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UNA PUERTA ABIERTA EN EL CIELO

Apocalipsis 4

4 Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz
que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las
cosas que sucederán después de estas. 2 Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he
aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. 3 Y el aspecto del
que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había
alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda. 4 Y alrededor
del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro
ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas. 5 Y del
trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete
lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios.

En el momento en que Juan recibió la visión, él estaba preso y exiliado en la isla


de Patmos. Pero, en medio de esas circunstancias negativas, Juan recibió la
revelación de los últimos tiempos. Le fue abierta una puerta en el cielo, que le
permitió ver la realidad espiritual, no sólo de su tiempo sino de los tiempos finales,
similar a lo que le sucedió a Daniel (Dan. 10).

Lo interesante es que la revelación de lo que va a suceder en la Tierra comienza


con una visión del Cielo, ya que desde allí procede todo, pues Dios es
Soberano. Actualmente el Reino del Cielo y el Reino de la Tierra están
separados, pero eso no será para siempre. El Plan de Dios es que el Reino de
Dios descienda a este mundo, y sean uno. Por eso Jesús nos enseñó a orar así:
(Mateo 6:9-10) Vosotros, pues, orad de esta manera: Padre nuestro que estás en
los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la
tierra como en el cielo.

Aunque ambos Reinos están ahora separados, hay momentos en que el Señor
abre puertas que conectan el Cielo con la Tierra. El Señor abrió esa puerta a Juan
para prmitirle ver la realidad del Cielo. Jesús le dijo: “¡Sube!”. Él quería que Juan
viera las cosas desde la perspectiva divina. También a nosotros nos invita a “subir”
y ver las cosas basados en la realidad espiritual, ya que lo que sucederá en los
últimos tiempos no nos hará sentido si lo vemos con ojos terrenales.

Volvamos a leer lo que Jesús le dijo a Juan:


(Apocalipsis 4:1) Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo;
y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y
yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas.

Subamos con Juan, entonces, para ver y entender el Plan de Dios…


SENTADO EN EL TRONO
Lo primero que vio Juan al subir fue un trono:
(Apocalipsis 4:2) Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono
establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado.

El trono habla de reino y autoridad. Y no es un trono vacío, sino que alguien está
sentado y está en control. El Salmo 103 revela quien está sentado en ese trono:
(Salmo 103:19-22) Jehová estableció en los cielos su trono, y su reino domina
sobre todos. Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza,
que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto. Bendecid a
Jehová, vosotros todos sus ejércitos, ministros suyos, que hacéis su voluntad.
Bendecid a Jehová, vosotras todas sus obras, en todos los lugares de su señorío.
Bendice, alma mía, a Jehová.

Dios es quien gobierna, en los Cielos y en la Tierra. Él está en control.

SEMEJANTE A…
A continuación, Juan cuenta lo que vió en el Cielo, y es evidente que se le dificulta
describirlo—y no podemos culparlo, porque es algo fuera de este mundo.
(Apocalipsis 4:3) Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de
jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en
aspecto a la esmeralda.

Todos los personajes bíblicos que han tendio la dicha de haber visto a través de la
puerta abierta hacia el Cielo (Ezequiel, Daniel, Isaías, Moisés, Juan), se expresan
de la misma manera al tratar de explicar lo que vieron: “es semejante a…se
parece a…es como …” Si nos cuesta entenderles, imagínense lo difícil que es
explicar algo que ninguno de nosotros ha visto jamás. No podemos culparlos; más
bien debemos estar agradecidos de tener aunque sea la “sombra” de lo que es. Y
seguramente en esta descripción hay tesoros escondidos.

DESCRIPCIÓN DE LA SALA DEL TRONO


El enfoque de la visión de Juan comienza con el trono, pero luego Juan sigue
describiendo lo que estaba alrededor:
(Apocalipsis 4:4-5) Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados
en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de
oro en sus cabezas. Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del
trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios.

Más adelante estudiaremos cada uno de los elementos que allí se encuentran,
pero primero veamos la perspectiva general…Lo que vio Juan no fue algo extraño
y único, como los sueños o visiones que sólo tienen significado espiritual pero que
no son “reales”. Juan vio la realidad de lo que existe en el Cielo, en la Presencia
de Dios. La “Sala del Trono de Dios” es un lugar real—lo más real que existe en el
Universo. No sólo eso, sino que es la habitación más privada de Dios. No
cualquiera entra a esa habitación. Pero Juan tuvo el privilegio de ser invitado, al
igual que Ezequiel e Isaías (Isa. 6:1-7).

VISIÓN DE EZEQUIEL
El libro del profeta Ezequiel comienza con una descripción similar a la de Juan. Lo
interesante es que él recibió esta visión en uno de los momentos más difíciles de
su vida. Él y otros líderes de Israel habían sido llevados cautivos a
Babilonia. Todo parecía haber acabado, pero Dios le abrió una puerta al ámbito
espiritual para que entendiera lo que estaba pasando y lo transmitiera al pueblo de
Dios.
(Ezequiel 1:1) Sucedió que en el año treinta, al quinto día del cuarto mes, estando
yo entre los desterrados junto al río Quebar, los cielos se abrieron y vi visiones
de Dios.

De nuevo vemos que se mencionan “cielos abiertos”. Una puerta se abrió para
que Ezequiel “subiera” a ver las cosas desde la perspectiva de Dios. Al igual que
Juan, también Ezequiel trata de describir el trono y a los seres vivientes que están
a la par (que más adelante describe como “querubines”—Eze. 10:1):
(Ezequiel 1:26-28) Y sobre la expansión que había sobre sus cabezas se veía la
figura de un trono que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono
había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él. Y vi apariencia
como de bronce refulgente, como apariencia de fuego dentro de ella en derredor,
desde el aspecto de sus lomos para arriba; y desde sus lomos para abajo, vi que
parecía como fuego, y que tenía resplandor alrededor. Como parece el arco iris
que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor
alrededor. Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová. Y cuando
yo la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba.

Ezequiel vio que había un trono por sobre todas las cosas, aún sobre el Cielo. El
trono representa autoridad, a alguien que está en control y gobierna sobre todo. Y
al que estaba sentado sobre el trono, vio a alguien que parecía hombre, pero era
Dios. La Biblia dice que Jesús es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1:15-
18).

Analicemos ahora las partes de lo que Juan y Ezequiel vieron en la Sala del
Trono:

a. EL TRONO:
Ezequiel lo describe como “piedra de zafiro” (Eze. 1:26). El zafiro es de un color
azul oscuro, pero a la vez traslúcido. Esta es la misma descripción que da Moisés
del Trono de Dios. El día en que el pueblo de Israel confirmó el Pacto con Dios,
sellado con sangre, se abrió una puerta en el cielo, y Moisés y los líderes de Israel
vieron el trono de Dios. No subieron, pero lo vieron desde abajo, y lo describen de
forma similar a Juan y Ezequiel:
(Éxodo 24:7-12) Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo:
Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos. Entonces
Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto
que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas. Y subieron Moisés y
Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de
Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al
cielo cuando está sereno. Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los
hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron. Entonces Jehová dijo a
Moisés: Sube a mí al monte, y espera allá, y te daré tablas de piedra, y la ley, y
mandamientos que he escrito para enseñarles.

Moisés vio la base del trono de Dios, y la describe como un “embaldosado de


zafiro”, comparándolo con el cielo. Existe la posibilidad que lo que se describe
como “zafiro”, se refiera al lapis lazuli, que era llamado “zafiro” en el Oriente
antiguo. Este tiene un color turquesa claro, con destellos dorados. Juan lo
describe como un mar de vidrio (Apoc. 4:6), y Ezequiel lo define como un
firmamento o expansión (Ezequiel 1:26; 10:1). Este mar o firmamento azul, al pie
del trono, es una expansión que separa a Dios de todo lo demás. Él está sobre
todo, separado. Por eso, los seres vivientes cantan: Santo, Santo, Santo (que
literalmente significa: “apartado”).
(Apoc. 4:8) Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y
por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo,
santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de
venir.

Desde el principio, Dios ha estado separado. Esto lo representa la expansión y el


mar. Esto puede estar relacionado con lo que pasó en el segundo día de la
creación. La palabra usada por Ezequiel como “firmamento” en hebreo es
“Rakiyá”, y es la misma palabra que se usa en Génesis 1 como “expansión” (Gen.
1:6-8). Curiosamente, de todos los días de la creación, este fue el único día en
que Dios no dijo: “Es bueno”. Tal vez fue porque no era “buena” esa separación,
aunque era necesaria.

Aunque la Tierra está ahora separada del Cielo por esa expansión, esto no será
así para siempre. El Plan de Dios es unir a ambos. Al final de Apocalipsis dice que
ya no habrá “mar”. No podemos confirmar que se refiera a la “Rakiyá” (ya que
Apocalipsis nos llegó en griego, no en hebreo), pero por el contexto podemos
conectarlo con “el mar de cristal” que separa al trono de Dios de toda Su creación.
(Apoc. 21:1-3) Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la
nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa
ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el
tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su
pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.

b. SENTADO EN EL TRONO
En Apocalipsis, Juan no describe el trono, pero sí a quien está sentado sobre éste:
(Apoc. 4:2-3) Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido
en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era
semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco
iris, semejante en aspecto a la esmeralda.

Juan lo describe como semejante al “jaspe y cornalina”. El “jaspe” viene de


una palabra griega que significa: “manchada o veteada”. Es una piedra de quarzo
que se presenta de varios colores, dependiendo de los sedimentos minerales que
se encuentren en la tierra donde se forma. El color más común es el rojizo. De la
misma manera, “la cornalina” es una piedra de color rojizo (también conocida
como sardio o sardonia). Ambas piedras que están en el Pectoral del Sumo
Sacerdote (Exo. 28:15-21), y forman parte de los cimientos y del muro de la Nueva
Jerusalén (Apoc. 21:16-20).

¿En qué sentido se parece el Rey con “el jaspe y el sardio”? Ezequiel nos da la
pauta, ya que él lo describe de la siguiente manera:
(Ezequiel 1:27) Y vi apariencia como de bronce refulgente, como apariencia de
fuego dentro de ella en derredor, desde el aspecto de sus lomos para arriba; y
desde sus lomos para abajo, vi que parecía como fuego, y que tenía resplandor
alrededor.

Ezequiel lo describe como “fuego”. De forma similar lo describe Daniel, quien


también vio el Trono de Dios en una visión relacionada con los últimos tiempos:
(Daniel 7:9-10) Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un
Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza
como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego
ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le
servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros
fueron abiertos.

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