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24 de agosto de 2022

Universidad Iberoamericana - Maestría en Filosofía


SEMINARIO: LOS SENTIDOS DE LA ESTÉTICA EN KIERKEGAARD
ALEJANDRO MONTOYA SILVA

Carta del 1 de agosto de 1835 – Søren Kierkegaard

Cuando tenía 22 años, Kierkegaard se retiró al solitario poblado de Gilleleje y escribió una carta
donde expresa su talento y capacidad literaria, como también sus preocupaciones existenciales. Con
respecto a su forma literaria, la carta cuenta con un número considerable de ejemplos y metáforas,
muchas de ellas tomadas de la biblia, que permiten aseverar al menos dos rasgos del autor: en primer
lugar, una creatividad alimentada por un amplio conocimiento en textos clásicos y bíblicos, y en
segundo lugar, un interés evidente por comunicar de manera clara y agradable los pensamientos que
conforman la carta. Esto último resulta sumamente interesante, pues si bien se trata de una reflexión
personal, a manera de entrada de un diario que se supone privado, el texto manifiesta el esfuerzo de
una carta que se dirige a un destinatario.

Con respecto a sus preocupaciones existenciales, considero que todas giran en torno a una
preocupación principal: la búsqueda de la vocación. Así lo muestran las peticiones o aspiraciones con
las que Kierkegaard inicia su carta, como por ejemplo el deseo de “poder ver lo que realmente Dios
quiere que yo haga” y la necesidad que expresa de “tener claridad acerca de lo que yo debo hacer y
no qué debo conocer”.1 A su vez, parece que Kierkegaard dirige esta búsqueda hacia la obtención de
una verdad, “una verdad que sea una verdad para mí, de encontrar la idea por la cual yo esté dispuesto
a vivir y morir”.2 Esta preocupación, que en mi opinión es la principal, deviene en al menos dos
asuntos que le interesan a Kierkegaard. Primero, una crítica y cuestionamiento sobre la utilidad de
todo conocimiento que carezca de un significado profundo para su vida, como también sobre una
verdad que produzca angustia en lugar de devoción. Y segundo, una convicción de que su vida debe
enraizarse en la profundidad de su existencia y no en las cosas del mundo que, en su experiencia
personal, solo han servido para distraerlo.

En lo personal, considero que esta carta tiene un valor inmenso para la preocupación vocacional de
cualquier persona. Valoro especialmente la intuición fundamental de buscar aquella verdad profunda,
y que sea ésta la que guíe en todo momento nuestros recorridos existenciales, tal como lo ilustra
Kierkegaard en la nota 8 al pie de página: recibir el hilo de Ariadna para recorrer el laberinto y no
extraviarse.

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