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SABATINO
1° D
DESARROLLO HUMANO
UNIDAD IV
TAREA 8: INVESTIGACIÓN
KIERKEGAARD
“EL YO NO ES ALGO QUE ES,
SINO ALGO QUE SERÁ.
Uno de los filósofos de toda la historia de la filosofía sobre el que se han hecho
interpretaciones de lo más diversas y contrapuestas es Søren Kierkegaard. Padre
del existencialismo moderno para algunos, del personalismo cristiano para otros,
sustentador del realismo ontológico, o carente de una profunda metafísica del ser
para otros intérpretes, su pensamiento es signo de contradicción.
Entre sus obras más importantes, citamos: Aut-Aut, 1843; Temor y Temblor,
1843; La repetición, 1843; Migajas filosóficas, 1844; El concepto de la angustia,
1844; Estadios en el camino de la vida, 1845, Apostilla conclusiva no científica a
las “Migajas filosóficas”, 1846; La enfermedad mortal, 1849; Ejercicio del
Cristianismo, 1849; El Momento, 1855.
«para rezar es necesario, de una parte, que haya un Dios, que haya
un yo, y de otra parte que haya posibilidad; o si se quiere expresar
de otro modo equivalente, para rezar se necesita un yo y posibilidad,
entendiéndola en el sentido más plenario de la palabra, ya que Dios
es la absoluta posibilidad, o la absoluta posibilidad es Dios. Y solo
quien haya sido sacudido en su íntima esencia de tal modo que
llegue a ser espíritu, comprendiendo que todo es posible…, solo ése
ha entrado en contacto con Dios. Porque lo que hace que un hombre
pueda rezar no es otra cosa que el hecho de que la voluntad de Dios
sea lo posible; si no hubiera más que lo necesario, entonces el
hombre sería tan esencialmente mudo como lo es el bruto»
[Kierkegaard 1984: 72].
a) El estadio estético
b) El estadio ético
Este telos personal, puesto por el Absoluto y escogido por el hombre, que se
alcanza a través del ejercicio de las virtudes personales, no es solamente
individual, porque el darse forma a uno mismo partiendo de nuestras
características concretas nos remite hacia el ámbito de lo social, de lo civil: los
deberes laborales, familiares y políticos reaparecen en el estadio ético y hacen
que el individuo pueda alcanzar lo general al tiempo que se hace a sí mismo.
c) El estadio religioso
Johannes Clímacus ofrece más adelante una definición de verdad: «la verdad
es la incertidumbre objetiva mantenida en la apropiación de la más apasionada
interioridad, y ésta es la verdad mayor que pueda darse en un existente»
[Kierkegaard 1972: 368]. En el ámbito ético-religioso no se da la certeza objetiva,
sino la decisión libre de afirmar la incertidumbre subjetiva, movida por la pasión de
la infinitud. «Allí donde el camino se bifurca», escribe poéticamente Clímacus: ese
instante interior, el de la decisión libre de dar el salto y aceptar —no sólo
gnoseológicamente sino existencialmente— la paradoja, que es falta de certeza.
Es más, ése es el martirio de la razón que se ve obligada a traspasar sus
estrechos esquemas conceptuales y saltar. El salto es la decisión que determina lo
que es ser cristiano —la paradoja, que el pensamiento humano acepta
superándose a sí mismo y colocándose al margen de los conceptos—. La
categoría del “salto” es, de acuerdo con Clímacus, la protesta más determinante
que se puede hacer contra el método dialéctico hegeliano. De esta manera, la
definición de la verdad es una descripción de la fe:
5. El verdadero cristiano
a) La desesperación
Pero la desesperación más profunda, más conciente, es la del tercer grado, que
Anticlimacus identifica con el desesperadamente querer ser sí mismo. Si la
segunda era la desesperación de la debilidad, esta es la de la obstinación. El
seudónimo describe en el siguiente pasaje la esencia de la rebelión contra Dios, y
preanuncia el superhombre nietzscheano:
La razón lleva al hombre hasta las puertas de la fe: no puede ir más allá. La
elección entre el escándalo y el creer se debe hacer con un acto de libre voluntad.
Cristo quiere ayudar a todo hombre a llegar a ser sí mismo. Él exige que cada
hombre entre en sí mismo y llegue a ser sí mismo, para después atraerlo a Sí.
Quiere atraer a Sí a todo hombre, pero «para hacerlo en verdad Él quiere
solamente atraerlo como un ser libre, y por lo tanto a través de una decisión»
[Kierkegaard 1971: 219].
La razón se debe poner a un lado, para dejar espacio a la fe. Cuando no hay fe,
y existiendo la posibilidad del escándalo, sólo se ve a Cristo como la figura del
siervo. Ergo, «el Cristianismo se convierte para él en una locura, porque no es
conmensurable con ningún “porqué” finito» [Kierkegaard 1971: 125-126]. El
Invitante tenía una idea de la miseria humana completamente distinta de la de los
hombres. Si hubiera querido, Cristo habría podido aparecer como una persona
importante, fuerte. En cambio quiso deliberadamente ser el humilde, el pobre, el
sufriente, para demostrar que el testigo de la verdad debe sufrir en todo tiempo
hasta la crucifixión. Para el hombre que se deja guiar sólo por la razón, esto es un
tormento, y además se convierte en un delito a los ojos de los contemporáneos.
Pero para aquél que se deja guiar por la fe, la contemporaneidad con Cristo
implica la categoría religiosa por excelencia: el «por ti». Cristo ha vivido en el
abajamiento «por ti». Si uno se hace verdaderamente contemporáneo de Cristo a
través de la fe, seguirá viendo la figura del siervo, del humilde, del sufriente.
Hacerse uno literalmente con el más miserable significa para el mundo un exceso,
un «demasiado», pero para el hombre de fe es el único camino. La posibilidad del
escándalo es necesaria en la situación de la contemporaneidad con Cristo. El ser
cristiano está ligado a la posibilidad del escándalo.
Pero el imitador, aunque tenga la condición dada por el Maestro, sigue siendo
un pecador. La puerta de entrada al cristianismo es la conciencia del pecado.
Delante de Dios no podemos esconder nuestros pecados. El verdadero cristiano,
cuanto más se siente a sí mismo como pecador, tanto más desea ardientemente
al Salvador. El verdadero cristiano, en cuanto discípulo de Cristo, es aquel que se
transforma en un penitente que desea infinitamente a Dios. El penitente debe vivir
con severidad, porque «no hay para nosotros más que una salvación: el
cristianismo. También para el cristianismo no hay más que una salvación: la
severidad. No nos podemos salvar con la blandura» [Kierkegaard 1971: 284]. La
severidad cristiana es vivir con Cristo, en cuanto Él es la Verdad y la Vida. «Ser
imitador de Cristo significa que tu vida presenta una semejanza con la suya, toda
la semejanza que puede tener una vida humana» [Kierkegaard 1971: 166].