A setenta años de la aparición de las “Aguafuertes Porteñas”, los textos
periodísticos de Roberto Arlt aún constituyen un territorio marginal y supuestamente “menor” en las consideraciones críticas de su obra. Ello se debe a que, por lo general, no fueron vistos como textos literarios en sentido estricto, al considerar su género, sus asuntos, su formato y el medio en que se publicaban. Como es sabido, las “Aguafuertes...” constituían una columna que Arlt publicó en el diario “El Mundo” desde 1928 hasta el momento mismo de su muerte, en 1942. Dicha columna, cuyo título sufrió diversas modificaciones a lo largo del tiempo, consistía en un registro descarnado e irónico de una serie de tópicos, personajes, situaciones e historias que dibujan una suerte de friso donde pueden reconocerse múltiples aspectos de la cultura urbana de la época. De manera que Arlt escribe sus notas para “El Mundo” a lo largo de catorce años. Bautizadas como “aguafuertes” para designar el sentido icónico, visual, de su textualidad, según una tradición que remite a nombres tan ilustres como los de Rembrandt y Goya, las crónicas de Arlt irán modificando, a lo largo del tiempo, su temática, sus aspectos genéricos y su mismo nombre. Esas modificaciones generalmente se hallan ligadas a los itinerarios que el propio Arlt realiza, y que constituyen el sustento empírico donde recoge los materiales que nutren sus notas. Así, las primeras crónicas se escriben a partir de las recorridas que realiza por la ciudad de Buenos Aires, registrando diversos aspectos de la cultura urbana, particularmente de sus estratos populares. De ese modo, un conjunto de costumbres, actitudes, creencias, y sobre todo “personajes” de extracción popular, como asimismo su particular lenguaje, le brindan el material para desarrollar sus notas “costumbristas”, donde con ironía y sarcasmo pero también con una clara indulgencia compone las plásticas imágenes que los representan. A la manera de un antropólogo urbano, Arlt va registrando las distintas formas de la cultura popular de la época, desde una posición que le permite señalar lo que él entiende como sus virtudes tanto como sus defectos: por tal razón, a diferencia de los registros pretendidamente asépticos de la mirada científica, las aguafuertes arltianas se enuncian desde una perspectiva que no cesa de evaluar aquello que mira. Esa modalidad constituye, por otra parte, lo que podría llamarse 2 la dimensión política de las crónicas de Arlt, caracterizadas siempre por las formas de juzgamiento crítico de sus objetos, aún cuando por su temática esa dimensión no se manifieste de manera explícita. Las primeras aguafuertes se llamarán, en consecuencia, “porteñas”, por referir, como es obvio, a la ciudad de Buenos Aires. Pero Arlt se transformará prontamente en un cronista viajero, que ampliará significativamente su horizonte. Por ello, las aguafuertes irán variando su adjetivación para dar cuenta de los nuevos itinerarios que Arlt realiza: así, en 1930 se denominarán “aguafuertes uruguayas”, en 1934 “aguafuertes patagónicas” y en 1935 “aguafuertes españolas”, con sus especificaciones como aguafuertes “madrileñas”, “africanas”, “asturianas” o “gallegas”. Por otra parte, los cambios de nombre, que claramente dan cuenta de la temática abordada en cada caso, no se limitan a esas variaciones en su adjetivación, dado que en 1933 la columna se denominará “Hospitales en la miseria” y en 1934 “Buenos Aires se queja”, cuando su autor realiza auténticas campañas de denuncia de las carencias y necesidades insatisfechas que padecen los habitantes de la ciudad; de igual manera, en 1936 la columna se titulará “Tiempos presentes” o “Al margen del cable”, cuando se aparta de la temática local para abordar cuestiones inherentes a la problemática mundial de la época. Como lo indican tales títulos, las crónicas de Roberto Arlt no se limitaban a esa especie de registro “antropológico” del mundo en que vivía, sino que suponían, además, verdaderas intervenciones en el orden de lo social y político. Se trataba, por cierto, de intervenciones críticas, que también se practicaban en el campo de la crítica de arte y de literatura: por tal razón, la redacción de esas notas varía asimismo su configuración discursiva y genérica, dado que, según los casos, se constituyen como relatos de viaje, crítica literaria o textos de tipo ensayístico. Pero en todos los casos, las aguafuertes de Arlt obedecen a una misma pulsión textual, aquella que sostiene las inconfundibles formas de su singular escritura. Como se ha dicho, las “Aguafuertes...” suponen, en primer instancia, una representación del mundo urbano tal y como dicho mundo se manifiesta en la ciudad de Buenos Aires. Por ello, las primeras crónicas que escribe Arlt permiten reconocer las formas de un itinerario que atraviesa sus lugares más significativos. Esos lugares, por otra 3 parte, son lugares lógicamente poblados, y por ello las aguafuertes suponen asimismo un registro o más bien un retrato de los tipos característicos, idiosincrásicos, que los habitan. Junto con esa auténtica galería de tipos socialmente relevantes, las aguafuertes arltianas exhiben asimismo lo que podría definirse como costumbres y actitudes culturalmente significativas. Y en este caso, también pueden abarcar desde hábitos y prácticas de tipo picaresco, que son mirados con benevolencia, hasta actitudes y costumbres que se constituyen en objeto de crítica implacable por parte del autor. En ese decurso, la mirada de Arlt se constituye en una mirada sesgada, que soslaya los objetos privilegiados por el discurso periodístico convencional – los grandes episodios, los personajes importantes – para detenerse en aquello que nunca podría ser tema de dicho discurso: lo ínfimo de la vida social, el detalle de las formaciones culturales. Esa mirada al sesgo, por otra parte, no es privativa de esta clase de notas abiertamente costumbristas, dado que domina la totalidad de las aguafuertes. Por ello, aún en aquellas notas que abordan excepcionalmente temas o asuntos de actualidad, la mirada del cronista es la misma. Así, en la serie de notas que escribe a propósito del golpe militar del 6 de setiembre de 1930, en vez de referir a los grandes protagonistas de ese episodio histórico, Arlt escribe mirando al común de la gente, para adoptar generalmente su misma perspectiva en el tratamiento de esos temas. Por consiguiente, en la escritura de las aguafuertes pueden reconocerse determinadas constantes y variantes. La perspectiva adoptada por el autor, su peculiar mirada, puede definirse sin duda como una constante: se trata siempre del mismo punto de vista, que se posiciona en el territorio multiforme de las culturas populares. Mientras que los lugares desde los que escribe, los hic et nunc desde donde emite sus singulares mensajes, constituyen uno de los elementos variables de sus textos, el mismo que permite trazar las formas del recorrido por el mundo que Arlt va realizando a lo largo de su vida. Ello es legible, por ejemplo, en las “aguafuertes patagónicas”, escritas en 1934. En ellas se trata como siempre de la mirada urbana de Arlt, pero proyectada, en este caso, sobre un mundo agreste, natural, de formas y carácter “pre-urbano” por así decirlo. Ese mundo patagónico, en las crónicas de Arlt, se revela como un inmenso espacio a conquistar, y por 4 ello sus textos se leen como la narración épica de su apropiación, a la manera de los clásicos relatos de conquista. Pero la fascinación y la curiosidad de Arlt no se agotan ante el espectáculo de ese mundo surgente, ya que se despliegan además ante el espectáculo milenario del universo europeo. Notoriamente, cuando el desplazamiento del cronista por el mundo sea mayor, su atracción por lo diferente, lo novedoso, se incrementará de manera proporcional. Como es sabido, en 1935 Arlt viaja a España, desde donde escribirá una serie de crónicas que dan cuenta de su admiración por todo lo que allí encuentra. En primer término, la arquitectura tradicional de sus antiquísimas ciudades, los monumentos y construcciones religiosas que pululan en su territorio, pero también sus habitantes, de los que una vez más, y de modo invariante, registrará sus manifestaciones y sus tipos populares. De manera que el horizonte europeo parece potenciar la capacidad de registro de las crónicas de Arlt. Ello es posible, entre otras razones, por la manifiesta posición de subjetividad desde la que se enuncian las aguafuertes arltianas, que opera como el soporte perceptivo y cognitivo de tal capacidad de registro. Como es notorio, a diferencia de los textos canónicamente considerados periodísticos, las aguafuertes de Roberto Arlt comportan un alto grado de subjetividad, que se sostiene en la ecuación donde habitualmente ella se revela, dada por el uso de la primera persona acompañada de un nombre propio. La forma de esa ecuación – Yo, Roberto Arlt – sostiene y atraviesa el texto de sus crónicas, y por ello las aguafuertes pueden leerse tanto como un registro del mundo como las formas virtuales de un registro autobiográfico. Ellas narran el desplazamiento incesante de ese sujeto por el espacio y el tiempo, según un movimiento que ensancha permanentemente el arco de su mirada, y por eso dan cuenta tanto del devenir del mundo que se observa como del devenir de ese sujeto en el mundo observado. Por esa razón, las aguafuertes siempre suponen diversas formas de representación de su autor, ya que en ellas se trata de escenificar su quehacer y su experiencia como el sustento vital que las posibilita. La perspectiva que proponen las aguafuertes supone, de esa manera, un fuerte anclaje subjetivo, sobre los lazos que ligan al Yo con un nombre propio. Y si el nombre es vivido como una especie de marca, de signo ineludible fatalmente heredado, por otra parte 5 las aguafuertes no dejan de remitir a la instancia originaria y virginal de la infancia, donde ese nombre funciona como un auténtico blasón de aquello en que devendrá su portador adulto. Pero la trama autobiográfica que urden las aguafuertes no se limita a la evocación del pasado sino que se proyecta además hacia el presente. En ellas Arlt habla de su trabajo actual, del director del diario y de sus lectores, como asimismo del idioma que utiliza y de aquellos escritores a los que considera sus maestros: “escribo en un “idioma” que no es propiamente el castellano, sino el porteño”, dice, para manifestar además su relación discipular con autores como Dickens, Quevedo, Dostoievski o Cervantes. Las aguafuertes van dibujando de ese modo una cierta imagen del escritor, que es, como toda imagen literaria, una imagen construida discursivamente. Por tal razón, ella debe representar lo que se consideran sus rasgos distintivos, aquellos atributos que le confieren su identidad singular. Entre tales atributos, se destaca particularmente su condición de sujeto itinerante y vidente, y por ello, muchas aguafuertes representan a su autor, el cronista Arlt, en el ejercicio de tales propiedades. Esa modalidad de la escritura periodística de Arlt, por otra parte, siempre parece descansar sobre una suerte de anuencia o complicidad que se establece a nivel del público lector. Y esa actitud por parte de los lectores, lejos de reducirse al plano de los supuestos implícitos en cada texto, en diversos casos se manifiesta de manera explícita como contenido de las aguafuertes. Por ello, diversas notas incluyen la figura de sus destinatarios, representado las formas de comunicación que se establecen entre Arlt y sus lectores, según un procedimiento al que podría calificarse como tematización del circuito interlocutivo establecido entre el cronista y los lectores del periódico. De esa forma, las aguafuertes incorporan la representación de sus lectores en su textualidad, exhibiendo la diversidad de actitudes con que se posicionan en la instancia de su recepción. Ello contribuye a “verosimilizar” dicha representación, volviendo creíbles las imágenes que los inscriben en las crónicas. Independientemente de los grados de correspondencia que esas imágenes pudieran guardar con los destinatarios reales, empíricos, de las aguafuertes, su mero dibujo simboliza de manera elocuente el valor y la significación que esos destinatarios suponían para la perspectiva de su autor. Son, por así 6 decir, el otro necesario de la escritura de Arlt, el mismo que posibilita y confiere sentido a la presencia del escritor en sus propios textos. El trabajo de registro y representación del mundo que implican las aguafuertes arltianas supone, como uno de sus rasgos característicos, el ejercicio constante de la crítica. Ello significa que el universo de objetos y sujetos que permanentemente dibujan nunca es visto neutralmente, dado que siempre constituye una materia que se somete a notorios procesos de valoración. En tal sentido, podría decirse que para la escritura de Arlt todo debe evaluarse, asumiendo de ese modo posiciones muchas veces beligerantes y polémicas, a la manera de auténticas intervenciones políticas en el orden de lo social, lo político y lo cultural. Y si la crítica se ejerce de forma incesante sobre el universo representado, ello es posible porque lo primero que se somete a crítica es el medio o el instrumento que permite dicha representación, esto es, el lenguaje utilizado por el autor. Desde esa perspectiva, puede afirmarse que Arlt posee una clara conciencia de los medios con los que trabaja verbalmente, que lo lleva a adoptar posiciones radicales y provocativas respecto de un conjunto de opiniones y creencias impuestos socialmente acerca de los usos correctos del lenguaje. Por ello, y de modo análogo a lo que se produce en su obra de ficción, las aguafuertes adoptan formas y usos propios del habla popular como la materia verbal a partir de la cual se genera su escritura, según una operatoria discursiva que conjuga valoraciones de tipo cultural con posiciones políticas y principios éticos en la práctica textual de su autor. Así, la escritura de las aguafuertes supone una posición enunciativa que se configura como un auténtico decir popular, al que se reivindica frente a las concepciones cerradas y retrógadas de los estamentos representativos del poder político y cultural. Desde ese punto de vista, Arlt se revela como un observador atento de la vida real del lenguaje, de las formas y usos concretos que cobra a nivel de los sectores mayoritarios de la sociedad. Y es justamente por ello que se define como alguien que practica una filología lunfarda, según una figura que vincula, de un modo tan provocativo como escandaloso, el ámbito de una disciplina prestigiosa y académica con un objeto socialmente degradado e inadmisible para ese campo del saber. Pero la actividad del “filólogo lunfardo” no se limita e exhumar el sentido de un conjunto de términos habitualmente ignorados por el saber académico, sino que yendo hacia su origen, como corresponde a la 7 genuina labor filológica, practica una serie de operaciones de traducción, al establecer las equivalencias españolas de esas voces de raíz foránea que el filólogo dobla para sus lectores. De manera que Arlt traduce, es decir, vincula por encima de las diferencias lingüísticas y culturales, cuando la cultura oficial se empecina en segregar esas formas espúreas del habla popular: de ahí el sentido y el valor político de su escritura. De ello da cuenta, de manera paradigmática, la nota titulada El idioma de los argentinos, donde su autor polemiza con un exponente de la cultura oficial como Monner Sans, quien preconiza la necesidad de desarrollar una campaña de depuración de la lengua. Frente a ello, Arlt responde reivindicando la creatividad del habla popular, a la que compara con las formas populares y nativas de la práctica del boxeo, oponiéndolas a las formas escolásticas y europeizantes del boxeo de salón. Leídos desde esta perspectiva, los textos de Arlt parecen recoger ciertas preocupaciones propias de la época, como las que indagan por los componentes populares de la cultura nacional. Se trata, por cierto, de la preocupación por una cultura situada, o por la situación de la cultura local, que no podría entenderse desconociendo las relaciones de fuerza conflictivas que configuran dicha situación. Y es a partir de semejantes puntos de vista que Arlt desarrolla además su tarea de crítico cultural. Así, las aguafuertes exponen sus particulares intereses acerca de la literatura, el cine o el teatro contemporáneos, desplegando un catálogo de nombres que configuran el espectro de todo aquello que concita su interés: por ejemplo, los nombres de Enrique González Tuñón, Pondal Ríos, Armando Discépolo, o Chaplin. En esa serie de notas, Arlt se revela como un receptor atento y especializado de las obras que comenta, que puede exhibir sus conocimientos técnicos acerca de la materia analizada, sobre todo en el caso de las obras literarias. Si las aguafuertes donde Arlt ejerce la crítica cultural trasuntan casi naturalmente su condición de escritor, ello se potencia aún más cuando escribe notas que constituyen manifestaciones puntuales del género ensayístico. Porque en ellas puede reflexionar acerca del ser y del destino de la literatura actual, tanto como acerca de la naturaleza de la juventud o de lo que significa el advenimiento de la guerra, sin que ninguna de esas cuestiones deje de estar contaminada por las significaciones que generan las otras. Podría 8 decirse, entonces, que en estas aguafuertes el escritor Roberto Arlt se manifiesta en todo su esplendor: atravesando las urgencias del medio y de los géneros periodísticos, se enfrenta con un mundo que trepida, y en ese enfrentarse lo interpela persistentemente, para tratar de revelar, con sus honrosos recursos verbales, la naturaleza real de su miseria y su grandeza.
Ciudades sudamericanas como arenas culturales: Artes y medios, barrios de élite y villas miseria, intelectuales y urbanistas: cómo ciudad y cultura se activan mutuamente