. 100. nº. 5, pgn. 208; fig. 112, nº . 2, pgn 227; pgn. 231).
Se trata de una roca de tipo laja (fig. 54) de 3.5 m. por 5, 9 m. levemente inclinada
hacia poniente con una superficie entre plana y suavemente ondulada y donde es posible
observar una zona mamilar en la cual se localizan los círculos nº. 1 y nº. 2 (fig. 55). En realidad
lo que vemos en la actualidad es lo que todavía no se ha cubierto por la capa vegetal, pues sin
lugar a dudas, el roquedo es de mucha mayor extensión. En este panel se observa la existencia
de siete combinaciones circulares, varias coviñas, alguna figura atípica, y dos líneas de trazado
doble y de largas ondulaciones que recorren la superficie de la roca longitudinal (nº. 12) y
transversalmente (nº. 11).
130
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:166; lam. 33);
Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2009/12/22/a-valgada-da-fonte-do-sapo-i/)
114
40/1-2. Esta doble línea comienza en la zona alta del panel y concluye en el interior del
círculo nº. 2 sobre cuyos anillos de superpone (Fig. 55). Pero en su desarrollo aún
apreciamos que su ramal izquierdo se superpone al anillo exterior del círculo nº. 3 y
ambos alteran la configuración de parte del círculo nº. 2. Es importante indicar que el
círculo nº. 4 a diferencia de los demás círculos, parece ser sin embargo un añadido
posterior a la doble línea, pues incluso parece superponerse sobre sus ramales. La línea
nº. 11 es de desarrollo transversal, también de doble configuración, de 2,8 m. de
longitud, una anchura máxima de 12-14 cms. y de secciones variables. Así vemos su
comienzo en el interior del círculo nº. 2 al cual se superpone y sobre cuyos anillos
alcanza los 50/7 de surco (Fig. 55), para a continuación ir perdiendo vigor, pasando a
50/4 en la zona media, y en el último tercio concluir sobre los 40/3.
Fig. 55.- Detalle del sector NO. de A Fonte do Sapo 1 visto desde el O.
131
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:166;lam. 32) y Costas Goberna, F. J.; Domínguez
Pérez, M. y Rodríguez Sobral, J. M. (1991:123; fig. 32);
Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2010/02/08/tomada-do-mauzo-pequeno-chan-grande/).
116
pequeño trazo el círculo nº. 24 de 13 cms. de diámetro, con un surco de 40/4 de aspecto
rugoso. Al SO. de la línea nº. 22, entre ésta y el borde de la roca hay varias figuras de
labrado muy superficial como el nº. 23, un círculo de 20 cms. de diámetro. El círculo nº.
24 es una pequeña unidad de 10 cms. por 12 cms. con un anillo de 45/6 dotado de un
pequeño surco de salida que concluye en el extremo N. de la citada concavidad de este
sector. Igual comportamiento lo encontramos en el círculo nº. 26, de 11 cms. de
diámetro, con un anillo de 40/5 y un surco de salida de 38 cms. de longitud y una
sección de 40/4. La figura nº. 27 alude a una línea de 1,10 m. de longitud que partiendo
tangencialmente del anillo externo del círculo nº 18, lleva un trazado hacia el SE. y al
cual se adhieren otros trazos, de entre los cuales cabe destacar el círculo nº. 28, de
pequeño tamaño, de 10 cms. de diámetro, conectado mediante un trazo a la citada línea.
La figura nº. 29 es una combinación circular de 31 cms. por 32 cms., con un surco de
35/2 y grabado en una ligera concavidad de la superficie de la roca. El diseño nº. 30 es
una compleja figura de aproximadamente 1,8 m. de longitud desarrollado a favor de la
pendiente, y la cual comienza en una especie de figura ovalada en la parte superior y se
continúa con un cuerpo lineal ondulante acabado en una coviña al que se adhieren
numerosos trazos curvos cerrados; su sección oscila entre 35/3 y 40/3. Paralelamente a
ésta y con una tipología parecida encontramos la figura nº. 31, de 1,4 m. de longitud,
aunque al igual que la nº. 22 se resuelve parcialmente en un doble ramal, con sección de
35/5, y a la que se le asocian otros trazos curvos, largos o cerrados. La figura nº. 32
constituye los restos de una combinación circular que parcialmente rodeaban un mamilo
discreto. El diseño, constituye sin lugar a dudas el cuerpo de un cuadrúpedo de 30 cms.
por 15 cms. sobre cuyos cuartos delanteros se superpuso una línea curva transversal. Por
debajo de este trazo, encontramos aún una línea nº. 34.
La primera impresión que surge ante el plano de este panel es la sensación de
horror vacui. Y en efecto, la idea de conjunto abigarrado quizás haya sido la imagen
percibida por los últimos artistas que aquí trabajaron. Sin embargo, este mismo estímulo
sensorial no es ninguna novedad, pudiéndose percibir en otros muchos petroglifos de
combinaciones circulares. No obstante, lo que diferencia a este panel de otros también
profusamente grabados como por ejemplo los ya vistos de As Requeixadas 1.1 (fig. 32,
pgn. 73) o el de Chan do Rapadouro (fig. 38, pgn. 80), es que en estos últimos las líneas
o no constan, o tienen un escaso protagonismo, y cuando se identifican, generalmente
aparecen como parte sustancial de las combinaciones circulares (los conocidos surcos
de salida).
En A Coutada Pequena volvemos a encontrar el tema de la ocupación mamilar,
aunque aplicada a turgencias discretas o vagas (véase Cap. 3). Lo que modifica en este
caso nuestra apreciación sobre el tema, es que esta ocupación mamilar afecta
prioritariamente a los círculos nº. 1 y nº 2, que curiosamente son los más destacados a
simple vista, y además se encuentran en el lugar más prominente de la roca, aunque éste
sea poco relevante. A ello cabría añadir que el nº. 1, con una ocupación mamilar
discreta, es asimismo el de mayor tamaño. Esta mayor inversión de tallado de
combinaciones circulares emplazadas en mamilos, y a veces las de mayor tamaño del
panel, a diferencia de otras que le acompañan, no es para nosotros tampoco una
novedad, y posiblemente cuente con algún tipo de explicación.
Al igual que ocurría en A Chan do Preguntadouro, se aprecia la existencia de
varias combinaciones circulares de tamaño mediano y grande rodeadas de un modo
121
periférico por gran cantidad de pequeños círculos. Esta disposición tampoco es casual y
obedece a una inercia artística bien definida, que hemos denominado jerarquización
gráfica, y la cual estudiaremos más detalladamente en un capítulo posterior (infra, Cap.
6, pgn. 135). Esta tendencia implica una especie de evolución morfológica degenerativa
y disolutiva del mundo de las combinaciones circulares, extendida en un lapso
cronológico que aún está por determinar.
Otro dato que apoya este enriquecimiento gráfico progresivo del panel, y
estrechamente relacionado con la jerarquización gráfica son los círculos adosados a las
combinaciones circulares nº. 1 y nº. 2. Se trata de pequeñas unidades circulares o
semicirculares levemente talladas que contrastan ostensiblemente por defecto con la
perfecta visibilidad de los círculos mayores.
No obstante, las verdaderas protagonistas de este panel son las múltiples
figuraciones de líneas. Encontramos también una variada tipología que pasamos a
sistematizar contrastándolas con las categorías enunciadas al estudiar el petroglifo de
Socastro.
Destaca de entre todas ellas la extensa línea nº. 22, de trazado parcialmente
doble. Esta línea tiene sus paralelos más directos en la citada estación más arriba
estudiada de A Fonte do Sapo, donde al igual que allí, su origen (o quizás remate, en el
caso de la línea nº. 11, de A Fonte do Sapo) se produce en el interior de una
combinación circular preexistente. Esta intencionalidad habrá de ser valorada
adecuadamente, pues si bien remite a indudables añadidos posteriores, también es cierto
que usan motivos antiguos, previamente grabados. Decimos que estas líneas se
aprovechan de la presencia de figuras circulares anteriores, pero tenemos la impresión
de que tal gesto se practicó secundariamente, pues por lo común respecto de estas líneas
del Tipo A, (y también de las del Tipo B), se entrevé una cierta tendencia a constituir
motivos con vida propia, como lo delatan los diseños nº. 30 y 31, pero también es
posible deducirlo de las líneas de A Fonte do Sapo 1: podrán comenzar o acabar en el
interior de una combinación circular, a la cual se superponen, pero lo suyo es discurrir
por la superficie de la roca, generalmente a favor de la pendiente y describiendo un
trazado muchas veces ondulante. Creemos que en realidad se sirven de los motivos
antiguos con alguna intencionalidad significativa. Estas líneas son del todo
paralelizables con las Tipo A de Socastro. En A Coutada Pequena a este grupo quizás
podamos adherir la línea nº. 7, y el haz de líneas nº. 14, aún a pesar de su exigüidad.
En relación con estas líneas, hay no obstante varias circunstancias que habrán de
ser analizadas más detenidamente. En efecto, hemos observado que desde las líneas
matrices parten nuevos ramales, los cuales pueden concluir en los bordes de la roca,
hecho que ya hemos documentado repetidamente en referencia a los surcos de salida de
las combinaciones circulares, y que interpretamos como un deseo de vincular la
significación del motivo con alguna realidad existente en el exterior de la roca,
posiblemente el medio natural circundante, o la Naturaleza en general. Otro ejemplo
tendremos ocasión de examinarlo en el panel nº. 7 de O Preguntadouro (fig. 75, pgn.
160). Pero además en A Coutada Pequena observamos que algunas combinaciones
circulares se asocian a estas líneas mediante adosamiento (círculo nº. 5, y pequeño
círculo asociado al nº. 2), o bien mediante pequeños trazos a estas mismas líneas
(círculos nº. 10, 24 y 28), al tiempo que otras lo hacen análogamente a los márgenes de
la roca o a accidentes que conducen al exterior (círculos nº 9, 25 y 26). Queda claro que
122
hay una relación significativa básica entre todas estas variables gráficas, cuya principal
idea común parece ser la de ligar a los grabados realizados sobre la roca con su exterior,
y donde las líneas son tenidas como conductores idóneos de esta idea (líneas Tipo E de
Socastro).
Aunque podríamos traer un elevado número de ejemplos de líneas Tipo A de
Socastro en los que estos motivos se superponen a combinaciones circulares, también es
cierto que hay casos claros de asociación entre círculos y líneas, tal como lo han dejado
probado los ejemplos citados en la Fonte do Sapo 1 (motivo nº. 4 con la línea nº. 12), y
ahora en A Coutada Pequena el caso de la combinación circular nº. 5 respecto a la línea
nº. 7. Este hecho permite pensar que las líneas son de algún modo coetáneas con las
combinaciones circulares, lo cual eventualmente parecen confirmar los casos de
asociaciones detectadas. No obstante, es posible que, dada la aparente independencia
gráfica demostrada por la insculturación de las líneas, éstas constituyan una tradición
quizás distinta, e incluso surgida más tarde cuando ya se había echado a andar hacía
tiempo el mundo de las combinaciones circulares, lo cual explica que se superpongan
intencionadamente.
En este panel vemos casos de combinaciones circulares asociadas entre sí por
líneas vinculantes paralelizables por lo tanto con las Tipo D de Socastro. Responden a
este tema los casos detectados entre los círculos nº. 1 y nº. 2 y entre los nº. 15 y 18, por
señalar los más claros. Del mismo modo que un círculo se puede asociar mediante un
trazo a una línea preexistente, estas vinculaciones posiblemente sean también realizadas
con posterioridad al tallado de ambos motivos. Así induce a pensarlo la circunstancia de
que el trazo que relaciona los motivos nº. 1 nº. 2 sea de sección muy tenue, en contraste
con las de los motivos ligados. Respecto al otro caso señalado, cabe resaltar que esa
línea vinculante además de pasar sobrepuestamente sobre los trazos curvos asociados
con el círculo nº. 16, fue excavado en ambos remates dentro de los anillos externos de
aquellos círculos lo cual sugiere pensar en una adición diacrónica. En breve nos
ocuparemos de esta particularidad (véase apartado 5.2.3, pgn. 123). Quede ahora
constancia de que hay pruebas fundadas para dudar que dos o más combinaciones
circulares asociadas mediante líneas integren necesariamente una asociación primaria,
es decir, que hayan sido concebidas y asociadas de ese modo.
Un tipo de líneas de configuración especial nos la representan las figuras nº. 30 y
31. A pesar de su complejidad formal no es muy difícil entrever una disposición linear,
de trazado largo, y desarrollo ondulante, y donde se ven también ramificaciones. El
parecido con las líneas de Tipo A de Socastro es indiscutible, muy emparentadas con las
de A Fonte do Sapo 1, y la nº. 22 de A Coutada Pequena, de desarrollo longitudinal
múltiple e incluso la nº. 30 finaliza en una coviña al igual que la nº. 22.
En consecuencia estimamos que el aspecto final del petroglifo de A Coutada
Pequena fue la consecuencia de una dilatada práctica rupestre, cuyos motivos más
antiguos comenzaron por ser combinaciones circulares, y una posterior donde se
grabaron multitud de líneas de diversa índole, al tiempo, que probablemente tampoco se
perdiese la tradición de realizar círculos. De hecho algunas de estas líneas parecen ser
elementos constitutivos de los círculos que complementan, como pueden ser los surcos
de salida de los círculos 8, 9, 25 y 26 (Tipo E de Socastro), o las que ligan círculos con
líneas como los nº. 10, 24, 27, 28. Sin embargo, vinculaciones como las que afectan a
los círculos nº. 1 y 2 o nº. 15 y 18, (Tipo D de Socastro) suscitan fundadas dudas por las
123
132
Costas Goberna, F. J. (1984:126 y 158).
124
nº. 5, 12 y 13 son apenas perceptibles, no superando las secciones de los anillos los 35-
40/1-2. En el extremo NE. del panel vemos los círculos nº. 1 a nº. 7, todos ellos de
pequeño tamaño, siendo el mayor el nº. 3, de 26 cms. de diámetro. Muy curiosa es la
situación de los círculos nº. 1, 2 y 7, grabados en el borde mismo de la roca, pero no en
mamilos. De entre ellos destaca el citado nº. 3, por su factura más cuidada. En líneas
generales, los círculos de este sector, del nº. 1 al nº. 7 poseen unos surcos de sección
muy tenue con predominio de 35/2.
Fig. 59.- Detalle del sector NE. del Outeiro do Castro 1 (Coruxo, Vigo).
Del plano se deduce también que se producen no pocas asociaciones. Vemos por
una parte los círculos nº. 1 y nº. 2, y por otra los nº. 8 y 9 respectivamente asociados por
adosamiento. También destaca la breve línea que liga al círculo nº. 9 con una diaclasa.
Pero lo más característico de este petroglifo son las asociaciones mediante líneas que
ligan a varios círculos (Fig. 57):
- La línea a mide 42 cms. de longitud y ofrece una sección variable
alcanzando 50/5 y relacionando los círculos nº. 1 y nº. 3. Comienza en el anillo
exterior del círculo nº. 1, en cuyo interior fue excavado, y tras un discurrir
rectilíneo adopta una forma curva como para eludir la presencia del círculo nº. 3,
pero acaba por presentar su remate excavado sobre el anillo exterior de este
mismo círculo.
126
133
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:142 y 222).
127
cual penetra dentro del círculo nº. 2, y parece que fue excavada sobre una línea terminal
de uno de los compartimentos del círculo nº. 1. De hecho el contraste de profundidades
de esta línea con los respectivos anillos de los círculos nº. 1 y nº. 2 es muy acusado (Fig.
60).
Fig. 60.- Plano y perfiles del panel nº.1 de O Currelo 1 (Priegue, Nigrán).
El círculo nº. 3 mide 25cms. por 26 cms. de diámetro, y fue grabado adaptándose
escrupulosamente a un leve mamilo de 4 cms. de altura. Parece que buscaba su
asociación por adosamiento al círculo nº. 1.
El círculo nº. 4 mide 20 cms. de diámetro perteciendo a la clase de los
policupulares, relleno de pequeñas coviñas del tipo 25-30/1-2. De él parte una línea de
44 cms. de longitud (nº. 8) con intención de ligarlo a los compartimentos del círculo nº.
1, pero no obstante no llega a existir contacto. Se observa asimismo una insculturación
más profunda de este trazo tanto respecto de los compartimentos del círculo nº. 1 (a los
que, recordemos, no llega a tocar), como del círculo nº. 2, a cuyo anillo se superpone, e
incluso penetra en su interior ligeramente.
Vemos asimismo un pequeño grupo de coviñas (nº. 9) cercano al círculo nº. 1,
pero grabadas en una especie de concavidad, y en un punto de incómodo trabajo. Queda
128
por último mencionar, el círculo nº. 5 que aparece muy desplazado hacia el N. de este
grupo meridonal de insculturas, y que se clasifica como policupular.
134
Fernández Pintos, J. (2013:41).
129
labra de los círculos mediante líneas trazadas a ese efecto, tal como parece sugerir el
fuerte contraste en la elaboración de las citadas líneas respecto de los círculos asociados.
conociesen el significado preciso de cada elemento y global del conjunto, pues según
sugieren estos autores, dada la diferente composición de cada petroglifo no sería raro
que cada uno de ellos contasen historias distintas.
Sin embargo, un análisis pormenorizado de las cualidades de los surcos y
anillos, tal como hemos realizado en las páginas anteriores, nos ofrece una imagen muy
distinta. Las líneas cuando son muy largas suelen recorrer el panel deslizándose por
entre las figuras, a veces evitándolas y otras veces superponiéndose. Estas
superposiciones, cuando son verificables, suelen detectarse en los respectivos extremos
de las líneas, al iniciarse o rematar sobre los anillos de combinaciones circulares, pero
tampoco faltan casos de su trazado sobre los cuerpos de los mismos círculos en su
discurrir sobre el panel. Frecuentemente fueron grabadas con una técnica distinta, aún
apreciable en la actualidad, y visible en el contraste de los perfiles de los surcos, lo cual
motiva suponer que estamos ante un añadido posterior. De hecho no vemos otra
explicación coherente para entender cómo en un mismo panel, por ejemplo en Outeiro
do Castro, sistemáticamente sean las líneas las que repetidamente se superponen. Pero
incluso en ocasiones obvios surco de salida, comunes a muchas combinaciones
circulares, en realidad comienzan en las proximidades del anillo externo, pero no a
partir de él o desde su centro.
Toda esta información nos lleva a considerar que en numerosos petroglifos es
posible hablar de una clara manipulación sintáctica de motivos que en origen fueron
grabados aisladamente unos junto a otros pero no vinculados gráficamente, los cuales
son asociados con posterioridad a su ejecución a través de líneas. Tratar de rebatir esta
afirmación tomando por irrelevantes los datos desprendidos de la observación tanto de
la diferencia técnica, como de las superposiciones, es una postura muy cómoda, muy
poco comprometida, pero insuficiente. En el próximo capítulo veremos cómo en ciertos
petroglifos las asociaciones mediante líneas responden también a una jerarquización
gráfica, asimismo consecuencia de la adición sucesiva de grabados a un mismo panel.
De todos modos, la realidad de las líneas como medio de manipulación
sintáctica no excluye que la insculturación de círculos también llevase implícita en
ocasiones, muy frecuentemente, el empleo de líneas. Son los conocidos como surcos de
salida que pueden nacer en la coviña central, o en el anillo exterior, ser largos o cortos,
ondulantes, rectos o curvos, concluir sobre la superficie de la roca, en otra combinación
circular, en una pequeña coviña, en una diaclasa o en el borde mismo de la cara de la
roca, y en su trayecto a través del círculo sus anillos se interrumpen para permitir su
paso. Es por ello, que evidentemente la insculturación de combinaciones circulares
conllevaba ya en su bagaje iconográfico líneas en forma de surcos de salida. Es también
perfectamente comprensible y viable concebir igualmente asociaciones entre
combinaciones circulares a través de líneas.
No obstante, paralelamente y sin olvidar lo indicado en el párrafo anterior, es
totalmente cierto que en muchos petroglifos a estos grabados de combinaciones
circulares originalmente inconexos se le añadieron con posterioridad líneas para
asociarlos entre sí. También es verídico que en no pocas ocasiones las mismas líneas
eran ya de por sí petroglifos de significado autónomo (Líneas de Tipo A de Socastro).
Estas certidumbres son las que obligan a estudiar con mucho detalle tanto los surcos de
salida como las asociaciones mediante trazos entre combinaciones circulares. En efecto,
no sólo sabemos de casos como el de la figura nº. 12 de Socastro, donde la línea
131
adyacente parece ser un añadido posterior, sino incluso ejemplos donde el surco de
salida presenta una relevancia mucho más destacada que los anillos del círculo del que
parte, como sucede en Pornedo 1 (fig. 137, pgn. 256). En estos últimos supuestos podría
tratarse tanto de adiciones como de reavivados realizados con posterioridad; pero si
admitimos ambas circunstancias, habremos de hacer constar también el gran valor
concedido a la grabación únicamente de líneas, a la manifiesta intencionalidad de
resaltar la importancia de los surcos de salida en detrimento de los anillos de los
círculos. De todos modos tampoco conviene ignorar la importancia otorgada a la
insculturación de aquellos surcos de salida para cuyo trazado se interrumpió el
desarrollo de los anillos prestándole un paso libre135. En resumen, si ya las líneas
formaban parte de la iconografía de las combinaciones circulares, eran tenidas en
ocasiones como un componente de especial significación. No obstante, parece ser que el
trazado de rayas pervivió a las combinaciones circulares tal cómo parecen atestiguarlo,
la existencia autónoma de las líneas de Tipo A de Socastro, y las adiciones y
superposiciones, motivos más frecuentes de lo que se pudiera pensar a simple vista.
En realidad, los petroglifos de líneas son para nosotros unos viejos conocidos.
Sobre ellos habíamos hecho hace tiempo una somera alusión136, pero quedaban por
sistematizar, y de hecho, los presentes párrafos no dejan de suponer sino un segundo
abordaje sobre este tema, con intención esclarecedora, pero aún de un modo
introductorio. En realidad nuestra pretensión por ahora es su identificación y deslinde
del ciclo de las combinaciones circulares, pero en relación con éstas. En efecto, de los
párrafos precedentes se deduce fácilmente la existencia de una tradición artística
caracterizada por el trazado de líneas con valor propio; pero asimismo, con bastante
asiduidad muchas se subordinan parcialmente a combinaciones circulares antiguas, o
por lo menos no se puede demostrar su mutua extemporaneidad. De igual forma hemos
visto cómo algunas de estas líneas experimentan asociaciones pasivas pero directas con
combinaciones circulares (en forma de adosamiento como sucede por ejemplo en la fig.
5 de A Coutada Pequena o en la fig. 4 de A Valgada da Fonte do Sapo), queda claro,
que de constituir una etapa o una tradición artística ésta sería de algún modo
contemporánea de las combinaciones circulares, pero probablemente solapada
tardíamente sobre su desarrollo.
En consecuencia, debe admitirse una incorporación de las líneas en la
iconografía propia de las combinaciones circulares, quizás desde un momento
temprano o desde sus orígenes, y ya como un rasgo de suma importancia en su
plasmación iconográfica. A pesar de abundar los petroglifos donde varias
combinaciones circulares constan sin asociarse, no por ello debemos descartar tampoco
el empleo de trazos para asociarlas entre sí, y tal vez fuese éste una conducta frecuente.
Pero aún aceptando esta posibilidad, ello no conlleva necesariamente la sincronicidad
ni la unitariedad compositiva de todas las combinaciones circulares afectadas por la
vinculación de una línea. Del mismo modo que en petroglifos como A Chan do
Rapadouro (fig. 32, pgn. 73) o As Requeixadas 1.1 (fig. 38, pgn. 80) los paneles son el
resultado final de sucesivas adiciones, y nada obliga a considerar que no suceda lo
mismo cuando los motivos se vinculan con trazos como podemos ver en las figs. 13,
14 y 15 de Socastro 1.2. (fig. 44, pgn. 100).
135
Fernández Pintos, J. (1989:121-122).
136
Fernández Pintos, J. (1993b:123, fig. 1-6).
132
6
LA DINÁMICA EVOLUTIVA DE LOS PETROGLIFOS DE
COMBINACIONES CIRCULARES: LA JERARQUIZACIÓN
GRÁFICA.
Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén)137. Esta referencia se hacía ya en base a
datos sólidos como eran la idea de concurrencia y emulación, las asociaciones
secundarias, las enmiendas y añadidos de ciertos motivos, así como la observación de
que cierta tipología de círculos, concretamente los policupulares presentaban la acusada
tendencia a aparecer repetidamente en los paneles en posición periférica respecto a los
círculos multinaulares.
Estos datos fueron extraídos del estudio de una sóla estación, por lo que su
capacidad predictiva debería reservarse hasta que no se comprobase en otras estaciones.
A este cometido se dedica el presente capítulo. El análisis del petroglifo de Laxielas en
el Monte Maúxo nos va a poner en contacto con una realidad artística de profundas
consecuencias para el Arte Rupestre Gallego. De momento seguiremos sin saber ni
cómo surgieron ni porqué desaparecieron las combinaciones circulares, pero si
contamos con información que nos permitirá hacernos una idea de qué conducta se
siguió en las sucesivas insculturaciones de círculos y en el uso del panel, todo ello
dentro del mismo ciclo artístico.
137
Fernández Pintos, J. (2013:41-44 y 109).
138
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:168, fig. 35); Prado, A. (s/f:). En estos trabajos
figura como Leixeade I, combinado con paneles incluso con equipos de molienda rupestre que se
encuentran en las proximidades (véase supra Fig. 11).
137
hace como especie de frontera entre la dispersión de los equipos de molienda rupestres y
los petroglifos de combinaciones circulares en este área (veáse supra fig. 10, pgn. 28):
hacia el E. se sitúan los conocidos paneles de Fragoselo. El petroglifo se localiza en el
borde de una amplia terraza próximo a la pronunciada garganta por donde baja la
corriente de agua llamada Río da Rega. Al otro lado de esta garganta hacia el NE.
encontramos el petroglifo de O Pontón, donde conviven círculos, líneas y equipos de
molienda rupestres139.
El petroglifo de Laxielas consta de un sólo panel grabado en una roca baja de
granito de grano grueso en forma de vago lomo de ballena, de 1,9 m. por 1,5 m.
sobresaliendo del suelo unos 40 cms. En el punto más alto que es por el S. La roca se
encuentra fragmentada por labores de cantería a lo largo de todo el margen SO., aunque
no obstante, creemos que esta circunstancia no ha afectado sustancialmente a la
configuración de los grabados. Como se puede observar por el perfil del plano adjunto,
la roca presenta un máximo y ligero abombamiento en la mitad SO. del panel para hacia
el NO. descender en ligera pendiente. Transversalmente también se aprecia esta
curvatura pero es mucho más moderada y prácticamente despreciable. A pesar de estas
curvaturas, la superficie se presenta bastante lisa, por lo que ninguna de las figuras
circulares allí grabadas presentan ocupación mamilar.
En la zona central del panel destaca una combinación circular (nª. 1) de 46 por
43 cms., de cuatro anillos, con secciones de hasta 45/5 y coviña central de 60/8. Por su
parte inferior encontramos un pequeño círculo simple (nº. 2) de 15 cms. de diámetro con
coviña central de 50/8 y sección anillo de 45/4. Este pequeño círculo se encuentra
profundamente excavado, y además claramente superpuesto al anillo exterior del círculo
nº. 1. Siguiendo el sentido contrario a las agujas del reloj, vemos la figura nº. 1, una
combinación circular de 27 cms. por 31 cms. cuyo anillo externo está vigorosamente
grabado (50/5), pero no tanto los más interno, apenas perceptibles (coviña central de
30/1), y que además se encuentra asociada a la nº. 1 mediante un trazo corto. Sobre esta
combinación circular figura superpuesta un coviña ovalada de 70,100/9 con una especie
de pequeño surco de salida que trata de comunicar con la coviña central del círculo.
Siguiendo hacia el N. encontramos otro círculo simple con coviña central (nº. 4) de 28
cm. por 22 cms. y un sección de anillo de 60/5. Entre esta unidad y la nº. 5 se dispone
un conjunto de varias coviñas con medidas en torno a los 60/10 y 55,70/17, y constando
una de ellas asociada a la combinación circular central nº. 1 a través de un pequeño
trazo. Estas coviñas están parcialmente grabadas por donde debían discurrir los anillos
del círculo nº. 5. Este círculo mide 22 cms. de diámetro, y parece tratarse de una
combinación circular inacabada, o deficientemente realizada. Por la parte superior del
círculo nº. 1 está el círculo nº. 6, figura de 26 cms. de diámetro con una coviña central
de 55/4 y un anillo exterior más ancho, maximo de 50/3. Sobre este círculo consta la
superposición de una coviña de 45/4. Por el SO. del círculo nº. 1 vemos una gran coviña
de 120/22 (nº. 7) enlazada con un trazo curvo a aquella combinación circular con
sección de 45/5, que penetra dentro de sus anillos externos superponiéndose. Junto a
aquella gran coviña vemos otra más pequeña de 55/10, y alejadas de éstas hacia el E.,
aún otra de 45/8. Más allá de la figura nº. 4, hacia el N. constan algunos trazos informes
muy tenues (60/7) que no definen una figura concreta.
139
Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:169, fig. 36); Prado, A. (s/f:)
138
El panel nº. 1 del Río Angueira (Teo)142 es otro ejemplo muy interesante, si
bien en esta ocasión las combinaciones circulares no se disponen separadas las unas de
las otras sobre la superficie de la roca, sino todas acumuladas en un pequeño sector
asociadas por contacto (Figs. 67 y 68). Este petroglifo fue realizado en una gran roca de
tipo lomo de ballena de 5 m. x 5 m., de aspecto irregular. El panel, sin embargo, mide
tan sólo 1,5 m. x 0,9 m., habiendo sido utilizado para su insculturación el único plano
regular y de mejor aspecto de la roca, incluso ligeramente cóncavo. Los grabados, un
total de ocho combinaciones circulares se agolpan en esta reducida área asociándose
bien por contacto, por adosamiento o mediante cortas líneas. De todas ellas destaca el
gran círculo 60 cms. de diámetro, el más grande, el mejor realizado, y con mucha
diferencia el más visible, con secciones para los anillos de 40/5, 45/5 y 50/5. Los demás
motivos se agolpan en torno a este diseño visualmente dominante. Estos restantes
142
Acuña Castroviejo F. (1969); Peña Santos, A. (2005:60); Fábregas Valcarce, R., Peña Santos, A. y
Rodríguez Rellán, C. (2011:figs. 4 y 5).
142
círculos son apenas perceptibles, con secciones que en el mejor de los casos apenas
alcanza los 45/3-4, siendo más frecuentes las del tipo 30-35/1-2.
Un dato a destacar es la curiosa ubicación de esos dos círculos en los espacios
definidos por el anillo externo del círculo grande con su surco de salida. Estos dos
motivos, que dan la impresión de un diseño “oculado” en realidad no dejan de ser meras
combinaciones circulares que en el deseo de asociarlas al círculo dominante, no se dudó
en hacerles perder parte de su entidad circular. Sin embargo la asociación, no solamente
se produce con la gran combinación circular, sino también, con su surco de salida. Es
esta una información que no debemos despreciar cara a estudios iconográficos futuros.
En este petroglifo se aprecia perfectamente lo que ya hemos comentado más
atrás en relación con el agolpamiento de motivos en una misma roca o en un sector muy
concreto de una gran superficie, en detrimento de piedras cercanas o del restante lienzo
pétreo si se trata de rocas amplias. En ocasiones se ha recurrido al concepto de horror
vacui para definir este tipo de presentaciones iconográficas. De hecho, y tal como se
expresa explícitamente en algunos trabajos, esta acumulación de círculos conectados
con trazos y asociados no representa sino un programa iconográfico previa e
intencionadamente planificado en el que cada unidad desempeña un papel bien definido,
solamente conocido por algunas personas iniciadas.
Fig. 68.- Fotografía del Río Angueira 2 (Teo), tomada desde el NO.
Sin embargo, muy probablemente, a juzgar por los datos ahora expuestos, y
tomando la óptica de la jerarquización gráfica, en este tipo de petroglifos, se debe
considerar un motivo inicial al cual por distintos medios gráficos se le asocian nuevos
motivos semejantes, alcanzándose así un imagen abigarrada pero de componentes
relativamente diacrónicos.
143
Fig. 69.- Plano y perfiles del panel nº. 1 de Castro Loureiro (Barro).
144
Fig. 70.- Plano y perfil del panel nº. 4 de Castro Loureiro (Barro).
Esta circunstancia se aprecia con bastante claridad en Castro Loureiro (Portela,
143
Barro) . Esta estación compuesta por varias rocas insculturadas se localiza en la ladera
de una pequeña elevación rocosa (fig. 112, nº. 5, pgn. 225; pgn. 229). De todos ellos
solamente nos interesan los paneles nº. 1 (Fig. 69) y nº. 4 (Fig. 70).
El panel nº. 1 está integrado por una combinación circular de 62 cms. de
diámetro de la que parten tres líneas, una de las cuales concluye en un pequeño círculo
mientras las otras dos rematan en una diaclasa. A una de las líneas se le adosa un
143
http://jlgalovart.blogspot.com.es/2010/01/los-petroglifos-de-barro-i-castro.html
145
semicírculo apenas esbozado, a otra se le superpone una coviña, a la vez que su remate
en una diaclasa coincide con el surco de salida de una combinación circular de menor
tamaño.
La roca donde fue grabado este petroglifo es un gran peñasco que corona la
cumbre del outeiriño, siendo la roca más grande. Tiene forma redondeada, midiendo 2
m. por 4,3 m. y 1,4 m. por el NO. Los grabados no presentan la misma factura. El
círculo mayor ocupa la coronilla del peñasco y fue grabado con un tallado inusualmente
vigoroso. Es también bien visible el círculo situado hacia el O., mientras los otros
círculos cuesta identificarlos, así como algunas de las líneas. Se observa además que al
círculo de mayor tamaño se le intentó añadir un nuevo anillo externo que quedó
incloncluso, y escasamente excavado. Algo parecido afecta también al círculo
meridional.
Estos tres círculos en lo básico se aprecian bien a simple vista. Sin embargo, el
mayor está en el área más alta de la roca. Es un esquema iconográfico del todo
semejante al que ya vimos al estudiar el panel de O Currelo 1.1. (pgns. 126 y ss.).
Además en este petroglifo queremos llamar la atención sobre su ubicación, en peñasco
ubicado ya en un lugar prominente del paisaje, y por lo tanto visible desde lejos.
El panel nº. 4, está a media ladera de la elevación en una roca baja (fig. 70).
Mide 1,2 m. por 2,1 m. y 0,6 m, por el N., manifestando una ligera inclinación hacia el
SE. Podemos decir que a simple vista, más o menos todos los grabados poseen una
relevancia semejante. Al analizar la iconografía del panel se observa que en la parte
superior del plano inclinado, y en un lugar central fue grabada una combinación
circular, y en torno a ella otras combinaciones circulares de variada tipología. En el
extremo SE. consta un pequeño círculo del tipo policupular, que tal como se viene
apreciando repetidamente suelen ocupar posiciones marginales en los paneles donde
aparecen
6.3. LA JERARQUIZACIÓN GRÁFICA Y LA REACTUALIZACIÓN RITUAL.
En las páginas precedentes hemos examinado varios casos de paneles en los que
era factible apreciar una supuesta jerarquización gráfica: el centro del panel, o el área
más prominente de la superficie insculturada aparecen ocupadas por una combinación
circular de tamaño grande o mediano-grande, la cual está además profundamente
grabada (aunque tampoco es una norma general), lo que supone el que sea
perfectamente visible a simple vista, y rodeada por otras combinaciones circulares de
menor tamaño, a veces reducidas a su mínima expresión, y frecuentemente
insculturadas de un modo superficial.
Este tipo de jerarquización gráfica no afecta estrictamente a todos los paneles
rupestres de círculos, ni siquiera a su mayoría, sobre todo si los grabados se disponen en
grandes superficies. Sin embargo, ello no implica que no se produzca de otro modo, por
ejemplo, con círculos más pequeños acompañando lateralmente a uno más grande. La
casuística es un poco variada, por lo que al tratar de identificar esta presentación
iconográfica se debe proceder con cierta flexibilidad, pero tampoco sin faltar al rigor.
En muchos paneles la jerarquización gráfica es posible reconocerla en algún sector del
panel, pero tal característica no es aplicable a la totalidad del conjunto (fig. 71, pgn.
147). Incluso en algunos petroglifos se puede hablar de varios polos de atracción donde
ciertas combinaciones circulares independientemente entre sí se convirtieron en centro
para la grabación de más círculos.
146
Fig. 71.- Ejemplos de sectores de petroglifos donde se observa la jerarquización gráfica a distintas
escalas144: (1) Outeiro dos Cogoludos 1 (Moimenta, Campo Lameiro); (2) Laxe das Coutadas (Viascón,
Cotobade); (3) Pedra Redonda (Corredoira, Cotobade); (4) Laxe das Sombriñas (Tourón, Pontecaldelas).
En principio, esta conducta adherente supone el conocimiento de la existencia
de los grabados antiguos, la pertenencia a un mismo estrato cultural, y probablemente la
estancia en el lugar por el mismo motivo que llevó a grabar los primeros círculos. La
circunstancia de que en algunas estaciones, muy sobradas de rocas o superficies pétreas
144
Planos según A. de la Peña Santos y otros.
148
los motivos se agolpen en unos pocos metros cuadrados, nos permite entender la
importancia y profunda veneración que inspiraban los primeros grabados para aquellas
gentes. En próximas páginas veremos que muchos petroglifos fueron grabados en rocas
singulares, las cuales, por decirlo de algún modo, caracterizan el lugar con su
existencia, sin necesariamente ser muy sobresalientes, ni siquiera identificables a larga
distancia, siendo por lo tanto muy atractivas visualmente (infra, pgn. 247). En ese
proceso de adición continua de grabados, de corte probablemente ritual, se produjo tal
como sucede en cualquier ciclo artístico, una evolución, pero más bien de aspecto
degenerativo por ser inercial. No debemos olvidar que la jerarquización gráfica no deja
de ser una tendencia más del proceso de concurrencia y emulación, si bien en algunos
casos ha contribuido decisivamente junto con la adición de líneas a la complejización de
muchos paneles.
Fig. 72.- La gran combinación circular del Real Seco (Tebra, Tomiño)
145
Costas Goberna, F. J. (1989).
150
146
Peña Santos, A. (2005:50)-
151
6
5
4
1 B 7
A
3 8
2
9
10
11
Fig. 73.- Sector E. del panel central de As Abelaires (Aldán, Cangas do Morrazo)
Las demás combinaciones circulares de este panel (nº 5 a 11), están distribuidas
en torno a este conjunto central. Obsérvese la manifiesta marginalidad del círculo
policupular nº. 11, tal como venimos comprobando como norma en varios paneles. De
todos modos hemos de aclarar que en esta disposición periférica de los círculos 2 a 11,
respecto al nº. 1, no implica que el nº. 2 o el nº. 3 sean anteriores al nº 7, por ejemplo.
Simplemente aquellos se superponen al nº. 1. pero ello no implica su precedencia
respecto a los otros. Es más, si se nos pide una opinión personal, preferimos inclinarnos
por el nº. 7 como el siguiente al nº. 1, porque ambos responden a una iconografía
semejante, si bien, el nº. 1 ocupa una protuberancia, y el nº. 7 no, y dado que hemos
152
observado una evidente predilección por estos abultamientos, creemos que por lo
común, en un panel dado debieran considerarse como más antiguos aquellos que ocupan
mamilos.
En este sector de As Abelaires no se puede hablar estrictamente de
jerarquización gráfica desde el punto de vista puramente del diseño. Sin embargo, el
hecho de que el círculo que ocupa un mamilo sea previsiblemente el más antiguo del
panel, y al que se asocian los demás, le confiere además de precedencia en su factura,
una evidente importancia jerárquica. Esta preeminencia sin lugar a dudas es derivada de
presumiblemente haber sido el primer motivo de este sector del panel en ser grabado,
quizás, mejor, de todo el panel. Pero además a su relativa prelacía habría que sumar su
grabación ocupando un mamilo. Recordemos que estas ocupaciones mamilares, al
margen de su curiosa estética, encierran una significación concreta de la que de
momento poco podemos decir (pgn. 63 y ss.).
Fig. 74.- Sector E. del panel central de As Abelaires (Aldán, Cangas do Morrazo) visto desde el SO.
Obsérvese la profundidad del surco de salida “A” en contraste con la sección de los anillos de la
combinación circular. Ejemplo de reavivado o insculturación posterior.
En conclusión, aunque la noción de jerarquización gráfica la reservamos para
aquellos casos de petroglifos donde consta un motivo central más grande ocupando el
centro del panel o en un lugar preeminente de la superficie de la roca, existieron
también otras formas de reverenciar a los motivos precursores.
Este panel de As Abelaires, al igual que ocurría con el del Río Angueira, pone
sobre la mesa el tema de la significación de las combinaciones circulares. En estos
casos, ya no se trata de motivos independientes, sino claramente asociados por
adosamiento, que en apariencia parecen integrar con su abigarrada presencia una
153
7
PETROGLIFOS DE CÍRCULOS Y SUPERPOSICIÓN DE
COVIÑAS: ASIMILACIÓN Y REACTUALIZACIÓN RITUAL
se puede decir que comparten o coinciden en una misma superficie, pero no están
asociados.
7.1.2. La cuestión de los petroglifos de coviñas.
Pero la peor faceta de esta disoluta conducta metodológica es la acaecida
respecto a los petroglifos de coviñas. Cualquier investigador de Arte Rupestre Gallego
sabe que un poco por todas partes surgen petroglifos integrados únicamente por coviñas.
Pero las coviñas también participan en la composición de algunos motivos como las
combinaciones circulares (coviña/s central/es, agrupaciones de coviñas asociadas, etc.),
e incluso comparten paneles con éstas sin llegar a asociarse. Pero la sencillez de su
figuración ha hecho de ellas unas verdaderas desconocidas, con escasos estudios
monográficos, y sin embargo son el tipo de petroglifo más abundante. Sobre ellas gira el
estigma de los petroglifos de término, expresión acuñada hace ya años por J. Ferro
Couselo147, para el cual, de término, es decir, con carácter demarcatorio de
jurisdicciones y propiedades de épocas históricas, eran todos los petroglifos. Esta teoría,
prácticamente no fue aceptada por nadie, pues sobran argumentos para rechazarla en lo
que atañe a círculos, cuadrúpedos, armas, etc., pero de sus rescoldos no se salvaron los
petroglifos de coviñas.
Estas agrupaciones autónomas de coviñas cayeron en una cuarentena de la que
todavía no salieron a día de hoy para algunos autores. Un reciente ejemplo de esta
conducta es el manifestado por M. Santos en una síntesis sobre la cronología del Arte
Rupestre Gallego, de la que explícitamente declina su estudio, aún a sabiendas de la
gran magnitud de este fenómeno artístico, excusándose limpiamente en que son
“motivos demasiado sencillos”148. Sin embargo, se han hecho varias salvedades.
Algunos investigadores han observado que en las proximidades de túmulos funerarios
constan petroglifos de coviñas, lo cual les llevó a postular su funcionalidad como
elementos de construcción de un supuesto espacio funerario149. Sin embargo, este
planteamiento es muy vago, porque aún pudiendo remotamente ser cierta tal
especulación, deja de ser viable en el momento en qué interroguemos sobre la
cronología o cronologías de uso de los citados monumentos. Pero es que además no deja
de ser una subjetiva especulación, porque su vinculación con los túmulos se establece
simplemente a partir de su proximidad topográfica, olvidando que la inmensa mayoría
de petroglifos de coviñas no se pueden relacionar ni visualmente ni de ningún otro
modo con mámoas, ni tampoco con otro tipo de enterramientos, porque entre otras
razones, se desconoce la existencia de estos en sus proximidades. La tendencia a
asociar petroglifos o hallazgos descontextualizados con asentamientos o monumentos
próximos bien inscritos culturalmente es un recurso tan socorrido, estamos tan
acostumbrados a verlo, que hasta se hace difícil el considerarlo como absurdo, y sin
embargo no merece otra consideración. Siguen a V. Viloch investigadores como R.
Fábregas Valcarce y J. Suárez Otero considerando las coviñas como difundidas ya
durante el megalitismo, o incluso ligeramente anteriores (sic)150.
Tras la publicación de las tesis de J. Ferro Couselo, la postura que generalmente
se adoptó respecto a los petroglifos de coviñas la dejaron planteada años después J. M.
147
Ferro Couselo, J. (1952).
148
Santos Estévez, M. (2010; 222).
149
Viloch Vázquez, V. (1991:49 y ss.).
150
Fábregas Valcarce, R. y Suárez Otero, J. (1998:546).
158
151
Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:15-16).
152
Peña Santos, A. (1992:42); Pereira García, E.; Costas Goberna, F.J. e Hidalgo Cuñarro, J. M.
(1999:10).
153
Peña Santos, A. (1992).
154
Debemos tener sumo cuidado con la adscripción al mundo de las coviñas, de ciertos conjuntos
disformes de rebajes circulares y coviñas no especialmente profundas que aparecen en las rocas de
algunos castros, de los cuales somos muy escépticos, pues pudieron tener más que ver con un modo de
regularización o rebaje de superficies de rocas, o incluso realizarse en el curso de otro tipo de
circunstancias, que por desconocidas para nosotros, nada nos obliga a considerarlas seriamente.
155
Peña Santos, A. (1985).
156
Costas Goberna F. J. y Fernández Pintos, J. (1987).
157
Pereira García, E.; Costas Goberna, F.J. e Hidalgo Cuñarro, J. M. (1999:23, 28).
158
Peña Santos, A. (1987:178).
159
coviñas aparecen superpuestas sobre los anillos de aquéllas159, y este dato se ha podido
contrastar palmariamente con el estudio monográfico de paneles pertenecientes a las
estaciones de O Preguntadouro (Chandebrito, Nigrán)160, A Tomada dos Pedros
(Valadares, Vigo)161 y O Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén)162. Esta
información, que como ya hemos indicado era conocida hace tiempo, conjuntamente
con la constatación de la existencia de multitud de petroglifos compuestos únicamente
por coviñas, nos llevó a considerar una fase autónoma del Arte Rupestre Gallego, que
como mínimo se constata en época histórica antigua, al menos en torno a la
Romanización y la Tardoantigüedad, pero con raíces durante al menos la época
castrexa163.
Este capítulo está concretamente dedicado a la profundización del conocimiento
de los petroglifos de coviñas estudiando más casos de superposiciones sobre círculos,
con el objeto de que esta hipótesis quede asentada definitiva y sólidamente. Pero
además es nuestra intención indagar sobre la intencionalidad subyacente a estas
superposiciones. De todos modos, es necesario indicar que aún quedará pendiente la
realización de un amplio trabajo sobre los petroglifos de coviñas, en el cual se aborde su
problemática frontalmente y nos permita contar con un mayor bagaje de información.
En consecuencia, en este estudio nos limitaremos a dar algunas pinceladas sobre el
mundo de las coviñas, centrando únicamente nuestros esfuerzos sobre su relación con
las combinaciones circulares.
7.2. LA RELACIÓN GRÁFICA ENTRE PETROGLIFOS DE CÍRCULOS Y
COVIÑAS.
En este propósito partiremos del estudio inicial de un petroglifo del Monte
Maúxo, concretamente el nº. 7 de O Preguntadouro (Chandebrito, Nigrán)164, el cual
ya hemos abordado monográficamente en otra ocasión pero bajo la denominación de As
Chans do Rapadouro165, que era así como se conocía inicialmente este petroglifo en la
bibliografía especializada. El plano que presentamos en esta ocasión es también más
completo (Fig. 75 a 78), gracias a una limpieza realizada recientemente en el marco de
un proyecto de puesta en valor de los petroglifos de Chandebrito. De todos modos, en
este ya viejo trabajo de 2001 se anticipa toda la información que ahora manejaremos.
Se encuentra este petroglifo inscrito en un área de gran representación rupestre
(fig. 93, nº 11, pgn. 201), ubicado en un lugar elevado de la ruptura de pendiente de una
extensa chan, y caracterizado por la presencia de varias lajas, de las cuales la que nos
ocupa es la más emergente y la que caracteriza el sitio. En las inmediaciones constan
aún varios paneles más.
La roca insculturada mide 2,4 m. de anchura por 4,9 m. de longitud, de aspecto
subrectangular, ligeramente inclinada hacia el E., y de superficie ligeramente ondulada
y accidentada y elevada sobre el suelo entre los 30-40 cms. En esta roca se identifican
dos sectores, que en el fondo integran dos paneles, uno hacia el SO. muy nutrido de
159
Fernández Pintos, J. (1993:119).
160
Fernández Pintos, J. (2001).
161
Fernández Pintos, J. (2012:14-15).
162
Fernández Pintos, J. (2013:48).
163
Fernández Pintos, J. (1989).
164
Costas Goberna, F.J. (1985:85-86, lam. N5); C.E.M. (1997:71).
165
Fernández Pintos, J. (2001).
160
figuras, y otro en el extremo NE. donde consta una sencilla combinación circular de 31
cms. de diámetro instalada en una ligera protuberancia en el extremo de la roca. En esta
ocasión nuestro interés se centrará únicamente en los grabados del sector SO.
Constan en este área (fig. 76) cuatro o cinco combinaciones circulares, varias
líneas, y 10 coviñas. Estos grabados se emplazan en la zona más elevada y aplanada de
la roca, y más concretamente los círculos nº. 2 y 3 en un espacio redondeado y
ligeramente más elevado.
En realidad, estas dos combinaciones circulares fueron grabadas en los puntos
más prominentes de la superficie, en una especie de ligerísimos mamilos. Son además
las figuras más fácilmente identificables a simple vista, sobre todo la nº. 2, con
excepción de las coviñas. Nos encontramos por lo tanto ante las conductas descritas en
los capítulos 3 y 5, relativos a la tendencia a la ocupación mamilar, la cual en este caso
exigió una inspección detenida de la roca para identificar esas pequeñas elevaciones
mamilares de gran radio de curvatura, y además a que las figuras más centrales se
ofrezcan con mayor relieve.
El círculo nº. 1 mide 36 cms. de diámetro, con coviña central de 60/4 y una
sección de anillo de 70/4, mostrando por lo tanto un surco muy ancho y apenas
perceptible. De este anillo deriva por el SO. un pequeño trazo de 22 cms. de longitud y
50/2 de sección. En dirección NE. y desde su coviña central parte un surco de unos 47
cms. de longitud y sección de 50/3 que aparece superpuesto sobre el anillo exterior del
círculo nº. 2. Desde un punto intermedio de este trazo parte hacia el SO. otro surco, de
carácter ondulante, de 1,03 m. de longitud y de sección máxima 50/5 en la primera
mitad, y de 80/7 en la restante, y el cual concluye en el borde mismo de la roca.
El círculo nº. 2 mide 45 cms. de diámetro , y posee una coviña central de 45/3.
La sección de los anillos externos oscila entre los 40-50/7, pero los internos son más
tenues. Como ya indicamos fue grabado aprovechando un leve abombamiento de la
superficie de la roca. Además del surco que lo comunica con el círculo nº. 1, ya
descrito, fue dotado de otros tres surcos de salida, los cuales, claramente fueron
grabados tras la realización de los anillos, pues en su trayectoria los cortan. Uno de
estos surcos, el que lleva dirección SO., remata en el mismo anillo exterior. Cerca de su
terminación surge otra línea, la cual procedente del anillo exterior, con dirección SO.,
de 47 cms. de longitud de 43 cms. y de sección 45/2 enlaza con el círculo nº. 5 a cuyo
anillo parece que se superpone. El otro trazo, lleva dirección N. y es de compleja
descripción. Enlaza los círculos nº. 2 y nº. 3, desde sus centros y cortando bruscamente
todos los anillos a su paso. Sin embargo, en su trayectoria exterior describe un extraño
itinerario ondulante que solamente podemos explicar por la presencia previa de las
coviñas e y f.
El círculo nº. 3 mide 35 cms. de diámetro, y también se ubica en un ligero
abombamiento de la superficie de la roca. El anillo externo es el más relevante con
secciones de hasta 40/4, mientras la coviña central es de 45/5. Además del trazo
proveniente del círculo nº. 2, hay otra línea originada en su centro y con dirección SO. y
S. de sección 50/5 que lo vincula con la figura ovalada nº. 4, de 20 por 15 cms., y
sección de 45/4, la cual se relaciona con el círculo nº. 5, de 30 cms. de diámetro, y casi
imperceptible.
Pero en este petroglifo constan además hasta 10 coviñas. Las más relevantes son
la a, de 70/19; la b, de 90/17; la c, de 80/20; la d, de 50/5; la f, de 60/7; la g de 60/10; la
h, de de 75/16; y por último la i, de 65/14. Son por lo general coviñas de excelente
163
Pero ahora, al hablar de las coviñas, estamos introduciendo un matiz nuevo, pues
aún considerando que la manipulación sintáctica puesta en práctica por la
164
Fig. 79.- Plano y perfil del petroglifo de As Coutadas da Rabadeira (Pazos de Borbén).
165
Fig. 80.- Aspecto del sector central del petroglifo de As Coutadas da Rabadeira (Amoedo, Pazos de
Borbén).
Son muy llamativas esas dos combinaciones circulares del sector central (Fig.
80), de factura muy precisa y de cuidada elaboración; casi idénticas, de 32 y 29 cms. de
diámetro, con coviñas centrales de 65/20, y anillos de secciones 30-20/2. Entre ambos
círculos vemos otro de menor tamaño, de 19 por 14 cms., con coviña central de 30/7, y
con surcos de menor relevancia que los anteriores. Alejados hacia el SE. y hacia el SO.
hay otros dos círculos sencillos, de 10,5 cms. de diámetro, y coviña central de de 50/10
y 35/9 y anillos de 20-25/2. Junto a estos motivos consta un nutrido grupo de coviñas,
hasta 18 unidades, hemos contado, cuyas dimensiones son muy variables, siendo la
mayor de 70/19, constando varias de 60/10-12, siendo las menores de 35/10 y 35/5.
166
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980: fig. 96); Santos Estévez, M. (1996:38, fig. 7).
166
Fig. 82.- Detalle del sector superior SO. de A Tomada do Xacove (Morgadáns, Gondomar). En azul las
representaciones de coviñas.
167
Costas Goberna, F.J. (1985:48-49; lam. G-11).
168
168
Solla, C. (2012) (http://oembigodobecho.blogspot.com.es/2012/07/queda-inaugurado-este-petroglifo-
acto.html; entrada do 29-07-12).
169
169
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:31 y ss.).
170
sobre sus anillos, hasta en 10 casos. Los tamaños de las coviñas son variables, y de
tendencia poco profunda, registrándose varios casos de 100/14-37. La combinación
circular del área SO. es de menor tamaño, de 53 cms, de diámetro, anillos de hasta 50/8
y una coviña central de 90/26. También en este círculo se han detectado la
superposición de cinco coviñas, alguna alcanzando los 120/29, pero también 100/28 y
varias de 70/10-15. En el mismo panel se observan dos concentraciones de coviñas
formando agrupaciones autónomas en el NE. De todos los paneles de la estación,
digamos que los integrados por coviñas, además de éste ahora descrito, constan otros
dos más; los paneles con combinaciones circulares son cuatro, pero en ninguno de ellos,
aunque se ha detectado alguna superposición ocasional, nada es comparable a la fuerte
concentración y sistemática superposición como la que se manifestó precisamente en
este panel. En realidad, nos cuesta reconocer un caso paralelo en Galicia.
Fig. 85.- Plano y perfil del panel nº.4 del Outeiro Pantrigo (Morillas, Campo Lameiro). En azul las
coviñas superpuestas.
171
Fig. 86.- Detalle del petroglifo de A Forneiriña 1 (Paredes, Campo Lameiro), donde se observa la
superposición de una coviña sobre un anillo exterior de la combinación circular.
cap. 9.3); sobre la cronología de las coviñas ya nos hemos pronunciado en líneas
precedentes (véase 7.1.2., pgn. 158), como quizás ya presentes antes del cambio de Era,
continuándose durante la Romanización y tal vez la Tardoantigüedad. Sin embargo,
aunque ambos motivos constituyeron dos ciclos artísticos distintos, aún no estamos en
condiciones de establecer si se produjo un hiato o una sucesión. Pero de lo que no cabe
duda es de la intención de asociación que mostraron algunos artistas al grabar coviñas
sobre los anillos de las combinaciones circulares. Se manifestó un proceso de
concurrencia y emulación donde los nuevos artistas, una vez llegados a esos lugares, y
estimulados por aquellos grabados antiguos, realizaron su aportación estética distinta.
Observaron aquellas figuras circulares ancestrales, muy frecuentes, y generalmente de
gran desarrollo artístico y debieron estimarlas como muy venerables.
El nuevo bagaje artístico era de expresión muy parca, pero no dudaron en
mostrar todos los respetos hacia los testimonios rupestres de los antepasados,
compartiendo las rocas que conservaban tan importante manifestación estética con sus
sencillas coviñas. Con esta actitud, posiblemente se perseguía una mayor eficacia para
los nuevos grabados cupulares merced a la presencia en la misma roca de las
prestigiadas insculturas rupestres circulares más antiguas. En consecuencia se buscaba
un efecto de asimilación de significaciones. Ignoramos si en la nueva cultura artística de
los grabadores de coviñas quedaba el recuerdo del concepto ritual exacto que implicó la
realización de aquellos petroglifos de combinaciones circulares, pero estos últimos no
dudaron en añadir coviñas en aquellos mismos paneles, probablemente, insistimos,
buscando una mayor capacidad y efectividad ritual. En realidad no sería nada nuevo ni
muy distinto a lo que ya vimos en lo respectivo a la constitución interna de los paneles
de combinaciones circulares, pero con un matiz muy importante: son ciclos artísticos
diacrónicos. Sea como fuere, indudablemente estamos ante un proceso de absorción o
de asimilación de significaciones.
No obstante, siempre nos ha llamado poderosamente la intencionalidad del tan
extendido hecho de haber sido grabadas coviñas sobre los anillos periféricos de las
combinaciones circulares, o incluso mejor, sobre el más externo (Fig. 86), y solamente
una o dos como mucho, y no un conjunto de varias coviñas sobre el sector intermedio o
central del desarrollo de los anillos (los ya analizados casos de Os Castelos y Outeiro
Pantrigo 4 son toda una excepción). Ciertamente estamos ante una conducta respetuosa
en relación con los grabados circulares antiguos que no eran desconocidos, ni tampoco
pretendían su destrucción ni tampoco la preeminencia de los nuevos petroglifos de
coviñas. Muchas veces estas superposiciones son ligeras, es decir, la coviña fue grabada
parcialmente sobre el anillo exterior de los círculos, como buscando una asociación por
contacto. Pero las asociaciones mediante trazos, tampoco son desconocidas. Ya
examinamos un caso al hablar del petroglifo de la Coutada Pequena do Maúxo (Fig. 57,
pgn. 117), y volvimos a ver otros caso en la Laxielas nº.1 (fig. 64, pgn. 138) y Tomada
do Xacove. Podrían mencionarse otros muchos ejemplos, pero creemos que con los
casos estudiados en este trabajo es suficiente para comprender este tipo de asociación,
asimismo, muy extendida.
Existen sin embargo, otro tipo de superposición sobre el anillo externo (Fig. 87),
mediante la cual la coviña se localiza en el centro mismo del surco. A veces, la coviña
en cuestión es diminuta, como sucede por ejemplo en el petroglifo de O Castiñeirón
174
(Coruxo, Vigo)173, localizado también en el Monte Maúxo (fig. 95, nº. 5, pgn. 203),
distinguiéndose levemente tanto en la anchura como en la profundidad respecto del
surco del anillo. En este último caso se trata de un anillo interno, circunstancia que
tampoco es desconocida.
Fig. 87.- Petroglifo de O Castiñeirón (Coruxo, Vigo). Obsérvese la pequeña coviña grabada sobre un
anillo interno de la combinación circular.
173
Costas Goberna, F. J. (1985:120; lam. V 10).
175
8
SOBRE EL ORIGEN Y DESARROLLO CULTURAL DE LOS
PETROGLIFOS: EL PASTOREO.
174
Fernández Pintos, J. (1993:121).
175
Pino Álvarez, J. J., Pino Pérez, R., Pino Pérez, A. y Píno Pérez, J. J. (2001:97-98)
178
176
Patiño Gómez, R. (1982)
179
examen más detenido de una cierta cantidad de estaciones nos revelará una evidente
riqueza de tipos de emplazamientos que exceden con mucho al ahora señalado.
No obstante, desde comienzos de los años 90 del pasado siglo comenzaron a
emitirse una serie de teorías, una tras otra, cada cual más innovadora y distinta a las
anteriores cuya única pretensión era el uso del emplazamiento de los petroglifos para
reconstruir ciertos esquemas de organización social, o de mentalidad religiosa de
aquellas comunidades. En estos trabajos se percibe que en el fondo, lo que menos
importaba eran los petroglifos en sí, y si mejor la información de naturaleza social que
aparentaban reflejar. Siguiendo este criterio incluso llegaremos a encontrar la lapidaria
postura que postulaba la innecesidad de la comprensión del significado de los
petroglifos, porque el paralelo etnográfico era suficiente para abordar temas
sociológicos de mayor trascendencia177. En función de este método, se formularon
tantas hipótesis como autores se ocuparon del tema, e incluso algún investigador
sostendrá varias hipótesis contradictorias. Generalmente se soslayó la posibilidad de la
articulación en fases culturales de los grabados, y cuando excepcionalmente se tuvo en
cuenta esta posibilidad, no se tradujo en prevención alguna, lo cual era engorroso pues
implicaba un dinamismo interno del panel de grabados rupestres inasequible a quién no
se dedica verdaderamente al estudio de los grabados rupestres, y no nos engañemos,
casi nadie se ocupó con sincera vocación a esta tarea, siendo la ocasionalidad, la
coyuntura, la oportunidad o la temporalidad las principales características de los
trabajos de investigación. El problema cronológico se solventó fácilmente, constando
muchas veces un indisimulado consenso en comprender todos los petroglifos como un
único conjunto cultural en época campaniforme (segunda mitad del III Milenio cal. A.
C., y quizás primeros siglos del II Milenio cal. A. C., según se decía), por mera
estimación o suposición, siguiendo las tendencias del momento, echando mano de una
conjeturada vinculación espacial entre petroglifos y asentamientos que sólo ven los
autores que usan este método.
Una vez los petroglifos desprendidos de su verdadera naturaleza, reducidos a un
mero esquema muy manejable, y debidamente adscritos culturalmente, se convirtieron
en un inmejorable instrumento para la obtención de información de la sociedad de la
época. Los resultados son los que tendremos ocasión de exponer en los siguientes
epígrafes.
De todos modos, en líneas generales estas teorías no contradicen la vinculación
entre petroglifos y pastoreo tal como la habíamos enunciado con anterioridad, más bien
se basan en ella, si bien suponen un intento de interpretación más profunda que al final
resultó inoperante a causa del acusado sesgo subjetivo con que se dejaron llevar los
diversos autores que se ocuparon del tema, y por la carencia de estudios más detallados
de los paneles rupestres, por mucho que lo tratasen de obviar autores como el equipo
liderado por R. Bradley y otros investigadores contemporáneos.
8.1.1. Relación entre petroglifos y asentamientos.
La datación de los petroglifos de combinaciones circulares siempre fue muy
controvertida, al no constar artículos muebles relacionados y susceptibles de ser
fechados por métodos más objetivos. Es por ello que el ensayo cronológico de estos
motivos siempre se realizó con empleo de procedimientos indirectos poniéndolos en
177
Bradley, R., Criado Boado, F. y Fábregas Valcarce, R. (1994:160).
180
178
Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993).
179
Fábregas Valcarce, R. (1998).
181
petroglifos de combinaciones circulares los que más ligados estarían físicamente a los
campamentos, sobre todo al comparar el emplazamiento de éstos con otros
documentados en Galicia. En efecto, en la bibliografía específica se venía
argumentando la regularidad de la aparición de poblados del III y II Milenio cal. A. C.
en torno a pequeñas cuencas húmedas denominadas brañas180, donde crecía un
excelente pasto. Este tipo de ubicación asimimo era compartida por muchos petroglifos,
y en el caso del Monte Penide también era posible identificarla en varios casos. Sin
embargo, ambas variables no son siempre aplicables, siendo además muy elevadas las
excepciones.
A. de la Peña y J. Rey partían de un argumento cronológico previo para la
datación de los petroglifos, al desacreditar los marcadores más recientes que sugerían la
presencia de escenas de equitación y laberintos, al postular una filiación calcolítica para
las representaciones de armas, y al no admitir viable que llegado el siglo XVII A. C. (c.
2220-1900 cal. A. C.) se siguieran desarrollando petroglifos de combinaciones
circulares, dado que tras este momento se habría producido una catastrófica crisis
demográfica y cultural que dejaría sin contenido casi todo el II Milenio cal. A. C. En un
trabajo reciente ya hemos dejado indicada la total validez de las cronologías recientes
para laberintos y escenas de equitación, y también lo desacertado que supone
arqueológicamente considerar el II Milenio cal. A. C. como una etapa culturalmente
estéril181.
Sea como fuere, esa época transicional extendida desde c. 2600 a 1900 cal. A. C.
corresponde en líneas generales a la época de expansión del vaso campaniforme, pues la
etapa cultural Penha, y otros tipos de cerámicas impresas e incisas son más bien propias
del arco que va desde fines del IV Milenio cal. A. C. hasta mediados del III Milenio cal.
A. C. Sin embargo, andando el tiempo, en algunos de esos poblados con presencia de
campaniforme se obtuvieron cronologías más recientes, del II Milenio cal. A. C. de
donde se deduce una pervivencia del asentamiento continua o no, pero que sobrepasa
ampliamente esos márgenes cronológicos tan estrictos.
Como ilustración de esta problemática comentemos el caso del yacimiento de O
Fixón, que estos autores instituyen como el asentamiento donde moraban los autores de
los petroglifos localizados en sus inmediaciones considerando una razonable
isocrona182. En primer lugar este yacimiento en realidad es más amplio de lo que se
suponía en un primer momento, por lo que J. Suárez prefiere hablar de O Fixón-Costa
da Seixeira183. Las excavaciones de este asentamiento han revelado un nivel muy
antiguo encuadrable en la primera mitad del IV Milenio cal. A. C., uno intermedio
donde se localizaron manos de molino, y otro superior con cerámica campaniforme184.
No obstante posteriores estudios sobre la cerámica encontrada en el lugar185 revelaron
una continuidad postcampaniforme, incluyendo el hallazgo de una aguja de bronce, lo
cual nos conduce como mínimo hacia mediados del II Milenio cal. A. C. Pero esta
prolongada longevidad de un mismo yacimiento también se puede demostrar en otros de
180
Méndez Fernández, F. (1994 y 1995).
181
Fernández Pintos, J. (2013:54 y ss.)
182
Peña Santos, A. y Rey García, J. (2001:243).
183
Suárez Otero, J. (1993).
184
Lastra Merino, M. (1984).
185
Suárez Otero, J. (1993).
182
186
Gorgoso López, L., Fábregas Valcarce, R. y Acuña Piñeiro, A. (2011).
187
Fernández Pintos, J. (2013:61-62).
188
Bonilla Rodríguez, A., Fábregas Valcarce, R. y Vila, M. C. (2011).
189
Méndez Fernández, F. (1993).
190
Fábregas Valcarce, R. y Rodríguez Rellán, c. (2012).
183
191
Bradley, R., Criado Boado, F. y Fábregas Valcarce, R. (1995:78 y ss).
192
Fernández Pintos, J. (2013:54).
193
Peña Santos, A. y Rey García, J. (2001:242-243).
184
implicaciones territoriales particulares: mientras las líneas de tránsito son espacios del
hábitat por donde circulan regularmente los individuos de la comunidad para la
realización de las tareas cotidianas, o bien son lugares por donde es más fácil moverse
localmente, las rutas son itinerarios de largo alcance conectando espacios alejados, y
establecidas a lo largo de múltiples líneas de tránsito local.
La confusión entre líneas de tránsito y rutas abunda en la bibliografía rupestre
galaica. Esa supuesta movilidad territorial de las comunidades de la Prehistoria Reciente
se creyó ver en la distribución de asentamientos y petroglifos sobre los mapas. Al
prescindir de las escalas, meras líneas de tránsito local de tres o cuatro kilómetros que se
pueden recorrer en una mañana o en un par de horas, se convirtieron en largas rutas de
trashumancia, o por lo menos ésa es la impresión que deja la lectura de algunos
estudios. Esta postura constituye una evidente exageración pero sintonizaba muy bien
con las teorías provenientes de otros ámbitos europeos, y con el respaldo del paralelo
etnográfico. Esta metodología la aplicó el equipo de R. Bradley en el estudio de los
petroglifos de Muros, Rianxo y Campolameiro194.
La misma idea es también compartida por M. Santos195, aunque con muchos
matices. Este autor estudia los paneles de arte rupestre en sistemas de estaciones, es
decir, en conjuntos de petroglifos localizados en una unidad fisiográfica determinada. El
problema es que esa unidad geográfica puede ser toda una sierra, a veces de dilatada
extensión, o un área determinada acotada por simple estimación o incluso deseo suyo,
sin más explicaciones. Aunque inviable metodológicamente, era éste un procedimiento
necesario para poder aplicar en el Arte Rupestre Gallego los postulados de la
Arqueología del Paisaje, y más concretamente la doctrina de los paisajes parcelados.
Constituye un ejemplo de obvia exageración al no disimular una cierta obsesión por
señalar rutas de tránsito que desde supuestos accesos a las serranías llevan hasta
espacios más elevados. Este investigador en sus trabajos inicia las rutas arbitrariamente
en cualquier petroglifo que el estime como de arranque del camino, sobre todo si lo
confirma la toponimia actual (por ejemplo en portelas), y no duda en hacer pasar
hombres y ganados por los lugares más recónditos con tal de que el itinerario ligue una
serie de petroglifos distribuidos y escalonados en altura en un mapa. Muchas veces
están tan alejadas del sentido común estas hipótesis que no es necesario desplazarse
hasta el lugar para comprobar uno mismo lo erróneo del trazado; basta la simple
observación de un mapa. En el examen realizado por un equipo encabezado por F. J.
Costas Goberna196 respecto a un itinerario marcado por M. Santos para algunos
petroglifos de Porto do Son, se aprecia con elocuencia como aquel investigador para
relacionar estaciones que supuestamente jalonan una ruta, no duda en señalar un
itinerario tomando petroglifos aleatoriamente, despreciando otros, y marcando el
recorrido por el peor lugar de tránsito posible, olvidándose de lugares naturales de más
cómodo acceso. Pero lo más sorprendente no procede sólamente de las elucubraciones
de este investigador, sino de la alternativa de vía de tránsito de circulación por la
serranía marcada por el citado equipo de F. J. Costas, la cual pasa lejos de los
petroglifos, cuando curiosamente alguno de estos autores, en trabajos anteriores había
defendido la vinculación entre vías de tránsito y petroglifos, tal como vimos en páginas
194
Bradley, R., Criado Boado, F. y Fábregas Valcarce, R. (1994 y 1995:71-77).
195
Santos Estévez, M. (1995, 1996, 1998 y 2007).
196
Costas Goberna, F. J., Fábregas Valcarce, R., Guitián Castromil, J., Guitián Rivera, X. y Peña Santos,
A. (2006:fig. 3).
185
precedentes. Esta hipótesis de ligar los petroglifos con vías de tránsito dentro de las
serranías en sistemas de estaciones tendrá una de sus consecuencias más pintorescas
cuando se relacionen con supuestos itinerarios procesionales (véase Apartado 8.1.4).
Comentado los petroglifos del Morrazo, muy curiosa es también la hipótesis de
M. Santos en la que liga el emplazamiento de los petroglifos del interior de Galicia con
la supuesta proximidad a cursos fluviales que serían navegables usando embarcaciones
de ligero calado197. Trae esta idea a colación porque en la península del Morrazo, los
petroglifos según el mencionado investigador, señalan líneas de tránsito que comunican
el interior de la serranía con el litoral, más concretamente con lugares que bien habrían
podido servir como embarcaderos. Otro dato que maneja M. Santos para respaldar esta
hipótesis es que desde algunos petroglifos se contemplan amplias panorámicas sobre las
ensenadas, lo cual incide en una pretendida importancia del tráfico marítimo como
medio de comunicación en esta época. Evidentemente no hay que realizar un gran
derroche de energía para desechar estas hipótesis, porque entre otras cosas, esas
supuestas líneas de tránsito hacia el litoral son meras e inasumibles conjeturas, dado que
no se aprecian siquiera en el mapa de distribución que aporta él mismo; y además la
capacidad visual de las estaciones de grabados rupestres, cuando se produce, es siempre
derivada de su ubicación topográfica elevada, en un medio que en este caso, está muy
próximo al mar, y además las ensenadas dominadas visual y topográficamente por los
petroglifos son simplemente algunas, o lo que es lo mismo, desde el emplazamiento de
los petroglifos se disfruta a veces de excelentes vistas al mar, a veces en la lejanía, pero
nada más.
Sea como fuere el mencionado M. Santos en estas grandes zonas acotadas
arbitrariamente y articuladas en sistemas de estaciones introduce la distinción entre
petroglifos centrales, petroglifos delimitadores y petroglifos de movimiento, cuyo
conjunto, no lo olvidemos, integra una única estación. Sobre los dos primeros tipos nos
extenderemos en el siguiente epígrafe (véase Apartado 8.1.3). Los petroglifos de
movimiento estarían situados a mayor altura topográfica que los anteriores y serían
aquellos que no están directamente relacionados con las brañas (pequeñas cuencas
húmedas donde nace un buen pasto), sino los que jalonan las vías de tránsito en el
interior de una estación, y cuya finalidad sería el control de los animales en su
desplazamiento. No obstante no aclara el valor y las implicaciones del término control
de la marcha de los animales en su relación con los petroglifos. En realidad, y tal como
iremos viendo, este autor es muy prolífico en teorías, con lo cual tras la lectura de sus
trabajos al interesado le queda la duda de si él las considera simultáneamente viables,
porque personalmente las valoramos como inaceptables individualmente e
incompatibles y contradictorias parcialmente o en conjunto, por mucho que se haya
esforzado en presentarlas vagamente ensambladas, siguiendo una lógica ilógica, donde
se marginan las excepciones y se aplican forzadamente impresiones personales
indemostrables empíricamente, o sencillamente se manipula la información.
En líneas generales, se deja ligeramente entrever que estos autores hablan del
pastoreo, obviándolo desde un punto de vista siempre teórico, sin saber a ciencia cierta
en qué consiste. En el curso de las labores pastoriles, los animales se desplazan
libremente de un lugar a otro, pero discretamente controlados evitando que se alejen del
sitio elegido para pacer, o bien conduciéndolos progresivamente a otros pastos. Cuando
197
Santos, M. (2005b:106).
186
se trata de un pastoreo extensivo, sin recogida diaria al poblado, es ésta una tarea de
desplazamiento continuo y sólo perceptible a escala de días. Se comienza por el
consumo de los pastos de las zonas llanas, desde los fondos de los valles fluviales hasta
las terrazas o brañas de las serranías, pero tampoco se excluyen pendientes y laderas.
Es por ello que traer a colación la influencia de las líneas de tránsito local en la
distribución de los petroglifos, no constituye una conducta teórica apropiada. Es además
una obviedad que animales y seres humanos se mueven por los terrenos más accesibles.
Por lo tanto no supone ningún relevante descubrimiento que en estos sitios se
encuentren petroglifos o asentamientos.
No obstante, como cabría esperar, la profundización en el tema de las vías de
tránsito, también llevó a hablar de rutas intercomarcales, su necesario corolario, pues de
otro modo, tal como estamos viendo, todo quedaría en un inútil ejercicio descriptivo sin
mayores consecuencias. El espacio elegido para desarrollar la idea fue el entorno de la
Serra do Farelo en el centro de Galicia198. El lugar no pudo ser escogido con mayor
sabiduría, pues en efecto, este área montañosa de moderadas altitudes, con picos, pero
también con amplios collados, y holgadas terrazas, salpicada con abundantes
manifestaciones arqueológicas, tanto petroglifos, como mámoas y asentamientos
prehistóricos, ofrece cómodas líneas de comunicación tanto entre los valles colindantes,
como por el interior de la serranía.
El tema del vínculo de los monumentos megalíticos con supuestas vías de
tránsito, tan explotado en la arqueología gallega durante las últimas décadas, ha sido
incluso matizado recientemente por uno de sus principales defensores199, pues era a
todas luces obvio que la distribución de las mámoas por los lomos serranos de un modo
rectilíneo no tiene necesariamente porque estar señalando rutas de largo alcance, sino
más bien lugares a los que sin más se accede sin especial esfuerzo. Los túmulos fueron
emplazados en esos lugares por motivos de corte más local, como por ejemplo la
antropización simbólica de espacios de explotación económica. Concebir las cosas de
aquel modo podría ser tan exagerado como argumentar que todas las localidades
históricas enclavadas en la Depresión Meridional Gallega desde Tui a Redondela se
relacionan directamente con la Vía XIX romana o su heredera medieval, el Camino
Portugués a Santiago de Compostela; que se establecieron en función del trazado de este
camino, o que el camino se realizó en virtud de esos núcleos de población.
En el estudio de los petroglifos de la Serra do Farelo, en base a la distribución de
los monumentos prehistóricos, los autores trazaron diversas líneas de tránsito que
recorren los cordales serranos en dirección SO.- NE. que a fin de cuentas no superan los
15 kms. de longitud, y que comienzan en el profundo cauce del río Arnego. No es
nuestra pretensión desacreditar esta hipótesis, que además vemos en cierto modo
razonable, sino que no le encontramos ningún valor concreto por enfatizar la
demostración de lo evidente, es decir que personas y animales se mueven por donde les
es más cómodo.
Pero además esta hipótesis de relación directa entre vías de tránsito y petroglifos,
aunque fuese viable para la Serra do Farelo no es deducible en el análisis de otras
comarcas gallegas, a no ser que usemos ciertas dosis de imaginación. Obsérvese por
198
Rodríguez Rellán, C., Gorgoso López, L. y Fábregas Valcarce, R. (2008).
199
Criado Boado, F. (2013).
187
200
Fábregas Valcarce, R., Rodríguez Rellán, C. y Rodríguez Álvarez, E. (2008:195).
201
Bradley, R., Criado Boado, F. y Fábregas Valcarce, R. (1994; 1995:67-68 y 78-79); Santos Estévez,
M. y Criado Boado, F. (1998:591 y ss); Santos Estévez, M. (1999:110)
188
202
Fábregas Valcarce, R., Rodríguez Rellán, C. y Rodríguez Álvarez, E. (2008:195).
203
Santos Estévez, M. (1999:108).
204
Santos Estévez, M. (1995 y 1996).
189
205
Santos Estévez, M. (1999).
206
Santos Estévez, M. (1999:109 y fig. 5).
207
Costas Goberna, F. J. (1985).
208
Costas Goberna, J. B, y Groba González, X. (1994); Costas Goberna, F. J.; Domínguez Pérez, M. y
Rodríguez Sobral, J. M. (1993).
190
categoría que distingue es la definida por los petroglifos centrales209. Este tipo de
paneles rupestres suelen estar labrados en rocas que actúan a modo de referente visual
en el paisaje. En un trabajo posterior amplía esta información definiendo tal posibilidad
en virtud de la supuesta existencia de pequeñas y grandes estaciones. Según M. Santos,
las grandes estaciones, caracterizadas por petroglifos de notable envergadura con
multitud de diseños, localizadas en zonas llanas y amplias, con excelentes pastos, e
incluso próximas a accidentes geográficos relevantes, en puntos liminares de los
territorios, quizás funcionasen como lugares de concurrencia de las comunidades
cercanas donde se llevarían a cabo actividades rituales. En un trabajo posterior
profundiza ligeramente en esta idea, señalando que esos espacios, según se desprende de
datos etnográficos, se caracterizan por su exclusividad como áreas destinadas a una
actividad ritual de importancia social, como ritos de iniciación, o de retiro de colectivos
sociales restringidos210. Debemos señalar que la concomitancia con el contendido
expresado por A. de la Peña y J. Rey para sus espacios de la representación (véase
Apartado 8.1.2.), es prácticamente idéntica, la única diferencia es que M. Santos las liga
a la finalización de rutas de tránsito, mientras que los otros autores las sitúan en la
periferia de los hábitats.
Esta hipótesis tampoco es convincente. La expresión gran estación posee un
valor muy relativo, que no siempre es fácil de definir. Una estación importante puede
estar integrada tanto por un gran panel, como por varios pequeños paneles adyacentes,
como por muchos petroglifos próximos en un espacio más o menos dilatado. En
capítulos anteriores ya hemos examinado que los petroglifos más grandes se
conformaron con sucesivas adiciones. Está por demostrar que la existencia de un
pastizal con un gran panel fuese más concurrido que otro análogo sin que en sus rocas
consten grabados o sean de pequeña entidad. Existen además áreas como por ejemplo el
Monte Maúxo (véase fig. 4) o el área de Amoedo (Pazos de Borbén (pgn. 210-211, fig.
102 y 103)211 donde la multiplicidad de paneles grandes en puntos no muy alejados
entre ellos desecha por completo esta hipótesis, pues habría que hablar de muchos polos
de periódica atracción ritual. Tampoco es válida la relación de los mayores paneles con
una supuesta proximidad a un accidente geográfico relevante, porque aparte de
constituir un mero ejercicio de manifiesta subjetividad, de su presencia también se
beneficiarían inexplicablemente petroglifos de menor entidad, y además no siempre hay
algún rasgo geográfico notable que caracterice la zona.
De mucho mayor calado es la hipótesis de A. M. S. Bettencourt 212 poniendo en
relación los petroglifos y el entorno geográfico desde un punto de vista simbólico si
bien referido al estudio de los petroglifos del NO. portugués, que en líneas generales no
dejan de ser una continuación de los gallegos al sur del Miño. Esta autora propone que
el emplazamiento de los petroglifos existentes entre el Miño y el Lima estaba
fuertemente influenciado por la particular geografía de la comarca, delimitada hacia el
Oeste por el inmenso y desconocido mar, y hacia el E. por las imponentes serranías,
donde nacen las corrientes de agua, acotando aquéllas una estrecha faja litoral. En este
contexto los petroglifos se ubican en lugares de dilatadas perspectivas, y de gran
teatralidad, donde la comunión entre el agua, la tierra y el cielo supuestamente se debía
209
Santos Estévez, M. (1996:24).
210
Santos, Estévez, M. (2005a:106).
211
Fernández Pintos, J. (2013).
212
Bettencourt, A. M. S. (2010).
191
percibir con mayor claridad simbólica. Aprecia la autora una vinculación visual entre
petroglifos y el agua, sea ésta el mar, brañas, fuentes o corrientes. De hecho hace un
gran hincapié en la asociación de los petroglifos con los cursos fluviales: desde su
nacimiento, hasta su desembocadura en el mar están jalonados de manifestaciones
rupestres. De todos modos, en la interpretación de esta autora, es éste el planteamiento
básico, pues a largo de su trabajo especula con un sinfín de ponderables geográfico-
simbólicos de atractiva evocación pero también de discutible aplicación, y desde luego
inadmisibles para el hecho rupestre de Galicia.
No obstante como acabamos de ver, A. M. S. Bettencourt aplica este modelo
interpretativo a los petroglifos existentes en la costa portuguesa al sur del Miño. La
norma de ubicación de los petroglifos de esta región se concretaría en la elección para
su realización de roquedos situados precisamente en esas serranías, donde
metafóricamente se junta el Cielo y la Tierra, y donde además nacen los ríos. Serían
pues lugares donde coincidirían comunidades caracterizadas por su movilidad, y en los
que se encontrarían los escenarios de importancia cosmológica y ritual, constituyendo
lugares de gran interés colectivo. Todo ello en un supuesto marco del III Milenio a. C
con prolongación hasta la Edad del Hierro.
Sea como fuere, este gran planteamiento, aunque presenta algunas coincidencias
con lo que venimos estudiando, no es válido para lo que conocemos en tierras gallegas.
Ya desde el punto de vista geográfico y topográfico no es procedente. En Galicia en las
llanuras litorales que rodean las rías, ya de por sí hay petroglifos, pero también tierra
adentro (lo más característico), y no siempre los escenarios en los que se ubican
disponen de una especial teatralidad, y por supuesto, el emplazamiento en las
inmediaciones de corrientes de agua o áreas húmedas, tratándose de Galicia, es una
obviedad que no necesita ni ser referida, aunque no obstante, en líneas generales,
tampoco se aprecia una manifiesta intencionalidad asociativa, ni directa ni visual entre
petroglifos y corrientes de agua. Falla además la ubicación en cimas montañosas, donde
precisamente sería más viable realizar esas evocaciones simbólicas. No son, pues,
tampoco las cumbres un motivo de atractivo, aún considerando el excepcional caso del
petroglifo del Pico de San Francisco en el Santa Tegra (fig.104, pgn. 213; fig. 131, pgn.
255, fig. 132, pgn. 256), sino a lo sumo, la cima de las pequeñas prominencias rocosas,
inmediatas a los valles, y desde las cuales se contemplan panorámicas muy limitadas.
Sin embargo, hay algo muy importante en el trabajo de Bettencourt, y se define
por el esfuerzo en advertir que probablemente aquellas comunidades tenían un
conocimiento muy detallado del paisaje y de sus características y accidentes, y que todo
este entorno debía de estar interpretado y explicado en clave simbólica. Pero ir más allá
de esta certidumbre y suponer su aplicación en los petroglifos, aunque no sería
descabellado, exige datos de más peso que la mera proyección de nuestras conjeturas.
Una derivación ya inadmisible de este tema de la centralidad de los espacios con
estaciones de petroglifos es la esbozada por M. Santos y F. Criado, en una curiosa
aplicación de presupuestos emanados de la Arqueología del Paisaje213. Para estos
autores las estaciones de Arte Rupestre son espacios sagrados situados en zonas de
contacto de comarcas, mientras la dispersión de los paneles rupestres a lo largo de una
imaginaria vía de tránsito estarían ligados ritualmente por un supuesto itinerario
procesional, que para el caso estudiado de Campolameiro iría desde Fentáns sobre la
213
Santos Estévez, M. y Criado Boado, F. (1998:585).
192
garganta del Lérez a O Ramallal en Morillas. En total serían 2,3 kms. en línea recta
discurriendo por un terreno muy accidentado por donde no faltan laderas. Por decir,
llegan a afirmar que la Pedra das Ferraduras es la representación topográfica de todo
este espacio ritual, y que las combinaciones circulares son la imagen simbólica de las
cuencas y cubetas donde crece el pasto.
8.1.5. Petroglifos como monumentos de organización espacial.
En un reciente estudio, el investigador F. Criado sugiere que la situación de los
petroglifos en el paisaje no es casual. En virtud del carácter de los petroglifos como
creaciones de carácter monumental relacionadas con el espacio, su emplazamiento sería
cuidadosamente elegido, sirviendo para configurar un espacio ritual. Habrían servido
como un medio de ordenación del entorno, tanto funcional como social, política,
simbólica, y probablemente ritual y sagrada214.
Esta impresión de F. Criado está expresada desde la perspectiva de la
Arqueología del Paisaje, perspectiva teórica de dudosa aplicación en ciertos contextos, y
está en consonancia con hipótesis emitidas con anterioridad, conjuntamente con M.
Santos Estévez, en el sentido de que las rocas grabadas son una metáfora del paisaje
humanizado, lo cual vuelve a repetir en esta ocasión.
A nuestro modo de ver, todo este planteamiento es excesivo y no se corresponde
para nada con los hechos comprobables. Es curioso como mientras estos autores aluden
a los petroglifos como monumentos de ordenamiento del espacio, otros autores prefieren
pensarlos como ocultos en el paisaje (apartado 8.1.1, pgn. 179 y ss.). Es difícil encontrar
posturas más irreconciliables, sobre todo cuando son sostenidas por autores con amplia
bibliografía sobre el tema a sus espaldas, lo cual dado que están haciendo referencia al
mismo tipo de ítem arqueológico no deja de ser cómico, sino fuera porque estamos ante
un asunto que requiere un mínimo de seriedad.
Aludir a un panel rupestre como monumento literalmente implica que tal
elemento arqueológico ha tenido una incidencia visual en el entorno, nada más lejos de
la realidad. Es éste el único modo de que pudieran poseer valores de funcionalidad
simbólica política y económica e incluso ritual. Ni aún habiendo estado grabado un
petroglifo en la cima de un peñasco podríamos decir que tal grabado tendría carácter
monumental, tal como indica F. Criado. Los petroglifos no nacen con vocación de
proyección visual sobre el paisaje, ni siquiera pueden considerarse hitos de ordenación
territorial, precisamente porque les falta la debida monumentalidad, y además, porque
muchos de los emplazamientos en los que se localizan, no pueden estar más lejos de
constituir puntos claves para manifestar una simbología de carácter organizativo
territorial, ni siquiera de ritualidad colectiva (véase Aptdo. 8.2)
8.1.6. Conclusión.
En las páginas anteriores hemos examinado las tesis sobre el emplazamiento de
los petroglifos de otros autores. A pesar de la tendencia negativa de nuestras críticas
habremos de reconocer por parte de aquellos investigadores un indudable esfuerzo por
la obtención de información válida que permitiese encuadrar los grabados rupestres en
unas coordenadas histórico-culturales coherentes. Sin embargo, tampoco podemos pasar
por alto la escasa preocupación de estos arqueólogos por el estudio directo de esas
214
Criado Boado, F. (2013:16)
193
una primera impresión. Y en efecto, para poder hablar extensamente sobre este tema se
debe examinar pormenorizadamente el entorno topográfico de las estaciones, y no
limitar la visita a una aburrida excursión turística. Tampoco sirve de mucho el estudio
indirecto de situación a partir de mapas o fotografías aéreas.
Fig. 88.- Emplazamiento de las estaciones de O Santo Aparecido (1) y As Tensiñas (2) en Amoedo
(Pazos de Borbén)215
En algunos trabajos, y como mucho, a veces se indica la vinculación de los
petroglifos con las conceptualmente confusas brañas, expresión que en manos de
algunos autores semeja más teórica que verdadera referencia real, y que habremos de
interpretar como pastizales, en su sentido más amplio, aunque a veces se les hace
alusión con la significación de cuencas húmedas. Pero no encontraremos ni un sólo
estudio detallado de la configuración topográfica del enclave rupestre. Creemos que la
omisión de esta información y la sobrevaloración en los estudios de los ámbitos
geográficos más amplios (serranías, comarcas, etc) representaron uno de los principales
errores de todos estos trabajos. Pero asimismo completamente equivocado fue el
asomarse al mundo rupestre tratando de aplicar las teorías y líneas de investigación de
comprensión de las comunidades de la Prehistoria Reciente de moda en cada momento,
previamente asumidas. A fin de cuentas los petroglifos no fueron tomados como fuente
de conocimiento sobre el hecho rupestre, sino que permanecieron como sujetos pasivos
215
Todas las fotografías aéreas que acompañan la descricpción de este epígrafe fueron obtenidas de
Google Maps y modificadas.
195
Fig. 89.- Situación de los petroglifos del entorno del Outeiro dos Cogoludos (Moimenta, Campo
Lameiro). En primer término la aldea y la vega agraria de Paredes.
216
Fernández Pintos, J. (2013; 51 y ss.).
196
una unidad geográfica más amplia. A continuación pasaremos a los aspectos intrínsecos
de la primera escala, es decir el emplazamiento en un marco más reducido, por decirlo
de algún modo, el entorno inmediato alcanzado visualmente.
Creemos que esta metodología es la más adecuada para esta zona de las Rías
Baixas gallegas, donde el modelado granítico ha producido una tan compleja, variada y
compartimentada realidad geográfica que muchas veces hace inviable cualquier intento
de comprensión más general. Personalmente damos bastante más valor a los reducidos
marcos topográficos. De hecho el término estación que venimos empleando
sistemáticamente no es aleatorio, ni ha sido formulado inconscientemente o por
emulación de otros investigadores. Por estación entendemos un panel o una serie de
paneles distribuidos próximos en un entorno topográfico homogéneo. Este contexto
microgeográfico, propio del modelado granítico de esta zona, puede aludir tanto a una
ladera, como a un coto o un espolón, o a otro tipo de accidentes del terreno de reducida
extensión.
8.2.1. El análisis de la segunda escala.
En las páginas precedentes hemos comentado hasta la saciedad que el
emplazamiento típico de los petroglifos lo encontraremos preferentemente en las
serranías.
Ya desde hace tiempo se viene indicando la frecuencia de este tipo de ubicación
en detrimento de las altas cotas montañosas, así como de las cubetas fluviales y de los
valles litorales donde históricamente se han asentado los campos de cultivo. El examen
de las fotografías aéreas que acompañan este capítulo no harán sino reflejar esta
incontestable realidad. No obstante uno de los principales problemas con que nos hemos
encontrado siempre es la definición de lo que significa serranía en esta parte de Galicia.
Muchas veces, más adecuado que el empleo del vocablo serranía sería el uso de la
palabra gallega monte. Las tierras de monte, (dejadas de monte, tal como se las suele
aludir), son aquellas marginales a las tradicionales áreas dedicadas a cultivo. Suelen
estar integradas por espacios definidos por su escasa evolución edáfica, elevada
pedregosidad, exposición climática adversa, o configuración topográfica negativa, como
pueden ser laderas, terrazas elevadas sin barreras de protección climática, áreas de
roquedos, cumbres de lomos, o espacios muy altos y expuestos, y todos ellos
independientemente de su cota de altitud.
Por norma general, aunque no siempre, a nivel local estos lugares
constantemente se extienden por altitudes más elevadas de los campos de cultivo
tradicionales. En este sentido en líneas generales el emplazamiento de los petroglifos en
cierto modo coincide geográficamente, aunque con fuertes matizaciones, con las otras
categorías arqueológicas de la Prehistoria Reciente como mámoas y asentamientos. Es
por ello que F. Criado Boado habla en un artículo reciente del paisaje convexo
característico de esta época en oposición al paisaje cóncavo que se origina a partir del I
Milenio cal. A. C.217 Personalmente nunca hemos estado plenamente de acuerdo con
esta teoría; más adelante explicaré las razones de este reparo.
Para comenzar este estudio trataremos de practicar una esquematización teórica
de cómo vemos el territorio de las Rías Baixas, que es el marco donde encontraremos la
217
Criado Boado, F. (2013)
197
Fig. 90.- Esquema teórico del modelado granítico en el contexto de las Rías Baixas.
A partir de estas cotas bajas, el terreno circundante se eleva progresivamente
hasta alcanzar las cumbres serranas de altitudes siempre moderadas. Vertiendo sobre las
vegas encontramos los costales, vocablo perteneciente al gallego patrimonial y cuyo
significado en castellano viene a ser el de cuesta. Suelen ser tramos de poca inclinación,
fácilmente remontables, muchas veces escalonados en rellanos, y ya con fuerte
presencia de rocas tanto a sus pies, como en la vertiente y en la superior ruptura de
pendiente. Aquí podremos documentar una elevada proporción de manifestaciones
rupestres.
198
Fig. 91.- Situación de los petroglifos de Baiona. En primer término la Bahía de Baiona.
Más arriba de los costales se extienden las chans, superficies homologables con
las más bajas vegas agrícolas pero ya de menor extensión. En estos parajes la presencia
del monte (entendido como espacio de complemento económico rural) es mucho más
evidente. El espacio tradicionalmente dedicado a cultivo tiene menor extensión, y
frecuentemente ha exigido la construcción de costosos bancales que facilitasen su
explotación. Además la altitud provoca la exposición de algunas áreas a las
inclemencias climatológicas lo que impide que puedan ser cultivadas. Si a ello le
sumamos la fuerte presencia de zonas elevadas pedregosas (outeiros) más o menos
extensas y de cotos eminentemente rocosos, ya nos podemos hacer una idea de que la
cuota de petroglifos en esta zona es mayor. Estas chans se complementan con las
laderas que conducen a las terrazas terminales de las serranías y a sus cumbres (montes,
altos,como equivalentes de cimas). Estas laderas suelen presentar rellanos y espolones
de configuración rocosa donde es frecuente encontrar petroglifos. En estas chans,
castros y aldeas tradicionales se localizan tanto en la transición con la ladera, como en
cotos exentos en plena chan o en áreas improductivas.
Por encima de estas unidades se extiende el área de serranía propiamente, donde
las formaciones rocosas se manifiestan con mayor claridad. Además de chans, áreas
más o menos aplanadas o de leve inclinación exentas de rocas, encontramos unidades
completamente pedregosas, donde es posible observar un amplio elenco de formaciones
del paisaje granítico como pueden ser los domos campaniformes, los lanchares,
berrocales, bolos, etc. Estas altas zonas terminales de serranía no son siempre
afortunadas en hallazgos rupestres, aunque hay muchas excepciones, como ocurre por
ejemplo en el Monte Maúxo.
Las cotas más altas (los montes; por ejemplo Monte Galiñeiro – vid fig. 129,
pgn. 249) están prácticamente exentas de manifestaciones rupestres. Estas cumbres se
199
caracterizan por su elevada pedregosidad, así como por las difíciles condiciones
climáticas, tanto en verano, por exceso de calor, como en invierno, por sus bajas
temperaturas, la fuerza de las corrientes de aires, y el ímpetu de las precipitaciones.
Fig. 92.- Situación de las estaciones del Lombo da Costa (Sacos, Cotobade). En primer término el Río
Lérez circulando por su profunda falla. En segundo término el Monte Arcela, y a continuación el valle de
Pontecaldelas.
218
Costas Goberna, F. J. (1985:140).
219
Costas Goberna, F. J. (1985:144).
220
Costas Goberna, F. J. (1985:142).
221
Costas Goberna, F. J. (1985:137).
222
Costas Goberna, F. J. (1985:142, 137 y 138)
223
Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. (1987).
224
Costas Goberna, F. J. (1985:121).
225
Costas Goberna, F. J. (1985:146).
226
Costas Goberna, F. J. (1985:125).
227
Costas Goberna, F. J. (1985:144 y ss.).
228
Costas Goberna, F. J. y Peña Santos, A. (2011:32).
229
Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993:fig. 3); Santos Estévez, M. (2005:fig. 79).
230
Sartal Lorenzo, M. A. (2001).
231
Fábrgas Valcarce, R., Rodríguez Rellán, C. y Rodríguez Álvarez, E. (2008:194)
201
*
Fig. 93.- Distribución de petroglifos con combinaciones circulares en el área SE. del Monte Maúxo
correspondiente a Chandebrito (Nigrán): (1) A de Rial, (2), A Chan, (3) Alto da Cañoteira, (4) Penedo
Xiráldez 1, (5) Penedo Xirádez 2, (6) As Chouciñas 1, (7) As Chouciñas 1, (8) O Preguntadouro 1, (9) O
Preguntdouro 2 a 4, (10) A Chan do Rapadouro, (11) O Preguntadouro 6 , (12) As Cancelas (13), O
Rabete; () mámoa, (*) asentamientos de la Prehistoria Reciente.
232
Suárez Otero, X. (1997c); Martín, M. y Uzquiano, P. (2010)
233
Criado Boado, F. (2013).
202
buena parte de ellos aparecen en el entorno de la Chan do Rapadouro (Fig. 94), por
norma general, en su periferia.
circulares, aunque si consta un cuadrúpedo y un panel con coviñas. Por otra parte, la
pedregosidad de esta zona de la ladera es relativamente baja, y existen varias terrazas
que han podido tanto servir como lugares de asentamiento, y también para la práctica de
la agricultura o la ganadería. De hecho en su arranque fueron localizados materiales
arqueológicos que aluden a la existencia de un establecimiento doméstico prehistórico
(pgn. 19, ap. 2.2.1.3), y más arriba a media ladera, dominando una de éstas chans
encontramos el Alto de Peneites, donde consta una estación de equipos de molienda, así
como un petroglifo con un cuadrúpedo.
Fig. 95.- Distribución de petroglifos con combinaciones circulares en la vertiente NE. del Monte Maúxo
correspondiente a Fragoselo (Coruxo, Vigo): (1) As Casiñas; (2) Pedra da Moura; (3) Alto da Iglesia 1;
(4) Alto da Iglesia 2; (5) O Castiñeirón; (6) Presa das Rodas; (7) O Pontón (8) Laxielas 1; (9) Laxielas 2.
(*) asentamiento de la Prehistoria Reciente.
Habremos de dirigir ahora nuestra atención al cuadrante NE. del Monte Maúxo,
en la zona de la ladera inmediata a los campos de cultivo sobre Fragoselo (Fig. 95). En
este sector tropezamos con una alta concentración de petroglifos con combinaciones
circulares, y asimismo se aprecia la inexistencia de más paneles en la parte superior de
la vertiente serrana. Si en algo se parecen las áreas de Fragoselo y Chandebrito es la
inmediatez de la localización de los petroglifos respecto a las actuales cubetas agrícolas,
y el aparente desprecio por toda la parte superior de la ladera. En la zona de Fragoselo,
mientras su vega no supera los 140 m. de altitud, los petroglifos se sitúan en una franja
horizontal estirada en sentido NO.-SE. de no más de 1 km. de longitud, entre los 140 m.
y los 180 m., quedando alejada la ruptura de pendiente con la cima de la serranía en los
400 m. de altitud. Por otra parte también se aprecia una nuclearización de los grabados
en esta zona en torno a una elevación conocida como Alto da Iglesia. Hacia el E. hasta
204
Fig. 96.- Distribución de los petroglifos con combinaciones circulares en la vertiente NO. del Monte
Maúxo: (1) Carballoso-Última Presa; (2) Outeiro de Lucas; (3.4 y 5) O Carballoso; (6) Monte Pequeño;
(7) Cal do Outeiro.
están estirados en una franja horizontal. Ambos datos permiten especular con un
desplazamiento de dirección este-oeste y/o viceversa siguiendo una serie de terrazas
intermedias existentes en la ladera septentrional del Monte Maúxo. No obstante, en este
sector las cosas cambian si lo comparamos con el respectivo de Fragoselo. En primer
lugar, el terreno es ya propiamente una verdadera ladera, lo cual no se percibe todavía
claramente en Fragoselo, que a pesar de su irregularidad, no deja de ser una gran terraza
baja y de fácil acceso. En el sector NO. los petroglifos están más alejados los unos de
los otros, ocupando terrazas, que en ocasiones son espolones (Outeiro de Lucas - fig.
96, nº. 2) o pequeños rellanos (O Carballoso, fig. 96 nº. 3, 4 y 5), y solamente en Cal do
Outeiro y Monte Pequeno se relacionan con amplias terrazas.
Las cosas cambian si volvemos nuestra vista hacia la ladera de Poniente, o más
concretamente en su sector SO. (Fig. 98 y 99). En este área se aprecia como las
estaciones rupestres se escalonan en altitud desde los puntos más bajos, al pie de la
ladera (As Lágoas - fig. 98, nº 1), encontrándose algunos en plena vertiente (O Currelo -
fig. 98, nº 2 y 3; Chan do Pateco – fig. 98, nº. 6 y 7), y a continuación extendiéndose en
las zonas marginales de las chans superiores próximas a la ruptura de pendiente (As
Requeixadas – fig. 98, nº. 4 y 5). De todos modos, estas estaciones se acompañan de
otras ya existentes en plena chan como son el Outeiro dos Lagartos, el Alto da
Bandeira, (fig. 98, nº. 9, fig. 100, nº. 2), la Fonte do Sapo y la Coutada Pequena (fig.
100, nº 1, 5 y 6, pgn. 208).
Fig. 97.- Situación de los petroglifos del Maúxo en su sector NO. A la derecha algunos de los petroglifos
de la chan superior.
206
Fig. 98.- Distribución de los paneles con combinaciones circulares en la vertiente SO. del Monte Maúxo
(Priegue, Nigrán): (1) As Lagoas; (2) O Currelo 1 y 2; (3) O Currelo 3; (4) As Requeixadas 1; (5) As
Requeixadas 2; (6) Chan do Petaco 1; (7) Chan do Petaco 3; (8) Outeiro dos Lagartos; (9) Alto da
Bandeira; () mámoa.
múltiples manifestaciones rupestres (fig. 98). En estas tierras altas podemos distinguir
dos agrupaciones de petroglifos, uno, el ahora descrito integrado por las estaciones de
As Requeixadas, localizadas en la ruptura de pendiente (Fig. 98, nº. 4 y 5), y otro grupo
más nutrido en torno a una gran superficie en forma de amplia cuenca con leve
pendiente hacia el O., ligeramente encharcadiza, y bordeada de cotos, outeiros y laderas
de eminencias rocosas, que sería la planicie del NO., antes mencionada (Fig. 100).
Alrededor de esta área se encuentran varios paneles con combinaciones circulares de
notable importancia, ocupando distintas modalidades topográficas.
Fig. 99.- Situación de los petroglifos del Monte Maúxo en el área SO.
La chan superior situada haca el S., (fig. 98) donde también consta una mámoa,
tiene algunas zonas anegadizas, pero de corta extensión, así como áreas muy
pavimentadas con lanchares. En este sector los petroglifos fueron realizados
preferentemente en peñascales cercanos a la ruptura de pendiente, pero también por
rocas de las laderas. Al igual que en el sector NO. del Monte Maúxo, las estaciones
están relativamente alejadas las unas de las otras.
Sin embargo, la ladera S. y SE. no ha sido precisamente muy propicia en
hallazgos rupestres, probablemente debido a las fuertes pendientes de las vertientes.
Como conclusión podremos resumir que los petroglifos se encuentran un poco
por todas partes, desde el litoral, pasando por las vegas agrícolas hasta las áreas de
monte, pero en estos últimos espacios son considerablemente más abundantes. En los
espacios a monte, las localizaciones se identifican al margen de cualquier cota de
altitud, e incluso sin especial consideración por el tipo de terreno, sin importar si el
entorno está integrado o no en una pendiente.
208
Fig. 100.- Distribución de los petroglifos de combinaciones en torno a la gran chan inferior del Monte
Fonte do Sapo 1; (6) Fonte do Sapo 2; (7) Chan Grande; () Mámoa da Chan Grande; () Castro.
Maúxo: (1) Coutada Pequena; (2) Alto da Bandeira; (3) Chan do Petaco 3; (4) Outeiro dos Lagartos; (5)
Fig. 101.- Distribución de las estaciones con las combinaciones circulares en el Valle Miñor (Gondomar).
Con rombos están señalizadas las estaciones con armas de Santa Lucía y Agua da Laxe (Vincios).
Comenzaremos por el valle del río Zamáns, a su paso por las parroquias de
Vincios y Chaín, ambas en Gondomar, todo ello a escasos kilómetros hacia el SE. del
Monte Maúxo (Fig. 101), y delimitado al E. por la Sierra del Galiñeiro, cuyas cumbres
alcanzando los 700 m. de altitud y podemos ya estimarlas como montañosas. En el
cuadrante NO. vemos los petroglifos de Vincios cercanos al barrio de Xián. Estos
paneles se hallan en una zona dejada a monte de baja altitud respecto a la vega agraria,
prácticamente constituyendo una continuación un poco más elevada. Otro núcleo de
petroglifos se localiza hacia el S., en Chaín, en las proximidades de la vega agrícola de
la aldea de Regodagua. En este caso se trata de una sucesión de amplias terrazas,
tampoco muy altas respecto a las actuales tierras agrícolas. Hacia el E. a media altura de
la vertiente de poniente de la Serra do Galiñeiro volvemos a toparnos con una serie de
paneles dispuestos longitudinalmente en sentido NO.-SE., entre los cuales están los
célebres de Agua da Laxe, con figuración de armas. Estos petroglifos se encuentran en
una serie de terrazas no muy bien conectadas entre sí, y prácticamente a la misma altura.
La sensación de disposición longitudinal, podría estar expresando una circulación
horizontal a través de estas plataformas intermedias, pero tampoco podemos descartar
relaciones verticales respecto de tierras más bajas, pues en líneas generales, el acceso a
estas terrazas intermedias de las laderas de la serranía, es bastante fácil. En este espacio
se emplaza la estación de Fonte da Prata236, la localizada a mayor altitud del Sur de la
Ría de Vigo, al situarse a 560 m. de altitud. Como podemos apreciar, por encima de esta
cota ya no se han documentado más paneles rupestres a no ser uno de coviñas a 700 m.
236
Domínguez Pérez, M., Rodríguez Sobral, J. M. y Costas Goberna, F. J. (1992).
210
de altitud en una ruptura de pendiente del Galiñeiro en la zona conocida como Doral de
Vigo.
Fig. 102.- Dispersión de los petroglifos con combinaciones circulares en el área de Amoedo (Pazos de
Borbén )
Un caso muy semejante a éste de Gondomar, esto es, con petroglifos localizados
en tierras dejadas a monte de baja altitud y adyacentes a las tierras de cultivo, se
211
Fig. 103.- Detalle (véase fig. 102) de la localización de los petroglifos de combinaciones circulares
(estrellas negras) y los túmulos (puntos azules) en las proximidades de Amoedo (Pazos de Borbén).
237
García Alén A. y Peña Santos, A. (1980: 87-89);Santos, Estévez, M. (1995 y 1996); Seoane Veiga, Y.
(2006); Fernández Pintos, J. (2013, 10).
238
Sobrino Buhigas, R. (1935:láms. XLII-XLVIII).
212
En el sector N. del área de Amoedo (fig. 103), las estaciones se caracterizan por
concentrarse en puntos cuya naturaleza serrana se deduce de la descripción topográfica
expresada varias líneas más arriba, y de no ser por esta información, el acceso sería casi
imperceptible. De todos modos, la irregularidad del terreno, aunque suave, y su elevada
pedregosidad caracterizan a esta franja periférica de la vega de Amoedo. Son áreas en
líneas generales incultas, donde constan pequeñas cuencas anegadizas, o por las que
discurre algún arroyo, situadas entre peñascales más elevados, pendientes o superficies
de menor inclinación. Antiguamente en estos lugares pastaban hatos de ovejas y cabras
de centenares de cabezas, según hemos recogido de fuentes orales fidedignas.
En la mitad norte del área de Amoedo, la inmensa mayoría de los petroglifos se
concentran al NO. de la actual vega agrícola y pueblo, muy cercanas a este espacio, y
alejadas de los puntos más altos de la serranía, de los cuales la estación del Outeiro do
Aio supone una excepción, aunque de todos modos, tampoco está excesivamente
alejada. Esta concentración de petroglifos en un área tan concreta coincidiendo además
en el espacio con túmulos (fig. 103) implantados en zonas excesivamente rocosas, con
fuerte pavimentación de lajas parcialmente cubiertas por una escasa capa de tierra, no
deja de llamar la atención. Es un caso único en Galicia, lo cual necesita una explicación,
que trataremos de ensayar más adelante.
Uno de los ejemplos más interesantes de localización geográfica de paneles de
arte rupestre la encontramos en el poblado galaico-romano de Santa Trega y en su
entorno inmediato (Fig. 104). Este yacimiento del extremo sur de Galicia emplazado
sobre la desembocadura del río Miño es famoso porque numerosas construcciones, sean
cabañas, muros o murallas fueron edificadas sobre rocas que presentaban
manifestaciones rupestres, tanto combinaciones circulares, como espirales, o coviñas239.
Según las recientes excavaciones dirigidas por A. de la Peña, este poblado fue ocupado
desde fines del siglo I A.C hasta fines del siglo I A.D.240; no obstante quizás haya que
contar con una ocupación posterior, pues han aparecido algunos materiales que encajan
mejor hacia el remate del siglo III A.D. y comienzos del siglo IV A.D. 241 Con total
seguridad no constan en este asentamiento claros vestigios anteriores a estas
cronologías. Sin embargo, a sus pies, en contacto con el llano, y concretamente por
donde mejor se accede a la cumbre, consta el castro de A Forca, que fue poblado en el
siglo IV A.C.242
El Monte de Santa Trega adopta la forma de un gran domo campaniforme de
344 m. de altitud, de fuerte entidad rocosa, separado por el norte de otras serranías por
amplias vegas, y delimitado por el río Miño y el Océano Atlántico. En este espacio se
han localizado más de una veintena de paneles rupestres243, de los cuales ahora
sólamente nos interesan las combinaciones circulares. Antes de proseguir debemos
advertir que consideramos las espirales, un motivo muy característico de esta zona,
como un modo particular de combinación circular. Desde un punto de vista
morfológico, no vemos razón alguna para suponerlas una categoría distinta (por ejemplo
239
Sobrino Lorenzo-Ruza, R. (1951); Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:27).
240
Peña Santos, A. (1986 y 1987b).
241
Caamaño, J. M., Carballo, L. X. y Vázquez, M. A. (2007:119).
242
Carballo Arceo, X. L. (1987).
243
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980); Mártínez do Tamuxe, X. (1980); Costas Goberna, F. J.
(1988); Pereira García, E., Costas Goberna, F. J. e Hidalgo Cuñarro, J. M. (1999).
213
de algún modo relacionadas con los laberintos), dado que posiblemente el trazado en
espiral aparentemente no deja de ser una forma más de realizar una combinación
circular.
244
Aparicio Casado, B. (1989:122-133); Sartal Lorenzo, M. A. (2001).
215
245
Costas Goberna, F. J. (1989).
216
inmediaciones. Sea como fuere su existencia habrá de ser siempre tenida en cuenta,
dado que además no suponen precisamente una situación excepcional.
8.2.1.3. Conclusiones.
La tendencia de los petroglifos a aparecer en ambientes de serranía o por lo
menos en tierras dejadas de monte, es decir, improductivas para las prácticas agrícolas
históricas tradicionales es una circunstancia indudable, y que ha quedado
manifiestamente puesta de relieve en el estudio geográfico de algunas estaciones en el
epígrafe anterior. De todos modos, no se debe olvidar que en algunos puntos de las
serranías, en áreas extensas, planas y no pedregosas se podía llevar a cabo una
agricultura de secano del tipo de roza y quema, tal como además lo testimonia la
toponimia y la documentación instrumental conservada. No obstante tampoco podemos
menospreciar la presencia ocasional pero cierta de paneles rupestres en los llanos
agrícolas en roquedos que se conservaron indemnes en medio de los campos de cultivo
tradicionales. Este hecho, es la constatación más palpable de que independientemente de
la funcionalidad de los petroglifos, estos estaban presentes en amplias áreas del
territorio. Es no obstante indiscutible una mayor presencia de las manifestaciones
rupestres en las laderas de las serranías, aunque conviene tener en cuenta que las vegas
agrícolas han soportado varios milenios de progresión demográfica y de una intensa
explotación económica, lo cual ha podido incidir en la destrucción de más ejemplos de
petroglifos en tierras bajas, tanto en el acondicionamiento de las terrazas agrícolas como
en la instalación de las aldeas, todo lo cual distorsionaría nuestra interpretación actual.
Sea como fuere, se habrá de considerar que una de las principales características de las
cubetas de deposición es precisamente la normal ausencia de peñascales.
En estas áreas serranas los petroglifos se escalonan en altura desde la misma
base de la serranía hasta sus cumbres, siempre y cuando estas plataformas elevadas no
excedan en altitud ni sean excesivamente pedregosas. Dadas estas laderas,
preferiblemente los localizaremos en las cotas más bajas, muy próximos a las cubetas de
deposición, donde en nuestra era se asentaron las terrazas agrícolas, y eventualmente
escasean a medida que ascendemos por las citadas vertientes. Esta circunstancia,
comprobable en numerosos lugares parece estar señalando una cierta vinculación entre
petroglifos y tierras bajas, lo cual asimismo no excluye otro tipo de emplazamientos a
mayores cotas. Muy significativas son las estaciones ubicadas a media ladera en
vertientes muy pronunciadas, donde la movilidad es bastante incómoda.
Si algo caracteriza a las áreas donde se encuentran petroglifos es su escasa o
incluso muy frecuentemente nula capacidad para ser explotadas agrícolamente debido
bien al emplazamiento en laderas muy pronunciadas, la general precaria calidad de los
suelos donde se asientan, y también su frecuente exposición a las inclemencias
climatológicas, sobre todo corrientes de aire, y donde en consecuencia azotan
sobremanera los temporales, derivado de sus enclaves en cotas elevadas y/o parajes
abiertos. Suelen ser lugares desde donde se contemplan panorámicas locales o incluso
paisajísticas más amplias, a veces muy dilatadas, tanto tierra adentro, como costeras, e
incluso hacia el mar abierto, de donde se sigue su frecuente exposición a los agentes
atmosféricos más extremados. Desde un punto de vista económico estos terrenos sólo
sirven para ser explotados en tareas de caza, pastoreo o de recolección. Queda no
obstante tratar de valorar la explicación simbólica ensayada por algunos autores.
217
246
Fernández Pintos, J. (2003).
218
con el dominio paisajístico de amplias panorámicas, nada mejor que la cumbre del Coto
de San Vicente. Incluso, en el caso del Coto da Fenteira paradójicamente los paneles
localizados están en el remate inferior de la ladera de una pequeña eminencia rocosa,
despreciando el estupendo paisaje sobre la Ría de Vigo que se puede disfrutar desde la
cumbre de este pequeño peñascal. Un proceder parecido lo volvemos a encontrar el
petroglifo de Pornedo, en Marín, de espaldas por completo a un peñascal hoy en día
muy concurrido desde donde se contemplan excelentes panorámicas sobre la Ría de
Pontevedra (fig. 125, pgn. 241).
Fig. 106.- Distribución de petroglifos y mámoas (círculo azul) en el entorno del Monte Penide
(Redondela). En el recuadro de la izquierda, fotografía aérea tomada desde el SE
SAO3
Fig. 108.- Ejemplos de emplazamientos en chans o espacios similares (escala humana): (1) A Chan do
Rapadouro (Chandebrito, Nigrán); (2) A de Rial (Chandebrito, Nigrán); (3) Tomada do Xacove
(Morgadáns, Gondomar); (4) A Gándara 1 (Chaín, Gondomar).
nº. 10, pgn. 201; cap. 4, pgn. 72 y ss.). A Chan do Rapadouro es una gran superficie
aplanada ubicada a los pies de la serranía, y situada a unos 300 m. de altitud y de unos
300 m. de anchura por 600 m. de longitud, donde además de sectores planos, constan
algunas leves pendientes, suaves elevaciones rocosas y rupturas de planos por el S. En
este espacio fueron localizados vestigios funerarios y habitacionales tanto de época
campaniforme, como de la Edad del Bronce, e incluso anteriores (vid. fig. 5 y pgns. 18-
19 y 72 y ss.). En un punto céntrico de esta chan encontramos el petroglifo ya estudiado
de A Chan do Rapadouro (fig. 93, nº. 10; Cap. 4, pgns. 72 y ss.). El lugar se caracteriza
por una eminencia suave que apenas se eleva 1 m. del entorno (fig. 108, nº. 1), integrada
por el afloramiento de varios peñascos que no exceden el metro de altura, uno de los
cuales, el insculturado, está en una roca a ras del suelo, mientras el lugar lo caracteriza
otro peñasco ligeramente elevado pero de una pésima calidad. Esta ubicación SAL pasa
discreta en la gran superficie aplanada, pero desde el enclave del petroglifo, y con
vegetación baja, se percibe cualquier movimiento que se produzca en la mayor parte de
la chan.
Los tipos SAP son relativamente más abundantes, y con frecuencia están más
ligados a rocas elevadas en medio de los campos de cultivo. Son típicos de este modelo
los ya estudiados de A Tomada do Xacove (fig. 108, nº. 3, pgn. 221), y el de A de Rial
en Chandebrito (fig. 108, nº. 2). Muy relacionado con grandes peñascos donde se han
grabado combinaciones circulares encontramos el panel nº 1.1 de A Gándara en Chaín,
Gondomar (fig. 108, nº. 3)248. Se trata de un gran peñasco de 3 m. de altura situado en
un afloramiento en la ruptura de pendiente. No es fácil de subir a su cima, pero desde
aquí se contempla una amplia área aplanada. Si bien en este caso el peñasco se sitúa en
el vértice de una abrupta ruptura de pendiente (fig. 115, emplazamiento SARP1), es
indiscutible el dominio visual sobre la dilatada chan adyacente, pues el disfrute de la
gran panorámica paisajística que se abre a sus espaldas también se contempla en iguales
condiciones desde la base del gran peñasco. Semejante a éste caso es el de A de Rial
(fig. 108, nº. 2, pgn. 221; fig. 130, pgn. 251).
247
Costas Goberna, F. J. (1985:140-141).
248
Costas Goberna, F.J. (1985:47).
223
249
Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. (1987b).
225
Como vemos a veces es difícil decantarse por una u otra posibilidad. Es pues la
forma exenta, piramidal, desarrollada y esbelta, con aspecto de acumulación caótica de
peñascos la que preferimos para aludir especialmente al tipo de emplazamiento definido
por un coto.
Un caso digno de ser comentado es el del Outeiro dos Lagartos, (fig. 100, nº. 4,
pgn. 208, fig. 112, nº 1), estación situada en la plataforma superior del Maúxo, en la
intersección de dos terrazas dispuestas a distinto nivel. Se trata en este caso de una
ligera elevación rocosa de no más de 3 m. de altura y amplia, compuesta por rocas
bajas. Hacia el E. y S., domina áreas llanas; por el O. encontramos la ruptura de
pendiente, y hacia el O. domina toda la chan que se abre a sus pies. Su posición de
control sobre todas estas planicies es absoluta, aún a pesar de su escasa definición
visual. Una estación muy parecida a esta la encontamos en Coto do Outeiro (Viascón
226
Cotobade)250. Este petroglifo está integrado por varios paneles grabados en lajas, y
emplazados sobre una leve prominencia de unos 50 m. por 30 m. situada en medio de
las tierras de labor, pero dejada a monte a causa del carácter rocoso de su sustrato tal
como se manifiesta en los abundantes afloramientos de lajas. En el arco que va NE-E.-
S. se levanta sobre los cultivos no más de 20 m. de altura, pero hacia el norte y poniente
no va más allá de los 10 m., y todo ello contando con laderas transicionales muy suaves.
250
Peña Santos, A. (2005, pgn. 4)
251
Fernández Pintos, J. (2012).
227
Fig. 112.- (1) Outeiro dos Lagartos (Priegue, Nigrán) (2); Fonte do Sapo 1 (Saiáns, Vigo); (3) Socastro
(Chandebrito, Nigrán); (4) Cruz do Penide (Redondela); (5) Castro Loureiro (A Portela, Barro) (6)
Regodagua (Chaín, Gondomar).
El petroglifo de Socastro (figs. 113, nº. 2 y fig. 112, nº. 3) se encuentra en unas
rocas bajas en el extremo inferior de un pequeño ‘outeiriño’ rocoso dominando
228
visualmente una pequeña área levemente inclinada hacia el Río Seco, plana, libre de
roquedos, y donde asimismo, en tiempos pretéritos se construyeron cerradas.
Una estación de topografía semejante la encontramos en el Castro Loureiro en
Barro, de cuyos grabados nos hemos ocupado en páginas anteriores (pgn. 143 y ss.).
Los paneles de esta estación (fig. 112, nº. 5) se disponen en distintas rocas de la ladera
meridional de un pequeño coto, desde el cual se domina un área aplanada, donde en
tiempos antiguos se construyó también una cerrada. En lo que respecta al tipo de
ubicación, esta estación parece una copia de la de A Tomada dos Pedros, más arriba
mencionada. Esta clase de emplazamiento de petroglifos situados en la ladera de leve
pendiente de un coto, desde donde se divisa una chan se advierte también en el Monte
Maúxo, en O Preguntadouro (fig.111) y en el Outeiro do Castro. En Chaín (Gondomar),
la estación de Regodagua (fig. 112, nº. 6) se emplaza en una gran laja inclinada a media
ladera de un coto, dominando en altura tanto la vega agrícola como el acceso al lugar de
A Gándara donde se encuentran otros petroglifos. En el mismo sitio, A Gándara IV se
emplaza en un amplio afloramiento rocoso dominado por una gran roca plana que
apenas sobresale unos 2 m. por las partes más altas, pero que corona una triple
elevación suave del terreno, dando a distancia la imagen de un outeiriño.
252
Bouza Brey, F. y Sobrino Lorenzo-Ruza, R. (1948); García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:114-
115); Peña Santos, A. (2005:66-67).
229
novedad; de hecho es muy semejante a los casos documentados en la cima del Monte
Maúxo; incluso su ubicación en la ladera de un coto no nos debe sorprender (situación
SAO3). En efecto, se encuentra a 340 m. de altitud, y a un quilómetro hacia el NO. de la
vega de Os Vilares, cuyas máximas cotas alcanzan los 260 m. s.n.m. Sin embargo, no
constan otros petroglifos en las cotas intermedias, ni tampoco en las inmediaciones, ni
que se sepa hasta el momento, en toda la serranía. Tampoco se emplaza en las cimas de
los cotos que culminan la serranía, sino en un punto equidistante de una ladera. Desde
este punto se contempla el dilatado espacio de una terraza inmediata que se extiende a
sus pies de leves pendientes convergentes hacia el lecho de un pequeño arroyo, cuyo
nacimiento se produce en las proximidades del petroglifo. El campo de visión inmediato
lo cierran los planos superiores de una serie de lomas que se extienden por el O. y
bruscas rupturas de pendiente por el S. y SE.
El parecido de este tipo de emplazamientos con los ya señalados en cimas de
peñascos, sobre todo con los localizados en rupturas de pendiente es evidente (fig. 107;
SARP1; compárese además la fig. 108, nº. 4 y la fig. 110). Desde el simple peñasco
aislado, pasando por el afloramiento, hasta llegar al coto se transita por una sucesión de
tipos consistente en la acumulación de peñascos, donde podemos encontrar petroglifos
de combinaciones circulares. De todos modos si algo caracteriza obviamente a este tipo
de petroglifos es el dominio visual sobre su entorno. A ello favorece usualmente su
situación sobre las rupturas de pendientes.
LSA
Fig. 116.- En primer término, emplazamiento del petroglifo de Outeiro do Castro (Coruxo, Vigo).
Con el tipo SARP2 podemos relacionar Outeiro do Castro (fig. 115; pgn.),
aunque también encajaría como SAO3, tal como lo hemos indicado más arriba. Este
panel se encuentra en la ladera de una pequeña elevación bajo la cual y a escasos metros
se extiende también en plano inclinado una superficie acondicionada en bancales para
dedicarla a cultivos. Sin lugar a dudas, de este petroglifo destaca su control del área en
pendiente cultivada.
231
Fig. 117.- La estación da A Cruz do Penide, donde delimitan las parroquias de Cerdedo, Negros y
Trasmáño (Redondela).
El petroglifo de la Fonte do Sapo 1 (pgn. 113 y ss.; fig. 110, nº. 5, pgn. 206; fig.
112, nº. 2) se localiza en una gran laja a ras del suelo, y a escasa altura sobre la cuenca
que se abre a sus pies, todo ello, en el comienzo de una ladera que va a conducir a una
de las cotas más altas del Monte Maúxo. Desde este punto se mantiene un buen control
visual sobre todo el entorno inferior de la estación.
253
Costas Goberna, F. J. (1985:103 y ss.)
254
Hidalgo Cuñarro, J. M. y Costas Goberna, F. J. (1980).
232
Fig. 118.- Plano, localización y perfiles panel nº. 1 del Alto de Santo Antuiño (Couso, Godomar).
Miñor y el Baixo Miño, así como hacia el santuario de San Xián en el Monte Aloia,
hacia el NE. Hubo de hecho un hospital de peregrinos en este lugar. La terraza se eleva
unos 10 m. sobre el collado, presentando un frente pedregoso abrupto y casi vertical.
El petroglifo mide 1,5 m. de longitud, y está integrado por una gran figura
ovalada a la que se le adosan una serie de sectores circulares irregulares de uno de los
cuales parte una línea ondulante que remata en una diaclasa, así como cuatro coviñas
alineadas junto al gran óvalo. El gran óvalo mide de 82 por 63 cms. y está relleno de
coviñas de gran formato de hasta 90/22. El surco del óvalo es profundo con cotas de
55/7. Estas características de sección las comparten los trazos que conforman los dos
primeros óvalos adosados, pero los restantes, así como la línea ondulante tan sólo han
sido levemente tallados, como mucho de hasta 50/3. Por último las cuatro coviñas que
acompañan externamente al gran óvalo están en el entorno de los 60/8.
Lo que más llama la atención de este petroglifo es su extraña ubicación. En el
entorno existían gran cantidad de rocas, pero todas fueron despreciadas a favor de esta,
cuyo trabajo presenta ciertas dificultades, incomodidades, e incluso peligros. En efecto,
se localiza en la misma abrupta ruptura de pendiente, donde el trabajo exigía especial
cuidado, por no facilitar el buen asentamiento del artista, y propiciar que un error
postural o de desacomodo condujese a un fatal despeñe.
Sea como fuere, y a pesar de todos estos inconvenientes, fue ésta y no otra la
roca elegida, lo cual necesita una explicación coherente. El gran óvalo no ocupa
estrictamente un mamilo, pero sí está emplazado en una forma levemente redondeada y
prominente. Los demás sectores circulares asociados y dispuestos hacia el O.
probablemente sean añadidos posteriores realizados en función de la tendencia a la
jerarquización gráfica (véase Cap. XX, pgn. XX), de lo cual da fe, no solamente su
adosamiento, sino también la escasa calidad de los surcos de algunas de estas figuras
circulares. Se trataba por lo tanto, de añadir más grabados a un núcleo antiguo
preexistente, y esta labor solamente se podía llevar a cabo realizando los grabados en la
superficie vacía que descendía hacia el O. Respecto a la localización en sí del panel, al
despreciar tan buenas rocas presentes en las proximidades, no vemos otro argumento
sino el suponer, que este emplazamiento sigue el modelo de las ubicaciones sobre cimas
de cotos (SAC1), rompientes de pequeños desniveles (SARP2), o laderas de outeiros
(SAC1). Sin embargo, y he aquí la gran diferencia, en este panel queda especialmente
clara la vinculación visual entre el punto elevado donde se sitúa el petroglifo, y la chan
extendida a sus pies, porque en efecto, no se puede entender de otro modo tan
controvertida elección de roca. Sobre este tema y este petroglifo volveremos pronto.
nada mejor que ascender a la cumbre del coto, situada a 150 m. hacia el SE. Sin lugar a
dudas, no era la magnificación simbólica de la vocación paisajística de las
combinaciones circulares lo que motivó la elección de esta roca, sino la relación
probablemente con algún fin más práctico.
Fig. 119.- (1) Outeiro dos Cogoludos (Moimenta, Campo Lameiro); (2) A Ferradura (Verducido, A
Lama); (3) O Xubiño 1 (Combarro, Poio).
235
Otro caso que nos interesa traer aquí, es el del gran petroglifo del Outeiro dos
Cogoludos (Moimenta, Campolameiro)256 (fig. 89, pgn 153; pgn. 225; fig. 133, pgn.
267), a cuyo conjunto ya hemos hecho una breve alusión. Debemos advertir que los
múltiples paneles aquí descubiertos están integrados en una estación rupestre más
amplia, cuyos grabados no distan mucho de éste (fig. 89, pgn 195), pareciendo todos
relacionados con esta área de pequeña serranía cercano a la aldea de Paredes. Este
petroglifo, integrado no solamente por combinaciones circulares, se encuentra en la
ladera meridional de un coto rocoso. Desde el panel, monte arriba, el terreno está
sembrado de piedras y peñascos, pero el sector de vertiente que queda hacia abajo, sí
está libre de roquedo. Goza también de cierto dominio visual, sobre todo el tramo de
cuesta inferior, y hacia planos descendentes de otros cotos cercanos y sobre una
pequeña cuenca que hay en la base de la elevación, así como alguna terraza.
Páginas atrás ya hemos hecho alusión a los petroglifos de O Xubiño (Combarro,
Poio; véase pgn. 207-208 y fig. 104). Como habíamos visto, las distintas estaciones aquí
localizadas se disponen en la extensa pendiente oriental de la serranía, sobre la vega
agrícola actual. La inclinación de la ladera es prolongada y muy acusada, salvándose un
centenar de metros en tan sólo 600 m. La estación de O Xuviño 1 se localiza en una
exigua terraza rocosa (fig. 119, nº. 3) a media ladera, a unos 40 m. sobre los campos de
cultivo actuales (pgn. 207-208, fig. 104, nº. 1). Ciertamente aún se habrá de considerar
la existencia de petroglifos a mayor altura, pero de ellos nos ocuparemos en el próximo
epígrafe. Se observa claramente que esta ubicación no difiere especialmente de las
localizaciones rupestres del área NE.y NO. del Monte Maúxo, ya comentadas (fig. 95,
pgn. 203 y fig. 96, pgn. 204).
Dentro del grupo de petroglifos localizados en un combinado complejo de
superficies, aún habría que señalar los ubicados en rupturas de pendiente de laderas
(SPG) de gargantas por las que circula algún arroyo. A una tal ubicación corresponde
por ejemplo el petroglifo de Laxielas en el Monte Maúxo, al cual hemos dedicado un
amplio estudio (véanse págs.. 136 y ss.; fig. 95, nº. 9, pgn. 203). Otro interesante caso es
el del inédito petroglifo de O Carballal, en Chandebrito (fig. 113, nº. 1; fig. 128, nº. 1,
pgn. 250), compuesto únicamente por una combinación circular de cuatro anillos con
coviña central. Para grabar este círculo de la gran cantidad de rocas del lugar
(prácticamente está pavimentado de lajas) se eligió una que no destaca en nada especial,
a no ser por el leve mamilo que ocupa la combinación circular, pero se encuentra
situada en la ruptura de pendiente sobre la cuenca del llamado Regueiro dos Liñares,
amplio espacio cóncavo libre de roquedos. Es cierto que también se contempla una
estupenda, aunque parcial vista de la Ría de Vigo, pero si era ello lo que se pretendía,
mejor hubiera sido elegir una roca más conspicua, céntrica, elevada o más adecuada, y
no una a ras de suelo, en posición inclinada, y que como se ve, no era precisamente por
falta de posibilidades.
256
García Alén, A. y Peña Santos, A de la (1980:fig.13).
236
Fig. 120.- Bloque-diagrama de los tipos de emplazamientos de petroglifos relacionados con las vertientes
de serranías.
257
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 101).
258
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 74).
238
sin que consten terrazas próximas, y situado en una empinada ladera a 80 m. de altura
sobre las tierras más altas de la terraza agrícola tradicional. En este último caso, dado
que la inclinación de la pendiente dificulta mucho el ascenso, lo cual tampoco es
insalvable, mejor parece que existiese algún tipo de acceso horizontal según se señala en
los caminos por allí existentes en los mapas más antiguos.
Hay no obstante que realizar algunas acotaciones a esta norma, sobre todo si
estudiamos el petroglifo de O Currelo 2 (fig. 122). El emplazamiento en pendiente es
desde luego incontestable, pero hacia el O. a escasos 50 m. hay un espolón en el cual
encontramos el petroglifo de O Currelo 1 (fig. 98, nº. 2, pgn. 206). En distintas partes de
este espolón, aún constan numerosas buenas rocas que no obstante quedaron sin grabar,
lo cual a priori es chocante, porque las superficies en las que fueron grabados los
diseños de O Currelo 2 no presentan ninguna particularidad que quepa destacar. La
única explicación coherente para comprender el emplazamiento de este petroglifo
forzosamente debe ser definida por la ubicación misma de las rocas elegidas para
realizar los grabados y no otras. Necesariamente la respuesta a estos interrogantes los
encontraremos en la interpretación de esas tan particulares ubicaciones.
239
Fig. 123.- Emplazamiento del petroglifo del Piñeiral do Caeiro (San Xián de Marín, Marín).
En el Monte Maúxo contamos con poblados del III y II Milenio cal. A. C. (véase
pgns. 19 y ss.). También en Amoedo (Pazos de Borbén) disponemos de varios
asentamientos de la misma época excavados259. Pero en ambos casos, no vemos como
correlacionar los petroglifos con estos poblados. En Amoedo, curiosamente los
petroglifos se encontraban a más bajo nivel que aquéllos, despreciándose asimismo
cotas más altas, rasgo que de todos modos no impidió la implantación de algunos
asentamientos en plenas cumbres. En el Monte Maúxo, los petroglifos aparecen en las
inmediaciones de estos hábitats, pero también monte arriba, e incluso a nivel más bajo.
Hemos ya indicado la impropiedad de tratar de relacionar petroglifos con poblados del
modo que han ensayado otros autores (pgns.179 y ss.).
259
Fernández Pintos, J. (2013:54 y ss.)
260
Albo Morán, J. M.; Novoa Álvarez, P. y Costas Goberna, F. J. (1991).
261
Peña Santos, A. (1991).
241
encontrar rocas grabadas. Esta claro que un hábitat tiene que ser necesariamente más
amplio.
Otra hipótesis que queda en entredicho es el del carácter secreto y oculto para lo
comunidad del emplazamiento de los petroglifos (también producto de J. Rey y A. de la
Peña), pues ha quedado claro que ubicaciones en cumbres de domos campaniformes,
sobre elevados peñascos o en rellanos de laderas, no son precisamente los mejores
lugares para pasar desapercibidos, ni tampoco para realizar reuniones en torno a los
grabados, por ser muchas veces poco menos que imposible.
Pero estos grandiosos espectáculos naturales, puestos muy de relieve por algunos
investigadores, contrastan con la ubicación de otros muchos petroglifos con
perspectivas paisajísticas más limitadas, reducidas como mucho a una pequeña chan
interior. Por otra parte, las grandes panorámicas de la que gozan algunos paneles, no
242
Fig. 125.- Perfil N.-S. del emplazamiento del petroglifo de Pornedo (San Xián de Marín, Marín).
una actividad ganadera de la que extraer el grueso de las proteínas necesarias para vivir,
así como otras materias primas, lo cual exige el planteamiento de un pastoreo, muy
probablemente extensivo, y en tal esquema suponer que a la actividad pastoril, con sus
idas y venidas por todo el hábitat, se le escapaba el conocimiento de algún sitio especial,
por muy recóndito que estuviese, es sinónimo de la artificiosidad y la poca maduración
de esta idea, así como de la ingenuidad con la que se condujeron algunos autores..
Otra de las hipotésis que analizamos en su momento era la que proponía que los
petroglifos funcionaban como centros de agregación estacional de una población
dispersa. La idea sería digna de consideración si contásemos con un panorama rupestre
basado en grandes petroglifos en lugares alejados unos de otros, y además, en espacios
adecuados. Observando la ubicación de la inmesa mayoría de estos petroglifos en
laderas de cotos, o en roquedos irregulares, queda claro que no pueden ser
funcionalmente peores los lugares elegidos para realizar grandes reuniones estacionales.
Además la multiplicidad de paneles, no muy alejados los unos de los otros, convierte en
inoperante esta posibilidad, porque se habría de explicar cómo es que existían tantos
centros de reunión, fuesen o no sincrónicos.
De este modo hemos llegado a uno de los puntos que consideramos más
espinosos de los petroglifos, pues implica una vez admitido su valor religioso, evaluar
ante qué tipo de manifestación trascendente estamos. Por explicarlo en un lenguaje más
asequible, es necesario determinar si nos encotramos ante santuarios, altares, ofrendas u
otro tipo de concrección religiosa. Según hemos deducido del análisis del proceso de
tallado de muchos petroglifos, en su cofección han participado muchas manos. No
existía además ninguna planificación previa, siendo los petroglifos actuales el resultado
de una sucesión de aportaciones. Los motivos eran repicados, aumentados, e incluso
rectificados. Todo ello implica una participación colectiva e inconexa dilatada en el
tiempo, pareciendo más bien fruto de iniciativas personales.
El carácter sagrado de estos motivos se desprende del análisis de varios temas.
La acusada tendencia por ceñir y decorar mamilos parece aludir a algún tipo de creencia
respecto de estas protuberancias. También debe ser considerada la existencia de surcos
de salida que partiendo desde el centro de la combinación circular acaban en una
diaclasa, poniendo al motivo en conexión con alguna entidad relacionada con esas
grietas. La invariabilidad y hermético simbolismo expresado por las combinaciones
circulares nos remite al empleo de una significación codificada y aceptada
universalmente por ser el modo más adecuado de expresar algún tipo de abstracción o
creencia trascendental que no podía ser manifestada de otro modo. Todo apunta hacia su
comprensión como lugares de culto o incluso de celebración de ritos, aunque culto y rito
se manifestasen únicamente en el acto del tallado del petroglifo.
No obstante, de estas reflexiones no se deriva ninguna aclaración sobre la
naturaleza más íntima de los petroglifos, ya no en materia simbólica, sino incluso dentro
de qué tipo de categoría religiosa hemos de comprender su realización y existencia. Lo
único seguro que sabemos es que eran lugares concurridos o visitados con una
frecuencia que tampoco podemos periodizar. Por la ubicación de algunos, dada la
escasamente cómoda permanencia en el lugar es posible deducir que de realizarse ritos
o cultos, estos no debían de ser llevados a cabo más que por un número escaso de
personas. Pero incluso, personalmente nos inclinamos a pensar en la participación de
iniciativas individuales aunque repetidamente a lo largo de mucho tiempo, más que
244
muy adecuados para pastizales. Topónimos tan relacionados con petroglifos del tipo
Chan da Lagoa o similares nos ponen sobre la pista de terrenos donde la circulación de
la capa freática era muy superficial produciendo suelos con tendencia al
encharcamiento. La información etnográfica disponible (testimonios orales, relatos,
ficciones, realizaciones materiales y toponimia) no vienen sino a confirmar esta
hipótesis. Siguiendo este criterio, el emplazamiento en laderas tipo LL o en cualquier
tipo de oteaderos, una vez descartada la hipótesis propuesta por la posible ubicación
simbólica, debe radicar en razones fundamentadas en prácticas económicas, más
concretamente el pastoreo.
A nuestro modo de ver, la marcada frecuencia a haber sido realizados los
petroglifos en posiciones bajas de las laderas de las serranías está en íntima relación con
las cubetas de deposición, donde debían existir asentamientos y campos de cultivo.
Dada la proximidad manifestada por su cercanía topográfica a las cuencas agrícolas, y
en consecuencia a cultivos y poblados, concebimos una ganadería practicada en el
marco de una diversificación económica, extensiva, no debiéndose entender como una
especie de monocultivo263. En consecuencia, no parece apropiado pensar en grandes
desplazamientos de ganado de tipo trashumante o trasterminante; más bien parece un
tipo de ganadería integrada por manadas reducidas, las cuales quizás se recogían al
anochecer en establos cercanos o en los mismos poblados. De ser cierta esta hipótesis,
se puede argumentar que los petroglifos no eran el patrimonio cultural de un colectivo
social específico, sino la expresión de una sociedad, pues entre asentamientos y
estaciones rupestres no debían existir grandes distancias. Pero asimismo esta
argumentación, independientemente de que las inmediaciones de los paneles rupestres
tuviesen otros aprovechamientos, nos lleva a colegir que los petroglifos desde un punto
de vista simbólico están muy ligados específicamente con la práctica del pastoreo, con
la esencia de esta actividad. La idea de la propiciación de los pastos merced a la
insculturación de combinaciones circulares es una conclusión fácilmente deducible si se
admite el entramado social expresado en las líneas anteriores.
El ejemplo del Alto de Santo Antuiño nos pone sobre esta pista. En ese lugar
sobraban rocas parecidas para la realización del óvalo original, pero se prefirió una roca
263
Fernández Pintos, J. (1993:122).
246
En algunos petroglifos hemos observado un rasgo que por su interés obliga a que
nos detengamos en su descripción; nos estamos refiriendo de lo que hemos denominado
rocas singulares. Son éstas en general grandes rocas que por sus dimensiones
caracterizan con su presencia un paraje. No necesariamente tienen porque ser
sobresalientes, de hecho, no siempre se ven a cierta distancia, a veces son simples lajas
o como mucho rocas del tipo lomo de ballena, ni tampoco tienen porque estar
emplazadas en lugares elevados a modo de oteaderos, pero eso sí, suelen ser solitarias, o
al menos configurarse llamativamente por su desarrollada extensión de entre un roquedo
fragmentado, o no tan atractivo. Estas grandes rocas parece como si fuesen más
propicias para realizar en ellas petroglifos, actuando como un polo de atracción para
futuros proyectos rupestres. Evidentemente se configuran en paneles únicos, pero
tampoco excluye que en otras rocas próximas se hubieren realizado más petroglifos.
Otro ejemplo notable es el de A Pedra dos Mouros en Marín 265 (fig. 126). El
entorno se configura en líneas generales del tipo LL, es decir en ladera, aunque con
tramos de distinta inclinación. Se trata también de una gran mole de peñascos
emergiendo en su ámbito local en forma piramidal, con unos 13 m. de diámetro,
elevándose 2 m. por el SE., mientras por el O. alcanza los 3 m., y por el N. no sobresale
más de 1 m. En realidad constituye el extremo S. de una gran superficie rocosa
extendida hacia el NO por la ladera que de repente emerge por lo que desde su cima se
controla perfectamente todo la ladera inmediata. Sin embargo, el mayor interés de esta
roca es precisamente su rotunda y visible mole, la cual desde luego no pasa
desapercibida, sobre todo si es vista desde las cotas más bajas. Pero para la
insculturación del principal panel, no se eligieron los puntos más elevados del peñasco,
sino principalmente una superficie inclinada y amplia, que es además por su amplitud el
mejor lienzo de que se dispone en ese conglomerado rocoso, aún presentando una
acusada sinuosidad.
264
Costas Goberna, F. J. (1985:102 y ss.).
265
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 78)
248
ss.; fig. 100, nº 1, pgn. 208), y A Pedra da Moura, también analizada parcialmente.
Evidentemente, la ubicación de estos petroglifos no se puede ligar a razones estratégicas
de control directo de las manadas de animales paciendo en el entorno, pues desde ellas
no se obtiene una visión completa del paraje, pero por la contra, ofrecen lugares
cómodos de estancia en medio de los pastizales. No se podrá seguir la evolución
detallada de los animales paciendo por la zona, pero sus emplazamientos ofrecen un
inmejorable espacio donde se pueda descansar. Evidentemente, en este tipo de
incómodo terreno, cuando se habrá de permanecer mucho tiempo persiguiendo a los
animales, la existencia de un lugar amplio y sólido, donde holgar brevemente no se debe
descartar.
Fig. 127.- La Pedra da Moura (Coruxo, Vigo), vista desde el O. desde el Alto da Igrexa.
La otra roca de interés en el mismo Maúxo es A Pedra da Moura (fig. 127; pgns.
108-112; figs. 49, 50 y 51; pgn. 197, fig. 93, nº.2). Este peñasco a pesar de sus grandes
dimensiones no se percibe en el entorno a no ser desde un punto de vista más alto,
concretamente desde el coto llamado Alto da Igrexa en cuya ladera SE. se encuentra, o
bien desde las inmediaciones de la roca. Tampoco precisamente es una peña desde la
que se pueda vigilar eficazmente el entorno. Sin embargo, cuando estamos junto a ella,
apreciamos que entre grandes lajas emerge su forma alargada.redondeada y de grandes
dimensiones. Sin lugar a dudas esta mole rocosa por sus enormes proporciones es muy
llamativa, y obviamente caracteriza el entorno. Consta asimismo en las inmediaciones
una antigua corriente de agua muy cercana, hoy en día subterránea pero de la que queda
el cauce, así como una chan que más que un lugar plano es un descanso de menor
inclinación en la pendiente. Lo curioso de esta área es que a 100 m. hacia el N. se
encuentran unas dilatadas lajas, también muy aptas para insculturar, y que sin embargo
tan sólo han recibido el interés de artistas rupestres modernos, que han dejado diseños
de un vehículo de los años cuarenta, una capilla y un árbol266.
266
CEM (1994:178).
250
no era negativa, se corre el peligro de perder el control del grupo, o de que se disperse y
se pierda algún animal. El pastor se ubicaba en las laderas de los outeiriños situados
hacia el E. y S. pero a escasa distancia del fondo de la cuenca, es decir, muy cercano al
grupo. La posición del pastor no fue la misma durante toda la tarde, en función de la
situación del rebaño, buscando pequeños peñascos donde estar sentado observando.
Cada vez que algunos animales se dirigían hacia la ruptura de pendiente o ascendían por
las laderas el pastor se aproximaba y cortaba el paso a los más adelantados obligándoles
a retroceder al fondo de la cuenca.
Fig. 128.- Esquema de técnica de pastoreo tradicional en Chandebrito (Nigrán) hacia 1985.
Una vez abordado este tema es obligado volver sobre la hipótesis avanzada por
J. Rey y A. de la Peña, según los cuales, los petroglifos se encontraban en lugares en los
márgenes de los hábitats de los asentamientos, en puntos desconocidos para el conjunto
social y ocultos en el paisaje. La gestión de estos petroglifos sería según estos autores,
251
Fig. 129.- Hacia el centro de la imagen, la estación de A Fonte da Prata (Morgadáns, Gondomar) rodeada
por un rebaño de cabras. Al fondo los picos del Galiñeiro (700 m. s. n. m.). Fotgrafía tomada desde el alto
de un coto cercano.
En primer lugar, decir que estos petroglifos están ocultos en el paisaje por el
mero hecho de haber sido confeccionados en rocas tipo laja, es completamente absurdo.
Estas laxes muchas veces pertenecen a cotos coronados por peñascos, lugares en
consecuencias prominentes que caracterizan topográficamente el espacio donde se
yerguen, que dominan visualmente el entorno, y además, son visibles desde mucha
distancia. De este tipo de petroglifos con emplazamientos SAC1 podemos mencionar en
nuestra área los paneles de O Preguntadouro 1 (pgn. 55 y ss.; fig 93, nº. 8), Alto da
Cañoteira (fig. 15, pgn. 47 y ss.; fig. 93, nº. 3, pgn. 201) y Alto da Bandeira (fig. 98, nº.
267
Fernández Pintos, J. (2012).
252
268
Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. (1987b).
269
Pérez Paredes, C. M. y Santos Estévez (1989:58)
270
Sartal Lorenzo, X. M. (2001:116).
271
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:55); Álvarez Núñez, A. (1987:107 y ss.)
272
Domínguez Pérez, M., Rodríguez Sobral, J. M. y Costs Goberna, F. J. (1992).
273
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:73).
253
ofrecía ya una acusada deforestación, o bien su cobertera arbórea era destruida por
acción del fuego repetidamente, lo cual nos lleva a concebir paisajes relativamente
abiertos, desprovistos de vegetación, incluso arbustiva, favoreceindo la aparición de
praderas. Es por ello que suponemos que no sería la vegetación la barrera visual a la que
se podrían acoger estos autores en defensa de us hipótesis.
Fig. 130.- El panel nº. 1 de la estación de A de Rial (Chandebrito, Nigrán) y detalles de superposiciones
en la elaboración de los motivos.
254
Por último, nos parece bastante difícil que una comunidad con una economía
diversificada (agricultura, ganadería, caza y recolección) como son las de la Prehistoria
Reciente gallega pueda presentar un desconocimiento generalizado de algún punto de su
hábitat, sobre todo si el pastoreo entra dentro de sus tareas. Las tareas de exploración y
aprovechamiento de los recursos naturales de hábitats tan compartimentados como estos
de las Rías Baixas, tal como nos demuestran los relatos etnográficos, conlleva un
conocimiento preciso de todo el área, y difícilmente podría escaparse algún lugar al
conocimiento general, por muy pequeño que fuese. La existencia de una vegetación
abierta donde los bosques cada vez ocupan menos lugar, fundamentalmente a partir del
III Milenio cal. A. C., no encaja tampoco bien con esta posibilidad. Pero ni siquiera la
prueba del paralelo etnográfico chamánico, por muy burdo que pudiera ser, plantea una
verdadera fuente de inspiración, a no ser que se quiera caer en un estrepitoso ridículo.
Hasta donde nosotros sabemos respecto de la documentación etnográfica de pueblos
primitivos actuales de África Ecuatorial o amerindios del Amazonas, estos lugares
sagrados, cuando existen, están dedicados al ritual de iniciación de muchachos; más que
secretos están acotados en medio de la selva, y su acceso está prohibido y no es secreto
al resto de la comunidad. De todos modos, aplicar este paralelo a los petroglifos
gallegos es toda una muestra de falta de rigor, de método desde luego, pero también de
ausencia del sentido común. Sobre este tema aún volveremos más adelante (véase Cap.
9).
El panel del Pico de San Francisco consiste en una pequeña figura ovalada de
tres anillos y coviña central. Lo acompañan dos coviñas, una de las cuales se asocia a él
mediante un pequeño trazo, así como algunas líneas. La forma ovalada del motivo
principal tal vez sea la consecuencia de la adaptación parcial del grabado a una especie
de mamilo alargado y estrecho que recorre la roca transversalmente. La superficie de la
roca está ligeramente inclinada. La particularidad de este petroglifo reside en la roca
elegida para realizar el trabajo por varias razones. Esta piedra, está en la cima de la
elevación, pero no es la roca más cómoda para trabajar. No solamente no es que sea
incómodo tallar un petroglifo en su superficie, sino además, sumamente peligroso. En
274
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:66). En el plano que ofrecen estos autores de este petroglifo
(fig. 70), sobra el pequeño círculo de dos anillos. Se trata de una errónea hiperlectura.
255
efecto, es una roca que delimita la cima del coto, cumbre de una serie de enormes
pedruscos que caen en picado no menos de una decena de metros. Esta zona inmediata
debajo del Pico está en la actualidad muy alterada por las infraestructuras realizadas
(carretera de acceso, museo, hotel, etc.), las cuales debieron implicar la voladura de una
franja de roquedo, pero ello no impide valorar la situación extrema de aquella roca.
Fig. 131.- Emplazamiento del petroglifo del Pico de San Francisco en el Monte de Santa Trega
(Camposancos, A Guarda) visto desde el Sur.
Fig. 132.- Detalle del petroglifo y de la panorámica vista desde el Pico de San Francisco en el Monte de
Santa Trega (Camposancos, A Guarda). Al fondo el valle del Rosal y el Río Miño.
De todos modos este petroglifo del Pico de San Francisco es un unicum, pues ya
en páginas anteriores hemos examinado sobre la nula proclividad al tallado de
combinaciones circulares en cotos o picos de corte montañoso, o elevados en serranías.
Hay sí no obstante una evidente tendencia a situarse los petroglifos en lugares elevados
que controlan dilatados trechos de territorio, pero a nuestro juicio, ello se debe a la
accidentalidad del terreno, el emplazamiento de muchos petroglifos en laderas de
serranías, y la existencia de pastizales en los alrededores. En estos casos podemos decir
que la elevada potencialidad visual es realmente un motivo secundario, más bien
determinado por los condicionantes orográficos de la explotación económica en el área,
que por razones simbólicas. De hecho numerosas estaciones disponen de una capacidad
visual limitada a un pequeño valle. Ya se ha visto que es bastante común, pero a veces,
desde eses puntos priviliegiados del paisaje no se percibe más que pequeñas chans
interiores.
275
Lorenzo Fernández, X. (1979:294-298)
258
circulares y los petroglifos en los que se integran, parecen ser muchas veces la obra de
iniciativas individuales sucesivas en la realización de los motivos, incluso de una misma
figura. Su realización probablemente conllevase una actitud ritual, y su significación sea
de corte religioso y tenga que ver con la propiciación de la fertilidad de tierras, pastos y
animales en general.
259
9
ASPECTOS CRONOLÓGICOS Y CULTURALES DE LA
TRADICIÓN RUPESTRE
coviñas; en los siguientes párrafos aún habremos de aludir a los cuadrúpedos y a las
figuraciones de armas. Es inevitable que así haya sucedido, primero porque motivos
muy distintos concurren con frecuencia en la configuración de paneles. Pero además
porque todas las manifestaciones rupestres hacen referencia a un proceso histórico más
amplio, el cual nos transmite una cultura rupestre que se manifiesta cíclicamente
durante miles de años concretada en el recurso a las rocas graníticas para la realización
de petroglifos. Sin embargo, a la cultura rupestre pertenecen también cruciformes y
otros motivos tenidos por modernos, realizados en épocas históricas, y no obstante,
apenas han recibido alguna que otra mención en estas páginas.
Es muy difícil avanzar en el conocimiento del Arte Rupestre Gallego si no se
tiene claro el concepto de cultura rupestre, entendiendo por tal una peculiar respuesta
artística regional motivada por una actividad socioeconómica bien definida manifestada
diacrónicamente. Podremos sentir predilección por unos motivos respecto de otros, pero
todos son petroglifos. El hecho de que el estudio del Arte Rupestre haya estado siempre
en manos de arqueólogos ha motivado el desinterés por los petroglifos modernos, dado
que los prehistóricos son uno de los pocos testimonios que restan de aquellos
pobladores primitivos, constituyendo un vehículo de inapreciable valor para el
conocimiento de su cultura. Los de época histórica, por mucho que sepamos sobre ellos,
no van a contribuir decisivamente en el discernimiento del estrato cultural o colectivo
social responsable de su producción, pues para estas épocas contamos con abundante
documentación escrita y arqueológica, y sus correspondientes análisis y síntesis. Y sin
embargo son también petroglifos. Es por ello por lo que, aún no prestándole tanta
atención como a los prehistóricos, han estado siempre en nuestra mente, y tenidos como
un estupendo recurso comparativo a modo de paralelo para los más antiguos como
respaldo de algunas hipótesis, sobre todo la locacional.
En función de esta certidumbre, se podría decir que existen dos grandes ciclos de
grabados rupestres, uno prehistórico y otro reciente. No obstante, previamente nada nos
obliga a considerar que estos dos supuestos grandes ciclos no se subdividen en otras
etapas artísticas. Es más, la subdivisión cultural entre prehistoria e historia de todos es
sabido de su artificialidad, pues solamente se basa en la presencia de la escritura.
Tampoco a nadie se le ocurriría a día de hoy explicar la Prehistoria como una única
etapa cultural. Sin embargo, el estudio tradicional de los petroglifos, al menos en la
inmensa mayoría de las publicaciones de las tres últimas décadas, se ha dejado orbitar,
quizás inconscientemente, en torno a aquella división histórica. La falta de estudios
rigurosos pero también la estrechez de miras de algunos investigadores ha facultado,
exceptuando algunos casos, que el Arte Rupestre Gallego prehistórico se viese como un
unicum cultural. Se ha dado por sentado con mucha facilidad que todos los grabados
rupestres prehistóricos fueron, precisamente por eso, por ser prehistóricos, realizados
coetáneamente. De ello daría prueba el que muchas veces apareciesen grabados en la
misma roca: asociados se decía. Pero si en vez de círculos y cuadrúpedos, aparecían
cruciformes, estos no, estos no estaban asociados; no son petroglifos, pues.
Sencillamente estamos ante una conducta muy relajada en el estudio del Arte Rupestre
Gallego, conducida equivocadamente como una tarea arqueológica muy fácil, llevada
prácticamente sin método, con aplicación de marcos teóricos bibliográficos
inadecuados, forzados o incoherentes, y a veces, mucha inventiva personal. En los
últimos años hemos tristemente asistido al todo vale en los estudios de Arte Rupestre.
261
277
Fernández Pintos, J. (1989:a y b).
278
Sobrino Buhigas, R. (1935).
279
Anati, E. (1968).
280
Borgna, C. G. (1973).
281
Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:100 y ss.).
282
Peña Santos, A. (1998:25).
262
283
Costas Goberna, F. J., Fábregas Valcarce, R., Guitián Cstromil, J., Guitián Rivera, X. y Peña Santos,
A. (2006).
263
284
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:91 y ss.)
285
Fernández Pintos, J. (1993:fig. 3).
264
286
En la designación del área de Campo Lameiro incluimos la zona de Fentáns, que administrativamente
pertenece al municipio de Cotobade, pero la contundente separación geográfica marcada por el Valle del
Lérez lo hace una prolongación natural de Campo Lameiro.
287
Novoa Álvarez, P., Costs Goberna, F. J.e Hidalgo Cuñarro, J. M. (1999); Rodríguez Rellán, Fábregas
Valcarce, R., Eiroa Pose, A., Rodríguez Álvarez, E. y Gorgoso López, L. (2010); Fábregas Valcarce, R. y
Rodríguez Rellán, C. (2012).
288
Peña Santos, A. (1987c).
289
Costas Goberna, B. y Groba González, X. (1994).
290
Peña Santos, A., Novoa Álvarez, P., Martínez do Tamuxe, X. y Costas Goberna, F. J. (1997)
291
Álvarez Núñez, A. (1986).
292
Fernández Pintos, J. (1993:120).
293
Santos Estévez, M. y Pérez Paredes, C. (1989).
294
González Aguiar, B. (2011).
265
295
García Alén y Peña Santos, A. (1980:fig. 53).
296
Peña Santos, A. (2005:52)
266
obtenidos con un surco tan débil que son bastante costosos de reconocer a simple vista,
a excepción de los dos ciervos machos adultos del sector O., que además de ser los más
fácilmente identificables a simple vista, son también los mejor elaborados, y los más
grandes. Las combinaciones circulares merced a su contundente tallado, son visibles
perfectamente a cualquier hora del día, pero los animales que rodean el conjunto de
círculos del sector E., hasta difícilmente se pueden detallar con luz solar rasante. De ello
se sigue además una diferencia técnica en la ejecución de los grabados. Esta
circunstancia se manifiesta incluso en los casos de círculos que muestran asociados
parte del cuerpo de animales, como entrando o saliendo de ellos.
La disposición periférica de las figuraciones de cuadrúpedos con respecto a un
núcleo central de combinaciones circulares es posible examinarla en un número
abundante de paneles. Se llegó a sugerir que esta disposición era más bien una conducta
ritual, mediante la cual, iconográficamente los animales se disponían en torno a las
combinaciones circulares. Sin embargo, las representaciones de cuadrúpedos no se
disponen exactamente alrededor de los círculos; es esta una manera de hablar que no se
debe tomar literalmente, pero de la que se ha hecho abstracción teórica. Para
conducirnos con mayor propiedad habría que decir que los animales fueron grabados en
posiciones periféricas y/o marginales de los paneles dejadas en las superficies de las
rocas tras haberse insculpido combinaciones circulares. Y en efecto, esta circunstancia
se puede comprobar estudiando detenidamente paneles como el famoso de A Laxe das
Rodas (Sacos, Cotobade)297 donde observamos como los animales se concentran mejor
en una esquina de la roca, y después aislados por huecos entre círculos. También en este
petroglifo nos encontramos con combinaciones circulares de gran tamaño y
profundamente cinzeladas. Un detalle que observamos en A Laxe das Rodas y en el ya
citado del Outeiro do Cogoludo (fig. 133), es la desproporción existente entre las
dimensiones de los grandes círculos y los pequeños cuadrúpedos, que curiosamente no
se produce en otros paneles, como por ejemplo, en la cercana Laxe dos Cebros (fig. 135
y 136), con representaciones más grandes.
La existencia en el ciclo de los cuadrúpedos de animales muy grandes (fig. 134),
grandes (fig. 135) y pequeños (fig. 133), habrá de ser tenida muy en cuenta a la hora de
evaluar estas concurrencias con combinaciones circulares en un mismo panel o
constituyendo petroglifos monocolores, pues acaso puedan ser susceptibles de ser
traducidos en un proceso evolutivo. Si a esta generalizada disparidad de técnicas de
ejecución práctica de los animales se suma su disposición periférica, todo ello nos
conduce únicamente a verlos como una adición posterior. El tipo de asociación
mediante el cual el cuerpo del animal queda medio sumergido dentro de la combinación
circular es conocido en otras estaciones como los paneles nº. 8 de A Chan da Lagoa
(Montes, Campo Lameiro)298 y en una de las asociaciones de la famosa Pedra da
Beillosa (Fragas, Campo Lameiro)299 y no por ello estamos obligados a considerarlos
contemporáneos, pues en varios de estos casos mencionados, la disparidad de las
calidades de los surcos es tan acusada que difícilmente permite pensar de otro modo, al
revelarnos técnicas de ejecución muy diferentes.
297
García Alén, A. y Peña Santos, A. (198.fig. 53).
298
Álvarez Núñez, A. y Velasco Souto, C. (1979).
299
Peña Santos, A. (1976:107 y fig. 3a).
267
Fig. 134.- A Laxe dos Carballos (Moimenta, Campo Lameiro). Detalle de dos superposiciones.
300
Peña Santos, A. (1985b).
269
combinación circular es a todas luces posterior a la insculturación del animal, pues sus
anillos e incluso el surco de salida están tallados sobre el trazo que define el lomo del
cérvido. En el sector SO. encontramos un cérvido de tamaño natural con proyectiles
clavados sobre su lomo. En el tallado del hocico se destruyeron parcialmente parte de
los surcos externos de una combinación circular próxima de grabado más somero (fig.
134, B). En este caso estamos ante una clara precedencia de las combinaciones
circulares respecto al cuadrúpedo. La Laxe dos Carballos nos indica que aún
simultáneamente o con posterioridad a la insculturación de los cuadrúpedos se grababan
combinaciones circulares.
Un ejemplo clásico es el de la Laxe dos Cebros en Fentáns (Cotobade)301. Se
trata de una roca aplanada sensiblemente inclinada hacia el E. donde hemos computado
hasta 12 círculos y 8 cuadrúpedos, tres de ellos claramente cérvidos adultos en época de
celo, y otros 5, de carácter indefinido, de entre los cuales destaca uno con larga cola. En
este panel (fig. 135, A, y fig. 136) el centro está ocupado por una figura circular, de
trazado vago, de aspecto pseudolaberíntico, débilmente tallada, rodeada por la
figuración de cuatro cuadrúpedos, todos ellos morfológicamente muy parecidos. Tres de
esos animales superponen ligeramente el extremo de candiles de la cuerna o de las patas
delanteras sobre el anillo exterior de esta combinación circular y líneas relacionadas.
Asociada mediante líneas con esta combinación circular encontramos otra combinación
circular, también de trazado pseudolaberíntico, profundamente grabada, y que parece
integrar una adición al pseudolaberinto central. Otro cuadrúpedo lo vemos asociado a
varias combinaciones circulares en el sector central de este panel (Fig. 135, C). En las
proximidades del círculo nº. 1 y el animal nº. 2 se produce una indefinición de surcos,
no pudiéndose apreciar claramente el modo de conexión de ambos motivos (fig. 136).
Este punto de confluencia se define por una especie de leve depresión, que a nuestro
modo de ver es el testimonio de un antiguo desconchado de la superficie que afectó al
trazado de los surcos, o también los efectos de una insculturación descuidada en ese
sitio. Parece seguro que los cuartos traseros del animal nº. 2 se superponen a los anillos
del círculo nº. 1. No obstante tras la realización de este cuadrúpedo aún se produjeron
más adiciones. Así el arco de tres líneas concéntricas nº. 3 asocia ambos motivos
indiscutiblemente; y aún a estos arcos se asocian mediante surcos de salida más
círculos. Asimismo, delante del mismo cuadrúpedo consta otra pequeña combinación
circular (nº. 4) cuyo surco de salida en su recorrido siluetea la forma delantera del
animal. Y ya por último, el círculo nº 5 al parecer es también posterior al cuadrúpedo,
intentado prolongar sus cuatro patas a modo de anillos.
En este complejo panel de A Laxe dos Cervos se manifiesta claramente algo que
ya se sabía: que en algunos paneles se labraron combinaciones circulares
manifiestamente más antiguas cronológicamente, pero independientemente de ello,
también se facturaron otras contemporáneas o posteriores a los cuadrúpedos. No
obstante, esta incontestable evidencia no invalida de ningún modo la idea de la
posterioridad de los cuadrúpedos respecto a las combinaciones circulares. Sería absurdo
discutir sobre esta segura estratificación según se dedujo de la disposición periférica en
los paneles de los animales respecto de los círculos, respaldada por numerosos ejemplos
de incontestable claridad, tal como hemos venido examinando en páginas anteriores.
Las causas de esta notable concurrencia en la Laxe dos Cebros no es muy difícil de
301
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:60).; Álvarez Núñez, A. (1986:122).
270
Fig. 136.- A Laxe das Lebres (Fentáns, Cotobade). Aspecto general del sector NO., y detalle del punto de conjunción de los diseños nº 1, 2 y 3.
272
302
Peñz Santos, A. (1976)
273
303
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 53)
304
Peña Santos, A. (2005:52).
305
Peña Santos, A. (2005:54).
274
306
Fernández Pintos, J. (1993:121).
307
Bartholo, Mª. L. (1959).
308
Santos Estévez, M. (1999:104).
309
Comendador Rey, B. (1997:116).
310
Costa Iglesias, A., Fariña Busto, F., García Alén, A., Peña Santos, A. y Suárez Mariño, J. (1976).
311
Fernández Pintos, J. (1993:121).
312
Santos Estévez, M. (2012:223).
275
modelos que habían visto, pero no era siempre su intención realizar copias exactas, sino
solamente el de reflejar un tema iconográfico. El problema es si consideramos estos
paneles de armas contemporáneos a otro tipo de grabados, particularmente a las
combinaciones circulares, o si los entendemos como insculturaciones independientes,
tal vez espontáneas, porque desde luego un ciclo propiamente dicho desde un punto de
vista rupestre, no constituye, o cuando menos habería que entenderlo de un modo
excepcional, dada el corto número de paneles documentados.
Fig. 137.- Panel de Pornedo 1.1 (San Xulían de Marín, Marín). En el recuadro A, detalle de las secciones
apariencias de los surcos (descripción en el texto).
276
Área aplanada
Fig. 138.- Petroglifo de A Foxa Vella (Leiro, Rianxo). La línea azul representa el área más aplanada y de
tendencia horizontal de la superficie de la roca.
278
Fig. 139.- Plano del panel nº. 7 de A Chan da Lagoa (Montes, Campo Lameiro).
279
En este sentido es muy interesante lo que podemos deducir del examen del panel
nº. 7 de A Chan da Lagoa (fig. 139) en Montes (Campo Lameiro) dado que hay alguna
posibilidad de establecer una estratigrafía horizontal. Se trata de un petroglifo grabado
en una superficie de 1,8 m. de anchura por 2 m. de longitud, fuertemente inclinada
hacia el E. con una cota de hasta el 45 %. En su superficie fue grabado en un plano
superior, un pequeño puñal, un círculo de dos anillos, con coviña central y surco de
salida, y al lado de esta una figura indeterminada, mientras en un plano inferior se
tallaron tres diseños rectangulares. En principio, el centro del panel está ocupado por el
puñal. Sin embargo, posiblemente las figuras más antiguas sean las rectangulares
inferiores, debido a que dada la fuerte inclinación de la roca, y a causa de la existencia
de un escalón natural de apoyo cerca de su extremo inferior, estos diseños
cuadrangulares son los que están a más cómodo alcance. La insculturación tanto del
círculo como del puñal como de la otra figura se habrán de hacer en posición inestable
para el artista. Los planos muy inclinados son un tipo de superficie muy frecuente en los
petroglifos de armas, pero no en los de combinaciones circulares. Dado que en las
proximidades abundaban rocas más adecuadas para grabar círculos, concluimos que la
presencia de la combinación circular en este panel está motivada como consecuencia de
un proceso de concurrencia y emulación, y por lo tanto convenimos en que su grabación
es la última de este panel. De ser cierta esta línea especulativa tendríamos que admitir
entonces una posterioridad de una combinación circular respecto de un arma, a
diferencia de lo que ocurría en Pornedo 1.
Otra coincidencia muy conocida de puñales y círculos es la del Campo de
Matabois 1 (Morillas, Campolameiro)315. Sin embargo, en este panel, a pesar de la
aparente posición marginal de la combinación circular, el método de la estratigrafía
horizontal aplicado a este panel posiblemente sea inadecuado.
Del estudio de estos paneles parece intuirse una cierta posterioridad de las
figuraciones de armas respecto de las combinaciones circulares, al menos en relación
con su época de apogeo. Este dato vendría a explicar la tendencia a la exclusividad de
los petroglifos de armas. No obstante, tampoco debemos despreciar el hecho de que los
petroglifos de armas son muy pocos, y difícilmente pueden ser considerados un ciclo
artístico de entidad cultural. Su insculturación, quizás a excepción del área de Campo
Lameiro, parece expontánea, excepcional, localizada en lugares muy concretos. Podrían
incluso haber sido realizados en el marco rupestre del desarrollo de las combinaciones
circulares o de otros motivos.
Siguiendo la exploración de las cronologías relativas a partir del estudio de los
paneles rupestres, en la zona de Campo Lameiro encontramos dos petroglifos bastante
esclarecedores, o quizás paradójicamente, arrojen más problemas a la comprensión de la
situación cronológica de las representaciones de armas: el panel nº. 4 de O Ramallal en
Morillas, y A Pedra das Ferraduras en Fentáns.
En el petroglifo de O Ramallal 4316 (fig. 140) constan, además de varias figuras
indeterminadas dos cuadrúpedos y dos representaciones de puñales. Estos motivos
fueron grabados en la cara inclinada de una laja. En este pequeño lienzo se individualiza
una leve depresión triangular, delimitada por el E. por una línea de cuarzos abultada.
315
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980: fig. 20).
316
Fernández Pintos, J. (1989 a y b).
280
Esta área triangular deprimida aún está subdivida en dos sectores por una diaclasa de
incipiente profundidad. Los dos cuadrúpedos se grabaron en el centro del sector
deprimido, uno sobre el otro, sin que por ello haya que hablar necesariamente de una
escena de apareamiento, aunque tampoco sería inviable esta posibilidad. Pero los dos
puñales que acompañan a estos animales se grabaron muy próximos a ellos en la zona
libre dentro de esa leve depresión, uno de ellos realizado incluso sobre la diaclasa
divisoria, encajonados apretadamente y adaptando sus figuras y su disposición a las
formas naturales de la superficie de la roca. Todo apunta a que los puñales son
posteriores relativamente a los cuadrúpedos, pues de otro modo no se explica la razón
de que fuesen tallados en un sitio tan marginal. De ser anteriores a aquéllos, se esperaría
un lugar operativo más adecuado para su insculturación, por ejemplo, el que ocupan los
mismos animales. A nuestro modo de ver, estos puñales son posteriores a la
insculturación de los cuadrúpedos.
Fig. 140.- Plano y perfil del petroglifo de O Ramallal 4 (Morillas, Campo Lameiro).
317
Borgna, C. G. (1981); Peña Santos, A. (1981); Aparicio Casado, B. (1986:77), Álvarez Núñez, A.
(1986:116 y ss).
281
horizontal vemos grabados las figuraciones de lo que parece ser una espada de filos
rectilíneos y punta muy roma sostenida en alto por un pequeño antropomorfo que
sostiene en la otra mano una figura circular, quizás un escudo. Junto a esta espada, aún
fue grabado un pequeño puñal. Debemos además mencionar la existencia de otro
antropomorfo en la parte superior izquierda de esta zona. El sector occidental, ubicado a
la izuierda del anterior está integrado por lo que probablemente sea una escena de caza,
en la cual un individuo armado con instrumentos largos, acompaña a tres cuadrúpedos
que llevan proyectiles clavados en su lomo. Dos de estos animales ofrecen un diseño
dinámico idéntico, mientras que el inferior es estático. Por último, el sector de levante,
está integrado por un idliforme, una impronta de pezuña de cuadrúpedo, y otro animal
no bien configurado.
Como se sabe, este panel fue explicado en algunas ocasiones de un modo
unitario318, como la narración de un suceso idealizado o de orden mítico. Para nosotros,
y esto ya lo hemos indicado en otro lugar claramente, está integrado por una sucesión de
insculturas grabadas diacrónicamente. Ya A. Álvarez Núñez veía solamente una escena
de caza en el sector SO., al cual no haremos referencia319. También recientemente M.
Santos entiende así la evolución de este panel, aunque las etapas sugeridas por este
autor no las admitimos320. Si nos fijamos en las figuraciones de las armas, observamos
que el lugar ocupado para su insculturación, es verdaderamente marginal. Se sitúan a
bastante altura del suelo, lo cual obligó a un trabajo penoso, situados el o los artistas en
una posición inestable y muy incómoda para trabajar satisfactoriamente. La punta roma
de la espada, incluso podría estar motivada por la inminente presencia de la acentuada
curvatura de la superficie de la roca que conforma la pared de la diaclasa horizontal que
separa el sector superior del sector inferior, ahora en estudio, de este complejo panel.
Todo ello vuelve a plantear el tema de la posición cronológica relativa de estas
armas respecto a las otras figuras. Siguiendo una reflexión lógica, según la situación en
el panel de cada diseño, debemos establecer por orden de mayor a menor antigüedad a
los idoliformes, los cuadrúpedos, las armas y los antropomorfos y los proyectiles. En
efecto, tampoco ahora es fácilmente comprensible por qué se eligió un lugar tan
precario para grabar los puñales, si se disponía de tan excelentes lugares, por ejemplo,
donde están los idoliformes, o los cuadrúpedos, a no ser que en estas zonas, ya
estuviesen estos grabados.
En los casos estudiados como Pornedo, A Foxa Vella, Chan da Lagoa, O
Ramallal y éste último de A Pedra das Ferraduras, todo apunta a que las figuraciones de
armas se realizaron en paneles donde previamente ya se habían insculpido
combinaciones circulares, ídolos y cuadrúpedos. Si tenemos que hablar de procesos de
concurrencia y emulación la imitación sería únicamente gestual, estimulada por la
presencia de motivos más antiguos. De lo que no cabe muchas dudas es que estas
grabaciones al superar cronológicamente a combinaciones circulares y cuadrúpedos se
realizaron en un espacio de tiempo muy dilatado, siendo en consecuencia fruto de
iniciativas originales que no tuvieron mayor trascendencia, a no ser en ambientes
locales y de realizarse en el marco de un contexto rupestre más amplio.
318
Peña Santos, A. (1980:113).
319
Álvarez Núñez, A. (1986).
320
Santos Estévez, M. (2012:232).
282
321
Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:fig. 86).
285
322
Méndez Fernández, F. (1993).
323
Suárez Otero, X. (1993).
286
Otro investigador que se ocupó de datar los petroglifos fue M. Santos Estévez,
prioritariamente a partir de un trabajo del 2005. Por primera vez había habido resultados
positivos en la excavación de un petroglifo, concretamente el de Os Carballos en
Campolameiro (fig. 134, pgn. 268), sin embargo la interpretación que realiza de esta
información arqueológica nos parece muy criticable, y de ello ya nos hemos ocupado en
otro lugar en lo que respecta a los cuadrúpedos324. Este auntor, basa la datación de los
grabados de Os Carballos a partir del único nivel arqueológicamente fértil localizado a
los pies del panel. Este nivel que correspondería al lapso 799-521 cal. A. C. estaba
constituido por un suelo donde se encontraron una especie de canaleta, un agujero de
poste, esquirlas y lascas de cuarzo, un percutor en canto rodado, un posible fragmento
cerámico y un trozo de arcilla alóctona. Unha hoguera invasiva en este nivel fue datada
en el 895-825 cal. A. C. Por último la canaleta comienza a ser colmatada hacia el 512-
381 cal. A. C.. En función de estos datos, M. Santos establece el uso (sic) del petroglifo
entre los siglos VIII y IV cal. A. C. Lo sorprendente es que un nivel existente justo por
debajo de las pezuñas del gran ciervo y datado entre 1280-1260 y 1140-1130 cal. A. C.
no lo estima como mejor término para marcar una fecha de referencia razonable. A fin
de cuentas, de este modo M. Santos no deja de relacionar un petroglifo con un
asentamiento, cuya naturaleza desconoce, pero que es el más próximo al petroglifo.
Sólo queremos señalar que en sondeos realizados inmediatos junto a la Pedra das
Procesións se obtuvieron materiales que por su reciedumbre a nadie se le ocurrió
relacionar con el panel de armas325. Se trata por tanto de una hipótesis muy débil, pero
además creemos que la interpretación de los datos arrojados por la excavación no es la
más adecuada.
Respecto a las combinaciones circulares M. Santos indica que la verdadera fecha
ante quem para las combinaciones circulares respecto de las construcciones castreñas
son los siglos IV-I A. C., no el comienzo de la Cultura Castreña, en torno al siglo VIII
A. C., o incluso IX A. C. Esta precisión es de gran importancia, porque de este modo
salva la datación de los petroglifos de Os Carballos, realizada en función del nivel de
suelo documentado. Para el inicio del ciclo de las combinaciones circulares trae a
colación el hecho de un petroglifo aparecido en circunstancias no aclaradas en la
entrada de un corredor de un megalito de Buriz (Lugo), así como una pintura
proveniente de un ortostato decorado del túmulo de A Mota Grande (Verea, Ourense)326
con una combinación de círculos concéntricos sin punto central acompañados de líneas
sinuosas o quebradas en zig-zag. No obstante, aunque cita estos casos, tampoco le
concede mayor importancia pues argumenta que este tipo de monumentos fueron
reutilizados durante la Edad del Bronce.
Siguiendo a M. Santos, los petroglifos de armas, en su inmensda mayoría serían
datables en el Bronce Inicial (para este autor, c. 2500-1650 cal. A. C.). Sobre los
petroglifos de armas observa que existe una tendencia a configurar paneles
monocolores, pero que cuando coinciden (se asocian, dice) con combinaciones
circulares cambian hacia una tipología más avanzada, (lo cual es falso, porque hay
claras y numerosas excepciones), datando estas armas en aquellos casos en el Bronce
Medio, y de rechazo también las combinaciones circulares que las acompañan. Señala
324
Fernández Pintos, J. (2013:72 y ss).
325
Vázquez Rozas, R. (2005).
326
Rodríguez Cao, C. (1993).
287
que también es posible que las combinaciones circulares se vinieran realizando ya desde
la segunda mitad del III Milenio cal. A. C. por paralelos con las Islas Británicas. El
problema del remate del ciclo de las combinaciones circulares lo soluciona haciéndolo
caer en la Primera Edad del Hierro, tal como según él, lo documentan las cronologías
obtenidas en el petroglifo de Os Carballos, y de ahí la importancia de fijar con precisión
la datación de las piedras decoradas en poblados de la Segunda Edad del Hierro. Por
último, cuadrúpedos, paletas, laberintos y escenas de equitación caerían todas dentro de
la primera mitad del I Milenio A. C. a causa de sus paralelos europeos, o en el caso de
los cérvidos en virtud de la cronología atribuida a partir de la excavación de Os
Carballos.
No es muy difícil observar que en toda esta formulación cronológica M. Santos
se deja llevar por ideas preconcebidas, fuerza argumentaciones según consciente o
inconscientemente le interesa, y a veces se basa en argumentos falsos o equivocados,
donde su apoyo se cifra más bien en la excepción que en la regla, o en ideas vagas o
ilusiones. Pero si ya de por sí esta construcción era artificiosa, nada es comparable a la
nueva propuesta cronológica recientemente publicada en el 2012, donde se vierten ideas
excesivamente destempladas, por denominarlas de algún modo, y se manejan conjeturas
tan ingeniosamente ingenuas que no dejan de asombrar a quien las lee. Ahora el
comienzo de los petroglifos de combinaciones circulares se retrasa nada menos que a la
primera mitad del III Milenio cal. A. C., o incluso al IV Milenio cal. A. C.327 Estos
antiguos petroglifos estaban labrados en rocas bajas que obligaban a circular alrededor
del panel para comprender el mensaje expresado en su totalidad, lo mismo que ocurre
¡con la cerámica del tipo Penha! (entre 2900 y 2400 cal. A. C), que necesita ser girada
en su totalidad para apreciar completamente su decoración metopada. M. Santos parece
además que se olvida que infinidad de petroglifos de combinaciones circulares no
permiten una circunvalación completa, o ésta es inoperante, o sencillamente el conjunto
de los grabados se pueden ver perfectamente desde un mismo punto.
Pero tampoco se olvida de aquellos ejemplos de petroglifos (realmente pinturas)
de algún modo asociados a túmulos, más arriba mencionados y que en el trabajo
anterior tan sólo fueron citados sin mayores consecuencias, pero como era de esperar,
ahora le sirven para correlacionar estas muestras con la decoración de algunos megalitos
británicos que apuntan a cronologías tempranas.
Trae por ejemplo el caso del cairn de Weetwood Moor (Northumberland)328 ,
monumento que consitía en un montículo de pequeñas piedras que cubrían una roca más
grande donde se había grabado una combinación circular, que según parece quedaba
oculta bajo el túmulo. Este monumento está relacionado con el fenómeno de los
cairnfields del norte de Inglaterra, pero a diferencia de otros, realmente se ignora qué
uso tendría este monumento concreto, pues bajo él no se encontró ningún tipo de
inhumación. Algunas de sus piedras habían sido grabadas con una o varias coviñas y
puestas boca abajo. En el centro se encontraba una piedra de tamaño mediano donde
estaba grabada una combinación circular, con los diseños vueltos hacia el interior, es
decir, que a diferencia de cualquier petroglifo no era visible. No es nuestra pretensión
comparar los petroglifos gallegos al aire libre con los procedentes de otros dominios
327
Fariña Güimil, A. y Santos Estévez, M. (2013:12).
328
http://rockart.ncl.ac.uk/panel_detail.asp?pi=164
288
329
Peña Santos (2005:66 y 67).
330
Alonso Matthías, F. y Bello Diéguez, J. Mª (1997); Carrera Ramírez, F. y Fábregas Valcarce, R.
(2008); Carrera Ramírez F. y Fábregas Valcarce, R. (2002 y 2008).
331
Albo Morán, J. M., Novoa Álvarez, P. y Costas Goberna, F. J. (1991).
332
Vázquez Varela, J. M. (1986)
333
Fábregas Valcarce, R. y Penedo Romero, R. (1993).
334
Johsnston, R. A. (2001:108).
335
Fariña Güimil, A. y Santos Estévez, M. (2013:12).
289
Pero una de las convicciones más firmes para la datación de parte de los
petroglifos de combinaciones circulares en una etapa tan tardía procede de la tan
mencionada excavación de Os Carballos. M. Santos imagina inflexiblemente para la
elaboración del conjunto de este petroglifo una cronología en función del único nivel
arqueológico detectado, sean cuadrúpedos o combinaciones circulares, y entre éstas
independientemente de su tamaño. No admite que aquella roca, desde hacía milenios
pudiera haber sido objeto de insculturación con anterioridad, sencillamente por la
peregrina idea de que esta posible información no ha quedado reflejado en ningún nivel
arqueológico.
336
Fernández Pintos, J. (1993:119).
337
Peña Santos, A. (1987c); Santos Estévez, M. (1987); Torres Goberna, F. J. (2012). Entrada del 3 dic.
2012. (http://oestrymnio.blogspot.com.es/2012/12/petroglifos-de-touron-pontecaldelas.html)
338
Güimil-Fariña, A. y Santos Estévez, M. (2013:16).
290
339
Foto procedente de la página web: https://www.flickr.com/photos/jandruskis/2508944344/.
291
habrá de buscarse en la relación con los otros motivos del Arte Rupestre Gallego mejor
datables. Pero como tendremos ocasión de apreciar, la aplicación objetiva de la
información disponible nos llevaría a conclusiones no fácilmente digeribles por la
investigación reciente.
Para comenzar es ahora el momento de retomar aquella reflexión teórica
realizada páginas atrás respecto a los motivos que integran lo rupestre prehistórico en
Galicia. Tal como allí indicábamos, los motivos existentes podrían separarse en dos
grandes grupos: los unos, mayoritarios, de componente geométrico-abstracto (círculos y
coviñas), y otro figurativo (cuadrúpedos, armas e idoliformes). Una vez establecida esta
gran división, se podrá concluir que difícilmente el componente naturalista del corpus
rupestre galaico puede ser llevado al III Milenio cal. A. C. En efecto, los estudios
realizados sobre el arte del Neolítico Final/Calcolítico y Campaniforme/Bronce Antiguo
en la Península Ibérica nos conduce ante manifestaciones de corte conceptual, muy
alejadas de lo específicamente naturalista. Solamente se aprecia un avance hacia el
naturalismo muy a finales de esta época340. De hecho el Campaniforme
excepcionalmente ha arrojado algunas manifestaciones esquemáticas341. Esta idea es
toda una advertencia para los que pretenden llevar los petroglifos de armas, cudrúpedos,
y escenas de equitación a la segunda mitad del III Milenio cal. A. C: desde un punto de
vista teórico y a la luz de los datos con que podemos manejarnos en la actualidad,
solamente desde muy a fines del III Milenio cal. A. C. se puede hablar de una cierta
presencia de manifestaciones artísticas claramente figurativas. La iconocidad es uno de
los rasgos artísticos principales de la Edad del Bronce.
Un motivo muy usado para datar todos los petroglifos o parte de ellos en el
Calcolítico (sin mayores precisiones cronológicas) serían los famosos idoliformes. Son
éstos motivos verdaderamente raros que sólamente se pueden identificar con un mínimo
de seguridad en varios paneles, fundamentalmente en Campo Lameiro, de los cuales el
más emblemático es la Pedra das Ferraduras (fig.141, pgn. 282). Sabemos que con
frecuencia algunos autores ven “ídolos” en otro tipo de figuras, a veces diseños
caprichosos, excepcionales, de imaginado aspecto idoliforme, sin definir claramente qué
se entiende por tal cosa, por lo que a fin de cuentas estas atribuciones no dejan de ser
vagas suposiciones. En otras ocasiones se incluyen dentro del mundo de los idoliformes
figuras rectangulares. De todos ellos los más explícitos son los ya descritos del tipo
reflejado en la Pedra das Ferraduras o en el panel nº. 7 de Chan da Lagoa (fig.139, pgn.
278). Tradicionalmente y de un modo persistente se han comparado con los ídolos
cilindros del calcolítico meridional peninsular342, cuya llegada al NO. no sería
descabellada toda vez que se han documentado influencias culturales en nuestra área343,
aún no bien calibradas. Sin embargo, tal como acabamos de enunciar en el párrafo
anterior, tomar así las cosas es sinónimo de admitir una copia de objetos de culto reales,
por lo que habrían de ser considerados representaciones naturalistas (copias o referentes
de la realidad), lo cual es ya bastante difícil de concebir para el III Milenio cal. A. C.
340
Fábregas Valcarce, R. (1993): Hurtado, V. (2009).
341
Garrido Peña, R, Muñoz López-Astilleros, K. (2000).
342
Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:76 y ss.); Vázquez Rozas, R. (1993).
343
Fábregas Valcarce, R. y Ruíz-Gálvez Priego, M. (195 y fig. 3).
292
A nuestro juicio, el referente gráfico más directo son algunas estelas del
occidente peninsular (fig. 143), y cuya datación después de un largo debate parece que
se deben circunscribir definitivamente al II Milenio cal. A. C. 344, acabando su evolución
con las conocidas estelas de guerrero del SO. peninsular hacia el s. XIV A.C. Los arcos
que se figuran en la parte superior serían la representación de collares. Por el momento
no es fácil precisar una cronología más concreta, pero hay algunos datos para pensar
que preceden a éstas últimas.
Fig. 143.- Estelas de Quinta de Vila Maior y Alto da Escrita345 y comparación con uno de los
idoliformes de A Pedra das Ferraduras (Fentáns, Cotobade).
Por lo tanto, si seguimos literalmente estos datos nos encontraríamos con que el
sector SO. de la Pedra das Ferraduras (fig. 141, pgn. 282) comenzaría a ser decorado, en
una época tardía, cuando menos c. 2000 cal. A. C., por poner una fecha más prudente,
implicando con ello que tanto cérvidos como armas serían aún más recientes. El orden
de grabación de motivos comenzaría por el idfoliforme central, y seguiría con los
cuadrúpedos, y a continuación las figuraciones de armas, y por último los
antropomorfos y la transformación de algunos motivos para producir una escena de
caza, y de un posible ritual relacionado con la exaltación de las armas.
La datación de los cuadrúpedos, ya siempre la hemos considerado tardía,
primero porque en A Chan da Lagoa (Montes, Campo Lameiro) vemos un cérvido cuya
cuerna está superpuesta a la figura de un pseudolaberinto (fig. 144), y más
recientemente por el estudio de las dataciones arrojadas por la excavación del petroglifo
344
Díaz-Guardamino Uribe, M. (2011).
345
Díaz-Guardamino Uribe, M. (2010 :nº. 116 y nº, 159).
293
Fig. 144.- Detalle del panel Chan da Lagoa 2.1 (Montes, Campo Lameiro).
Estévez respalda esta adscripción cultural. Los petroglifos de armas son figuraciones de
intención naturalista, por lo que el imaginarlas en ambientes del Calcolítico/Neolítico
Final peninsular es, ya para empezar, una pretensión bastante controvertida. No
obstante, habíamos indicado que en los momentos finales del Calcolítico meridional de
la Península Ibérica comienzan a aparecer figuraciones humanas de cierto realismo347.
Se debe señalar, y sobre esto ya nos extenderemos más abajo, que la Edad del Bronce
enraíza contemporáneamente con la época de apogeo Campaniforme, pero de modo
transicional, aunque su verdadero carácter no se habrá de manifestar hasta bien andado
el II Milenio cal. A. C.
En los petroglifos de armas se identifican puñales y espadas cortas y alabardas.
Para A. de la Peña estas representaciones son copias fidedignas de modelos reales348,
que en el caso de los puñales lisos serían de filiación campaniformes, lo cual es a todas
luces una conclusión muy exagerada. En efecto, considerar que un puñal rupestre por el
mero hecho de haber sido silueteado sin representar señales interiores alude a artefactos
lisos de espigo de tradición campaniforme, es un atrevimiento injustificado.
Evidentemente los artistas habrían podido perfectamente considerar grabar únicamente
la idea implícita en la concepción ritual del puñal, sin juzgar necesario la adición de más
detalles. Pero además se aprecia la existencia de ejemplares que difícilmente podrían ser
considerados campaniformes o de tradición campaniforme349. Constan en efecto,
puñales con descricpión de hojas nervadas y/o decoradas. Los petroglifos de Castriño de
Conxo350, por ejemplo, remiten a modelos relacionados con los puñales armórico-
britanos propios de los Túmulos Armoricanos y de la Cultura de Wessex, las cuales no
echarán a andar hasta las vísperas del II Milenio cal. A. C.. Sin embargo, en la Bretaña
francesa estos artefactos tuvieron una larga pervivencia, hasta el 1500 cal. A. C. En los
petroglifos gallegos existen además modelos que son claramente espadas, como por
ejemplo en la grandiosa Pedra das Procesións (fig. 141), pero hay también otros casos.
Sin forzar necesariamente las identificaciones, sí se podrá admitir fácilmente que los
puñales largos y las espadas son propios de épocas avanzadas del Bronce Antiguo, ya
bien entrado el II Milenio cal. A. C.
Otro de los jalones para datar los petroglifos de armas en la segunda mitad del
III Milenio cal. A. C. fueron las alabardas. Ha influido decisivamente en esta postura
sobre todo una no muy afortunada interpretación de las conclusiones de T. X.
Schumacher, en su clásico estudio sobre estas armas351. Schumacher hace mención al
concepto de la alabarda, entendiéndolo como una costumbre que se extendió por
Europa durante la temprana etapa del Bronce Antiguo. Esta constumbre en el uso de la
albarda se produciría por difusión, y no de modo independiente a partir de varios focos
de invención. En efecto, se debe tener en cuenta que la alabarda era ya conocida de
tiempos anteriores, tal como se documenta por los casos realizados a partir de rocas
duras y que aparecen en enterramientos neolíticos. No obstante, también señala que el
uso cultural dado en la Edad del Bronce en cada región por donde se difundieron,
muestra desde un punto de vista arqueológico peculiaridades locales, conformando un
347
Hurtado, V. (2009:172 y ss.).
348
Peña Santos, A. (2005:37).
349
Peña Santos, A. y Rey García, J. M. (2001, fig. 24).
350
Peña Santos, A. (1979).
351
Schumacher, T. X. (2002).
295
variado registro de depósitos, desde supuestas ofrendas en ríos, humedales y otros pagos
a ajuares funerarios de poderosos individuos.
El análisis morfológico del artefacto, y su composición química, así como sus
posibilidades estratégicas y tácticas en el arte de la lucha, y sin olvidar las figuraciones
de numerosos petroglifos localizados en diferentes lugares de Europa, lleva fácilmente a
considerarlas como un artefacto de especial contenido simbólico. Ha habido incluso
una corriente de la investigación que cuestiona su uso práctico, y la entiende mejor
como un emblema de poder. Sin embargo, tampoco faltan voces propugnando que
ambos extremos no son excluyentes: podrían perfectamente constituir una insignia de
estatus y poder, tal vez empleadas en ciertos rituales, y asimismo ser también un objeto
empleado en la lucha, quizás en ciertos tipos de lucha, como por ejemplo duelos
singulares entre jefaturas.El hecho es que T. X. Schumacher cifra como las más antiguas
alabardas las provenientes de Irlanda y Gran Bretaña estableciendo su origen hacia 2350
– 2050 cal . A. C., con un desarrollo paralelo a la difusión del vaso campaniforme. No
obstante esta datación no se ha conseguido de un modo directo, sino por comparación
de artefactos procedentes de distintos depósitos, que en algunos casos, nos llevarían
incluso hasta mediados del siglo XVII cal. A. C. En Francia, sin embargo, serían
contemporáneas de la época de vigencia de las dagas armórico-británicas y de las fases
A y B de Wessex en Inglaterra, con una cronología extendida desde el 2050 hasta el
1700 cal. A. C., que es por otra parte, la misma datación manejada para las alabardas
provenientes de Italia.
En la Península Ibérica se pueden señalar las tipo Carrapatas del NO. Peninsular,
datadas aparentemente en el tardío, confuso y poco concreto Horizonte Montelavar de
Harrison, sin mayores precisiones, y las pertenecientes a la Cultura del Argar, así como
las localizadas en el SO. peninsular. Respecto a estos últimos tipos, no se puede evitar
el mencionar que las alabardas seguirán en uso hasta mediados del II Milenio cal. A. C.
tal como se documenta fehacientemente. Para la Cultura del Argar menciona los tipos
más antiguos como pertenecientes al Argar A, con una cronología estimada entre 2141 y
1770 cal. A. C., mientras las más evolucionadas, las tipo Cano y Montejícar serían
contemporáneas al Bronce del Suroeste. Esta cronología es también en cierto modo
respaldada por J. C. Senna (sugiriendo la horquilla 2166-1688 cal. A. C.), después de
utilizar dataciones procedentes de tumbas donde constaban alabardas 352. De todos
modos, si hacemos caso a las dataciones funerarias, las tumbas argáricas masculinas con
alabardas se extienden desde el 2050 hasta el 1800 cal. A. C., fecha a partir de la cual,
son sustituidas por espadas353. Tardíos son también los modelos centroeuropeos de
Unetice, cuya cronología se extendrá desde c. 1800 hasta 1600 cal. A. C., aunque es
posible rastrear los primeros casos desde c. 2050 cal. A. C.
Respecto a las alabardas de tipo Carrapatas, J. C. Senna las coloca
cronológicamente en un amplio lapso cronológico que abarcaría desde c. 2300 hasta c.
1750 cal. A. C. La datación antigua está en función de su supuesta asociación en dos
yacimientos (la Finca de la Paloma en Toledo y la Gruta IX das Redondas en la
Extremadura portuguesa) con puntas Palmela y puñales de espigo, artefactos
encuadrables en el Horizonte Montelavar. Sin embargo, en la Gruta IX de As
352
Senna-Martínez, J. C. (2007:124)
353
Castro Martínez, P. V. et alii (1994:91).
296
354
Paço. A. (1966).
355
Cardoso, J. L. (2005:11).
356
Senna, J. C. (1994).
357
Brandherm. D. (2007)
297
Fig. 145.- Aspecto general del gran panel de A Pedra das Procesións (Vincios, Gondomar)
298
Agua da Laxe (Vincios, Gondomar) y quizás otras como la grande de la Pedra das
Ferraduras (Fentáns, Cotobade), y la de Pornedo 1, así como uno de los ejemplares del
Castriño de Conxo (Santiago de Compostela), aunque como espadas cortas, en el mejor
de los casos.
Sobre las alabardas rupestres ya advertíamos hace tiempo que la ratio de la hoja
no se correspondía con el tipo Carrapatas documentado en nuestra tierra, pareciéndose
por ejemplo a otros modelos irlandeses como por ejemplo las tipo Clonard360. Esta
apreciación fue compartida por otros autores, que también vieron que tal adscripción era
muy problemática361. Sin embargo, esta dificultad técnica fue abandonada, porque a fin
de cuentas, las alabardas tienen una vida muy bien definida en Europa Occidental.
Indicábamos líneas arriba que la disposición cronológica de las figuraciones de
armas, las cuales probablemente están dispersas a lo largo del II Milenio cal. A. C. no
parecen constituir un ciclo cultural bien definido, y las cuales más bien necesitan un
contexto rupestre. Este marco referencial sería el de las combinaciones circulares. Sin
embargo, cuando nos aproximamos más en detalle al fenómeno de los petroglifos de
armas, se aprecia que estos motivos muestran una especial tendencia a integrar
petroglifos monotemáticos. Se ha señalado su proclividad a aparecer en paneles
fuertemente inclinados, próximos a la verticalidad, pero en realidad, son mayoría los
ubicados en rocas bajas semejantes a las ocupadas por combinaciones circulares. En
proporción los petroglifos de círculos diseñados en paneles muy inclinados son una
minoría.
La relación entre círculos y armas es verdaderamente precaria. Sólo un puñado
de paneles manifiesta, no ya asociaciones, sino por lo general, meras presencias
coincidentes. El caso de A Foxa Vella en Rianxo, nos pone sobre la pista de que las
figuraciones de armas parecen representar una segunda fase tras la elaboración de
muchas de las combinaciones circulares allí existentes, al disponerse en una banda
periférica respecto de éstas. También posteriores a la insculturación de combinaciones
circulares encontramos las armas representadas en Primadorno 1.1. En este petroglifo, el
trazado de la posible espada juega con la preexistencia de un surco de salida
posiblemente ya resaltado con anterioridad.
Estas informaciones nos ponen en contacto con una evidente anterioridad de los
petroglifos de combinaciones circulares respecto de las armas, cuando menos en estos
paneles. Sin embargo, nada nos obliga a pensar que estas armas fueron confeccionadas
por poner un ejemplo, a comienzos del siglo XX cal. A. C., pues como vimos hay
argumentos de sobra para suponer grabaciones de armas en siglos muy posteriores. Por
otra parte, en algunos petroglifos donde abundan las representaciones de armas, caso de
Agua da Laxe 1 o Agua da Laxe 3, se aprecia la elaboración de armas con una relativa
cuidada factura conviviendo con otras más pequeñas, y de descuidado trazado, a veces
con superposiciones e inhibiciones. Probablemente estos petroglifos, del mismo modo
que ocurría con las combinaciones circulares, mejor que representar panoplias
guerreras, tal como se afirma a veces, no dejen de ser también el resultado de un largo
período de tallado, donde por un proceso de concurrencia y emulación se seguía
grabando el mismo prototipo de motivo inicialmente realizado, o sus equivalentes
360
Fernández Pintos, J. (1989b:292-293).
361
Santos Estévez, M. (1999:104)
300
(alabardas, puñales, espadas, etc.). Incluso en a Pedra das Procesión se aprecia como
una más que posible disposición periférica de los llamados escutiformes, mientras en
Castriño do Conxo quizás sea el motivo más antiguo, y en Os Mogüelos el único. En
este sentido, es posible que estos petroglifos de armas respondan a tradiciones
localmente mantenidas, nada más, del mismo modo que en el área de Amoedo (Pazos de
Borbén)362 existen un tipo de combinaciones circulares raro fuera de este marco
geográfico. Este rasgo explicaría el por qué en Campo Lameiro se produce la
representación de armas, casi siempre puñales, nunca alabardas, mezcladas con
cronologías semejantes a las de los cuadrúpedos: en muchos casos se trataría de una
tradición local tardía.
En consecuencia, los petroglifos de armas, difícilmente pueden constituir un
ciclo cultural, a causa de la parquedad de representaciones, y su hetereogeneidad
cronológica. El problema radica en si podemos dar por válida la estratigrafía horizontal
de A Foxa Vella y Pornedo 1.1, sumarla a la exclusividad tipológica, y concluir que
coinstituyen un grupo artístico diferenciado y posterior a las combinaciones circulares.
Aunqe así fuese, nada nos obliga, insistimos nuevamente, en datar parte de los
petroglifos de armas en el siglo XIX cal. A. C. y suponer los petroglifos de
combinaciones circulares, anteriores, del III Milenio cal. A. C. En efecto, la vigencia del
concepto de la alabarda de Schumacher, no tiene sus límites temporales
verdaderamente clarificados, y además parece que no ewxperimentó un desarrollo
simultáneo y paralelo en toda Europa, e incluso, hay argumentos como ya expusimos
para sumergir el uso de las alabardas en momentos avanzados de la primera mitad del II
Milenio cal. A. C., y por lo tanto su reflejo en forma de arte rupestre en correlación con
su actualidad. Del mismo modo que en el área de Amoedo, las combinaciones circulares
del tipo Tenxiñas y derivados integran paneles exclusivos, donde no entran las
combinaciones circulares de anillos, que también existen pero constituyendo petroglifos
aparte, no nos pueden obligar a concebir un ciclo artístico diferenciado
cronológicamente de combinaciones circulares, lo mismo es posible que ocurra respecto
de armas y círculos en general. Es perfectamente posible que los petroglifos de
alabardas, puñales, espadas, escutiformes e idoliformes no dejen de constituir iniciativas
artísticas particulares enmarcadas en un contexto rupestre más amplio, paralelo a las
combinaciones circulares. Por lo menos, más alla de deseos personales, no hay datos de
suficiente peso para suponer lo contrario. En consecuencia, la paralelización de armas y
combinaciones circulares llevaría los comienzos de la grabación de combinaciones
circulares c. 2000 cal. A. C.
Otro jalón para la datación relativa de las combinaciones circulares son los
equipos de molienda rupestres, ya estudiados someramente más arriba (véase cap.
2.2.2.5, pg. 23 y ss.). Como se concluyó en este estudio, los equipos de molienda dan
toda la impresión de que son anteriores a las combinaciones circulares, pues cuando
éstas excepcionalmente comparten panel con aquéllos, suelen aparecer dispuestas de un
modo periférico e incluso superponiendo en su trazado el anillo exterior sobre las
superficies internas donde se produjo la molienda o la trituración. El problema es que la
datación de estos elementos de momento gravita probablemente en un nebuloso III
Milenio cal. A. C., sin mayores precisiones por el momento, aunque hay argumentos
para pensar que acaso se desarrollarían en el curso de su segunda mitad, lo cual
362
Fernández Pintos, J. (2013:41 y ss.).
301
363
Fernández Pintos, J. (2013:69 y 74).
364
http://pedemula.wordpress.com/
302
la disposición apretada de los anillos, junto con una lectura creemos que muy atrevida
llevó a algunos autores a ver en ella un laberinto. A nuestro modo de ver la nº. 2, es una
simple combinación circular que ha sufrido varias superposiciones, y que según parece,
no quedó totalmente concluida y cuya área central se presenta muy complicada para la
lectura.
365
Véanse las fotografías aportadas: http://pedemula.files.wordpress.com/2011/07/pdam.jpg y
http://pedemula.files.wordpress.com/2011/07/pdam13.jpg.
366
Véase http://pedemula.files.wordpress.com/2010/10/laberintos-pc3a9-de-mula.jpg.
367
Costas Goberna, F. J. y Peña Santos, A. (2011:255-256 y 266-267).
303
alto grado de arreglo de la lectura arrojada por el frotage. En efecto creemos bastante
inverosímil que siguiendo este método de lectura aparezcan los surcos con un extraño
alto grado de nitidez y resolución. También en las fotografías se comprueba el claro
trazado laberíntico de los surcos de estas unidades, a lo cual, en principio, no le
otorgamos especial crédito pues de dos atentas lecturas directas con luz natural que
hemos realizado, no dedujimos de ningún modo ese sdupuesto trazado laberíntico.
Cuando se publica por primera vez la estación, se describen estas unidades como meras
combinaciones circulares368. Por último, la empresa encargada de la limpieza y puesta
en valor de esta estación, Rock Art Conservation S. L. en el plano publicado, tampoco
ha apreciado la existencia clara de laberintos369. En consecuencia, de momento dejamos
en suspenso la adscipción morfológica de estos supuestos laberintos, y esperamos que
los autores de las fotografías y de los planos elaborados por frotage expliquen la
metodología y técnica empleadas para su obtención, y si no han procedido a una
manipulación previa de los surcos in situ o mediante medios informáticos una vez
obtenidas las fotografías del natural. De todos modos, en el trabajo citado A. de la Peña
y F. J. Costas no entran en críticas sobre esta atribución y la dan por buena.
Es muy interesante añadir que la búsqueda de métodos de lectura de los
petroglifos totalmente objetivos y no invasivos es una vieja batalla que podemos dar por
perdida. El uso de la luz artificial rasante es muy interesante, pero no es un método
absoluto, pues hemos podido comprobar que en las superficies de los granitos hay
multitud de accidentes imperceptibles al ojo humano, pero que destacan sobremanera a
poco que incida oblicuamente un haz de luz, de donde se sigue que con esta práctica no
es muy difícil inventarse figuras donde en realidad no las hay, y sobre este tema
disponenmos de sobrada experiencia. En este sentido, nos parece más que suficiente la
suave luz solar incidiendo oblicuamente que la de un potente foco eléctrico. La
iluminación nocturna oblicua, es sin lugar a dudas espectacular, y es por ello que se ha
estado usando en la reciente práctica de visitas guiadas nocturnas para el público, y
también para descripciones en publicaciones especializadas, pero insistimos en sus
limitaciones, y en el necesario y prudente control arqueológico en las lecturas arrojadas
en el curso de esta práctica. Respecto a la técnica del frotage, podemos declararla sin
mayores problemas como completamente innecesaria a nivel científico, y si más propia
de demostraciones lúdicas en visitas colectivas, pues en líneas generales, con este
método curiosamente se descubre lo que ya se podía ver a simple vista. Al final será
únicamente el ojo y el criterio del investigador examinando con sus propios ojos surcos
y superficies con el uso de una luz no muy fuerte, a poder ser natural, quien habrá de
determinar lo que es factura humana y lo que es erosión o morfología de la roca.
Las figuras laberínticas, por mucho que algunos autores sugieran un origen
autóctono370, son sin lugar a dudas de inspiración foránea, en última instancia
procedentes del Mediterrráneo Oriental, más concretamente del Egeo. Suponer que el
motivo de su aparición originaria en Galicia se deduce de ser la región donde más
laberintos aparecen es una idea absurda, pues esta circunstancia se producirá
precisamente en la segunda mitad del I Milenio A. C. cuando se difundan por el
368
Pereira, E. y Costas Goberna, F. J. (1998).
369
Véase imagen del plano en https://fbcdn-sphotos-c-a.akamaihd.net/hphotos-ak-xfp1/t31. 0-
8/894445_511374212233511_753506441_o.jpg
370
Peña Santos, A. y Rey García, J. M. (1993); Peña Santos, A. (2005:22);
304
mediterráneo monedas cretenses con el símbolo del laberinto en su dorso. Juzgar que
los petroglifos de laberintos son antiquísimos por el mero hecho de ser grabados
rupestres y haber sido realizados junto a cuadrúpedos o círculos, no deja de constituir un
ingenuo y vano ejercicio. El caso de laberinto más antiguo conocido bien datado lo
encontramos en el reverso de la tablilla PY Cn 1287 localizada en el palacio de Pylos371
y cuya datación, relacionada con la destrucción del dicho establecimiento, se establece
hacia mediados del siglo XIII A. C. Esta figura, realizada en el dorso de un apunte
contable, y sin relación con éste, se toma como un ejercicio rutinario de mera
distracción372, lo cual da fe de que era un símbolo muy conocido en su época, aunque no
hayan llegado hasta nosotros más ejemplos, pero sí que se revelan por otras fuentes
indirectas. En la región existen en siglos anteriores formas previas parecidas que
facultan el pensar que fue en este ámbito del Mediterráneo Oriental donde se
formularon por vez primera. El hecho de que el laberinto de Pylos aparezca ya
completamente elaborado permite concebir la existencia de una trayectoria, y de
modelos anteriores y coentemporáneos. Es este un tema que necesita un adecuado
esclarecimiento previo, no tanto del tema mítico o histórico del laberinto, sino del
propio símbolo laberintiforme, del que ahora no nos podemos ocupar, pero que dada la
existencia de una cierta abundancia de documentación dispersa es posible enhebrarla en
un discurso coherente que podría ser muy provechoso para comprender la difusión
rupestre de este tipo de figuras.
En Galicia no hay datos de peso para suponer un origen autóctono para esta
figura tan complicada. Ciertamente algunas combinaciones circulares son tenidas por
pseudolaberintos a causa del trazado tortuoso de su formulación anular373. Existen
también casos de espirales. Pero estos motivos pseudolaberínticos son muy minoritarios
y morfológicamente están muy lejos de los verdaderos laberintos. Los laberintos
además de no suponer más de unos ocho casos, no presentan la misma tendencia
compositiva que las combinaciones circulares. Suelen aparecer solitariamente, sin
acompañamiento de otras combinaciones circulares, a veces en lugares muy alejados
geográficamente donde integran el único tipo de motivo en la roca y, son el único
petroglifo de componente circular del paraje, e incluso de una extensa área próxima.
Además de no aparecer asociados a otros motivos circulares tampoco participan de sus
elementos característicos como son los surcos de salida y la ocupación mamilar.
Solamente sería factible aplicar el tema de la jerarquización gráfica a la famosa Pedra
do Labirinto de Mogor (Marín), pero quizás sea una ilusión (fig. 147). De ser cierta la
estratigrafía horizontal en este petroglifo, nos encontraríamos con círculos grabados en
una fecha tardía. Sin embargo, no hay nada raro en todo ello, pues esta datación
retardada vendría a coincidir con la ya expuesta en relación con los cuadrúpedos,
cuando sospechábamos la posibilidad de un solapamiento de estilos. Estaríamos ante el
desarrollo inercial y tardío del ciclo de las combinaciones circulares. Tal como
indicábamos más arriba, los laberintos son en el Arte Rupestre Gallego meros invitados,
que llegan en un momento muy avanzado de la Edad del Bronce, tal vez por lo menos a
fines del II Milenio A.C. y no constituyen propiamente un ciclo; mejor parecen haber
sido el fruto de una aportación externa que llega cuando está en vigor el ciclo de los
371
Heller, J. L. (1961).
372
Chadwick, J. (1977).
373
Fernández Pintos, J. (1989c).
305
unicum, solamente comparable pero de lejos con las pocas espirales que hay en el Arte
Rupestre Gallego, y con algunas de los petroglifos de A Caeira en Poio378, sobre todo en
el SO. de la provincia de Pontevedra, pero también muy cerca a esta estación como es la
Laxe das Rodas, también en Carnota379. En el petroglifo de Naraío los pseudolaberintos
siguen una sintaxis en todo idéntica a la de cualquier panel con combinaciones
circulares. Se puede apreciar alguna ocupación mamilar, una probable jerarquización
gráfica, así como su asociación mediante líneas y por contacto. A la vista de los datos
proporcionados por este petroglifo es muy difícil sustraerse a la posibilidad de que su
inspiración no provenga directamente de los laberintos propiamente dichos, aunque en
la misma roca no haya ninguno. Esta más que posible inspiración en las formas egeas
modernizaría enormemente la cronología de los petroglifos de combinaciones
circulares, haciéndolos recaer al menos en parte en la segunda mitad del II Milenio cal.
A. C. Sea como fuere, el petroglifo de Naraío merece un detallado análisis, pues
creemos que su estudio nos podrá revelar informaciones muy importantes para la
comprensión del mundo de las combinaciones circulares.
Como ya hemos expuesto, los cuadrúpedos integran un ciclo que se desarrolla
con posterioridad a las combinaciones circulares, si bien tal vez no se deba cerrar la
puerta a un posible solapamiento parcial, o también quizás a un proceso de recuperación
de un motivo antiguo. Los datos manejados en la actualidad aconsejan llevar el ciclo de
los cuadrúpedos cuando menos a la segunda mitad del II Milenio cal. A. C. y
probablemente a la primera mitad del I Milenio cal. A. C., y no sería extraño que aún
perviviesen durante la Segunda Edad del Hierro en lo que respecta principalmente a
algunas escenas de equitación380. Tal vez en momentos tardíos de este ciclo se
incorporarían las escenas de equitación y los antropomorfos. Estos dos últimos motivos
concuerdan bien con la nueva mentalidad de corte guerrera que se extiende por Europa
Occidental a partir del Bronce Final (desde el 1650 cal. A. C.)381, pero especialmente
desde el comienzo del Bronce Atlántico hacia el 1250 A. C., donde esta tendencia social
se detecta arqueológicamente. Los petroglifos de cuadrúpedos reflejan la aparición de
nuevas ideas, y la única cesura cultural identificable arqueológicamente a día de hoy en
el II Milenio cal. A. C. es la difusión del bronce a partir del siglo XVIII cal. A. C. que
se hace acompañar de nuevas formulaciones sociales, pero sobre todo con la
consolidación del Bronce Atlántico más tarde. De hecho, los únicos datos cronológicos
fiables que disponemos respecto de los cuadrúpedos nos conducen indefectiblemente
hacia estas cronologías.
En consecuencia, todos los marcadores rupestres, arqueológicos y teóricos
directamente relacionados con los petroglifos de combinaciones circulares nos llevan
tenazmente al II Milenio cal. A. C., extendiendo su insculturación a lo largo de esta
época e incluso, quizás, penetrando en el I Milenio cal. A. C. de la mano de las
figuraciones de cuadrúpedos.
No pretendemos cerrar las puertas a una posible procedencia desde el III Milenio
cal. A. C., de parte de los petroglifos gallegos, pero de momento no disponemos de
datos seguros más allá de la consabida mera prevención, pues a fin de cuentas, los
378
García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:92 y ss.).
379
http://jlgalovart.blogspot.com.es/2008/12/laxe-das-rodas.html
380
Fernández Pintos, J. (2013:72 y ss.).
381
Kristiansen, K. y Larson, T. B. (2005).
307
jalones cronológicos que hemos manejado a lo largo de este epígrafe, tampoco son del
todo tan seguros como para darlos ciegamente por válidos y definitivos. Por el momento
los defensores de cronologías más antiguas que las expuestas basan sus especulaciones
en meras conjeturas que muchas veces no son más que simples desiderati, dando por
válidos argumentaciones muy precarias cuando no completamente arbitarias,
impertinentes o peregrinas. Cuando se aporten datos con un mínimo valor probatorio,
aunque supusiesen simples pero razonables indicios para llevar los petroglifos de
combinaciones circulares al III Milenio cal. A. C. seremos los primeros en utilizarlos.
Mientras tanto nos tendremos que conformar con la información que hemos estado
comentando hasta ahora.
9.2. EL CONTEXTO CULTURAL.
En el epígrafe precedente hemos tratado de ubicar los petroglifos
cronológicamente en función de los datos suministrados por el análisis de los mismos
grabados en las relaciones con especies mejor datables como eran las armas, los
cuadrúpedos y las escenas de equitación, los idoliformes y los figuras laberínticas.
Creemos que esta explicación sería suficiente para comprender a grandes rasgos su
situación temporal, pero evidentemente seguiríamos sin contar con su inserción en un
marco histórico coherente. No abordar el aspecto cultural de los grabados rupestres
gallegos sería disculpable en una publicación dirigida únicamente en ese sentido, o
también hace algunos años, cuando la información disponible era muy escasa. En la
actualidad se dispone de gran cantidad de material paleoambiental y arqueológico para
los III y II Milenios cal. A. C. que habrá de ser compilado para ver como practicar la
inserción de los petroglifos de combinaciones circulares en su marco histórico original.
Advertimos desde ahora que el análisis de los datos paleoambientales y
culturales, aunque se realizan desde una perspectiva de validez general, están en función
y dirigidos concretamente a esclarecer el escenario en que se desenvuelven los ciclos
del arte rupestre más antiguo. Es decir, más que el trazado de un verdadero discurso
histórico, se pondrán de relieve aquellos aspectos que nos pueden ser de mayor utilidad
en esta tarea, sin por ello despreciar otras informaciones.
En consecuencia, en los siguientes epígrafes vamos a abordar el estudio de otro
tipo de informaciones como son el análisis de las condiciones paleoambientales de los
Milenios III y II cal. A. C., así como su evolución cultural para tratar de sopesar la
viabilidad de la proposición cronológica ensayada en el epígrafe anterior desde
presupuestos distintos, como son el impacto ecológico de las comunidades humanas
sobre el medio natural y las distintas manifestaciones culturales, con la esperanza de que
nos arrojen alguna luz sobre este tema.
A este planteamiento quizás se le pueda achacar su realización a partir de una
idea teórica previa que necesita ser demostrada fehacientemente, aunque sobradamente
probada para todas las épocas: la estratificación cultural de una sociedad tiene su
correlato en la diferenciación de distintas formulaciones culturales, de las cuales la
manifestaciones artísticas son la categoría más explícita. Evidentemente en apoyo de
esta argumentación no necesitamos extendernos en consideraciones, pues es
ampliamente conocida y utilizada en la configuración de marcadores culturales
diferenciados en los estudios de épocas y civilizaciones.
308
382
Fernández Pintos, J. (2013:52).
309
383
Ramil Rego, P. Gómez-Orellana, L. y Muñoz-Sobrino, C. (2008); Ramil Rego, P., Gómez-Orellana,
L.; Muñoz-Sobrino, C., García-Gil, S.; Iglesias, J., Pérez Martínez, M., Martínez Carreño, N. y Novoa
Fernández de, B. (2009).
310
384
Ramil-Rego, P., Pazo Martínez, A. do, y Fernández Rodríguez, C. (1996:172).
385
Ramil-Rego; P., Muñoz Sobrino, C. y Fernández Rodríguez, C. (2001:91 y ss.).
386
Ramil-Rego, P.; Gómez-Orellana, L. Muñoz-Sobrino, C. (2008:131).
387
Ramil-Rego, P.; Muñoz Sobrino, C.; Gómez-Orellana, L.; Rodríguez Guitián, M.A. y Ferreiro da
Costa, J. (2012: 36-37)
388
Ramil-Rego, P., Pazo Martínez, A. do, Fernández Rodríguez, C. (1996:176).
389
López Sáez, J. A.; López Merino, L. y Pérez Díaz, S. (2010).
390
López P. y López J. A. (1993).
391
López Sáez, J. A.; López Merino, L. y Pérez Díaz, S. (2010).
311
Hacia fines del IV Milenio cal. A.C. comienza otra etapa climática conocida
como Neoglaciación II, que no concluirá hasta algunos siglos antes del cambio de Era.
Se inicia con una ligera contracción de las temperaturas para más tarde incrementarse
progresivamente. En el III Milenio cal. A. C. algunos registros palinológicos comienzan
a detectar un cambio en el paisaje con un cierto retroceso de la masa forestal, muy
apreciable ya sobre todo en las áreas costeras y en las zonas bajas del interior 392. Este
proceso deforestador es ya elocuente en la segunda mitad de este III Milenio cal. A. C.,
cuando se detecta de un modo generalizado episodios de fuerte erosión, todo lo cual es
una buena señal de que se estaba produciendo una modificación de los ecosistemas.
Ciertamente estamos ahora en un período de aridez generalizado, y climáticamente algo
más fría, pero también se debe considerar ya una más evidente presión antrópica sobre
el territorio, fácilmente comprobable en las áreas costeras y de bajas altitudes en el
interior393.
Este gran cambio ecológico observado en la segunda mitad del III Milenio cal.
A. C se viene denominando Evento Climático 4,0 B.P. (c. 2450-1950 cal. A.C.)394,
caracterizado por la paulatina transición hacia una neta aridez ambiental, muy notable
ya hacia el 2200 cal. A C., cuya causa se ignora con total certidumbre (se habla de la
posible caída de un meteorito en el Próximo Oriente, o un cambio en la actividad solar).
Temporalmente parece que sus peores efectos se extendieron durante unos 300 años,
para a continuación irse recuperando la pluviosidad a lo largo del II Milenio cal. A. C.,
culminando con el Evento Climático 2,8 B.P., es decir, c. 850-750 cal. A. C., que
coincidiría con los orígenes de la Cultura Castrexa, y definido por un fuerte aumento del
frío y la pluviosidad395. El caso es que paralelamente a esta modificación del clima se
producen profundas y generalizadas transformaciones sociales. En Europa Occidental
las civilizaciones calcolíticas del III Milenio cal. A.C., van dando paso progresiva o
abruptamente a las sociedades del Bronce Antiguo, pero es también la época de los
colapsos políticos de Egipto, Grecia, Anatolia, Mesopotamia e incluso en áreas más
distantes como Afganistán, el valle del Indo y China. Como vemos el fenómeno es
indiscutiblemente generalizado. En la Península Ibérica, por citar dos grandes hitos
históricos, es contemporáneo de la desaparición de los poblados fortificados de la
Extremadura portuguesa y el paso brusco de la Cultura de los Millares a la Cultura del
Argar. Coincide además con la época de apogeo de la Cerámica Campaniforme.
Los efectos de este fenómeno se han podido registrar en Europa Occidental y
Mediterránea, y también en la Península Ibérica, según se aprecia en la regresión de las
capas acuáticas lacustres de Sierra Nevada, por lo cual se puede hacer extensible a todo
el sur peninsular396. Pero incluso parecen haberse identificado en turberas del NO.
Peninsular397, y en los niveles lacustres del sector central del Valle del Ebro así como en
la Sierra de Cantabria en el País Vasco398. Sin embargo, aún considerando la existencia
392
Ramil-Rego, P.; Gómez-Orellana, L. y Muñoz-Sobrino, C. (2008:132).
393
Ramil-Rego, P.; Muñoz Sobrino, C.; Gómez-Orellana, L.; Rodríguez Guitián, M.A. y Ferreiro da
Costa, J. (2012:38)
394
Pérez Díaz, S. (2012:288)
395
Benítez de Lugo, L. (2011:59-60).
396
Oliva, M., Gómez Ortiz, A. y Schulte, L. (2010:41).
397
Fábregas Valcarce, R. et alii (2003).
398
Pérez Díaz, S. (2012:290)
312
de una etapa particularmente árida, no está siempre clara la posible incidencia negativa
de este evento en las respectivas configuraciones culturales regionales, y es más, incluso
se debate si de verdad pudo haber incidido gravemente tal suceso en el ámbito
peninsular, sobre todo si se piensa que ya de por sí desde finales del IV Milenio cal.
A.C. se extiende una época que progresivamente se encamina hacia cotas más altas de
déficit hídrico. Por ejemplo es ya clásico el debate del papel que la aridez ha podido
tener en el SE. peninsular en el colapso de la Cultura de los Millares y la aparición de la
Cultura del Argar399. Por el contrario, algo más al norte, en La Mancha, se sostiene que
la Cultura de las Motillas, con su articulación en torno al control de los acuíferos, está
precisamente motivada por esa creciente sequedad ambiental. Como veremos un poco
más adelante, la acción humana patente en el uso de sistemas agrícolas basados en el
fuego y la deforestación habrán de ser asimismo considerados, pues la desaparición
progresiva de la cobertera vegetal y la modificación de las condiciones edáficas de los
suelos contribuirán en agravar las consecuencias de la aridez.
Si volvemos los ojos hacia Galicia, vemos como en un reciente estudio
realizado sobre un depósito en el Monte Penide (Redondela)400 se pudieron comprobar
tres pulsaciones probablemente antrópicas sobre el territorio, basadas en incendios, y
que ilustran muy bien la evolución histórica del paisaje en esta comarca tan prolífica en
manifestaciones rupestres: la primera acaecería en la segunda mitad del V Milenio cal.
A. C., y sería de entidad difusa; la segunda en la primera mitad del III Milenio cal. A.
C., y la tercera en la primera mitad del II Milenio cal. A. C. No es muy difícil relacionar
estas pulsaciones sobre el paisaje con tres momentos especialmente importantes en la
evolución de las sociedades de la época como fueron la expansión de la producción de
los alimentos, la revolución de los productos derivados, y los inicios de la Edad del
Bronce.
Pero es a partir del período 2000-1700 cal. A. C., cuando la acción antrópica
detectada sobre los bosques se percibe con claridad401. Algunos autores precisan áun
más el momento a partir del cual, el desmantelamiento de la masa forestal comienza a
ser evidente en el NO. peninsular, centrándolo en el siglo XIX cal. A. C., pero
advirtiendo que se exceptúa de este fenómeno las tierras montañosas más altas402. Este
hecho queda perfectamente reflejado en algunos diagramas polínicos procedentes de
turberas de las Sierras Septentrionales de Galicia, como Pena Veira403, o Tremoal de
Sever404, ambas en la provincia de Lugo, pero también en otros como los localizados en
la Península del Morrazo de O Fixón405, O Regueiriño, e incluso A Fontenla406. A partir
de ahora se generalizan deforestaciones e incendios seguidos de los subsecuentes
procesos erosivos407. Todo ello parece la consecuencia de una fuerte presión antrópica,
399
Gilman Guillén, A, (1999:82).
400
Martínez Cortizas, A., Fábregas Valcarce, R., y Franco Maside, S. (2010).
401
Ramil-Rego, P., Muñoz Sobrino, C., Iriarte Chiapusso, M. J., Gómez-Orellna, L. y Rodríguez Guitián,
M. A. (2001:143).
402
Ramil Rego, P.; Gómez-Orellana, L.; Muñoz-Sobrino, C.; García-Gil, S.; Iglesias, J.; Pérez Martínez,
M.; Martínez Carreño, N. y Novoa Fernández de, B. (2009:38).
403
Ramil-Rego, P. y Aira Rodriguez, M. J. (1993a).
404
Ramil-Rego, P. y Aira Rodríguez, M. J. (1993b)
405
López, P. (1984:147).
406
Aira Rodríguez, M. J. y Guitián Ojea, F. (1984:figs, 4 y 5).
407
Ramil-Rego, P., Gómez-Orellana, L., Muñoz-Sobrino, C.; García-Gil S., Iglesias, J., Pérez Martínez,
M., Martínez Carreño, N. y de Novoa Fernández, B. (2009:38-39).
313
como lo demuestra la mayor presencia del polen del cereal, la constatación de castaños,
así como de plantas ruderales y arvenses que acompañan a las tierras roturadas y
cultivadas408. En el caso del Monte Penide observamos que tras la primera quema de
cierta entidad se ha de esperar casi un milenio para apreciar otra muy generalizada,
tiempo más que suficiente para que la cobertura forestal se recuperase.
Parece ser que ya antes de finalizar el II Milenio cal. A. C., la extensa
deforestación habría alcanzado una altísima proporción, según se deduce de la
cronología obtenída para la zona II correspondiente al registro polínico del Castro de
Penalba (Campolameiro), aunque de todos modos, cuando a comienzos del I Milenio
cal. A. C. se vaya configurando paulatinamente la Cultura Castrexa, tal circunstancia es
ya un hecho incuestionable409. Hemos llegado al tipo de paisaje conocido como estepa
cultural. Será un proceso gradual pero inexorable, comenzado fundamentalmente
después del 2000 cal. A. C, y que conducirá hacia fines del II Milenio cal. A. C. a una
fuerte reducción de la masa forestal, apareciendo en los diagramas polínicos con
proporciones menores al 25 %410. La apertura de espacios para la ganadería se debe
considerar como el principal agente de antropización411.
Son muchos los diagramas polínicos que nos documentan sobre este proceso. Ya
el perteneciente al depósito de Mougás (Oia, Pontevedra) revela una fuerte
deforestación en un momento bastante posterior a c. 4400 cal. A.C., paralelamente a una
rápida apertura de praderas de origen antrópico por la presencia de plantas higro-
hidrófilas (Cichorioideae) y ruderales como el llantén, llegando el polen arbóreo a ser
cuantitativamente menor al 50 %, aunque manteniendo tasas apreciables412.
Esta dinámica de retroceso forestal no se aprecia en todos los diagramas
publicados para Galicia, por lo que debemos entender que no tuvo el mismo ritmo en
todas partes. De todos modos, incluso tierras altas como las cumbres de la Serra do
Xistral en Lugo a más de 1.000 m. de altitud (Chan de Lamoso)413, registran un pasajero
retroceso del bosque en la primera mitad del II Milenio cal. A. C. acompañado de
llantén, y cereal, aunque la primera vez que surge este último taxón es c. 4300 cal. A. C.
Una investigación de fundamental importancia para el conocimiento de los
petroglifos gallegos fue la realizada por un equipo interdisciplinar en el Parque
Arqueológico de Campo Lameiro antes de su puesta en funcionamiento414. Se
obtuvieron muchas muestras de suelo, se excavaron varios petroglifos415, y se realizaron
dataciones, lo cual se materializó en la existencia de un corpus de conocimientos muy
408
Muñoz Sobrino, C., Ramil-Rego, P., Gómez-Orellana, L. y Rodríguez Guitián, M. (1996:142 y ss.).
409
Aira Rodríguez, M. J. y Saá Otero, M. P. (1988:471 y ss.).
410
Ramil-Rego, P. y Aira Rodríguez, M. J. (1996:278).
411
López Sáez, J. A., López Merino, L., y Pérez Díaz, S. (2010:494).
412
Carrión García, J. S. (2013:22-25).
413
Carrión García, J. S. (2013:28-29).
414
Costa Casais, M., Martínez Cortizas, A., Pontevedra Pombal, X. y Criado Boado, F. (2009); Carrión,
Y., Kaal, J., López Sáez, J. A., López Merino, L. y Martínez Cortizas, A. (2010); Kaal, J. (2010); Kaal, J.,
Carrión Marco, Y., Asouti, E., Martín Seijo, M., Martínez Cortizas, A., Costa Casáis, M. y Criado Boado
F. (2011); Costa Casais, M., Martínez Cortizas, A., Kaal, J., Caetano Alves, M. I. y Creado Boado, F.
(2012);
414
Carrión García, J. S. (2013:34-36)
415
SantosEstévez, M. (2005).
314
útil para la comprensión del Arte Rupestre. De todo este material, será el diagrama
polínico publicado (Fig. 148) el que especialmente más nos interesa al proceder de las
proximidades del importante conjunto rupestre del entorno del Outeiro dos
Cogoludos416. Esta información se completa para el área de Campo Lameiro con los
registros palinológicos publicados del Túmulo nº. 1 de As Rozas417, situado en la alta
serranía, y el procedente del Castro de Penalba418, emplazado en una abrupta ruptura de
pendiente sobre la capital municipal, también en la serranía.
De estas investigaciones ha quedado muy claro que el fuego fue un recurso muy
utilizado en esta zona ya desde la primera mital del V Milenio cal. A. C. como
instrumento de deforestación. Su uso venía desde más atrás, pues hay noticias de su
empleo ya en la segunda midad del VI Milenio cal. A. C., pero de un modo ocasional y
puntual. Como consecuencia de estas acciones hacia fines del V Milenio cal. A. C. nos
encontramos con una masa forestal muy reducida, con un neto predominio de la pradera
de herbáceas, y con la presencia de una notable proporción de formaciónes arbustivas
(fig. 127).
Esta información concuerda con el registro palinológico del paleosuelo del
túmulo de As Rozas del cual conocemos una datación: 4661- 3660 cal. A. C. Para
entonces estas áreas serranas estaban completamente desprovistas de arboledo (4’1 %
del total de la proporción de polen), a la vez que se asiste a la proliferación de brezos
(33’3 %), gramíneas (24’7 %) y crucíferas (2,8 %). Estos datos nos permiten hablar de
un paisaje de pradera en la serranía completamente deforestado en los momentos
iniciales del megalitismo. En esta deforestación se deja entrever la reciente acción del
fuego, por la fuerte expansión de los brezos y los helechos, pero también la actuación
antrópica por la presencia del llantén (2,8 %) y las compuestas tubulifloras (20 %),
seguidas de los helechos (9,3 %). Dado que no se ha documentado cereal, deducimos
que la desaparición de la cobertera forestal de este lugar se relaciona con la práctica del
pastoreo. Una situación paisajística semejante se ha descrito para paleosuelos de
túmulos situados sobre las serranías del sur de la Ría de Vigo como el de As Pereiras
(Mos)419, cuya cronología se centra en el IV Milenio cal. A. C. (4060 – 3023 cal. A. C.),
el de Chan de Prado420 y también en los túmulos de la Serra do Barbanza421.
En el estudio de los túmulos del Barbanza y en otros perfiles topográficos
analizados en la serranía que la recorre422, se aprecia perfectamente que estas tierras
altas, salvo un momento especialmente frío muy anterior a la época de expansión del
Megalitismo, nunca estuvieron muy pobladas de bosques, ni nunca lo estarán. De
hecho, y en el mejor de los casos el polen arbóreo raramente alcanza el 30 % de la
totalidad de los registros palinológicos. Quiere esto decir que las formaciones boscosas
termófilas se adaptaban mal a estas zonas altas, muy expuestas, como ocurre hoy en día,
por lo que debían existir amplias áreas mal forestadas, como por ejemplo parece suceder
en todo momento en el Barbanza. Es por ello que la acción antrópica en estas zonas,
como mucho se limitó a desmantelar formaciones arbustivas de las que sí hay
416
Carrión García, J. S. (2013:34-36).
417
Patiño Gómez, R. (1984).
418
Aira Rodríguez, Mª. J. y Pilar Saá Otero, Mª. P. (1989:462).
419
Peña Santos, A. (1987).
420
Abad Gallego, X. C. (1995:393).
421
Aira Rodríguez, M. J. y Díaz-Fierrros Viqueira, F. (1986:101 y ss.)
422
Criado Boado, F. (1986:19 y ss.).
315
constancia. Por poner un ejemplo a modo de ilustración, el área de Pedra da Xesta 1423
(un megalito probablemente tardío, cuando menos del III Milenio cal. A. C., sino
incluso posterior424), nunca se caracterizó por proporciones de polen arbóreo superiores
al 10 %. Pero ello no impide que ya mucho antes de la edificación del monumento, se
registre actividad humana: la escasa representación forestal, a cuya cabeza están los
alisos, va a decaeer aún más, y simultáneamente le acompañan en el retroceso los
brezales, todo ello al tiempo que se incrementan las gramíneas, las ranunculáceas, las
compuestas tubulifloras, las umbelifloras, pero también, y sobre todo, de modo muy
contundente, los helechos, lo cual nos da pie a pensar que se está empleando el fuego
para favorecer la aparición de praderas, todo ello en un ambiente de clima templado y
húmedo. Pero las mismas conclusiones podrían ser llevadas a megalitos clásicos de
fines del V Milenio o IV Milenio cal. A. C., como el de Casota do Páramo425: siempre
desde mucho antes de la construcción del monumento y de modo sostenido, más que
una deforestación, se lleva a cabo un desbroce previo del entorno por medio del fuego
pues la representación de taxones arbóreos fue siempre ciertamente muy reducida.
Volviendo al diagrama del Monte Paradela en Campo Lameiro (fig. 148), ya de
menos altitud y cercano a las actuales vegas agrícolas, la mano del hombre en la
configuración de esta situación se comprueba fácilmente, por el uso continuo del fuego,
presente en todos los niveles desde aproximadamente los finales del V Milenio cal.
A.C.426 lo cual conllevó la expansión de los helechos y brezales, pero también por la
presencia de ortigas y llantén, que se asocian a actividades humanas, más concretamente
en este caso, según se deduce de la topografía del lugar, relacionadas con el pastoreo.
Pero desde mediados del IV Milenio cal. A. C. hasta fines del III Milenio cal. A. C. se
documenta una acusada reducción de la cobertera arbórea hasta proporciones
desconocidas, haciendo casi desaparecer el bosque, al tiempo que la pradera de
herbáceas se extiende y progresan las formaciones arbustivas de brezos. En estos
momentos se documentan por primera vez los hongos Sordaria y Sporormiella
espécimenes que se desarrollan a partir de los excrementos depositados por los
animales, constituyendo microfósiles coprófilos no polínicos. Estos hongos se
desarrollan en las heces de los animales domésticos así como de los grandes hervíboros
vertebrados, y suelen tomarse como la constatación de la existencia de una desarrollada
cabaña ganadera y el testimonio de actividades pastorales427, o incluso, de ganado
estabulado in situ428. Hacia fines del III Milenio cal. A. C. ambos hongos desaparecen,
para surgir otra vez y con fuerza los Sordaria a comienzos del II Milenio cal. A. C.
423
Criado Boado, F. (1986:55 y ss.).
424
Criado Boado, F. (1986:98-99).
425
Criado Boado, F. (1986:38 y ss.).
426
Carrión, Y., Kaal, J., López Sáez, J. A. López Merino, L. y Martínez Cortizas, A. (2010:4)
427
López Merino, L. , López Sáez, J. A. y López García, P. (2006:307); Casas Gallego, M., Morín de
Pablos, J. y Urbina Martínez, D. (2012:22); López Sáez, J. A., Alba Sánchez, F. Pérez Díaz, S. y
Manzano Rodríguez, S. (2010:9 y 12); Pérez Díaz, S., Ruíz Alonso, M., López Sáez, J. A. y Zapata Peña,
L. (2010:31).
428
Pérez Díaz, S. (2012:302).
316
Fig. 148.- Diagrama polínico y antracológico del Monte Paradela (Paredes, Moimenta, Campo Lameiro) 429.
429
Carrión, Y., Kaal, J., López Sáez, J. A., López Merino, L y Martínez Cortizas, A. (2010: figs. 6 y 5)
317
432
López, P. (1984b).
433
Peña Santos, A. (1984a:154)
434
Peña Santos, A. (1984a:161); Gómez Fernández, A., Fábregas Valcarce, R. y Peña Santos, A.
(2001:14).
319
435
Peña Santos, A. (1984b); Suárez Otero, J. (1997).
436
Aira Rodríguez, Mª. J. y Guitián Ojea, F. (1984).
437
Peña Santos, A. (1984a); Lima Oliveira, E. (2005); Prieto Martínez, P., Tabarés Domínguez, M. y
Vaqueiro Vidal, S. (2005);
320
438
López Sáez, J. A., López García, P., y Macías Rosado, R. (2002).
439
Fernández Pintos, J. (2013:61 y ss.)
440
Suárez Otero, J. (1997b).
321
441
Leroyer, Ch. et alii (2012).
442
Rémi, D. et alii (2012).
443
Ezquerra Boticario, F. J. (2011:101).
322
444
Ezquerra Boticario, F. J. (2011:100 y ss.)
445
López Sáez, J. A. (2011).
323
por ejemplo, las provenientes de los yacimientos de A Chan, en 2479-2036 cal. A. C451.
y O Fixón en 2494-1871 cal. A. C452., por citar alguna,como se ve no aclaran nada que
no pudiéramos deducir de paralelos cercanos. Podrían áun añadirse otras cronologías
obtenidas en algunos yacimientos más, pero no mejorarían sustancialmente la cuestión
cronológica, y nos obligarían a explicar su procedencia, lo cual es muy complejo, y se
escapa de la naturaleza de esta síntesis. Sea como fuere, la época de introducción de esta
nueva familia de cerámicas simbólicas se establece como mínimo hacia el 2600-2500
cal. A. C., si bien se sospecha que los escasos tipos cordados 453 y también los primeros
marítimos pudieran haberse introducido aún con anterioridad. En consecuencia, en el
mismo territorio convivieron comunidades con cerámica Penha y otras con
campaniforme. La relación entre ambos estratos culturales, no está debidamente
clarificada, y generalmente se señala la mutua exclusión de ambos tipos, aunque
también es cierto que frecuentemente se supone una sucesión cronológica, que como
acabamos de examinar, podría perfectamente no ser cierta. Por ejemplo, en la estación
de Montenegro454 se obtuvieron unas dataciones para la cerámica tipo Penha de 2872-
2579 y 2871-2577 cal. A. C., pero hay otra cronología que se remonta a 2461- 2134 cal.
a. C. (3813±52 B. P.), que probablemente haya que relacionar con la ocupación
campaniforme que se detectó en este yacimiento, lo cual debe ser interpretado en el
marco de una ocupación discontinua y de escaso arraigo temportal. Y en efecto esta
circunstancia se podría comprobar en la estratigrafía horizontal o vertical de varios
asentamientos, y también en la exclusividad cultural de otros. Sin embargo, las
dataciones radiocarbónicas obtenidas en contextos relacionados con la cerámica Penha
permiten pensar en un ineludible solapamiento.
Sea como fuere el uso de la cerámica campaniforme se prolongó más en el
tiempo, posiblemente hasta finales del III Milenio cal. A. C. del mismo modo que
sucede en las regiones peninsulares cercanas. Sea como fuere, a partir de mediados del
III Milenio cal. A. C. las cerámicas de tipo Penha comienzan a escasear, paralelamente a
la expansión del campaniforme, cuya difusión alcanza cotas importantes si se relaciona
con su precedente. El número de yacimientos con campaniforme es infinitamente
superior a los de la cerámica de tipo Penha, lo cual podría ser interpretado en clave de
crecimiento demográfico, y también como consecuencia de una radical fractura de la
cohesión social neolítica, y una mayor dispersión de pequeños grupos. Con exactitud se
ignora como se produce la transición, entre el Neolítico Final de Penha y el Calcolítico
campaniforme, pero la escasa coincidencia de ambas familias permite pensar en la
fundación de nuevos poblados y una explotación más extensa del territorio. Es difícil
saber si este proceso se llevó a cabo pacíficamente o en el marco de una sociedad en
conflicto permanente. Como hemos visto, ya existían asentamientos en altura con
cerámica inciso-metopada quizás con fines defensivos, junto con otros asentamientos en
áreas bajas y aparentemente abiertos. Durante el campaniforme, el tipo de poblado de
pequeñas dimensiones y abierto es la norma general, pero existe la excepción del castro
de As Orelas (Silleda)455, en cuyas terrazas apareció material campaniforme en niveles
revueltos de época castreña, lo cual nos sugiere cuando menos un emplazamiento en
451
Fariña Busto, F. (1991).
452
García-Lastra Merino, M. (1984).
453
Suarez Otero, J. (1997b); (Suárez Otero, J. (2011).
454
Gianotti, C., Mañana Borrazás, P., Criado boado, F. y López Romero, E. (2011).
455
Suárez Otero, X. y Carballo Arceo, x. (1992).
325
456
Suárez Otero, J. (2005:181).
457
Suárez Otero, J. (2005:183).
458
Suárez Otero, J. (2002:14).
459
Suárez Otero, J. (2005).
326
asimismo cierto que alcanzan cronologías muy antiguas, semejantes a las marítimas,
como sucede por ejemplo en la Extremadura portuguesa460. Por otra parte, la aparición
de cerámicas campaniformes en yacimientos con especies calcolíticas461 no tiene
forzosamente que ser interpretado como una introducción de aquéllas en contextos
tradicionales, pues no se debe olvidar que estamos ante yacimientos del tipo área de
acumulación de F. Méndez462. Un buen ejemplo de esta circunstancia, es decir donde
conviven cerámicas de tradición calcolítica y campaniforme la encontraremos en el ya
citado yacimiento de Montenegro y también en la Zarra de Xoacín en Lalín, de donde se
han obtenido dos dataciones muy dispares que no permiten hablar de convivencia de
ambas formaciones culturales463.
Es ésta fecha (c. 2250) que muchos investigadores dan por válida para marcar el
comienzo de la Edad del Bronce. En efecto se sospecha una gran expansión
demográfica con la multiplicación de asentamientos, quizás ya jerarquizados, y donde
las cerámicas propias de la Edad del Bronce surgen con fuerza desapareciendo por
completo las formas calcolíticas, y entre ellas, comienzan a encontrarse vasijas de
almacenamiento. Sin embargo, a nuestro modo de ver las cosas, aún siendo posible esta
división en dos etapas de la segunda mitad del III Milenio cal. A. C. en función de la
difusión del campaniforme, en el fondo no deja de girar en la órbita de un calcolítico
regional. En efecto, este proceso forzosamente se extendió a un período prolongado de
tiempo que de momento no podemos fijar, y aún las formas funerarias son deudoras de
las neolíticas, aunque ahora los enterramientos en grandes megalitos son más bien ya
intrusivos. Por ejemplo, la aparición de vasijas campaniformes lisas, habla más de
imitación que de evolución.
En realidad esta época (c. 2250-2000 cal. A. C.) es un momento de transición
donde las antiguas tradiciones se van extinguiendo al compás de la forja de nuevos usos
que de momento se están presentando de modo embrionario. La denominación de
Bronce Antiguo para estos últimos siglos del III Milenio cal. A. C. y Bronce Pleno para
la primera mitad del II Milenio cal. A. C. que a veces se emplea no aclara el asunto. No
se trata de una cuestión de bautizar etapas, sino de determinar con claridad las
implicaciones históricas de estas etiquetas. Se debe además pensar que las formas tanto
tecnológicas como culturales que van a caracterizar el II Milenio cal. A. C., es decir, la
Edad del Bronce, precisamente se configuran en sus rasgos principales en esta segunda
mitad del III Milenio cal. A. C. En consecuencia la época c. 2500-2000 cal. A. C. es una
etapa probablemente de mestizaje cultural, donde concurren tradiciones e influencias
variadas, y de donde va a resultar una síntesis cultural, siendo por ello que la Edad del
Bronce propiamente dicha, no comenzará hasta c. 2000 cal. A. C.
Si algo caracteriza la Edad del Bronce es la intesificación de la producción con
la puesta en marcha de una agricultura cada vez más sedentaria, basada en el uso
progresivo del arado y el estercolado de los campos. Sin esta adición de nutrientes
animales, o también sin el uso de nitrogenentes vegetales, las tierras se agotan en poco
tiempo y han de ser dejadas en barbecho, lo cual se traduce en cierta deslocalización
460
Cardoso, J. L. (2014).
461
Suárez Otero, J (2011:291).
462
Méndez, F. (1993).
463
Aboal Fernández, R., Baqueiro Vidal, S., Prieto Martínez, Mª. P. y Tabarés Domínguez, M. (2005).
327
464
Ruiz-Gálvez Priego, M. (1992).
465
Ruiz-Gálvez Priego, M. (1984).
466
Senna-Martinez, J. C. (1993:168).
328
C. hasta por lo menos el Bronce Final467. Sin embargo hay que mencionar alguna
excepción como el de Agro da Nogueira, con una datación para una cista de la
necrópolis en 2565-2293 cal. A. C. (3930±40 B.P.)468 lo cual tampoco es raro, porque
cistas bajo túmulo ya se conocen de etapas anteriores como en el caso de Guidoiro
Areoso con cerámica del tipo Penha469, aunque también cabría ponderar una posible
contaminación de la muestra. Las que nos interesan ahora son la que se extienden desde
c. 2000 hasta c. 1700/1600 cal. A.C., y que son las que corresponden a la facies Atios.
Las dataciones de que disponemos en la actualidad, así lo permiten pensar, como por
ejemplo en la Quinta da Agua Branca (2035-1754 cal. A. C.; 3570±50 B. P.)470 y A
Forxa (1765-1530 cal. A. C.; 3370±45 B. P.)471. En las cistas de esta facies no se ha
localizado hasta el momento ni un solo caso de cerámica campaniforme. Sí no obstante
se conocen algunos casos con ofrendas de vasos del tipo largo borde transversal, pero
que no están acompañados de los ajuares metálicos propios del Grupo Vilavella-Atios, y
cuya cronología se documenta a partir de c. 1650 cal. A. C.472. Los tipos cerámicos más
habituales en las cistas más antigus son los vasos troncocónicos en el Sur de Galicia y
Norte de Portugal, y los floreros en el Norte de Galicia. Algunos de estos recipientes
llevan decoración plástica muy evolucionada, y ajena al mundo campaniforme como
pueden ser o mamelones, en las cistas de O Chedeiro (Verín)473, o formulaciones más
complejas según vemos en O Gorgolão (Portugal)474. Y en efecto, así lo señalan las
dataciones obtenidas en yacimientos donde estos tipos decorativos están representados
como son A Fraga do Zorro (Verín), con una cronología de 1880-1657 cal. A. C.
(3438±43 B. P.)475, o bien el Castro de Sola II situado entre c. 1780 y c. 1540 cal. A. C.,
para sus niveles IIa y IIb476.
En el NO. peninsular esta etapa del Bronce Antiguo debe concluir hacia c.1650,
cuando se generaliza el uso del bronce, y tal como lo señalan otros indicadores como la
aparición de las hachas de tipo Bujões-Barcelos y la proliferación de los vasos en forma
de sombrero. La aparición de la metalurgia del bronce se remonta hasta cuando menos
al siglo XVIII cal. a. C., tal como se visibiliza en el poblado de Fraga dos Corvos
(Macedo dos Cavaleiros, Bragança)477, en un ambiente puramente doméstico, pero su
generalización y uso ya masivo habrá de esperar un siglo más, hacia el XVII cal. A. C.
del cual su más importante manifestación son las mencionadas hachas tipo Bujões-
Barcelos478. La datación más antigua de un hacha de este tipo se obtuvo en el ya citado
poblado de Sola (Braga), donde el radiocarbono la situó en el 1675-1527 cal. A. C.479.
467
Bettencourt, A. M. S. (2010:147 y ss.)
468
Bettencourt, A. M. S. y Meijide Cameselle, G. (2009:38).
469
Rey García, J. M. y Vilaseco Vázquez, X. I. (2012).
470
Bettencourt, A.M.S.º. (2010:147 y 150).
471
Prieto Martínez, M. P., Lantes Suárez, O. y Martínez Cortizas, A. (2009:95).
472
Fernández Pintos, J. (2013:61-62).
473
Taboada Chivite, J. (1971:46 y ss.).
474
Silva, M. A. (1994).
475
Prieto Martínez, M. P., Martínez Cortizas, A., Lantes Suárez, O. y Gil Agra, D. (2009); Prieto
Martínez, M. P. y Gil Agra, D. (2011).
476
Bettencourt, A. M. S. (2000).
477
Senna-Martínez, J. C. (2007b:263).
478
Senna-Martínez, J. C. (2007a:126 y ss.).
479
Bettencourt, A. M. S. (2000).
329
480
Prieto Martínez , P. (1998)..
481
Aboal Fernández, R., Ayán Vila, X. M., Criado Boado, F., Prieto Martínez, Mª. P. y Tabarés
Domínguez, M. (2005).
482
Bettencourt, A. M. S. (2011:370-371).
330
483
Lima Oliveira, E. y Prieto Martínez, M. P. (2002).
484
Cano Pan, J. A. y Vázquez Varela, J. M. (1988); Bettencourt, A. M. S. y Sampaio, H. A. (2014).
485
Bettencourt, A. M. S. y Sampaio, H. A. (2014).
486
Martínez Cortizas, A, Franco Maside, S. y Fábregas Valcarce, R. (2000).
331
487
Brandherm, D. (2007).
488
Suárez Otero, J. (2002:18).
332
en el primer tercio del III Milenio cal. A. C. Ya desde estos momentos, o incluso muy
posiblemente desde c. 3000 cal. A. C. se comienza a desarrollar un modo funerario
consistente en el levantamiento de pequeños túmulos con una enorme diversidad de
soluciones arquitectónicas y rituales que no cesará hasta el Bronce Final. Ello no
impidió que los antiguos monumentos megalíticos siguiesen siendo usados, pero ahora
de un modo invasivo, abriendo fosas en las masas tumulares, o practicando orificios
para acceder a las cámaras. Paralelamente a esta variada tipología funeraria se
desarrollan también a partir de c. 2000 cal. A. C. los enterramientos en cistas.
De este modo, el NO. peninsular se incorporará en esta época a los cambios
culturales que se aprecian a lo largo de toda la Península Ibérica y que marcan el paso al
Bronce Antiguo. Es interesante señalarlos, aunque sea someramente para comprender el
contexto peninsulr en el que se desarrollan y la magnitud del cambio que se produce
llegados al filo del II MIlenio cal. A. C.
9.2.2.2. Península Ibérica.
Un foco cultural importante en el III Milenio ca. A. C. es el señalado por los
poblados fortificados de la Extremadura portuguesa de la Cultura de Vilanova de San
Pedro. La cerámica campaniforme surge en ellos antes de mediados de c. 2500,
contándose incluso con cronologías que lo elevan a c. 2750, si bien su generalización se
documenta claramente a partir de aquella fecha. En esta época, las fortificaciones aún
están en uso, experimentando remodelaciones. Sin embargo, también se asiste al declive
de esta cultura, al detectarse derrumbes de las líneas defensivas no reparados, y la
reducción del espacio habitado. El campaniforme será el acompañante de la
desaparición del Calcolítico en esta región y de sus poblados fortificados, lo cual queda
completamente verificado hacia el c. 2000 cal. A. C.489. Según parece, se trataría de dos
comunidades en origen distintas, evolucionando paralelamente, pero con amplios
contactos. Desde luego para el 2031- 1771 cal. A. C. está ya conformada una cultura de
la Edad del Bronce en el poblado del Catujal (3570±45 B.P.), sospechándose además de
que c. 2000 cal. A. C. el campaniforme habría ya desaparecido490. Para la segunda mitad
del III Milenio cal. A. C. convivirían pues comunidades en poblados fortificados ya
muy decadentes recuerdo de aquel floreciente Calcolítico de los primeros siglos del
milenio, conjuntamente con grupos dispersos en el territorio estblecidos en pequeñas
aldeas abiertas y sin medidas defensivas.
Sin apenas percibirlo, estaríamos entrando en la Edad del Bronce. De repente,
llegando c. 2000 cal. A. C. el registro arqueológico presenta una estraña rarefacción; se
invisibiliza. Los autores que se han ocupado de esta época no cayeron en el error de
concebir esta ausencia de datos como una crisis demográfica catastrófica y han
intentado llenar este hueco, primero con el estudio de materiales propios de esta época,
concibiendo un cambio en el patrón de los emplazamientos y un nuevo modo de
poblamiento, e incluso con la prolongación de la vida de los poblados angtiguos y
también de los más recientes491. Esta etapa caería dentro del ya citado del Grupo de
Montelavar, horizonte arqueológico identificado en el cuadrante NO. peninsular y cuya
caracterización deriva del estudio de las realidades funerarias, toda vez que el modo de
vida sería el señalado por las aldeas dispersas por el territorio. Este tipo de
489
Cardoso, J. L. (1997).
490
Cardoso, J. L. (2014).
491
Senna-Martínez, J. C. (1993); Cardoso, J. L. (2005b).
333
492
Cardoso, J. L. (2005b)
334
493
Ríos, P., Blasco Concepción, P. y Aliaga, R. (2012:206).
494
López Sáez, J. A., Rodríguez Marcos, J. A. y López García, P. (2005).
495
Fabián, J. F., Blanco González, A., López Sáez, J. A. (2006).
496
Mataloto, R. y Boaventura, R. (2009:55 y ss.).
497
Schubart, H. (1971).
498
Mataloto, R., Matos Martíns, J. M. y Monge Soares, A. M. (2013).
335
499
García Sanjuan, L. (2005:87).
500
Mataloto, R. (2006:100 y ss.).
501
Llul, V., Micó, R., Rihuete Herrada, C. Risch., R. (2011).
502
Aranda Jioménez, G. (2012).
503
Castro Martínez, P. V. (1994).
504
Benítez de Lugo, L. (2011:55).
336
9.2.2.3. Conclusiones
En conclusión, y en líneas generales, quizás las primeras comunidades de la
Edad del Bronce se forjen a partir de grupos que no participan y/o se desgajan del orden
calcolítico-campaniforme de fines del III Milenio cal. A. C.505, presentándose ya
completamente formados c. 2000 cal. A. C. en el momento que el campaniforme como
medio de “lubricante social” manejado por las élites había ya pasado de moda, o era de
uso residual.
La disolución de las formas de vida calcolíticas, sobre todo allí donde
pontificaron las fortificaciones, condujo a la aparición de múltiples comunidades
distribuidas ampliamente por el territorio, lo cual propició el incremento y
consolidación de la jerarquización social. Este nuevo modelo de sociedad surge como
consecuencia de la desaparición de la organización centralizada del poder en unos
cuantos núcelos centrales, la extensión de amplias redes de intercambio, tal como se
observa por la estadarización de ítems, así como por el control de la intesificación de la
metalurgia cada vez más demandada como bien de prestigio (tanto armas de cobre como
de metales nobles), conduciendo todo ello al surgimiento de multitud de jefaturas
aparecidas al calor de la competencia por los recursos naturales, ahora entre multitud de
comunidades, integradas por pastores, agricultores, artesanos especializados y
comerciantes506. El campaniforme posiblemente sea la cerámica que acompaña el
declive de la sociedad calcolítica/neolítica final. La proliferación de armas, y en algunas
áreas de fortificaciones, permiten postular la existencia de fuertes tensiones territoriales
que debieron concluir con la fragmentación política en multitud de unidades, y en la
dispersión de la población en pequeños asentamientos. La difusión del campaniforme
marcará en los grupos culturales del Neolítico Final/Calcolítico, el surgimiento de una
identidad estamental entre las élites guerreras de las agrupaciones507.
Sin lugar a dudas en durante este contexto cuando comienza la forja de la
mentalidad guerrera que caracterizará al II Milenio cal. A. C. Sin embargo, sus primeros
pasos se darán aún antes de acabar el III Milenio cal. A. C. en sus incicios
paralelamente al mundo campaniforme. Así lo delatan los enterramientos con ajuares de
tradicción campaniforme, pero sin la típica cerámica, o con ella pero sin decoración, y
que cuando se disponen de dataciónes, fácilmente nos llevan al siglo XXIII cal. A. C. Es
por ello que algunos arqueólogos hablan ya de los comienzos de la Edad del Bronce en
estos momentos. Sin embargo, muy probablemente no se trate más que de una etapa
transicional, prolongación del Calcolítico/Neolítico Final, donde se consolidan las
aportaciones heredadas y se formulan nuevos criterios sociales en un proceso que no
estará acabado hasta c. 2000 cal. A. C. Es ahora a partir de esta fecha cuando se percibe
un generalizado cambio en el comportamiento económico y cultural de las sociedades,
tal como hemos descrito en las páginas anteriores. Pero además en esta evidente
transformación cultural, debió tener un impacto importante la época de sequía que se
extiende entre el c. 2300 y 1900 cal. A. C. En efecto, no solamente aparece un nuevo
tipo de poblamiento disperso, sino además nuevas formas de explotación del entorno
que implicarán una nueva intesificación económica, basada en una creciente expansión
del pastoreo, y de la decidida puesta en valor agrícola de las tierras profundas de los
505
Ríos, P., Blasco Concepción, P. y Aliaga, R. (2012:206).
506
Cardoso, J. L. (2005a:156).
507
García Rivero, D. (2006:97).
337
valles, todo ello conduciendo a una deforestación creciente que tendrá sus
consecuencias más evidentes a fines del II Milenio cal. A. C.
9.3. UNA HIPÓTESIS PARA LA CRONOLOGÍA ABSOLUTA DE LAS
COMBINACIONES CIRCULARES.
Una vez expuestos los datos provenientes del análisis directo de los paneles, de
la evolución paleoecológica y de la trayectoria cultural de los III y II Milenio cal. A. C.
ha llegado el momento de contrastar todas estas informaciones con el objeto de apreciar
coincidencias o incluso contradicciones.
Creemos en la posibilidad de establecer una cesura cultural c, 2000 cal. A. C.
que sería la fecha que marcaría el paso a la verdadera Edad del Bronce. La formulación
de esta nueva fase cultural, obviamente trae nuevas formas de civilización.
Lo primero que se observa es que c. 2000 cal A. C. se produce un cambio
cultural de profundas consecuencias. El modo de asentamientos va a seguir siendo el
mismo de los milenios anteriores, pero ahora la explotación del territorio será más
intensa. Se trataba de abrir más espacios para la práctica de una ganadería al parecer de
carácter extensivo. La circunstancia de que el bosque retroceda permanentemente
implica que no se le da tiempo a su recuperación, de donde se sigue que la cantidad de
rebaños debía de ser cada vez mayor.
Como vimos por el análisis de los paneles rupestres, todo parece indicar que
estos petroglifos se generalizan después c. 2000 cal. A. C. Páginas más atrás (Cap. 8,
pgns. 239 y ss), concluíamos tras el detenido estudio de los tipos de emplazamiento de
los petroglifos de combinaciones circulares una evidente relación con lugares de
pastoreo. La principal característica era generalmente su ubicación en puntos
dominantes del territorio sobre un entorno inmediato de reducida extensión que se
controlaba visualmente y al que se accedía con facilidad. Además su situación bastante
común en serranías y en sitios muy concretos, sugerían una vinculación directa con
tareas relacionadas con el pastoreo. Estas conjeturas no contradecían las conclusiones
emanadas de las ideas de concurrencia y emulación, como eran el añadido sucesivo de
motivos en un mismo panel o su corrección, manipulación, complementación o
reavivado. Es más, todo esto sería lo de esperar en una sociedad donde lo pastoril tenía
cierta importancia, y que iba y venía de un lado para otro.
Del estudio paeloecológico deducimos que el pastoreo fue una actividad de
crucial importancia en la Protohistoria de Galicia, pero especialmente gana mucho
relieve en el II Milenio cal. A. C. Todo ello viene nuevamente a coincidir con las
conclusiones emanadas del estudio de los emplazamientos. No obstante, y ello es un
rasgo que no se dedujo claramente de la información palinológica, las ubicaciones
territoriales de los petroglifos de combinaciones circulares nos remitía a comunidades
ligadas a los fondos de los valles, donde en principio, debían de radicar los campos de
cultivo. En este sentido, todo apuntaba a que las prácticas ganaderas parece como si
estuviesen vinculadas a un territorio concreto, en función de la primacía de intereses
agrícolas. De hecho, por ejemplo, se ha notado que las cistas suelen aparecer
precisamente bajo suelos de labradío, o por lo menos en valles. Ello ha permitido
sugerir un cambio en el comportamiento económico de aquellas comunidades, que
comenzaban ahora a explotar en clave agrícola estas áreas.
338
508
Marcigny, C. (2008 y 2012).
339
primera mitad del II Milenio cal. A. C., aunque muy posiblemente prolongándose en
épocas posteriores, pero ya de un modo menos acentuado, y acaso con nueva
significación.
Podríamos dejar una puerta abierta para suponer que su insculturación
proviniese de momentos anteriores, de la segunda mitad del III Milenio cal. A. C., pero
de ello no tenemos más pruebas que una posible incertidumbre, que necesitará ser
argumentada. El remontar el comienzo de la Edad del Bronce hacia el c. 2300-2250
caL. A. C., tal como se viene indicando en muchos trabajos, quizás sea excesivo, y más
bien estos últimos siglos del III Milenio cal. A. C. deban de ser considerados como una
etapa de liquidación definitiva de las viejas estructuras calcolíticas y la gestación de la
nueva época de la Edad del Bronce, tal como ha quedado examinado más arriba.
9.4. SOBRE LA SIGNIFICACIÓN DE LAS COMBINACIONES CIRCULARES.
Sobre el significado de las combinaciones circulares se ha escrito mucho, y
generalmente sin mucho tino. Está claro que las interpretaciones directas en función de
su morfología o su posición en la roca, el modo de asociarse unas con las otras, no
pueden ser motivo para ensayar formulaciones interpretativas, que en realidad no dejan
de ser la plasmación de la imaginación del investigador de turno. Es por ello, que
usualmente se ha evitado pronunciarse sobre cuál sería su significado estricto; incluso
algunos autores van más allá y proponen que la significación fuese desconocida por la
colectividad, ¡hasta también la misma existenciade los petroglifos!, añadirán otros, y no
fuesen otra cosa que una refinada elaboración cosmológica patrimonio de una casta
sacerdota, y su cortejo de acólitos inciados. Especialistas de renombre han comentado
que será imposible su desciframiento porque aseguran que no disponemos de un
intermediario gráfico que podamos comprender nosotros.
Es por todo ello que recientemente se ha tratado de comprender mejor la
vertiente cultural y social de los petroglifos en el seno de las sociedades que los crearon.
Sobre este tema ya nos hemos extendido en el Capítulo 8 (Apartado 8.1, pag. 178 y ss.).
En líneas generales estos estudios tratan de insertar los petroglifos en un discurso
coherente en función de la sociedad de la época, a través de su localización territorial,
pero no aclaran nada o muy poco sobre su significación. Las conclusiones a que
llegaron algunos autores, como que eran símbolos de apropiación territorial y/o signos
de demarcación, referentes de lugares de culto secreto, o centros de agregación
estacional de comunidades dispersas, fueron todas dignas de ser discutidas, pero
rechazadas porque o bien se basaban en excepciones, o en elucubraciones más o menos
imaginativas, o simplemente en ideas inadmisibles. Tampoco nuestra proposición
(rituales de pastores) implica necesariamente una significación concreta.
Estas hipótesis tratan de esclarecer la esencia de los petroglifos, el vector que los
esplica, pero no su significado. Por muy sofisticadas que sean estas teorías no nos
informan que significa exactamente una combinación circular. Es por ello que para
bajar a este nivel se necesita implementar un
9.4.1. La cuestión del chamanismo.
Tratar de averiguar cuál es el significado de las combinaciones circulares ha sido
siempre un infranqueable reto. En la bibliografí, a especializada más antigua podemos
ver dstintas atribuciones, simplemente basadas en impresiones personales de cada autor
340
509
Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:106 y ss).
510
Vázquez Varela, J. M. (1993)
341
Los fosfenos son imágenes que vienen a la mente de quien haya hecho ingesta de ciertos
psicotrópicos, o incluso por un golpe en un ojo, o bien en estados anímicos o físicos
determinados, y que siempre son las mismas independientemente de la formación
cultural, estrato social, localización geográfica, e incluso temporal del sujeto, pues se
verifican como procesos fisiológicos normales en cualquier ser humano al
materializarse en el nervio óptico, no en el cerebro. La conclusión de este autor es que
principalmente las combinaciones circulares, incluso cuando se presentan en paneles
complejos en cierto modo se adecuan a estos presupuestos. Según parece, bajo los
efectos de alucinógenos o por un simple golpe en la órbita ocular, se nos viene a la
mente, entre otras, abundantes representaciones de círculos concéntricos y espirales. Así
por ejemplo, tras estos efectos es posible ver un conjunto de círculos deformados y
asociados dispersos y sin aparente orden, tal como constan en cualquier panel rupestre.
El consumo de sustancias psicoactivas fue y es considerado por numerosos autores
como el método más idóneo para tratar de comprender la motivación y desaarrollo de
muchos ciclos artísticos prehistóricos de todos los tiempos, incluso ya desde el
Paleolítico Superior. Así se explicaría por ejemplo la aparición de un mismo motivo en
petroglifos y pinturas de distintas épocas y geografías, sin necesidad de recurrir a
mecanismos de difusión. Sin lugar a dudas, esta hipótesis es muy sugerente, pero en el
fondo inoperante, pues se basa únicamente en suposiciones difícilmente comprobables.
Además, encaja mal con lo que sabemos del Arte Rupestre Gallego, pues por ejemplo
choca de frente con los procesos de construcción de los paneles que hemos examinado
en los capítulos precedentes; y tampoco cabe olvidar el hecho de las ocupaciones
mamilares, que no son precisamente una forma que se pueda percibir en un fosfeno. En
realidad, estos autores juegan en un calculado campo neutral: sugieren la idea de los
fosfenos pero también el de la ingesta de alucinógenos, bien como consecuencia de
estos, bien como una conducta independiente. Esta teóricamente hípotesis de trabajo
rápidamente fue adquiriendo cuerpo de verosimilitud.
En el mismo año aparece la publicación de A. de la Peña y J. Rey tantas veces
mencionada en este trabajo511. Fueron estos autores los primeros que destacaron la
preferencia para la realización de los petroglifos por las rocas bajas, muchas a ras de
suelo, en posiciones discretas, sin incidencia visual, lo cual les condujo a pensar que con
esta elección se trataba de ocultar los paneles en el paisaje. Ello llevaría implícita una
significación restringida, reflejo de la práctica de rituales llevados a cabo por colectivos
sociales reducidos, cuyo desciframiento necesitaría de cierta enseñanza. Estas
agrupaciones estarían dirigidas por individuos relevantes que además gozarían de cierto
grado de supremaciá económica e ideológica en la sociedad, y los cuales disponían de
los instrumentos intelectuales para su interpretación. De este mismo año data otro
trabajo, aunque publicado algo más tarde512, en el cual siguen insistiendo en que la
mayor parte de los petroglifos no fueron realizados para ser vistos desde lejos, aunque sí
desde ellos se contempla grandes áreas en el paisaje. Sin embargo, no se decantan por
determinar si tras tal hecho se oculta algún tipo de intencionalidad.
En un estudio posterior, estos mismos autores513 reafirmándose en sus anteriores
postulados, los completan con nuevas sugerencias. Siguiendo formulaciones teóricas y
511
Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993:36).
512
Costas Goberna, F. J., Peña Santos, A. y Rey García, J. M. (1995)
513
Peña Santos, A. y Rey García, J. (2001:240).
342
514
Peña Santos, A. (2005:71 y ss.).
515
Costas Goberna, F J. y Pereira García, E. (1997).
343
mencionan nuevamente el hecho de que este panel, situado tras unos grandes peñascos,
está también oculto en el paisaje; que fue confeccionado en ese lugar para no ser visto,
para no ser visto habitualmente hay que matizar, es decir directamente, concebido así
para no formar parte de la vida cotidiana de las comunidades cercanas. Sin embargo, si
ha sido realizado “para ser visto por los espíritus o fuerzas de las que se pretende que
propicien favorablemetne las expectativas de la comunidad” (sic).
El testigo de estas hipótesis es sostenido en la actualidad por R. Fábregas. En el
año 2010 lleva a cabo un experimento sorprendente516: el análisis de microdepósitos
tomados del interior de macrocomponentes de equipos de molienda rupestre. Casi todas
las muestras dieron resultado negativas, pero de una, concretamente proveniente del
Coto do Corazón (Chaín, Gondomar), según parece se detectó restos de hiosciamina,
que es el principio psicoactivo del beleño. Sobre la nula calidad de esta muestra y sus
conclusiones ya nos hemos extendido en su momento (véase pag. 37), pero ello sirvió
para justificar la existencia de la preparación de sustancias psicotrópicas en relación con
un medio eminentemente rupestre, y además localizado en el interior de una oquedad
que njo deja un peñasco hueco, y a la que se accede con dificultad. Varios años después,
conjuntamente con C. Rodríguez Rellán publica un estudio sobre los petroglifos de la
Península del Barbanza517 en la que también algunos paneles habían sido
confeccionados al amparo de abrigos rocosos (cuatro no más, y en realidad, no mucho
más que bajo aleros voladizos, o rocas caídas y apoyadas a modo de tejadillos). Se habla
entonces ya de cuevas y arte muy privado no accesible a un público más general, pero
incluso se indica, cómo los petroglifos al aire libre tampoco deberían ser conocidos
extensamente en su época. En aquellos petroglifos bajo piedras voladizas, ya tomadas
como cuevas, se llevarían a cabo ritos caracterizados por una reclusión y/o aislamiento
social y ambiental del agente, favorecidos por la atmósfera oscura del lugar cerrado,
donde la iluminación artificial y la reverberación acústica del piqueteado, así como
sonidos, cánticos o plegarias pronunciados por el oferente, debían producir una
teatralidad especialmente buscada por el contenido ritual de las tareas de grabado, y en
el cual asimismo, el conductor del ritual podría estar bajo los efectos de drogas. La
decodificación de los petroglifos, dado que era opaca para la colectividad, no estaría al
alcance de miembros no iniciados de la comunidad. Para la visita a un panel rupestre
podría necesitarse la realización de una serie de gestos rituales previos, así como la
asistencia de especialistas que indicasen a los visitantes cómo prepararse
adecuadamente y colocarse ante el panel. Podría suceder que un individuo ajeno a los
modos rupestres de un determinado lugar, necesitase incluso de un guía experimentado.
También habría que mencionar el estudio de J. Varela, realizado por estos
años518, en el cual recopila todas estas hipótesis y trata de profundizar en el mundo de
los chamanes, los fosfenos y el consumo de los psicotrópicos. Aunque muy
documentado, y con un estilo en principio muy prudente, acaba por dejarse arrastrar por
la corriente en boga y respaldar la tesis chamánica para los petroglifos gallegos.
En el mejor de los casos estas tesis están inspiradas en una imprudente
comparación etnográfica. En otras se deja ver una fantasía desmedida de sus autores. Y
516
Fábregas Valcarce, R. (2010: 60 y ss.)
517
Fábregas Valcarce, R. y Rodríguez Rellán, C. (2012).
518
Varela, J. (2003).
344
Fig. 149.- A Pedra da Boullosa (Fragas, Campo Lameiro) a principios del siglo XX 519
Desentrañar los secretos de esta religión, o incluso del ritual, es tarea muy
complicada a día de hoy, por no disponerse todavía de una información más precisa. Las
abundantes correcciones, reavivados y repetidos añadidos detectados en los petroglifos
de combinaciones circulares parecen apuntar a rituales realizados a lo largo de períodos
prolongados de tiempo, quizás de un modo intermitente, en el que tal vez participasen
individualmente individuos por iniciativa personal. La simbología de estos grabados, al
situarse probablemente cerca de los poblados debía traducir un sistema de creencias por
519
Fotografía nº. 29 de Sobrino Buhigas, R. (1935).
347
Fig. 151.- Panel 1 de O Currelo donde se señala el trazado del surco que tras un largo recorrido concluye
en una diaclasa (véase, fig. 60, pgn. 127).
Nos preguntamos que valoración merecía la roca que sirvió de soporte para la
factura del petroglifo, así como de las otras rocas existentes en el pasiaje. Decimos esto
porque muchas combinaciones circulares fueron talladas aprovechando pequeñas
protuberancias naturales de las rocas (fig. 150). En estos casos, su forma, circular, oval
o irregular depende de esta adaptación morfológica. Estos mamilos, en ocasiones eran
escrupulosamente delimitados por su arranque, pero en algunos paneles hemos
constatado la acusada tendencia a la utilización de turgencias apenas sobresalientes en la
349
Fig. 152.- A Caeira 4 (Poio). Largo surco de salida acabando en el bode de la roca.
Algunas combinaciones circulares están claramente asociadas mediante trazos
con elementos ajenos a lo insculturado. Ya hemos mencionado el caso de los círculos
sociados con pilas naturales, o equipos de molienda, tal vez tomados como receptáculos
de líquidos, tal vez el agua de las lluvias, que es su función natural. En este sentido, es
posible hablar de una relación con lo representado naturalmente por la presencia de una
pila, es decir, con el agua retenenida en su interior. Es ésta una posibilidad no absoluta,
350
pero sí a tener en cuenta. Más perclara es la idea de los trazos cortos o largos que
partiendo del centro o del anillo externo de un círculo, y tras recorrer más o menos la
superficie de la roca, concluye en una diaclasa o en el mismo borde de la cara de la roca.
(figs. 151, 152 y 153).
En ambos casos, el deseo del artista de vincular el diseño con una realidad
existente en el exterior de la superficie de la roca es evidente. El caso de la asociación
con una diaclasa la suponemos semejante a la anterior, pues muchas de estas grietas son
superficiales, no son profundas, o si lo son, están cerradas, y por lo tanto entendemos
que actúan de modo semejante al surco que partiendo desde un círculo concluye en el
borde de la roca. Insistimos que no siempre son hendiduras, y que a veces, el trazo
continúa por la misma diaclasa. De este modo nos encontramos con la intencionalidad
de relacionar la significación de las combinaciones circulares con el paisaje envolvente,
o quizás también con la Tierra520. Esta relación, cuando se manifiesta a través de una
pila, podría estar indicando un matiz simbólico de carácter supuestamente acuático.
Fig. 153.- O Preguntadouro 4.1. Combinación circular sobre mamilo y con breve surco de salida
acabando en el borde de la superficie de la roca.
Pero el hecho de que existan combinaciones circulares ocupando mamilos y que
están asociadas mediante surcos al exterior de las rocas o a diaclasas (fig. 152) en estos
casos nos pone sobre la pista de que se trataba de asociar un accidente de la roca, o la
roca misma con esa entidad existente en su exterior a través del diseño de una
combinación circular y un surco de salida vinculante.
520
Fernández Pintos J. (1989c; 2013:71).
351
Dado que estamos en terrenos usados por pastores, y que los petroglifos parecen
guardar una muy íntima relación con estos espacios y su explotación económica
creemos que las combinaciones circulares debieron constituir el sujeto o una parte de un
posible ritual de propiciamiento de la fertilidad de pastos y tierras.
Se podrían aún practicar algunas especulaciones más en base a estas
conclusiones, pero creemos que seguir por esta senda es a estas alturas poco o nada
factible debido a que se necesita un estudio iconográfico más completo y detallado, que
aún no ha sido realizado. Además para practicar un discurso coherente, donde estos
datos estuviesen satisfadctoriamente incardinados, supletoriamentee necesitaríamos un
conocimiento aunque fuese mínimo de la mentalidad religiosa y las creencias de la
época, circunstancia de la que estamos muy lejos, pues prácticamente, salvo en algunos
datos provenientes del mundo funerario, nada sabemos. El relleno de este vacío
poblando la época de chamanes, fieles iniciados, castas sacerdotales y otras lindezas,
ensayadas por algunos investigadores, además de suponer un espantoso ridículo, son un
buen ejemplo de que en ocasiones es mejor ser prudentes y esperar, a no entrar en una
dura competición por elaborar cuidadosamente el mayor disparate.
352
353
10
CONCLUSIONES Y PERSPECTIVAS
de una corriente inercial que al final acabaría por desaparecer. Pero incluso se ha
documentado que quizás cualquiera de las unidades circulares tal como nos han llegado
a nuestros días fue realizada en varias etapas. Es por ello que debemos considerar,
adiciones, rectificaciones, enmiendas y reavivados, todo ello incluso en una misma
figura. Estas circunstancias se identifican en el añadido de nuevos anillos, asociaciones
por adosamiento, líneas inclonclusas o sin mucho sentido, y segmentos grabados con
mayor profundidad.
A estas figuras circulares sobrevino una etapa en la que se grabaron líneas, a
veces sencillamente acompañándolas en un mismo panel, pero frecuentemente
asociadas a ellas o asociándolas entre sí. Dado que este tipo de grabado en muchas
ocasiones se ha observado con claridad su posterioridad, nos ha obligado a introducir el
concepto de manipulación sintáctica de las figuras circulares, pues en efecto, su
significado individual original queda modificado de algún modo al ser asociada a líneas
o por líneas extemporáneas. Aun es pronto para encuadrar claramente estos petroglifos
de líneas, pero es posible que su origen se remonte, se derive o se vea influenciado por
los surcos de salida y asociaciones mediante líneas observadas ya en el respectivo ciclo
de las combinaciones circulares. Tampoco se puede descartar que se trate de un modo
rupestre nuevo, y de esta hipotética circunstancia tampoco faltan indicios.
De diferente índole son las superposiciones de coviñas. Muchas veces,
simplemente acompañan a los círculos, pero en no pocas ocasiones se asocian mediante
líneas cortas, pero también con superposiciones puntuales sobre los anillos. Este gesto
sin lugar a dudas encierra una significación, que de momento no acertamos a aclarar.
Todas estas aportaciones diacrónicas se ven estimuladas por un proceso cultural
de concurrencia y emulación. Concurrencia en el sentido de que estos sitios con
petroglifos eran visitados con cierta frecuencia, y emulación, porque la presencia de
antiguos grabados estimulaba la insculturación de otros nuevos, en muchas ocasiones
extemporáneamente. Se trataba de sucesivas aportaciones en las que cada nuevo artista
enriquecía paneles antiguos. Los motivos precedentes producían un efecto de
magnetismo en relación con los potenciales nuevos artistas, pues hay una fuerte
tendencia a grabar los más recientes muy cerca de los anteriores, asociándolos incluso.
La vinculación de los petroglifos con el pastoreo, ya siempre intuida, semeja
ahora ser más viable tras el análisis topográfico de las estaciones. Esta conclusión
implica dos consideraciones. Primero la existencia de una cultura rupestre definida
por el recurso artístico propio de gentes, colectivos o o agrupaciones que al margen de
su época llevaban a cabo grabados rupestres. Es de este y no de otro modo como se
puede explicar que además de combinaciones circulares, alabardas de comienzos del II
Milenio cal A. C., nos encontremos asimismo con laberintos, cuadrúpedos y escenas de
equitación del Bronce Final, ajedrezados y coviñas, así como cruciformes y otros
motivos de diversas épocas históricas. Por lo tanto, existió una costumbre de grabar
petroglifos en un segmento cronológico muy prolongado y llevado a cabo por
sociedades muy distintas. Pero asimismo, posiblemente la intrínseca significación de
esos grabados tenga que ver con las labores del pastoreo, dado que parecen
inflexiblemente ser realizados en virtud de esta labor.
Sería importante explorar las posibilidades ofrecidas por la jerarquización
gráfica, pues no deja de ser un modo evolutivo de los círculos. Está claro que debe
poseer unas connotaciones y unas consecuencias que por ahora se nos escapan. Pero ya
355
11
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