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A Denise Rosenthal todo le sale bien

Por Rocío Novoa

Denise Rosenthal se planta en los escenarios, en las entrevistas y en los textos de su


Instagram a reiterar sus ideas sobre el empoderamiento y el amor propio. Repite,
puntualiza, hace todo para que el mensaje quede claro. Luego, contrasta en videoclips y en
sus redes sociales la sobreproducción y la cotidianeidad sin maquillaje, esforzándose en
cada detalle. En cada maldito detalle.

Todo le sale bien a Denise: pudo sacudirse su pasado de estrella adolescente, su proyecto
suma y suma fanáticos, y su carrera cosecha logros locales e internacionales. Todo bien.
Quizás tan bien que la tendencia a desconfiar y sospechar es inevitable.

Pero no hay nada. Solo trabajo, respaldado en miles de fotos, videos e stories. Buena onda
de gente que la conoce y que ha trabajado con ella. ¿Por qué, entonces, me perturba y me
incomoda? ¿Por qué me molesta tanto?

La respuesta automática es que no puedo con tanta envidia. Que una forma de volcar mi
oscuridad es con ese ser de luz que hace todo bien. Yo no sé cantar, no sé bailar, no sé
posar, no sé tocar ni un timbre y, aunque supiera, no sé si además de esforzarme en eso
pondría el cuerpo al servicio de la obra. La envidia es la respuesta más obvia, pero no es
suficiente.

Capaz que parte de su maquinaria resulte a partir de tan básica animosidad, que ella
responde con emojis llorando y una expectativa constante de aceptación. "Espero que no
me odien", pedía en una de sus fotos en la previa al estreno de Got Talent Chile, donde
oficia actualmente de jurado.

Después de mucho tiempo, y sin anular la respuesta anterior, resuelvo que lo que me pasa
con Denise Rosenthal es una profunda disonancia entre lo que dice y lo que muestra.

¿Cómo? Cuesta explicarlo, pero imaginen a una niña, vulnerable emocionalmente y sin
muchas herramientas que le ayuden a gestionarse: insegura, sensible, tímida. Ahora,
imagínenla mirando el clip de "Tiene Sabor", donde le revientan los tímpanos con la idea de
que no se compare, se quiera entera y pierda el pudor en un desierto, con poca ropa, un
rapeo gracioso y una coreografía imposible.

Pienso en la deconstrucción constante del argumento patriarcal, en que la fuerza de las


ideas no cambia con más o menos ropa. Pienso en el privilegio que tengo de habitar esa
idea y me da rabia pensar en cada niña y en cada mujer que solo ve en ese videoclip lo que
nunca le va a pertenecer, en peligro de hundirse y profundizar en sus inseguridades como
tantas generaciones que administraron mal su relación con su cuerpo a partir de
estereotipos imposibles.

Y si a la ecuación de Denise le sumas su caballito de batalla discursivo, el caos argumental


es declarado: siempre se encarga de puntualizar, en entrevistas o en sus posteos, que la
comparación que los medios hacen entre las mujeres es imprescindible para entender la
serie de animadversiones que se levantan contra el género y que el secreto es desarmar
ese dispositivo. Según ella, la competencia es lo que ha destruido la colaboración y el
trabajo conjunto, anulando a todo el, o la, que se atreva a hacer el ejercicio.

¿Acaso cada estrella del pop es tan única y especial, en su momento y en su espacio?
¿Tan mala soy al tomarla como un producto de la cultura de su tiempo y observar cómo lo
hicieron antes o ahora?

Me lo voy a permitir, porque el cuestionamiento le gana a la buena crianza: Al menos


Britney era rubia y lejana, Dua Lipa es demasiado europea, Cami siempre ha parecido de
mentira y Fran Valenzuela también es como una aparición. Denise, por su parte, es esa
amiga de una amiga, la niña que le gusta al niño que te gusta, la mina con la que todas y
todos quieren estar. Está al acecho y con respuesta para todo. Para los que la aman y los
que la odian.

Denise Rosenthal, resuelvo, molesta porque está cerca. No en el séptimo cielo de las divas
del pop. Es un ángel caído que te puedes encontrar en el mall, en la tele y en Internet
hablando de un amor propio que seguro le sobra, pero igual no porque el odio de las redes
sociales la hace llorar. Y ahí vamos de nuevo. Con hordas dispuestas a consolar con un like
mientras otras tantas nos quedamos ahí, contradictorias y picadas por no ser parte de la
fiesta.

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