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La Memoria descriptiva
“No obstante el título que lleva esta memoria, el lector no busque más en
ella que un corto número de apuntaciones sobre Tucumán mirado por el
lado físico y moral de su belleza”, comienza advirtiendo Alberdi. Se
justifica comentando que “apenas tuve tiempo para ensayar rápidamente
un objeto sobre el cual tengo esperanza de volver con más lentitud en
otra oportunidad”. A partir de ahí, comenzará un lucido intento explicativo
sobre ése “extrañamente bello e ignorado Tucumán”.
Toda la composición está impregnada del tono común a los autores
románticos, cuya influencia acá se torna manifiesta. La exaltación de la
belleza, que pondera con elaboradas adjetivaciones, no se aleja, sin
embargo, de la presencia del hombre ni de la expresión subjetiva, desde la
óptica de la sensibilidad humana. No pierde de vista jamás el relato que es
la narración de un hombre, aun extasiado por la contemplación de tanta
riqueza natural, pero hombre al fin, que se narra a sí mismo incorporándose
al medio que pretende describir.
Su preferencia será la de hablar de la parte occidental, que “presenta un
aspecto grandioso y sublime”. Cuenta así, como, desde las faldas de San
Pablo, por entre los bosques de riquísimos laureles, llega a la Yerba Buena,
donde se adentra en la floresta de la montaña de San Javier. Se detiene a
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alabar ese monte majestuoso, esas umbrosas faldas con altísimos árboles,
expandiéndose como en un introito musical para describir la sensación que
en su alma provoca el recorrido. Veamos un par de párrafos, para tomar
idea de la magnitud de su visión: “Un dulce y oloroso céfiro agitaba el
cielo de laureles y descendiendo sobre nuestras cabezas vulgares una
lluvia gloriosa de sus hojas, usurpábamos inocentemente un derecho de
Belgrano y de Rossini. Como en las obras maestras de la arquitectura,
nuestras palabras se propagaban, o como si las Musas imitadoras nos las
arrebataran para repetirlas en el seno de los bosques”. Domina el espíritu
romántico, pero ya se insinúa un elemento que introducirá pocas páginas
más adelante, que es el fervor patriótico que Tucumán le inspira.
“No me parece que sería impropiedad llamar al monte que decora el
occidente de Tucumán, el Parnaso Argentino, y me atrevo a creer que
nuestros jóvenes poetas no pueden decir que han terminado sus estudios
líricos, sin conocer aquella incomparable hermosura”.
la montaña, la que, “al paso que calma los fuegos del Sol, empapa el aire
con los perfumes que levanta de los bosques floridos que circundan el
pueblo”.
Todo, la naturaleza tan rica, aquel clima especial y privilegiado, los
naranjales, los aromas floridos de la noche, y las campanas de hermosa
sonoridad llenan el aire de melancólica alegría y trasladan al joven escritor
a la memoria de los tristes y alegres recuerdos de las pasadas glorias de la
infancia y de la patria.
En la descripción de su Tucumán, Alberdi comienza a encontrar las
referencias de la patria. Utiliza una hipérbole literaria, propia del estilo que
abrazaba, para llegar a la bandera. Dice, así, sobre las montañas del
occidente tucumano, que “La montaña inferior presenta una faja
azulada. Tras de ésta se eleva otro tanto la montaña nevada, que ofrece
una faja plateada sobre la cual pone el cielo otra turquí. De suerte que se
cree ver en el cielo y la tierra agotar de consumo sus gracias para formar
la bandera argentina”. Y ésta, parece flamear mirando el centro de la
república.
Advierte nuestro autor que él, como antes Mr Andrews, ha visitado
Tucumán durante el invierno y la primavera, y que no se ha alejado más de
tres leguas del pueblo de manera que todo cuanto ha visto y describe es tal
vez nada con respecto de lo que ofrece el suelo tucumano en mejores partes
y en mejor estación.
Lamenta no haber podido ver un río muy mentado que atraviesa “ las
praderías inclinadas de Ancasúli”, cuyas aguas puras no se pueden tocar
sino después de “haber pisado miles de azucenas y lirios y de haber
atravesado espesos bosques de cedrón”. Dice que tampoco ha visto “los
bosques de rosas del Conventillo” (se refiere aun río del sur provinciano) y
otras mil preciosidades.
En lo que Alberdi titula “Sección Tercera, carácter físico y moral del
pueblo tucumano bajo la influencia del clima”, aborda una suerte de
análisis sociológico y antropológico sobre la naturaleza del habitante de
nuestra provincia. Es una parte curiosa e interesante de su obra. Trae, en su
socorro, la coincidencia de sus “conclusiones especulativas” con “el
testimonio verbal del Dr. Redeac, cuya autoridad no desdeñó respetar el
célebre Humboldt”
Se refiere Alberdi, con seguridad, a la figura del sabio médico inglés
Joseph James Thomas Redhead (1767-1847), corresponsal de Humboldt en
Salta, confidente y amigo de Belgrano y de Guemes, que investigó nuestra
región por aquellos años.
Dice Alberdi, que Tucumán, por su ubicación geográfica, tiene la
particularidad de tener una temperatura ardiente, pero que, como su
territorio está dividido por una cadena de elevadísimas montañas y la
mayor parte de su terreno es quebrado, la atmósfera está expuesta a
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variaciones súbitas y violentas.. Deduce de allí que la carne debe ser allí el
principal alimento, porque las crías de ganados son fáciles y abundantes.
También piensa que por las sensaciones externas, las fuerzas interiores de
los hombres desfallecen y necesitan ser estimuladas, por eso la afición a las
especias, aromas y licores ardientes.
De todo esto, infiere una conclusión que se nos antoja, cuanto menos,
original. Sostiene que en Tucumán hay dos clases de individuos: los de las
clases pudientes, a los que describe como melancólicos, en tanto que el
plebeyo es bilioso.
Dice de este hombre que “tiene por lo regular fisonomía atrevida y
declarada, ojos relumbrantes, rostro seco y amarillo, pelo negro crespo a
veces, osamenta fuerte sin gordura, músculos vigorosos pero de
apariencia cenceña, cuerpo flaco, en fin, y huesos muy sólidos”.
Afirma que el tucumano así descrito, es un espíritu inquieto y apasionado,
propenso a las grandes virtudes o grandes crímenes, que es rara vez vulgar.
“Es un hombre sublime o peligroso”.
Precisamente, para tratar de enunciar la indiosincracia del tucumano
popular, narra una hermosa anécdota infantil de cuando el general Belgrano
acampaba en la Ciudadela.
Cuenta que el general patriota presenciaba un ejercicio de tiro del cañón,
cuando reparó que un foso, abierto al pié del blanco hacia el que se
disparaba, estaba lleno de muchachos, que se juntaban allí para recoger las
balas. Viendo que aquellos insensatos, lejos de esconderse a la señal de
fuego esperaban la bala con desprecio, Belgrano, incomodado y
asombrado, llamó a su edecán y mandó: “Vaya usted y arrójeme a palos
esos héroes: que se dignen, por piedad, a lo menos, hacer caso de las
balas” Esa era la muchachada tucumana, a la que Alberdi comprende en el
categórico juicio de que “el plebeyo tucumano es más apto para la guerra
y el distinguido para las artes y la ciencia”.
Y, a ésa altura de la “Memoria descriptiva”, Alberdi ensaya definir al
tucumano “de la primera clase”, en lo que sería, a la postre un retrato de
sí mismo, habida cuenta que era, precisamente, el paradigma de lo que
quiere describir.
Dice de éste, que “tiene por lo común fisonomía triste, rostro pálido, ojos
hundidos y llenos de fuego, pelo negro, talla cenceña, cuerpo flaco y
descarnado, movimientos lentos y circunspectos. Fuerte bajo y un aspecto
débil; meditabundo y reflexivo, a veces quimérico y visionario; lenguaje
vehemente y lleno de imaginación…abultada y tenaz, excelente hombre
cuando no está descarriado, funesto cuando está perdido”.
La cita textual nos aparece ineludible, cuando es una de las mejores
descripciones del propio autor, coincidente, por lo demás, con la que de él
han dado algunos que lo conocieron y trataron.
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Cierra esta sección de su obra Alberdi, con una hermosa reflexión. Dice
que Tucumán debe contar entre sus timbres con una circunstancia muy
lisonjera: “Era el pueblo querido del general Belgrano, y la simpatía de
los héroes no es un síntoma despreciable”, y nos conmueve ,contándonos
del dolor del héroe nacional, despidiéndose para siempre del Aconquija,
con el rostro bañado de lágrimas.
mantenerse a lo largo del tiempo, porque “así los de aquella época vemos
en ustedes a nuestros hijos, cultivando y aprovechando los campos
paternos, los campos que les conquistamos con el riesgo de nuestras
vidas y esperanzas”.
También recuerda expresiones parecidas de Rivadavia, que se las manifestó
al propio Alberdi en una carta “que me hizo el honor de escribir”.
Se está dirigiendo, en este tramo final de su obra, a sus contemporáneos. Y
les exhorta a seguir el ejemplo de Belgrano que “por nosotros se arrojó a
los brazos de la mendicidad desprendiéndose de toda su fortuna, que
consagró a la educación y a la juventud, porque sabía que por ella
propiamente debía dar principio la verdadera revolución”.
Trae, pues, a la memoria de sus lectores contemporáneos, aquellas glorias
del pasado reciente y heroico del nacimiento de la patria, para alentar que
bajo “las augustas sombras de los mártires de la libertad, ilustres viejos
de la revolución de Mayo, no dudéis que vuestros altos designios serán
coronados un día por la más bella juventud del mundo, cuyo celo reposa
hoy en los brazos de la filosofía y de la libertad! ”
Cierra su mensaje, con una cita textual de Jeremías Bentham,(*) aquel
pensador inglés padre del utilitarismo, que quería “la mayor felicidad para
el mayor número”, cuyas ideas prendieron en las políticas progresistas y
democráticas. La cita viene en apoyo a sus afirmaciones y exhortaciones
sobre la libertad, la justicia y el respeto a la ley.
Notas:
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