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Kingdom

of the
Wicked
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Sinopsis
Dos Hermanas.

Un asesinato brutal.

Una búsqueda de venganza que desatará el mismísimo Infierno...

Y un romance embriagador.

Emilia y su hermana gemela Vittoria son streghe: brujas que viven en secreto entre
los humanos, evitando ser notadas y perseguidas. Una noche, Vittoria falta al servicio de
cena en el famoso restaurante siciliano de la familia. Emilia pronto encuentra el cuerpo de
su amada gemela... profanado más allá de lo creíble. Devastada, Emilia se propone
encontrar al asesino de su hermana y buscar venganza a cualquier precio, incluso si eso
significa usar magia oscura que ha estado prohibida durante mucho tiempo.

Entonces Emilia conoce a Ira, uno de los Malignos príncipes del Infierno de los que
ha sido advertida en los cuentos desde que era niña. Ira afirma estar del lado de Emilia,
comandado por su maestro a resolver la serie de asesinatos de mujeres en la isla. Pero
cuando se trata de los Malignos, nada es lo que parece...
Índice
Sinopsis
Prólogo
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
Veintisiete
Veintiocho
Veintinueve
Treinta
Treinta y uno
Treinta y dos
Treinta y tres
Treinta y cuatro
Treinta y cinco
Treinta y seis
Treinta y siete
Treinta y ocho
Treinta y nueve
Cuarenta
Cuarenta y uno
Cuarenta y dos
Cuarenta y tres
Cuarenta y cuatro
Cuarenta y cinco
Cuarenta y seis
Cuarenta y siete
Cuarenta y ocho
Próximo libro
Kerri Maniscalco
Agradecimientos
Notas
Prólogo
Afuera, el viento hizo sonar las campanas de madera a modo de advertencia. A lo
lejos, las olas chocaban contra la orilla; los susurros frenéticos del agua crecían como si el
mar fuera un mago que invocaba violencia. En esta fecha, desde hace casi una década, la
tormenta seguía el mismo patrón. A continuación, los truenos llegarían más rápido que la
marea y los relámpagos, haciendo crujir latigazos eléctricos en un cielo implacable. El
diablo exigía retribución. Un sacrificio de sangre por el poder robado.

No era la primera vez que las brujas lo maldecían, ni tampoco la última.

Desde su mecedora cerca del fuego, Nonna Maria monitoreaba a las gemelas
mientras recitaban encantamientos de protección que ella les había enseñado, con un
cornicello1 apretado con fuerza en cada uno de sus pequeños puños. Empujando las
bulliciosas ráfagas de su mente, escuchó con atención las palabras que Vittoria y Emilia
susurraban sobre los amuletos en forma de cuerno, sus cabezas oscuras a juego inclinadas
en concentración.

—Por la tierra, la luna y la piedra, bendice este hogar, bendice este hogar.

Era el comienzo de su octavo año y Nonna trató de no preocuparse por lo rápido que
estaban creciendo. Se apretó más el chal, incapaz de evitar los escalofríos en la pequeña
cocina. Tenían poco que ver con la temperatura exterior. Por mucho que trataba de
ignorarlo, el azufre se colaba por las grietas junto con la familiar brisa con aroma a
plumeria y naranja, erizando el cabello canoso que se había recogido del cuello. Si hubiera
estado viva, su propia abuela humana lo habría llamado un presagio y habría pasado la
noche de rodillas en la catedral, con el rosario apretado, rezando a los santos.

El diablo estaba al acecho. O uno de sus malignos hermanos lo estaba.

Una astilla de preocupación se deslizó tan rápida y suavemente como uno de sus
cuchillos de pelar, alojándose cerca del corazón de Nonna. Había pasado una eternidad
desde el último avistamiento de los Malvagi. Ya casi nadie hablaba de los Malignos, excepto
en las historias que se contaban para asustar a los niños para que se quedaran en sus
camas por la noche.

Ahora los adultos se reían de los viejos cuentos populares, casi olvidando a los siete
príncipes gobernantes del Infierno. Nonna Maria nunca lo haría; sus leyendas se grabaron a
fuego en su mente, marcándola con una profunda sensación de pavor. El área entre sus
hombros se erizó como si sus ojos de medianoche estuvieran sobre ella, mirando desde las
sombras. Era solo cuestión de tiempo antes de que vinieran a buscar.

Si no habían empezado ya. No se roba al diablo y se queda impune.


Su atención volvió a las gemelas. Como el revuelto mar Tirreno, esta noche las
rodeaba una inquietud. Una que hablaba de problemas invisibles por venir. Los
encantamientos de Vittoria se apresuraron y Emilia tropezó con los de ella, tratando de
mantener el ritmo.

Una ramita apareció en el fuego, seguida rápidamente por otra. El sonido como
espoletas rompiendo sobre sus libros de hechizos; una advertencia por derecho propio.
Nonna agarró los brazos de su mecedora, sus nudillos se volvieron del color de las
almendras blanqueadas que estaban sobre la encimera.

—¡Calmati! No tan rápido, Vittoria —la regañó—. Tendrás que empezar de nuevo si
no lo haces correctamente. ¿Quieres recoger tierra de una tumba sola en la oscuridad?

Para consternación de Nonna, Vittoria no parecía tan asustada como debería. La


idea de vagar por un cementerio bajo la luz de la luna llena y una tormenta furiosa le
parecía atractiva a la niña. Frunció los labios antes de ofrecer un leve asentimiento.

Sin embargo, fue Emilia quien respondió, dándole a su hermana una mirada de
advertencia.

—Tendremos más cuidado, Nonna.

Para probar su punto, Emilia levantó el frasco de agua bendita que habían obtenido
del monasterio y lo volcó sobre sus amuletos, dejando que una gota chisporroteara sobre
cada uno. Plata y oro. Una oferta de equilibrio entre la luz y la oscuridad. Un regalo por lo
que había sido robado hacía todos esos años.

Tanto arriba como abajo.

Pacificada, Nonna observó mientras terminaban su hechizo, aliviada cuando las


chispas blancas se elevaron en las llamas antes de volver a arder en rojo. Otro año, otra
victoria. Habían engañado al diablo una vez más. Finalmente, llegaría el día en que los
encantamientos no funcionaran, pero Nonna se negó a pensar en eso ahora. Echó un vistazo
al alféizar de la ventana, complacida por las rodajas de naranja secas dispuestas en filas
uniformes.

Ramitas de lavanda colgaban para secarse sobre la repisa de la chimenea, y la


pequeña isla de piedra estaba cubierta de harina y hierbas aromáticas esperando ser
atadas en prolijos manojos. Verbena, albahaca, orégano, perejil y hojas de laurel. Los
aromas se mezclaban agradablemente. Algunas eran para su cena de celebración y otras
para sus encantamientos. Ahora que el ritual de protección estaba terminado, podrían
disfrutar de su comida.

Nonna miró el reloj de la repisa de la chimenea; su hija y su yerno llegarían pronto


del restaurante familiar, trayendo consigo risas y calidez.

Tormentas y presagios o no, todo iría bien en la casa di Carlo.


Las llamas se calmaron y Emilia se echó hacia atrás, mordiéndose las uñas. Un
hábito desagradable que Nonna estaba decidida a romper. La niña escupió una uña
recortada y fue a tirarla al suelo.

—¡Emilia! —La voz de Nonna sonó fuerte en la pequeña habitación. La niña se


sobresaltó, soltó la mano y la miró avergonzada—. ¡En el fuego! Sabes que es mejor no
dejar las cosas para los que practican le arti oscure.

—Lo siento, Nonna —murmuró Emilia. Se mordió el labio y su abuela esperó la


pregunta que sabía que vendría—. ¿Nos volverás a contar sobre las artes oscuras?

—¿O los Malvagi? —añadió Vittoria, siempre interesada en las historias de los
Malignos. Incluso en las noches tenían prohibido pronunciar tales nombres—. ¿Por favor?

—No deberíamos hablar de cosas oscuras en voz alta. Invita a los problemas.

—Son solo historias, Nonna —dijo Emilia en voz baja.

Si solo fuera cierto. Nonna Maria trazó un hechizo de protección sobre su corazón, lo
terminó con un beso en la punta de sus dedos y exhaló. Las gemelas intercambiaron
sonrisas triunfantes. Era imposible ocultar las leyendas a las chicas, sin importar si les
llenaba la cabeza con sueños de los siete príncipes del Infierno. Nonna temía que
romantizaran demasiado a los demonios. Decidió que era mejor recordarles por qué debían
tener cuidado con las hermosas criaturas sin alma.

—Lávense las manos y ayuden a enrollar la masa. Hablaré mientras preparan el


busiate2.

Sus sonrisas a juego calentaron los escalofríos que aún se aferraban a Nonna
provocados por la tormenta y su advertencia. La pequeña pasta en tirabuzón servida con
pesto de tomate era uno de los platos favoritos de las chicas. Estarían encantadas de
encontrar cassata ya esperando en la nevera. Aunque el dulce bizcocho de ricotta era una
especialidad de Pascua, a las niñas les encantaba en su cumpleaños.

Incluso con todas sus precauciones, Nonna no estaba segura de cuánta dulzura
quedaría en sus vidas, y las mimaba a menudo. No es que ella necesitara un incentivo
adicional para hacerlo. El amor de una abuela era su propio tipo de magia poderosa.

Emilia sacó el mortero del estante, con el rostro tenso por la concentración mientras
recogía el aceite de oliva, el ajo, las almendras, la albahaca, el pecorino y los tomates cherry
para el pesto alla Trapanese. Vittoria quitó el paño húmedo del montón de masa y comenzó
a enrollar la pasta como le había enseñado Nonna. Ocho años y ya conocían la cocina. No
era sorprendente. Entre su casa y el restaurante, prácticamente crecieron en una. Ambas
miraban hacia arriba desde sus gruesas pestañas, sus expresiones idénticas máscaras de
anticipación.

Vittoria dijo con impaciencia:


—¿Y bien? ¿Vas a contarnos una historia?

Nonna suspiró.

—Hay siete príncipes demonios, pero solo cuatro que los di Carlo deberían temer:
Ira, Codicia, Envidia y Orgullo. Uno anhelará tu sangre. Uno capturará tu corazón. Uno te
robará el alma. Y uno te quitará la vida.

—Los Malignos —susurró Vittoria con un tono casi reverente.

—Los Malvagi son príncipes demonios que acechan la noche, buscando almas para
robar para su rey, el diablo, su hambre voraz e inquebrantable, hasta que el amanecer los
ahuyenta —continuó Nonna, meciéndose lentamente en su silla. La madera crujió,
cubriendo el sonido de la tormenta. Ella asintió con la cabeza hacia sus tareas,
asegurándose de que cumplieran su parte del trato. Las chicas se centraron en su trabajo—.
Los siete príncipes están tan corrompidos por el pecado, que cuando cruzan a nuestro
mundo, no pueden soportar estar en la luz y están maldecidos para aventurarse solo
cuando está oscuro. Fue un castigo enviado por La Prima Strega, hace muchos años. Mucho
antes de que el hombre vagara por la tierra.

—¿Dónde está la Primera Bruja ahora? —preguntó Emilia, con un borde de


escepticismo arrastrándose en su vocecita—. ¿Por qué no la han visto?

Nonna pensó detenidamente.

—Tiene sus razones. Debemos respetarlas.

—¿Cómo se ven los príncipes demonios? —preguntó Vittoria, aunque ya debía de


haberse memorizado esta parte.

—Parecen humanos, pero sus ojos de ébano están teñidos de rojo y su piel es dura
como una piedra. Hagas lo que hagas, nunca debes hablar con Los Malignos. Si los ves,
escóndete. Una vez que hayas captado la atención de un príncipe demonio, no se detendrá
ante nada para reclamarte. Son criaturas de medianoche, nacidas de la oscuridad y la luz de
la luna. Y solo buscan destruir. Guarden sus corazones; si se les da la oportunidad, los
arrancarán de su pecho y se tragarán su sangre mientras humea en la noche.

No importaba que fueran criaturas sin alma que pertenecían al diablo, o las
matarían al verlas, las gemelas estaban encantadas con estos oscuros y misteriosos
príncipes del Infierno.

Una más que la otra, como marcaría el destino.

—Pero ¿cómo sabremos cuando nos encontremos con uno? —preguntó Vittoria—.
¿Qué pasa si no podemos ver sus ojos?

Nonna vaciló. Ya habían escuchado demasiado, y si la antigua profecía era cierta,


temía que lo peor estuviera por venir.
—Simplemente lo harán.

Inmersa en la tradición familiar, Nonna Maria les enseñó formas mágicas de


esconderse tanto de los humanos como de las criaturas de medianoche. Cada año, en su
cumpleaños, recolectaban hierbas del pequeño jardín detrás de su casa y hacían amuletos
de protección.

Llevaban amuletos bendecidos con agua bendita, tierra de tumba recién removida y
rayos brillantes de luz de luna. Recitaban palabras de protección y nunca hablaban de los
Malvagi cuando la luna estaba llena. Más importante aún, nunca estaban sin sus amuletos.

El cornicello de Emilia estaba hecho de plata y el de Vittoria de oro. A las chicas no se


les permitía reunirlos, o pasaría algo terrible. Según Nonna, sería como obligar al sol y a la
luna a compartir el cielo, llevando al mundo a un eterno crepúsculo. Allí, los príncipes del
Infierno podrían escapar de su prisión de fuego para siempre, asesinando y robando las
almas de los inocentes hasta que el mundo humano se convirtiera en cenizas, como su
reino de pesadilla.

Después de devorar su cena y el pastel, la mamá y el papá de las gemelas les dieron
un beso de buenas noches. Mañana empezarían a ayudar en la ajetreada cocina del
restaurante familiar, su primer servicio de cena real. Demasiado emocionadas para dormir,
Emilia y Vittoria se rieron en su colchón compartido, balanceando sus amuletos de cuerno
el uno al otro como pequeñas espadas de hadas, fingiendo luchar contra los Malvagi.

—Cuando sea mayor, quiero ser una bruja verde —dijo Emilia más tarde, acunada
en el rincón de los brazos de su hermana—. Cultivaré todo tipo de hierbas. Y tendré mi
propia trattoria. Mi menú estará elaborado con magia y luz de luna. Como Nonna.

—El tuyo será aún mejor. —El agarre de Vittoria se apretó cómodamente—. Para
entonces seré reina y me aseguraré de que tengas lo que quieras.

Una noche decidieron ser valientes. Había pasado casi un mes desde su octavo
cumpleaños y las terribles advertencias de Nonna Maria parecían haber pasado hacía una
eternidad. Vittoria arrojó su amuleto a su hermana con expresión decidida.

—Aquí —ordenó—, tómalo.

Emilia dudó solo un minuto antes de agarrar el cuerno dorado en su palma.

Una brillante luz de color negro lavanda explotó de sus amuletos, sorprendiendo a
Emilia lo suficiente como para dejar caer el collar de su hermana. Vittoria lo volvió a sujetar
rápidamente donde le correspondía, con los ojos marrones muy abiertos mientras la luz
brillante se desvanecía abruptamente. Ambas chicas permanecieron en silencio. Ya fuera
por miedo o fascinación, no podían estar seguras. Emilia flexionó la mano, tratando de
aliviar la sensación de hormigueo que se arrastraba bajo su piel. Vittoria miraba; su rostro
escondido en la sombra.
Cerca de allí, un sabueso del infierno aulló a la luna, aunque más tarde se
convencieron a sí mismas de que era solo el viento que gruñía en las estrechas calles de su
barrio. Nunca le dijeron a nadie lo que habían hecho, y nunca hablaron de la extraña luz
púrpura como la tinta.

Ni siquiera la una a la otra. Y especialmente no a Nonna María.

Como fingieron que el incidente había desaparecido, Emilia no le dijo a su hermana


que había cambiado irrevocablemente; desde esa noche en adelante, cada vez que sostenía
su cornicello y se concentraba, veía lo que llamaría luccicare. Un tenue brillo o aura
rodeando a una persona.

Las únicas excepciones eran ella y su gemela.

Si Vittoria también poseía este nuevo talento, nunca lo admitió. Fue el primero de
los muchos secretos que las gemelas se guardarían. Y resultaría mortal para una.
Uno
Diez años después

Nonna Maria zumbaba por la cocina como si se hubiera tragado cada gota de
expreso en nuestro restaurante. Su estado de ánimo era francamente frenético. Mi gemela
llegaba tarde al servicio de la cena y nuestra abuela lo vio como un presagio de fatalidad,
especialmente porque Vittoria estaba fuera la noche anterior a un día sagrado. La Diosa lo
prohíba.

El hecho de que la luna no solo estuviera llena, sino también de un pútrido tono
amarillo hizo que Nonna murmurara el tipo de advertencias que normalmente hacían que
mi padre echara el cerrojo a las puertas. Afortunadamente, él y tío Nino estaban en el
comedor con una botella helada de limoncello, sirviendo bebidas después de la cena para
nuestros clientes. Nadie se iba de Mar & Vid sin tomar un sorbo del licor de postre y sentir
la absoluta satisfacción y felicidad que seguía a una buena comida.

—Búrlate de mí todo lo que quieras, pero no es seguro. Los demonios merodean por
las calles en busca de almas para robar. —Nonna cortaba dientes de ajo para las gambas,
con el cuchillo volando sobre la desgastada tabla de cortar. Si no tenía cuidado, perdería un
dedo—. Tu hermana es una tonta por haber salido. —Se detuvo, inmediatamente
dirigiendo su atención al pequeño amuleto en forma de cuerno alrededor de mi cuello. Las
arrugas de preocupación abrieron un camino profundo alrededor de sus ojos y boca—.
¿Viste si estaba usando su cornicello, Emilia?

No me molesté en responder. Nunca nos quitábamos los amuletos, ni siquiera


mientras nos bañábamos. Mi hermana rompía todas las reglas excepto esa. Especialmente
después de lo que pasó cuando teníamos ocho… Cerré los ojos brevemente, deseando que
el recuerdo se fuera. Nonna todavía no sabía sobre el luccicare que podía ver brillando
alrededor de los humanos mientras sostenía mi amuleto, y esperaba que nunca lo supiera.

—Mamma, por favor. —Mi madre levantó la mirada hacia el techo como si la diosa
del cielo pudiera enviar una respuesta a sus oraciones en forma de rayo. No estaba segura
de si el rayo estaba destinado a Nonna o a mi madre—. Terminemos con el servicio de cena
antes de preocuparnos por los Malignos. Tenemos problemas más urgentes en este
momento. —Ella asintió con la cabeza hacia la sartén—. El ajo está empezando a quemarse.

Nonna murmuró algo que sonó sospechosamente como “También sus almas en el
infierno si no las salvamos, Nicoletta”, y me mordí el labio para evitar sonreír.

—Algo está terriblemente mal, lo siento en mis huesos. Si Vittoria no llega pronto a
casa, iré a buscarla yo misma. Los Malvagi no se atreverán a robarle el alma a mi alrededor.
—Nonna bajó su cuchillo sobre una caballa desprevenida y su cabeza cayó al suelo de
piedra caliza.
Suspiré. Podríamos haberla utilizado para hacer caldo de pescado. Nonna realmente
se estaba poniendo nerviosa. Ella fue quien nos enseñó el valor de usar cada parte de un
animal.

Los huesos, sin embargo, solo se pueden usar para suministro, no para hechizos. Al
menos esas eran las reglas para nosotros los di Carlo. Le arti oscure estaba estrictamente
prohibido. Recogí la cabeza de pescado en un cuenco para dársela a los gatos callejeros más
tarde, desterrando los pensamientos de las artes oscuras.

Serví un poco de vino frío para Nonna, agregando rodajas de naranja y cáscaras
azucaradas para endulzarlo. En unos momentos, la condensación floreció como el rocío de
la mañana a través del cristal. Era mediados de julio en Palermo, lo que significaba que el
aire era sofocante por la noche, incluso con las ventanas abiertas, lo que provocaba una
brisa.

Ahora hacía mucho calor en la cocina, aunque durante los meses más fríos todavía
usaba mi cabello largo recogido debido a las altas temperaturas creadas por los fuegos de
nuestro horno.

Sea & Vine, la trattoria de la familia di Carlo, era conocida en toda Sicilia por nuestra
deliciosa comida. Cada noche, nuestras mesas estaban llenas de clientes hambrientos, todos
esperando para cenar las recetas de Nonna. Las filas se formaban al final de la tarde, sin
importar el clima. Nonna decía que los ingredientes simples eran su secreto, junto con un
toque de magia. Ambas declaraciones eran ciertas.

—Aquí, Nonna. —No se suponía que debíamos usar magia fuera de nuestra casa,
pero susurré un hechizo rápido y, usando la condensación que goteaba sobre la piedra,
deslicé la bebida a lo largo del mostrador frente a ella. Hizo una pausa lo suficiente en su
preocupación para beber el dulce vino tinto. Mi madre dio las gracias con los labios cuando
mi abuela le dio la espalda y yo sonreí.

No estaba segura de por qué Nonna estaba tan agitada esta noche. Durante las
últimas semanas, comenzando alrededor de nuestro decimoctavo cumpleaños, mi gemela
faltó a algunos servicios de cena y se había colado mucho después del atardecer, sus
mejillas bronceadas enrojecidas y sus ojos oscuros brillantes. Había algo diferente en ella. Y
tenía la fuerte sospecha de que se debía a un determinado vendedor joven en el mercado.

Domenico Nucci Junior.

Le había echado un vistazo a su diario y había visto su nombre garabateado en los


márgenes antes de que la culpa se apoderara de mí y lo volviera a meter debajo del suelo
donde ella lo había escondido. Todavía compartíamos una habitación en el segundo piso de
nuestra pequeña y abarrotada casa, así que afortunadamente ella no se dio cuenta de mis
fisgoneos.

—Vittoria está bien, Nonna. —Le di un poco de perejil fresco para decorar los
camarones—. Te dije que ha estado coqueteando con el chico Nucci que vende arancini
para su familia cerca del castillo. Estoy segura de que está ocupado con todas las
celebraciones previas al festival de esta noche. Apuesto a que está repartiendo bolas de
arroz frito a todos los que se exceden. Necesitan algo para absorber todo ese vino
sacramental. —Le guiñé un ojo, pero el miedo de mi abuela no disminuyó. Dejé el resto del
perejil y la abracé con fuerza—. Ningún demonio está robando su alma o comiendo su
corazón. Lo prometo. Ella estará aquí pronto.

—Un día espero que te tomes en serio las señales de las diosas, bambina.

Tal vez algún día. Pero había escuchado historias sobre príncipes demoníacos de
ojos rojos toda mi vida y todavía no había conocido a ninguno. No me preocupaba
demasiado que las cosas cambiaran repentinamente ahora. Dondequiera que los Malignos
hubieran ido, parecía ser permanente. Les temía tanto como me preocupaba que los
dinosaurios volvieran repentinamente de la extinción para apoderarse de Palermo. Dejé a
Nonna con las gambas y sonreí mientras la música se filtraba entre los sonidos de cuchillos
picando y cucharas revolviéndose. Era mi tipo de sinfonía favorita, una que me permitía
concentrarme por completo en la alegría de la creación.

Aspiré el fragante aroma a ajo y mantequilla.

Cocinar era magia y música combinadas. El crujido de las conchas, el siseo de la


panceta al golpear una sartén caliente, el sonido metálico de un batidor golpeando el borde
de un cuenco, incluso el golpe rítmico de un cuchillo contra una tabla de cortar de madera.
Adoraba cada parte de estar en la cocina con mi familia. No podía imaginar una manera
más perfecta de pasar la noche.

Mar & Vid era mi futuro y prometía estar lleno de amor y luz. Especialmente si
ahorraba suficiente dinero para comprar el edificio de al lado y expandir nuestro negocio
familiar. Había estado experimentando con nuevos sabores de toda Italia y quería crear mi
propio menú algún día.

Mi madre tarareaba mientras formaba mazapán en figuras de frutas.

—Es un buen chico. Domenico. Haría un buen partido para Vittoria. Su madre
siempre es agradable.

Nonna lanzó una mano cubierta de harina al aire, agitándola como si la idea de un
compromiso con un Nucci apestara peor que las calles del mercado de pescado cercano.

—¡Bah! Es demasiado joven para preocuparse por el matrimonio. Y no es siciliano.

Mi madre y yo negamos con la cabeza. Tenía la sensación de que sus raíces toscanas
tenían poco que ver con la desaprobación de Nonna. Si se saliera con la suya, viviríamos en
nuestro hogar ancestral, en nuestro pequeño barrio de Palermo, hasta que nuestros huesos
se convirtieran en polvo. Nonna no creía que nadie más pudiera cuidarnos tan bien como
ella. Especialmente un simple niño humano. Domenico no nació de una bruja como mi
padre y, por lo tanto, Nonna pensaba que nunca se le podría confiar plenamente nuestro
secreto.
—Nació aquí. Su madre es de aquí. Estoy bastante segura de que eso lo convierte en
siciliano —dije—. Deja de ser gruñona. No conviene a alguien tan dulce como tú.

Ella carraspeó, ignorando mi descarado intento de encantarla. Testaruda como una


mula, como hubiera dicho mi abuelo. Cogió su cuchara de madera tallada y apuntó en mi
dirección.

—Las sardinas se arrastraron hasta la orilla. Las gaviotas no las tocaron. ¿Sabes lo
que significa? Significa que no son tontas. El diablo agita los mares y ellas no tendrán nada
que ver con sus ofrendas.

—Mamma —gimió mi madre y dejó la pasta de almendras—. Un barco que


transportaba queroseno se estrelló contra las rocas anoche. El aceite mató a los peces, no el
diablo.

Nonna le lanzó a mi madre una mirada que pondría a las almas menores de rodillas.

—Sabes tan bien como yo que es una señal de que han llegado los Malvagi, Nicoletta.
Han venido a cobrar. Has oído hablar de los cuerpos. El momento coincidió con lo que se
predijo. ¿Eso también es una coincidencia?

—¿Cuerpos? —Mi voz se disparó varias octavas—. ¿De qué estás hablando?

Nonna cerró la boca con fuerza. Mi madre giró la cabeza, olvidándose de nuevo del
mazapán. Una mirada pasó entre ellas, tan profunda y significativa que escalofríos
recorrieron mi espalda.

—¿Qué cuerpos? —presioné—. ¿Qué se predijo?

Nuestro restaurante estaba más concurrido de lo normal mientras nos


preparábamos para la afluencia de personas que asistían al festival de mañana, y habían
pasado días desde que escuché los chismes que circulaban por el mercado. No había
escuchado nada sobre cuerpos.

Mi madre le dio a mi abuela una mirada que decía “Tú empezaste esto, lo terminas” y
volvió a darle forma a los dulces. Nonna se sentó en una silla que mantenía cerca de la
ventana, agarrando su vino con fuerza. Una brisa levantó el agobiante calor. Sus ojos se
cerraron revoloteando, como si se empaparan. Parecía exhausta. Lo que fuera que estaba
pasando, era malo.

—¿Nonna? Por favor. ¿Qué pasó?

—Dos chicas fueron asesinadas la semana pasada. Una en Sciacca. Y una aquí. En
Palermo.

Sciacca, una ciudad portuaria frente al mar Mediterráneo, estaba casi directamente
al sur de nosotros. Era una pequeña joya en una isla llena de tesoros visuales. No podía
imaginarme un asesinato allí. Lo cual era ridículo ya que la muerte no discriminaba entre el
paraíso y el infierno.

—Eso es horrible. —Dejé mi cuchillo en el suelo, con el pulso acelerado. Miré a mi


abuela—. ¿Eran... humanas?

La mirada triste de Nonna lo dijo todo. Streghe. Tragué saliva. No es de extrañar que
continuara hablando del regreso de los Malignos. Se estaba imaginando a uno de nosotros
descartado en las calles, nuestras almas siendo torturadas por demonios en el Infierno
mientras nuestra sangre se deslizaba por las grietas de la piedra, reponiendo la magia de la
Tierra. Me estremecí a pesar del sudor que perlaba mi frente. No sabía qué pensar de los
asesinatos.

Nonna a menudo me reprendía por ser demasiado escéptica, pero todavía no estaba
convencida de que los Malvagi fueran los culpables. Las viejas leyendas afirmaban que los
Malignos fueron enviados para hacer tratos y recuperar almas para el diablo, no para
matar. Y nadie los había visto vagar por nuestro mundo en al menos cien años.

Sin embargo, los humanos se asesinaban entre sí todo el tiempo y definitivamente


nos atacaban cuando sospechaban lo que éramos. Los susurros de una nueva banda de
cazadores de strega nos llegaron la semana pasada, pero no habíamos visto evidencia de
ellos. Pero ahora... si las brujas estaban siendo asesinadas, estaba más inclinada a creer que
los humanos fanáticos eran los culpables. Lo que significaba que teníamos que ser aún más
cuidadosos para evitar ser descubiertos. No más simples encantamientos donde se nos
pudiera ver. Yo tendía a ser demasiado cautelosa, pero mi hermana no. Su forma favorita de
esconderse era no esconderse en absoluto.

Quizás Nonna tenía razón al estar preocupada.

—¿Qué quisiste decir con los Malvagi viniendo a cobrar? —pregunté—. ¿O siendo
predicho?

Nonna no se veía feliz con mi línea de preguntas, pero vio la determinación en mis
ojos y supo que seguiría preguntando. Ella suspiró.

—Hay historias que afirman que los Malignos regresarán a Sicilia cada pocas
semanas a partir de ahora, en busca de algo que le fue robado al diablo.

Esta era una nueva leyenda.

—¿Qué fue robado?

Mi madre se quedó quieta antes de darle forma al mazapán nuevamente. Nonna


sorbió su vino con cuidado, mirándolo como si pudiera adivinar el futuro en la pulpa que
flotaba en la superficie.

—Una deuda de sangre.


Levanté las cejas. Eso no sonó ominoso en absoluto. Antes de que pudiera
interrogarla más, alguien llamó a la puerta lateral donde traíamos suministros. Sobre la
charla en el pequeño comedor, mi padre llamó a tío Nino para entretener a los invitados de
la cena. Se oyeron pasos por el pasillo y la puerta se abrió con un crujido.

—Buonasera, signore di Carlo. ¿Emilia está aquí?

Reconocí la voz profunda y supe lo que había venido a preguntar. Sólo había una
razón por la que Antonio Vicenzu Bernardo, el miembro más recién nombrado de la santa
hermandad, me visitaba aquí. El monasterio cercano dependía en gran medida de las
donaciones y la caridad, así que una o dos veces al mes les preparaba la cena en nombre de
nuestro restaurante familiar.

Nonna ya estaba negando con la cabeza mientras me limpiaba las manos con una
toalla y dejaba mi delantal en la isla. Alisé la parte delantera de mis faldas oscuras,
encogiéndome un poco por la harina salpicada por mi corpiño. Parecía una reina de las
cenizas y probablemente apestaba a ajo.

Tragué un suspiro. Dieciocho años y románticamente condenada para siempre.

—Emilia... por favor.

—Nonna, ya hay mucha gente en las calles celebrando antes del festival de mañana.
Prometo que me quedaré en la carretera principal, prepararé la cena rápidamente y traeré
a Vittoria en el camino de regreso. Ambas estaremos en casa antes de que te des cuenta.

—No. —Nonna estaba fuera de su silla, llevándome de regreso como una gallina
rebelde hacia la isla y mi tabla de cortar abandonada—. No debes irte de aquí, Emilia. No
esta noche. —Ella agarró su propio cornicello, su expresión suplicante—. Deja que alguien
más done comida en su lugar, o te encontrarás uniéndote a los muertos en ese monasterio.

—¡Mamma! —regañó mi madre—. ¡Qué cosas para decir!

—No te preocupes, Nonna —le dije—. No planeo morir hasta dentro de mucho,
mucho tiempo.

Besé a mi abuela, luego cogí un trozo de mazapán a medio formar del plato en el que
estaba trabajando mi madre y me lo metí en la boca. Mientras masticaba, llené una canasta
con tomates, albahaca fresca, mozzarella casera, ajo, aceite de oliva y una botella pequeña
de balsámico espeso que tío Nino trajo de su reciente visita a Módena. No era tradicional,
pero había estado experimentando y me encantaba el sabor del vinagre ligeramente
rociado encima.

Agregué un tarro de sal, una hogaza de pan crujiente que horneamos antes, luego
rápidamente salí de la cocina antes de que me metieran en otra discusión.

Sonreí cálidamente a Fratello Antonio, esperando que no pudiera escuchar a Nonna


condenarlo a él y a todo el monasterio al fondo. Era joven y guapo para ser miembro de la
hermandad, solo tres años mayor que Vittoria y yo. Sus ojos eran del color del chocolate
derretido y sus labios siempre insinuaban la sonrisa más dulce. Él había crecido en la casa
de al lado y yo soñaba con casarme con él algún día. Lástima que se hubiera dedicado a la
castidad; Estaba segura de que a la mitad del Reino de Italia no le importaría besarle la
boca. Yo misma incluida.

—Buonasera, Fratello Antonio. —Sostuve mi canasta de suministros en alto,


ignorando lo extraño que se sentía llamarlo “hermano” cuando tenía algunos pensamientos
muy poco fraternales sobre él—. He estado experimentando de nuevo y estoy haciendo una
especie de combinación caprese-bruschetta para la hermandad esta noche. ¿Suena bien?

Por su bien, eso esperaba. Fue rápido y fácil, y aunque el pan sabía mejor untado con
aceite de oliva y ligeramente asado a la parrilla, no requería fuego para hacerlo.

—Suena divino, Emilia. Y por favor, Antonio está bien. No es necesario que los viejos
amigos se pongan ceremoniosos. Me asintió tímidamente—. Tu cabello se ve encantador.

—Grazie. —Levanté la mano y rocé con los dedos una flor. Cuando éramos más
jóvenes, comencé a tejer flores de naranja y plumeria en mi cabello para separarnos a mi
gemela y a mí. Me recordé a mí misma que Antonio estaba involucrado con el Señor
Todopoderoso ahora y no estaba coqueteando conmigo.

No importaba cuánto a veces deseara lo contrario.

Mientras él ignoraba cuidadosamente el sonido metálico de una olla golpeando el


piso de piedra, internamente me encogí. Solo podía imaginar lo que Nonna podría lanzar a
continuación.

—La mayor parte de la hermandad no regresará al monasterio hasta más tarde —


dijo—, pero puedo ayudar, si lo deseas.

La histeria de Nonna se hizo más fuerte. Él fue lo suficientemente educado como


para fingir que no escuchó sus terribles advertencias de que los demonios mataban a
mujeres jóvenes en Sicilia y les robaban el alma. Le di mi sonrisa más ganadora, esperando
que no pareciera una mueca.

—Me gustaría mucho.

Su atención se deslizó detrás de mí cuando los gritos de Nonna nos alcanzaron, una
pequeña arruga formándose en su frente. Normalmente era cuidadosa con los clientes, pero
si comenzaba a gritar sobre las artes oscuras y los encantamientos de protección donde él
pudiera escucharla, nuestro bullicioso restaurante familiar se arruinaría.

Si había algo que los humanos temían tanto como a los Malvagi, eran las brujas.
Dos
Cuando entramos en el monasterio, no estaba pensando en el diablo. O los malignos
demonios que roban almas que Nonna juraba que estaban vagando por la tierra de nuevo. Y
aunque era innegable que Antonio era agradable de ver, no me distrajo la ligera curva de su
boca. O el mechón de cabello castaño que caía sobre su frente cada vez que me miraba y
luego rápidamente apartaba la vista.

De todas las cosas, estaba pensando en el aceite de oliva.

Por alguna razón, el pasillo olía levemente a tomillo quemado, lo que me hizo
preguntarme a qué sabría el aceite de oliva con infusión de tomillo untado ligeramente en
un crostini. Empecé a soñar despierta con mi propio restaurante de nuevo, con el menú que
me gustaría preparar. Los crostini serían un fantástico antipasto. Cubriría la tostada con
unas rodajas de champiñones salteados con un poco de mantequilla, ajo y un chorrito de
vino blanco. Tal vez incluso espolvorearía un poco de pecorino y perejil para completar los
sabores...

Entramos en la habitación donde se guardaban los suministros de cocina, guardé


esos pensamientos en mi carpeta mental de recetas y me concentré en la tarea que tenía
entre manos. Saqué dos tablas de cortar y un tazón grande del armario, y coloqué todo
sobre la pequeña mesa.

—Cortaré los tomates, tú la mozzarella en cubitos.

—Como ordene, signorina. Ambos metimos la mano dentro de la canasta que había
traído y los dedos de Antonio rozaron los míos. Rápidamente saqué los tomates y fingí que
un poco de emoción no me había atravesado por el contacto inesperado.

Cocinar a solas con Antonio, en una habitación oscura en una sección casi olvidada
del edificio, no era una mala manera de pasar el tiempo. Si no hubiera entregado su vida al
señor, este podría haber sido el comienzo de algo entre nosotros.

Ahora, sin que él lo supiera, éramos enemigos.

Pertenecía a la iglesia y yo era una bruja. Y no solo una strega humana que usa magia
popular contra el mal de ojo y reza a los santos católicos. Mi familia era otra cosa, algo no
del todo humano. Nuestro poder era temido, no respetado. Junto con otras doce familias de
brujas que vivían en secreto en Palermo, éramos verdaderas Hijas de la Luna.
Descendientes de una diosa real. Había más familias esparcidas por la isla, pero por la
seguridad de todos, no interactuamos entre nosotros.

Nuestra magia era algo peculiar. Si bien solo se transmitía por la línea matriarcal, no
se manifestaba en todas las mujeres. Mi madre, nacida de bruja, no poseía ninguna
habilidad sobrenatural. A menos que se pudiera contar su cocción, lo cual yo creía
plenamente que se podía. Solo alguien bendecido por la diosa podría elaborar postres como
lo hacía mi madre.

En un momento hubo un consejo compuesto por el miembro mayor de cada familia


de brujas. Nonna había sido la líder en Palermo, pero el aquelarre se disolvió poco después
de que naciéramos Vittoria y yo. Las historias eran un poco turbias sobre la causa exacta
del colapso del aquelarre, pero por lo que había reunido, la vieja Sofia Santorini había
invocado las artes oscuras y algo salió muy mal, dejando su mente fragmentada. Algunos
decían que usó un cráneo humano durante una sesión de adivinación. Otros afirmaban que
era un espejo negro. Todos estuvieron de acuerdo en el resultado final: su mente ahora
estaba atrapada entre reinos.

Los humanos empezaron a sospechar de lo que consideraban una locura repentina.


Siguieron los susurros sobre diablo. Pronto nuestro mundo se volvió demasiado peligroso
para que las verdaderas brujas se encontraran, incluso en secreto después de eso. Así que
las trece familias de Palermo adoptaron un estricto código de silencio y se mantuvieron
firmes.

Las personas tenían una forma divertida de culpar al diablo por cosas que no les
gustaban. Era extraño que nos llamaran malvados cuando los humanos eran los que
disfrutaban viéndonos arder.

—Entonces, aparte de los demonios que invaden nuestra ciudad, ¿cómo estás? —
Antonio ni siquiera trató de ocultar su sonrisa—. Menos mal que tienes a un miembro de la
santa hermandad cuidando tu alma temblorosa.

—Eres terrible.

—Cierto, pero realmente no lo crees. —Sus ojos oscuros brillaron cuando le arrojé
un cubito de tomate, mi cara ardiendo. Lo esquivó con facilidad—. O, al menos, espero que
no.

—Nunca lo diré. —Centré mi atención en el tomate regordete que estaba cortando.


Una vez, cuando éramos más jóvenes, usé un hechizo de la verdad sobre él para ver si había
correspondido a mis sentimientos. Para mi alegría, lo había hecho y sentí que el mundo se
regocijaba con el descubrimiento. Cuando le dije a Nonna lo que había hecho, me obligó a
fregar la cocina de arriba a abajo sola durante un mes.

No había sido exactamente la reacción que esperaba.

Nonna decía que los hechizos de la verdad, aunque no son explícitamente parte de
las artes oscuras, nunca deberían usarse en humanos porque eran parte de Il Proibito. Los
Prohibidos eran pocos, pero tenían graves consecuencias.

El libre albedrío era una de las leyes más básicas de la naturaleza en este mundo,
más allá de las nociones de magia de luz o de oscuridad, y nunca se debería jugar con él,
razón por la cual los hechizos de verdad estaban prohibidos. Ella usaba a la vieja Sofia
Santorini como advertencia cada vez que cuestionamos sus estrictas reglas.
Sin embargo, no todas las brujas de nuestra comunidad compartían los mismos
puntos de vista que Nonna. Cuando el aquelarre se disolvió, algunas familias, como la de mi
amiga Claudia, se volvieron abiertamente hacia las artes oscuras. Creían que la magia era
magia y que podía —y debía— usarse como quiera que una bruja quisiera usarla. Sangre,
huesos; los practicantes de las artes oscuras decían que todas eran herramientas viables.
Vittoria intentó usar esa lógica con Nonna cuando teníamos quince años y terminó siendo
la encargada del baño durante una semana entera.

—¿Estás pensando en escaparte del restaurante para celebrar mañana? —Antonio


terminó de cortar la mozzarella en cubos y comenzó a picar albahaca fresca.

—Tal vez. Depende de cuántos clientes tengamos y qué tan tarde se haga.
Honestamente, podría irme a casa y probar algunas recetas nuevas o leer.

—Ah. Una joven tan piadosa, leyendo el Buen Libro.

—Mmh. —Sonreí a mi tabla de cortar. La novela que estaba leyendo era un buen
libro, simplemente no era el Buen Libro. Me abstuve de contarle sobre el último capítulo
que leí, en el que el héroe expresó su amor de muchas maneras coloridas y físicamente
asombrosas. Supuse, técnicamente, que su resistencia podría considerarse milagrosa. Sin
duda yo me convertiría en una creyente de expectativas imposibles.

—¿Tienen planeadas actividades divertidas con la hermandad?

—La diversión es subjetiva. Probablemente estaremos en algún lugar cerca de la


carroza, haciendo cosas muy serias y sagradas.

No lo dudaba. Después de que la madre de Antonio murió repentinamente el verano


pasado, sorprendió a todos cuando se fue de casa y comenzó su vida religiosa. Centrarse en
reglas estrictas lo ayudó a llevar su duelo. Ahora lo estaba haciendo mucho mejor, y me
alegraba por él, incluso si eso significaba que nunca estaríamos juntos.

—Aquí. —Le entregué la barra de pan—. Corta esto y yo sazonaré la comida.

Vertí los tomates cortados en un tazón y agregué la mozzarella y la albahaca. Un


poco de aceite de oliva, un poco de ajo picado y una pizca de sal marina, todo en rápida
sucesión. Como el pan no estaba tostado y la hermandad no comería de inmediato, agregué
un poquito de mi balsámico y revolví todo. No era exactamente la presentación que elegiría,
pero era más importante que la comida tuviera buen sabor y no dejara que el pan se
empapara.

—¿Como estuvo tu viaje? —pregunté—. Escuché que tenías que sofocar los rumores
de cambiaformas.

—Ah, sí, los herejes que vinieron aquí desde el distrito de Friuli después de la
Inquisición están contando algunas historias interesantes. Los poderosos guerreros, cuyos
espíritus dejan sus cuerpos en forma animal, para proteger las cosechas de las fuerzas
malévolas, ciertamente han regresado —resopló—. Al menos esa es la historia que nos
contaron en el pueblo al que me asignaron. Están convencidos de que hay una asamblea
espiritual donde una diosa les está enseñando formas de protegerse del mal. Es difícil
romper las viejas creencias. —Se encontró con mi mirada y un mundo de problemas se
gestaba en sus ojos—. Tu nonna no es la única que cree que los demonios han llegado.

—Yo…

Una voz sonó en el pasillo, demasiado baja para distinguir las palabras con claridad.
Antonio se llevó un dedo a los labios. Quienquiera que fuera habló de nuevo, un poco más
alto. Todavía no podía entender lo que habían dicho, pero no parecían amigables. Busqué a
tientas un cuchillo. Una figura encapuchada entró en la cámara desde las sombras y
lentamente extendió sus brazos hacia nosotros.

—Paganos-s-s.

La piel de gallina se elevó como un ejército de muertos vivientes por todo mi cuerpo.
Los gritos sobre demonios de Nonna fueron reemplazados por mi verdadero miedo a los
cazadores de brujas. Me habían encontrado. Y no había forma de que pudiera usar magia
delante de ellos, o de Antonio, sin delatarme.

Salté hacia atrás tan rápido que tropecé con mis faldas y choqué contra la canasta de
suministros. Los cubiertos cayeron al suelo. La botella de mi balsámico especial se hizo
añicos.

Antonio agarró un rosario de madera que había estado escondido debajo de su


túnica y dio un paso adelante, colocándose entre el intruso y yo.

—En el nombre de Jesucristo, te ordeno que te vayas, demonio.

De repente, la figura se dobló y... se rio. El terror dejó de atravesarme y rápidamente


fue reemplazado por ira. Me aparté de la pared y miré.

—Vittoria.

Mi gemela dejó de reír y se echó la capucha hacia atrás.

—No me hagas caso. Me estoy imaginando la expresión de tu rostro de nuevo, y es


aún más divertida la segunda vez.

Antonio se alejó lentamente, frunciendo el ceño ante el lío de vidrio y vinagre.


Respiré hondo y conté en silencio hasta diez.

—Eso no fue gracioso. Y me hiciste romper mi balsámico.

Vittoria hizo una mueca ante los trozos de vidrio esparcidos por el suelo.

—Oh, Emilia. Lo siento mucho. —Cruzó la pequeña habitación y me aplastó contra


ella en un abrazo gigante—. Cuando lleguemos a casa, puedes romper mi perfume favorito
de salvia blanca y lavanda como retribución.
Solté un largo suspiro. Sabía que lo decía en serio; felizmente me entregaría su
botella y me vería romperla en pedazos, pero yo nunca elegiría la venganza.

—En su lugar, me conformaré con una copa de la mezcla de vino de limoncello que
haces.

—Haré un cántaro completo. —Besó cada una de mis mejillas con fuerza, luego
asintió hacia Antonio—. Eres muy intimidante con todo el mando del señor, hermano
Antonio. Si fuera un demonio, estoy segura de que definitivamente habría sido desterrada
al Infierno.

—La próxima vez blandiré agua bendita. Para quemar al diablo en ti.

—Hmm. Es posible que debas traer una jarra para que funcione, especialmente si lo
invoco aquí.

Él sacudió la cabeza y luego se volvió hacia mí.

—Debería irme; la hermandad necesita mi ayuda para prepararse para mañana. No


te preocupes por el vinagre derramado, volveré más tarde para limpiarlo. Gracias de nuevo
por la comida, Emilia. Después del festival, viajaré un poco para disipar más rumores
supersticiosos, pero espero verte cuando regrese.

No dos respiraciones después de que salió de la habitación, mi estúpida hermana


comenzó a bailar por la habitación, fingiendo besar apasionadamente a lo que solo podía
asumir que era Antonio.

—Oh, Emilia. Espero verte cuando regrese. Preferiblemente desnuda, en mi cama,


gritando el nombre del señor.

—¡Detente! —La golpeé, mortificada—. ¡Probablemente todavía pueda escucharte!

—Bien. —Movió las caderas de manera sugerente—. Quizás le dé algunas ideas. No


es demasiado tarde para dejar la hermandad. No existe ninguna ley o decreto que diga que
una vez que acepta las órdenes, debe quedarse para siempre. Hay muchas formas más
interesantes para que un hombre encuentre la religión. Tal vez puedas bañarte en agua
bendita y mostrárselas.

—Eres increíblemente blasfema.

—Y tú estás rojo cereza. ¿Por qué no le dices cómo te sientes? O tal vez deberías
simplemente besarlo. A juzgar por la forma en que te mira, dudo que le importe. Además, lo
peor que puede pasar es que se pondrá poético en sus órdenes religiosas y tendrás que
estrangularlo con su rosario.

—Vamos, Venus. Has tenido suficiente formación de parejas por un día.

Agarré su mano y salí apresuradamente de la habitación, aliviada de encontrar el


pasillo vacío.
Nada de Antonio. O cualquier otro miembro de la santa hermandad. Gracias a la
diosa. Corrimos por los oscuros pasillos y no paramos de correr hasta que el monasterio se
convirtió en una mancha en la noche.
***

Desde la comodidad de la cocina de nuestra casa, Vittoria recogió naranjas


sanguinas, limoncello, vino tinto y una botella de prosecco. Observé desde la isla mientras
metódicamente agregaba todo a una jarra. Una taza de esto, un chorrito de aquello, unas
cuantas cáscaras azucaradas… pociones y perfumes eran donde su magia brillaba más
intensamente, y a menudo se traducía en bebidas. Era una de las pocas ocasiones sobre las
que era completamente seria, y me encantaba verla perderse en pura felicidad.

Se me hizo la boca agua mientras cortaba naranjas. Esta era mi bebida favorita con
diferencia: Vittoria se inspiró en la sangría, que en los últimos años también se había vuelto
muy popular en Francia e Inglaterra. Algunas familias inglesas que se habían mudado a
Palermo trajeron sus recetas con ellos, añadiéndolas a nuestra ya ecléctica historia. Nonna
dijo que los españoles habían sido influenciados por un vino condimentado de la antigua
Roma llamado hipocrás. No importaba dónde se originó, simplemente me encantaba el
sabor del jugo de naranja mezclado con el vino y las burbujas efervescentes creadas a
partir del prosecco.

Vittoria metió una cuchara en la mezcla, la removió vigorosamente y luego la probó


antes de servirme un generoso vaso. Cogió la botella de limoncello y nos indicó que
subiéramos las escaleras.

—Date prisa, Emilia, antes de que alguien se despierte.

—¿Dónde estabas antes? —Cerré silenciosamente la puerta del dormitorio detrás de


nosotras—. Nonna estaba a un paso de usar todo nuestro aceite de oliva para ver si el mal
entraba en Mar & Vid, y probablemente en el resto de la isla si podía.

Vittoria se derrumbó sobre su colchón, botella de limoncello en mano, y sonrió.

—Estaba invocando al diablo. Un libro antiguo me susurró sus secretos y he


decidido tomarlo como mi esposo. Te invitaría a la boda, pero estoy bastante segura de que
la ceremonia se lleva a cabo en el Infierno.

Le di una mirada penetrante. Si ella no quería decirme la verdad, bien. Podía


guardarse su romance secreto con Domenico para sí misma durante el tiempo que quisiera.

—Tienes que dejar de llamar tanto la atención.

—¿O si no qué? ¿Vendrán los Malvagi y me robarán el alma? Tal vez simplemente se
la venda.

—De lo contrario, las cosas terminarán mal para nuestra familia. Dos chicas fueron
asesinadas la semana pasada. Ambas eran brujos. Antonio dijo que la gente en la última
ciudad que visitó hablaba de cambiaformas. Ahora no es el momento de bromear sobre el
diablo. Ya sabes cómo se vuelven los humanos. Primero son los cambiaformas, luego los
demonios, y luego es solo cuestión de tiempo antes de que las brujas sean atacadas.

—Lo sé. —Vittoria tragó saliva y apartó la mirada. Abrí la boca para preguntarle qué
había estado haciendo en el monasterio, pero cuando se dio la vuelta, su mirada brillaba
con picardía—. Entonces. ¿Has bebido algún vino o licores especiales últimamente?

Dejé ir mi interrogatorio.

“Vino o licores especiales” era su código para “sentido de brujería sobrenatural”. A


menudo usaba códigos para discutir temas que queríamos ocultar a los humanos o abuelas
entrometidas. Me acurruqué contra mi almohada y levanté las rodillas. Antes de contar mi
historia, susurré un hechizo de silencio para cubrir el sonido de nuestras voces.

—Bueno, la otra noche soñé con un fantasma...

—¡Espera! —Vittoria dejó su limoncello y agarró su diario, pluma en mano y tintero


listo—. Cuéntamelo todo. Hasta el último detalle. ¿Qué aspecto tenía el fantasma? ¿Viste
algún contorno o sombra brillante, o fue más como algo que sentiste? ¿Te habló? ¿Cuándo
sucedió esto, justo cuando te dormiste o más tarde en la noche?

—Estaba más cerca de la mañana. Al principio pensé que estaba despierta.

Bebí un sorbo y le conté sobre el extraño sueño, la voz incorpórea que susurraba
demasiado bajo para escuchar algo más que lo que sonaba como el lenguaje sin sentido de
los sueños, creyendo que solo había sido mi imaginación hiperactiva en acción, y no los
primeros signos del horror por venir.
Tres
Rápidamente rompí el esqueleto de pescado para el caldo, ignorando el crujido
amortiguado de los huesos. Ya estábamos listos para el servicio de la cena cuando me di
cuenta de que había olvidado mi canasta en el monasterio. Como era un día sagrado y las
multitudes ya habían salido en masa, tenía que esperar hasta que Mar & Vid cerrara para
recuperar mis cosas.

Quizás fue una bendición de la diosa. Dado que la hermandad estaría celebrando La
Santuzza, el Pequeño Santo, no tendría que preocuparme por ver a Antonio. Realmente no
quería encontrarme con él después de las mortificantes charadas de Vittoria anoche. Ella
podía salirse con la suya siendo audaz y descarada, y la gente la adoraba por eso.
Desafortunadamente, era una habilidad que yo no dominaba.

Miré a mi hermana, quien había estado inusualmente callada toda la mañana. Algo la
estaba preocupando. Después de que le conté sobre mi sueño anoche, parecía a punto de
confiar en mí.

En lugar de hablar, dejó su diario a un lado, se dio la vuelta en el colchón y se fue a


dormir. Me pregunté si se habría peleado con su novio secreto. Tal vez se suponía que
debía encontrarse con él en el monasterio y él no se presentó.

—Sé que estaremos ocupadas esta noche —dijo Vittoria de repente, interrumpiendo
mis pensamientos—, pero tengo que irme un poco antes.

Nonna pasó rápidamente junto a mi madre, que estaba preparando un expreso para
servir con el postre, levantó una canasta de mimbre llena de pequeños caracoles hasta la
isla y asintió con la cabeza a mi gemela.

—Aquí. Hierve estos para los babbaluci. —Golpeó la mano de mi gemela—. No por
mucho tiempo. No queremos que se conviertan en goma.

Arqueé las cejas, esperando a que Nonna le prohibiera a mi gemela que se fuera. No
dijo nada. Mientras Vittoria hervía rápidamente unos puñados de caracoles, Nonna picaba
ajo y ponía una sartén con aceite de oliva al fuego. Pronto estábamos todas en ritmo, y dejé
a un lado lo que estaba molestando a mi hermana a favor de dominar mi caldo de pescado.
Haría que me lo contara todo más tarde.

Vittoria sacó los caracoles, Nonna los añadió al aceite y al ajo, los frio ligeramente y
los remató con sal, pimienta y perejil fresco. Susurró una bendición sobre los platos,
agradeciendo a la comida por su nutrición y a los caracoles por su sacrificio. Era algo
pequeño, y no necesariamente mágico, pero juro que hacía que la comida supiera mejor.
—¿Nicoletta? —llamó Nonna. Mi madre dejó a un lado su última bandeja de postre y
se echó un paño por encima del hombro—. Lleva a tu hermano este cuenco de babbaluci y
dile que salga y le dé un bocado a cualquiera que parezca hambriento. Ayudará con la línea.

Y atraería a más gente a nuestra trattoria. Puede que Nonna no usara magia
directamente con los clientes, pero era experta en el arte de atraer a los humanos usando
sus propios sentidos. Una bocanada de ajo frito haría que muchos clientes hambrientos
adornaran nuestras mesas.

Una vez que mi madre se fue, Nonna nos apuntó con su cuchara de madera tallada.

—¿Vieron el cielo esta mañana? Estaba tan rojo como la sangre del diablo. Esta
noche no es una noche para salir. Quédense y trabajen en sus grimorios: cosan milenrama
seca dentro de sus faldas. Hay mucho que hacer en casa. ¿Están usando sus amuletos? —
Saqué el mío de debajo de mi corpiño. Vittoria suspiró e hizo lo mismo—. Bueno. No se los
han quitado, ¿verdad?

—No, Nonna. —Ignoré la pesadez de la mirada de mi hermana cuando aterrizó en


mí. Técnicamente no estaba mintiendo. Ella se había quitado el amuleto cuando teníamos
ocho años; yo me había dejado el mío. Por lo que sabía, ninguna de las dos se lo había
vuelto a quitar.

Nonna respiró hondo, pareciendo tranquilizada.

—Gracias a la diosa por eso. Saben lo que pasaría de otra manera.

—Nuestro mundo se convertirá en pesadillas y cenizas. —Vittoria extendió los


brazos como si fuera un demonio que se moviera lentamente y se tambaleó hacia
adelante—. El diablo vagará libre. Seremos bañadas en la sangre de inocentes, nuestras
almas serán maldecidas al Infierno por la eternidad.

—No deberías molestar a las diosas que han enviado señales, Vittoria. Esos
amuletos podrían liberar a los príncipes demonios. A menos que quieras ser responsable
de que los Malvagi ingresen a este reino después de que La Prima los encerró, presta
atención a las advertencias.

Cualquier rastro de humor restante abandonó el rostro de mi hermana. Se volvió


hacia el siguiente lote de caracoles y agarró su cornicello con fuerza. Tragué saliva,
recordando al sabueso del infierno que habíamos escuchado esa noche hace tanto tiempo.
Nonna tenía que estar equivocada, su advertencia era más superstición. El diablo y todo su
reino demoníaco estaban encarcelados. Además, Nonna siempre decía que nuestros
amuletos no se podían juntar. No había dejado que se tocaran, simplemente había abrazado
a mi hermana mientras todavía usaba el mío. Los príncipes del Infierno estaban donde
pertenecían. No había demonios vagando por la Tierra. Todo estaba bien.

Aun así, cuando nuestra abuela nos dio la espalda, Vittoria y yo compartimos una
mirada larga y silenciosa.
Cuatro
Me quedé mirando fijamente al oscuro monasterio, incapaz de deshacerme de la
sensación de que alguien me devolvía la mirada, con los colmillos descubiertos en una
mueca despectiva. Lo cual era una señal de que las supersticiones de Nonna habían logrado
ponerme nerviosa después de todo. A menos que una bruja poderosa hubiera lanzado un
hechizo inaudito para animar piedra caliza y vidrio, era solo un edificio vacío.

—Grazie, Nonna —dije en voz baja, sin sentirme realmente agradecida en absoluto.

Me dirigí hacia una puerta de madera que estaba en las sombras. Las gruesas
bisagras de hierro crujieron en protesta cuando me deslicé dentro. En algún lugar de las
vigas de arriba, un pájaro tomó vuelo, sus alas batiendo al compás de mi corazón.

El Monasterio Capuchino estaba a menos de un kilómetro de nuestro restaurante y


era uno de los edificios más queridos de Palermo. No por su arquitectura, sino por las
catacumbas ubicadas dentro de sus muros sagrados. Me gustaba bastante durante el día,
pero no pude evitar el frío que se aferraba a mí en la oscuridad. Ahora que estaba
completamente vacío, una inquietante premonición se apoderó de mis sentidos. Incluso el
aire se sentía tenso, como si estuviera conteniendo la respiración por algún descubrimiento
perverso.

Los lamentos sobre demonios de Nonna continuaron atormentándome mientras me


deslizaba más adentro del monasterio silencioso y me armé de valor contra una creciente
sensación de pavor. Realmente no quería pensar en monstruos ladrones de almas de ojos
rojos invadiendo nuestra ciudad, especialmente mientras estaba sola.

Abracé mis brazos contra el pecho y caminé rápidamente por un pasillo oscuro
bordeado de momias. Las habían posadas de pie, vestidas con prendas de su elección, su
ropa databa de hace cientos de años.

Traté de no darme cuenta de sus miradas vacías y sin vida mientras me apresuraba.
Era la forma más rápida de llegar a la habitación donde había dejado mi canasta, y maldije a
la hermandad por el diseño espeluznante.

Aunque a mi hermana nunca le molestó. Cuando éramos más jóvenes, Vittoria


quería lavar y preparar los cuerpos de los difuntos. Nonna no aprobaba su fascinación por
los muertos y pensó que podría llevarla a una obsesión por le arti oscure. Yo estaba dividida
sobre el tema, pero al final no importó; la hermandad eligió a nuestra amiga Claudia para
esa tarea.

En las raras tardes en las que no estábamos trabajando y podíamos caminar por la
playa, recogiendo conchas para las Bendiciones de la Luna, Claudia compartía historias
sobre cómo surgieron las momias. Yo retorcía los dedos de los pies en la arena tibia,
tratando de disipar la piel de gallina, pero Vittoria se inclinaba hacia adelante, con un brillo
hambriento en los ojos, hambrienta por cada bocado de información que Claudia nos
servía.

Hacía lo mejor que podía para olvidar esas historias morbosas ahora.

Una ventana estaba abierta en lo alto, permitiendo que una ráfaga de viento entrara
por el pasillo. Olía a tierra removida y sal, como si soplara una tormenta. Fantástico. Lo
último que necesitaba era quedarme atascada corriendo a casa bajo la lluvia.

Me moví rápidamente a través de la oscuridad. A cada extremo del largo pasillo, una
antorcha estaba encendida, dejando gran parte de mi camino en la sombra. Por el rabillo
del ojo, noté movimiento y me congelé. Dejé de caminar, pero el sonido de la tela al rozar la
piedra continuó por un buen respiro antes de quedarse en silencio también. Alguien o algo
estaba aquí.

Mi cuerpo entero estaba lleno de nervios. Negué con la cabeza. Ya estaba asustada
por los Malvagi y mi mente me estaba jugando una mala pasada. Probablemente era
Vittoria de nuevo. Reuní la poca valentía que pude y me obligué a darme la vuelta,
escudriñando el corredor de momias silenciosas y vigilantes en busca de mi hermana.

—¿Vittoria? —Miré hacia las sombras y casi grité cuando una formó una silueta más
densa que se elevó desde detrás de los cuerpos—. ¿Quién está ahí?

Fuera lo que fuera, no respondió. Pensé en los rumores que Antonio mencionó ayer,
y no podía dejar de imaginarme a un cambiaformas escondido en la oscuridad. Los vellos
de mis brazos se erizaron. Juro que sentí ojos sobre mí. Diminutas campanas de advertencia
sonaron en mi cabeza. El peligro acechaba cerca. Nonna tenía razón: esta noche no era una
noche para salir. Estaba contemplando lo rápido que podría salir corriendo cuando las alas
se agitaron en las vigas. Solté un suspiro. No había ninguna aparición, ni un cambiaformas
mitológico, ni un demonio acechándome. Solo un pajarito perdido. Probablemente lo asusté
más de lo que él me asustó.

Retrocedí lentamente por el pasillo y me dirigí a la siguiente cámara, ignorando el


nerviosismo que se apoderaba de mis huesos. Me apresuré a entrar en la habitación donde
había olvidado mi canasta y la agarré, volviendo a meter mis suministros, con las manos
temblando todo el tiempo.

—Pájaro estúpido.

Cuanto más rápido recogiera mis cosas, más rápido podría sacar a Vittoria del
festival y volver a casa. Luego tomaríamos prestada una botella de vino y nos meteríamos
en la cama, bebiendo y riéndonos juntas de las horribles proclamas de Nonna sobre el
diablo, cálidas y cómodas en la seguridad de nuestra habitación.

El roce de una bota contra la piedra me dejó inmóvil. No podía confundirse ese
sonido con las alas de un pájaro. Me quedé allí, apenas respirando, escuchando un silencio
que lo consumía todo. Agarré mi cornicello en busca de consuelo.
Entonces, algo silenciosamente comenzó a llamarme. Lento e insistente; un zumbido
silencioso que no pude dejar de lado. La Diosa sabe que lo estaba intentando. No era un
sonido estrictamente físico, más bien una sensación peculiar en la boca del estómago. Cada
vez que pensaba en huir, se volvía más exigente.

Tomé el cuchillo de mi cesta con la otra mano y caminé de puntillas por el pasillo,
deteniéndome para escuchar en cada cámara. Mi corazón latía con cada paso. Estaba medio
convencida de que podría dejar de funcionar por completo si no me calmaba.

Di un paso, seguido de otro. Cada uno más difícil que el anterior. Me tensé contra el
tamborileo de mi pulso, pero ningún otro sonido surgió de la oscuridad. Fue como si
hubiera conjurado el ruido anterior por miedo. Pero esa sensación...

Lo seguí más adentro en el monasterio.

Al final del siguiente pasillo me detuve frente a una habitación con la puerta
entreabierta. Lo que sea que me había estado llamando me llevó adentro; lo sentía. Un
ligero tirón en mi centro, una invocación contra la que no tenía esperanzas de luchar. No
sabía qué tipo de magia estaba en juego, pero claramente la sentía.

Dejé caer mi amuleto y contuve la respiración mientras me deslizaba sin ser vista,
recelosa de lo que me atraía. Nonna siempre reprendía mi capacidad para escabullirme sin
ser detectada, pero, en este momento, se sentía más como una bendición que como una
maldición.

En el interior, rastros de tomillo mezclado con algo metálico y algo de parafina


quemada flotaban alrededor. Mi visión tardó un momento en adaptarse, pero una vez que
lo hizo, contuve un grito ahogado, preguntándome cómo no lo había notado. Quizás su
quietud sobrenatural era la culpable.

Ahora que era consciente de su presencia, no podía apartar la mirada. Estaba


demasiado oscuro para distinguir sus rasgos con claridad, pero su cabello era de un tono
cercano al ónix, casi iridiscente como las alas de un cuervo que recibe la luz del sol. Era alto
y de complexión fuerte, como la estatua de un guerrero romano, aunque su ropa era la de
un fino caballero.

Sin embargo, había algo en él que me hacía aferrarme a las sombras, intranquila por
ser detectada.

Se cernía sobre un cuerpo envuelto. Mi mente se agitó con una docena de historias.
Quizás el amor de su vida murió trágicamente antes de que pudieran vivir juntos sus
sueños, y estaba enojado con el mundo. Quizás falleció pacíficamente mientras dormía. O
tal vez era la bruja asesinada que Nonna mencionó ayer.

Aquella cuyo cuerpo fue descubierto en nuestra ciudad.

Ese pensamiento fue como un cubo de agua helada derramado sobre mí. Dejé de
desarrollar fantasías mentales y me concentré más en la cámara. Un extraño surtido de
velas medio apagadas se disponía cuidadosamente en un círculo alrededor del altar de
piedra donde yacía el cuerpo. El aroma de tomillo flotó sobre mí de nuevo.

Era extraño para un hombre poner velas y quemar hierbas. Recordé el aroma del
tomillo anoche y me pregunté si había estado aquí mientras Antonio y yo estábamos
cocinando unas cuantas cámaras más abajo.

Lo miré fijamente, con el pulso acelerado, tratando de determinar si él fue la fuente


de magia que originalmente me llamó la atención. No lo creía. No había atracción hacia él,
solo a esta cámara. Sin previo aviso, la presión del aire de repente se sintió mal, como si
hubiera una distorsión en el espacio que nos rodeaba. Incluso las sombras parecieron
inclinarse en aquiescencia.

Claro. Fue un pensamiento ridículo. Primero, demonios fantasmas invisibles me


seguían a través de los pasillos, y ahora esto. No había nada amenazante en que un joven se
despidiera de la chica que amaba. Colocar velas alrededor de un cuerpo tampoco era tan
extraño. Mucha gente las encendía mientras rezaba a su dios. Una vez más, mi...

De repente él se inclinó hacia el cuerpo, sus manos rozaron el área por encima de su
corazón, y esperé a que le quitara el sudario y le diera un beso de despedida a su amada por
última vez. Cuando sacó la mano de debajo de la tela, sus dedos estaban cubiertos de
sangre. Lentamente, como en un trance diabólico, se llevó esos dedos a la boca y se los
lamió. Por un momento, me quedé mirando, incapaz de procesar lo que había visto.

Todo dentro de mí vibró y se quedó inmóvil. El miedo y la rabia se arremolinaron


juntos en una cacofonía cuando finalmente comprendí mi anterior innata sensación de
maldad.

Las advertencias sonaron a través de mí, gritando sobre demonios sedientos de


sangre, pero estaba indignada más allá de lo razonable. Esta no era una criatura de
medianoche, nacida de la oscuridad y la luz de la luna como afirmaba Nonna. Este monstruo
demasiado humano había irrumpido en las catacumbas y cometido los actos más viles;
probó la sangre de los muertos. Antes de que pudiera escuchar las advertencias que mi
abuela había golpeado en nuestros gruesos cráneos desde que nacimos, estaba fuera de mi
escondite, gritando como si yo fuera una criatura salvaje de la noche.

—¡Detente!

Ya fuera por la orden en bruto en mi voz, o más probablemente por la estridencia


ensordecedora de la misma, el extraño saltó hacia atrás unos centímetros, su movimiento
casi demasiado rápido para detectarlo. Había algo más extraño… algo… agarré mi cornicello
y me concentré en su aura; su luccicare no era lavanda, sino un negro brillante y multitono
con motas de oro. Me recordó al cuarzo de titanio de Nonna. Nunca antes había visto algo
así.

Miró del cuchillo de cocina que yo sostenía al cuerpo que yacía sobre la mesa,
probablemente debatiendo su próximo movimiento. Por primera vez, noté la daga en su
mano. Una serpiente dorada con ojos lavanda entrelazada alrededor de su empuñadura,
con los colmillos al descubierto. Era hermosa. Maligna. Mortal.

Por un momento, pensé que apuntaría directamente a mi corazón.

—Mantente alejado de ella —le advertí, dando un pequeño paso en su dirección—, o


gritaré lo suficientemente fuerte como para convocar a todos los fratello en este edificio.

Era una mentira. Toda la hermandad estaba cumpliendo con sus deberes para Santa
Rosalía. Hasta donde yo sabía, él y yo éramos los únicos en todo el monasterio. A pesar de
lo profundo que estábamos dentro de las catacumbas, nadie oiría mis gritos si se lanzaba
hacia mí. Pero no estaba indefensa.

Mi mano se soltó de mi amuleto y se movió hacia la tiza bendecida por la luna que
Nonna insistía que lleváramos en los bolsillos secretos de nuestra falda, lista para caer de
rodillas y dibujar un círculo de protección. Funcionaría contra un humano tan bien como
protegería contra cualquier amenaza sobrenatural. Dudé por si acaso era un cazador de
brujas y el uso de magia revelaba mi secreto.

Abrió la boca a punto de decir, lo que sea que hubiera dicho una persona después de
que la sorprendieron lamiendo la sangre de los muertos, cuando su mirada se posó en el
área cerca de mi pecho. El calor de su concentración casi me chamuscó el vestido. Había
probado sangre y luego tuvo el descaro de mirarme como si yo fuera otro manjar puesto en
esta tierra solo para su placer. O era eso...

—Mentirosa. —Su voz era profunda, áspera y elegante a la vez. Una hoja dentada
envuelta en seda. Todo el vello de mis brazos se erizó.

Antes de que soltara un torrente de maldiciones, hizo lo último que esperaba; giró
sobre sus talones y huyó. En su prisa por irse, su daga serpiente cayó al suelo. O no se dio
cuenta o no le importó. Esperé, un cuchillo de cocina apuntando frente a mí, respirando con
dificultad. No escuché pasos que se alejaran, solo un leve crujido como fuego. Ahí y se fue
demasiado rápido para estar segura.

Si cargaba desde las sombras, me defendería por todos los medios necesarios. No
importaba si la idea me mareaba. Pasó otro momento. Luego otro. Me tensé contra el fuerte
rugido de mi pulso, escuchando cualquier señal de pasos.

No había ningún sonido aparte de los frenéticos latidos de mi corazón.

No regresó. Contemplé perseguirlo, pero descubrí que ni mi respiración ni mis


piernas temblorosas estaban cooperando. Miré hacia abajo, preguntándome qué lo había
hecho parecer tan incómodo, y vi mi cornicello brillando en la oscuridad. Cómo...

El llamado silencioso volvió a tener fuerza, instándome a escuchar con atención.


Empujé los susurros en los rincones más profundos de mi mente. No necesitaba más
distracciones. Me tomó unos momentos desacelerar mi pulso para darme cuenta de que el
cuerpo sobre la mesa no era a donde la hermandad traía nuevos cadáveres para lavarlos y
prepararlos para la momificación.

De hecho, esta habitación no parecía ser utilizada para nada. Mi atención vagó por la
cámara, notando una gruesa capa de polvo. Aparte del altar de piedra en el medio, era una
pequeña habitación tallada en piedra caliza. No había estantes ni cajones ni suministros.
Olía a moho y aire viciado, como si hubiera estado sellada durante cientos de años y se
hubiera abierto recientemente. El mosto tenía un aroma mucho más fuerte que el leve
aroma anterior del tomillo.

Un cosquilleo incómodo comenzó en la parte superior de mi columna y se abrió


camino hasta los dedos de mis pies. Ahora que el extraño se había ido, no había duda de
que el cuerpo me estaba llamando. Lo que nunca era una señal positiva. No había tenido el
placer de hablar con los muertos antes y realmente no encontraba la idea demasiado
atractiva ahora. Quería huir y definitivamente no mirar debajo del sudario, pero no pude.

Agarré mi cuchillo y me obligué a caminar hacia el cadáver, obedeciendo ese tirón


silencioso e insistente, maldiciendo mi conciencia todo el camino. Antes de mirar el cuerpo,
agarré la daga del extraño del suelo, reemplazando mi endeble cuchillo de cocina con ella.
Su peso era un pequeño consuelo. Si el desviado bebedor de sangre regresaba, tenía un
arma mucho mejor con la que amenazarlo.

Sintiéndome tan reconfortada como podía, me volví hacia el cuerpo cubierto,


finalmente cediendo a su invocación. No permití que el miedo entrara en mi corazón
mientras le arrancaba el sudario de la cara.

Me quedé en silencio durante una respiración entera antes de que mi grito rompiera
la tranquilidad del monasterio.
Cinco
La magia es una entidad viviente que respira; prospera con la energía que le
das. Como todas las fuerzas de la naturaleza, no es ni buena ni mala, simplemente se
basa en la intención del usuario. Aliméntala con amor y florecerá y crecerá. Aliméntala
con odio y te devolverá diez veces el odio.

—Notas del grimorio di Carlo

El rostro que miraba era un espejo de mí misma. Ojos marrones, cabello castaño
oscuro, piel aceitunada bronceada tanto por el sol como por nuestra ascendencia
compartida. Estiré la mano, apartando tentativamente un mechón de cabello de la frente de
Vittoria, y tiré de mi mano hacia el calor que aún permanecía.
—¿Vittoria? ¿Puedes moverte?
Sus ojos estaban fijos y vacíos. Esperé a que parpadeara y luego jadeara de risa. Nunca
reprimía sus risitas por mucho tiempo.
Vittoria no se movió. Tampoco inhalé ni exhalé. Me quedé allí, mirándola, atrapada en
algún lugar entre la negación y el terror. No podía hacerme comprender la vista que tenía
delante. Tiré de mi cabello. La había visto una o dos horas antes.
Esta tenía que ser otra de sus estúpidas bromas.
—¿Vittoria? —susurré, esperando una respuesta. Los segundos se convirtieron en
minutos. Ella miró sin pestañear. Quizás estaba inconsciente. Me acerqué y la sacudí un
poco—. Por favor. Muévete.
Incluso con los ojos abiertos, se veía tan pacífica, acostada con un sudario bajo la
barbilla. Como si estuviera en un profundo trance encantado y un príncipe pronto vendría y
la despertaría con un beso. Algo se retorció profundamente dentro de mí. Esto no era un
cuento de hadas. Nadie viene a romper el hechizo de la muerte. Pero yo debería haber
estado aquí para rescatar a mi hermana.
Si solo hubiera dejado el restaurante antes, tal vez podría haber hecho algo para
salvarla. Quizás esa bestia asesina me hubiera tomado a mí en su lugar. O tal vez debería
haber insistido en que escuchara a Nonna y se quedara adentro. Podría haberle contado a
nuestra abuela sobre los amuletos. Tenía ante mí un centenar de opciones diferentes y no
había hecho nada. Tal vez sí… cerré los ojos contra la oleada de oscuridad que me atravesó.
Lo que fue peor.
Esta tenía que ser otra fantasía horriblemente vívida que creé, no había forma de que
esto fuera real. Y, sin embargo, cuando volví a abrir los ojos, no podía negar que Vittoria
estaba muerta.
Un constante goteo irrumpió en mis pensamientos. Parecía un ruido tan extraño, tan
mundano. Y, sin embargo, me concentré en ello intensamente. Ayudó a ahogar los
insistentes zumbidos y susurros que aún podía oír.
Quizás la locura se estaba filtrando.
El goteo disminuyó. Significaba algo… la ausencia de él. No podía pensar en eso ahora.
El extraño susurro finalmente se volvió demasiado silencioso para escucharlo. Como si lo
que fuera que lo hubiera causado se hubiera alejado mucho.
Un sollozo rompió el creciente silencio. Me tomó un momento darme cuenta de que
venía de mí.
La cámara giró hasta que casi colapsé. Mi gemela. Mi mejor amiga. Se había ido. Nunca
beberíamos, ni reiríamos, ni planearíamos nuestro futuro. Nunca se burlaría de las
supersticiones de Nonna ni volvería a saltar de las sombras. Nunca pelearíamos, ni nos
reconciliaríamos. Nunca me presionaría para ser más audaz, ni me diría que agarrara mis
sueños por el cuello. No sabía quién ser sin ella. Cómo seguir.
—No. —Sacudí la cabeza, negándome a aceptarlo. Había magia y engaños en juego.
Vittoria no podía estar muerta. Ella era joven, vibrante y muy llena de vida. Vittoria bailaba
con más ímpetu en los festivales, elogiaba a la luna y a la diosa de la noche y las estrellas
con más fuerza, y siempre hacía que todos se sintieran como su mejor amigo. No sabía
quién era esta persona inmóvil y silenciosa.
A través de mis lágrimas, quité completamente la mortaja. El vestido que llevaba era
blanco, como una ofrenda. Era de seda finamente elaborada, acentuada por encaje. Nunca
lo había visto. No éramos pobres, pero ciertamente no podíamos comprar algo así. No, a
menos que hubiera estado ahorrando durante los últimos veranos.
El delicado corpiño, destrozado, sin su cornicello, su...
Grité. Su corazón había sido arrancado de su pecho. El agujero irregular e inflamado.
Era un enorme abismo negro y carmesí en su cuerpo, tan antinatural que sabía que, si vivía
mil años, nunca lo borraría de mi memoria. Me quedé mirando la sangre, comprendiendo
finalmente la fuente del incesante goteo. Se acumuló debajo de su cuerpo y se esparció por
el altar.
Había tanta sangre. Parecía... Caí de rodillas, vomitando todo en mi estómago. Tuve
arcadas una y otra vez hasta que no quedó nada.
Cerré los ojos y la imagen allí fue aún más terrible. Inhalé respiración tras respiración,
pero no ayudó a aliviar el mareo. Ahora que había visto la sangre, todo lo que podía oler era
la esencia metálica de la muerte. Estaba en todas partes, impregnando todo. Me puse fría y
caliente de forma intermitente.
Me deslicé hacia adelante y me extendí sobre la piedra. Intenté levantarme y caí de
nuevo. Estaba cubierta de la sangre de mi gemela. Me acurruqué de lado y temblé. Esto era
una pesadilla. Me despertaría pronto. Me despertaría pronto, tenía que hacerlo. Las
pesadillas no duraban para siempre. Solo tenía que pasar la noche.
Entonces todo estaría bien.
No sé cuánto tiempo estuve allí, temblando y sollozando en el suelo, pero habían
pasado al menos una hora o dos. Quizás más. Necesitaba ayuda.
No es que nadie pudiera salvar a Vittoria ahora.
Con los brazos débiles, finalmente me levanté y miré a mi hermana, incapaz de
reconciliar la verdad ante mí.
Asesinada.
La palabra resonó en mí como una sentencia de muerte. El miedo atravesó mi
desesperación. Mi hermana había sido asesinada. Necesitaba ayuda. Necesitaba encontrar
seguridad. Necesitaba... Arrastré la hoja del extraño por mi palma y puse mi mano
sangrante sobre el cuerpo de mi hermana.
—Lo juro por mi vida, haré que pague quien hizo esto, Vittoria.
La miré por última vez, luego corrí como si el diablo viniera ahora por mi alma
maldita.
Seis
Los juerguistas se empujaban contra mí, salpicando copas de vino en sus túnicas y
vestidos, riendo y tratando de hacerme bailar, y así disfrutar de su alegría. Para celebrar la
victoria de la vida sobre la muerte que su santa bendita les trajo hace tantos años.

Aturdida, pasé por delante de nuestro restaurante a oscuras, cerrado hacía mucho
tiempo por la noche, y encontré el camino hacia nuestro vecindario. El dobladillo de mis
faldas estaba empapado de la diosa sabía qué. El material se me pegaba a los tobillos y me
picaba muchísimo. Seguí moviéndome, ignorando toda incomodidad. No tenía derecho a
sentir nada cuando mi hermana nunca volvería a sentir.

—Pequeña bruja completamente sola.

No fue más fuerte que un siseo, pero la voz envió un violento estremecimiento por
mi espalda. Giré sobre mis talones y miré hacia una calle vacía.

—¿Quién está ahí?

—Los recuerdos, como los corazones, se pueden robar.

La voz estaba detrás de mí ahora. Me di la vuelta con el corazón acelerado y no vi…


nada.

—Esto no es real —susurré. Mi mente se estaba burlando de mí con cosas horribles


después de encontrar el cuerpo mutilado de mi hermana. Parecía que mi demonio fantasma
invisible había encontrado una voz, un pensamiento tan ridículo que ni siquiera podía
considerarlo como verdad—. Vete.

—Él quiere recordar, pero solo olvida. Él vendrá pronto.

—¿Quién es? ¿El hombre que le hizo esto a Vittoria?

Giré, las faldas se enredaron a mi alrededor. No había ni un solo ser vivo en la calle.
De hecho, parecía inquietantemente silencioso, como si alguien hubiera extinguido toda la
vida. No había luces encendidas dentro de las casas. No había movimiento ni ruido.
Tampoco podía escuchar el bullicio y la emoción del festival.

Una espesa niebla antinatural se arrastraba por el suelo y se enroscó alrededor de


mis pies, trayendo consigo el olor a azufre y ceniza. Nonna diría que era una señal de que
los demonios estaban cerca. Me pregunté si algún humano asesino estaría escondido en las
sombras, esperando con un cuchillo.

—¿Quién viene? —exigí, sintiéndome cada vez más como si estuviera atrapada en
una terrible pesadilla. Cerré los ojos y me obligué a volver a la realidad. No podía
derrumbarme ahora—. Cuando vuelva a abrir los ojos, todo volverá a la normalidad.
Y así fue. No había niebla sulfúrica, los sonidos de familias sentadas juntas flotaban a
través de las ventanas abiertas y los abucheos de los asistentes borrachos resonaron por
todas partes.

Me froté los brazos y corrí hacia mi casa. Demonios fantasmales. Voces sin cuerpo.
Niebla diabólica. Sabía exactamente lo que estaba pasando: estaba sufriendo de histeria. Y
ahora no era el momento. El cuerpo de Vittoria necesitaba regresar a casa para los ritos de
defunción. Podría esconder mi propia desesperación e ilusiones lo suficiente para hacer eso
por ella.

Después de unos minutos de avanzar sin pensar por calles conocidas, me paré fuera
de nuestra casa de piedra y me detuve bajo el enrejado cubierto de plumeria, incapaz de
formular las palabras que necesitaba decir. No tenía ni idea de cómo dar la noticia a mi
familia.

En unos momentos, todos se sentirían como si los hubieran golpeado y roto


también.

De aquí en adelante, nuestras vidas nunca volverían a ser las mismas. Imaginé el
grito de mi madre. Las lágrimas de mi padre. El horror en el rostro de Nonna, sabiendo que
todos sus preparativos para salvarnos del mal, habían sido inútiles.

Vittoria estaba muerta.

Debo haber gritado o hecho algún ruido. Una franja de luz dorada atravesó la
oscuridad antes de desvanecerse con la misma rapidez. Nonna estaba en la ventana,
esperando. Probablemente había estado allí desde que llegó a casa. Preocupada y
angustiada. Sus advertencias de que el diablo agitaba los mares y que el cielo era del color
de su sangre no parecían ahora una vieja superstición tonta.

La puerta se abrió antes de que terminara de subir los escalones tallados en el frente
de nuestra casa y alcanzara la perilla.

Nonna comenzó a negar con la cabeza, con los ojos llorosos, mientras agarraba su
cornicello. No tuve que decir nada. La sangre que manchaba mis manos decía suficiente.

—No. —Su labio inferior tembló. Nunca antes había visto tanta desesperación y
miedo ondulado en el rostro de Nonna—. No. No puede ser.

El vacío dentro de mí se extendió. Todas sus lecciones, todos nuestros


encantamientos… para nada.

—Vittoria está… —Tragué saliva, la acción casi ahogándome—. Ella está…

Me quedé mirando la daga serpiente que todavía sostenía, pero no recordaba


haberla tomado. Me pregunté si era el arma que le había quitado la vida a mi hermana. Mi
agarre se apretó.
Nonna echó un vistazo a la daga y me envolvió en sus brazos, abrazándome con
fuerza contra ella.

—¿Qué pasó, bambina?

Enterré mi rostro en su hombro, respirando el familiar aroma de especias y hierbas.


Abrazar a Nonna hizo que todo fuera real. Toda la maldita pesadilla.

—Tus peores miedos.

Destellos de mi gemela y su corazón perdido cruzaron mi mente, y cualquier hilo de


fuerza al que me había aferrado se rompió, sumergiéndome en la oscuridad.

****

El día después de que pusimos a mi hermana a descansar, me senté sola en nuestra


habitación, con un libro sin abrir en mi regazo. Estaba tan silencioso. Solía apreciar los días
tranquilos como este, cuando mi gemela estaba fuera siendo aventurera y yo me estaba
aventurando con un personaje favorito. Un buen libro era su propio tipo de magia, uno al
que podía entregarme sin temor a ser atrapada por quienes nos perseguían. Me encantaba
escapar de la realidad, especialmente en tiempos de problemas. Las historias hacían que
todo fuera posible.

Mi atención se trasladó a la puerta de la misma manera que lo había hecho durante


toda la mañana, buscando una señal de que Vittoria estaba a punto de atravesarla, con su
rostro enrojecido y su amplia sonrisa. Todo estaba quieto.

Abajo, una cuchara tintineó contra el caldero de hierro fundido. Un momento


después, surgieron aromas de hierbas. Nonna había estado haciendo velas de hechizos sin
parar. Los encendió para la polizia, ayudándoles a guiarlos en su búsqueda. O eso afirmaba
ella. Había visto la vela de enebro y belladona que había hecho con una pizca de sal y una
pizca de pimienta. Era su propia receta y no se usaba para aclarar las cosas.

Dejé mi libro a un lado y bajé las escaleras, cerca del borde de la cocina. No del todo
hambrienta, pero sintiéndose vacía, hueca. No tenía ganas de cocinar o crear, y no podía
imaginarme nunca volver a sentir esa luz y libertad. Vivir en un mundo sin mi hermana se
sentía oscuro y mal.

Nonna miró hacia arriba.

—Ven a sentarte, Emilia. Te prepararé algo para comer.

—Está bien, Nonna. Puedo prepararme algo.

Me acerqué al depósito de hielo y casi me echo a llorar cuando vi la jarra de vino de


limoncello que Vittoria me había preparado. Nadie lo había tocado.

Rápidamente cerré la puerta y me senté en el borde del taburete más cercano.


—Aquí tienes. —Nonna puso un cuenco de ricotta endulzada frente a mí, con
expresión amable—. Los postres siempre son fáciles.

Empujé el brebaje cremoso.

—¿Crees que alguien descubrió… lo que somos? Tal vez Vittoria bromeó sobre el
diablo o los demonios con el humano equivocado.

—No, bambina. No creo en absoluto que fuera un humano quien la atacó. No con las
señales que hemos estado recibiendo. O la deuda de sangre.

Me había olvidado por completo de la misteriosa deuda de sangre. Parecía que había
pasado toda una vida desde que Nonna lo mencionó por primera vez.

—¿Crees que la deuda de sangre es responsable del asesinato de Vittoria?

—Mmm. Era parte de un antiguo pacto entre La Prima y el diablo. Algunos creen que
La Prima maldijo a los Malignos, otros creen que el diablo maldijo a las brujas. Un día llegó
una advertencia: «Cuando la sangre de bruja se derrame por Sicilia, toma a tus hijas y
escóndete. Los Malvagi han llegado». Ahora ha habido tres asesinatos de brujas.

—No significa que los Malignos las hayan matado. ¿Qué hay de los cazadores de
brujas? ¿No crees que suena más lógico en lugar de que la realeza demoníaca esté
escapando del infierno? Sabes tan bien como yo cuánto temen los humanos a las brujas y
cuán dispuestos están a cometer los mismos pecados de los que nos acusan. De hecho,
Antonio dijo que un pueblo no muy lejos de aquí está convencido de que los cambiaformas
han estado divirtiéndose con una diosa. Tal vez alguien así vio a Vittoria susurrar un
hechizo y la mató.

—El diablo agitó los mares e hizo sangrar el cielo. ¿Qué más te convencerá de que
está llamando a nuestra puerta un peligro que no tiene nada que ver con los mortales? ¿Qué
uso tienen los humanos con los corazones de brujas?

Respiré hondo, tratando de calmar la ira que se acumulaba dentro de mí. Este no era
el momento de creer en historias transmitidas de generación en generación. Ahora era el
momento de considerar los hechos que tenían más sentido. Comenzando con la primera
víctima en Sciacca, más de una semana antes del asesinato de Vittoria, ni una sola familia de
brujas había presentado información sobre la llegada de los Malignos. Hasta que se
descubrieran nueva evidencia o pruebas sobre los príncipes demonios, me apegaría a mi
teoría de que un ser humano es el responsable.

—¿Vamos a hablar con la policía, Nonna?

—Si investigan demasiado de cerca y descubren lo que somos, ¿crees que tu destino
será diferente al de tu hermana?
Negué con la cabeza. No quería pelear con mi abuela. Tampoco podía encontrar una
manera de decirle a la policía que los cazadores de brujas podrían ser los culpables sin
lanzar sospechas sobre nosotros.

Estaba tan frustrada que podía gritar. Mi gemela había sido asesinada. Nadie que
conociera a mi hermana desearía hacerle daño. Lo que significaba que tenía que ser un
extraño o alguien que había descubierto lo que era. Según Nonna, las otras dos víctimas
también eran brujas. Eso no era una mera coincidencia: era una conexión. Una mujer con
poco poder era aterradora para algunos.

Cerré mis manos en puños, concentrándome en el dolor de mis uñas hundiéndose en


mi piel. Alguien eligió lastimar a Vittoria. Y quería saber quién. Por qué.

¿Qué había estado haciendo Vittoria en las horas previas al ataque? No solía visitar
el monasterio, pero la había visto allí dos veces en la misma cantidad de días.

Era posible que se encontrara con ese extraño hombre de cabello oscuro allí. Con
qué propósito, no estaba segura. Ella podría haber estado involucrada en secreto con él. O
tal vez el asesino la arrastró hasta allí contra su voluntad. Tal vez ella no lo conocía en
absoluto y él la había interceptado mientras ella se dirigía a otra parte.

No podía recordar exactamente a qué hora había dejado Mar & Vid. Ese día había
comenzado como cualquier otro: nos levantamos, nos vestimos, compartimos una comida
matutina y nos fuimos a trabajar con nuestra familia para prepararnos para el ajetreado día
del festival.

Ni siquiera le había preguntado a dónde iba. No sabía que nunca volvería.

Las lágrimas amenazaban con salir, pero las contuve. Si pudiera retroceder en el
tiempo, haría muchas cosas de manera diferente. Me puse las palmas de las manos en los
ojos y me ordené a mí misma a mantenerme tranquila.

—No es fácil para ninguno de nosotros, Emilia —dijo Nonna—. Déjalo pasar. Deja
que las diosas se venguen a su manera. La Primera Bruja no permitirá que las cosas sigan
así: confía en que tiene un plan para los Malvagi y trabaja en tus hechizos de protección. Tu
familia te necesita.

—No puedo sentarme aquí mientras la persona que la mató anda libre. Por favor, no
me pidas que confíe en una bruja que nunca he conocido, o en diosas que no estoy segura
de que existan realmente. Vittoria merece justicia.

Nonna tomó mi cara con los ojos llorosos.

—Debes dejar esto en paz por tu familia. Nada bueno vendrá de tocar puertas que es
mejor dejar cerradas. Encuentra perdón y aceptación en tu corazón, o la oscuridad se
filtrará y te destruirá.
Me disculpé y volví arriba. Necesitaba estar sola con mis pensamientos. Me dejé caer
en mi cama, atormentada por los recuerdos de esa cámara maldita donde había encontrado
a Vittoria.

La había analizado una y otra vez con gran detalle, tratando de averiguar qué había
llevado a mi hermana allí. Me faltaba algo vital. Algo que podría ayudar a encontrar al
asesino de Vittoria.

Cerré los ojos y me concentré lo más que pude, fingiendo que estaba de nuevo en esa
habitación con su cuerpo. Seguí pensando en cómo estaba vestida. No tenía idea de dónde
había sacado el vestido blanco. No lo llevaba la última vez que la vi. Lo que planteó la
pregunta de qué había estado haciendo esa tarde. ¿Estaba secretamente a punto de casarse
con Domenico? ¿O había planeado algo más?

Luego estaba el misterio de su cornicello desaparecido. Nonna nos dijo que nunca
nos quitáramos los amuletos y, aparte de esa vez cuando teníamos ocho años, nunca lo
hicimos. O al menos yo nunca lo volví a hacer. Quizás mi hermana lo había hecho, pero no
podía entender por qué. No teníamos que ver o creer completamente en los Malignos para
temerles. Las historias de Nonna eran lo suficientemente aterradoras. Vittoria bromeaba
sobre las supersticiones de Nonna, pero ella estaba desenterrando tierra de tumba,
limpiando frascos de agua bendita y bendiciendo nuestros amuletos con la luz de la luna
llena todos los meses conmigo.

Rodé sobre mi costado, contemplando las preguntas más inquietantes de todas; si


ella no se quitó el amuleto de protección, ¿quién lo hizo y dónde estaba ahora?

Si un cazador de brujas descubría quién era ella, era posible que lo tomara como
premio. Tal vez sospechaba que era un objeto mágico real, a diferencia de otros amuletos
hechos por humanos. Mis pensamientos volvieron a centrarse en ese extraño de cabello
oscuro. Vestido con ropas tan finas, ciertamente no era miembro de la santa hermandad. Y
no parecía el tipo de persona que entrega su vida a Dios. Parecía demasiado desafiante para
la religión. No había conocido a un cazador de brujas antes, así que no podía descartar eso.
Tal vez era un ladrón; ciertamente se había movido entre las sombras con facilidad.

Me maldije por no perseguirlo cuando tuve la oportunidad. Cuando huyó, se llevó


todas mis respuestas con él. Excepto que las cosas no eran del todo desesperadas. Me senté
con el corazón acelerado y abrí el cajón de mi mesita de noche. El metal brillaba con la luz.
Él había cometido un gran error; había dejado caer su daga. Seguramente alguien, en algún
lugar, reconocería una espada tan única.

Mis pensamientos se calmaron. Entonces eso era todo. Tenía algo en lo que
concentrarme además de desmoronarme y revivir esa noche una y otra vez.

Respiré profundamente unas cuantas veces, armándome de valor contra la siguiente


ola de lágrimas y juré, de una forma u otra, encontrar al misterioso extraño y descubrir
exactamente quién era, qué estaba haciendo y cómo conocía a mi hermana.
Y si él era la persona que me la había robado, le haría pagar con su propia vida.
Siete
Sin importar cuán fuerte clavara mis talones y tratara de detener el tiempo, pasaron
tres semanas desde que habíamos enterrado a mi hermana. Tres semanas de estar acostada
en su cama en nuestra habitación compartida, llorando en las sábanas que lentamente
perdían su aroma a lavanda y salvia blanca.

En los días buenos bajaba las escaleras y me sentaba frente al fuego en nuestra cocina,
mirando las llamas. Me imaginaba ardiendo. No como nuestros ancestros en la hoguera.
Una brasa de ira se encendía lentamente dentro de mí, reduciendo a cenizas a la persona
que solía ser.
A veces, mi rabia acumulada era el único indicio de que todavía estaba viva.

Después del servicio de la cena de esta noche, Nonna seguía lanzándome miradas
cautelosas, murmurando encantos de buena salud y bienestar mientras registraba nuestro
grimorio familiar. Ella no entendía el odio con el que estaba siendo consumida. No veía
cómo anhelaba venganza.

La venganza ahora era parte de mí, tan real y necesaria como mi corazón o mis
pulmones. Durante el día era una hija obediente, pero una vez que caía la noche, exploraba
las calles, estimulada por una singular necesidad de corregir un terrible error. No había
encontrado a nadie que conociera al misterioso extraño o reconociera su mortal cuchilla, y
me preguntaba si simplemente no querían admitir nada por temor a represalias. Cada día
que pasaba alimentaba mi creciente ira.

Ese hombre de cabello oscuro tenía las respuestas que necesitaba. Y estaba
perdiendo la poca paciencia que tenía. Había empezado a rezarle a la diosa de la muerte y la
furia, haciendo todo tipo de promesas si me ayudaba a encontrarlo.

Hasta ahora, a la diosa no le importaba.

—Buonasera, Nonna. —Dejé mi bolso de cuchillos en la encimera de la cocina de


nuestra casa y me dejé caer en un taburete. Mis padres insistían en que pasara algunas
horas en el restaurante todos los días. Solo pudimos permitirnos cerrar Mar & Vid durante
una semana para estar de luto por Vittoria. Luego, nos gustara o no a cualquiera de
nosotros, la vida se reanudó. Mi madre todavía lloraba tan a menudo como yo y mi padre
no estaba mucho mejor. Pero fingían ser fuertes por mí. Si ellos podían intentarlo, lo
mínimo que yo podía hacer era caminar penosamente hasta el restaurante y cortar algunas
verduras antes de volver a hundirme en mi dolor.

—Emilia, pásame la cera de abejas y los pétalos secos.

Encontré algunos cuadrados de cera y un pequeño ramo de flores secas en el


aparador. Nonna estaba haciendo velas de hechizos y, a juzgar por los colores —blanco,
dorado y violeta pálido— estaba trabajando con algunos hechizos diferentes. Algunos por
clarividencia, algunos para suerte y algunos para paz.

Ninguno de nosotros había tenido mucha paz este mes. La polizia relacionó el
asesinato de mi hermana con las otras dos chicas. Al parecer, también les habían arrancado
el corazón, pero no había sospechosos ni pistas. Juraban que no era por falta de esfuerzo de
su parte. Pero después de las reuniones iniciales dejaron de pasar por nuestra casa y
restaurante. Dejaron de hacer preguntas. Morían mujeres jóvenes. La vida se reanudaba.
Así era el mundo, al menos según los hombres.

A nadie le importaba que Vittoria hubiera sido sacrificada como un animal. Algunos
chismes más crueles incluso insinuaban que debió de merecerlo. De alguna manera lo había
pedido por ser demasiado audaz, confiada o impía. Si solo hubiera sido un poco más
tranquila o más servil, podría haberse salvado. Como si alguien mereciera ser asesinado.

Mi familia casi pareció aliviada cuando la conversación cambió a nuevos escándalos.


Querían estar de luto y desvanecerse en las sombras nuevamente, con la esperanza de
escapar del escrutinio de los vecinos y la policía.

Vendedores entrometidos del mercado venían a nuestro restaurante, comían en


nuestras mesas, esperando noticias, pero mi familia tenía demasiada experiencia en
guardar secretos como para revelar algo.

—Claudia pasó por aquí —dijo Nonna, irrumpiendo en mis interminables


preocupaciones—. De nuevo.

Suspiré. Imaginaba que mi amiga estaba desesperada si se atrevió a hablar con


Nonna. Debido a que la familia de Claudia practicaba las artes oscuras y debido a que se
suponía que no debíamos asociarnos con otras brujas por razones de seguridad, nuestra
amistad de por vida era una fuente de tensión para cada una de nuestras familias. Era una
maldad, pero la había estado evitando, sin estar lista aún para compartir nuestras lágrimas
y dolor.

—La visitaré pronto.

—Mjm.

Observé el caldero que Nonna colgar sobre el fuego en nuestra cocina, inhalando la
mezcla de hierbas. Solía encantarme cuando ella infundía sus propios aceites. Ahora apenas
podía sentarme durante el proceso sin pensar en mi hermana y las veces que le había
rogado a Nonna que hiciera un jabón o una crema especiales.

A Vittoria le encantaba elaborar perfumes tanto como a mí me encantaba mezclar


ingredientes en salsas. Ella solía sentarse donde yo estaba, con la cabeza inclinada sobre
pociones secretas, jugando hasta conseguir el aroma correcto. Un poco de notas florales, un
toque de cítricos, y siempre incluía un matiz de algo picante para equilibrarlo. Gritaba de
alegría y nos hacía usar su última creación hasta que nos hartáramos de eso. Un otoño,
llenó todo con naranja sanguina, canela y granada y juré que nunca volvería siquiera a
mirar nada de eso. Los recuerdos eran demasiado…

Me alejé de la isla y besé a mi abuela.

—Buenas noches.

Nonna inhaló profundamente, como si quisiera impartir algo de sabiduría o


consuelo, pero en cambio me dio una sonrisa triste.

—Buona notte, bambina. Que duermas bien.

Subí las escaleras, temiendo la silenciosa habitación vacía que alguna vez estuvo
llena de tanta alegría y risa. Por un segundo, consideré torturarme a mí misma viendo de
nuevo a Nonna hacer velas de hechizos, pero el dolor pesó mis párpados y tiró de mi
corazón.

Me quité el vestido de muselina y me puse un camisón delgado, tratando de no


recordar que Vittoria tenía el mismo. Excepto que donde mis cintas eran azul hielo, las
suyas eran rosa pálido. El aire era denso por el calor del verano, prometiendo otra noche
inquieta de dar vueltas y vueltas.

Caminé descalza por el suelo y abrí la ventana.

Miré a través de los tejados, preguntándome si el asesino de Vittoria estaría ahí


fuera ahora, acechando a otra chica. En las cercanías, juré que un lobo aulló. Una nota triste
y singular colgaba en el aire, enviando un escalofrío por mi columna vertebral.

En mi prisa por meterme en la cama, tumbé un vaso de agua. El líquido pasó por un
lugar del que me había olvidado. Era un lugar en las tablas del suelo donde Vittoria
escondía cosas. Pequeñas baratijas como flores secas, notas del último chico que la amó, su
diario y el perfume que había hecho.

Corrí a través de la habitación, caí de rodillas y casi me rompí las uñas cuando
levanté la tabla. Dentro estaban todos los objetos que recordaba.

Además, una ficha de juego con una rana coronada en un lado y dos gruesas hojas de
pergamino negro atadas con una cuerda a juego. Las sequé con mi camisón, esperando no
haber arruinado esta preciosa pieza de mi gemela. Mis manos temblaron mientras las
desenrollaba. Raíces doradas rodeaban el borde, la tinta brillante contra la oscuridad de la
página de gran tamaño. Eran hechizos arrancados de un grimorio que nunca había visto.
Escaneé la escritura, pero no pude identificar para qué era usada. Enumeraba hierbas y
velas de colores específicos e instrucciones en latín. Aparté las hojas a un lado y puse su
diario en mi regazo.

Estaba dispuesta a apostar mi propia alma a que esta era la clave para descubrir lo
que ella había estado haciendo —y en quién había confiado erróneamente— en los días y
semanas previos a su muerte.
Pasé mis dedos por el cuero marcado. Sostener su diario me hizo sufrir por los
recuerdos. Por la noche había escrito en él constantemente, registrando todo, desde cada
uno de mis extraños sueños, hasta las sesiones de adivinación de Claudia, notas sobre sus
perfumes, hechizos y encantos, y recetas de nuevas bebidas. No tenía ninguna duda de que
también le contó a este diario todos los secretos que me había estado ocultando.

Todo lo que tenía que hacer era abrir el lomo y descubriría todo lo que necesitaba
saber.

Dudé. Estos eran sus pensamientos privados, y no quería cometer una violación más
cuando ella ya había sufrido tanto. Me senté en silencio, considerando lo que ella me
instaría a hacer. Escuché fácilmente su voz en mi cabeza, diciéndome que dejara de pensar
en la caída y que simplemente saltara. Vittoria asumía riesgos. Tomaba decisiones difíciles,
especialmente si eso significaba ayudar a su familia.

Para descubrir quién la mató, necesitaba seguir sus pasos, incluso si eso me
incomodaba. Inhalé profundamente y abrí el diario.

O lo habría hecho, si las páginas no estuvieran pegadas.

Tiré un poco más fuerte, sin querer destruirlo, pero me preocupaba que el agua lo
hubiera dañado de alguna manera. El libro no se movió. Tiré de él con todas mis fuerzas. Ni
siquiera se dobló. Me acerqué a la pared, puse mis pies en el borde de la contraportada y
mis dedos a lo largo del frente y traté de hacer palanca y… nada. Una oscura sospecha tomó
forma.

Susurré un hechizo de desvelamiento y arrojé una pizca de sal sobre mi hombro


para tener suerte descifrando el encantamiento. Una tenue telaraña de un tono azul violeta
se elevó alrededor del diario como una maraña de enredaderas espinosas. Mi hermana lo
había hechizado para cerrarlo usando magia que nunca antes había visto.

Lo que significaba que sabía exactamente lo peligrosos que habían sido sus secretos.
Ocho
Vittoria había hecho más que incursionar en las artes oscuras. No podía abrir el
diario usando la fuerza, así que probé un hechizo de deshacer, quemé hierbas que
ayudaban a la claridad, encendí velas y recé a cada diosa que se me ocurrió, pero el
obstinado diario no reveló ninguno de sus secretos.

Tiré el libro al suelo y maldije. Vittoria había usado un hechizo con el que nunca me
había topado. Lo que significaba que probablemente se había dado cuenta de que yo había
fisgoneado en su diario unas semanas atrás. Ella realmente no quería que yo supiera su
secreto. Y eso me volvió aún más decidida a averiguar por qué.

Caminé de un lado a otro por nuestra pequeña habitación, mirando el sol salir
lentamente. Necesitaba un plan. Ahora. Aparte de un hechizo de verdad prohibido aquí y
allá, sabía poco sobre magia oscura y cómo funcionaba realmente. Nonna decía que las
artes oscuras exigían un pago ya que robaban algo en lugar de usar lo que ya había.
Felizmente sacrificaría lo que hiciera falta para conseguir lo que quería. Tenía una gran
pista y no tenía forma de acceder a ella. Excepto… Sonreí cuando se me ocurrió una idea. No
podía romper el hechizo, pero conocía a alguien que podía ser capaz de hacerlo: Carolina
Grimaldi.

Carolina era la tía de Claudia y había acogido a Claudia cuando sus padres se fueron
a Estados Unidos hacía uno o dos años. Estaba bien versada en las artes oscuras y poco a
poco le estaba enseñando a Claudia todo lo que sabía. No quería involucrar a mi amiga, así
que decidí ir directamente a la fuente de su conocimiento. Carolina tenía un quiosco en el
concurrido mercado y, si me apuraba, podría alcanzarla antes de que abriera su puesto.

Agarré un bolso y metí las hojas del grimorio y el diario dentro, luego corrí hacia la
puerta.

Nonna se interpuso en mi camino, frunciendo el ceño.

—¿El diablo te está persiguiendo?

Esperaba que no, pero eso estaba en debate.

—No que yo sepa.

—Bueno. Entonces puedes sentarte un minuto y decirme adónde vas a esta hora.

—Yo… —Casi lo confesé todo, pero pensé en mi hermana. Vittoria mantuvo sus
secretos ocultos y estaba dispuesta a morir con ellos. Tenía que haber una buena razón
para ello—. Quería pasar por el mercado por algunas especias antes de comenzar a
prepararnos para el servicio de la tarde. Tengo una idea para una nueva salsa.
Nonna me miró fijamente, tratando de ver a través de mis mentiras. Su expresión
era una mezcla entre la decepción y la sospecha. No había mostrado tanto interés por la
comida o la creatividad desde la muerte de Vittoria. Justo cuando me convencí de que me
enviaría arriba con una lista de tareas de encantamientos, se hizo a un lado.

—No llegues tarde. Hay mucho que hacer.

****

—¡Signora Grimaldi! —Subí mis faldas y corrí por las calles. La suerte finalmente
estaba de mi lado. Alcancé a Carolina justo antes de que cruzara la calle hacia el mercado.

Carolina se protegió el rostro del sol naciente y se internó en las sombras de un


callejón cercano cuando me vio.

—Emilia. Lamento lo de…

—No tengo mucho tiempo, signora. Necesito su ayuda con algo… delicado. —Saqué
el diario y miré alrededor, asegurándome de que estábamos solas—. Hay algún
encantamiento aquí que nunca he visto. Esperaba que me dijera cuál es y cómo romperlo.

Ella dio un pequeño paso hacia atrás, mirando fijamente el diario como si fuera una
abominación.

—Nada de este reino hará lo que buscas. Vuelve a ponerlo donde lo encontraste,
niña. Su sola presencia los invoca a ellos.

—¿A ellos?

—A los Malignos. Esta magia apesta a su mundo… quiere ser hallada.

Me quedé mirando a Carolina, preguntándome si Nonna de alguna manera había


descubierto mi plan y había contactado primero a la bruja oscura.

—Este es el diario de mi hermana, no algún libro de demonios.

Carolina asintió hacia mi bolso.

—Muéstrame lo que tienes ahí dentro. —Hice otra sutil escaneada de nuestro
entorno antes de sacar las hojas del grimorio. Se las entregué, observando cómo su rostro
rápidamente perdía su color—. Este es un hechizo de invocación.

—Yo no… no entiendo. ¿Por qué mi hermana necesitaría un hechizo de invocación?

—Tal vez estaba tratando de controlar a un demonio.

Estudié las hojas negras.

—Eso es imposible. Todos los demonios están atrapados en el Infierno. Tal como lo
han estado durante casi cien años.
Carolina resopló.

—¿Es eso lo que tu nonna te ha estado diciendo? Ve a casa e intenta invocar a uno tú
misma, a ver qué pasa. A menos que tengas un objeto que pertenezca a un príncipe del
Infierno, estos hechizos solo deberían invocar a un demonio de nivel inferior. Son fáciles de
controlar y a menudo intercambian información por pequeños favores o baratijas. Y te lo
prometo, no todos están atrapados en el inframundo. Casi todas las brujas, ya sea que recen
a las diosas de la magia de la luz o la oscura, lo saben.

Me quedé mirando a la bruja oscura, con el corazón latiendo con fuerza.

—¿Estás sugiriendo que mi hermana estaba invocando demonios y pidiéndoles


favores antes de morir?

—No hay forma de saber con certeza lo que estaba haciendo, pero te garantizo que
esos hechizos son estrictamente para invocar. Dudo que un demonio la haya ayudado sin
algún tipo de trato. No creen en hacer obras de caridad. Siempre hay alguna ganancia para
ellos. —Me miró, su expresión suavizándose—. Olvida lo que dije, niña. No incursiones en
el reino de los demonios. Lo que sea que estuviera haciendo tu hermana, te prometo que no
querrás participar en ello.

Sonaba igual que Nonna.

Le di las gracias y me despedí, luego me dirigí rápidamente a Mar & Vid. En lugar de
respuestas, tenía más preguntas. Si Carolina tenía razón acerca de que el hechizo del diario
de Vittoria no era de este reino, entonces abrirlo era imposible. A menos que… Una idea se
formó lentamente, una que hizo que mi pulso se acelerara. Si mi hermana había invocado a
un demonio, tal vez lo había hecho usar su clase de magia para sellar su diario. No podía
imaginar ninguna otra razón por la que mi gemela invocaría a un demonio aparte de eso.

A pesar de las historias que nos contó Nonna mientras crecíamos, Vittoria sabía que
yo realmente no creía en los príncipes demonios. No era tan escéptica acerca de los
demonios menores, pero pensaba que estaban atrapados en su reino sin forma de escapar.
Habría sido la manera perfecta para que ella se asegurara de que yo nunca descubriría el
secreto que estaba tan desesperada por ocultar. Y Vittoria casi tuvo razón, excepto por un
detalle.

Ella nunca podría haber predicho la forma en que su muerte me cambiaría. No había
nada en este mundo ni en el siguiente que me impidiera resolver su asesinato. Y lo
resolvería.

Reflexioné sobre diferentes teorías durante el servicio de la tarde, apenas


concentrándome en Mar & Vid. Seguía tratando de pensar como mi gemela. Algunos
pensamientos eran tremendamente extravagantes, otros más plausibles. Pero una idea
resaltaba de las demás. Esta fue la que consideré cuidadosamente a medida que avanzaba
el día.
Quizás porque parecía tan imposible. O quizá porque Vittoria no creía en la palabra.
Cualquiera fuera la razón, la idea se quedó conmigo mientras cortaba verduras y limpiaba
mis cuchillos.

Lo pensé en el camino a casa.

Luego, mientras me ponía el camisón y cepillaba mi cabello.

Me obsesionaba y le daba la bienvenida.

Más tarde, una vez que estuve metida en la cama, volví a sacar las hojas del grimorio.
Examiné la escritura desconocida y sonreí. Era mi primera sonrisa verdadera en semanas, y
era tan oscura y cruel como habían sido mis pensamientos últimamente.

Vittoria al menos había intentado invocar a un demonio. Cuanto más asumía el


pensamiento, más aceptaba su verdad. Mañana en la noche, intentaría invocar a uno yo
misma. Entonces, si funcionaba, haría un trato por mi cuenta. A cambio de un pequeño
favor, le pediría que rompiera el hechizo de su diario. No tenía nada que perder, la
invocación tendría éxito o no. Nunca sabría qué le pasó a mi hermana si no dejaba de lado
mis dudas y lo intentaba. Con eso, tomé mi decisión.

Todo lo que necesitaba ahora eran algunos huesos.

****

El día siguiente en el restaurante pasó tortuosamente, pero logré aprovechar bien


mi tiempo en la cocina. Reuní todo lo que figuraba en la página del grimorio y nadie
sospechó nada. Excepto quizás Nonna. Mi abuela me miraba desde el otro lado de la isla,
cantando en silencio, como si pudiera leer mi mente y conjurar un hechizo para arrancar el
siguiente pensamiento antes de que echara raíces.

Poco sabía ella que había estado cultivando esta idea desde anoche. Había tomado el
capullo de un plan y lo atendí, urgiéndolo a florecer. Ahora estaba completamente
desarrollado. Sabía lo que tenía que hacer.

Solo necesitaba los suministros y la oportunidad.

Nonna nos decía que nos escondiéramos de los Malvagi, que dijéramos nuestros
encantamientos y bendijéramos nuestros amuletos con rayos plateados de luz de luna y
agua bendita, que nunca habláramos de los Malignos cuando la luna estuviera llena y que
hiciéramos todas las cosas que una bruja buena hacía. De lo contrario, ellos robarían
nuestras almas.

Al final, el monstruo que temíamos no vino del Infierno. Vino del privilegio.

Ese hombre de pie junto a mi gemela —con su ropa fina y un cuchillo costoso—
merecía un castigo como cualquier otro. No podía simplemente tomar lo que quería sin
enfrentar las consecuencias. Estaba casi segura de que las personas a las que se la había
mostrado debían haber reconocido su cuchilla, pero se negaban a hablar en su contra,
temiendo las repercusiones. Podría ser poderoso y rico, pero la justicia lo encontraría.

Me aseguraría de ello.

Todavía no estaba segura de si actuaba solo o si era miembro de los misteriosos


cazadores strega, y no importaba. Él era el único allí esa noche. Lo encontraría primero y
averiguaría más información después. Si había más personas como él, me ocuparía de eso
entonces.

También tenía un plan para mantener a mi familia a salvo mientras rastreaba al


asesino de Vittoria. En lugar de un trato simple, haría dos. Primero, haría que el demonio
que invocara rompiera el encantamiento del diario de Vittoria, y luego haría que localizara
al misterioso hombre de cabello oscuro. Afortunadamente, tener una posesión como el
cuchillo de serpiente permitiría esto.

Un demonio que pudiera controlar era la respuesta a una oración.

Parecía que me había equivocado antes; la diosa de la muerte y la furia no había


ignorado mis súplicas. Simplemente había estado esperando su momento, esperando que
yo convirtiera mi desesperación en algo que ella pudiera usar. Una ramita era solo un trozo
de madera rota hasta que hubiera sido afilada en una lanza. El dolor me partió por la mitad.
Y la furia afiló las piezas hasta convertirlas en un arma.

Ahora era el momento de desatarla.


Nueve
La magia de huesos cuando se usa incorrectamente puede ser parte de las artes
prohibidas. El uso de huesos de animales (garras, uñas, colmillos, caparazones y
plumas) permite que una bruja se conecte con el inframundo. Deben recolectarse
éticamente, no sacrificarse, como popularmente piensan los humanos. Para
aprovechar su poder, cree un círculo de huesos e incluya hierbas y objetos de intención.

—Notas del grimorio di Carlo

Me quedé de pie dentro del borde de la cueva, escuchando cómo el mar se estrellaba
contra las rocas de abajo, enojado e insistente.

El rocío salado subió por el acantilado, picando la piel expuesta de mis brazos y
cuello. Quizás el agua estaba reflejando mi estado de ánimo. O tal vez sentía la oscuridad
del pergamino enrollado metido debajo de mi brazo. Ciertamente yo podía.

Las brujas estaban conectadas a la tierra y canalizaban sus poderes hacia los suyos.
No me sorprendería que el mar desconfiara de lo que se avecinaba, el poder oscuro que
estaba a punto de desatar sobre nuestro reino. El mar podría estar preocupado, pero yo no.
Tuve que esperar horas para que Nonna finalmente se durmiera en su mecedora antes de
recoger mis suministros y salir a escondidas. Cualquier persistente sensación de
preocupación era eclipsada por la fría determinación de llevar a cabo mi plan.

No tenía idea de cómo Vittoria se topó con estas páginas de grimorio —era otro
misterio para agregar a una lista en expansión— pero las usaría para mi ventaja. Una fuerte
ráfaga de viento me obligó a adentrarme más en la caverna. No había estado del todo
segura de adónde iba cuando salí de la casa, pero me sentí atraída aquí. Vittoria solía
encontrar razones para que nos aventuráramos a esta cueva tan a menudo como podía
cuando éramos niñas. Era casi como si ella estuviera aquí, guiándome ahora.

El aire de la noche era agradable, pero los escalofríos arrastraban sus garras afiladas
a lo largo de mi carne.

Levanté mi linterna, tratando de no huir acobardada de las sombras que bailaban


alrededor de la luz. Invocar a un demonio —en una cueva húmeda donde mis gritos no
podrían escucharse si algo salía mal— no era exactamente como habría imaginado mi vida
hace tres semanas.
En ese entonces, felizmente hubiera pasado mis noches creando nuevas recetas para
Mar & Vid. Habría leído un romance tórrido y deseado que cierto fratello renunciara a su
juramento a Dios por una noche y me adorara en cambio. Eso fue antes de que encontrara
el cuerpo profanado de mi hermana.
Mis deseos actuales se centraban en dos cosas: averiguar quién asesinó a mi gemela
y por qué.

Bueno, tres deseos si contabas mi sueño de destripar al bastardo que mató a


Vittoria. Sin embargo, eso era más que un deseo. Eso era una promesa.

Satisfecha de que no había nada al acecho en la cueva conmigo —como ratas o


serpientes ni otras sorpresas desagradables— dejé mi linterna sobre una roca plana y mi
canasta de suministros sobre la tierra compacta. Había estudiado el hechizo de invocación
hasta que mis ojos se cruzaron, pero de todos modos me estremecí un poco mientras
sacaba los artículos que necesitaba.

Velas negras, hojas frescas de helecho, huesos de animales, un frasco diminuto de


sangre de animal y un poco de oro. No tenía mucho de este último por ahí, así que traje
conmigo la daga de serpiente de oro. Parecía apropiado que la cuchilla del misterioso
extraño fuera usada para cazarlo.

Si todo iba bien, un demonio menor estaría contenido dentro del círculo. Sabía que
no podría salir del área designada, pero todavía estaba menos que emocionada de estar en
un lugar oscuro sola con un monstruo del infierno. Incluso uno fácilmente controlado y
vinculado mágicamente.

Volví a echar un vistazo a la hoja de notas escritas cuidadosamente, deteniéndome.


Para que la invocación fuera exitosa, necesitaba seguir las reglas del ritual con precisión.
Cualquier desviación podría desencadenar al demonio en este reino. Primero, necesitaba
configurar el círculo, alternando las velas, los helechos y los huesos. A continuación,
colocaría el diminuto frasco de sangre dentro del límite del círculo. Luego tenía que invitar
formalmente a un demonio a unirse a mí, usando latín, su lengua materna.

Dudé en ese punto. El latín no era mi materia favorita que Nonna intentó
enseñarnos. Había tantas palabras que eran similares pero cuyas definiciones eran
tremendamente diferentes. Un ligero cambio de significado podría traer un desastre.
Hubiera sido menos preocupante si tuviera un conocimiento más que básico de las artes
oscuras. O si el hechizo de invocación de Vittoria también incluyera una frase antigua
confiable para usar en lugar de simplemente indicar que se necesitaba una según la
intención de la bruja.

Mi verdadera intención era averiguar qué había estado haciendo mi hermana antes
de su muerte, luego localizar a la persona que la asesinó y matarlo. Sin embargo, la
violencia y la venganza de sangre no serían la forma más cortés de abrir una invocatoria. Y
me preocupaba las repercusiones que pudiera tener. Afortunadamente, había pensado
mucho en lo que quería del demonio. No quería ofrecerle ninguna oportunidad de escapar
del círculo, y ciertamente no quería que me hiciera daño, así que me decidí por aevitas
ligati in aeternus protego. Que traducía aproximadamente como “Atado para siempre en
protección eterna”.
Para siempre parecía una buena idea cuando se trataba de asegurarse de que un
demonio no pudiera abandonar el círculo. Y si estaba obligado a protegerme, no podría
atacarme. Para la parte final del hechizo, necesitaba preparar una salida. Aparentemente,
los demonios eran criaturas de reglas estrictas y tenían que adherirse a ellas, así que, si
invitaba a uno a unirse a mí, tenía que anular la invitación formalmente y enviarlo de
regreso a su reino. Se aconsejaban buenos modales, pero no estaba segura de qué tan bien
podría llevar a cabo esa parte.

Respiré hondo.

—Muy bien, Emilia. Puedes hacerlo.

Lentamente coloqué objetos en un círculo. Hueso. Helecho. Vela. Con diferentes


longitudes, parecían rayos de un sol oculto. Encendí las velas y caminé alrededor del
perímetro, apretando el cráneo de un pájaro contra mi pecho, la última pieza que
necesitaba para completarlo. Dudé.

Si colocaba este último hueso en la formación, el círculo estaría establecido.

Inhalé y luego exhalé lentamente. No tenía idea de qué clase de demonio


respondería a mi llamada. Algunos parecían humanos y otros eran pesadillas andantes,
según Nonna. Ella nunca nos dio detalles, lo cual no estaba segura de que fuera una
bendición ahora. Mi mente era excepcional imaginándose criaturas malignas con dentadura
de colmillos, puntas en garras, que caminaban como cangrejos hacia atrás con múltiples
patas.

Las nubes flotaban sobre la luna, creando un efecto distorsionado en las paredes de
la caverna. Los escalofríos volvieron a acariciar mi columna. La diosa de la tormenta y el
mar no estaba contenta.

Miré el cráneo que sostenía, preguntándome si este era realmente el camino que
debería tomar. Tal vez debería apagar las velas y regresar a casa e irme a la cama,
olvidarme de los demonios, los cazadores de brujas y el diablo. Nonna decía que una vez
que la oscuridad era invitada a entrar, los problemas la seguían poco después.

Un destello del rostro de mi gemela —ojos oscuros brillando con picardía y sus
labios arqueados hacia un lado— cruzó por mi mente. Antes de perder el coraje, me incliné
y rápidamente encajé el último hueso en su lugar. El silencio se extendió por la cámara,
aislando los ruegos del mar. Me arrastré hasta el borde del círculo, con la diminuta jarra de
sangre en la mano, cuando una poderosa ráfaga de viento atravesó la cueva.

Los murciélagos chillaron y volaron hacia mí. Cientos de ellos. Grité, levantando mis
manos para protegerme mientras rugían a mi alrededor como una tormenta viviente. A lo
lejos, escuché que el vidrio se rompía. Caí de rodillas, cubriéndome la cabeza mientras
pequeñas alas y garras me desgarraban el cabello y el cuello. Entonces, tan rápido como
había sucedido, los murciélagos se fueron y la cueva se quedó quieta.
Tomé unas cuantas respiraciones profundas y temblorosas y lentamente aparté un
mechón de cabello de mi rostro. Durante el breve ataque, se deshizo de su simple trenza.
Los largos rizos sueltos me hacían cosquillas en la espalda como arañas, provocando más
piel de gallina. Pétalos de flores cubrían el suelo como soldados que habían caído en una
escaramuza que no habían visto venir. Había olvidado que había un túnel cerrado cerca del
fondo de la cueva.

Apreté mis labios en una delgada línea, furiosa conmigo misma. Si podía invocar a
un demonio, podía superar a un montón de murciélagos.

En teoría.

Me puse de pie con piernas temblorosas y me sacudí, cambiando mi atención al


círculo de invocación y encogiéndome ante el cristal roto parpadeando a la luz de la luna.
La sangre salpicaba el suelo alrededor del perímetro, lo cual no era bueno para mí.
Necesitaba estar dentro de su borde para atraer al demonio.

—Estúpidos murciélagos del Infierno. —No tenía otro frasco de sangre y caminar de
vuelta al restaurante me llevaría una eternidad. El hechizo necesitaba ser lanzado por la
noche, y el amanecer estaba a solo un par de horas. Nunca llegaría allí y volvería a tiempo.

Miré alrededor de la cueva, lo suficientemente desesperada como para matar algo si


lo necesitaba. Por supuesto, ahora que me vendría bien un murciélago, una serpiente u otra
criatura, estaba realmente vacía. Pateando piedras y murmurando la clase de lenguaje soez
que haría que voltearan las cabezas de mi madre y de Nonna, finalmente miré de nuevo la
misteriosa hoja de grimorio de Vittoria.

Técnicamente, no especificaba que se necesitara sangre animal. Solo aconsejaba


usarla.

Volví a encender las velas y tomé la daga de serpiente, pensando que de todos
modos la necesitaba para completar el hechizo. El tiempo para las dudas y las
interrupciones se había acabado. Me gustara o no, si quería romper el hechizo del diario de
Vittoria, esta era mi mejor opción.

Si tenía que ofrecer un poco de mi propia sangre, era un pequeño precio a pagar.

Ignoré el dolor mientras arrastraba la hoja por la parte superior de mi antebrazo;


necesitaba mis manos para cocinar más tarde y no podía permitirme cortarme la palma. El
metal brilló como complacido con mi ofrecimiento. Sin querer pensar demasiado sobre una
daga que se regodeaba en un sacrificio de sangre, sostuve mi brazo sobre el círculo de
invocación y comencé a cantar tan pronto como las primeras gotas golpearon el suelo.

—Por tierra, sangre y hueso. Yo te invito. Ven, entra en este reino del hombre. Únete
a mí. Vinculado en este círculo, hasta que te envíe a casa. Aevitas ligati in aeternus protego.

Me quedé completamente quieta, esperando. Que la tierra se agrietara, que las


puertas del Infierno se abrieran, que las hordas de cazadores de brujas se abalanzaran
sobre mí o que mi corazón se detuviera. Nada pasó. Estaba a punto de comenzar a cantar de
nuevo cuando empezó. El humo se arremolinó alrededor del borde del círculo como si
hubiera estado atrapado en un frasco, sin cruzar nunca al resto de la cueva. Pulsaba con
energía; casi cariñosamente acarició mi mano. Dejé caer la daga y tiré de mi brazo hacia
atrás, abrazándolo contra mí hasta que la sensación cesó.

No podía creer lo que estaba pasando. Una ola de oscuridad más fuerte se movió
alrededor del círculo, borrando completamente su interior de la vista. Una luz negra y
reluciente emergió del centro. Casi no podía respirar. Un sonido como el de un fuego
crepitante en invierno precedió a la llegada del demonio. Lo había hecho. ¡Realmente había
invocado a una criatura del Infierno! Si no me desmayaba por la impresión, sería un
verdadero éxito. Esperé, con el corazón martilleando, a que se despejara el humo.

Como si respondiera a mi deseo tácito, una brisa fantasma se lo llevó, revelando a un


hombre alto de cabello oscuro. Su musculosa espalda estaba hacia mí y solo vestía
pantalones negros de tiro bajo. No era en absoluto lo que esperaba de un demonio menor.
La piel dorada brillaba a la luz de las velas, la suave perfección rota sólo por una variedad
de tinta reluciente. Su belleza era una afrenta a lo que debería parecer el mal. Supuse que
debería estar agradecida de que no tuviera cola de serpiente o cuernos malignos.

El demonio giró en su lugar como si se estuviera aclimatando a su nueva ubicación.


Su pecho y torso estaban cincelados de una manera que indicaba que estaba bien
familiarizado con las armas. Mi atención se centró en un tatuaje dorado metálico que
comenzaba en la parte superior de su mano derecha y se enrollaba alrededor de su brazo y
hombro. Una serpiente temible. No tuve tiempo de catalogar sus detalles porque ahora
estaba enfrentándome por completo. Respiré hondo cuando finalmente encontré su
mirada. Iris dorado oscuro con motas negras me devolvieron la mirada.

Hermosos. Raros. Y letales. Aunque Nonna afirmara que sus ojos estaban teñidos de
rojo, sabía en la médula de mis huesos lo que él era.

—Imposible —susurré.

Él arqueó una ceja. Su expresión era tan humana que olvidé, por un segundo, cómo
había llegado a esta cueva. No debería existir. Sin embargo, estaba desafiando todas mis
expectativas. Alto, oscuro y silenciosamente enojado. No podía apartar mi atención de él,
preocupada de que fuera un producto de mi imaginación o una prueba de locura. Había
usado las artes oscuras. Quizás esta ilusión temporal era mi precio.

Era mucho más fácil pensar que eso era cierto, en lugar de aceptar que había hecho
lo imposible: había vinculado a uno de los Malignos a este reino. Lo cual era muy, muy malo.

Tenía un aspecto bastante humano, pero era la encarnación física de una pesadilla.

Criatura inmortal de la noche que bebía sangre y robaba almas. Luché contra el
impulso de saltar lejos del círculo y sostuve su mirada en su lugar. Una tormenta rugía
dentro de esos ojos. Era como estar de pie en el borde de una orilla oscurecida, viendo a los
relámpagos bailar más cerca a través del mar. Una lamida de miedo recorrió mi espalda
cuando él me devolvió la mirada desafiante. Nunca había estado más agradecida de haberlo
obligado a protegerme. Instintivamente levanté la mano y sostuve mi cornicello para
consolarme.

Parecía listo para… dulce diosa de la furia. Su luccicare era negro y dorado. Solo lo
había visto una vez antes. El reconocimiento me golpeó e inmediatamente dejé caer mi
cornicello y arrebaté mi daga del suelo. Su daga.

La empuñadura estaba tan fría como la rabia helada que ahora corría por mis venas.

—Voy a matarte —gruñí, luego me lancé hacia él.


Diez
Los huesos se esparcieron mientras atacaba. La hoja se arqueó hacia abajo, cortando
una línea larga y delgada a través de su duro pecho. Debería haberle traspasado el corazón.
Y lo habría hecho, si él no hubiera maniobrado hacia atrás tan rápidamente. Un dolor
extraño y punzante estalló bajo mi piel. No quería considerar lo que significaba: que tal vez
la mezcla de nuestra sangre en la extraña hoja creaba un encantamiento propio. O tal vez el
encantamiento de protección también me impedía darle un golpe mortal.

Arrancó la daga con facilidad y la arrojó al suelo.

Empuñé mi mano y apunté a su centro. Fue como chocar contra una pared de roca.

El demonio se quedó allí, permitiendo que continuara mi asalto. Mientras me


agotaba con patadas y puñetazos, él miraba tranquilamente alrededor de la cámara,
enfureciéndome más con su indiferencia. El demonio no parecía demasiado preocupado y
me pregunté cuántas veces había sido invocado y posteriormente atacado. Estudió el
círculo y su atención se centró en mí, estrechándose inmediatamente en el corte reciente en
mi brazo. Un lento ceño se formó antes de ocultarlo.

—¿Por. Qué. No. Sangras? ¡Monstruo! —Era salvaje mientras pateaba y golpeaba. Mi
odio y mi ira tan fuertes que casi me emborraché con su intensidad.

Levanté la vista a tiempo para verlo cerrar los ojos, como si también estuviera
disfrutando de esos sentimientos oscuros. Nonna decía que los demonios atraían
emociones hacia ellos, permitiéndoles revolcarse y retorcerse alrededor de las suyas. Por la
expresión de su rostro, estaba empezando a pensar que era cierto.

Indignada, dejé de golpearlo y me tomé un momento para recuperar el aliento y


reagruparme. La sangre se deslizaba por mi brazo y goteaba en el suelo. Sin embargo, no
era suya. Era por el corte que había hecho para invocarlo. No me importaba si me
desangraba si lo llevaba al infierno conmigo.

—Un pequeño consejo, bruja. Gritar: “Voy a matarte” le quita la sorpresa al ataque.
—Gruñó cuando le propiné un golpe rápido en el estómago. Mis puñetazos se estaban
ralentizando y él no se veía peor por el desgaste—. No lograrás matarme, pero sería una
gran mejora en habilidad.

—Tal vez no pueda matarte, pero encontraré otras formas de hacerte sufrir.

—Créeme, tu sola presencia lo está logrando. —Las gotas de sangre sisearon dentro
del círculo. Ese extraño ardor debajo de mi piel se estaba volviendo insoportable, pero
estaba demasiado enojada para prestar atención—. ¿Qué hechizo usaste, bruja?

Me detuve, respirando con dificultad.


—Vaffanculo a chi t'è morto.

No estaba segura de si él sabía exactamente lo que significaba la maldición, pero


debió haber deducido que tenía algo que ver con fornicar con familiares muertos. Ahora
parecía listo para arrastrarme a mí de regreso al Infierno. De repente se alejó
tambaleándose, maldiciendo.

—¿Qué hechizo usaste?

—Bueno, considerando que estás parado aquí, enojado e incapaz de atacar, supongo
que un hechizo de invocación, demonio. —Crucé mis brazos sobre mi pecho—. Y uno para
protección.

De la nada, una luz dorada brilló sobre mi brazo antes de desintegrarse en lavanda
pálida. Un tatuaje del mismo tono de púrpura —lunas crecientes gemelas colocadas de lado
dentro de un anillo de estrellas— apareció en mi antebrazo, ardiendo casi tan
violentamente como mi ira.

Me quedé allí, jadeando, hasta que finalmente cesó el ardor en mi brazo. Vi como él
bajó la mirada a su propio brazo y apretó los dientes. Al parecer, también estaba
experimentando ese terrible dolor.

Bien.

—Tú, bruja de sangre demoníaca. Me marcaste.

Un tatuaje pálido había aparecido en su antebrazo izquierdo antes desnudo. Lunas


crecientes dobles yaciendo en un círculo de estrellas. Por un momento, parecía que él
apenas podía comprender que yo hubiera logrado algo tan imposible. Honestamente,
tampoco estaba segura de por qué él y yo ahora teníamos tatuajes a juego, pero preferiría
morir antes que admitírselo.

Debía ser el costo de la magia oscura que había usado para invocarlo. Casi me reí.
Cuando Carolina me dijo que los hechizos invocarían a un demonio menor, me había
costado bastante creerle. Me preguntaba si estaba teniendo una pesadilla: no había forma
de que realmente hubiera invocado a un príncipe del Infierno. Se necesitaría más magia de
la que poseía para controlar a una criatura como él durante cualquier buen período de
tiempo.

—Esto es imposible.

—En eso podemos estar de acuerdo. —Empujó su brazo hacia mí—. Dime la
redacción exacta de este hechizo. Necesitamos revertirlo antes de que sea demasiado tarde.
Solo quedan unos preciosos minutos.

—No.
—No tienes idea de lo que has hecho. Necesito saber la redacción exacta. Ahora,
bruja.

Estaba bastante segura de que lo que hice, aparte de fastidiarlo a lo grande, fue
asegurarme de que ninguno de los dos terminara muerto por la mano del otro. Los tatuajes
probablemente actuaban como una especie de vínculo mágico. Desvincularnos para que él
pudiera arrancarme el corazón como le había hecho a mi hermana era lo último que haría.

—Increíble —me burlé—. Exigiendo cosas cuando no eres el que tiene el poder aquí.
—Su expresión era de puro disgusto. Esperaba que reflejara el mío—. Yo necesito saber
quién eres y por qué mataste a mi hermana. Ya que no puedes volver a tu dimensión del
Infierno sin que yo lo permita, te sugiero que sigas mis reglas.

No podía estar segura, pero hubo un cambio en la atmósfera que nos rodeaba, y tuve
la más extraña impresión de que su poder se escurría hacia afuera, me rodeaba y luego se
escabullía. Sus fosas nasales se ensancharon. Estaba furioso contra la correa mágica que le
había puesto, esforzándose por liberarse. Observé, con una pequeña sonrisa rencorosa
curvando mis labios. Si no me odiaba antes, lo había logrado diez veces ahora. Perfecto.
Parecía que finalmente nos entendíamos.

—Algún día me liberaré de este vínculo. Piensa cuidadosamente en eso.

Me acerqué a él, levantando el rostro.

—Un día, voy a encontrar la manera de matarte. Piensa cuidadosamente en eso.


Ahora, dime quién eres y por qué querías a Vittoria muerta.

Me ofreció una sonrisa que probablemente hacía que los hombres se orinaran
encima; me negué a ceder al miedo.

—Muy bien. Dado que solo tienes un tiempo mínimo para retenerme aquí, y ya has
malgastado minutos preciosos con tu pobre excusa de un intento de asesinato, jugaré tu
juego. Soy el Príncipe de la Ira, general de guerra y uno de los temidos Siete.

Antes de que pudiera parpadear, pasó un dedo por mi garganta, deteniéndose en la


vena que palpitaba debajo de mi piel. Un pavor sin diluir me atravesó. Aparté su mano y salí
del círculo de invocación. Noté los huesos esparcidos y me apresuré a ponerlos en su lugar.

Su sonrisa se convirtió en algo agudo y malvado.

—Felicitaciones, bruja. Has logrado conseguir toda mi atención. Espero que estés
preparada para las consecuencias.

La arrogancia goteaba de él. Solo un tonto no estaría aterrorizado por la bestia que
sentí acechando bajo su piel. Irradiaba poder: vasto y antiguo. Tenía pocas dudas de que
podría acabar con mi vida sin siquiera pensarlo.

De todos modos, la comisura de mis labios tembló.


Luego, sin previo aviso, me incliné y comencé a reír. El sonido rebotó en las paredes
de la cueva, ampliándose hasta que quise taparme los oídos. Me agarré el estómago,
prácticamente jadeando por mi arrebato. Quizás me estaba volviendo loca. Esta noche
había ido de mal en peor más rápido de lo que jamás podría haber imaginado. No podía
creer que hubiera invocado a un príncipe del Infierno. No podía creer que existieran los
demonios de la realeza. El mundo estaba de cabeza y al revés.

—Me alegra que la muerte inminente sea tan divertida —espetó—. Hará que sea aún
más satisfactorio asesinarte. Y prometo que tu muerte no será rápida. Me regodearé en la
matanza.

Lo desestimé como si no fuera más temible que una mosca doméstica.


Prácticamente podía sentir la ira vibrando de él y entrando en mí. Aun así, tenía la
sensación de que se estaba conteniendo. Mucho. Era inquietante.

—¿Por qué, te ruego digas, te estás riendo tanto?

Me enderecé y me limpié las comisuras de los ojos.

—¿Cómo, exactamente, debería llamarte? ¿Su Alteza? Oh, ¿Temidos y Poderosos


Siete? ¿Comandante General del Infierno? ¿O Príncipe Ira?

Un músculo de su mandíbula se tensó mientras sostenía mi mirada.

—Un día me llamarás Muerte. Por ahora, Ira servirá.


Once
Un príncipe del Infierno nunca dará su verdadero nombre a sus enemigos. Solo
pueden ser invocados a través de un objeto que les pertenece junto con una emoción
poderosa. Sus poderes están ligados a los pecados que representan. Cuidado, porque
son seres egoístas que desean usarte para su beneficio.

—Notas del grimorio di Carlo

—¿Ira? —No me molesté en ocultar mi tono de incredulidad. Dejando a un lado la


línea extremadamente melodramática de “me llamarás Muerte”, toda la noche obscena dejó
de ser divertida en esta especie de esto-no-puede-estar-pasando-destino-cruel. Primero,
había estado convencida de que era un cazador de brujas y había asesinado a Vittoria por lo
que era, solo para descubrir que era una de las criaturas de las que nos habíamos estado
escondiendo toda nuestra vida. Luego, tener al demonio que mató a mi hermana a mi
alcance y no poder hacerle daño…

Realmente debo haber molestado mucho a alguna diosa para ser castigada tan
horriblemente. Su estúpido nombre y todos sus títulos eran la menor de mis
preocupaciones, pero la ira brotando de él mientras me reía me hizo inclinarme a
atormentarlo por ello.

—Eso es ridículo. No te voy a llamar como una emoción. ¿Cuál es tu verdadero


nombre?

Me inmovilizó con una mirada fría mientras yo recuperaba su daga.

—Mi verdadero nombre no te concierne. Dirígete a mí por el título de mi Casa. A


menos que quieras llamarme Su Alteza Real del Innegable Deseo. Esa es siempre una
opción aceptable. Si quieres hacer una reverencia, eso tampoco me importaría. Un poco de
humillación es útil. Puede que te conceda un beneficio y haga que tu muerte sea rápida.

Mi labio se curvó involuntariamente.

—¿Estás seguro de que eres de la Casa de la Ira? Si no lo supiera mejor, diría que
eres general de un batallón vacío y sin camisa que pertenece a la Casa del Narcisismo.

Su expresión era todo menos amistosa.

—Me halagas. Si mi compañía te repugna tanto, ¿por qué no me liberas?

—Nunca.

—Palabra peligrosa. Evitaría hablar en términos absolutos si fuera tú. Tienen una
tendencia a nunca permanecer.
Me obligué a respirar. Lo que había querido antes de reconocerlo eran respuestas.
Ahora quería cortarlo en mil pedazos ensangrentados y servírselos a los tiburones.

—¿Por qué asesinaste a mi hermana?

Caminó lentamente alrededor del círculo de invocación, probablemente probando


su fuerza.

—¿Eso es lo que piensas? ¿Que le arranqué el corazón a tu hermana?

—Estabas parado sobre su cuerpo, lamiendo la sangre de tus dedos, bestia


repugnante. —Respiré furiosamente, observándolo de cerca, aunque fue un esfuerzo inútil.
Su expresión estaba inhumanamente en blanco. Ninguna emoción traicionaba sus
pensamientos. Sin pensarlo, extendí la mano y agarré mi cornicello de nuevo—. ¿Por qué
asesinaste a mi hermana?

—No lo hice.

—¿Por qué debería creerte?

—Su muerte fue de lo más inconveniente.

—¿Inconveniente? —Agarré la empuñadura de su daga, debatiendo qué tan rápido


podría empujarla en su corazón antes de que me devolviera el golpe. No es que lo hubiera
hecho. De hecho, ni siquiera puso una mano sobre mí mientras yo lo pateaba y lo golpeaba.
Extraño para un demonio de guerra. Sacudí la cabeza. Mi amuleto de protección estaba
funcionando, no su conciencia—. Sí, me imagino que debe haber sido terriblemente
inconveniente para ti encontrar a mi hermana asesinada. Entonces, ¿por qué estabas en el
monasterio?

Una tenue luz dorada resplandeciente se encendió y volvió a caer a la tierra como
una cascada. Me tomó un segundo darme cuenta de que solo me estaba respondiendo
debido al círculo de invocación. Y aparentemente estaba luchando contra eso. Sintiéndome
audaz, me acerqué a la línea de huesos y volví a preguntar:

—¿Por qué estuviste allí esa noche?

El odio ardía en sus ojos.

—Por tu hermana.

—¿Para qué la querías?

Sonrió de nuevo, pero era más una promesa de venganza que diversión.

—Hizo un trato con mi hermano. Vine a cobrarlo.

Me di la vuelta rápidamente, con la esperanza de ocultar mi sorpresa. Había


sospechado que Vittoria había hecho un trato con un demonio para hechizar su diario, pero
no creía que hubiera invocado a uno de los Malignos. Mi atención se deslizó hacia la canasta
que había traído. El diario de mi gemela estaba escondido a unos metros de distancia.
Carolina dijo que llamaba a los Malvagi, y me preguntaba si Ira lo sentiría ahora. No quería
que pusiera sus manos demoníacas sobre lo que fuera que había allí, y decidí no pedirle que
rompiera el hechizo. Lo enfrenté de nuevo.

—¿Cuáles fueron los términos exactos del trato?

—No estoy seguro.

Entrecerré mis ojos. Obviamente estaba mintiendo, pero no tenía forma de forzarlo
a decir la verdad. A menos que usara uno de los hechizos Prohibidos. Y eso parecía
demasiada magia oscura para una noche. Solo estaba dispuesta a tentar al Destino hasta
cierto punto.

—¿Qué hiciste con su corazón?

—Nada. —Apretó los dientes—. Estaba muerta cuando llegué ahí.

Me estremecí. Aunque no había nada particularmente cruel en lo que dijo, la fría


evaluación de la muerte de mi hermana todavía dolía.

—¿Por qué estás tan preocupado con la redacción exacta del hechizo?

Esta vez su respuesta tardó mucho más en llegar, como si estuviera eligiendo sus
palabras con mucho cuidado. Finalmente dijo:

—A fin de cumplir con sus reglas, necesito comprender completamente el hechizo


de protección, como lo llamaste. Conocer la redacción también me ayudará a asegurarme
de que otros la cumplan. Tenemos reglas estrictas por las que nos regimos en los Siete
Círculos, y severas sanciones si se rompen.

—¿Por “otros” te refieres a mí? —Sacudió la cabeza—. ¿Quién entonces?

—Mis hermanos.

Sabía que había siete príncipes demonios, pero no creía que estuvieran
emparentados. Imaginar a los demonios teniendo familias era perturbador.

—¿Todos los demonios tienen que obedecer estas reglas, o solo los príncipes del
Infierno?

—Si estamos intercambiando secretos ahora, me gustaría saber cuántas brujas viven
en esta isla y el nombre de la anciana del aquelarre de cada ciudad. Luego puedes decirme
dónde está el grimorio de la Primera Bruja y consideraré que estamos a mano. —Él sonrió
ante mi mirada de repulsión—. Me pareció que no. Pero me gustaría saber la parte en latín
del hechizo que usaste esta noche.
Sopesé los beneficios contra las desventajas de decirle el hechizo de protección. No
podía hacerme daño, eso estaba claro. Y no era como si él pudiera revertirlo, solo yo podía
hacer eso.

—Aevitas ligati in aeternus protego.

Por un segundo, pareció no respirar. Me miró fijamente, su expresión cercana al


horror. Un profundo sentimiento de satisfacción me invadió. No todos los días una bruja
causaba tanto miedo en un príncipe demonio, especialmente en el poderoso demonio de la
guerra.

—¿Ningún comentario sarcástico? —pregunté, sin molestarme en ocultar mi tono


presumido—. Está bien. Sé que es impresionante.

—Lo que es impresionante es lo equivocada que estás. —Cruzó los brazos, su


semblante cuidadosamente en blanco una vez más—. Independientemente de tu ordinario
intento con la magia oscura, te ofreceré un trato a cambio. La extensión es negociable, el
cómo lo vinculemos no.

Mi rostro se calentó. Nonna decía que los tratos de los Malvagi casi siempre
implicaban besos, que una vez que habían presionado labios con alguien, esa persona
perdía los sentidos por completo. Siempre anhelando más, yendo tan lejos como para
ofrecer su alma por otra probada del maligno pecado al que se habían vuelto adictos. No
sabía si todo eso era cierto, pero me negaba a averiguarlo.

—Prefiero morir antes que someterme a besarte, demonio.

Su expresión contenía poco humor mientras evaluaba mi situación. Fue una pasada
lenta y deliberada de mi cuerpo, mi postura, la forma en que apuntaba su propia daga a su
corazón. Si miró los huesos blanqueados que nos rodeaban, no les dio más que una mirada
somera. Cuando volvió a centrar su atención en mi rostro, algo oscuro acechaba en su
mirada, forjado en las profundidades del Infierno.

Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, hormigueando en advertencia. Este no


era el tipo de príncipe sobre el que se escribe en los cuentos de hadas. No había una corona
de oro sobre su oscura cabeza, ni promesas de seguridad esperando en sus esculpidos y
tatuados brazos. Él era muerte, rabia y fuego, y cualquiera lo suficientemente estúpido
como para olvidarlo sería consumido por su infierno.

—Algún día podrías rogarme que te bese. —Se acercó lo suficiente para que yo lo
apuñalara. El calor irradiaba de él. A mi alrededor. Una gota de sudor rodó entre mis
hombros y se deslizó por mi columna. Me estremecí. Olía a menta y a días cálidos de
verano, tan en desacuerdo con la oscuridad de su luccicare—. Puede que lo odies. O te
encante. Pero la tentación surgirá a través de esas venas mágicas tuyas, borrando todo
sentido común. Querrás que te salve del tormento sin fin dándote todo lo que te encanta
aborrecer. Y cuando lo haga, tendrás sed de más.
Una imagen de él presionándome contra la pared, la piedra afilada como garras en
mi espalda, sus labios suaves pero exigentes mientras me saboreaba, cruzó por mi mente.
Mi boca se secó como los huesos en mi círculo de invocación. Preferiría vender mi alma que
estar con él.

—No te preocupes —susurró, sus labios rozaron la delicada piel de mi cuello. Me


congelé. Se había movido tan rápido que ni siquiera lo había visto dar un paso—.
Necesitarías ser la última criatura en todos los reinos combinados para que yo te desee,
bruja. Incluso entonces puede que no sea suficiente para tentarme. Lo que estoy ofreciendo
es un intercambio de sangre.
Doce
Nunca hagas un trato con un demonio, pero muy especialmente con un príncipe
del Infierno. Las mentiras de los Malvagi son como el azúcar: dulces, pero mortales
cuando se ingiere demasiado con el tiempo. Atención: se pueden elaborar muy pocos
antídotos para un veneno tan perverso.

—Notas del grimorio di Carlo

Mi corazón se aceleró por su proximidad, el sonido casi tan fuerte como las olas
atacando los acantilados abajo. Se demoró un momento antes de alejarse, como si no solo lo
hubiera escuchado, sino que también disfrutara del ritmo rítmico y primario. Me pregunté
si le recordaría a los tambores de guerra y si de repente anhelaba la batalla. Ciertamente yo
lo hice. Demasiadas emociones se arremolinaban dentro de mí, lo que hizo que mi decisión
fuera especialmente difícil. El posible trato de mi hermana con su hermano. El intercambio
de sangre de Ira. Toda esta noche extraña e imposible. Apenas podía entender el hecho de
que los Malignos no solo eran reales, sino que uno estaba parado frente a mí, ofreciendo un
trato.

—¿Bien? —preguntó—. ¿Aceptas de buena gana mi intercambio de sangre?

—No te has molestado en explicar por qué lo ofreces, así que no.

Respiró hondo, como si el mismo acto de explicarse a una bruja fuera agotador.

—Según los términos de tu hechizo de protección, debo garantizar tu seguridad. El


hechizo me impide hacerte daño, pero también requiere que te proteja de los demás. Un
vínculo de sangre entre nosotros alertará a otros demonios de que eres un miembro
temporal de la Casa de la Ira y, por lo tanto, no deberían matarte ni mutilarte demasiado
terriblemente. Ahí. ¿Aceptarás el vínculo de sangre ahora?

No mutilarme demasiado terriblemente no era lo mismo que no mutilarme en


absoluto. Lo miré con los labios fruncidos. Después de un minuto, negué lentamente con la
cabeza.

—No, no creo que lo haga. Estás atado hasta que te libere, y no planeo invocar a
ningún otro demonio. Por lo tanto, no necesito tu protección.

—Primero, estoy atado a este círculo durante tres días. No hasta que me sueltes.
Tu... hechizo de protección es diferente… eso es, lamentablemente, para la eternidad ahora.
—Giró los hombros, aunque no pareció deshacer la tensión en ellos—. En segundo lugar, el
intercambio de sangre me permitirá sentir cuando estás en peligro. Sin él, no puedo
garantizar su seguridad. Lo que me pone en violación de las reglas que tú estableciste
cuando hiciste ese hechizo.
—Ah sí. —Mi tono lo acusaba de ser el peor mentiroso que había conocido—. Nada
de eso importa. Cuando se acabe nuestro tiempo, te devolveré al Infierno, no al distrito
comercial.

—Sangre de un demonio medio muerto. Este fue tu primer hechizo de invocación,


¿no? —Me miró con atención. Lo fulminé con la mirada, pero no dije nada para negarlo. Él
suspiró—. Por supuesto que estoy vinculado a una novata incompetente hasta el fin de los
tiempos. Haznos un favor a los dos y no aceptes mi oferta. Preferiría no ser tu perro faldero
de todos modos.

Ladeé la cabeza.

—¿Tendrías que venir cuando te llame?

—No exactamente, pero como dije antes, sabría cuando me necesitaras.

—¿Por qué te preocupas por protegerme?

—No lo hago. Pero gracias a tu hechizo me veo obligado a hacerlo, o correré el riesgo
de que mis poderes disminuyan. Por lo tanto, me adhiero a los términos. Algunos de
nosotros aceptamos amablemente nuestro deber.

Por supuesto. Cuando se nos requería mágicamente.

—¿Cómo funciona exactamente la protección?

—Los demonios sentirán el vínculo y reconsiderarán lastimarte. Puede que no los


persuada a todos de que no te maten, pero les haría detenerse. Sabrían que incurrirían en
mi ira como castigo por interferir en los asuntos de la Casa.

Por mucho que me resistiera a admitirlo, tener al demonio de la guerra como ángel
de la guarda no era la peor suerte. No tenía que confiar en él, ni siquiera que me agradara…
solo necesitaba tener fe en mis propios instintos. Ahora mismo me decían que él no era el
responsable del asesinato de mi hermana. Estaba bastante segura de que este trato era más
beneficioso para él, pero eventualmente encontraría una manera de doblarlo a mi favor. E
incluso si no pudiera, no importaba. Ira no parecía quererme muerta, y necesitaba estar
muy viva para descubrir qué le pasó a Vittoria.

—Bien. Acepto tu oferta de un intercambio de sangre.

—¿De buena gana? —preguntó. Asentí—. Pásame mi daga.

Dudé solo un segundo, recordando el hechizo de protección que le había lanzado.


Por primera vez desde que apareció en la cueva, se veía eufórico mientras deslizaba la hoja
en su agarre expectante. Antes de que cambiara de opinión, se cortó el dedo e hizo que
salieran unas gotas de sangre. La herida se selló casi inmediatamente después.

—No tendré que... beberla, ¿verdad?


Lanzó una mirada rápida en mi dirección.

—¿Qué tipo de historias te han contado sobre nosotros?

Murmuré “malignos desviados bebedores de sangre”, y él debió haberme escuchado


porque no se molestó en pedir una aclaración.

—A menos que te guste beber sangre, mezclar la mía con la tuya será suficiente.

El desafío se elevó en mi mirada fija mientras levantaba mi brazo que aún sangraba
y él presionaba su dedo contra mi herida. Parecía tan repugnado por eso como yo. Apreté
los dientes, intercambiar sangre con un demonio tampoco era mi noche ideal, pero aquí
estábamos.

—Repite después de mí, yo... cualquiera que sea tu nombre completo, acepto
voluntariamente este intercambio de sangre con la Casa de la Ira por un período de seis
meses.

—¿Seis meses? —Me liberé de su agarre y apreté mis manos en puños—. ¡Eso es
absurdo! ¿Qué pasa si no quiero tu protección durante tanto tiempo?

Se frotó las sienes.

—¿Qué es lo que quieres, bruja? ¿Por qué me invocaste?

—Para averiguar quién asesinó a mi hermana.

—¿Y?

Dudé. Originalmente quería invocar a un demonio para romper el hechizo del diario
de mi hermana. Definitivamente no quería que Ira lo supiera ahora. Al menos no hasta que
supiera por qué Carolina dijo que habían venido a buscarlo—. Eso es.

—Estás mintiendo.

—¿Y tú no lo has hecho?

Sacudió la cabeza.

—Estar atado a ti me impide mentir. Sería... descortés hacerlo.

—Por supuesto. Uno siempre debe tener buenos modales mientras arranca los
corazones de sus enemigos. —Lo miré, evaluándolo. No iba a aceptar simplemente su
palabra sin pruebas—. Si tu magia no estuviera atada por el hechizo de protección, ¿me
harías daño?

—Si tuviera que hacerlo, sí.

Y no parecía demasiado desanimado por la idea. Al menos sabía que estaba diciendo
la verdad sobre no poder mentir. En lugar de responder, como él parecía estar esperando,
aguardé. Nonna decía que se podría ganar mucho leyendo el silencio. Era un demonio de la
guerra, pero yo también entendía estrategia. No le tomó mucho tiempo llenar el silencio.

—Cree lo que quieras, pero estamos alineados con el objetivo común de encontrar al
asesino de tu hermana.

Él y yo no estábamos alineados en nada y nunca lo estaríamos. La furia azotó la


cueva, más rápida y más poderosa que el viento que ahora aullaba afuera. Me dio una
mirada aburrida que me hizo enfurecer más.

—¿Por qué te preocupas por encontrar justicia para mi hermana?

—No lo hago —dijo—. No me confundas con un humano con intenciones nobles.

—Si quieres que confíe en ti lo suficiente para un pacto de sangre, o como se llame,
necesito saber por qué quieres resolver su asesinato.

Se quedó callado un minuto, pareciendo considerar qué información compartir.

—Quiero detener al asesino antes de que vuelva a atacar. Alinearme contigo no es lo


ideal, pero es la mano que me han repartido y la estoy jugando a mi favor. No solo eres una
bruja, como cada víctima antes que tu hermana, también estás conectada con la víctima
más reciente. En algún momento, creo que puedes resultar valiosa para atraer al asesino;
por lo tanto, me gustaría sentir cuando estás en peligro para poder eliminar la amenaza.

Abrí la boca, pero él levantó una mano para detenerme.

—No te daré más detalles a menos que aceptes el vínculo de sangre.

Ira no estaba mintiendo, no me diría nada más a menos que estuviera de acuerdo.
Podría estar eligiendo voluntariamente su oferta, pero realmente no parecía que tuviera
otras opciones. Pensé en mi hermana: sabía exactamente lo que haría. Inhalé
profundamente.

—¿Me contarás más sobre la relación de mi hermana con tu hermano?

—Intercambiaré toda la información necesaria.

Demonio engañoso. Toda la información “necesaria” no es igual a toda la


información. Lo miré, tratando de resolver el sentimiento de inquietud que crecía dentro de
mí. Afirmaba que el vínculo de sangre era parte del hechizo de protección que usé, pero no
estaba segura de que eso fuera todo. Pensé en él teniendo un vínculo conmigo. Dijo que
sabría cuando estuviera en peligro, pero no me gustaba la idea de que supiera dónde
estaba. Los demonios podían tener reglas y etiqueta, pero yo no sabía nada de ellos.

Tal vez consideraba un gran honor arrastrar a alguien al Infierno para que reinara
allí por la eternidad.
—Responde una pregunta más para mí —dije—. Aparte de no poder mentir, ¿qué
más tienen prohibido hacer los demonios?

Esperó un poco antes de responder.

—Tampoco podemos entrar en un hogar humano sin una invitación. Se nos permite
usar nuestros poderes, pero no causar daño físico directo. Y, una vez invocados, nos vemos
obligados a permanecer en este reino hasta que se retire nuestra invitación.

—Si retirara tu invitación ahora, ¿tendrías que irte de inmediato?

—Sí. ¿Tenemos un trato? —Parecía relajado, casual. Pero sus ojos estaban
enfocados, afilados. Quería mucho que aceptara su oferta. Pensé en las historias que Nonna
nos contaba cuando éramos niñas, sobre cómo nunca se podía confiar en los Malignos. Ira
había sido nombrado específicamente.

Quería mucho ser más como mi gemela. Pero no podía evitar ser yo.

—No, príncipe Ira. No acepto tu intercambio de sangre.


Trece
Una bruja nunca debe entrar en un intercambio de sangre con un príncipe del
Infierno. Al hacerlo, permite que el conjurado tenga un vínculo directo con la bruja. No
está claro cuánto dura el vínculo o si se puede romper. Nunca lo olvides: forjar un
vínculo hecho a partir del amor es tan peligroso como los que se hacen a través del
odio.

—Notas del grimorio di Carlo

Nonna miró la daga atada a mi cadera, luego golpeó el pollo como si estuviera
imaginando el cráneo de alguien. Me había apoderado del arma de nuevo antes de dejar la
cueva, y ahora Ira se parecía mucho a Nonna. Si ella estuviera tan desanimada por la daga
del príncipe demonio, no podía imaginar lo molesta que estaría si supiera sobre el tatuaje
mágico que compartíamos.

Había elegido una blusa con mangas largas y onduladas para ocultarlo. Antes de
acostarme, inspeccioné las dos lunas crecientes dentro del círculo de estrellas. La tinta
brillaba como la luz de la luna. A pesar de que me ataba a Ira, no me importaba mucho. Era
delicado y bonito.

Aporrear. Aporrear. Nonna golpeaba al pobre pollo con un enfoque singular. Al


menos, el especial de la casa de hoy sería deliciosamente tierno para nuestros clientes. Era
bueno que algunas personas todavía tuvieran apetito. Ciertamente yo había perdido el mío.

Ignoré la forma en que mi estómago se revolvía cada vez que pensaba en los eventos
de anoche. Si Nonna supiera que no solo había invocado a uno de los Malvagi, sino que casi
voluntariamente había entrado en un intercambio de sangre con uno... Cerré los ojos y
luché contra el impulso de acostarme.

Nonna podría dejar de machacar el pollo y lanzarse por el acantilado más cercano.

Mi atención se deslizó hacia el pequeño reloj sobre la estufa. Quería terminar el


servicio de la cena y volver a la cueva donde Ira estaba atrapado antes del anochecer. Esta
noche exigiría respuestas. Aparte de su posición real en el Infierno, no sabía nada sobre él.
Por lo que yo sabía, él era el diablo y tenía su propia agenda malvada.

Independientemente de todas las incógnitas que rodeaban a Ira, estaba segura de al


menos dos hechos. El primero era que él quería localizar al asesino de mi hermana y
probablemente matar a quienquiera que fuera. Y el segundo era su deseo de formar un
vínculo de sangre conmigo. No tenía intención de seguir adelante con el vínculo
espeluznante, pero me daba una excelente ventaja para usar cuando lo interrogara. Su
hermano parecía interesado en negociar con brujas y yo quería saber por qué.
Si sus hermanos demonios no eran responsables de asesinar a mi gemela, eso hacía
que fuera más probable que fueran los cazadores de strega los responsables. Tener a Ira
alrededor para protegerme mientras un fanático que odia a las brujas arranca corazones
podría ser sabio. Dejaría que el príncipe demonio luchara contra él y correría para
protegerme. ¿Y si se destruyeran entre sí en el proceso? Buen viaje.

Corté champiñones para la salsa, los agregué a la sartén con ajo y chalotas ya
hirviendo en mantequilla. Mi trabajo era mecánico hoy, la cocina contenía poca magia como
antes. No ayudaba que mi atención se desviara hacia el reloj. Me preocupaba dejar a un
demonio solo toda la tarde. Ya fuera un príncipe del Infierno o algo peor, era innegable que
seguía siendo maligno.

Antes de dejar la caverna al amanecer, lancé un hechizo extra de contención que no


le cayó muy bien. No podía hacerme daño debido al hechizo de protección, y estaba
bastante segura de que no mentía acerca de estar atrapado durante tres días, pero disfruté
tomando precauciones adicionales.

Especialmente cuando lo hicieron escupir enojado. Nonna nos dijo que los Malvagi
no podían soportar la luz del sol, así que planeé estar de regreso antes del anochecer por si
mi hechizo no había funcionado o él de alguna manera lo había roto.

Nonna dejó su rodillo a un lado y le entregó la fuente de pollo aplastado a mi madre


para que lo empapara en harina. Me vio cortar más hongos mientras descorchaba una
botella de marsala y la echaba en una sartén caliente, y fingí no darme cuenta.

—Las distracciones en la cocina provocan accidentes, Emilia. —Se secó las manos y
se echó la toalla por encima del hombro—. ¿Necesitas sentarte?

Miré hacia arriba, deteniendo mi asalto a los hongos.

—Estoy bien, Nonna. Solo cansada.

Y más que un poco ansiosa por las últimas veinticuatro horas. Era difícil comprender
el hecho de que los monstruos de las historias de mi infancia eran reales. No tenían los ojos
rojos, ni los dedos en forma de garras ni los cuernos. Las criaturas del Infierno eran
elegantes, regias, de buenos modales. Cambió mi idea de cómo se suponía que el mal se
presentaba al mundo. Se suponía que Ira tenía dientes como colmillos y babeaba, no una
maravilla sin camisa que cualquier artista soñaría con pintar.

—Nicoletta, ¿tienes algún consejo para tu hija?

Nonna se volvió hacia mi madre en busca de ayuda, pero hoy mamá estaba perdida
en su propia tristeza. Colocó un trozo de pollo en un tazón de harina sazonada con sal y
pimienta, lo sacudió para liberarlo y lo dejó caer en una sartén. La mantequilla crujió y
escupió, complacida con la ofrenda.

Mi madre tomó otro trozo de pollo y repitió el movimiento. Toda memoria corporal,
ningún pensamiento consciente. Rápidamente aparté la mirada.
Nonna agarró mi barbilla, obligándome a encontrarme con su mirada
inquebrantable.

—Cualquier problema que hayas estado buscando termina esta noche, Emilia. La
luna está casi llena y no es momento de jugar con fuerzas que no tienes esperanzas de
controlar. ¿Capisce?

—No he estado buscando problemas, Nonna. —Solo me los había invocado—. Todo
está bien. Estoy bien, lo prometo.

Nonna soltó mi rostro y se alejó, sacudiendo la cabeza.

—Nada está bien, niña. No lo ha estado durante un mes y me imagino que no lo


estará durante bastante más. Vittoria se ha ido. Nada la traerá de regreso. Es duro, pero es
cierto. Necesitas aceptarlo y llorar. Deja ir tu venganza o nos maldecirá a todos.
****

—¿Quieres cuánto por esta camiseta? —Fruncí el ceño a Salvatore, el ladrón que
desfilaba como vendedor. Le sacudí la prenda ofensiva—. Ambos estamos hablando de esta,
¿verdad? ¿La que está prácticamente raída en los codos?

—Es un precio justo. —Levantó las manos y retrocedió lentamente detrás de su


mesa de mercancías—. Carolina está vendiendo la suyo por un poco más. ¿Lo ves?

Sal señaló con la cabeza el puesto al otro lado del callejón. Tenía razón, pero todos
por aquí conocían, y admiraban, a la tía de Claudia, Carolina, como “la maquinadora”. Sin
embargo, solo las personas adineradas que disfrutaban de un paseo por el concurrido
mercado pagaban sus precios inflados. Me imaginaba que tenía más que ver con el hecho de
que había hechizado los artículos para que fueran irresistibles para cierta clientela. Luché
contra la urgencia de mirar hacia su puesto, por si acaso ella me llamaba para preguntar
cómo fue mi invocación de demonios.

Incluso los practicantes de las artes oscuras temían a los Malignos.

Le entregué las monedas a Sal y metí la camisa en mi saco, gruñendo todo el tiempo.
Por mucho que me encantaría quedarme y regatear sobre la pobre excusa de ropa, el sol se
deslizaría por el horizonte pronto, y necesitaba asegurarme de que el demonio todavía
estuviera atrapado en el círculo.

Me apresuré entre la multitud de la tarde, ignorando a las personas que me


llamaban para que probara queso, probara su comida callejera o comprara un hermoso
juego de aretes. A menos que pudieran venderme un hechizo de demonio para desbloquear
el diario de mi hermana, no estaba interesada.

—¿Emilia?

Me detuve al final de la calle que finalmente se convertía en el camino empinado y


sinuoso de la caverna abandonada. Quizás me había imaginado su voz. Cerré los ojos,
rezando por haberlo hecho. No estaba lista para esta reunión e incluso si lo estuviera, me
estaba quedando sin luz del día. Las criaturas malignas salían en la oscuridad, y conocía al
menos a una que quería soltar su correa.

—¡Emilia! Eres tú, gracias a las estrellas. Esperaba verte aquí.

Respiré hondo y me giré para mirar a mi amiga.

—Hola, Claudia. Cómo…

Me aplastó en un abrazo, sus repentinas lágrimas empaparon mi cuello.

—Ha pasado todo un mes y todavía no puedo creerlo. Incluso después de verla
enterrada. —Claudia dio un paso atrás y sacudió sus rizos oscuros. Su cabello era más corto
que la última vez que la vi. Se veía bien—. He tenido los... sueños más extraños
últimamente. Mi tía cree que son mensajes urgentes.

Ambas escudriñamos la calle, pero nadie estaba lo suficientemente cerca como para
escucharnos. Por “sueños” mi amiga se refería a “visiones”. La magia de Claudia funcionaba
mejor con adivinación. A veces, sus visiones eran más que visiones. Y otras veces no era así.
El problema era que nunca pudimos decir cuál era un regalo de la diosa de la vista y las
premoniciones y cuál era puramente su imaginación.

Odiaba haberla dejado sola para que se preocupara por los posibles significados.
Vittoria solía tomar notas y hacer un centenar de preguntas diferentes. Deseaba
desesperadamente que estuviera a mi lado ahora.

—¿Qué viste?

Claudia miró a su alrededor.

—Es más una advertencia que una verdadera visión, creo.

Y fuera lo que fuera, claramente la aterrorizaba. Mi amiga parecía lista para saltar de
su piel. Me acerqué y tomé su mano en la mía.

—¿Qué es?

—No lo sé... vi alas negras y una jarra vacía que se llenaba y vaciaba. Todo fue muy
extraño. Creo que se avecina una terrible oscuridad —dijo—. O ya está aquí.

Se me puso la piel de gallina en oleadas. Me tragué mi vergüenza. No tenía ninguna


duda de que Claudia me había visto invocando a Ira. Arrastrar a un príncipe del Infierno
desde el inframundo fue una gran hazaña; no podía imaginar el tipo de temblores mágicos
que debió haber provocado. Había interrumpido el orden natural de este mundo. Saqué lo
que no pertenecía. Era el tipo de magia más oscura, y no me sorprendía que una bruja
oscura lo sintiera.

—Tal vez es solo la forma en que tu mente está explicando lo de Vittoria...


—Probablemente tengas razón —asintió rápidamente—. Domenico también es un
desastre. Visita el monasterio al menos dos veces por semana para rezar.

Me alegré de haber alejado la conversación del Gran Enorme Mal que había invitado
a nuestro mundo, aunque pensar en mi hermana en el monasterio me trajo sus propios
sentimientos horribles. Traté de no concentrarme en el rostro manchado de lágrimas de
Claudia. Lo último que quería era empezar a llorar y aparecer con los ojos enrojecidos y
manchados cuando me enfrentara a Ira. Quería proyectar valentía y ferocidad, no un lío
mocoso y sollozante.

Fue el único pensamiento que evitó que me derrumbara. Bueno, eso y escuchar que
el amante secreto de mi hermana había estado orando tan a menudo. Con mi dolor y luego
el deseo de abrir su diario, me había olvidado por completo de él.

—No sabía que estaban públicamente...

No estaba segura de cómo llamarlo. No un cortejo, porque Domenico no había


hablado con mi padre y Vittoria ciertamente no lo había mencionado. Si no hubiera visto su
nombre garabateado en su diario, no sabríamos que le gustaba en absoluto. Ese
pensamiento me dolió, así que lo empujé profundamente donde no podía lastimarme, con
los otros sentimientos desagradables que había estado almacenando últimamente.

—¿Qué más ha dicho Domenico?

—No estoy segura. No me ha hablado de nada. Casi siempre se encierra en una de


las cámaras vacías y enciende velas de oración hasta pasada la medianoche. Creo que ahora
está allí. Siempre se ve tan triste.

Quería hablar con él y sabía que debería hacerlo, pero todavía no me sentía
preparada. Razoné que podría ser cruel aparecer, luciendo como el espejo de su amante
asesinada. La verdad era que no estaba preparada para enfrentarme a uno de los secretos
de mi hermana sin que mi corazón se terminara de romper.

Claudia pasó su brazo por el mío y nos guio fuera de la carretera principal.

—Fratello Antonio está preocupado por ti. Ya que fuiste tú quien... —Ella tragó
saliva—. Ahora que ha regresado de sus viajes y ha dejado de lado los rumores de
cambiaformas, sería bueno hablar con él. Solo para ayudar a encontrar consuelo.

El consuelo era lo más alejado de la venganza y no quería tener nada que ver con
eso. La hermandad me aconsejaría que dijera oraciones y encendiera velas como Domenico.
Ninguna de las dos ayudaría a vengar a mi hermana ni a romper el hechizo de su diario.
Incluso si confesaba los deseos más oscuros de mi corazón, no había nada que Antonio
pudiera hacer para ayudarme. Él era solo un humano.

Esbocé una sonrisa, sabiendo que Claudia venía de un lugar de amor. Y tenía
bastante de qué preocuparse con sus propias visiones inquietantes.
—Hablaré con él. Pronto. Lo prometo.

Claudia estudió mi rostro. Asegúrate de visitarme también mientras estés allí. Te


extraño. No puedo imaginar por lo que estás pasando, pero solo estás sola si eliges estarlo,
Emilia. Por favor, no olvides que todavía vives y eres amada. Y, si me dejas, puedo ayudarte.

Me imaginé confirmando sus temores sobre su sueño, contándole todo lo que hice
anoche; sobre el demonio que había sacado del inframundo y escondido en el nuestro. Y no
un demonio cualquiera, sino, si se le creía, un príncipe de la guerra. Un demonio tan vicioso
y poderoso que era la encarnación viviente de la ira.

Si Claudia supiera lo que estaba planeando a continuación, me preguntaba si todavía


estaría dispuesta a ayudar.

Eché un vistazo a la determinación en sus ojos y decidí que podría hacerlo.

—Yo... —Inhalé profundamente. No confiaba en Ira con este secreto, y Carolina no


podía ayudar, pero tal vez Claudia sí. Saqué el diario de mi hermana de mi cartera—. Hay
un hechizo en esto que no puedo romper. Tu tía dijo que la magia no era de este reino.
Posiblemente sea de origen demoníaco.

Los ojos de Claudia se agrandaron mientras pasaba los dedos por la cubierta.

—Es ... antiguo.

—¿Crees que podrías averiguar qué tipo de magia se utilizó?

Ella asintió vigorosamente.

—Ciertamente puedo intentarlo.

—Es peligroso —advertí—. No puedes decirle a nadie que lo tienes ni mostrárselo a


ninguna persona.

—No lo haré. Promesa.

Dejé ir el diario. Cuando me volví para irme, una sombra se cernió sobre mi amiga y
siseó:

—Él está aquí.

—¿Qué? —Medio grité y tropecé hacia atrás. Era la misma voz incorpórea que había
escuchado la noche en que mataron a mi hermana. Nunca olvidaré el sonido—. ¿Quién es?

—¿Quién es qué? —Claudia miró a su alrededor y luego se acercó para


estabilizarme—. ¿Estás bien, Emilia? Pareces haber visto al diablo.

—Yo…
—¿Escuchaste eso? —Pasé una mano por mi cabello y tiré de las raíces. No había
nada ahí. Sin sombras amenazantes ni advertencias espantosas del más allá. Quizás
necesitaba la iglesia después de todo. Ciertamente podría usar todas las oraciones que
pudiera recibir—. No es nada. Pensé que habías dicho algo más.

Claudia no parecía estar convencida, pero después de un momento tenso se despidió


de mí con la promesa de aprender todo lo que pudiera sobre el misterioso hechizo.

Escuché la voz de Nonna en mi cabeza mientras me apresuraba a salir de la ciudad,


constantemente lanzando miradas por encima del hombro para ver si algo me seguía. Ella
tenía razón, nada estaba bien.

Y estaba empezando a pensar que nunca volvería a estarlo.


Catorce
—Ponte esto. Nadie debería estar sujeto a eso toda la noche, demonio.

Ira tomó la camiseta un segundo antes de que golpeara su rostro y se encogió.


Honestamente, no podía culparlo. Gamuza rojiza arrugada, codos lullidos y cordones
entrecruzados en el pecho. Se quedó mirando como si hubiera arrastrado un cadáver en
descomposición y le hubiera dicho que lo despellejara y lo cosiera en una chaqueta.

Apretó la mandíbula.

—No.

—¿No? —Incliné la cabeza como si no lo hubiera escuchado correctamente.

—Parece que la hiciste una bola y lo dejaste en el fondo de un cajón durante meses,
y huele como si hubieras limpiado las entrañas de cerdo con ella. —Me lo arrojó—.
Búscame algo más adecuado o trata conmigo así.

—¿Disculpa? —Marché hasta la línea de huesos y la crucé sin vacilar. Me paré cara a
cara con él, echando humo. Un brillo salvaje en mis ojos lo desafió a decirme que no otra
vez—. Ponte. La. Camisa. Ahora.

—¿La vista de mi piel desnuda se mete debajo de la tuya? ¿Tuviste pensamientos


pecaminosos sobre mí anoche? —Me dio una sonrisa perezosa—. Esa suele ser la
especialidad de mi hermano, pero no temas, todos tenemos talento para el dormitorio.

—Cerdo.

—¿Te importaría rodar por la tierra conmigo?

La ira se derramó sobre mí.

—Ya quisieras.

—Yo no. —Juré que la temperatura bajó para igualar la frialdad de su tono—.
Ustedes nos llaman malignos, pero ustedes, brujas, son criaturas vengativas sin alma ni
conciencia. —Asintió con la cabeza hacia la daga que había atado a mi cadera. Se veía
ridículamente fuera de lugar contra mi falda fluida oscura y mi blusa a juego con mangas
onduladas. Pero no me importaba. Él no iba a recuperarla—. Apúñame si es necesario, pero
no voy a ponerme esa monstruosidad.

—No puedes hablar en serio. Es una camisa. —Lo miré y no pude empezar a
comprender la nueva mirada en sus ojos—. ¿Necesito recordarte que no estás en posición
de hacer demandas o negarte a mí?

Su enfado se unió al mío como un matrimonio impío.


—-Aquí hay una pequeña lección, ya que parece que no tienes educación, bruja.
Invocar no es igual a poseer. La contención no es para siempre.

Se acercó lo suficiente como para que yo tuviera que quedarme y sentir el calor de
su cuerpo, o alejarme para sostener su mirada. Me tomó un momento ceder un paso, pero
finalmente lo hice.

No podía creer que quisiera discutir sobre la ropa mientras yo me tambaleaba sobre
mi fantasma personal del Infierno. Si era real y no una creación siniestra que mi mente
conjuró para perseguirme.

—Puedo y me negaré ante ti cuando quiera —dijo, su voz ahora peligrosamente


baja—. Nunca cometas el error de pensar que ejerces algún poder sobre mí que no sea el
hechizo que me contiene aquí. E incluso eso no durará.

Respiró hondo, como si estuviera disfrutando de la ira que emanaba de mí. Pensé en
darle un puñetazo de nuevo, pero me contuve.

—No puedes romper el hechizo sin mí, demonio.

—Tal vez no. Pero los hechizos de contención, como los hechizos de invocación,
duran tres días. Después de eso, soy libre de dejar este círculo y hacer lo que quiera. —
Finalmente dio un paso atrás y se apoyó contra la pared de la caverna, mirándome digerir
la información—. ¿Has venido a pelear verbalmente toda la noche, o has cambiado de
opinión sobre el vínculo de sangre?

—Ninguna de las dos. Vengo a interrogarte sobre los cazadores de brujas. —Su risa
repentina me sobresaltó. Me recuperé rápidamente y me crucé de brazos—. ¿Por qué es
eso divertido?

—La información es la moneda de donde vendo. Nadie espera obtener algo gratis. Si
entras en alguna de las casas reales y exiges información, te desollarían viva.

Esperaba que no pudiera escuchar los latidos de mi corazón mientras dejaba que esa
imagen tomara forma.

—¿Aceptar un intercambio de sangre no cuenta como pago? —pregunté. Se


enderezó e inmediatamente perdió la sonrisa. Eso llamó su atención principesca—. Creo en
tomar decisiones informadas. Por tanto, solicito un intercambio de información básica.
Seguramente no será demasiado para que aceptes.

Me inspeccionó de la forma en que alguien podría mirar a un gato si de repente


comenzara a dar órdenes a los criados.

—Muy bien. Te complaceré respondiendo algunas preguntas. Elije sabiamente.

—¿Has oído hablar de humanos que se hayan unido para cazar brujas?

Sacudió la cabeza.
—No en este momento. Aunque la historia ha demostrado que están activos, estoy
seguro de que existen.

—-¿Cuál de tus hermanos negoció con mi hermana?

—Orgullo.

Cerré la boca. En la religión humana, el diablo a menudo se asociaba con ese pecado
en particular. Anoche, Ira solo me dijo que mi hermana había hecho un trato con su
hermano; no había mencionado al diablo real. Lo que significaba…

Un recuerdo saltó al frente de mi mente. La noche anterior al asesinato de Vittoria, le


había exigido saber qué había estado haciendo en el monasterio.

«Estaba invocando al diablo. Un libro antiguo me susurró sus secretos y he decidido


tomarlo como mi esposo. Te invitaría a la boda, pero estoy bastante segura de que la
ceremonia se lleva a cabo en el Infierno».

Sangre y huesos. Vittoria no se estaba burlado. Las preguntas pululaban alrededor de


mi cabeza como abejas enojadas.

—¿Eso era todo lo que querías saber, bruja? —Ira apareció a la vista, irrumpiendo
en mis pensamientos. Mi hermana me había dicho la verdad y yo la había decepcionado. No
le hice preguntas ni la tomé en serio. Debería haberlo sabido mejor, ella siempre decía
cosas extravagantes a los humanos y se deleitaba con ellos pensando que estaba mintiendo.
Si no hubiera estado tan molesta con ella por avergonzarme frente a Antonio, habría
prestado más atención. Debería haberle prestado más atención.

Respiré para estabilizarme. Empezaría a notar cada detalle ahora.

—¿Por qué Orgullo quería casarse con ella? —pregunté. La expresión de Ira se
volvió imposible de leer. Mi paciencia se agotó—. Sé que mi hermana accedió a casarse con
él. Ella misma me lo dijo.

No se movió, pero me imaginé su mente dando vueltas mientras probablemente


formulaba mil escenarios diferentes y calculaba los beneficios contra los costos de
compartir información. Honestamente, no pensé que respondería. No parecía complacido
cuando finalmente lo hizo.

—Orgullo necesita casarse para romper una maldición que se le impuso.

—¿Por qué estás ayudando?

Mostró sus dientes.

—Me aburría. Parecía divertido.

Si realmente no podía mentirme, eso tenía que ser al menos parcialmente cierto.
—Entonces, ¿cuál... tu misión es encontrar a alguien que esté dispuesto a casarse con
Orgullo?

—Sí. Necesita una novia bruja, específicamente. Parte de mi tarea consiste en


asegurarme de que su prometida llegue a nuestro reino de manera segura, en caso de que
acepte su trato.

—¿Por qué necesita casarse con una bruja?

—Necesita a alguien con habilidades mágicas para romper la maldición.

—¿Y si ella se niega?

—Entonces se da cuenta de las... fuerzas... opuestas... que le desean daño.

Era una forma muy educada de decirle que, si rechazaba la oferta, se arriesgaría a
morir.

—Las otras dos víctimas también eran brujas. Lo que significa que les ofrecieron el
mismo trato que a Vittoria —dije principalmente para mí misma, pensando en la nueva
información en voz alta. Ira asintió cortésmente de todos modos—. ¿Fueron asesinadas
antes o después de que hablaras con ellas?

—Después.

—¿Les das tiempo para considerar el trato?

—Por supuesto. Se les da un día completo para pensarlo.

Esto me sorprendió. Si necesitara que alguien aceptara un trato para romper una
maldición, el tiempo sería lo último que quisiera darles. Demasiado podría salir mal.

—¿Cómo eliges a la bruja? —Ira me lanzó una mirada que decía que el tiempo de
preguntas estaba llegando a su fin—. Al menos responde esto, demonio. ¿Cuántos otros de
tu mundo saben a quién le estás ofreciendo el trato?

—Solo Orgullo y yo.

Reflexioné sobre eso. Eso hacía que la lista de sospechosos fuera mayor. En lugar de
preocuparme por un espía en el reino de Ira, también abría la posibilidad de que las
víctimas le contaran a la gente sobre el trato del diablo en este mundo. Entonces, las
personas a las que se les había dicho podrían haber dicho algo o haber sido escuchadas por
otros. Un día completo era mucho tiempo para que los chismosos se pusieran manos a la
obra.

Excepto... había un problema importante con esa teoría. Las streghe no revelaban
sus secretos. Volví a pensar en los cazadores de brujas. Ira no parecía que pensara que eran
una amenaza, pero no había encontrado ninguna evidencia para descartarlos por completo.
Todavía tenía más sentido que fueran los responsables. Quizás de alguna manera habían
descubierto quiénes eran las verdaderas brujas de la isla, y el momento del trato con el
diablo fue una coincidencia.

—¿Me dirás quién es la próxima bruja?

—No.

Consideré mis opciones. Podría enviar notas a las otras doce familias de Palermo,
pero existía la posibilidad de que pudieran ser interceptadas. Aparecer en sus casas o
negocios también era arriesgado en caso de que estuvieran siendo observadas, así que esa
no era una opción. En estos tiempos extraños, tenía que ser muy cautelosa con cada uno de
mis movimientos. Mis buenas intenciones podrían terminar costándole la vida a alguien.
Ojalá las demás estuvieran tomando precauciones después de los recientes asesinatos.

Ira se acercó al borde del círculo de huesos, luciendo como un problema.

—¿Bien? ¿Estás lista para convertirte en miembro de la Casa de la Ira?

—No. Hasta que decidas trabajar conmigo como un igual, rechazo tu oferta de
protección.

Su sonrisa estaba llena de veneno.

—Nunca planeaste aceptar el intercambio de sangre, ¿verdad? —Lo ignoré, cogí mi


bolso del suelo y me dirigí a la entrada de la cueva. Ira gritó—: ¿A dónde vas?

—Al monasterio.

—Estos son tiempos peligrosos; no deberías ir sola. Déjame en libertad y te


acompañaré.

Como si permitiera que eso sucediera.

—La próxima vez.

—Benediximus. —Buena suerte—. Es tu funeral.

Su risa oscura me siguió todo el camino de regreso a la ciudad.


Quince
A dos calles del monasterio, tuve la inconfundible sensación de ser observada. Fingí
no darme cuenta por una cuadra completa antes de dirigirme casualmente por una calle
vacía. Si tenía que recurrir a la magia, no necesitaba testigos que informaran a la iglesia de
mi supuesta brujería. Cuando éramos mucho más jóvenes, un fratello llamado Carmine
solía buscar a cualquiera con maldad en su alma. Había oído que la iglesia lo había enviado
al norte de Italia, pero pensaba en él de vez en cuando. Especialmente fuera del monasterio,
preparándome para usar magia.

Agarré mi cornicello y entrecerré los ojos hacia el callejón contiguo, buscando un


luccicare puro que indicara que un humano estaba cerca. Al principio, no vi nada. Y luego...

Una voz baja y suave habló desde las sombras.

—Bueno, esto es toda una sorpresa.

Los vellos de mi nuca se erizaron cuando un hombre emergió de la oscuridad. Su


cabello era de seda negra, y sus ojos de color verde animal. Ningún humano tenía ojos de
ese color, y el extraño y brillante luccicare que lo rodeaba indicaba lo que ya sospechaba:
Malvagi. No estaba segura de por qué, pero solté mi amuleto y lo metí sutilmente dentro de
mi corpiño.

—Tú eres... —Otro príncipe demonio. Uno que yo no había invocado a este reino. Lo
que significaba que había otras formas de llegar aquí. Algo de lo que debería haberme dado
cuenta antes, ya que Ira fue quien había estado inclinado sobre mi hermana el mes pasado.
Lo imposible se estaba convirtiendo en una broma.

Retrocedí un paso y recé en silencio a la diosa de la batalla y la victoria. El nuevo


demonio sonrió como si hubiera leído mis pensamientos. Quise apartar la mirada, pero no
pude. Era como si esa extraña y pulsante energía suya me mantuviera cautiva por mucho
que yo quisiera gritar.

En lugar de entrar en pánico, catalogué los detalles. Era casi tan alto como Ira, y era
llamativo en vez de clásicamente guapo, pero llamaba más la atención por ello. Tenía el
vello facial bien recortado acentuando los ángulos duros de su rostro. Mirándolo, casi sentí
una punzada de...

—Envidia. —El demonio se las arregló para hacer que una palabra singular sonara
amenazadora y atractiva—. Y tú eres... intrigante.

No quería ser intrigante. No quería estar a solas con él. Quería escapar. No logré
hacer ninguna de esas cosas. Me quedé allí, congelada por un terror que me llegaba a los
huesos. Los Malignos no habían sido vistos en este reino por casi cien años. Ahora por lo
menos dos de ellos estaban aquí.
No podía entender por qué, pero sentía que este príncipe era diferente a Ira. Había
algo en él que parecía letalmente angelical. Pero si alguna vez tuvo un halo, ahora estaba
roto. Quería arrodillarme para suplicar y también gritar por misericordia.

Envidia acechaba al borde del callejón. Justo como había estado Ira la primera noche
que lo encontré, su hermano estaba vestido con ropas finas. Su traje era negro sólido, pero
su camisa y su chaleco eran de varios tonos de verde arremolinados, atravesados por hilos
de plata. También tenía una daga atada a su costado, pero esta tenía una gema verde
gigante alojada en su empuñadura.

Todos mis sentidos se estremecieron en advertencia. Y miedo. Esta criatura de


medianoche no estaba obligada a protegerme, y yo era muy consciente de mi
vulnerabilidad.

Esta falda no tenía un bolsillo secreto, así que dejé mi tiza bendecida por la luna en
casa. Lo que significaba que no tenía forma de dibujar un círculo de protección, ni hierbas
para ofrecer a la tierra, y tenía la sensación de que correr solo lo divertiría. Casi me
ahogaba en el terror. Estaba a merced de este diablo.

Mi pánico se transformó abruptamente en otra cosa. Una feroz y abrumadora


sensación de oscuridad revoloteó a mi alrededor como amplias alas de cuero. Era fría y
antigua, sin principio ni fin. Como toda la magia, simplemente era.

Y yo anhelé que fuera toda mía. Hasta la última gota.

De repente me sentí celosa del inmenso poder que estos demonios ejercían. ¿Por
qué las criaturas del Infierno se merecían todo esto? ¿Por qué yo era menos digna de
poseer algún poder propio?

¡Yo era la diosa bendecida, no el demonio maldito!

Si tuviera una fracción de esa magia, podría obligar a otros a decirme qué le pasó a
mi gemela. Podría evitar que otra bruja perdiera la vida en un trato demoníaco. Y podría
poner al inframundo de rodillas. Deseaba tanto lo que tenían que ardía de odio. Era un odio
tan potente que me congelaba hasta la médula.

Era demasiado. Querer lo que nunca sería mío...

Envidia se inclinó hacia adelante, un brillo hambriento en sus extraños ojos. Tuve la
extraña impresión de que él sufría de los mismos sentimientos. Que envidiaba a sus
hermanos de una manera que casi lo volvía loco. Nunca podría imaginarme sentirme así
con mi gemela. Debía ser tan solitario, tan aislado.

Sostuve la daga que había tomado de Ira, la presioné en mi pecho, y casi gemí de
placer mientras la sangre se derramaba. Me atravesó la piel con un éxtasis terrible. Estaba
lista para abrir mi propio corazón para detener el dolor que me consumía al saber que
nunca poseería ese poder...
Una pequeña corriente eléctrica pulsó desde mi tatuaje, enviando chispas de energía
a través de mi piel, y el hechizo se rompió. Pestañeé como si saliera de un sueño vívido.
Miré de la hoja en mi mano temblorosa, al demonio de ojos verdes cuya atención se dirigió
a mi brazo.

Debió haber estado alimentándome de sus emociones, o volviendo las mías en mi


contra.

—Excepcional —dijo el príncipe demonio—. ¿Te sentiste como yo?

Si se sentía como un abismo interminable de nada, odio y hielo, entonces sí.

—¿Qué me hiciste?

—Permití que tus deseos internos salieran a la superficie. Algunos los llaman
pecados.

Me estremecí, sintiéndome violada de una manera que nunca había conocido y


esperaba no volver a experimentar. Casi me atravesé el corazón con una daga. Si mi tatuaje
no me hubiera detenido, estaría muerta. No pude evitar preguntarme si me había
equivocado con los cazadores de brujas; tal vez Nonna había tenido razón todo el tiempo y
los humanos no tenían la culpa.

Definitivamente se sintió como si este demonio fuera responsable de los cuerpos


con corazones perdidos.

Envidia me había afectado incluso con mi cornicello. Mi pequeño encanto no había


sido rival para un príncipe del Infierno. Ni siquiera estaba segura de si había usado todo su
poder, o una pequeña parte de él.

Si lo hubiera hecho mientras estaba en la cocina con mi familia...

Cerré los ojos, sin querer siquiera pensar en lo que podría haberme obligado a
hacerles. Y lo impotente que sería para resistirme a él. Me pregunté si alguna de nuestras
precauciones y hechizos o encantos funcionaban de verdad, o si solo habían logrado darnos
una falsa sensación de seguridad.

Con criaturas como Envidia rondando por la tierra, no creía que estuviéramos
realmente a salvo. Tuve la repentina necesidad de llorar. No era de extrañar que Nonna nos
contara esas historias y tratara de ocultarnos.

Estos demonios eran peores que las pesadillas. Y ahora estaban aquí.

—Extraño. —Envidia posó su mirada animal en mí, curioso. Eché un vistazo a mi


tatuaje, me asusté al ver serpientes ahora enroscándose en las medias lunas, formando un
círculo más grande alrededor de ellas. Estuve tan distraída por el miedo, que no había
sentido el ardor en mi antebrazo. La atención de Envidia se dirigió a la daga que ahora
estaba atada a mi cadera otra vez y una lenta y astuta sonrisa tocó sus labios—. Qué
interesante, en efecto. Tales telarañas enredadas, enredadas. Invocadas por el odio, unidas
por la sangre.

—¿A qué te refieres?

Se metió las manos enguantadas en los bolsillos.

—Tienes algo que quiero.

—Si es mi corazón que aún late, me temo que debo declinar.

—No, pero me imagino que algún día acabarás dándoselo a mi hermano.

Su tono era plano. Me pregunté si Ira sabía lo celoso que él estaba, pero no dije nada.

—Tal vez podamos llegar a un acuerdo. Si aceptas vender tu alma a la Casa de la


Envidia, te ayudaré a encontrar lo que buscas. —Su expresión era inhumana y fría como el
hielo mientras esperaba. Los pelos de mi nuca me alertaron—. Codicio cosas únicas. Serías
un regalo interesante para mi corte. ¿Cantas?

—No soy única. —Tampoco era una “cosa” o un “regalo” para ser pasado como una
curiosidad en una fiesta.

—¿No lo eres, sin embargo? —Sonrió—. Ha pasado mucho tiempo desde la última
vez que vi a una bruja de sombra. Me gustaría mucho que te unieras a mi Casa.

No sabía qué quería decir con bruja de sombra, y era la menor de mis
preocupaciones. Una imagen de humanos y brujas congelados como muestras morbosas en
un gran tablero de ajedrez cruzó mi mente. Envidia parecía el tipo de demonio que
mostraría con orgullo sus trofeos, esperando que otros se pusieran celosos de sus
codiciadas posesiones.

Me tragué mi creciente pánico, sin saber si era una imagen que me había
transmitido. No quería saber nunca si ese miedo tenía algo de verdad.

—¿Y bien? —me preguntó Envidia con un poco de molestia en su tono—. ¿Estás
dispuesta a unirte a mi Casa? Puedo ofrecer protección de mi reino y de mis hermanos.
Ciertamente la necesitarás, especialmente con todos los desafortunados asesinatos de los
últimos tiempos.

Mi corazón latió con fuerza. Había un viejo proverbio que Nonna siempre
murmuraba que decía: «más vale diablo conocido que nuevo por conocer» y nunca había
sentido más la verdad en algo. Si me dieran a elegir entre negociar con Ira o Envidia,
elegiría a Ira.

Tenía pocas dudas de que a Envidia nada le gustaría más que poner su espada
mortal en mi piel y lentamente pelar las capas, descubriendo lo que me hacía exactamente
una bruja de sombra.
Lo que fuera eso.

Conociendo un poco de sus rígidas y bien educadas maneras, no quería enfadarlo


declarándolo demasiado pronto. Después de lo que pareció un milenio entero de fingir que
consideraba su oferta, finalmente dije:

—No en este momento, gracias.

Parecía a punto de discutir su punto, pero de repente inclinó su cabeza como si fuera
en respeto. Su mirada se dirigió al tatuaje de mi brazo.

—Muy bien. Ni siquiera nosotros, los príncipes del Infierno, sabemos lo que nos
depara el futuro. Puede que cambies de opinión, o que alteres tus puntos de vista después.
Todavía te aceptaré cuando y si eliges mi Casa en lugar de la de mi hermano. —El demonio
dio la vuelta y se dirigió al extremo opuesto de la calle, deteniéndose en el cruce para mirar
hacia atrás—. Estás advertida; los demás se cansan. Si aún no han empezado a cazar,
pronto vendrán por ti. Que esto te sirva de advertencia, y como una bendición de la Casa de
la Envidia. Escoge una Casa con la que te adaptes, o la decisión se tomará por ti.
Dieciséis
Cerca de allí, el fuego crepitó. Un humo siguió poco después, deslizándose por el aire
como una serpiente huyendo. Cuando vi por primera vez al Príncipe de la Ira en el
monasterio, escuché un sonido similar. Tal vez el fuego y el humo tenían algo que ver con la
forma en que los demonios viajaban entre los reinos.

Ahora que Envidia se había ido, mi aliento venía fuerte y rápido, casi igualando el
frenético latido de mi corazón. Dieciocho años escondiéndome de los Malvagi, y acababa de
quedar atrapada con uno que había usado sus poderes en mí. Y sobreviví. Quería reírme o
vomitar. Antes de lograrlo, necesitaba convencer a mis rodillas para que dejaran de
temblar.

Santa diosa, esa fue la experiencia más angustiosa que había tenido. Si mi hermana
se había involucrado con los Malignos, desentrañar sus secretos mientras permanecía a
salvo se volvería más difícil. No estaba segura de tener tanta suerte la próxima vez que me
encontrara a solas con un príncipe del Infierno. Alteraban el espacio que los rodeaba. Y no
parecía que se requiriera mucha energía, si es que alguna, para que Envidia hiciera eso.
Eché un vistazo a la calle. Todavía estaba benditamente vacía. Antes de que Envidia
apareciera, yo ya estaba en camino al monasterio. Claudia mencionó que Domenico estaba
allí, y pensé que podría ser el momento de preguntarle si sabía lo que...

El miedo se apoderó de mí hasta que apenas podía respirar. Envidia dijo que yo
tenía algo que él quería. Además de mi cornicello, que había metido dentro de mi corpiño
donde él no pudo verlo, y la daga de Ira, no tenía nada encima. Pero Claudia tenía el diario
de mi hermana, y si los Malvagi podían sentirlo, entonces Envidia podría estar ya dándole
caza en este mismo momento.

Si algo le sucediera a ella...

Me dirigí hacia su casa, corriendo tan rápido que casi pierdo mis sandalias a medida
que mis pies golpeaban piedras desiguales. Corrí más fuerte, concentrándome únicamente
en llegar a la casa de Claudia antes que el demonio. Salté sobre las cestas dispuestas,
pasando por los orinales y las gallinas que corrían por las calles laterales. Esquivé las líneas
de la lavandería y solo me topé con un desagradable pescador mientras me detenía en la
puerta de Claudia.

Agarré el picaporte de hierro y golpeé hasta que una vela se encendió en el piso de
arriba. Claudia asomó la cabeza por la ventana del segundo piso.

—¿Emilia? Sangre y huesos. ¡Me asustaste! Espera.

Me puse a dar vueltas, escudriñando la oscura calle. No había ninguna señal de que
me hubieran seguido. Tampoco sentí ninguna clase de presencia observando, y esperaba
que eso significara que Envidia estaba en algún lugar lejano.
Un momento después, el cerrojo se deslizó con fuerza y la puerta se abrió. Claudia
me hizo un gesto para que entrara. Entré corriendo y di un portazo detrás de mí,
respirando con fuerza.

—¿Qué demonios pasa, Emilia?

—¿Está tu tía en casa?

—Todavía no. Se quedó un poco más tarde en la cabina esta noche. ¿Qué pasó? —
Levantó su vela, registrando mi cara—. Te ves terrible.

Solté un aliento tembloroso.

—¿Averiguaste algo sobre el hechizo del diario?

—En realidad no. La magia es antigua, definitivamente no de este reino. Pero hay
algo más que es extraño. Necesito más tiempo para realmente...

—¡No! —Me acerqué y le apreté suavemente el hombro para suavizar el golpe de


mis palabras—. Quiero que te olvides del hechizo y del diario. Por favor. Es demasiado
peligroso.

Claudia entrecerró los ojos.

—¿Lo que sea que haya pasado tiene que ver con la visión que tuve?

—Tal vez. —Me froté las sienes. Un gigantesco dolor de cabeza me estaba
empezando—. Escucha, no estoy segura de lo que ha pasado esta noche, pero los Malignos
están aquí. Y creo que su llegada tiene algo que ver con el diario de Vittoria. Sea cual sea la
razón, no quiero llamar la atención sobre el libro. O sobre ti.

—¿Hablaste con alguno de ellos?

Asentí.

—El Príncipe de la Envidia y yo acabamos de tener una conversación encantadora.


Empezó conmigo casi sacándome el corazón.

Esperaba un fuerte respiro, o algún indicio de que mi amiga estaba completamente


aterrorizada de que los Malignos estuvieran deambulando por Sicilia. Tal vez pensó que me
había golpeado la cabeza. Fue tranquilamente al armario y sacó una botella de licor de
hierbas que había hecho. Nos sirvió a cada una un poco y puso mi vaso frente a mí.

—Siéntate. —Señaló una de las sillas de madera—. Bebe esto. Te calmará los
nervios.

Me desplomé en el asiento y me llevé el vaso a la nariz. Era de menta y algo cítrico.


Tal vez lima. Lo bebí, disfrutando del sabor fuerte.

—Grazie.
Claudia bebió el suyo y guardó la botella.

—No pareces sorprendida —comenté—. ¿Sabías que estaban aquí?

—Lo sospechaba. —Presionó su cadera contra la mesa y suspiró—. Cuando


empezaron los asesinatos y se robaron los corazones, inmediatamente pensé en la
maldición.

—¿Te refieres a la deuda de sangre entre la Primera Bruja y el diablo?

—No —dijo lentamente—, me refiero a la maldición.

Arrugué las cejas. Ira dijo que el diablo quería romper una maldición.

—¿La maldición fue puesta en las brujas, o en alguien más?

—Esa es la cuestión. —Claudia se movió alrededor de la mesa y bajó la voz—. Nadie


lo sabe con seguridad. Las brujas oscuras creen que fue el precio que La Prima pagó por el
hechizo de venganza que le lanzó al diablo.

Eso era plausible. La magia oscura exigía un pago. Pero lanzar un hechizo al diablo...
Me estremecí a pesar del sofocante calor del verano. Recordé vagamente que Nonna lo
mencionó, pero no parecía convencida de su validez.

—¿Por qué maldijo al diablo?

—Las viejas historias dicen que él robó el alma de su primogénito. Desde ese día en
adelante el diablo quedó atrapado en el Infierno por la eternidad. Sus hermanos podían
viajar entre reinos dentro de los límites, típicamente los días antes y después de la luna
llena, pero él nunca pondría un pie fuera del inframundo. Y eso no era todo. Supuestamente
sólo conservaría sus poderes completos si una bruja se sentara en el trono a su lado,
usando el Cuerno de Hades para mantener el equilibrio entre los reinos.

—¿El Cuerno del Hades? ¿Es eso una corona?

—No hay documentación escrita sobre lo que es, o cómo funciona exactamente. Mi
tía cree que parte de la maldición incluía quitar o bloquear nuestros recuerdos. También
cree que eso es lo que realmente le pasó a la vieja Sofía Santorini; que su sesión de
adivinación reveló algo sobre la maldición que ella quería que se olvidara.

—¿Con “ella” te refieres a la maldición? ¿Como si fuera su propia entidad?

Claudia asintió.

—Es extraño que nadie recuerde ciertos detalles. Todo el mundo tiene un mito o
leyenda ligeramente diferente, pero nadie sabe la verdad.

—Nonna jamás mencionó nada de esto.


—No me sorprende. Mi tía dijo que las brujas de la luz no creen que La Prima hiciera
un hechizo tan peligroso. Va en contra de su imagen de lo que significa ser diosa bendecida.
¿Quién sabe? —Claudia levantó un hombro—. Las historias se tuercen cada vez que se
cuentan. Tal vez ahora todo sea ficción. La única manera de que alguien pueda saber la
verdad es si tuviera el primer libro de hechizos creado por La Prima. Y he escuchado
historias de que los Malignos lo buscan. Puede que haya un hechizo en él que permita al
diablo romper la maldición y viajar entre reinos de nuevo sin necesidad de una reina bruja.

La inquietud se deslizó a través de mí mientras pensaba en las extrañas hojas de


grimorio que Vittoria había escondido bajo las tablas del suelo. No había forma de que mi
hermana hubiera encontrado el libro de hechizos perdido de La Prima.

Y sin embargo... estaba la antigua magia atando su diario y que no era de este reino.
¿Estaba la ubicación secreta del primer libro de hechizos escrita en esas páginas? Pensaría
que era imposible, pero había aprendido que lo imposible era otro producto de la
imaginación.

Así que, si era cierto, entonces ¿cómo es que mi gemela lo encontró?

Empujé mi silla hacia atrás y me puse de pie. Hasta que descubriera las respuestas a
todas mis preguntas, no quería a nadie más cerca del diario de Vittoria. Si tenía un hechizo
que el diablo buscaba para liberarlo del Infierno, era más peligroso de lo que temía.

—¿Me traerías el diario?


Diecisiete
Esa noche encontré la primera pista escondida bajo las tablas del suelo de mi
habitación. Como con la mayoría de los detalles aparentemente insignificantes, había
pasado por alto la ficha de juego cuando la vi por primera vez. Había estado demasiado
preocupada con el diario y las extrañas hojas de grimorio para prestar mucha atención a
otra baratija que mi hermana había coleccionado. Especialmente algo tan pequeño y sin
importancia como una ficha de juego.

Le di la vuelta a la baratija con cuidado y leí el latín grabado en la parte de atrás:


AVARITIA. Avaricia. Dejé la ficha en el suelo y miré la rana coronada estampada en la parte
delantera. Hace un mes no habría pensado mucho en la corona o en el latín. Ahora había
tenido la desgracia de conocer a dos de los siete príncipes mortales del Infierno, y no podía
escapar de la persistente sospecha de que el dueño de esta ficha de juego era otra criatura
aterradora que me gustaría evitar.

Si se parecía en algo a Envidia, no podía imaginar buscarlo. No se sabía qué tipo de


horror podría intentar infligirme. Pero... Vittoria debió haberlo encontrado si se quedó con
esto. Cualquiera que fuera la conexión entre ellos, era importante si ella dejó un pequeño
trozo de él para que alguien lo encontrara. Hasta ahora, aunque no había descartado del
todo la posibilidad de que los cazadores de brujas fueran responsables de los asesinatos,
tampoco había encontrado ninguna evidencia sólida que los señalara.

Por ahora, necesitaba concentrarme en esta pista y dejar de lado mis otras
sospechas.

Miré por mi ventana las estrellas que parpadeaban en la oscuridad mientras las
nubes las pasaban. Deseé que mi gemela me hubiera confiado sus secretos. Pero los deseos
no nos llevarían a ninguna de las dos a ninguna parte ahora... la acción sí. Saqué un trozo de
pergamino de nuestra mesita de noche compartida y me senté con una pluma y un tarro de
tinta. Escribir cosas para investigar más podría ayudar a revelar otro hilo del qué tirar. Los
Malignos eran una pista prometedora, pero tenía la molesta sensación de que me faltaba
algo.

Tenía que haber una conexión que uniera todo.


Escaneé las notas, nada destacó. Excepto... Recordé cuando Vittoria empezó a actuar
de forma extraña. Habían pasado aproximadamente tres semanas antes de que muriera.
Aproximadamente en la época de nuestro decimoctavo cumpleaños. Había asumido que
tenía que ver con su aventura secreta con Domenico, pero parecía más probable ahora que
fue entonces cuando empezó a invocar demonios.

Una semana después, ocurrió el primer asesinato en Sciacca. Luego, la primera bruja
de Palermo murió unos días después de eso. Una semana después del segundo asesinato,
mi gemelo murió. No sabía si Ira compartiría información detallada conmigo sobre los
tratos, pero existía una gran posibilidad de que la primera invocación de mi hermana se
relacionara con el repentino deseo del diablo de romper la maldición.

Tal vez su uso de la magia demoníaca despertó algo en el inframundo que había
estado durmiendo durante mucho tiempo. Si ella había logrado invocar a un príncipe del
Infierno, todo era posible. O tal vez nada de eso fuera cierto. Si no invocó a un demonio o no
encontró el primer libro de hechizos, tal vez encontró el Cuerno de Hades y su
descubrimiento puso todo en movimiento.

Dejé esos pensamientos a un lado y me concentré en la teoría con la que había


comenzado. Cazadores de brujas. Eran humanos, pero los humanos usaban la magia
popular como parte de su religión en todo el Reino de Italia. Quizás tenían alguna forma de
ser alertados sobre ese tipo de magia oscura.
Suspiré. La teoría del cazador de brujas todavía no encajaba del todo, por mucho que
trataba de darle sentido. Sin embargo, parecía más probable que hubiera un vínculo entre
los demonios invocados, el trato con el diablo y los asesinatos que siguieron. Yo había
invocado a un príncipe del Infierno, por lo que era probable que Vittoria también hubiera
logrado lo imposible. Lo que todavía planteaba la pregunta de dónde había obtenido los
hechizos de invocación para empezar. Garabateé otra nota.

Dejé de escribir y reflexioné cuidadosamente sobre el último punto. Y si Vittoria no


invocó primero a un demonio... ¿quizás ya había uno aquí, como Ira? Si ese príncipe
demonio le dio a mi hermana las hojas del grimorio, ¿eso significaba que la había
convencido para que ayudara en algún plan maligno? ¿Qué podría ganar un príncipe
demonio enojando al diablo y matando a sus novias? ¿Era una competencia por el trono
oscuro? Sin importar los secretos que mi hermana guardaba, sabía con total certeza que
ella nunca ayudaría a nadie si asesinaban brujas.

Recogí la ficha de juego, preguntándome si no era algo que Vittoria había tomado,
sino algo que le había sido regalado. Tal vez era una muestra de buena fe, o... Necesitaba
dejar de especular y empezar a cazar. Tenía un nuevo plan para la mañana, y eso me
revolvió el estómago.
****

—¿Has visto esto antes? —Le mostré la ficha a Salvatore. Puede que fuera un
mediocre vendedor de ropa, pero era una extraordinaria fuente de conocimiento. Me
levanté con el sol y salí corriendo de la casa antes de que Nonna me interrogara de nuevo
sobre el diablo. Podía no perseguirme aun, pero yo estaba tratando de encontrarlo a él y a
sus miserables hermanos.

Una gota de sudor rodó por mi cuello después de mi rápido viaje al mercado, y
probablemente me veía un poco salvaje con mis rizos sueltos y húmedos. Afortunadamente,
Sal no me escudriñaría demasiado cuando había algo mucho más interesante a lo que
prestar atención. De todos los habitantes de la ciudad, Salvatore era el chismoso más
confiable.

Y el que más probabilidades tenía de compartir cada detalle que conocía con
cualquiera que le preguntara.

—¿Eso es... —Se inclinó sobre un montón de camisas dobladas, entrecerrando los
ojos—. ¡Lo es! Ese es el club del que todo el mundo habla estos días. Es realmente
misterioso. Sin nombre, solo la rana coronada estampada en la puerta. He oído que cambia
de lugar y que necesitas una de esas fichas para entrar. —Revisó un montón de ropa y
sostuvo un bonito vestido carmesí. Era una de las prendas más finas de su puesto.
Inmediatamente empecé a sospechar—. ¿Trueque? Te daré esto por eso. Es una verdadera
ganga.

—Grazie. Pero me voy a quedar con ella por un tiempo. —Puse la ficha en la parte
delantera de mi corpiño—. ¿Sabes cuál es la última ubicación del antro de juego?

—En algún lugar cerca de la catedral, pero eso fue hace días. Probablemente ya se
haya ido hace mucho tiempo. Si no tienes suerte allí, pregúntale al viejo Giovanni, que
vende granito cerca de la entrada principal. Le gusta jugar.

Decidí probar suerte con la catedral primero. Pasé unos buenos treinta minutos
caminando por cada callejón y calle lateral. Me encontré con un hombre orinando cerca de
una palmera, pero el misterioso antro de juego permaneció oculto. Busqué unos minutos
más antes de buscar al viejo Giovanni. Un letrero en su puesto de granito estaba puesto en
CERRADO.

Por supuesto. Probablemente estaba en el antro de juego.

Estaba a punto de rendirme y probar suerte en otro lugar cuando sentí la repentina
necesidad de agarrar mi amuleto. Tal vez la diosa de la muerte y la furia seguía guiando mi
camino, o tal vez, enterrado en algún lugar en las profundidades en donde no quería
examinar demasiado, sentí el ligero atractivo de la magia demoníaca.

Podría haber jurado escuchar un débil zumbido, orientando mi camino. No sabía si


me estaba perdiendo entre espíritus, o si era una habilidad latente que surgía cada vez que
sostenía mi cornicello y me concentraba. No me importaba la razón, sólo necesitaba dejar
que mis instintos me guiaran.

Después de unos minutos de vagar por los caminos secundarios que se alejaban de
la catedral, me detuve frente a una puerta con una rana coronada grabada en ella. ¡Lo había
logrado!

Y ahora me sentía un poco mareada. Dejé caer mi amuleto, y consideré mi próximo


movimiento. Podía regresar, ir a Mar & Vid, y olvidar esta pesadilla. Dejar a los príncipes
del Infierno a alguien mejor equipado para tratar con ellos. O podría intentar ser un poco
más como Vittoria.

Saqué la ficha de juego de mi corpiño y la sostuve contra la puerta, rezando para no


seguir demasiado los pasos de mi hermana.
Dieciocho
Para los hechizos de valor, unge una vela roja con los siguientes artículos
durante una luna creciente y quémala hasta que la llama se apague: una parte de
pimienta cayena, una parte de clavo, aceite dos veces bendecido y una cucharada
colmada de carbón triturado.

—Notas del grimorio di Carlo

La puerta se abrió, y bajé unas ruidosas escaleras antes de entrar en una guarida
subterránea. Basándome en la mugrienta entrada sin salida, supuse que el interior de antro
de Avaricia sería oscuro y ruinoso. Lo que era sólo en parte el caso. La abarrotada
habitación tenía paredes de ladrillo oscuro, una reluciente barra de ébano que se extendía a
lo largo de la habitación, y varias mesas de terciopelo de color burdeos salpicaban el suelo
de baldosas.

Cada mesa tenía diferentes juegos de cartas. Un colorido juego de scopa 3 atraía la
mayor atención. Hombres y mujeres se reunían, con la mirada fija en lo que esperaban
fuera su mano ganadora. Tenía la sensación de que el único verdadero ganador era el
príncipe demonio residente.

El antro de juego rezumaba con la promesa de riquezas. El deseo de riqueza y poder


era tan potente, que casi tomaba forma física. Me lo imaginé alcanzando mi garganta,
apretando hasta que respirara en jadeos codiciosos. Mi atención se dirigió de un cuadro
pecaminoso al siguiente.

La avaricia en sus muchas formas hizo su aparición. Había avaricia por poder,
riqueza, atención… el exceso era el veneno de elección aquí, y los clientes no parecían
poder llenarse. Me preguntaba si sabían qué hora era, que el sol acababa de salir y les
indicaba que salieran, que vivieran. Algunos estaban demacrados, cansados, como si
hubieran estado despiertos durante días, adictos a cualquier forma de codicia que eligieran.
También había un borde de violencia acechando en la atmósfera, como si un simple deseo
pudiera convertirse en algo mortal en cualquier momento. No era difícil imaginar a alguien
apuñalando a su competencia, y tomando lo que quería por la fuerza.

Las miradas afiladas recorrían la habitación y yo seguía las miradas. En un rincón un


hombre dominaba la atención con docenas de botellas de licor caras, repartiendo bebidas a
los que se deleitaban en su presencia. En el extremo opuesto de la habitación, hombres y
mujeres se quitaban lentamente capas de ropa, balanceando sus cuerpos casi desnudos con
la esperanza de capturar las miradas codiciosas de aquellos que se contentaban con mirar.
La atención era su vicio, y, aunque se sentía mal participar en algo que seguramente
aumentaba el poder de Avaricia, no podía dejar de disfrutar de su sensual espectáculo.

Me sacudí del trance, y busqué al demonio que sospechaba estaba cerca.


Una puerta situada en la pared lejana estaba flanqueada por guardias con ropa fina
frunciendo el ceño. Apostaría cualquier cosa a que encontraría a Avaricia allí. Si pudiera
atravesar la sala llena de gente. Había tantos clientes que tenía que andar con cuidado.
Intenté rodear grupos de personas que estaban detrás de jugadores de cartas, pero apenas
pude atravesar los cuerpos inamovibles. Los camareros llevaban bandejas de plata
rebosantes de comida y bebida, haciendo la progresión más difícil de lo que ya era. Me las
arreglé para pasar entre una fila de personas que rellenaban copas de prosecco antes de
que estallara una pelea a mis espaldas.

Aplausos y burlas surgieron en la mesa más cercana. Me paré de puntillas y miré


más allá de una multitud de gente que se había acercado para ver qué había provocado tal
reacción. La puerta estaba todavía imposiblemente lejos.

Me debatía entre saltar a las mesas y correr a través de ellas cuando oí su nombre...
fue como una daga para mi corazón.

—¡Vittoria!

Giré lentamente, buscando a quien hubiera llamado a mi hermana. Mi atención se


centró en un hombre de la edad de mi padre, medio sentado en su silla, medio caído al
suelo. Fichas de juego y vasos vacíos estaban apilados al azar a su alrededor. Él levantó su
mirada, y yo respiré hondo. Domenico Nucci Padre.

—Signore Nucci. ¿Usted...?

—Vittoria, sé una buena chica y ve a buscar mi bebida, ¿quieres? —Su enfoque se


deslizó a la siguiente carta que alguien bajó de golpe—. Tal vez consigas algunos de esos
calamares fritos con extra de arrabiata para mojarlos también. Va a ser otro largo juego.
Estos tramposos me hacen sentir como un lobo.

Sonrió como si estuviéramos compartiendo un gran secreto.

—Yo no… soy Emilia, mi hermana está... —El Signore Nucci estaba obviamente
intoxicado y probablemente pensaba que estaba en Mar & Vid, ordenando la cena. La
marinara picante y el pulpo frito eran uno de nuestros platos más populares para
compartir. También explicaba su confusión al llamarme Vittoria. Solía ayudar a nuestro
padre y a tío en el comedor a veces—. Me aseguraré de que alguien traiga su comida
pronto.

Me di la vuelta y choqué con un duro pecho. Uno de los hombres bien vestidos que
habían estado vigilando la puerta me miró con desprecio.

—El jefe quiere hablar contigo. Ven por aquí.

El dolor que sentí al ser confundida con mi hermana fue inmediatamente


reemplazado por el miedo. Seguí al hombre musculoso mientras se abría paso hasta la
puerta. El poder se filtraba de lo que había más allá, y sabía que significaba que un príncipe
del Infierno estaba en la residencia. Tranquilicé mis nervios frenéticos.
El hombre perdió poco tiempo en considerar mi inquietud, y abrió la puerta de un
empujón. Se metió en la habitación sin echar una segunda mirada, y, sin apenas poder
elegir, lo seguí.

—Ella está aquí, signore.

No sé lo que esperaba encontrar, tal vez un dragón que respiraba fuego y que
protegía una montaña de oro y joyas, o una rana venenosa muy grande que sacaba una
lengua en forma de látigo cubierta de púas, pero una habitación lujosa con alfombras
persas en capas, un escritorio grande, sillas de cuero y una deslumbrante lámpara de cristal
no era lo que esperaba. Todo era elegante y cálido. Muy en desacuerdo con los escalofríos
que corrían por mi espalda.

El Príncipe de la Avaricia estaba sentado detrás del gigante escritorio, con los dedos
bajo la barbilla, una mirada aburrida en su rostro finamente tallado. Estaba, en una palabra,
bronceado. Desde su oscuro cabello castaño hasta el profundo color rojizo de sus ojos, me
recordaba a las monedas de cobre fundidas y refundidas en una forma humanoide. Si tenía
una daga como Envidia e Ira, la había escondido bien. Lo que me hizo confiar aún menos en
él.

—No me esperaba este encuentro, pero aun así me alegro. —Sonrió. Había algo raro
en ello. Algo no muy natural—. Por favor, siéntate.

Hizo un gesto a una de las sillas delante de él, pero yo me quedé cerca de la puerta. O
bien sus poderes estaban muy disminuidos a pesar de la avaricia de su antro de juego, o los
había apisonado para esta reunión. Un juego demoníaco: fingir debilidad para atraer a la
presa, aunque en esta habitación no parecía ocultar quién era o de dónde venía.

Dos guardias demonios estaban detrás de él con los brazos cruzados, gruñendo
profundamente en sus gargantas. Uno tenía la piel verde pálida de un reptil y ojos que
hacían juego. Y el otro estaba cubierto de cabello corto, similar al de un ciervo, y tenía ojos
color ébano líquido. Dos cuernos se enroscaban y salían de la parte superior de la cabeza
del demonio cubierto de pelo. Era desconcertante, ver algo que casi parecía humano con la
piel y los ojos de un animal. Intenté convencerme de cruzar la habitación, pero no pude
obligar a mi cuerpo a llevarme cerca de esos demonios.

—Yo...

La atención de Avaricia se movió lentamente de mí a lo que me había llamado la


atención. Chasqueó los dedos y la habitación se despejó. Cuando me miró de nuevo, había
un hambre en su mirada, una que hablaba de posesión. No quería seducirme, quería
poseerme. No sería un trofeo para él como con Envidia, sería una herramienta de poder.

—Emilia. Por favor —asintió a la silla desocupada—, nadie te hará daño mientras
estés aquí. Tienes mi palabra.

Le dijo el lobo a la gallina. El uso de mi nombre me desconcertó, pero logré dar la


mejor impresión de un paso seguro y me senté.
—¿Mi hermana te dijo mi nombre?

—No. Tú lo hiciste. Perdona mi grosería, pero tengo informantes apostados por todo
el club. Escucharon tu intercambio con uno de mis clientes habituales. —Su sonrisa fue casi
convincente esta vez. Me preguntaba si sentía mi miedo y ajustaba sus respuestas en
consecuencia. Ese pensamiento trajo una nueva oleada de nervios que no necesitaba. Estar
a solas con Avaricia era una idea terriblemente precipitada, pero no se me ocurrió una
mejor manera de obtener información de él—. Vittoria no te mencionó para nada, en
realidad. Esto es una gran sorpresa.

Llenó dos vasos de agua de una jarra en la que no me había fijado y me deslizó uno.
Las ranas coronadas estaban grabadas en los vasos. Acepté el agua, pero no bebí.

—¿Por qué una rana?

—Son criaturas codiciosas. No se conforman con la tierra ni con el agua, desean


ambas cosas.

Tenía sentido. En una especie de lógica demoníaca.

—¿Te invocó Vittoria?

—Estás llena de preguntas. —Me estudió de cerca—. Es extraño... lo idénticas que


son.

Su tono no tenía ninguna pista de sus emociones. Era una declaración de hecho.
Nada más. No parecía importarle de una forma u otra que mi hermana estuviera muerta.

—Sé que mi hermana vino aquí antes de ser asesinada. Quiero saber por qué. ¿Qué
quería ella de ti?

—Hmmm. Justo a la yugular. Un movimiento audaz, ratoncito. —Se inclinó hacia


atrás, su mirada aguda, calculadora. Hice lo que pude para no retorcerme bajo su
escrutinio—. Parece que tengo información valiosa que te gustaría. Y tú, Signorina di Carlo,
también tienes algo de gran valor para mí. Responderé a tus preguntas lo mejor que pueda,
solo a cambio de tu amuleto.

Mi mano se movió automáticamente a mi cornicello.

—¿Por qué lo quieres?

—¿Sabes lo que es?

—Un amuleto popular para evitar el mal de ojo. —A diferencia de los amuletos de
Malocchio que usaban los humanos, también llevaría al mundo al crepúsculo eterno si lo
uniera con el amuleto de mi hermana, según Nonna. Decidí guardármelo para mí, en caso
de que empezara a babear en su traje finamente elaborado.
—Mmh. —Avaricia sacó una bolsa de terciopelo del cajón del escritorio, y dejó caer
un collar en la palma de su mano, una cadena de oro con un rubí del tamaño de un huevo de
codorniz que brillaba en la luz. Una extraña esencia salió de él, casi como un lamento muy
intenso en la distancia, haciéndome apretar los dientes.

Quería que lo pusiera de nuevo donde lo había encontrado. Inmediatamente.

—¿Qué es eso?

—Se llama el Ojo de la Oscuridad, y otorga a quien lo use una verdadera protección
de las criaturas de intención malévola. Dame tu amuleto, y este es tuyo.

Un regalo como ese no venía sin un precio.

—¿Qué más quieres?

—Que te unas a la Casa de la Avaricia.

Miré fijamente a Avaricia y juré que mi piel físicamente trató de separarse de mi


cuerpo en protesta mientras él me devolvía la mirada. Era clásicamente guapo, pero había
algo raro en él. Sus ojos estaban vacíos de emoción humana. Parecía extraño y equivocado.
No podía imaginar que mi hermana se enamorara o incluso que sintiera lujuria por él. Lo
que significaba que su razón para venir aquí no era el resultado de la seducción. Él tenía la
información que ella quería. Y yo quería saber cuál era.

—¿Por qué quieres que me alíe contigo?

—Porque creo que me serás muy útil en el futuro. Si te conviertes en reina, me


deberás un favor. Uno poderoso, también, si este encanto termina salvando tu vida.

Avaricia no me parecía una criatura de apuestas, lo que me hizo dudar aún más en
aceptar este pequeño regalo. No tenía planes de convertirme en la Reina de los Malignos, y
sería condenada si le diera una razón para ayudarme a ponerme en ese trono oscuro.

—¿Ofreciste el Ojo de la Oscuridad a mi hermana?

—Acepta mi trato y averígualo.

—Si no respondes a preguntas simples, me temo que hemos terminado. —Me puse
de pie, lista para alejarme lo más posible de este príncipe y lugar, cuando su silla raspó en
el suelo.

—Espera. —Se volvió a sentar y puso de nuevo el collar de rubíes en su bolsa. Se me


aflojó un poco el malestar de los hombros—. En una muestra de buena fe, responderé a una
de tus preguntas.

—A cambio de...
—Nada. Tienes mi palabra. Recuerda, la oferta es para una pregunta, cualquier otra
cosa te costará.

Reclamé mi asiento, calculando mi próximo movimiento. Había tantas preguntas de


las que necesitaba respuestas, pero ninguna de ellas valdría el costo de entregar mi
cornicello. Pensé cuidadosamente en la lista que había escrito anoche, y me concentré en un
detalle que me molestaba mucho. Significaba algo. Quería saber qué. Elegí mis palabras con
una precisión exacta.

—Háblame del Cuerno de Hades.

Si se sorprendió por mi elección, no se notó.

—Es una llave que cierra las puertas del Infierno.

—Escuché que era parte de una maldición. Que si una bruja lo usa tendrá poder
sobre el diablo.

—Las leyendas de las brujas son fascinantes en sus falsedades. El Cuerno de Hades
fue un regalo. Tu hermana sabía la verdadera historia.

Quería preguntarle desesperadamente qué era, pero había algo más importante que
necesitaba saber.

—¿Cómo se rompe un hechizo de demonio que fue lanzado sobre un objeto?

La sonrisa de respuesta de Avaricia era tóxica.

—Te hablé del Cuerno de Hades. El resto te costará. No creo en dar sin ganancia.

Ahora mi sonrisa se volvió aguda.

—Según tus reglas, esta fue mi primera pregunta real.

Echó los hombros hacia atrás, con las fosas nasales un poco abiertas. Estaba medio
convencida de que estaba a punto de saltar sobre el escritorio y envolver sus manos
alrededor de mi cuello. Pasó un largo momento antes de que hablara.

—Chica lista. —Alcanzó su vaso y bebió profundamente, sus nudillos se pusieron


blancos mientras pensaba en mi frase—. Sacrificando un poco de ti misma.

—Esa no es una respuesta honesta.

—Oh, pero lo es.

Avaricia tomó otro sorbo de agua.

—¿Te gustaría hacer otra pregunta?


Me gustaría hacer otra docena de preguntas, pero sacar información útil de un
príncipe del Infierno era más difícil de lo que pensaba. Presioné mis labios.

Pateó sus botas sobre el escritorio, y volvió a poner los dedos en su sitio.

—Permíteme ser franco, Signorina di Carlo. Tu hermana me dio su amuleto,


sabiendo la importancia que tiene. Necesito tanto el suyo como el tuyo para hacer un
hechizo. Deme tu amuleto y prometo proteger tu mundo.

Claro que lo haría. Justo después de que lo saqueara y lo destruyera. La sospecha se


enroscó a mi alrededor. No había manera de que mi hermana le diera su cornicello de
buena gana. Si él lo tenía, entonces lo había tomado. Sabía con certeza que Vittoria lo había
llevado el día que murió. Tragué con fuerza. Cada vez parecía más posible que estuviera
sentada frente al asesino de mi gemela. Taché mentalmente a los cazadores de brujas de mi
lista de sospechosos. Hasta ahora, todas mis pistas seguían apuntando a los demonios.

Me preguntaba si Avaricia le contó a mi hermana una historia similar y ella lo


rechazó. Tenía más que un poco de miedo de lo que él podría hacer si yo también intentaba
alejarme. Probablemente podía sentir el miedo, así que lo empujé tan adentro de mí como
pude, y fingí.

—Si Vittoria te dio su amuleto, muéstramelo.

—Ah. —Respiró hondo—. Eso no es posible.

—¿No es posible, o no lo harás?

—Ambos. Una Viperidae fue invocada a este reino. Su nido está debajo de la catedral
y, bueno, son muy protectores de su espacio. El amuleto se quedará allí hasta que ella
decida renunciar a él.

No me molesté en preguntar qué era una Viperidae, o quién la había invocado.


Dudaba que me dijera algo más después de que yo le hubiera sacado información.

—Y tú pusiste el amuleto allí... —No esperaba una respuesta y no me ofreció


ninguna. Era muy improbable que él pusiera algo que tanto quería en un lugar al que no
pudiera acceder. Pero tenía el presentimiento de que mi hermana sí lo haría. Sabía, sin
lugar a dudas, que Vittoria nunca le daría a nadie, y menos aún a un Malvagi, su amuleto.

La historia de Avaricia no tenía sentido. Quería esperar, contra todo pronóstico, que
fuera una media verdad, pero era una apuesta a la que no podía arriesgarme. Me dio otro
objetivo a corto plazo en el que concentrarme: recuperar el cornicello de mi hermana y
preguntarle a Nonna por qué un demonio estaría tan interesado en ellos.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Tenemos un trato, Signorina di Carlo?

—Grazie —dije, parándome—, pero mi respuesta sigue siendo no.


Diecinueve
Un príncipe del Infierno es el más peligroso de los demonios. Aparenta ser un
ángel, pero te arrancará el corazón. Para combatir su poder, usa o dibuja un amuleto
cimaruta: una rama de ruda con cinco tallos con diseños que se ajusten a tus
necesidades. Elige cinco imágenes necesarias para desterrar a un príncipe demonio de
vuelta a su reino. Ejemplo: una llave, una daga, un búho, una serpiente y la luna lo
enviarán directamente al Infierno.

—Notas del grimorio di Carlo

La sangre era la clave para desbloquear la magia de los demonios.

Estuve pensando en la respuesta aparentemente inocua de Avaricia toda la tarde, y


las piezas del rompecabezas encajaron lentamente en su lugar. Conté algunos casos en los
que la sangre había sido parte integral de la magia de los demonios. Para invocar a un
demonio, necesitaba ofrecer sangre en sacrificio.

Luego estaba Ira y su intercambio de sangre. La supuesta deuda de sangre que


Nonna mencionó.

Intenté y fallé en ocultar mi repulsión. ¿Sería demasiado para los demonios aceptar
un poco de vino en vez de eso? Suspiré y me pinché el dedo con un alfiler, dejando que una
sola gota salpicara el diario de Vittoria. Con la respiración contenida, lo miré fijamente,
esperando alguna señal de que el hechizo se había detenido o desintegrado.

No hubo ningún evento catastrófico o relámpago. Un minuto no podía abrirlo, y al


siguiente sí. Dudé con la columna medio doblada. Había estado tratando de entrar en este
diario durante tanto tiempo, y ahora tenía un poco de miedo de lo que iba a encontrar. Esto
podría revelar al asesino de mi hermana. Cuanto más averiguaba, más dudaba de los
cazadores de brujas. Los príncipes demonio tomaban la delantera como los más factibles de
cometer un asesinato. Pero si el diablo necesitaba una bruja, no tenía sentido que
frustraran sus esfuerzos. Lo que significaba que alguien de nuestro círculo podría haber
sido responsable. Me estremecí en el lugar. Era fácil pensar que había sido asesinada por un
demonio, pero la idea de que fuera alguien que conocía...

Respiré profundamente y comencé a leer los pensamientos más privados de Vittoria.

Las primeras páginas estaban dedicadas a los perfumes que había elaborado. Unos
pocos hechizos al azar, o encantos para las bendiciones de la luna y la suerte. Un boceto o
dos de una cimaruta y algunos otros símbolos que no reconocí. Hice una pausa en una
página donde había escrito una de las sesiones de adivinación de Claudia con gran detalle.
Estaba a punto de escanear la página siguiente cuando algo me llamó la atención. Una
pequeña, casi insignificante nota que había dejado para sí misma.
¿Escuchar objetos mágicos? Miré fijamente la línea, sin parpadear. Tenía que ser un
malentendido de alguna manera. Vittoria nunca antes mencionó esta habilidad. Nos
contábamos todo. Yo era su gemela, su otra mitad, pero tampoco le había contado nunca lo
del luccicare.

Repasé los eventos de la noche cuando teníamos ocho años. Era muy probable que
ella también hubiera desarrollado alguna habilidad oculta. Yo lo hice. Aunque creía que era
una anomalía porque yo era quien tenía los dos amuletos. No confié en mi hermana porque
no quería que se preocupara por las repercusiones, o que se culpara a sí misma ya que
había sido su idea.

Pasé rápidamente a la siguiente página, pero no había nada fuera de lo común.


Ninguna pista de su magia. Pasé a otra, y a otra. Llegué a la mitad de su diario antes de
encontrar otro pasaje sobre la extraña y secreta magia.
Desafortunadamente, mi gemela no escribió la línea que había escuchado. Exhalé
fuerte, con las manos temblorosas mientras hojeaba el resto del diario. No había ningún
otro pasaje sobre el misterioso “eso” que había encontrado enterrado bajo la tierra.
Escaneé garabatos de flores y corazones, los sueños de Claudia, y todas las preguntas de las
que Vittoria había registrado las respuestas.

No pude hacerme leer la parte de lo que terminó siendo nuestra última noche juntas
en el mundo. Hasta ahora no había nombres, ni gente de la que desconfiara, ni demonios
con los que hiciera tratos. Cómo terminó aceptando casarse… mi atención se centró en algo
que hizo que mis manos se humedecieran.

Lentamente cerré el diario y exhalé. Santa diosa. Los cuernos del diablo. Era difícil
de creer y sin embargo... sabía que era verdad. Llevábamos toda la vida usando el Cuerno
de Hades. No era de extrañar que Avaricia estuviera tan interesado en nuestros amuletos…
No podía ni siquiera imaginar el daño que podría causar si él lograba poner sus manos en
ambos. Aparté esa destrucción de mi mente y leí de nuevo la última línea que mi hermana
escribió. Era una excelente pregunta. Una a la que tenía la intención de darle una respuesta
inmediatamente.
****

—Ya es hora de que te alejes de las actividades oscuras, bambina. Tu madre y tu


padre están enfermos de preocupación. —Nonna me miraba desde la mecedora que había
arrastrado desde el caldero hirviendo. Velas de hechizo para la paz y el sueño reparador
ardían a su alrededor—. Todo el día, petrificada, yacías en algún lugar con el corazón
arrancado, sola. Como tu hermana. ¿Tienes idea de lo que nos hiciste pasar?

Lo sabía. Y lo odiaba, pero no era la única di Carlo que tenía que dar explicaciones.
Me dirigí completamente a la cocina y puse la daga de Ira y luego mi cornicello en la isla.

—¿Es este uno de los cuernos del diablo? —La cara de Nonna palideció—. ¿Hemos
estado usando el Cuerno de Hades?

—No seas tonta. ¿Quién te ha llenado la cabeza con estas historias? —Nonna se
levantó y caminó hacia el caldero, añadió un poco de hierbas y las mezcló con su nueva
esencia. Olía a abeto y menta. Me cuestioné de dónde sacó la planta de hoja perenne, pero
no pregunté—. No creemos en esas cosas, bambina.

—Una Viperidae fue invocada, y está custodiando el amuleto de Vittoria.

Dejó de remover la mezcla.

—Es verdad, entonces. Los Malvagi han regresado.

Esperé a que empezara a murmurar encantos protectores, o que se diera prisa por la
casa, revisando todas las ventanas y puertas en busca de hierbas y guirnaldas de ajo que
había colgado para mantener fuera las cosas malignas. No me pidió que buscara aceite de
oliva y un tazón de agua para asegurarse de que el mal no estuviera en nuestra casa en ese
momento. Esta versión tranquila y calmada de mi abuela era completamente extraña para
mí. Desde que tenía memoria, ella se preocupaba por el diablo y sus demonios roba-almas.

Los niños humanos tenían rimas infantiles, pero nos habían enseñado sobre los siete
príncipes demonio y los cuatro, en particular, a los que los di Carlo debían temer más. No
había olvidado que Ira había sido nombrado. Tampoco había descubierto si él era el que
anhelaría mi sangre, capturaría mi corazón, robaría mi alma o me quitaría la vida.
Honestamente, podía imaginarlo cumpliendo cualquiera de ellas.

Mi abuela movió la cuchara de madera alrededor de la mezcla hirviendo, su atención


se fijó tercamente en su ornamentado mango tallado, y no dijo nada. Por supuesto, ahora
que todas las historias de pesadilla cobraban vida, ella permanecía en silencio.

—Nonna, tienes que contarme sobre el Cuerno de Hades. Vittoria lo sabía, y fue
asesinada. Por favor. Si no quieres que ese sea mi destino también, tienes que decirme qué
es y por qué lo llevamos. Merezco saberlo.

Miró fijamente al caldero y suspiró.

—Días oscuros están sobre nosotros. Es hora de ser un guerrero de la luz. —Nonna
dejó sus esencias y sacó una jarra de vino de nuestro aparador. Se sirvió un vaso de chianti,
y luego se sentó en su mecedora—. Nunca quise llegar a esto, niña. Pero las manos del
destino hacen su propia magia. ¿Quiénes somos sino marionetas en sus cuerdas cósmicas?
Críptica como siempre. Decidí empezar con los detalles más pequeños, y trabajar
hasta las preguntas más difíciles.

—¿Realmente es una llave para cerrar las puertas del Infierno?

—Sí y no. Tiene la capacidad de abrir y cerrar las puertas, pero no es todo lo que
hace.

—¿Son los cuernos del diablo?

—Sí.

—¿Y lo has sabido todo el tiempo?

Nonna asintió. La miré fijamente, tratando de procesar el hecho de que mi abuela,


que nos había hecho bendecir nuestros amuletos para protegernos de los príncipes
demonio toda nuestra vida, había puesto esas cosas alrededor de nuestros cuellos.

—La Prima lanzó un hechizo que los convirtió en dos amuletos más pequeños, con la
esperanza de esconderlos de todos los que los buscaran.

—¿Porque pertenecen al diablo?

—Porque si se juntan, no sólo tienen la habilidad de cerrar las puertas, sino que
también pueden invocarlo. Le conceden al invocador cierto poder sobre él.

Miré el amuleto que había usado desde que tenía memoria, preguntándome por qué
mi hermana no había acudido a Nonna cuando se enteró de esto. Seguía teniendo tantas
preguntas sobre su trato. Si teníamos un medio para controlar al diablo, ¿por qué no me
pidió mi cornicello?

Tenía sentido por qué Avaricia iba tras él; su pecado estaba estrechamente ligado al
poder. Pero si todos los príncipes del Infierno anhelaban poder, entonces ¿por qué Ira no
intentó arrebatarme mi cornicello?

Algo de lo que dijo Envidia resurgió en medio de mi confusión.

—¿Qué es una bruja de sombra?

Nonna hizo un sonido de asco.

—Brujas de sombra es como nos llaman los demonios. Somos conocidas como Stelle
Streghe.

Brujas de las estrellas.

—¿Somos conocidas? ¿Desde cuándo se nos conoce como Brujas de las Estrellas?

Nonna me dio una mirada sarcástica.


—Desde el comienzo de nuestra línea de sangre. Provenimos de una antigua línea de
brujas que tenían lazos con los Malignos antes de la maldición. Éramos guardianas en cierto
sentido, asegurándonos de que las criaturas del inframundo permanecieran allí, sin
interferir nunca con el mundo humano. Durante un tiempo trabajamos junto a los Malvagi.
Eso fue antes de...

La copa de vino de Nonna voló a través de la habitación y se rompió contra la pared.


El chianti goteaba como sangre. Grité, pero no por la copa. Una hoja flotante se cernía sobre
la garganta de mi abuela. Mi demonio fantasma había vuelto, y ya no parecía un producto
de mi imaginación. Había estado tranquilo los últimos días, y lo había olvidado. Ahora era
difícil ignorar la daga de serpiente de Ira mientras brillaba en la luz.

—Pequeña bruja tramposa.

La daga del demonio se clavó en la piel de Nonna. Sacudí la cabeza y di un paso


adelante.

—Por favor. Si esto es por lo que le hice a Avaricia, ella no tiene nada que ver. Déjala
en paz, es inocente.

—¿Inocente? —Recalcó la “c” hasta que sonó como un siseo—. Ella no es tal cosa.

Antes de que pudiera correr a través de la habitación y apartar a Nonna, su cabeza


se echó hacia atrás y la mano invisible arrastró la daga de Ira a través de su garganta. La
sangre brotó de su herida. Ella gorgoteó, el sonido una de las cosas más horribles que jamás
había oído. El arma cayó al suelo. Lo vi suceder todo como a cámara lenta.

Una ventana se abrió de golpe y me imaginé que el demonio invisible huía a través
de ella.

Entonces la realidad se estrelló contra mí y me puse en marcha. Estuve al otro lado


de la habitación un aliento después.

—¡No! —Tomé un paño del mostrador y lo sostuve en su cuello, para contener la


sangre. Luego grité hasta que mi voz se quebró, despertando a toda la casa del sueño
hechizado con el que Nonna los había encantado. Había hechizos para ayudar a disminuir el
flujo de sangre, pero no pude pensar en ninguno a través del pánico que me gritaba. Era
como si mi mente se apagara y sólo pudiera concentrarse en una necesidad básica: sujetar
la herida.

Mi madre se apresuró a la cocina primero, su atención inmediatamente cayó sobre


Nonna. Y el creciente lago de sangre. Las lágrimas corrían por mi cara, desdibujando mi
visión.

No dejaría que mi abuela muriera. No de esta manera.

Mi padre apareció un minuto después, con los ojos abiertos al ver.


—Traeré vendas.

Dejé de prestar atención a todo lo que no fuera mantener el paño presionado


firmemente contra la herida de mi abuela. El tiempo pasó. La sangre saturó el algodón, mi
madre rezó sobre una gruesa pasta de hierbas que había hecho. Me mantuve firme. Deseé
ser el tipo de persona que no se asustaba y podía actuar con calma. Pero la lógica no
penetró en mi terror. Mamá intentó apartarme las manos, pero yo me negaba a ceder. Tenía
que seguir presionando. Nonna me necesitaba.

—Está bien, cariño. Déjame ponerle esto. Sellará la herida.

—No puedo.

—Sí puedes. Está bien.

Me costó un poco más de persuasión, pero finalmente solté mi agarre. Nonna se


deslizó al suelo, su respiración se hizo laboriosa. Había visto esto en animales heridos antes
y no era una buena señal.

Mi madre esparció la espesa pasta sobre la herida, y luego la envolvió con una de las
vendas limpias. Mi padre las había traído antes de ir a comprobar si había más intrusos y
asegurado nuestra ventana. Mi madre terminó de atarla con una oración a la diosa de la
buena salud y el bienestar para curar a Nonna rápidamente. Ofrecí una oración propia,
esperando que nos escuchara a los dos.

—Ayúdame a llevarla a la cama, Emilia.

Me limpié las lágrimas e hice lo que me pidieron. Una vez que la pusimos en el
colchón, mi madre colocó una silla para vigilar. Me senté contra la pared y me quedé allí
hasta que el sol se puso, convirtiendo la habitación en un lugar de tonos morados y negros.
La respiración de Nonna finalmente se niveló, y cayó en un sueño profundo y reparador. Lo
había logrado, no gracias a mí. Alabada sea la diosa.

—Deberías ir a descansar, cariño. Tu abuela estará bien. Lo peor ya ha pasado.

Asentí, pero ahora no podría dormir. No estaba segura de poder volver a descansar
sin ver la sangrienta escena repetirse en mi mente. Y la peor parte era que Nonna casi fue
asesinada por mi culpa. Luego, cuando más me necesitó, le volví a fallar. Había perdido
todos los recuerdos de los hechizos o encantos curativos. Me apagué y dejé que el miedo
tomara el control. Si no hubiera empezado a investigar el asesinato de mi hermana, o
engañado a Avaricia, nada de esto hubiera pasado.

Me metí en la cocina, queriendo limpiar la sangre antes de que mis padres la vieran
de nuevo. Froté hasta que el suelo brilló y los dedos me dolieron. Luego repetí la rutina.
Echar agua, fregar. Necesitaba quitar las manchas del cemento. Me llevó casi toda la noche,
pero finalmente logré borrar todos los signos físicos del ataque. Pero el recuerdo nunca me
abandonaría.
Enjuagué el trapo y me apoyé en la isla, bebiendo un vaso de agua. Al principio tardé
un poco en darme cuenta, pero al final comprendí que el demonio invisible vino aquí con
una misión. Levanté la mano distraídamente, pensando en la herida de Nonna, y traté de
tocar mi amuleto. Mi mano cayó, vacía. Olvidé que me lo había quitado. Fui a recuperarlo
del mostrador y me quedé congelada.

Mi cornicello no estaba.
Veinte
—Te ves como el infierno, bruja.

Fulminé con la mirada al demonio de la guerra a modo de saludo. En unas pocas


horas estaría libre, y no estaba segura de que respondería a ninguna pregunta una vez que
el hechizo de contención se disipara. Después del brutal ataque a Nonna, salí de la casa y
deambulé por Palermo, decidiendo qué hacer a continuación. Cometí un error terrible y
casi le costó la vida a mi abuela. Nunca debería haber vuelto a mi casa después de
enfrentarme a Avaricia. Por supuesto que enviaría espías detrás de mí para robar mi
amuleto. Fue imprudente pensar que un príncipe del Infierno simplemente me dejaría ir
ilesa después de superarlo.

Ahora que sabía que mi hermana y yo habíamos usado los cuernos del diablo, y lo
poderosos y peligrosos que eran, tenía que recuperarlos. Puede que no supiera dónde
estaba el mío en este momento, pero gracias a Avaricia, sabía exactamente dónde estaba el
de Vittoria. Primero necesitaba algo de información de Ira sobre la Viperidae, y luego me
propondría a recuperarlo.

—Sabrías mejor que la mayoría cómo es eso. —Sonreí dulcemente—. Conocí a dos
de tus hermanos, por cierto. Son gemas absolutas.

Ira no pareció sorprendido ni interesado por la noticia. Estaba sentado con la


espalda contra la pared, las piernas estiradas, examinando el círculo de huesos que lo
contenía. Por supuesto que no llevaba la camiseta que le había comprado; estaba tirada en
un montón descartado en el suelo.

—Tengo seis hermanos. Tendrás que ser más específica.

—¿No sabes quién está aquí?

Su atención se redujo sutilmente a mi cadera antes de que volviera a levantar la


mirada.

—¿Has vuelto arrastrándote para pedir ayuda? No me siento muy caritativo hoy. El
cautiverio no me sienta bien.

Los demonios invadiendo mi ciudad, atacando a mi abuela, robando mi cornicello y


asesinando a mi hermana tampoco me convenían. En lugar de discutir, saqué un cannoli de
la bolsa de papel marrón que había metido en mi bolso. Nonna decía que se podían atrapar
más moscas con miel que con vinagre. Pensé que un cannoli bien me ayudaría a atrapar a
un príncipe del Infierno.

Pareció sorprendido cuando se lo entregué.

—¿Qué es eso?
—Comida. A menos que hayas estado atrapando alimañas, dudo que hayas comido.

—No necesito comida humana, ni deseo manchar mi cuerpo con su asquerosidad.

Lo miré horrorizada. Después de todas las cosas terribles que habían sucedido, esto
me estaba poniendo al límite.

—Realmente eres un monstruo, ¿no es así?

—Eso ni siquiera parece comestible. —Tomó el cannoli entre sus dos dedos y lo
acercó para inspeccionarlo—. ¿Qué esperas que haga con él?

—Enfrentar a tus enemigos.

Tocó el relleno de ricota.

—¿Está envenenado?

Suspiré.

—Solo cómelo, oh, poderoso guerrero. Es por placer, no por dolor. Los hice yo
misma. Juro que no están envenenados. Esta vez.

Parecía escéptico, pero le dio un mordisco. Su atención se dirigió a la mía mientras


masticaba. No pude evitar sonreír mientras tomaba un bocado más grande y luego sacaba
un segundo cannoli de la bolsa. Estaba a mitad de camino cuando se dio cuenta de que
todavía lo miraba y frunció el ceño.

—¿Qué?

—No deseo manchar mi cuerpo con la asquerosidad de la comida humana —me


burlé—. Pero los postres son aceptables.

No se dignó a responder. En lugar de eso, hurgó en la bolsa, frunciendo el ceño ante


el vacío. La dejó a un lado y me miró de nuevo.

—Me imagino que estos manjares eran parte de un plan más amplio para infiltrarte
en mis defensas. Hueles a sangre que no es tuya, tu cabello está enredado como si una
criatura salvaje construyó un nido en él e invitó a sus parientes. Mi daga no está en tu
cadera. Y pareces dispuesta a maldecir al mundo. ¿Qué es lo que deseas saber, bruja? ¿Qué
te asustó?

Mi mano se movió al lugar donde había estado atando su daga. Después del daño
que le había causado a mi abuela, no podía soportar la idea de sostenerla. Ahora sentía su
ausencia casi tanto como extrañaba mi cornicello.

—¿Cómo invocaría alguien a una Viperidae?

—Alguien con un sentido de supervivencia no lo haría.


—Quizás alguien inmortal y arrogante ya lo hizo.

—Dudoso. —A Ira no le hizo gracia mi valoración de la realeza demoníaca—. Las


Viperidae son criaturas únicas. Si eligen proteger algo o llevarlo a su nido, ningún habitante
del inframundo puede interferir. Deben optar por renunciar a ella por su cuenta.

Hice una anotación mental para llevarle postre cada vez que quisiera información.
Era francamente agradable y hablador.

—¿Cómo se ve?

—Su tocaya. Como una víbora, tiene largos colmillos retráctiles. También resulta ser
más grande que yo y es dos veces más mortal. Existen muy pocos antídotos si alguien es
mordido. Y los que existen no deben tomarse a la ligera. Hay un costo por usarlos, como
toda magia. Haz tu propia elección, pero debes saber que es posible que no sobrevivas para
ver otro amanecer si molestas a una.

Froté mi brazo, no porque su advertencia me asustara, sino porque había una


sensación molesta enterrándose debajo de mi piel. Como si alguien estuviera rascando de
un lado a otro la misma sección con un alfiler. Ira siguió el movimiento y luego miró su
propio brazo.

Parecía que nuestros tatuajes se estaban transformando una vez más. Dando vueltas
alrededor de las serpientes, lo que noté que Ira ahora lucía también alrededor de sus lunas
crecientes gemelas, eran flores silvestres.

Ante mis ojos, mis serpientes recibieron escamas brillantes y uniformes. No quería
pensar que era hermoso, pero lo era. Sin duda alguna. Ira apretó la mano en un puño. No
sabría decir si fue por el dolor o por nuestra tinta extraña y siempre cambiante. Decidí no
presionar el tema; tenía una pregunta más para el demonio antes de irme a mi misión.

—Si alguien fuera a atacar a una Viperidae, ¿qué tipo de hechizo podría usar?

Desvió su atención de la tinta mágica en su brazo, su mirada un estudio de


resignación.

—Nadie debería estar atacando a una Viperidae. Pero, si alguien fuera una bruja
tonta con un deseo de muerte, entonces esa bruja podría intentar lanzar un hechizo para
dormir. Podría ser la única forma de esquivarla.

—Yo... —Me detuve para no agradecerle. Si no fuera por él y sus crueles hermanos,
toda mi familia no estaría en este lío. Inhalé profundamente, pensando en el hechizo de
sueño. Era sencillo. Me gustaban los planes sencillos. Significaba que había menos cosas
que pudieran salir mal.

—Una última palabra de advertencia. —Se levantó del suelo y se movió hasta donde
yo estaba cerca del borde del círculo de huesos. Ignoré la extensión de piel dorada y
tonificada en mi rostro—. La libertad pronto será mía. Si eres lo suficientemente tonta
como para atacar a una criatura así, no iré por ti.

Lo miré fijamente.

—Bien.
****

El mes pasado, si alguien me hubiera dicho que elegiría vagar sola por túneles
olvidados debajo de la catedral, rastreando a un antiguo demonio serpiente que guardaba
la mitad de una llave sagrada que no solo cerraba las puertas del infierno, sino que en
realidad eran los cuernos del diablo, hubiera creído que necesitaba atención médica.

Emilia Maria di Carlo no corría al peligro. Mi hermana era la aventurera; yo estaba


satisfecha con una diversión limpia y segura. Dame una apasionante novela romántica con
amor prohibido y probabilidades imposibles.

Ese era el tipo de aventura que podía tener detrás.

Hace poco más de un mes, me habría reído con mi hermana sobre la posibilidad de
que existiera algo así como una serpiente gigante del inframundo, pensando que las
supersticiones de Nonna volvían a funcionar. Incluso con la magia corriendo por mis venas,
nunca creí completamente en las historias que ella nos contaba; eran demasiado
fantásticas. Criaturas inmortales que bebían sangre como los Malignos no podían ser reales.

Ahora lo sabía mejor. Cada cuento estaba arraigado en la verdad.

Seguí un extraño y fétido olor a huevo y trozos de piel de serpiente que se habían
desprendido, deseando haber superado mi aversión a la daga de Ira y haberla traído. La luz
de las rejillas de arriba moteaba el suelo de vez en cuando, pero viajaba principalmente en
la oscuridad.

Presté atención al más mínimo cambio en la atmósfera, permitiendo que mis


sentidos me guiaran. Tenía la sospecha de que el demonio no querría llamar la atención
sobre sí mismo o su precioso tesoro.

Además, ya tenía una buena idea de dónde estaba su nido; Avaricia dijo que estaba
debajo de la catedral, y me estaba acercando rápidamente al desvío hacia ella. Me detuve en
la esquina y me recobré.

Había estado repasando mentalmente mi plan, y ahora que casi me estaba


enfrentando a mi enemigo, parecía que era demasiado simple para funcionar. Quizás Ira
había decidido enviarme a la muerte armada con un plan imposible. Demonio diabólico.

Respiré hondo. Podía hacer esto. Pero necesitaba moverme rápido. Cuanto más
permaneciera allí, debatiendo, más crecía mi miedo. Imaginé lo que haría mi hermana si
estuviera aquí. Ella cargaría para salvar el día, como intentó hacer cuando aceptó el trato
del diablo. Por supuesto, esa no resultó ser la decisión más sabia, pero al menos fue lo
suficientemente valiente para intentarlo. Comparado con lo que ella había hecho, lanzar un
simple hechizo para dormir y recuperar un collar era fácil.

Exhalé lentamente y miré a la vuelta de la esquina. Luz de color ámbar se derramaba


en la cámara desde arriba, iluminando al demonio con forma de serpiente. Ira no había
exagerado: la Viperidae era más grande que él. Escamas de medianoche manchadas de
aceite cubrían un cuerpo enrollado en el centro del túnel. Incluso acurrucada, el demonio
ocupaba la mayor parte del espacio; su forma tendida era más alta que yo por una buena
cabeza o más. Cuando estaba alerta y erguida... no quería pensar en enfrentarme a algo así.

Saqué un puñado de hojas secas de manzanilla del bolsillo de mi falda, se las ofrecí a
la diosa de la noche y el sueño, y susurré:

—Somnum.

La respiración constante indicaba que la bestia estaba ahora en un sueño profundo,


un regalo de la diosa. Exhalé. Ahora solo tenía que encontrar el amuleto y escabullirme por
donde había venido. La Viperidae miraba en la dirección opuesta, y su cabeza era
fácilmente del doble del tamaño de nuestro horno más grande. No tuve que ver sus
colmillos para saber que me ensartarían con un bocado.

Escaneé el nido y casi grité de victoria cuando vi un objeto familiar con forma de
cuerno. El amuleto de mi hermana brillaba en el suelo junto a la bestia. Quiso la suerte que
el cornicello estuviera de mi lado de los túneles. Parecía que debería ser bastante fácil
escabullirse, agarrarlo y retirarme sin despertar al demonio. Miré a mi alrededor,
catalogando cada salida que pude distinguir en la penumbra. Dos túneles más formaban
ramificaciones en forma de Y. Fácil.

Y lo habría sido, si no hubiera sido por todos los guijarros y escombros esparcidos
por el suelo. Un pequeño paso en falso y, independientemente del hechizo de sueño, la
Viperidae me atacaría en un instante. Di una última oración a una diosa que esperaba que
estuviera escuchando y di el primer paso hacia el túnel.

Ni siquiera respiré demasiado profundo, temerosa de hacer el menor sonido. Un


silencio antinatural cubría la cámara como nieve recién caída. Una vez, cuando éramos
pequeñas, Nonna nos llevó a una cabaña en el norte de Italia donde conocimos a una de sus
amigas. Era demasiado joven para recordar cuáles eran las circunstancias exactas, pero
nunca olvidé el silencio sofocante de la nieve.

Estaba a más de la mitad del camino hacia el amuleto cuando noté que la bestia
había dejado de respirar de manera uniforme. Hice una pausa, con los pies en el aire, y
esperé la muerte. El problema con los hechizos de sueño era que no había forma de evitar
que alguien o algo se despertara normalmente.

Cuando la Viperidae no se movió, decidí terminar lo que había comenzado. Si se


tambaleaba en algún lugar entre el sueño y la vigilia, no permanecería así para siempre. Mi
atención se dividió entre ella y el suelo, con cuidado de no hacer ningún ruido. Ni siquiera
permití que un guijarro se saliera de su lugar.

Finalmente, después de lo que se sintieron como mil malditos años, alcancé el


amuleto y lentamente, con esmero, me incliné para recuperarlo. Mantuve mis ojos en el
demonio, lo que resultó ser un terrible error. En el instante en que mis dedos agarraron el
cornicello, la cadena se deslizó por el suelo.

La Viperidae atacó.

Su cola se agitó, derribándome de un solo golpe. Agarré el amuleto de Vittoria con


una mano y un puñado de tierra y guijarros en la otra. Esperé hasta que el demonio estuvo
casi sobre mí antes de arrojar los escombros a sus ojos. La Viperidae lanzó un grito de
múltiples capas que envió escalofríos corriendo por mi columna vertebral.

Diosa santa de arriba... realmente la había cabreado. El demonio con forma de


serpiente se enroscó alrededor de sí mismo, chillando y agitándose. Trozos de piedra
cayeron de las paredes en una avalancha de caos. Nubes de polvo llenaron el aire,
ahogándome. Un túnel ahora estaba completamente sellado. Tenía que salir de aquí de
inmediato, pero no podía.

Me acurruqué lo más lejos posible del demonio, tratando de arrastrarme por la


pared. Se movía demasiado rápido y no podía arriesgarme a que me golpeara con la cola.

No pasaría mucho tiempo antes de que se quitara la arena de los ojos. El poderoso
cuerpo de la Viperidae se estrelló contra el túnel de la derecha y no desperdicié mi única
oportunidad de escapar. Pasé por delante de él, con el corazón martilleando, rezando para
que no girara hacia atrás y me golpeara. Di mi primer paso en el túnel que usé para llegar
aquí cuando sucedió.

Un colmillo del tamaño de una espada atravesó la parte carnosa de mi espalda baja.
La mordida fue a la velocidad del rayo, se acabó antes de que pudiera gritar. Dejé de
moverme, todo mi cuerpo se estremeció y se enfrió. Sabía lo suficiente sobre la medicina
popular a base de hierbas para conocer los signos del shock. A veces, los traumatismos
graves tardaban unos segundos en ponerse al día con los receptores nerviosos del cerebro.
Tal como lo había pensado, el dolor me golpeó un poco después. Caliente, abrasador,
devorador.

Me dejé caer al suelo y me volví a tiempo para ver a la Viperidae acercándose para
matar. Rodé un segundo antes de que me arrancara la garganta. El movimiento repentino
hizo que mi herida se abriera más y palpitara. Sangre salpicó a mi alrededor, e hice todo lo
posible para no concentrarme en la posibilidad de que el demonio ya hubiera dado un
golpe mortal. Vino por mí de nuevo, y esta vez, dejé que se acercara lo suficiente para ver
mi reflejo en sus ojos entrecerrados. Dejé a un lado los gritos de dolor, el corazón latía con
fuerza. Esperé... esperé... bajó la cabeza, lista para hundir los colmillos...
Golpeé fuerte y rápido, empujando el amuleto de Vittoria en uno de sus ojos. Un
líquido tibio se derramó sobre mis manos, mientras la Viperidae chillaba por última vez.
Empujé más fuerte, hasta que estuve casi segura de que le había perforado el cerebro.

No esperé a ver si estaba muerta o gravemente herida, me di la vuelta y hui.

Por un momento, sin embargo. El veneno tenía otros planes para mí.
Veintiuno
Todo giraba salvajemente, como las pocas veces que por error había bebido
demasiado vino con Claudia y Vittoria. Me tambaleé por el túnel y me derrumbé bajo la
rejilla por la que me había escabullido. Escapar estaba tan cerca, pero imposiblemente
lejos. Necesitaba reunir mis fuerzas y levantarme; y juré hacer precisamente eso...

... una vez que mi cabeza dejara de dar vueltas y las náuseas pasaran.

Un ruido sordo aterrizó cerca de mí, seguido de una serie de maldiciones


exquisitamente repugnantes. Si no estuviera convencida de que abrir la boca provocaría el
vómito que apenas estaba reprimiendo, me habría reído de la colorida letanía. No podía
recordar exactamente su nombre en ese momento, pero recordaba que normalmente no
era propenso a tales arrebatos. Por alguna razón, la situación me pareció divertida cuando
era todo lo contrario.

De repente me dolió la cabeza, el dolor fue agudo y cruel. Sentí como si mil agujas
pincharan mi cerebro simultáneamente. Gemí, lo que solo lo empeoró.

—¿Dónde estás herida? —Su voz era demasiado fuerte. Lo rechacé, pero era un
demonio molesto y persistente—. ¡Enfócate! ¿Te mordió, bruja?

—Detente.

Dedos sondearon mi cráneo, mi garganta, luego dudaron en mi escote. De alguna


manera me las había arreglado para pasar el cornicello sobre mi cabeza. Me puso de
costado y casi me desmayé por la siguiente ola de agonía. Claramente, no le importaba mi
dolor y sufrimiento. Quizás lo disfrutaba. Vagamente recordaba haberlo odiado. Ahora
sabía por qué.

Hizo una pausa por menos de un latido, luego el sonido de tela rasgándose fue
seguido por una ráfaga de hielo por mi espalda. El aire golpeó contra mi carne desgarrada,
el dolor absolutamente cegador en su furia. Creo que pude haber gritado.

—Mierda.

Dos brazos sólidos me levantaron, aprisionándome contra un cuerpo que tenía que
estar hecho de acero, no de músculos y huesos. Empezamos a movernos rápidamente, sus
pasos fluidos y elegantes. Lo cual era bueno: si rebotaba mientras corría, vomitaría sobre
él. No creía que le gustaría eso.

El viento azotaba mi cabello; estábamos viajando a una velocidad imposible por las
calles de la ciudad. Cometí el error de mirar una vez los edificios que pasaban y lo lamenté
al instante. Me acurruqué contra su cálido pecho y cerré los ojos con fuerza. El dolor era
todo lo que conocía.
—Casi estamos allí.

Mis dientes castañeteaban incontrolablemente. No tenía idea de dónde era allí, pero
esperaba que tuviera mantas y un fuego. Una frialdad se extendía a través de mí, terrible y
devoradora. Tuve la peor sensación de que nunca volvería a conocer el consuelo del calor.
Lo cual era extraño, ya que pensé que el día había sido especialmente caluroso. Un
entumecimiento helado se extendió lentamente por mis piernas. Una puerta se abrió con
estrépito y luego se cerró de golpe. Se sintió como si corriéramos escaleras arriba y luego
me tendieron sobre un colchón suave.

Gritos resonaron a mi alrededor. Las voces apagadas eran difíciles de distinguir. El


agua salpicando en una palangana se apoderó de mis sentidos, seguida por el inconfundible
aroma a humo. Me agité. En algún lugar, en lo profundo de mi memoria, supe lo que
significaba el humo. Peligro.

—No te preocupes. —Otra voz. Masculina. Desconocida—. Él sabe qué hacer y


volverá pronto. —Las mantas me arroparon con tanta fuerza que apenas podía respirar.
Debo haber jadeado; manos cálidas estaban en mi frente—. Shhh. No luches. Hace que el
veneno se propague más rápido.

El tiempo se redujo a la fracción más pequeña de sí mismo. No supe de nada más que
segundos al azar y una agonía implacable. Los latidos de mi corazón eran tan ruidosos que
mi cabeza latía con fuerza. Pasaron momentos. El dolor persistió. Luego, un fuego
crepitante, el olor a humo, y él estaba de regreso, haciendo palanca para abrir mis ojos.

—Arreglaré esto. Pero tienes que concederme permiso. ¿Sí?

Traté de asentir, pero apenas podía moverme. Se agachó a mi lado, puso sus manos a
ambos lados de mi cabeza y repitió la pregunta. Esta vez debió haber sentido el movimiento
casi imperceptible; antes de que la siguiente ola de dolor golpeara, era un borrón de acción.

—Vigila el perímetro y no nos interrumpas, pase lo que pase —le gritó a alguien que
no pude ver. El pánico se apoderó de nuevo. ¿Perímetro? ¿Estaba en el Infierno? Me levantó
en brazos, una puerta se cerró detrás de nosotros y su voz se volvió notablemente más
suave—. Necesito meternos a los dos en el agua, ¿de acuerdo?

Traté de decir que sí, pero el entumecimiento se extendió a mi garganta. Creo que
vio la respuesta en mi cara de todos modos. Sonaba como si susurrara:

—Vive lo suficiente para odiarme por esto.

Lo siguiente que sentí fue calor, como si estuviera flotando en una nube cerca del
sol. Me dijeron al oído palabras en un idioma que no entendía. Labios rozaron mi piel, una
de las últimas sensaciones agradables que experimenté antes de que se acercara la
oscuridad.

—Bebe.
Quería hacerlo, más que nada, pero no podía. Él inclinó mi cabeza hacia atrás, separó
mis labios y vertió néctar en mi garganta. Intenté batirme contra el sabor empalagoso, tan
dulce y espeso que casi me atraganté, pero hacía tiempo que había perdido la capacidad de
moverme por mi cuenta.

Una lágrima se deslizó por mi mejilla y dedos fuertes la apartaron. Salpicó agua. Un
tipo diferente de calidez me envolvió. Labios suaves y gentiles se encontraron con los míos.
Fue un susurro, una promesa, un voto inquebrantable. Rompió el dolor y se sintió como en
casa. Creo que quería más, pero fue negado. Cantó en voz baja, sus palabras extrañas.

Una luz brillante destelló y entonces comenzó mi verdadero infierno.


****

Un sonido suave me despertó del peor sueño que jamás había tenido. Abrí un ojo y
mantuve mi respiración profunda y uniforme. Estaba sumergida en una tina. Por un
segundo, no tenía idea de cómo había llegado aquí.

Entonces me vinieron destellos. No sabría decir si eran sueños o recuerdos.

Una serpiente metálica colocada con tinta en un brazo rodeaba mi cuerpo, no en


posesión, sino en solidaridad. Como si Ira me hubiera seguido a mi pesadilla, luchado
contra la Muerte y me hubiera sacado a rastras.

En algún momento, pensé que su lengua se movía sobre mi yugular, trazando una S
invisible a lo largo de mi piel. Recordé la sensación de cada terminación nerviosa, cada
molécula chisporroteando, instantáneamente en sintonía con donde quería que esos labios
se movieran a continuación. Juré que todavía sentía el calor persistente por el breve
contacto. Me sorprendió que no lo odiara.

Cerré los ojos con fuerza cuando aparecieron más imágenes. Una serpiente gigante.
Una pelea mortal. Colmillos. Sangre. El cuello de mi abuela, cortado. Beber algo más espeso
que la miel y tan empalagoso, que tuve que obligarme a tragarlo. Palabras extrañas
pronunciadas con fervor. Un beso seguido de una chispa cegadora.

Entonces comenzaron las pesadillas.

Demonios chillando, garras raspando, una mujer desconocida con ojos de


medianoche y fuego en su alma, maldiciéndome. Una ciudad de fuego y hielo. Una sala del
trono de obsidiana. Una corona forjada de llamas y humo. Enormes puertas hechas de
huesos y alas curtidas, abriéndose de golpe. Traición.

Aparté el sueño de mi mente y me concentré en lo que me rodeaba, luego deseé de


inmediato no haberlo hecho. Vagamente recordé la sensación de piel cálida y húmeda
contra la mía. Piernas musculosas. La sensación de total seguridad. Tampoco sabía si eso
era real o imaginario.
Cerré los ojos de nuevo y conté en silencio hasta que mi pulso se hizo más lento. Me
tomó un segundo, pero me di cuenta de que mi herida estaba completamente curada.

Ira había realizado un hechizo enormemente poderoso. Me sentía recargada, casi


llena de energía. Había sido un recipiente vacío antes de que me llenaran de vida más allá
de mi capacidad. Quería saltar y bailar, pelear o hacer el amor. Quizás todo a la vez.

Para no pensar en besos prohibidos mientras estaba desnuda, me concentré en la


habitación. Estaba en una cámara de baño que estaba ornamentada, pero en mal estado. La
bañera de mármol astillado era hermosa, blanca con vetas de oro. Mosaicos cubrían las
paredes, representando criaturas aladas y campos de flores.

Un leve crujido de la esquina a mi izquierda llamó mi atención. Ira se levantó con su


espalda hacia mí, como si me ofreciera un poco de privacidad. Riachuelos goteaban de los
planos de su bronceada parte superior del cuerpo. Su torso muy tonificado y desnudo.
Diosa arriba, necesitaba ponerse una camisa. Inmediatamente.

Hasta que lo hizo, le eché un vistazo a la tinta que había visto en la cueva la primera
noche que lo invoqué. Tatuajes de oro brillante y carbón cruzaban de hombro a hombro.
Parecían ser líneas de latín, pero estaba demasiado lejos para estar segura. Tragué saliva y
desvié mi atención. Parecía que había salido de la bañera momentos antes de que me
despertara. Esos fragmentos de niebla de anoche eran definitivamente recuerdos entonces,
no sueños. Mi cara se calentó. Probablemente ya se había dado cuenta de que estaba
despierta y estaba esperando que dijera algo. Esto era... dolorosamente incómodo.

No queriendo retrasar lo inevitable, me aclaré la garganta. Giró hasta que estuvimos


cara a cara. El cabello húmedo y despeinado lo hacía parecer casi humano, pero la energía
que irradiaba a su alrededor rompía la ilusión. Era como sumergirse en una bañera
mientras un relámpago caía peligrosamente cerca. Estaba alerta y parecía que lo había
estado durante bastante tiempo. Era extraño verlo fuera del círculo de invocación. Más
extraño aún que me hubiera salvado. No estaba segura de qué significaba eso, en todo caso.
Me acomodé contra el costado de la bañera y respiré hondo.

A pesar de su proclamación de que no vendría por mí, no me dejó morir.

No sé qué poderes había invocado para traerme de vuelta del borde de la muerte,
pero había dado todo lo que tenía. Y no pensaba que mi hechizo de protección fuera la
única razón por la que me había ayudado. Había sentido algo anoche, más íntimo que si
hubiéramos compartido la cama. Por un segundo extrañamente largo, juré que habíamos
estado en la mente del otro. Lo que vi allí, profundo donde él no pudo ocultarlo, no fue
simplemente el odio que sentía hacia mí. Fue mucho más complejo.

La luz se filtraba por una ventana arqueada sin coberturas, acentuando los ángulos
cincelados de su rostro. Si no supiera exactamente qué era, podría confundirlo con un
ángel. Lo cual, en cierto modo, supuse que era. Me preguntaba qué había hecho que fuera
tan malvado como para ser expulsado del cielo. No pregunté. Dudaba que confesara sus
pecados.
Su atención vagó por mis rasgos, su expresión ilegible. Luché contra un escalofrío.

—Tuve estos... sueños —dije lentamente—. O recuerdos. Tal vez ambos. Usaste
magia poderosa anoche. —Lo miré con atención. No se movió ni rompió el contacto visual.
Por un horrible segundo, me pregunté si se habría vuelto catatónico. Luego ladeó la cabeza,
esperando—. Antes de ir tras la Viperidae, dijiste que había un gran costo por un antídoto.

Eché un vistazo al agua. Recordé la forma en que nos habíamos sentado, sus piernas,
brazos y cuerpo pegados al mío... había visto ilustraciones antes. Solo unos pocos rituales
antiguos requerían el contacto con la piel desnuda; en esencia, eran una especie de
renacimiento. Como si me hubiera transferido parte de su poder, usando el agua como
conductor entre nuestra carne. Ninguno de los rituales debía tomarse a la ligera. No estaba
segura de si su magia era la misma que la de una bruja, pero supuse que estaba cerca.

Volví mi atención a la suya.

—¿Cuál fue tu precio por salvarme?

La temperatura pareció caer en picada. Sostuvo mi mirada mientras cruzaba


lentamente la habitación. La ira inquebrantable brilló en esos ojos dorados.

—Deberías preocuparte más por el precio que tuviste que pagar. Espero que haya
valido la pena.

Se volvió para irse. Antes de que pudiera, salté del agua y bloqueé su retirada.

—No puedes decir eso y simplemente irte. ¿Cuál fue el precio?

—¿Realmente te gustaría tener esta conversación en el baño?

—¿Por qué no? ¿De repente te sientes tímido?

Exudaba lo opuesto a la timidez. Honestamente, con un cuerpo así y todo ese poder,
no me sorprendía su confianza. Cruzó los brazos sobre su ancho pecho. De cerca, la
serpiente dorada tatuada en su brazo era impresionante.

—Quieres hablar, bruja. Yo empezaré. Anoche tomaste una decisión que tuvo
consecuencias catastróficas. Si no hubiera estado allí, estarías muerta.

Era molestamente cierto.

—Recuperar el amuleto de mi hermana valió lo que me costara. Y si tuviera que


hacerlo todo de nuevo, lo haría sin dudarlo.

—Lo que prueba que eres imprudente, tonta o ambas.

—Si soy tan tonta e imprudente, ¿por qué salvarme? — Levanté una mano—.
Ahórrame la excusa del encantamiento de protección. Tú y yo sabemos que esa no es toda
la verdad. —Abrió la boca y lo interrumpí de nuevo—. No conozco el hechizo exacto que
usaste, pero sé lo suficiente de ciertos rituales y sus requisitos que tengo una buena
suposición. Dime por qué me salvaste. Ahora.

Arqueó una ceja.

—¿Tiene más exigencias, alteza? ¿O puedo irme?

—De hecho, las tengo. ¿Usaste un hechizo de renacimiento en mí? —Sacudió la


cabeza—. Entonces, ¿por qué no llevábamos ropa?

Una sonrisa tiró lentamente de las comisuras de su boca. Su expresión se parecía a la


de un hombre inmensamente complacido pero presumido.

—Porque me arrancaste la mía como una bestia infernal en celo. —Le lancé una
mirada sucia. Soltó un suspiro que casi sonó como una risa. Como no podía mentirme, tenía
que ser lo suficientemente cierto como para que lo dijera. Puse los ojos en blanco. Estaba
claro que estaba loco y se lo dije—. Además, debido a que las Viperidae inyectan un veneno
que actúa como hielo, necesitábamos revertir los efectos rápidamente. El calor corporal y el
agua caliente fueron las formas más eficientes y rápidas de evitar que la hipotermia te
matara.

Eso era cierto. Pero también lo escuché susurrar en ese extraño idioma. Ira no
estaba mintiendo, pero guardaba secretos.

—Me besaste.

Abruptamente miró hacia otro lado.

—Los sueños febriles tienen efectos secundarios peculiares.

Sonreí. Puede que no conociera el hechizo completo, pero sabía que el casto beso era
parte de cualquier magia que hubiera invocado. Probablemente no quería ni tenía muchas
opciones al respecto.

Pero me alegraba de que lo haya sufrido, o de lo contrario estaría muerta.

Cuando me encontré dentro de su cabeza anoche, su expresión no era de amor, sino


de miedo. Que, a pesar de sus mejores esfuerzos, yo era una astilla que se hundía
lentamente bajo su piel inmortal, y que algún día podría viajar lo suficientemente profundo
como para perforar su corazón de piedra. No estaría equivocado.

No importaba si sacrificó una pequeña parte de su poder para salvarme, nunca


olvidaría quién era realmente. Era un demonio egocéntrico con la misión de proteger su
propio mundo utilizando cualquier medio necesario. Realmente no le importaba este reino,
o las brujas que habían sido asesinadas. Su enfoque estaba en lo que todo eso significaba
para él. El miedo que vi en su corazón no tenía nada que ver conmigo, personalmente, sino
con los enredos emocionales que representaba en general. Muerte.

Como en la muerte de todo lo que él fue y eligió ser.


Los Príncipes del Infierno no eran leales a nadie más que a sí mismos. Ira llevaría a
un enemigo a su cama en un instante si eso significaba recolectar información o poder. Y
dudaba que lo detestara.

Me moví hasta que casi nos tocamos. No retrocedió, pero tampoco me alcanzó. Su
comportamiento no tenía nada que ver con la bondad, ni con la amistad floreciente, ni
siquiera con la lujuria, y todo con la ganancia. Simplemente no entendía todavía cómo o por
qué me necesitaba con vida.

Pero haría todo lo posible para averiguar cuáles eran sus verdaderos objetivos.

Su atención se dirigió a mi boca. No había nada amable ni dulce en su mirada. De


hecho, casi no había nada suave en él. A veces, cuando me miraba, juraba que sentía una
bestia escondida debajo de la máscara de piel que llevaba. Era inquieta, salvaje. Tenía la
sensación de que mantenía al monstruo encerrado, pero nunca estaba lejos. Luché contra
un escalofrío. No quería estar nunca cerca cuando decidiera dejar que su animal interior
saliera de su jaula.

Una sonrisa burlona curvó sus labios.

—¿Esta es la parte en la que me das las gracias con un beso?

—Apenas. No soy como tú, demonio. No beso a la gente que odio. Y nunca lo haré.

—¿Nunca? ¿Estás segura de que te gustaría hacer tal declaración?

No estaba segura de nada en este momento. Estaba confundida y llena de magia que
no era del todo mía. Había vivido veinticuatro horas desde el infierno, con el ataque de
Nonna, mi propio roce con la muerte y ser salvada por mi enemigo. Su poder vibraba a
través de mí, me llenaba. Por un segundo, quise que se acercara y arrastrara sus manos por
mi cuerpo. Lo que no tenía sentido.

No podía pensar con él tan cerca. Necesitaba desesperadamente un momento para


mí. Para ordenar mis pensamientos y decidir cómo proceder. Y no podría lograr ninguna de
esas cosas con el demonio semidesnudo llenando mi espacio. El poder surgió por mis
venas.

Antes de que Ira me deslumbrara con más encanto, susurré un hechizo de


contención que debió haber sido alimentado con su magia demoníaca porque no salió como
estaba planeado. Un segundo estaba parado allí y al siguiente se había ido. Destelló hasta
desaparecer. Sucedió muy rápido, pero me las arreglé para vislumbrar su rostro antes de
que desapareciera. Se veía tan... traicionado.

Una mezcla de emociones me persiguió durante varios minutos. Era mi enemigo.


Incluso si me hubiera salvado. Ese único acto de bondad no borraba ese hecho. Y, sin
embargo, no estaba segura de si esperaba haberlo enviado de regreso al inframundo, o si
esperaba que volviera a ser encarcelado en la cueva. No debería importar dónde estaba.
Incluso si me sentía un poco culpable por usar su propia magia contra él, me negué a
dejar que influyera en mi juicio. Él tenía su misión y yo la mía. Eso era todo. Rebusqué en el
suelo, pero no pude encontrar mi ropa. Maldito demonio. De todas las formas en las que
podría tomar su venganza, no predije que caminar desnuda por las calles de la ciudad fuera
una de ellas.

Miré hacia arriba, lista para maldecir a Ira al infierno de nuevo, y noté un vestido
nuevo doblado en una ordenada pila en la esquina donde había estado parado. Lo levanté,
sorprendida por su belleza. Las faldas oscuras tenían colocadas con buen gusto un brillo
dorado rociado sobre ellas, no muy diferente de su luccicare reluciente. Mangas
transparentes negras caían con gracia de una blusa con hombros descubiertos. Y un corsé
de oro con espinas y alas cosidas en la espalda lo remataba. Olvidé que mi ropa se había
roto durante el ataque de la Viperidae. Un sentimiento en el que preferiría no detenerme
tomó forma mientras sostenía el vestido. Lo aparté.

La magia del príncipe demonio crepitaba bajo mi piel, infectaba mi alma. No quería
que me gustara lo viva que me hacía sentir.

Me vestí rápidamente, necesitando una tarea mundana en la que concentrarme


mientras mis sentimientos iban de un extremo a otro. Con Ira desaparecido, era solo un
poco más fácil pensar. Sobre todo, porque mis pensamientos volvían a él, a la expresión de
su rostro. Herí sus sentimientos. Y eso... me molestaba. Qué giro más ridículo de los
acontecimientos. Su familia envió demonios fantasma invisibles para atacar a mi abuela y
robar mi cornicello, y yo me sentía mal por desterrar potencialmente a un demonio al
Infierno. Donde vivía y gobernaba. Probablemente felizmente. En el colmo del lujo
demoníaco. Con fuego, azufre y una orquesta de las almas gritando de los condenados.

Aun así, podría haber sido una decisión apresurada. Dejando a un lado los disgustos,
Ira podría ser útil para mi búsqueda de justicia. Estaba casi segura de que tenía motivos
ocultos para aliarse conmigo, pero cuando realmente lo necesité, él estuvo allí. Ese acto, por
encima de todo, me decía suficiente.

Mi alma estaba a salvo con él.

Lo que significaba que podíamos dejar de lado nuestras diferencias y trabajar juntos
para resolver el asesinato de Vittoria. A ninguno de los dos le encantaría la idea, pero al
menos podía confiar en que no me mataría. A partir de ahora, la evidencia apuntaba a un
príncipe del Infierno como responsable de los asesinatos, no a los cazadores de brujas.
Después de lo que sucedió con avaricia y el ataque a Nonna, necesitaba a Ira de mi lado.

Solté un largo suspiro, esperando que fuera una decisión acertada.

Que la Diosa me maldiga, ahora tenía que averiguar adónde había enviado al
Príncipe de la Ira.

Agarré su camisa y entré sigilosamente a la ciudad para localizar a mi príncipe del


Infierno desaparecido.
Veintidós
—Si quieres que hable contigo ahora, pídelo amablemente.

No lo llamaría alivio, pero un nudo en mi pecho se aflojó cuando encontré a Ira


atascado en el círculo de invocación nuevamente. No estaba enojado como esperaba, solo
un poco desconcertado. Supuse que no esperaba ser desterrado justo después de salvarme
la vida. Lo cual fue justo. Para ser honesta, tampoco esperaba pagarle de esa manera.

—¿Todos los demonios están locos, o solo eres tú?

Soltó un suspiro.

—No eres la víbora más agradable del pozo, ¿verdad? Agradecer a alguien que te
salvó la vida encarcelándolo no es la forma en que se hacen las cosas en mi reino. No se
puede negar que puedes mejorar en tus modales.

Todos los pensamientos de establecer una alianza tentativa me abandonaron. Un


demonio dando una conferencia sobre modales era la cosa más ridícula que jamás había
escuchado. Mucho descaro de él. Lancé una docena de sugerencias diferentes, que incluían
animales de granja, sobre lo que podía hacer con el tiempo que le quedaba en la tierra.

—Encantador. Me pregunto de dónde viene tu creatividad, ¿quizás tu experiencia


personal? —Las peleas no nos llevaban a ninguna parte y yo tenía cosas más importantes
que hacer. Aparentemente, Ira sintió lo mismo. Entrecerró los ojos, escrutándome—. ¿Qué
tiene tus faldas retorcidas, bruja?

—Nada.

—Si se trata del hechizo que usé, o del vestido...

—No es eso. —Por alguna razón, ahora que estaba cerca de él de nuevo, no estaba
lista para pedirle ayuda para resolver el asesinato de mi hermana. Necesitaba alguna otra
garantía de que este era el mejor curso de acción. Y había una cosa que él podría responder
que me ayudaría a tomar una decisión. Si no se reía hasta morir primero. Cerré los ojos y
conté hasta diez—. Un demonio invisible atacó ayer a mi abuela. Y antes de eso, creo... creo
que me estaba acechando.

Esperaba que se burlara de mí o que me preguntara si recientemente me había dado


el gusto con demasiados licores. En cambio, me estudió con mucho cuidado.

—¿Te habló?

Asentí.

—Dijo: “él viene”.


Ira se paseó alrededor del círculo de huesos.

—Suena como un demonio Umbra. Pero para que esté aquí y te hable... ¿dijo algo
más?

—Yo… no recuerdo exactamente. La primera vez dijo algo sobre el robo de


recuerdos y corazones.

—¿La primera vez? —Se dio la vuelta para mirarme. No era muy bueno para mostrar
una amplia gama de emociones, probablemente porque era un inmortal engendrado en el
infierno y no un humano, pero estaba claramente sorprendido por esta noticia—.
¿Exactamente cuántas veces lo has encontrado?

—¿Quizás tres? Pensé que me estaban siguiendo en el monasterio... esa noche...


luego encontré a mi hermana y no volví a pensar en eso. —Comencé a caminar alrededor
del borde exterior del círculo—. ¿Qué es un demonio Umbra?

—Espías mercenarios, mayormente. Venden sus servicios a cualquier Casa real que
los utilice. Hay unos pocos que solo son leales a Orgullo. En su mayoría son incorpóreos y
son muy difíciles de matar. La magia no siempre funciona en ellos de la forma en que te lo
imaginas.

Muy difíciles de matar no era imposibles de matar. Un rayo de luz, si es que alguna
vez hubo uno.

—Si se supone que está espiando, ¿por qué revelarse?

—Esa es la pregunta, ¿no es así, bruja? Por lo general, no hablan en absoluto.

—¿Crees que Avaricia lo contrató?

—¿Por qué pensaría eso?

Lo miré en busca de señales de engaño. Seguramente sabía que su hermano estaba


aquí.

—Porque hablé con él en su antro de juego justo antes de que atacaran a mi abuela.
Y pude haberlo engañado para que me diera más información de la que había acordado
originalmente. No es su pecado, pero estoy segura de que su orgullo real resultó herido.

—Gracioso. —Ira me miró con sequedad—. Es casi imposible engañar a un príncipe


del Infierno.

—Bueno, a menos que estuviera mintiendo sobre quién era, engañarlo no fue tan
difícil. —No sabía si Ira me creía, y no me importaba—. Dijiste que algunos demonios
Umbra son leales a Orgullo... ¿crees que él los envió?
Dado el hecho de que el demonio robó uno de sus cuernos, parecía probable. Pero
Ira no sabía que eso era lo que yo buscaba cuando invadí el nido de la Viperidae. Estaba
interesada en su respuesta.

—Es posible, pero no probable. No cuando estoy aquí. Un demonio Umbra no puede
transvenio4 al inframundo. Solo pueden deslizarse entre reinos si un príncipe los envía o si
son invocados. E incluso entonces, ese tipo de poder solo puede usarse durante períodos
específicos.

—¿Cómo funciona viajar entre reinos?

—Es como arrancar hilos del tiempo y tejerlos en diferentes lugares.

Vago.

—Si alguien estuviera tratando de invocar al diablo... ¿podrías saberlo?

Ira me dirigió una mirada penetrante.

—No puede ser invocado.

—¿Y si alguien tuviera el Cuerno de Hades? Entonces, ¿se podría invocar a Orgullo?

El príncipe demonio se quedó muy quieto. Su sorpresa solo duró un segundo antes
de que una lenta sonrisa se extendiera por su rostro.

—Has estado ocupada.

Lo había estado, y había hecho un trabajo decente hasta ahora siguiendo los pasos
de mi hermana, pero ahora necesitaba ayuda. Ira podría ser mi enemigo, pero me había
salvado la vida. Esperaba que eso significara que podía confiar en él.

Pensé cuidadosamente en lo que quería hacer a continuación. Sus respuestas sobre


el demonio Umbra me recordaron a mi gemela y la forma en que tomaba notas en su diario,
y me tranquilizó. Era como si Vittoria estuviera dando su bendición por esta unión tan
inusual. Me recordé a mí misma que Ira fácilmente podría haber intentado quitarme el
alma o regatear por mi vida mientras agonizaba. Y no hizo ninguna de esas cosas. En
cambio, sacrificó su propio poder sin esperar pago.

—¿Me ayudarás a averiguar si... eso pasó?

—¿Si alguien invocó a Orgullo? —preguntó. Asentí. Se veía muy escéptico—.


Necesitaríamos saber el lugar donde se intentó la invocación. Y nada está garantizado. ¿Se
combinó el Cuerno de Hades o solo se usó un cuerno?

—Solo uno. —Inhalé—. Y sé por dónde empezar. ¿Entonces ayudarás?

—Necesitas ser más específica cuando pidas romper el hechizo de contención. Y no


olvides usar mi título. Es de buena educación hacerlo. —Eché un vistazo a su daga que
había recuperado de casa, luego volví mi atención a él. Sonrió de nuevo; esta vez estaba
lleno de auténtica diversión—. No mis reglas.

—¿Podrías dejar el círculo de huesos y ayudarme a averiguar si alguien invocó a


Orgullo, Príncipe Ira?

Era la primera vez que rompía un hechizo de contención y era extraño. No tuve que
susurrar un encantamiento, simplemente pedirle que abandonara el círculo de invocación
funcionó.

Una carga eléctrica en la atmósfera llenó la cueva, expandiéndose lentamente hasta


que empujó el borde del círculo de contención. Hubo un leve crujido y luego el mundo
exterior regresó por completo.

De repente, Ira se alzó sobre mí.

—Si valoras nuestra nueva alianza, no vuelvas a usar ese hechizo de contención
sobre mí, bruja. La confianza va en ambos sentidos. Mi paciencia se agota.

—Bien. Si quieres mi confianza, deja de ayudar a Orgullo a encontrar esposa.

—No puedo.

—Entonces no te sorprendas cuando me defienda usando cualquier medio


necesario.

Se alejó, pasándose una mano por el pelo. Observé impasible mientras caminaba
hacia mí. La determinación brilló en sus ojos dorados.

—Pásame mi daga. —Le lancé una mirada de incredulidad—. Solo la necesito por un
momento. Y no, no te apuñalaré con ella.

Aunque probablemente quería hacerlo. Tanto.

Desaté la daga serpiente de la funda en mi cadera y se la entregué.

Ira cayó sobre una rodilla.

—Emilia Maria di Carlo, tienes mi palabra de que no dañaré físicamente a una bruja
ni la forzaré a casarse con Orgullo. —Arrastró la hoja por la palma de su mano y presionó
su mano sangrante contra su corazón—. En honor a mi corona y mi sangre, prometo que mi
misión actual es salvar almas, no tomarlas.

Se puso de pie y me devolvió su daga, empuñadura primero. Otra muestra de


confianza. Guardé la hoja y lo miré. Su herida ya estaba sellada.

—¿No me vas a pedir que acepte tu intercambio de sangre de antes?

—Preferiría que lo aceptaras, pero no te obligaré a hacerlo. ¿Estás satisfecha con mi


voto?
—Por el momento.

—Suficientemente bueno.

Pasó junto a mí, deteniéndose cerca del borde de la cueva. Resistiendo la tentación
de empujarlo al mar abajo, lo seguí en silencio, contemplando las olas plateadas, ondulando
como una enorme criatura de ébano bajo la luna llena mientras se estiraba. Sangre y huesos.
Por supuesto. Una luna llena significaba más problemas. Y mis manos ya estaban llenas de
alrededor de dos metros de ello.

—Aquí. —Golpeé la camisa que le había comprado contra su pecho—. No me


importa si la odias, si huele o si eres demasiado principesco para la ropa de campesino,
pero usarás esto mientras paseamos por la ciudad. Lo último que necesitamos es llamar
más la atención sobre ti.
****

Ira y yo nos acomodamos contra el edificio adyacente al monasterio, viendo cómo


las luces se apagaban una por una. Pronto la hermandad estaría durmiendo en sus
dormitorios.

—¿Qué te poseyó para jurarme un voto de sangre?

—Quería ofrecer una ramita de confianza.

—Te refieres a una rama de olivo.

—El mismo concepto, bruja. —Inclinó su rostro hacia la luna—. Además, podría
haber querido más de esas... cosas que trajiste. Si murieras, tendría que cazarlos. Hubiera
sido un inconveniente.

—¿El cannoli? —pregunté, fingiendo incredulidad ante su intento de humor—. ¿Me


salvaste en parte por un poco de ricota endulzada? —Gracias a la diosa, no parecía darse
cuenta de lo populares que eran o de lo mucho que se podían encontrar en la ciudad—.
¿Crees que el demonio Umbra nos está mirando?

Escondido cómodamente entre las sombras, estaba demasiado oscuro para ver sus
rasgos con claridad, pero me imaginé su mirada de resignación de todos modos.

—¿Tienes miedo?

Una perfecta no respuesta a mi pregunta. Sabía que se estaba refiriendo al demonio


Umbra, pero la verdad era que Ira también me asustaba. Cualquiera que no tuviera un poco
de miedo de entrar en una cámara con el demonio visto por última vez con su ser amado
asesinado sería un idiota.

Un par de calles más allá, voces retumbaron como un trueno distante. La risa siguió,
audaz y estruendosa. Palermo era una ciudad que adoraba la noche tanto como disfrutaba
de la gloria del día. Festivales, banquetes: siempre parecía haber alguna ocasión digna de
celebrarse, especialmente con comida y bebida. Esperaba detener al monstruo que se
empeñaba en destruir eso antes de que volviera a atacar.

Varios minutos de silencio más tarde, la última luz dorada del interior se apagó.

—Todo bien. Es hora —dijo Ira, enderezándose—. Si prefieres quedarte aquí,


quédate. No mimo.

Lo ignoré y me deslicé entre las sombras, dejándolo hablar solo. Parecía disfrutar
bastante bien del sonido de su propia voz. Se sentía de mala educación interrumpir.

—No consolaré. O atenderé tus heridas. Emocionales o de otro tipo. Desprecio…

Cuando la puerta al otro lado del callejón se abrió con un crujido, su boca se cerró de
golpe. Le lancé una mirada mordaz mientras la abría más en invitación. Se quedó allí,
frunciendo el ceño. Apostaría cualquier cosa a que no me había oído moverme. Me
pregunté cuánta gente lo sorprendió alguna vez. Probablemente no muchos, dada la forma
en que su enojo parecía aumentar ante la idea de ser superado por una bruja.

—¿Vienes o no, demonio?


Veintitrés
Afortunadamente, no hubo susurros sobrenaturales esperándome en la cámara
donde murió Vittoria. Sin tirón insistente de invocación, ni solicitud mágica del Gran Más
Allá. Solo silencio y el leve roce de las botas de Ira mientras se movía en la oscuridad. A su
solicitud tranquila pero brusca, le entregué mi cartera de suministros, agradecida por unos
momentos para serenarme mientras él buscaba velas en su interior.

Según Ira, solo tendríamos unos minutos para que él sintiera rastros de cualquier
magia de invocación. Me advirtió que podría no haber ningún indicio ya que había pasado
más de un mes. No había vuelto a esta habitación desde que encontré por primera vez el
cuerpo mutilado de mi hermana. Si tuviera la opción, nunca volvería a poner un pie en este
monasterio maldito. Sabía que Vittoria no estaba aquí, pero el fantasma de esa noche me
perseguía de todos modos. Cerré los ojos ante el recuerdo de su carne desgarrada. La
absoluta quietud de la muerte. Y la sangre.

Me froté los brazos con las manos, aunque el aire era agradablemente cálido. Era
extraño lo inesperada que podía ser la vida. Hace un mes, nunca me hubiera imaginado
regresar con la misma criatura que había encontrado lamiendo la sangre de mi hermana,
pero aquí estábamos. Trabajando juntos.

De repente, ya no estaba perdida en el dolor. Con todo lo que había sucedido, me


había olvidado por completo de ese detalle morboso y sanguinario. Me di la vuelta,
disfrutando del peso de la daga del demonio mientras rebotaba a mi lado.

—Para ser claros; te permití salir del círculo de contención esta noche solo para mi
beneficio. No significa que me gustes.

—Y aquí pensé que atarme por toda la eternidad significaba que éramos buenos
amigos.

—No me has explicado por qué lamías la sangre de mi hermana.

Terminó de buscar en mi bolso y encendió una cerilla. La luz se encendió, dorando


los bordes de su rostro. Las sombras oscurecieron su mirada, pero no ocultaron el dorado
brillante de sus iris. Su atención se deslizó hacia la daga y se demoró. La miró con bastante
frecuencia durante nuestro paseo aquí, que no pude evitar pensar que estaba tramando
formas creativas de recuperarla.

Luché contra un escalofrío cuando la familiar sensación de peligro regresó. A veces,


especialmente desde que accedió a ayudarme, era fácil olvidar que era uno de los Malignos.

—No me lo preguntaste.

—Ciertamente lo hice.
—Lo que dijiste fue “Estabas de pie sobre su cuerpo, lamiendo la sangre de tus dedos,
bestia repugnante”. —Obviamente, causó una impresión duradera. Encendió las velas y me
entregó una. Evité sus dedos y él respondió de la misma manera—. No toques nada, bruja.
No queremos perturbar ningún olor persistente.

—¿Quiero saber siquiera qué quieres decir con “olor persistente”, o es algún hecho
de criatura del Infierno que es mejor dejar a la imaginación?

—Por muy tentador que pueda ser, es mejor no imaginarme en absoluto.

Puse los ojos en blanco. Si no quería dar más detalles, estaba perfectamente bien. No
me importaban un comino sus preciosos sentidos demoníacos, pero sí me importaba
Vittoria.

—Bien. ¿Por qué lamías su sangre?

Levantó la vela y giró en su lugar, examinando la cámara.

—La estaba probando.

Respiré hondo y le recé a la diosa de la fuerza y el razonamiento para evitar matarlo


aquí y ahora.
—Escucha, esta pequeña alianza funcionará mucho mejor si elaboras sin
recordatorios constantes. Finge que no sé nada de tus malignas costumbres. ¿Probando su
sangre para qué?

—Perdóneme, alteza. —Una pequeña sonrisa apareció en su rostro—. La estaba


probando en busca de indicios de una Casa demoníaca con la que podría haberse aliado.

—¿Como el intercambio de sangre que me ofreciste?

Asintió.

—¿Qué descubriste cuando probaste la sangre de Vittoria?

—Ella todavía no se había aliado con nadie. Pero eso no significa que no hubiera
interactuado con un príncipe del Infierno.

—Entonces, aunque te invoqué aquí, nadie sabría que tú y yo estamos... trabajando


juntos... sin un intercambio de sangre, ¿verdad?

—Correcto.

Sangre y huesos. Eso significaba que Vittoria podría haber invocado a Avaricia o
incluso a Envidia, y, si no había aceptado un intercambio de sangre, no había forma de
rastrear eso.

—¿Crees que Avaricia o Envidia querrían evitar que Orgullo se case?


Consideró eso.

—Avaricia disfruta gobernando su Casa, así que no. Y Envidia no intentaría nada que
pudiera traer la guerra a su Casa. Es más probable que se preocupe por todas las cosas que
no tiene y quiere, pero no tiene la ambición de tomarlas.

Conversación terminada, Ira se movió hacia atrás con su vela y algo llamó mi
atención. Me agaché y raspé un poco de cera con la uña. La cera era rosa pálida. De repente
recordé las velas que habían estado aquí esa horrible noche. Moví mi luz en un arco lento
para ver mejor el piso. Otra mancha de cera más pequeña era gris. Giré, espiando las
mismas impresiones alternas de cera rosa y gris.

Este era definitivamente el lugar donde Vittoria había creado un círculo de


invocación.

—Envidia dijo que los otros vendrán a buscarme, ¿se refería a tus hermanos?

—Me lo imagino.

—¿Podría también referirse a los demonios Umbra?

—Quizás.

Fulminé con la mirada al príncipe demonio. Después de que se complicó a sí mismo


para salvar mi vida, quería gritar por sus breves respuestas. Pensé de nuevo en su
incapacidad para mentirme directamente y entrecerré los ojos.

—¿Qué quiso decir con no saber el futuro?

—Yo no estaba allí. No estoy seguro de a qué se refería exactamente. —Evitó mi


mirada—. Podría estar usándolo como una táctica de miedo para meterse en tu cabeza.

—¿Qué es una bruja de sombra?

Desvió su atención hacia mí y me dio una mirada que decía que, si no lo sabía, él no
iba a ser quien me lo dijera. Le lancé una mirada que prometía una muerte larga y violenta
si no empezaba a hablar. Cedió.

—Tienes un poco más de sangre de demonio en ti que otras brujas.

—Eso no puede ser cierto. Estás… —Cerré la boca. No podía mentir, pero no había
forma de que lo que decía fuera cierto. Nuestra familia era bendecida por la diosa, no
éramos hijas de la oscuridad—. ¿Cómo sería eso posible?

Arqueó una ceja.

—Sabes cómo se hacen los bebés, ¿verdad?

—Por supuesto que sí.


—Bueno. Me salva de explicar cómo uno de tus antepasados tuvo un buen revolcón
con un demonio y produjo un heredero. Probablemente no tan distante si Envidia pudo
decirlo... mirando.
—Mi abuela dijo que éramos guardianes entre reinos. Y ese “bruja de sombra” fue el
nombre desagradable que nos dieron los Malignos.

Su atención estaba completamente puesta en mí ahora, y de repente no quería que


supiera nada sobre la historia secreta de mi familia. Asentí con la cabeza hacia la cera de la
vela, cambiando de tema.

—Recuerdo haber pensado que el aire olía a tomillo. Y parafina. ¿Eso es prueba de
que intentó invocar a Orgullo?

—No. La Casa de la Avaricia usa velas grises y rosas pálidas. —Caminó alrededor de
la cámara—. El tomillo y el cobre también son necesarios para invocar a un demonio que
pertenece a esa corte.

—¿Los demonios solo pueden ser invocados usando velas del color correcto?

—Entre otras cosas, sí. Las cortes de demonios se dividen en siete Casas reales. Cada
una tiene sus propios rituales y requisitos. Los colores de las velas, las plantas, la hora del
día, los objetos de intención y los metales varían.

Señalé los objetos que nos rodeaban.

—¿Nada de esto puede usarse para invocar a Orgullo? ¿O tener el Cuerno de Hades
niega esa parte del requisito del hechizo de invocación?

—Incluso si tu hermana tuviera ambos cuernos, no funcionaría sin las velas, los
metales y las plantas correctos. —Levantó la vela—. Pasara lo que pasara en esta cámara
esa noche, sé que tu hermana no invocó a Orgullo. Y tampoco parece que lo estuviera
intentando.

—Ella me dijo que sí.

Ira me miró de cerca.

—Es imposible saber cuáles eran sus intenciones. Ella muy bien podría haber
querido invocarlo, pero cambió de opinión en el camino. O, si intentó invocarlo, no lo hizo
aquí.

Reuní mi creciente frustración. Si ella no invocó a Orgullo, eso significaba que


Avaricia era el culpable. Tenía que serlo. Pensé en el ataque a Nonna y en su deseo de tener
el Cuerno de Hades. Tenía sentido que Avaricia no se contentara con ser un príncipe del
Infierno cuando podía convertirse en el rey de los demonios. Parte de su pecado incluía no
estar nunca satisfecho, siempre querer más. Sin importar quién o qué fuera destruido en la
búsqueda de sus objetivos.
Una furia inesperada se apoderó de mí y se enroscó en cada centímetro de la
habitación. Era tan poderosa que casi se me doblaron las rodillas.

—Juro por mi sangre que destruiré al demonio que le hizo esto a Vittoria, y
disfrutaré haciéndolo. —Ira me miró fijamente y, a juzgar por su destello de sorpresa,
imaginé que mi mirada se volvió casi negra. Mis emociones se estaban volviendo más
fuertes, más oscuras. Le eché la culpa al príncipe guerrero por la proximidad. Si Envidia me
inspiraba sentimientos de celos, tenía sentido que Ira, intencionalmente o no, avivara mi
ira—. Me ayudarás a interrogar a Avaricia de nuevo. Y si no puedo matarlo, tú lo harás.

El amuleto de mi hermana brilló con un púrpura sobrenatural. El enfoque de Ira se


desvió hacia él, luego de regreso a mi cara. Me lo había puesto después de robárselo a la
Viperidae. Hasta ahora, las puertas del Infierno no se habían abierto e Ira no había
intentado cortarme el cuello.

—Por impresionante que sea tu discurso y tu temperamento entusiasta, no traeré la


guerra a nadie. Y tú tampoco. Al menos no sin pruebas irrefutables. La probabilidad de que
sea Avaricia es muy pequeña.

—Entonces, ¿cómo llegó aquí? Alguien lo invocó. —Lancé un brazo alrededor de la


cámara—. Por lo que parece, fue invocado a esta habitación.

—No necesariamente. Aparte de Orgullo, los príncipes del Infierno pueden viajar
aquí solos. Además, no hay rastro del poder de Avaricia en esta cámara. A menos que tu
hermana tuviera un objeto personal que le perteneciera, es mucho más probable que ella, o
quienquiera que haya establecido este círculo en particular, haya invocado a uno de sus
súbditos. Y hay miles de ellos.

—Pero solo hay un príncipe demonio de esa Casa que se encuentra actualmente en
Palermo. No veo a miles de otros demonios corriendo por aquí, ¿verdad?

—¿Estás preguntando retóricamente o esperas una respuesta?

Abrí la boca y la cerré. Tenía muchas más preguntas sobre el reino de los demonios,
pero casi podía ver a Ira rogándome que las hiciera. Decidí que hoy no había sido tan
afortunado para él.

—¿Qué tipo de objeto necesitaría ella para invocar a Avaricia? ¿Una daga como la
tuya? —No recordaba haberle visto la daga cuando le hice una visita a su antro de juegos.
Más evidencia de que fue invocado—. Tal vez todavía esté en nuestro dormitorio.

—Me temo que no. —Sacudió la cabeza—. Habría estado aquí la noche en que fue
asesinada. Quien la mató debe haberla tomado cuando se fueron. Sin embargo, no hay olor
aquí que pueda rastrearse. Si es un demonio, tendré que rastrearlo de otra manera.

—A menos que tuvieras razón antes y ella en realidad no invocó a un demonio —


reflexioné en voz alta—. Quizás se topó con alguien más tratando de invocar a Avaricia y la
mataron. O tal vez habían invocado a un demonio menor y atacó.
Porque la forma en que le habían arrancado el corazón... solo una criatura terrible
podría haberlo hecho. No me permitiría olvidar que solo conocía a un demonio que estaba
en esta cámara con mi gemela asesinada, momentos después de que ella perdiera la vida.

—Es posible, pero no creo que fuera un demonio. —Se quedó mirando el altar donde
habían descartado el cuerpo de mi gemela—. Un demonio menor normalmente iría por la
garganta, las vísceras, no apuntaría a un órgano y se iría. Especialmente algo lo
suficientemente grande y feroz como para infligir ese tipo de daño en un cuerpo.

No Orgullo. No Avaricia. Sin pistas. Esta excursión no salió según lo planeado.

Pensé en las hojas de grimorio que había encontrado. Ira dijo que se requerían velas
y objetos de ciertos colores al invocar a una Casa demoníaca en particular. El problema era
que ninguna de las dos hojas que Vittoria tenía contenía un hechizo que incluyera velas
rosas y grises. La ira se acumuló dentro de mí de nuevo, necesitando una liberación. O un
objetivo.

—Es gracioso. —El aire era cálido, pero la cuchilla que presioné en la espalda de Ira
se sentía como hielo en mis manos. Él dejó de respirar—. No puedes mentir, y creo que es
bastante cierto, pero ¿por qué no puedo encontrar pruebas que respalden tus afirmaciones
de inocencia?

—¿Me estás pidiendo que comente sobre tu propia incompetencia percibida?

—¿Colocaste las velas aquí como evidencia esa noche para culpar a Avaricia? Debes
haberte dado cuenta de que mi hermana tenía hechizos de invocación para tu Casa y eso te
implicaría.

—No sabía que me invocaste usando cualquier hechizo que no fuera el tuyo. Nunca
he tenido contacto con tu hermana, aparte de la noche que descubrí su cuerpo. ¿Recuerdas
que también necesito averiguar quién está matando a las brujas, correcto? Quizás más que
tú.

—¿Por qué? ¿Por la maldición?

—Si queremos simplificar, sí.

—Cuéntame todo al respecto. Quiero saber quién maldijo al diablo, por qué y por
qué me importa a mí o a este mundo. —Lanzó una mirada por encima del hombro que
decía que esa línea de preguntas no sería respondida, independientemente de la daga.
Consideré apuñalarlo de todos modos, pero probablemente solo terminaría con él
negándose a responder cualquier otra pregunta—. ¿Has estado fingiendo que mi
encantamiento de protección funciona?

—Si estaba fingiendo, ¿por qué no habría roto tu cuello o usado mi influencia a estas
alturas? Ciertamente no es porque disfrute de tu fascinante compañía.
—Dame una razón por la que no debería atravesar tu corazón con esta cuchilla. Así
es como puedes morir, ¿no? Con tu propia arma. Y solo en ese lugar.

—Difícilmente.

—¿Estás seguro? —Incliné la punta de la hoja contra su columna—. Creo que estás
omitiendo la verdad. ¿Sabes por qué?

—Ilumíname.

—Siento tu mirada en mí cuando piensas que no estoy prestando atención. Rastreas


la daga cada vez que me muevo. Necesitas saber dónde está. Es por eso que Envidia se
sorprendió de que la tuviera. Eres casi inmortal, excepto por esa pequeña debilidad.
Entonces, oh, poderoso príncipe Ira, si no quieres morir esta noche, dime por qué Orgullo
realmente te envió aquí.
Veinticuatro
Ira se dio la vuelta y se inclinó hacia adelante, presionando la punta de su daga en su
pecho antes de que pudiera parpadear. Una gota de sangre se deslizó por el metal,
iluminándolo brevemente. Me quedé mirando en silencio mientras la herida del demonio se
curaba ante mis ojos.

Inclinó la cabeza hacia abajo. Si alguno de los dos se movía, nuestros labios se
tocarían. Ni siquiera respiré demasiado profundamente.

—Una daga en el corazón duele, bruja, pero se necesitará mucho más que eso para
destruir a un príncipe del Infierno. Si todavía crees que estoy mintiendo, adelante,
apuñálame.

Una parte salvaje de mí deseaba probar la teoría, aunque solo fuera para determinar
si estaba siendo honesto. Otra parte más tranquila, todavía tambaleándose por el dolor,
quería entregarle la daga y ver si mi hechizo de protección realmente funcionaba. Decidí
que ahora no era el momento de correr riesgos estúpidos y enfundé su arma.

Me alejé de él, tratando de no pensar en eso como una retirada. No hizo ningún
movimiento para detenerme o perseguirme, solo observó mientras ponía unos pocos
metros de espacio entre nosotros.

—¿Podrías al menos contarme sobre la maldición? Creo que podríamos...

Ira dejó su vela en el altar de piedra y estuvo ante mí un respiro después. Y estaba
demasiado cerca, su espalda rozó mi pecho. Levanté mis manos, lista para empujarlo,
cuando escuché el débil sonido de pasos dirigiéndose hacia nosotros.

—¿Le dijiste a alguien que veníamos aquí? —preguntó Ira. Negué con la cabeza,
aterrorizada de que Avaricia o Envidia nos hubiera seguido. El cuerpo de Ira estaba tenso,
listo para atacar. Hice lo mejor que pude para calmar mi respiración.

—¿Hola? —Una voz profunda y familiar llamó desde el pasillo.

—Sangre y huesos. —Eché mi cabeza hacia atrás y gemí—. Ahora no.

Ira me lanzó una mirada por encima del hombro.

—¿Alguien que conoces?

Asentí y el demonio relajó su postura de lucha. La luz de una linterna precedió a


nuestro visitante en la habitación, e internamente maldije la interrupción. Ira se hizo a un
lado y pareció francamente jovial ante mi enfado. Lo ignoré cuando Antonio entró y se
detuvo rápidamente.
—Emilia. —La mirada de Antonio se calentó cuando aterrizó en mí, solo para
entrecerrarse cuando vio que no estaba sola. Miró entre mi compañero y yo, claramente sin
palabras—. Escuché voces... —Su atención se desvió de nuevo a Ira, vio el tatuaje de
serpiente que comenzaba desde la parte superior de la mano del demonio, se enroscaba
alrededor de su muñeca y desaparecía bajo la manga. Luego, su mirada se movió entre la
tinta a juego en nuestros dos antebrazos. Su mirada era ilegible. Antonio se enderezó—.
¿Todo está bien?

Ira inspeccionó a Antonio de una manera que hizo que se me pusiera la piel de
gallina.

Rápidamente me interpuse entre ellos y le ofrecí a mi viejo amigo una sonrisa


tímida.

—Lo siento si fuimos demasiado ruidosos. Pregunté... —dudé. No podría llamarlo


“Ira”. El príncipe demonio apareció a la vista. Me dio una leve sacudida de cabeza. Era difícil
saber si era una advertencia para no dar su nombre, o si simplemente estaba viendo mejor
mi incomodidad—. Mi amigo Samael está de visita y queríamos encender una vela para
Vittoria.

Antonio no parecía convencido y no podía culparlo. No era una muy buena actriz.
Realmente esperaba que no siguiera haciendo preguntas. Si tuviera que adivinar, mentirle a
un hombre santo en un lugar de adoración en presencia de un demonio que estaba en una
misión secreta para el diablo probablemente era de mala suerte.

—Nombre inusual —dijo finalmente—. ¿De dónde dijiste que venía de visita?

—Ella no lo dijo. ¿Te gustaría traernos un poco de vino sacramental y profundizar en


mi linaje? —Ira lanzó una mirada que rayaba en lo depredador—. A mí tampoco me
importaría conocerte mejor. Especialmente si eres tan buen amigo de mi Emilia.

Ira dijo la palabra “amigo” como si pensara que Antonio era todo lo contrario. Sin
embargo, mi boca colgaba abierta por una razón completamente diferente. No podía
empezar a entender por qué Ira había dicho “mi Emilia”. Honestamente, no estaba segura
de si el demonio recordaba mi nombre, ya que solo decía “bruja”.

Antonio parecía igualmente aturdido.

—Tu…

—Disculpas, Antonio. —Me recuperé rápidamente y le lancé a Ira una mirada de


advertencia mientras deslizaba mi brazo por el del fratello, dirigiéndolo rápidamente hacia
la puerta. Apostaría cualquier cosa a que el Príncipe de la Ira solo intentaba hacer enojar a
mi amigo para que pudiera desviar esas emociones, tal como Envidia lo había hecho
conmigo—. Tendrás que perdonar su rudeza; su viaje fue largo y no en las circunstancias
más agradables.
El brazo de Antonio tenía un sorprendente músculo escondido debajo de su túnica,
pero no intentó detenerme mientras lo guiaba hacia el pasillo.

—¿Está bien si nos quedamos unos minutos más para rezar nuestras oraciones?

Antonio me miró a los ojos y su expresión se suavizó.

—Por supuesto. Estaré en el siguiente pasillo cerca del colatoio si me necesitas.

—Gracias.

Exhalé mientras se abría paso lentamente por el pasillo hacia la sala de preparación,
esperando hasta que ya no se pudiera ver su linterna antes de volver a entrar en la cámara.
Ira se apoyaba contra el altar y me miró con una ceja arqueada. Fue una de las expresiones
más humanas que jamás le había visto usar.

—Samael, ¿de verdad? ¿Ese fue el mejor nombre que se te ocurrió?

—Era un príncipe de Roma y un ángel de la muerte. Yo diría que suena bastante


apropiado. Eres más que bienvenido a decirme tu nombre real. Entonces no tendrás que
cambiar tu ropa interior por lo que yo invento.

Caminó hacia mí, deteniéndose en un espacio casi decente.

—No me vuelvas a llamar así nunca más. No soy un ángel, bruja. Nunca cometas ese
error.

—No me digas. Y aquí tenía la impresión de que la mayoría de los humanos


consideraban a Samael el diablo. —Pasé junto a él y volví a los rastros de cera que
quedaban del círculo de invocación de Vittoria—. Tú…

—¿Tú y ese humano alguna vez compartieron una cama?

Me di la vuelta, completamente sorprendida por su pregunta. Esperaba ver una


sonrisa o una mueca de desprecio y no estaba preparada para la curiosidad genuina que
encontré. No estaba segura de qué era más perturbador.

—Primero, eso no es asunto tuyo. Y segundo, ¿por qué preguntarías algo tan
estúpido? En caso de que no te hayas dado cuenta, es un hombre de Dios.

—No siempre lo ha sido.

Cerré la boca con fuerza. Recientemente se había convertido en miembro de la


hermandad, y eso no me impidió suspirar por él. La verdad era que a menudo soñaba con él
dejando un rastro de besos en mi garganta, anudando su puño en mi cabello y eligiéndome
en lugar de su santa hermandad.

Justo antes de que hiciera ese juramento, juré que parecía interesado en mantener
un romance conmigo. Pasaba por Mar & Vid, se ofrecía a acompañarme a casa y se quedaba
fuera de mi puerta. Unas cuantas veces estuve convencida de que estaba reuniendo el valor
de robar un beso. Charlaba nerviosamente sobre sus libros favoritos. Vittoria movía las
cejas y entraba, dejándome sola con él, pero él nunca cerró la distancia entre nosotros.

Y nada de eso importaba ahora. Por múltiples razones.

—¿Puedes encontrar algo útil aquí para ayudarnos con el asesinato de Vittoria?

—Tu pulso está acelerado. —Ira intentó alcanzar la vena de mi cuello, pero se
detuvo tímidamente por hacer contacto con mi piel—. Al igual que tu humano cuando te
reclamé. Es extraño que un hombre tan piadoso se ponga tan celoso.

Su atención se movió a través de mi cara, y se tomó su tiempo para desplazarla a mis


ojos, mis labios, trazando cada curva y giro del tatuaje que mis mangas revoloteando no
podían ocultar. Las flores silvestres continuaron floreciendo en cada uno de nuestros
brazos junto con las vibrantes flores de frangipani. Debe haber sucedido después del
hechizo que usó para salvarme. Me estudió cuidadosamente, como si estuviera imaginando
lo que Antonio veía, y deslizó su atención centímetro a centímetro hasta que había visto
todo, desde mi cara hasta mis sandalias y luego la arrastró hacia arriba con la misma
lentitud. Tenía pocas dudas de que había catalogado detalles minuciosos y los había
guardado para futuros análisis. Quizás estaba memorizando mi tamaño para un ataúd.

Ordené a mi corazón que se estabilizara.

—¿Tiene algún sentido todo esto, o simplemente estás tratando de evocar mi ira de
nuevo?

—Todo tiene sentido, bruja. Solo tenemos que averiguar cómo se conecta todo. No
descartes a tu amigo simplemente porque es mortal. Las emociones son fuerzas poderosas.
La gente mata por mucho menos que la codicia o los celos.

Traté de imaginarme a Antonio merodeando por la noche, asesinando a mujeres


jóvenes. Yo diría que Ira estaba equivocado, pero sabía lo suficiente de hombres para creer
que cualquiera era capaz de cualquier cosa en cualquier momento. Aunque no estaba
convencida de que Antonio tuviera ninguna motivación para matar, mantendría todas las
opciones abiertas por si acaso. Por lo que yo sabía, realmente andaba por ahí invocando
demonios y arrancando corazones entre sesiones de oración.

—Si no podemos encontrar pruebas de que Vittoria invocó a Orgullo —dije—, ¿qué
debemos hacer a continuación?

Me miró un momento demasiado largo antes de apartar la mirada.

—Enviaré un mensaje a la próxima novia potencial. Ojalá nos encuentre mañana y


podamos terminar con esto.

El mundo dejó de girar. Lo miré fijamente, procesando el hecho de que otra bruja
había hecho un trato y él era consciente de ello.
—Prometiste dejar de ayudar a Orgullo. ¿Y sabías de otra bruja? —El asintió—. ¿Por
qué hasta ahora me lo cuentas?

—Primero, acepté no lastimar a una bruja ni forzarla a hacer un trato. En segundo


lugar, iba a compartir la información después del ataque de la Viperidae, pero me
desterraste al círculo de invocación antes de que tuviera la oportunidad.

Qué conveniente para él.

—¿Regresaste a tu reino para obtener esta información?

—No. Una vez invocado, no puedo dejar este mundo hasta que me envíes de regreso.
O a menos que mi conexión sea cortada con una daga demoníaca.

—¿Qué pasa con el transve-lo que sea?

—Transvenio. Mis lazos contigo me impiden viajar libremente entre reinos. Pero
también me permiten quedarme aquí más tiempo del que normalmente podría. En pocas
palabras: nuestro vínculo me ancla aquí.

—Entonces, ¿cómo obtuviste la información sobre el nuevo trato?

—Orgullo envió un mensajero.

Era demasiado simple para su comodidad. No me gustaba que el diablo pudiera


enviar mensajes entre reinos. Me hizo pensar de nuevo en el demonio Umbra y en cómo
había llevado la daga hasta mi abuela con facilidad. Quizás el diablo estaba cansado de que
las brujas llevaran sus cuernos.

—Si solo puedes dejar este reino cuando te envíe de regreso, ¿cómo planeas llevarla
al Infierno?

Una chispa de admiración iluminó su mirada.

—Solo hablaré con ella mañana. No dije nada de llevarla al Infierno. —Me echó un
vistazo y me pregunté si me encontraba como un oponente formidable—. Voy a asegurar
un edificio esta noche. Una vez que encuentre una ubicación, te enviaré una nota
indicándote dónde estaré. Si no tienes noticias mías al anochecer, reúnete conmigo en la
caverna.
Veinticinco
Saqué el mortero del estante, con el rostro tenso por la concentración mientras
recogía el aceite de oliva, el ajo, las almendras, la albahaca, el pecorino y los tomates cherry
para el pesto alla Trapanese. En días como este, cuando el sol sofocaba antes del mediodía y
hasta el vestido más fino se pegaba como una segunda piel, disfrutaba añadiendo menta
fresca al pesto de tomate. Desafortunadamente, no teníamos en este momento.

Dejé mis suministros y me recogí el cabello ondulado, permitiendo que algunos


mechones más cortos enmarcaran mi rostro. Hoy no había flores en mis mechones; se
debilitarían y se marchitarían en unos momentos. La parte de atrás de mi cuello ya estaba
pegajosa y el día apenas comenzaba. Estaba reconsiderando seriamente mi elección de
vestir de blanco mientras me ataba un delantal sobre mi vestido sin mangas. Hubiera
preferido mantener mi tatuaje mágico oculto, pero no había forma de que sobreviviera al
calor, incluso con mangas transparentes. Con suerte, nadie en mi familia notaría la tinta
pálida, especialmente si apartaba mi brazo en ángulo.

Pensaba profundamente en imaginarme a Ira probando el pesto de tomate cuando


mi madre se unió a mí en nuestra pequeña cocina y tomó sardinas del depósito de hielo.

—No volviste a casa. —Mi madre no estaba preguntando, y su tono era casi tan
afilado como el cuchillo que estaba usando para deshuesar el pescado—. ¿Te importaría
explicar dónde estuviste toda la noche?

Preferiría vender mi alma.

Mantuve mi atención en el pesto, machacando las almendras a la perfección. No


había forma de que admitiera haber trabajado con un demonio bebedor de sangre para
resolver el asesinato de Vittoria. Y no solo me había aliado temporalmente con uno de los
Malvagi, sino que también había hablado con otros dos.

Ah, y, por cierto, un demonio mercenario invisible me estaba siguiendo, escupiendo


advertencias crípticas, atacó a Nonna y podría asesinarme si se lo ordenaba. Luego, casi
morí en un ataque de Viperidae, y un príncipe del Infierno me salvó usando magia antigua y
oscura que requería que ambos estuviéramos desnudos en una bañera. La cabeza de mi
madre daría vueltas. Pero al menos el tatuaje no parecería ni la mitad de malo.

—Estaba en el monasterio.

—Lo sé.

Tiré mi mirada hacia ella, sorprendida.

—¿Cómo?
—Fratello Antonio pasó por aquí esta mañana, preocupado. —Fue a la siguiente
sardina con entusiasmo. Deslizando el cuchillo bajo la piel, arrastrándolo por la columna—.
Dijo que estabas con un joven. Un amigo de nuestra familia. Dijo que su nombre era
extraño.

—Yo…

—Guarda tus mentiras, niña. —Mamma apretó el cuchillo con más fuerza—. Son la
puerta de entrada al Infierno.

Cerré mi boca de golpe. Mi madre debía de saberlo. Ella debía de haber visto a través
de mi artimaña, y de alguna manera había reconstruido que yo había usado las artes
oscuras. Y Fratello Antonio Bernardo había confirmado sus temores. Tragué saliva,
debatiendo lo honesta que debería ser con ella.

—Bueno, verás...

—Dar vueltas por lugares oscuros con jóvenes guapos puede distraer del dolor por
un tiempo, pero nunca lo quitará. Necesitas encontrar tu propia fuerza interior para eso.

—¿Yo… que?

Mamma agitó su cuchillo en mi dirección.

—No vayas a fingir que no tienes idea de lo que estoy diciendo. Tienes suerte de que
tu abuela estuviera durmiendo y no lo oyera. Tiene bastante de qué preocuparse mientras
se recupera. Ella no necesita estresarse por hombres diabólicos. Fratello Antonio me lo
contó todo sobre ese joven. Por lo que parece, tú también lo has hechizado. Antonio dijo
que te llamaba su Emilia. No eres de nadie más que de los tuyos, niña. No lo olvides nunca.

Dulce diosa arriba. Esto era mucho peor que Nonna descubriendo que había
invocado a un demonio. Calor floreció en mi rostro y se deslizó por mi cuello, y no tenía
nada que ver con las altas temperaturas. Mi madre pensaba que Ira y yo habíamos estado...

Podría morir de mortificación.

Incluso imaginándolo desnudo, jalándome hacia su cuerpo sólido y tatuado,


irradiando su exasperante calor mientras ponía su estúpida boca sobre la mía y yo lo
agarraba como si fuera mi eterna condenación y salvación mientras nosotros...

Necesitaba detener ese hilo de pensamientos de inmediato. La imagen no me


disgustaba tanto como pensé.

Sabía que la burla juvenil de Ira volvería para hundirme sus desagradables colmillos
algún día. Simplemente no me había imaginado que ocurriera así.

Mamma bajó el cuchillo y su expresión se suavizó. Ella leyó completamente mal la


razón detrás de mi cara enrojecida.
—Ama o disfruta de la compañía que quieras. Pero debes tener más cuidado. Si tu
padre hubiera abierto la puerta… —se calló, sin tener que terminar la oración para marcar
su punto.

Golpear a la persona que estaba “tumbando” a su hija sería la manera perfecta de


resolver algo de su propio dolor. Defender el honor de una hija era un antiguo pasatiempo
masculino. Dejando a un lado el comportamiento humano anticuado, no podía creer que
Antonio hubiera venido a nuestra casa.

Mi atención buscó el pequeño reloj por milésima vez. La tarde iba pasando.
Quedaban horas hasta que tuviera que encontrarme con Ira. Para darle a mis manos algo
que hacer además de fantasear con envolverse alrededor del cuello de Antonio, quité el
paño húmedo del montón de masa y comencé a enrollar la pasta para el busiate.

No podía creer que alguna vez quise besar a ese tonto entrometido.

—Oh, ¿y Emilia? —Detuve mi asalto a la masa y miré a mi madre—. Haz más busiate.
Le prometí a Antonio que traerías algunos hoy con tus disculpas.

Sonreí. Con mucho gusto haría pasta extra y la tiraría por toda la cabeza del
problemático fratello.

—Buon appetito. —Golpeé dos cestas sobre la larga mesa de madera en el comedor,
sin molestarme en quitar las bandejas cubiertas de comida dentro de ellas. La pequeña
reunión de hombres que esperaban su comida se quedó en silencio. Antonio detuvo su
conversación con otro miembro de su edad, la preocupación arrugando su frente.

Le di una mirada que esperaba prometiera una muerte lenta y tortuosa y debió
haber funcionado. Se puso en pie de un salto y me acompañó apresuradamente al pasillo.
Toleré su mano en mi brazo desnudo hasta que nos perdimos de vista, luego me lo quité de
encima.

Vestido sin mangas o no, no aprecié la libertad que se había tomado al tocarme la
piel.

—¿Te pasa algo, Emilia?

—No puedo creer que le dijeras a mi madre que estuve aquí con alguien anoche —
siseé—. Lo que hago y con quién paso mi tiempo no te concierne.

La mandíbula de Antonio se apretó.

—Tu hermana fue asesinada aquí y un mes después, te encuentro en la misma


habitación con alguien a quien nunca he visto y cuyo nombre te niegas a dar. Perdóname si
quisiera comprobar para asegurarme de que estabas bien.
—Si estabas tan preocupado, fácilmente podrías haber esperado en el monasterio y
acompañarme a casa. No tenías que presentarte en mi casa antes del amanecer.

Cerró los ojos, dejándome preguntarme qué estaba pasando exactamente por su
cabeza. Tenía que saber cuántos problemas podría haber causado. Nadie era tan ingenuo.
Finalmente, cuando me miró de nuevo, el impulso de pelear pareció dejarlo.

Su voz era tranquila cuando dijo:

—Otra chica fue asesinada después de que hablamos anoche. Y... y no podía dejar de
preocuparme de que fueras tú. Después de lo que pasó con Vittoria, tenía que estar seguro
de que no fue así. Pido disculpas por cualquier problema, no estaba pensando con claridad.

Respiré hondo. Llegamos demasiado tarde. Alguien debió haber descubierto la


identidad de la bruja con la que Ira había planeado encontrarse más tarde. ¿Pero cómo?

Mi mente dio vueltas. Ira dijo que era el único príncipe que sabía sobre las novias
potenciales, pero eso no significaba que otros príncipes no tuvieran forma de averiguarlo.
Los espías se utilizaban en las cortes reales humanas, lo mismo probablemente sucedía en
el mundo de los demonios. Pensé en los demonios Umbra invisibles que trabajaban para
Avaricia. Si él había enviado un detrás de mí y atacó a Nonna, era probable que uno de ellos
también le estuviera pasando los nombres de posibles novias.

Sin embargo, todavía no había entendido por qué quería a las brujas muertas. Tal vez
era solo para asegurarse de que el diablo no rompiera la maldición y nunca abandonara el
Infierno.

Antonio se acercó y colocó un mechón de cabello suelto detrás de mi oreja, sus


dedos se demoraron un momento demasiado largo. Hace unas semanas, mi corazón habría
latido locamente en mi pecho. Ahora no pude evitar recordar la facilidad con la que uno
podía separarse de una persona.

—¿Sabes quién fue? —pregunté. Antonio dio un paso atrás, luciendo un poco
aturdido mientras dejaba caer su mano. Cuando aún no respondió, le aclaré—: ¿La chica de
anoche?

Sacudió la cabeza.

—Rumores, pero nada que haya sido confirmado. El consenso hasta ahora es que
tenía el pelo oscuro y ojos como las demás. Lo cual no es mucho, ya que casi todos en esta
isla se ajustan a la descripción.

—¿Dónde fue encontrado su cuerpo?

—Eso, no lo sé. Si alguien de la hermandad fue llamado allí para bendecir el cuerpo,
no me enteré. Pero estoy seguro de que el mercado estará repleto de información esta
noche. Siempre lo está.
Antonio tenía razón; los vendedores lo sabían todo y conocían a todos. Clientes de
toda la ciudad entraban y salían de sus puestos todo el día, intercambiando información y
chismes mientras compraban.

Por supuesto, las historias a menudo se embellecían, pero la verdad generalmente


permanecía escondida en algún lugar entre las exageraciones. Afortunadamente, tenía otra
fuente más confiable que conocía el nombre de nuestra víctima. Estaba casi anocheciendo,
así que Ira debería estar en la cueva para cuando yo llegara. Agarraría al demonio, le
preguntaría todo lo que sabía sobre la bruja, y luego iría al mercado y averiguaría la
ubicación del asesinato.

Con suerte, Ira podría probar la escena como lo había hecho antes, solo que esta vez
tendríamos éxito en descubrir qué príncipe demonio era el responsable.

Entonces que la diosa lo acompañara. Tenía pocas dudas de que el demonio de la


guerra se complacería tanto en destruir al asesino como yo.
Veintiséis
Multitudes de personas se abrían paso a codazos a través del concurrido mercado,
pero aun así lograron darle a Ira un amplio espacio. Me pregunté si percibían su alteridad y
simplemente no sabían qué hacer con ella. Había una tranquila seguridad en él, una
confianza en sí mismo y en el espacio que ocupaba. Hombres y mujeres hicieron una pausa
en sus cotilleos, sus miradas siguiéndolo mientras pasábamos. Algunos con aprecio, otros
con abierta desconfianza y desprecio. Aunque eso podría deberse a que el tema de la noche
era el asesinato, e Ira parecía un problema.

Me imaginé que deambular por las calles abarrotadas y tortuosas con una pantera
atada emitiría la misma aura de peligro primario. Si alguien estaba temporalmente fuera de
sí mismo, admito que podría haber un cierto nivel de emoción, estar cerca de algo tan letal.

Sin embargo, mis sentidos estaban casi intactos. Sabía que no podía domesticar a la
bestia salvaje, solo las ilusiones de vida doméstica que arrojaba cuando tenía ganas de
jugar con su próxima comida. La ropa fina y los modales impecables formaban parte de una
trampa bien elaborada para atraer presas, probablemente perfeccionadas eones antes de
que el hombre caminara sobre la tierra. Ira era un depredador de principio a fin. Tenía la
sensación de que, si me permitía olvidar eso incluso por un segundo, él felizmente hundiría
sus dientes en mi garganta y me la arrancaría.

Me sorprendió mirándolo y arqueó una ceja.

—¿Disfrutando lo que ves, bruja?

—Solo si tuviera un deseo de morir

—¿Lo tienes?

—Ni siquiera uno pequeño.

Sus ojos brillaron con oscura diversión. Por supuesto, el tema de la muerte le
atraería.

—¿Qué proveedor crees que conoce el lugar del asesinato?

Asentí con la cabeza hacia el centro del mercado donde comenzaba la sección de
ropa. Las cabinas con telas y sedas se agitaban con la ligera brisa, llamándonos para que
nos acercáramos.

—Salvatore es uno de los mejores chismosos de la ciudad. Si alguien tiene


información confiable sobre Giulia, es él. —Eché un vistazo a la camiseta de Ira—. Él
también es el vendedor que me vendió eso.

—Ya veo. Me trajiste aquí para cometer un asesinato mientras investigamos uno.
El buen humor abandonó rápidamente el rostro de Ira. Escondí mi sonrisa mientras
sus fosas nasales se ensanchaban. Para ser un príncipe vengativo del Infierno, ciertamente
era delicado con la ropa. Y estaba bastante segura de que solo se estaba burlando de matar
al vendedor. O eso esperaba.

De hecho, me sorprendió que estuviera bromeando. Después de dejar el monasterio,


fui directamente a él y le di la noticia. Estaba convencida de que arrasaría toda la ciudad. En
cambio, informó con calma todo lo que sabía sobre la posible novia. Su nombre era Giulia
Santorini y no había podido hacerle llegar un mensaje anoche. Me había tomado un
segundo para digerir esta última revelación.

Pensé en todo de nuevo ahora. Conocía a su familia. Vendían especias en el distrito


de Kalsa, y Vittoria solía ofrecerse como voluntaria para pasar por su tienda para recoger
pedidos de Mar & Vid cuando tío Nino o mi padre no podían. La abuela de Giulia, Sofía, era
la bruja cuya mente había quedado atrapada entre reinos, cambiando entre realidades tan
rápidamente que ya no sabía qué era real y qué era una visión.

Por lo que yo sabía, después de lo que le sucedió a Sofía, los Santorini nunca
volvieron a incursionar en las artes oscuras. Tal vez estaba equivocada. Quizás Giulia
decidió invocar las artes oscuras como su abuela. Y tal vez ella era la que le había dado a mi
hermana esas misteriosas páginas de grimorio.

Ese pensamiento me detuvo en seco.

Si Giulia de alguna manera le había dado a mi hermana un hechizo para invocar a un


demonio, tenía sentido que lo hubiera tomado del grimorio de su abuela, ya que se sabía
que Sofía usaba las artes oscuras. Quizás el grimorio era el eslabón perdido... Pensé de
nuevo en el primer libro de hechizos. Sobre la magia que sostenía el diario de mi hermana.
¿Era esa la conexión entre los asesinatos? ¿Quizás no las artes oscuras, sino el material
original?

—¿Qué pasa? —preguntó Ira, irrumpiendo en mis pensamientos—. Te ves extraña.

—¿Estás seguro de que no le dijiste a Giulia que se encontrara contigo anoche? —


pregunté. Ira me lanzó una mirada que comunicaba en silencio que podría estrangularme si
volvíamos a repasar esto. Para ser justos, podría haberle preguntado ya media docena de
veces durante nuestro paseo hacia la ciudad. Y media docena más una vez que estuvimos
aquí—. Tal vez estás traicionando a Orgullo y la mataste.

Dejó escapar un largo suspiro.

—Te aseguro que todavía no es el caso. No tengo ninguna razón para matar a nadie.
Como dije antes, mi mensaje nunca llegó a ella.

Sabía que no estaba traicionando a nadie, pero me gustaba oírlo frustrarse.

—¿Crees que uno de tus hermanos la mató?


—No.

—Y volvemos a las respuestas de una palabra.

—Cuidado, bruja, o podría pensar que estás interesada en tener una conversación
civilizada. —La más mínima insinuación de una sonrisa apareció en sus labios cuando puse
los ojos en blanco—. Las respuestas simples no requieren relleno.

—¿Por qué no crees que lo hizo uno de tus hermanos?

—¿Qué razón tendrían?

—Déjame contarlas, oh, maligno. —Marqué las motivaciones en mis dedos—.


Avaricia podría estar interesado en tomar el trono. Quizás Envidia está celoso y quiere más
poder. Si Orgullo no se casa, entonces permanece maldito y no puede salir del Infierno. Lo
cual es una motivación bastante decente si uno de tus hermanos quiere gobernar este
reino. ¿Debo continuar?

Ira me miró, pero no respondió. Aparentemente, no le agradaban mis acusaciones,


pero no podía encontrar la manera de desacreditarlas como teorías tontas. Doblamos la
esquina, rodeamos una pila de cajas de madera precariamente apiladas y evitamos por
poco ser atravesados por una cabeza de pez espada. Ira captó todas las vistas y colores en
silencio. Me preguntaba si tenía algo parecido allá de dónde era, pero no inquirí.
Un mar de personas haciendo fila por gelato se separó para nosotros cuando
cruzamos la calle y entramos en la sección de ropa. Salvatore estaba en medio de una
discusión con alguien sobre otra túnica raída cuando Ira se detuvo en su mesa, emanando
esa silenciosa amenaza en la que era tan bueno. Cesaron las conversaciones. El otro cliente
echó un vistazo a la expresión del rostro del demonio y corrió hacia la multitud, la ropa en
cuestión descartada y olvidada.

—Usted y yo tenemos negocios, vendedor.

—No creo que nosotros... —La atención de Sal se centró en la camiseta que vestía
Ira, luego se disparó hacia mí. Le hice un gesto con el dedo meñique. Intenté advertirle
sobre la condición y el costo. Ahora podía lidiar con un demonio enojado. Sentí el ruido no
tan sutil de la emoción homónima de Ira mientras se deslizaba hacia Sal y se enrollaba a su
alrededor.

La mano del vendedor tembló mientras se la pasaba por el pelo oscuro.

—Signore, qué bien. La camisa es...

—Será intercambiada por esa.

Ira señaló con la barbilla hacia la fila de ropa que colgaba detrás del puesto; las
piezas más caras a juzgar por el drapeado de ellas. Sal abrió la boca, observó el conjunto de
los hombros de Ira, luego la cerró y plasmó una gran sonrisa falsa. Hombre inteligente.
—¡Una ganga en verdad! —Sal se encogió mientras sacaba la camisa negra de una
percha y se la entregaba. Bueno, trató de entregársela. Él la agarró antes de que Ira
finalmente se la arrebatara—. Ésta es una prenda fina, fina, signore. Es una combinación
perfecta para sus pantalones. Que la vista bien.

Rodé mis ojos hacia el cielo. Sal se rompió bajo la presión del demonio más rápido
que un huevo golpeando el suelo. La próxima vez que quisiera un buen trato, también
tendría que intentar fruncir el ceño e invocar una amenaza silenciosa.

Ira salió de la monstruosidad rojiza un suspiro después y arrojó la prenda ofensiva


al vendedor. Si el príncipe demonio no había causado ya un disturbio antes, su pecho
desnudo y esculpido ciertamente lo hizo ahora. Se puso la camisa nueva, aparentemente sin
darse cuenta del efecto que tenía en las personas más cercanas a nosotros. Los músculos,
flexibles y sinuosos, se movían con practicada facilidad. Su tatuaje de serpiente también
causó bastante revuelo. Alguien cercano comentó lo grande que era, lo realista que era.
Otra persona susurró sobre su posible significado.

Una fila de personas que había estado deambulando por los puestos de ropa se
detuvo para mirar.

Le rogué a la diosa de la serenidad que me enviara un poco en cubos, luego me volví


hacia Salvatore para obtener aquello por lo que realmente venimos aquí.

—¿Tienes alguna información sobre Giulia?

—Claro que sí. También fuentes confiables. Escuché de Bibby en los muelles, quien
habló con Angelo, quien hace ricotta cerca del palacio, que su corazón fue arrancado de su
pecho. —A pesar de la naturaleza gráfica de sus chismes, Sal parecía inmensamente
complacido consigo mismo—. Su nonna era la que estaba un poco...

Se llevó el dedo índice a la sien e hizo círculos, un gesto ofensivo que indicaba
locura. Iba a amonestarlo cuando un miembro de la hermandad pasó por el puesto y tocó
su frente, corazón y cada hombro en la señal de la cruz.

—De todos modos… lo que sea que la atrapó fue cruel. Angelo dijo que la sangre se
esparció por todo el edificio. Parecía que los animales la destrozaron. Le costó muchísimo
limpiarlo. Trozos de...

—Lo siento, pero ¿dónde fue encontrado su cuerpo? —pregunté, interrumpiéndolo


a mitad de la descripción. Tenía mis propias pesadillas sobre cómo se veía eso de primera
mano y no necesitaba más detalles—. ¿Mencionaste a alguien que trabaja cerca del palacio?

—Así es. Angelo con la ricotta dijo que estaba cerca de su puesto en el frente.
Excelente ubicación. —Sal señaló con la barbilla hacia la derecha—. La policía todavía está
allí, por lo que no se perderán la multitud. Si se dan prisa, es posible que aún vean el
cuerpo.
****
Era imposible tener a la vista la escena del crimen. La información de Sal era
realmente confiable. Y parecía que le había dicho a algunos cientos de sus confidentes más
cercanos lo mismo que había compartido con nosotros. Ira estaba a punto de abrirse paso,
pero extendí la mano para detenerlo.

—¿Qué tan cerca necesitas estar para... —Miré a mi alrededor. Había demasiados
humanos cerca para empezar a hablar de demonios—, para hacer tu investigación especial?

Ira estaba bien versado en el arte del engaño. No perdió el ritmo.

—Me gustaría tener una mejor vista, pero puedo decir desde aquí que ninguno de
mis hermanos ha estado recientemente en el área.

Arrugué mi nariz. Su agudo sentido del olfato era inquietante. Me puse de puntillas,
tratando de ver por encima de la cabeza de todos. Ira me sorprendió colocando brevemente
una mano en mi espalda para que no me tambaleara. No pude ver el cuerpo, gracias a la
diosa, pero vi a un sacerdote arrojando agua bendita y supuse que estaba haciendo una
bendición sacramental para su alma. Pasaría mucho tiempo antes de que la multitud se
dispersara, así que no tenía sentido esperar aquí hasta entonces. Bien podríamos regresar
mañana por la noche cuando todo estuviera tranquilo.

—Sígueme —dije, volviéndome hacia un callejón. Ira no protestó y se mantuvo cerca


mientras maniobrábamos para salir de la parte más concurrida de la multitud. Me llamó la
atención un pequeño puesto de comida que ya había cerrado por la noche. Había una
pintura en su costado, una huella de pata agarrando un tallo de trigo, y algo en ella me hizo
pensar en Avaricia. Esperé hasta que estuvimos lo suficientemente lejos para hablar
abiertamente—. ¿Estás seguro de que no has encontrado ningún rastro de Avaricia?

—A menos que se le ocurra una manera de enmascarar su magia, no. Él no estaba


aquí. ¿Por qué estás tan convencida de que él tiene la culpa? ¿Que evidencia tienes?

—No estoy convencida de nada. Solo estoy tratando de tirar de los hilos que parecen
probables. —Me encontré con algunas personas que aún se dirigían a la escena del crimen,
murmuré disculpas y doblé por otra calle—. ¿En cuanto a las pruebas? Según mi
conversación con él, su deseo de poseer el Cuerno de Hades y el ataque a mi abuela
inmediatamente después de mi encuentro con él, Avaricia tiene más sentido en este
momento.

Sentí la atención de Ira en mí mientras avanzábamos hacia una calle más estrecha,
un cosquilleo constante de energía entre mis omóplatos, pero no preguntó cómo estaba mi
abuela ni me ofreció disculpas.

Y para ser perfectamente honesta, él era la última criatura del mundo de la que
quería consuelo.

Paré en el desvío a mi barrio.

—¿Quién es la próxima bruja en tu lista?


—No lo sé todavía

—Esa debe ser nuestra próxima prioridad —dije, mirando más allá de él. La calle
estaba tranquila en este barrio—. Una vez que descubras quién es, tendremos que
esconderla en un lugar seguro.

Ira apretó los labios, pero finalmente asintió con la cabeza.

—Enviaré un mensaje a mi reino esta noche. Debería tener una respuesta por la
mañana.

No hacía frío, pero me froté los brazos con las manos de todos modos. Mi vestido era
blanco crema y sin mangas. Perfecto para las cálidas noches de verano, pero terrible para
combatir los escalofríos provocados por el miedo. Ira siguió el movimiento, su atención se
centró en mi antebrazo. Las flores silvestres se retorcían y enredaban hasta mi codo ahora.
No tuve que ver su brazo para saber que su tatuaje era el mismo. Miré calle abajo, aliviada
de ver a algunos niños jugando. No quería tener miedo de Avaricia o Envidia acechando en
las sombras, pero lo tenía.

—Está bien —dije—. Te veré mañana entonces. ¿Dónde deberíamos encontrarnos?

—No te preocupes. —Ira mostró una sonrisa lobuna—. Te encontraré.

—Sabes que es profundamente inquietante, ¿verdad?

—Iucundissima somnia. —Los sueños más dulces. Y luego se fue.


Veintisiete
—Estaba pensando en hacer cassata para el postre de mañana.

Mamma se volvió hacia mí con expresión cansada, pero esperanzada. De alguna


manera me las arreglé para ocultar el rápido golpe emocional que se registró en mi rostro.
El bizcocho con capas de ricotta dulce era uno de los favoritos tanto míos como de Vittoria.
Solíamos pedirlo cada año para nuestro cumpleaños y mamá nunca nos decepcionaba.
Extendía una fina capa de mazapán, cubriendo todo el pastel con la pasta dulce antes de
decorarlo con frutas confitadas de colores brillantes. Me encantaba cómo contrastaba esa
capa superior ligeramente más masticable con la delicia suave del pastel húmedo
escondido en el interior.

No estaba segura de poder volver a comerlo sin sentirme aplastada por una ola de
tristeza, pero me negué a enfriar el ánimo de mi madre. Cuando sonreí, fue genuino.

—Eso suena delicioso.

Mi madre arrastró los pies hacia el gabinete de productos secos, aparentemente


agotada de nuevo por su breve arranque de conversación, y sacó un tazón, llenándolo con
azúcar y todos los suministros que necesitaba para el pastel. Hoy fue un mal día para ella.
La miré, luego volví a sacar el sarde a beccafico del horno. Aspiré el fragante aroma de las
sardinas rellenas.

La receta de Nonna requería pasas doradas, piñones y pan rallado en el relleno,


luego rociaba mantequilla de salvia derretida y tomillo antes de terminarlo con grandes
hojas de laurel para separar el pescado mientras se horneaba. El resultado era una sinfonía
de sabores que se derretía en la boca y se pegaba a las costillas.

Apenas había puesto el pescado en una fuente cuando mi padre entró en la cocina,
agitando una nota doblada. Él deslizó con habilidad un trozo de relleno que se había caído y
yo negué con la cabeza, pero sonreí de todos modos. Mi padre siempre fue muy útil en la
cocina, probando cada nueva receta con fines de calidad. O eso seguía afirmando.

—Salvatore te dejó esto, Emilia —dijo con la boca llena de comida—. Dijo que tu
amigo le pidió que te lo entregara de inmediato.

Mamma usaba un rosario como los demás humanos, e imaginé que lo besaría más
tarde, pronunciando novenas si alguna vez descubría quién era realmente mi “amigo”.
Apresuradamente arrebaté la nota antes de que ella pudiera.

—Grazie, Papà.

Mi padre acercó un taburete y comenzó a cargar un plato, llamando la atención de


mi madre. Usé la distracción para correr al pasillo y leer el mensaje corto.
No reconocí la caligrafía pulcra y cuidadosa, pero goteaba arrogancia regia e hizo
que mi estómago se retorciera. La dirección que había dado era Castello della Zisa. La Zisa
era un extenso palacio morisco que ahora en su mayoría estaba en ruinas. El rey que lo
había hecho construir se llamaba Il Malo —“el malo”— por lo que era más que apropiado
que el príncipe demonio hubiera establecido su residencia temporal allí.

Volví a doblar la nota, me la metí por el corpiño y regresé a la cocina. Tendría el


tiempo justo para terminar el servicio de la cena y apresurarme hacia el palacio antes de
que oscureciera.
****

Me arrastré hacia el castillo abandonado desde el jardín trasero, y deambulé por


varias habitaciones desoladas pero ornamentadas antes de finalmente dar la vuelta a la
entrada principal y encontrar otra nota clavada en la puerta frontal, el último lugar donde
esperaría que una ubicación de reunión secreta fuera colocada. Miré a través del césped
hacia la piscina reflectante y negué con la cabeza.

La sutileza era una forma de arte perdida en el demonio, aparentemente. Aunque


supuse que cuando era el depredador más grande y más malo de los alrededores, tenía
poco que temer.

Suspiré interiormente. Este palacio había sido construido de tal manera que el aire
fresco se filtraba a través de él como una caja de hielo, pero, por supuesto, una criatura del
Infierno sería más feliz en el calor abrasador. Estaba empapada de sudor y jadeando
cuando mi pie tocó el último escalón.

Crucé el tejado, decidida a despellejar vivo al demonio, y me detuve.

Ira yacía tendido de espaldas, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza,
empapándose de los últimos rayos del sol mientras flotaba sobre el horizonte en la
distancia. La luz doraba su perfil y volvió su rostro hacia él, sonriendo ante la calidez.
Todavía no se había fijado en mí y una parte de mí se sintió aliviada.

Su expresión era serena, una mirada que no había visto en él. Aunque su cuerpo
estaba relajado, una corriente subterránea de alerta permanecía, lo que me hizo creer que
podía saltar y atacar en menos de un suspiro. Era como una serpiente, tendida en un parche
de sol.

Letal, hermosa. Totalmente intocable.


Quería patearlo por ser tan peligrosamente impresionante. Su cabeza giró en mi
dirección, su mirada capturó la mía. Por un minuto, olvidé cómo respirar.

Poco a poco me asimiló.

—¿Pasó algo en el camino aquí?

—No.

—Entonces, ¿por qué te ves confundida?

—Pensé que no podías soportar la luz del día.

—¿Y eso por qué?

Puse los ojos en blanco. Como si no lo supiera.

—Porque los Malvagi se convierten en cenizas al sol. Por eso siempre nos
encontramos al anochecer.

Me miró con extrañeza.

—¿Qué más, exactamente, has oído hablar de los Malignos?

Levanté un hombro. Todos conocían las leyendas. Ya que le concernían, dudaba que
no tuviera idea.

—Son demonios sedientos de sangre. Tienen manchas rojas en los ojos, su piel es
como el hielo, son hermosos y sus besos son lo suficientemente adictivos como para hacer
que alguien venda su alma por otro.

Una sonrisa perpleja asomó a sus labios.

—Es bueno saber que me encuentras tan atractivo, pero no soy uno de esos
demonios. Mis ojos no son rojos. Y si quieres saber si mi piel es más caliente que el hielo,
eso se puede arreglar fácilmente.

Para profundizar en su punto, desabrochó algunos botones de su camisa, dejando al


descubierto un parche de piel bronceada. Una ligera capa de sudor brillaba, como si lo
llamara. Mi cara se calentó, no tenía nada que ver con el sol.

—Trabajo en una cocina y puedo cortar un pollo en menos de tres minutos, imagino
que hacer lo mismo contigo no sería tan diferente.

—Te lo aseguro, no hay verdad en esas historias. —Sus ojos brillaban con picardía—
. Aunque no puedo prometer que mis besos no serían pecaminosamente buenos.

—Pensé que se suponía que nos encontraríamos más tarde esta noche. ¿Sucedió
algo que cambió eso?
Ira me miró fijamente un momento más y, por alguna razón, contuve la respiración.
Parecía que quería decir algo más, pero se estaba librando una batalla interior. Finalmente,
se recostó, la cara inclinada hacia el sol y cerró los ojos. Exhalé.

—No. Nada destacable.

—¿Sabes quién es la próxima bruja?

—Aún no.

Me quedé allí, esperando a que explicara más. Cuando no se molestó, me acerqué y


lo miré hasta que me miró a regañadientes, protegiéndose la cara con una mano fuerte.

—Si no tienes información sobre la próxima bruja, ¿por qué me pediste que viniera
aquí?

—Yo... —Me miró con los ojos entrecerrados—. He asegurado el edificio con mi
magia, así que, a menos que invites a algo, estará a salvo de los humanos, mis hermanos y la
mayoría de las criaturas sobrenaturales. No estaba seguro de lo que habías planeado para
la noche y pensé que te gustaría ver dónde nos quedaríamos. Estaré fuera por un tiempo,
así que por favor inspecciónalo, ponte cómoda y trae tus cosas.

Lo miré, ignorando todo el escenario de “mudarse juntos”.

—¿A dónde vas?

—A encontrar a uno de los mensajeros de Orgullo.

—¿Es él quien te dio el nombre de Giulia?

Ira asintió.

—Mi socio lo ha estado observando desde anoche y lo vio pasar información esta
mañana a alguien que llevaba una capucha. Creo que con quienquiera que habló es nuestro
asesino.

—¿Por qué tu socio no siguió a la figura encapuchada?

—Lo intentó. Cuando se acercó, la persona cruzó entre la multitud y desapareció.

Solté un suspiro. Por supuesto.

—¿Cuál es el plan?

—Se supone que debo encontrarme con el mensajero de Orgullo para recuperar el
siguiente nombre pronto. En cambio, lo interrogaré y, con suerte, de esa manera descubriré
la identidad de la figura encapuchada.

—O simplemente podrías usar un hechizo de la verdad.


—Demasiado peligroso. Además, estarás trayendo tus cosas. No me iré por mucho
tiempo.

—Ya veo. —Algo en mi tono lo hizo sentarse de nuevo, con una expresión cautelosa
en su rostro. Vaya, podía ser un demonio inteligente—. Sabes que no me quedaré cuando
existe la posibilidad de que podamos averiguar quién mató a mi hermana —dije—. O me
llevas contigo o te seguiré.

Me estudió durante un largo minuto y luego suspiró.

—Yo no seré agradable. Puedo tener la reunión y contarte sobre ella. Prometo no
perseguir al asesino sin ti.

—Espera... ¿estás sugiriendo que has estado siendo agradable? —resoplé—.


Compadezco a tus enemigos.

Su sonrisa no fue nada amistosa cuando dijo:

—Esa podría ser la observación más sabia que hayas hecho hasta ahora, bruja.

Un reloj en la plaza de la ciudad dio la hora. Se puso de pie, luego pasó su mirada
dorada por mi ropa, evaluándola.

—Salimos en cuarenta minutos. Trata de usar algo menos… ordinario. Mejor aún,
enviaré algo más apropiado a tu casa.

Eché un vistazo a mi vestido, frunciendo el ceño. Era un modesto vestido de algodón


que había teñido de un profundo lavanda el verano pasado. No tenía corsé, con lo cual
estaba complacida, pero aún tenía una forma bonita. Me gustaba cómo se ajustaba a través
del busto y la cintura y luego fluía soñadoramente hasta mis tobillos. Apenas era ordinario,
y sin embargo...

—¿Qué pasa si no quiero volver a usar tu ropa elegante?

No se molestó en responder.

Levanté la vista, lista para espetar ante su rudeza, pero se había ido. Lo maldije todo
el camino a casa, preguntándome por qué me había quedado atrapada con un demonio tan
obsesionado con la ropa.

Quizás Nonna tenía razón sobre el costo de le arti oscure; estar sometida a Ira
ciertamente se sentía como un castigo por usar las artes oscuras.

Estaba tan molesta que me tomó demasiado tiempo concentrarme en el detalle más
importante de todo lo que él había dejado escapar: Ira sabía dónde vivía.
Veintiocho
Miré mi vestido nuevo, finamente confeccionado y fruncí el ceño ante las capas
oscuras.

—¿Por qué los villanos siempre visten de negro?

—Es mejor para esconder la sangre, bruja.

Observé al demonio parado en el callejón junto a mí, pensando que su respuesta


explicaba mucho sobre su estilo personal. Entonces me pregunté cuánta sangre planeaba
derramar esta noche si nos había vestido a los dos como sombras vivientes y respirantes.

Casi estaba perturbada de que el pensamiento no me aterrorizaba más.

—¿Con quién nos vamos a encontrar? ¿Humano? ¿Demonio? ¿Hombre lobo?

—Los hombres lobo son como cachorros. Son los sabuesos del infierno de los que
debes tener cuidado. —Ira se rio entre dientes ante mi mirada de horror—. Nos vamos a
encontrar con un mortal que vendió su alma. Hablando de eso, necesito que me devuelvas
la daga de la Casa antes de que llegue.

Le di una mirada fija. Armar a un demonio no me parecía muy beneficioso. Por otra
parte, necesitaba que yo fuera su preciosa ancla. Lo había mencionado antes, pero había
compartido algunos detalles más en la caminata aquí. Le entregué la daga.

—Digamos que yo llegara a morir... ¿cuánto tiempo tardarían tus poderes en


empezar a disminuir?

—Depende de cuánta magia gaste. Si no uso mucha, podría retenerlos durante una
pequeña cantidad de tiempo.

Una pequeña cantidad de tiempo para un inmortal era probablemente una década
para mí.

—¿Puede alguien más actuar como ancla?

Soltó un suspiro.

—Técnicamente, sí. Cualquier ser humano o habitante de este mundo puede hacer
un trato y aceptar anclar a un demonio. Es raro y no vale la pena el tiempo que tomaría
encontrar a alguien y llegar a un acuerdo con los términos que ambas partes aceptaron.

Pasaron varios momentos de silencio. Golpeé con mis dedos la piedra fría.
Estábamos escondidos en una pequeña alcoba cerca de la plaza de la catedral, y parecía
como si hubiéramos estado esperando años a que apareciera el misterioso mensajero.
Cinco minutos después, rápidamente descubrí que quedarme quieta no era algo que
disfrutara mucho. Cuando no me estaba moviendo, todo lo que podía hacer era pensar en
mi hermana.

—¿Por qué los demonios roban almas? ¿Las necesitan para algo específico?

Sentí el peso de la atención de Ira cuando se posó sobre mí. Me moví para verlo,
sorprendida de notar el nivel de incredulidad que no se molestaba en ocultar. Correcto.
Como si fuera a tener una agradable charla larga sobre la recolección de almas con el
enemigo. Levanté las manos de forma apaciguadora, y aparté la mirada. Inexplicablemente,
me volví hacia él un respiro después.

—¿Por qué crees que se están robando corazones?

—¿Estás haciendo tantas preguntas con la esperanza de asustar al mensajero antes


de que pueda sacarle información?

—Quiero saber qué piensas.

Hubo una pausa tan larga que no pensé que respondería.

—No tenemos suficiente información para especular. Y no es prudente hacer


suposiciones sin hechos.

—¿Crees que alguien querría...

—¿Comerlos? Sí. Un montón de criaturas consideran que los corazones recién


latientes son los manjares más supremos, bruja. Luego está el significado ritual. Sacrificio.
Deporte. Invocación. Y depravación pura y simple. Ese nivel de sadismo no se limita a una
especie, así que volvemos al punto de partida.

Me sentí enferma.

—Un simple sí hubiera sido suficiente —dije en voz baja.

—Lo que quieres es que yo diga algo reconfortante. —Su voz era como el acero
cuando me miró—. Mentir y decir que tu hermana no sintió dolor no te sirve de nada. Me
imagino que, sin importar la razón, quienquiera o lo que sea que tomó su corazón, lo hizo
mientras ella estaba muy viva y muy consciente. Te lo prometo, no hay ningún valor
estratégico en perderse en enredos emocionales. Perfecciona tu ira y tu dolor en armas de
uso, o vuelve a casa y llora hasta que los monstruos vengan por ti. Porque vendrán por ti.

—No le tengo miedo a los monstruos.

—Puedes pensar eso ahora, pero mis hermanos se deleitan en doblegar a criaturas
como tú a su voluntad. Te alimentarán con sus emociones y desviarán las tuyas hasta que
no sepas dónde terminas tú y dónde comienzan ellos. Hay muchas formas de infierno. Reza
a tus diosas para que nunca tengas que experimentarlas de primera mano. Tienes que ser
aguda y concentrada, o terminarás tan muerta como las demás
Las lágrimas pincharon mis ojos. No por tristeza, sino por rabia reprimida.

—Estoy concentrada, saco humeante de estiércol de caballo. Todo lo que sueño es


vengar a mi hermana. No te atrevas a acusarme de ser demasiado emocional. Destruiré todo
lo que se interponga en el camino de lograr mis fines. Incluso a ti. ¡Y no tengo miedo, de lo
contrario nunca te habría invocado para empezar!

—Deberías estar aterrorizada. —Su mirada prácticamente me inmovilizó—. La


venganza es una emoción potente. Te hace presa fácil tanto de humanos como de
demonios. Nunca dejes que nadie sepa cuáles son tus verdaderas motivaciones. Si saben lo
que quieres más que nada, crearán todo tipo de dulces mentiras y medias verdades para
manipularte. Sabrán exactamente hasta dónde pueden llegar, qué ofrecer y lo que tú nunca
rechazarías, dándoles la ventaja. Tu primer objetivo debería ser permanecer viva.
Averiguar todo lo demás sobre la marcha.

—Tú conoces mis verdaderas metas.

—Sí. Lo hago. Y fue un error extremadamente tonto de tu parte decírmelo. No te


preocupes. Todo lo que se necesita es un pequeño pinchazo, un pequeño empujón para
molestarte e inmediatamente caes en la trampa de arremeter con furia. Y en esa rabia
ardiente me dijiste todo lo que necesito saber sobre lo que quieres. —Sacudió la cabeza—.
¿Qué me prometerás, Emilia, a cambio de tu más profundo deseo? ¿Qué no harías para
lograr justicia para la hermana que amas? Ahora sé que no hay un precio demasiado alto
para exigir. Puedo pedir cualquier cosa y tú me lo darías.

Estábamos muy cerca ahora, cada uno de nosotros respirando con mucha dificultad.
Odiaba que tuviera razón. Ni siquiera manipuló mis emociones como lo había hecho
Envidia; no tenía que hacerlo. Simplemente me había incitado a que le dijera mis deseos
más profundos por ira. Y solo tuvo que empujar un poco para que me rompiera. Furiosa
conmigo misma por haber sido superada por un demonio, hice lo mejor que sabía hacer:
mentí como el diablo.

Metí mi dedo en el pecho de Ira y lo golpeé con fuerza.

—Si crees que eso es todo lo que me motiva, estás tristemente equivocado, demonio.
¿Y por qué te importa de todos modos?

Lentamente envolvió sus dedos alrededor de los míos, deteniendo mi asalto sobre él.
No me soltó y me pregunté si se dio cuenta de que había dejado de pincharlo en el segundo
en que su piel ardiente tocó la mía. Ahora solo estaba sosteniendo mi mano contra su
pecho, su corazón martilleaba bajo mi toque.

Y yo lo estaba permitiendo.

Recuperé mis sentidos y me alejé.

—Esa es la cuarta vez que me mientes, bruja.


Eso realmente también avivó su ira. Sonreí recatadamente.

—Tal vez deberías contarme más sobre la maldición. Me gustaría saber más sobre
esa parte.

—Está bien. ¿Quieres conocer los malditos detalles? La maldición…

—Signore, es... ¿debería volver en un momento? —Un hombre de entre treinta y


cuarenta años estaba a unos metros de distancia, retorciendo una carta en sus manos—. Su
hermano dijo...

De un aliento a otro, Ira tenía al mensajero contra la pared, con el antebrazo


presionado con fuerza contra la tráquea del hombre. La sangre goteaba de la nariz del
mensajero a su túnica y el demonio cerró los ojos como en un éxtasis total.

—Hola, Francesco. Disculpa mi rudeza, pero escuché que has estado vendiendo mis
secretos. Si estuviéramos en la Ciudad Amurallada, ya estarías muerto. Considera esto
como un favor.

Me quedé allí, congelada. Medio conmocionada, medio horrorizada. Ira había


estallado en violencia más rápido de lo que me tomó respirar sobresaltada.

—¿Alguna vez te dije que el olor a sangre me lleva al frenesí, bruja? Los de tu especie
creen que anhelamos su sabor, pero los príncipes del infierno no suelen beber sangre. Es su
poder el que nos embriaga. Cuanto más permito que alguien sangre, más poder tengo sobre
su vida.

Parpadeé. Apenas pude formar un pensamiento coherente. Olvidé, a través de


nuestras bromas, quién era realmente Ira. Imaginé que estaba viendo solo una pequeña
fracción de lo que él podía hacer.

Se inclinó más hacia el humano cuyo rostro ahora era de un color púrpura oscuro. Si
Ira empujaba más fuerte, el hombre iba a morir. Hice ademán de dar un paso adelante,
luego me detuve.

—Ansío el poder más que el dinero, la sangre o la lujuria. Y no hay mayor poder que
la elección. Mentiría por ello. Robaría, engañaría, mutilaría y asesinaría. Si pudiera, volvería
a vender mi alma por eso, bruja.

—Vender tu... —Negué con la cabeza. Los demonios eran criaturas sin alma.

Ira abrió los ojos y se volvió hacia mí, sus iris brillaban con un dorado brillante en la
oscuridad. No había nada humano en ellos, y me di cuenta de que había estado
manteniendo esta parte de sí mismo bajo llave. Algunos afirmaban que los Malignos fueron
ángeles antes de que cometieran pecados imperdonables y fueran echados del cielo. Ahora
entendía cómo comenzaron esas historias: la mirada de Ira ardía con fuego celestial. Él era
una justicia airada: pura, rápida y completamente implacable.
Haciendo caso omiso de mi creciente miedo, le di la vuelta a su admisión y
comprendí lo que realmente estaba diciendo; me estaba ofreciendo una opción. Tenía el
poder de alejarme de lo que estaba a punto de hacer. O podría optar por quedarme y
participar.

Pensé en el cuerpo destruido de mi hermana y en las otras brujas que habían muerto
con la misma brutalidad porque este hombre compartió información sobre los mensajes
que llevaba. Ira dijo que iba a asustar al mensajero para descubrir a quién le había estado
vendiendo secretos. Su repentino estallido de violencia no debería haberme sorprendido.
Asentí con la cabeza, casi imperceptiblemente, pero el demonio entendió.

Ira volvió a enfrentarse al mensajero.

—¿Quién te pagó para abrir mi carta, Francesco?

La atención del hombre se disparó hacia mí en busca de ayuda. Ira me miró


lentamente de nuevo, esperando. Francesco hizo su elección. Ahora era el momento de
hacer la mía.

—El príncipe te hizo una pregunta simple, Francesco. La repetiré una vez para tu
beneficio y luego dejaré que pregunte a su manera. Y estoy segura de que ya sabes que no
será agradable. —Inyecté un encanto despiadado en mi tono como el de Ira, y el hombre se
estremeció—. ¿Quién te pagó para abrir su carta?

Ira siguió mirándome. Y aunque su expresión no había cambiado en lo más mínimo,


juré que casi sentí... aprobación. Mi estómago se apretó y luché contra la necesidad de
vomitar. Si hubiera hecho lo correcto, pensaba que no me sentiría tan mal.

Francesco gorgoteó y arañó el brazo que aún presionaba su tráquea, sus uñas se
engancharon en el puño del demonio. Esperaba que Ira no lo estrangulara hasta la muerte
antes de que obtuviéramos nuestras respuestas.

El príncipe demonio debió haber aliviado repentinamente la presión porque


Francesco tragó aire como un pez arrancado del agua.

—¿Te sentirías más cómodo hablando con mi daga en tu garganta?

La piel dorada de Francesco palideció, pero noté que sus manos se apretaban a los
lados. Ira estaba usando sus poderes y el mensajero se estaba enojando. Su pecho subía y
bajaba rápidamente.

—Haz lo que quieras, pero no te diré nada, cerdo demonio.

—¿De verdad? —Ira sonrió, un destello de dientes que pareció poner a Francesco a
punto de orinarse a pesar de su nueva rabia—. Probemos eso, mortal. ¿Para quién trabajas?

—Dios. —El hombre escupió en la cara del demonio y la flema goteó lentamente
hasta el suelo. La daga de Ira estuvo debajo de la barbilla del hombre en un instante, la
punta presionó lo suficientemente fuerte como para que la sangre se deslizara por el metal.
Parecía que le tomó toda su fuerza de voluntad no empujar la daga a través del humano y la
piedra contra la que se apoyaba, cortando su médula espinal. Las sombras parecían latir de
Ira. Por un segundo, no estaba segura de si el demonio de la guerra lo acabaría allí mismo.

—Disculpa, Francesco. Pero mi paciencia se está agotando. Tus acciones enviaron a


cuatro mujeres a la muerte. No creas que no te enviaré a la tuya con la misma brutalidad.

—Adelante, mátame. No te diré nada. —La cabeza de Francesco chocó contra la


pared cuando Ira lo estampó de un golpe. La sangre goteaba de la boca del humano
mientras reía, deleitándose con la violencia. Sonrió con los dientes manchados de sangre—.
Espero que todos se pudran en el Infierno.

Sentí que la furia de Ira pasaba de calor medio a hervor puro. Pronto, lo pretendiera
o no, mataría a Francesco. Y perderíamos nuestra mayor oportunidad de descubrir quién
asesinó a mi gemela. Escuché las advertencias de Nonna e Ira cantando en mi cabeza, pero
no importaban.

No teníamos opciones y la ira que nos rodeaba se estaba volviendo lo


suficientemente intensa como para arder. Ira estaba a punto de estallar. Atraje sus
emociones hacia mí, usándolas como combustible para mi hechizo de la verdad mientras
agarraba el amuleto de mi hermana.

—¿Abriste la carta? —pregunté, mi voz mezclada con un comando mágico. La


atención de Ira se volvió hacia mí y si no lo supiera mejor, pensaría que el miedo entró en
sus rasgos.

Francesco asintió antes de responder.

—S-sí.

—¿Alguien te pagó por hacerlo?

—Sí.

—¿Quién te pagó, Francesco? ¿Avaricia?

—No.

—Dime quién te pagó entonces.

—No sé su nombre.

—¿Es humano?

Levantó un hombro.

—Llevaba capucha. No vi su cara.

—¿Le dijiste dónde estaría Giulia la noche que fue asesinada?


Tragó saliva.

—Sí.

—¿Te reuniste con él hoy?

—Sí.

Mi ira estalló.

—¿Qué información le diste?

—O-o-otra dirección. Y un tiempo para encontrarse. ¡No tenía un nombre esta vez, lo
juro!

—¿Qué hora y dirección le diste, Francesco?

—L-l-l-la Piazza Vigliena. M-m-medianoche.

Miré a Ira para recibir más instrucciones, pero negó con la cabeza. El hechizo de la
verdad estaba casi terminado. La sangre brotó de la nariz del humano y sus ojos se habían
vuelto vidriosos. Si lo empujaba más, moriría. Miré hacia abajo, notando que todo mi
cuerpo temblaba. Ira se acercó a él.

—Si alguna vez vuelves a compartir mis secretos, te cortaré la lengua. Luego tallaré
tu corazón. ¿Lo he dejado claro? —Le dio a Ira el más mínimo indicio de un asentimiento,
con cuidado de no cortarse la garganta. El sudor humedeció su línea del cabello. Realmente
no se veía bien—. La próxima vez que tengas la tarea de llevar un mensaje para mí, no dejes
que la curiosidad o la codicia se apoderen de ti. Esas condiciones a menudo resultan
mortales.

No pude evitar notar el hilo de orina que corría por la pierna del hombre mientras el
demonio dejaba caer su arma. Miró desde Ira hasta mí, con una profunda arruga
formándose en su frente. Parpadeó lentamente como si despertara de un sueño. O una
pesadilla.

—¿Quién ... quién eres tú? ¿Por qué estoy aquí? P-por favor... no me hagas daño. Si
estás buscando dinero, yo no tengo. —Dio la vuelta a sus bolsillos. No había nada más que
pelusa—. ¿Ves?

Mis náuseas de antes volvieron y casi me doblaron. Había invadido su mente y debí
haber destruido sus recuerdos recientes. La magia oscura exigía un precio. Y no siempre
llegaba de la forma que alguien esperaba. La culpa se arremolinó a través de mí. El hecho de
que tuviera poder no significaba que debiera abusar de él.

—Eres...

Ira me lanzó una mirada de advertencia.


—Eres Francesco Parelli Senior y vas camino a casa. Bebiste demasiado. Será mejor
que te des prisa antes de que Angelica se vuelva a enojar. ¿Recuerdas el camino?

Francesco se secó una lágrima y negó con la cabeza. Parecía tan frágil ahora, tan
perdido. Y yo le había hecho eso. No algún demonio o criatura horrible del Infierno. Yo.
Había roto la regla más importante de este mundo. Había tomado su libre albedrío y lo
había sometido al mío.

Ira giró a Francesco hacia la catedral, le entregó un monedero y le susurró algo al


oído.

Me quedé mirando la espalda del demonio, con el corazón acelerado. Ira fácilmente
podría haber dejado al hombre solo en su nuevo infierno, pero no lo hizo. Al igual que
fácilmente podría haber exigido que cambiara mi alma a cambio de justicia para mi gemela.
Sabía lo que quería y a lo que estaría dispuesta a renunciar por ello, y no había pedido nada.
No pensé que hubiera piedad en el Infierno. Pero quizás me equivocaba.

Ira apretó los dientes.

—¿Qué?

—Podrías haberlo matado.

—No. Le golpeé y tú le robaste su libertad de elección. Sus recuerdos eventualmente


regresarán, pero esa parte de tu alma no lo hará. Habría obtenido nuestra información sin
magia. Hay un viejo dicho sobre los tontos que se apresuran a entrar donde los ángeles
temen pisar. De ahora en adelante, te sugiero que prestes atención a la advertencia. Vamos.
—Caminó más profundamente en las sombras—. Necesitamos llegar a Quattro Canti.

Si él no quería hablar de la magia prohibida que usé para obtener nuestra


información, estaba bien para mí. Ya sentía que mi piel estaba llena de gusanos de tierra.

—¿Por qué?

—El verdadero mensajero nos espera allí.


Veintinueve
Antes de entrar en medio de la plaza barroca, Ira nos situó en otro callejón abarrotado.
Afirmó que era para tener una mejor idea del diseño y de las trampas que otros demonios,
como Avaricia o Envidia, podrían haber puesto. Cortésmente me pidió que esperara mientras se
acercaba a un joven con una cicatriz marcándole la mejilla derecha. Ya que preguntó
amablemente, decidí acceder... temporalmente. Dejarlo ir me daba la oportunidad de
observarlo, y al nuevo mensajero, por mi cuenta.

El humano era intrigante. Su impresionante combinación de rasgos oscuros y ojos


abiertos insinuaba la ascendencia del norte de África y Asia. No se había dado cuenta de
que yo miraba desde las sombras cercanas, pero lo vi con bastante claridad.
Se apoyaba contra un edificio, sacando tierra imaginaria de uñas cortadas con una hoja
de aspecto mortal. Proyectaba una sensación de aburrimiento, pero su mirada seguía los
movimientos de todo lo que lo rodeaba con un enfoque de depredador. Incluso el príncipe
demonio.

Ira se acercó sin dudarlo y, lamentablemente, yo estaba un poco demasiado lejos para
distinguir su conversación. A juzgar por la cantidad de ojos en blanco que estaba poniendo el
humano, imaginé que Ira estaba dando un sermón sobre algo. Silenciosamente me acerqué más.

—… sospecha la verdad, Anir. Estoy seguro de que los demás también lo harán con
el tiempo.

—Ya es demasiado tarde para arrepentirse —dijo el humano, Anir. Su voz era
familiar, simplemente no podía ubicarla—. Con todo lo que está pasando… podría ser algo
bueno. Quiero decir, elegiste hacer el ritual. ¿No es cierto? ¿Es realmente tan malo?

—Ella es una maldita bruja de sangre demoníaca. ¿Qué crees?

¿Estaban hablando de mí? Cerré mis manos en puños, mis uñas creando pequeñas
lunas crecientes en mis palmas. Él era un demonio prepotente, arrogante y malo del
Infierno. Pero no estaba insistiendo en sus cualidades poco atractivas, ¿verdad? No. Yo era
lo suficientemente madura como para dejarlas a un lado para trabajar juntos para evitar
que un asesino matara a más brujas.

—Suena como una chica encantadora. ¿Nos presentarás adecuadamente? Solo


tienes...
Ira levantó a Anir por el cuello, sus pies balanceándose a dos o cinco centímetros del
suelo. Inhalé un respiro silencioso. No parecía que levantar a un hombre adulto causara tensión en el
príncipe demonio en absoluto.

—Termina esa oración y te dejaré una cicatriz al otro lado de la cara.


—Discúlpame. ¿Golpeé un nervio? —Anir levantó las manos en señal de rendición, sin
molestarse en ocultar su sonrisa. No tenía miedo y tenía un poco humor. Decidí que, si no
estuviera tan molesta, podría gustarme. Era muy valiente o muy tonto al burlarse del demonio de
la guerra—. No te enojes. Ahora mismo es solo temporal. Y ella está…

—Detrás de nosotros. —Ira dejó caer al humano y con gracia se detuvo para no
tropezar—. Emilia, este es Anir, mi socio de mayor confianza. Él sabe quién accedió a
casarse con Orgullo a continuación.
Salí de las sombras e inspeccioné al joven .

—Estuviste allí la noche que fui atacada por la Viperidae.

—Sí. —Anir parecía inseguro de qué más podía o no podía compartir.

Me volví hacia Ira.


—Él es humano.

—Eres muy astuta.

Respiré hondo y conté hasta que pasó el impulso de enviarlo de regreso al círculo de
huesos.
—Lo que quise decir es, si tienes a un humano como tu asociado, ¿por qué no puede ser
tu ancla? Si me pasara algo, estarías bien.

Ira abrió la boca y luego la cerró. Arqueé una ceja, esperando.

—Anir ya no reclama el mundo humano como suyo, por lo tanto, no puede


proporcionar los mismos... beneficios que tú puedes.

Anir resopló y rápidamente trató de ahogar el resto de su risa cuando Ira lo miró
con su ardiente mirada.
—Esa es ciertamente una forma de verlo.

—¿De qué está hablando? —pregunté, mirando fijamente al demonio—. ¿Qué no me


estás diciendo?
Ira me dio una mirada que decía “muchas cosas”, pero no se molestó en responder en voz
alta. En cambio, dijo:

—Anir se estaba yendo. Estaba esperando a ver si llegaba n las figuras con túnicas, pero
nunca aparecieron. Ahora tiene asuntos de la Casa que atender.

—¿Quién es la pobre chica?

—Valentina Rossi.
Todo mi cuerpo se entumeció cuando dejé que esa información penetrara. Valentina era
la prima de Claudia. Si alguien quisiera aceptar fácilmente convertirse en la Reina del Infierno,
Valentina tomaría ese manto sombrío con orgullo. No estaba mal; simplemente parecía regia y
estaba destinada a un papel más grande que una tejedora en nuestra pequeña isla. No me
sorprendía que estuviera intrigada por un trato con el diablo.

Me dirigí a su barrio. Teníamos que advertirle antes de que fuera demasiado tarde.

Ira se interpuso en mi camino, deteniendo mis pasos.


—¿Qué?

—La conozco.

—¿Y? —presionó.

—Me pregunto por qué está eligiendo brujas vinculadas a la magia oscura.
—Bueno —dijo Anir—, eso es porque el...

Ira lo interrumpió.
—Hora de irse.

Mientras miraba entre el príncipe demonio y yo, la sonrisa de Anir era la de un lobo
que había encontrado un bocadillo retorcido que quería empujar en su garganta.
—En realidad, prefiero quedarme aquí por un tiempo. Las bodas de demonios no son
para los débiles de corazón. Además, necesitarás ojos y oídos adicionales cuando hables con la
chica. Tal vez la figura de la túnica nos siga.

Me guiñó un ojo como si fuéramos los más viejos de los amigos compartiendo un
secreto. Ira captó la mirada y se quedó mirándolo hasta que su “asociado” se encogió de
hombros y comenzó a caminar por la plaza. Esperé hasta que estuvo fuera del alcance del oído
antes de volverme hacia Ira.

—¿Vas a intentar convencer a Valentina para que vaya al inframundo contigo?


—Juré que no haría nada más que ofrecer el trato. Y cumpliré mi palabra. Sin embargo,
una vez que la pongamos a salvo, me gustaría ver si estaría dispuesta a ayudarnos a atraer al
asesino.

—Te gustaría usarla como cebo.


—Sí. Alguien está haciendo todo lo posible para asegurarse de que Orgullo no rompa la
maldición. Tengo la intención de descubrir quién y por qué antes de que muera alguien más.
Entonces ofreceré mi propia retribución.

Me estremecí. No era exactamente lo que esperaba que dijera, pero aprecié su


honestidad.
—Conozco muy bien a la familia de Valentina. Voy a decirle que rechace el trato de
Orgullo —admití—. Espero que entiendas.

La mirada de Ira chocó con la mía.


—Haz lo que debes. La decisión final dependerá de ella.

****
Mientras nos apresurábamos a la casa de Valentina, Anir me contó sobre su vida antes
de dejar este mundo por lo que él llamaba el Reino de los Malignos. Era hijo único de padre
tunecino y madre china, y había estado jugando en un olivo cercano durante el brutal asesinato
de sus padres. Su padre había presenciado un crimen e iba a decirle a las autoridades lo que
vio. Antes de que pudiera hacer eso, los mataron.

Anir dijo que la cicatriz vino más tarde, una vez que se convirtió en el tipo de joven que
otros temían. Ira lo encontró viajando por Sudamérica, luchando en peleas subterráneas,
magullado y ensangrentado. Algunas batallas eran una pelea a muerte y pagaban
generosamente. Anir fue el campeón invicto durante más de un año cuando le ofrecieron
empleo en la Casa de la Ira.

Dejé de escucharlos discutir sobre cuántos años habían pasado, aparentemente el


tiempo se movía de manera diferente en los reinos de los demonios, mientras giramos por
la siguiente calle y nos metimos en un callejón más oscuro y estrecho. Un tirón extraño que
había sentido antes tomó el control de mis sentidos, arrastrándome por una segunda calle
lateral.

Miré a mi alrededor, reconociendo el vecindario, y una sensación terrible se instaló.


Di unos pasos más y me detuve, no sorprendida por el cuerpo. Empecé a sospechar antes
de doblar la esquina, y la silueta desplomada fue toda la confirmación que necesitaba.

Escaneé el área.

Ropa colgaba de un edificio abarrotado a otro sobre nuestras cabezas y se movía con
la brisa como dientes. Puede que antes me hubiera infundido miedo en el corazón, pero
ahora parecía la tapadera perfecta para un crimen. No había evidencia. Nada para perder el
tiempo clasificando. Era un trabajo específico: el asesino había entrado y salido, sin dejar
nada más que el cuerpo atrás.

Ira dejó de caminar abruptamente.

Anir notó a la víctima un momento antes de tropezar con ella. Le lanzó al demonio
una mirada irritada y esquivó un creciente lago de sangre.
—La próxima vez, una pequeña advertencia estaría bien.

—Un poco menos de insubordinación podría hacerme más susceptible a la cortesía


común en el futuro.
Anir entrecerró sus ojos oscuros. El movimiento hizo que la cicatriz de su mejilla
resaltara más. Ira fue a rodear el cuerpo cuando su socio lo detuvo de un tirón. Vi cómo sucedía
todo como si la escena se desarrollara en un escenario, lejos de donde realmente me
encontraba. No podía creer que otro cuerpo yaciera brutalmente a nuestros pies. La bilis subió
lentamente. Ira no parecía afectado en absoluto, como si encontrarse con cuerpos mutilados
fuera parte de su vida diaria.

El demonio giró sobre sus talones, la mirada fija en la mano del humano.
—¿Qué?

Anir señaló con un dedo el cuerpo que se enfriaba.


—¿No vamos a pedir ayuda?

—¿Qué propones que hagamos? ¿Llamar a las autoridades humanas? —Ira no le dio a
Anir la oportunidad de responder—. Si ustedes fueran ellos, ¿tomarían nuestra palabra como
buenos samaritanos y nos dejarían seguir nuestro camino? ¿O mirarías tu espada forjada por
demonios y mi comportamiento diabólico y nos arrojarías a una celda llena de mierda y tirarías
la llave? —Anir frunció los labios, pero no dijo nada—. ¿Tienes alguna sugerencia más noble, o
podemos irnos?

—A veces realmente eres un bastardo sin corazón.

Ira me miró con el ceño fruncido.


—¿Estás bien?

No, ciertamente no estaba bien. El cuerpo de otra víctima de asesinato yacía a


nuestros pies. Y acababa de ver su cara. Era la prima de mi mejor amiga. Miré en
horrorizado silencio su cuerpo destrozado. Todavía no podía entender cómo era real esta
escena. Mi cabeza daba vueltas por la conmoción. Claudia no era cercana a su prima, pero
aún sentiría mucho su pérdida. Metí la palma de mis manos en mis ojos.

—¿Emilia?

Me encogí de hombros lejos del toque de Ira.


—Esa es... era Valentina Rossi.

—Lo supuse.

No podía creer que a otra bruja le hubieran arrancado el corazón. Esto elevaba el
número de muertos a cinco. Luché contra la bilis que me abrasaba la garganta de nuevo. El
ver algo tan horrible... nunca me acostumbraría.

Francesco, el traicionero mensajero humano, no sabía el nombre de la próxima


novia, solo el lugar de encuentro de Anir. Y dudaba que Anir traicionara a Ira, lo que
significaba que la información había salido de otra manera. Sentí náuseas por una nueva
razón: había torturado a un hombre por nada.
—Debe haber un espía en el reino —dijo Anir, poniendo mis pensamientos en
palabras.

Me imaginé que había visto su parte de cosas horribles, pero aún parecía
sorprendido. Se echó hacia atrás el cabello oscuro y lo ató con un hilo de cuero que se quitó
de la muñeca.

Ira paseó por el callejón, con cuidado de no pisar la sangre. Desvié mi mirada de la
sangre. Necesitábamos enviar un mensaje a las autoridades. Valentina no podía quedarse
ahí, fría y sola. El demonio se detuvo cerca de donde yo estaba, protegiendo mi vista del
cuerpo.
—Lo que significa que uno de mis hermanos es el responsable. De alguna forma, de
alguna manera.

Me vino a la mente mi encuentro anterior con sus hermanos.


—Avaricia y Envidia están aquí.

Ira negó con la cabeza.


—Envidia no se arriesgaría a pelear conmigo. Avaricia... todavía no puedo verlo poniendo
en peligro a su Casa. No después de haber construido una fortaleza formidable.

—De cualquier manera, las implicaciones de una traición dentro de los Siete...
olvídese de la maldición, su alteza —dijo Anir—. Dejando a un lado los sentimientos
personales sobre las brujas, termine el vínculo matrimonial con Emilia y asegure su propia
Casa antes de que llegue la guerra. Necesitará sus poderes al máximo. Quienquiera que esté
organizando esto debe haber matado a la esposa de Orgullo.

Me sentí como si me hubieran empapado en un baño de hielo.


—¿Qué vínculo matrimonial?

Anir no notó la nota de pánico en mi voz.


—El que empezaste cuando te uniste al príncipe.

Ira dejó de moverse. Dejé de respirar mientras me quedé boquiabierta de horror. El


tiempo pareció congelarse mientras repetía en silencio lo que dijo Anir. Quería gritar que
no era cierto, pero la reacción de Ira decía lo contrario. El príncipe demonio no rompió mi
mirada.
—¿Cómo?

—Déjanos. —Ira apenas habló por encima de un susurro, pero Anir saltó para obedecer
la orden. Una vez que se fue, el demonio señaló con la cabeza nuestros tatuajes a juego—. Tu
encantamiento de protección no era un vínculo de protección como un guardián para su custodio.
La traducción de aevitas ligati significa “unidos para siempre” como en santo matrimonio. No fue
necesario para que la invocación tuviera éxito.
—¿Estamos... estás diciendo que estamos prometidos? —Esperé con el corazón
acelerado, pero Ira no dijo nada. No fue necesario. La verdad estaba ahí en sus ojos. Supo todo el
tiempo lo que yo había hecho. No era de extrañar que se hubiera visto tan horrorizado esa noche.
Básicamente lo había sacado del Infierno y lo había forzado a un compromiso. Para siempre—.
¿Cuándo me lo ibas a decir?

Su voz salió suave.


—Esto no cambia nada...

—Todo ha cambiado. —Un violento estremecimiento me atravesó mientras el demonio


continuaba sosteniendo mi mirada inquebrantable. Todo esto era demasiado. El cuerpo de la
prima de mi mejor amiga. Mi compromiso accidental con Ira—. ¿Qué pasa si no quiero casarme
contigo? ¿Me obligarás a gobernar a tu lado en el Infierno?

—Emilia...

—No te atrevas. —Negué con la cabeza—. ¿Me veré obligada a ir allí?

—No.
Bien. Las leyes de los demonios se basaban en la civilidad. Obligar a alguien a casarse
probablemente rompía todas sus reglas extrañamente rígidas. Pero apostaba a que embellecería un
trato maligno y lo haría tan bueno, tan tentador, que nunca diría que no. Especialmente si el
vínculo matrimonial ayudaba a darle más poder como Anir afirmaba que lo haría. Cerré mi
mano a mi costado.

—¿Qué quiso decir Anir con asegurar tu Casa antes de la guerra?

Un músculo de su mandíbula se contrajo.


—No puedo compartir esa información contigo.

—Entonces hemos terminado. —Agarré el amuleto de mi hermana—. Te libero. Te


libero de cualquier vínculo que tengamos. Cuando me case, será por amor. No amor al
poder o cualquier otra cosa depravada que desees. ¡Y el amor es algo de lo que ustedes,
criaturas despreciables y sin alma, no saben nada!
Si me llamó o se estremeció, no lo sabría. Me di la vuelta y hui lo más lejos que pude del
príncipe demonio y de la víctima de asesinato más reciente. No quería tener nada más que ver
con las criaturas malditas que habían traído este sufrimiento a mi familia y mi ciudad.

A partir de este momento, descubriría quién asesinó a mi hermana por mi cuenta.


E Ira podría simplemente regresar al Infierno y pudrirse con el resto de ellos.
Treinta
Me senté en una mesa frente al mar, bebiendo agua con una rodaja de limón. Dejé una
nota anónima para la policía con la ubicación del cuerpo de Valentina y aun así no había
superado el horror de la noche. Quería ir a casa de Claudia, pero tenía que esperar hasta que la
policía se lo dijera primero a la familia de su prima. Si ya estaban de luto cuando aparecieran
las autoridades, empezarían a hacer preguntas. La espera invitaba a todo tipo de pensamientos
en los que no quería pensar. Ni ahora ni nunca.

No podía creer que hubiera sido tan estúpida como para desposarme accidentalmente
con Ira, y él no había dejado escapar el secreto antes. Debió de haberlo odiado completamente.
Especialmente con lo que dijo Anir sobre él odiando a las brujas. Luché contra el impulso de
enterrar mi rostro entre mis manos. Saber que era plenamente consciente de mi error mientras
yo pensaba que yo tenía el control... era humillante. No quería considerar otros pasos en falso
que había tomado y que él había sido demasiado educado para señalar.

Tan pronto como avisé a la policía, me di cuenta de que no tenía adónde ir. No podía
volver a casa y poner en riesgo a mi familia. Y aunque podía quedarme en el palacio con Ira,
necesitaba tiempo y espacio para ordenar mis pensamientos y sentimientos. Pasaron muchas
cosas en poco tiempo. Dos asesinatos más. Un prometido secreto del Infierno. El ataque de
Nonna. Mi amuleto robado. La Viperidae. Parecía que los golpes seguían siendo lanzados, y yo
estaba siendo golpeada y mallugada en el proceso.

Cuanto más me aferraba a la normalidad, más se volvía mi mundo en caos. Como me


negaba a volver a ver a Ira por el momento, decidí sacar todo de mi cabeza y seguir buscando
respuestas en la muerte de Vittoria por mí misma. Si pudiera resolver el asesinato de mi
hermana, podría evitar que alguien más muriera. Cada vez que intentaba ponerme en el lugar
de Vittoria, volvía a su diario. No revelaba tantos secretos como esperaba. Y los que relevaba
eran lo suficientemente crípticos como para mantenerme adivinando.

Estaba repasando mentalmente una lista de tareas a realizar cuando sacaron el


asiento frente a mí. Ira cayó en él, mirándome con recelo. Le devolví la mirada por unos
momentos. Ninguno de los dos dijo nada. Parecía que mi casi marido me estaba dando
tiempo para serenarme. O tal vez estaba esperando a que lo expulsara de nuevo al círculo
de huesos.

Respiré hondo varias veces.


—¿Cómo supiste dónde estaba? —Me dio una mirada larga y mesurada, luego miró
intencionadamente el tatuaje en mi brazo. Definitivamente lo iba a matar—. Dijiste que solo
podrías encontrarme si aceptaba el intercambio de sangre. Nunca mencionaste el tatuaje.

—Si te hubiera dicho que la tinta es parte de un vínculo matrimonial, habrías corrido
inmediatamente. Necesitaba que tuvieras tiempo para confiar en mí.

Iba a discutir, pero cerré la boca. Eso era cierto. Si hubiera sabido lo que significaba el
tatuaje la primera noche que lo invoqué, lo habría enviado directamente de regreso a su reino.
—La confianza generalmente se gana porque ambas partes son honestas.

—No te he mentido.

Solté un suspiro.
—No técnicamente, no.

Una camarera salió y recitó alegremente el menú. Ira parecía escéptico, pero me
dejó hacer el pedido sin quejarse. Treinta minutos de tenso silencio después, trajo nuestra
comida. Ira la consideró como si fuera una ecuación complicada que estaba resolviendo.

Un plato humeante de camarones rebozados, un poco de arancini, un plato de


antipasto, con prosciutto, peperoncini, soppressata, provolone, aceitunas marinadas y
alcachofas mezcladas con aceite, vinagre, orégano y albahaca, y una canasta de pan asado
adornaban nuestra mesita.

Seguí esperando a que el demonio hiciera a un lado a la camarera y pidiera sangre


caliente o tripas crudas, pero parecía contento con mis elecciones y ciertamente no iba a
ser yo quien le metiera la idea de vísceras crudas en la cabeza.
Ira sí me sorprendió al pedir una jarra de vino tinto con rodajas de naranja y sirvió una
generosa cantidad para cada uno de nosotros. Bebí un sorbo de vino, disfrutando de su dulzura
a mi pesar. Quería escapar de mis pensamientos oscuros por un tiempo, y la cena y el vino eran
de ayuda. No había dormido en toda la noche y se sentía bien solo recomponerme y
reagruparme. Ira amontonó un plato con comida y lo deslizó frente a mí antes de servirse. Me
tomó toda mi concentración no caerme de la silla por el impacto.

Me miró a los ojos y frunció el ceño.


—Los buenos modales son difíciles de olvidar, no importa cuán desagradable sea la
compañía que me veo obligado a mantener. Además, me serviste el postre. Es justo devolver el
favor.

Sonreí, lo que pareció irritarlo más, y comí mi comida.


Después de unos minutos de verlo hurgando en los camarones, ensarté un o con mi
tenedor y se lo ofrecí. Su sospecha se profundizó.

—¿Qué estás haciendo?

—Esto es langostino. Es como una langosta bebé. Estoy bastante segura de que te
gustará. A menos que tengas miedo...

Ira aceptó los mariscos como un desafío. Debió haberlos disfrutado, porque su
atención se centró en su plato y no volvió a mirar hacia arriba hasta que probó un poco de
todo.

Mientras él experimentaba la maravilla de la comida humana, me comí mis


langostinos, disfrutando del limón fresco que habían usado para cortar la riqueza de la
mantequilla. El de ellos tenía un poco más de cítricos que el nuestro, y decidí experimentar
un día pronto.

Tal vez si cortara un limón por la mitad y lo asara boca abajo...


Hice una pausa, tenedor en boca. Me había estado divirtiendo tanto que casi olvid é la
razón por la que estaba sentada allí, con uno de los Malvagi, comiendo. Un mes. Mi gemela se
había ido hacía por poco más de un mes, y yo estaba soñando despierta con recetas para Mar &
Vid mientras estaba en compañía de nuestro peor enemigo. La comida se convirtió en piedra en
mi estómago.

Aparté mi plato, ya no tenía hambre.


Ira me miró de una manera en que un humano podría estudiar una mosca zumbando
sobre su cena.

—¿Estás experimentando un dilema moral, bruja?

No pude reunir una pizca de ira o molestia. Una dura hoja de verdad se enterró en
mí; no tenía idea de lo que estaba haciendo. Estaba bastante segura de que mi hermana
había invocado a un demonio, pero no sabía cuál. Sabía sobre el Cuerno de Hades, pero no
sabía cómo llegamos a ser sus guardianas.

Luego estaban las pistas crípticas en el diario de Vittoria sobre su capacidad para
escuchar objetos mágicos y la posibilidad de que el primer libro de hechizos estuviera en
este mundo. Sabía que mi hermana accedió a convertirse en la novia del diablo, pero
todavía no había descubierto por qué había tomado esa terrible decisión, o por qué no
confió en mí ni en nuestra abuela.

Tenía más preguntas que respuestas y nadie en quien pudiera confiar plenamente.
Nonna casi murió debido a mi búsqueda de justicia, y me negaba a poner en peligro a nadie
más en mi familia acudiendo a ellos por cualquier cosa relacionada con el asesinato. Si bien
Ira podría haberme salvado, era un príncipe del Infierno, y aunque había jurado no obligar
a una bruja a hacer un trato, todavía no sabía cómo ni por qué fue elegido para esta misión.

Me incliné hacia adelante y bajé la voz.


—Quiero saber todo sobre la maldición.

Lo miré, y sus ojos dorados, salpicados de negro, me devolvieron la mirada.


—¿Has considerado mudarte conmigo hasta que encontremos al asesino?

Una evasión de lo más inesperada.


—Lo he hecho.

—¿Dónde están tus pertenencias?

—En casa.
Hizo girar su vino y me pregunté qué estaba pensando exactamente.
—¿Quieres que te acompañe hasta allí mientras las recuperas?

—No te he dicho lo que he decidido. —Lo miré—. Y quiero que respondas a mi


pregunta. Si Orgullo es el que está maldito, ¿cómo te afecta eso?

—Deberíamos volver al palacio y hablar allí.

—No hasta que me des algunas respuestas.

Ira parecía estar considerando diferentes formas de colgarme usando mis entrañas.
—Lo haré. Luego.

—Ahora. —Me negaba a ceder en esto. Miró hacia el cielo y me pregunté, si estaba
rezando, por qué no había mirado hacia abajo.

—Bien. Si respondo a tus preguntas, ¿aceptarás quedarte en el palacio?

—No. Pero me ayudará a decidir. ¿Qué hay sobre eso?

Respiró hondo y lo soltó lentamente. Esperé. Después de librar una batalla interior,
vi el momento exacto en que decidió confiar en mí.
—Para que la maldición se rompa por completo, una consorte debe sentarse en el trono
y ayudar a gobernar la Casa del Orgullo.

—Anir dijo que la última consorte fue asesinada. ¿Cómo?

—Su corazón fue arrancado de su pecho. —Me miró, pero tuve la sensación de que
ya no me veía—. Junto con algunas de sus damas reales.

—¿La Primera Bruja realmente maldijo a Orgullo?

—Sí.

Permití que esa información se asentara con todas las otras historias que me había
convencido de que eran solo historias. La Prima Strega era antigua: había comenzado la
primera línea de brujas. O eso decían las viejas historias. Supuestamente, era la fuente de
nuestro poder y solo le pertenecía a ella. Sin magia de luz, sin magia oscura. Solo poder
crudo ligeramente diluido de la diosa que la había dado a luz. Era anterior a La Vecchia
Religione humana, y la Antigua Religión era antigua.

A veces se idolatraba a La Prima y, otras, se temía. Hija de la diosa del sol y un


demonio, fue creada como el equilibrio perfecto entre la luz y la oscuridad. Nos dijeron que
era inmortal, pero yo nunca la había visto y tampoco conocía a nadie más que lo hubiera
hecho. Siempre creí que ella no era más que un mito o una leyenda de la creación.

—¿Por qué lo maldijo?


Ira vaciló.
—Fue un castigo por lo que pensó que sucedió entre su primogénita y él.

Me senté más derecha. Claudia había mencionado esto.


—Entonces, ¿qué, le robó el alma y La Prima tomó su venganza?

—Las brujas creerían eso, ¿no? —se burló Ira—. Orgullo no robó nada. No tuvo que
hacerlo. Su hija eligió voluntariamente casarse con él. Se enamoraron, a pesar de quiénes eran.

Pensé en lo que Nonna había empezado a contarme sobre Stelle Streghe, sobre cómo
tenían la tarea de ser guardianes de los Malignos.

—¿Era una bruja de las estrellas?

Ira asintió.
—Estaba destinada a ser una guardiana entre reinos, piensa en ellas como guardianas de
la prisión de la condenación. Su hija debería haberlo sabido mejor, se suponía que primero
debía ser soldado. La Prima, como la llamas, ordenó a su hija que renunciara a su trono y
regresara al aquelarre, pero se negó. La Primera Bruja usó el tipo de magia más oscura para
eliminar el poder de su hija y la desterró del aquelarre. También tuvo efectos imprevistos para
otras brujas. Es por eso que algunas dan a luz a hijas humanas.

Resolví mentalmente la historia.


—Lo que estás diciendo es...

Cierto. Lo miré fijamente. Toda nuestra vida nos habían contado historias sobre los
Malignos y sus mentiras. Sin embargo, Ira no podía mentirme directamente debido a la magia de
invocación. Lo probé y supe que era un hecho. Lo que estaba diciendo, por imposible que
pareciera, tenía que ser verdad.

O al menos él creía que lo era.

—¿Por qué lo estás ayudando a romper la maldición? Si está atrapado en el Inframundo,


no veo por qué eso te preocupa a ti o a cualquier otro príncipe.

—Hace varios años humanos, algo fracturó las puertas del Infierno. Nos habían dicho
que era parte de una profecía. Orgullo, siendo quien es, se ri o. Luego, su amada esposa fue
asesinada. Sus poderes se debilitaron. Estaba atrapado en el Infierno, y los demonios menores
comenzaron a probarnos tratando de colarse por las grietas de las puertas.

Aparte de la maldición, no podía creer que el segundo mayor problema del Infierno
fuera una puerta vieja y destartalada. Entrecerré los ojos hacia Ira. Tenía la sospecha
creciente de que no había revelado la peor parte.
—¿Y?
—Criaturas que no tienen ganas de enfrentar pruebas en los Portales de los Mil
Miedos se han colado. Las puertas continúan debilitándose, a pesar de nuestros mejores
esfuerzos. Es solo cuestión de tiempo antes de que se rompan por completo. Hemos
intentado mantenerlos alejados, pero algunas cosas ya han llegado a este mundo.

—¿Cómo cuáles?

—Algunos demonios menores.


—¿La Viperidae?

—No es probable. Son invocadas.

No era exactamente reconfortante. Los demonios estaban comenzando a invadir


nuestro mundo. Y tenía la terrible sensación de que empeoraría mucho antes de mejorar.

—¿Algo que de lo que debamos preocuparnos en particular entonces?

—Tú deberías preocuparte por el demonio Aper, para empezar.

—¿El… qué?
—Demonios Aper. Cabeza de jabalí, colmillos de elefante. Cuerpos de reptiles enormes,
pezuñas hendidas. Estúpidos como un buey, pero tienen un cariño particular por la sangre de
bruja. Mil dientes diminutos en filas dobles los hacen muy hábiles para drenar rápidamente un
cuerpo.

La creciente sonrisa de Ira fue positivamente malvada mientras miraba por encima
de mi hombro. Un soplido húmedo cerca de la base de mi cuello me hizo sudar
instantáneamente. Un casco chocó contra los adoquines, seguido de otro. El suelo vibró
debajo de lo que fuera que había dado esos dos pasos gigantescos. Una sombra cayó sobre
la mesa. Dulce diosa de arriba, no quería darme la vuelta definitivamente.

—Hagas lo que hagas, bruja, no corras.


Treinta y uno
No hay mayor amenaza para una bruja que un demonio que anhela su sangre.
Una vez que su sed ha sido provocada, perseguirá sin descanso la causa de su adicción,
deteniéndose solo cuando la fuente se haya secado. Para protegerse contra esta
energía oscura, coloque una bolsita de milenrama seca dentro de su ropa durante cada
luna nueva.

—Notas del grimorio di Carlo

La advertencia de Ira llegó un segundo demasiado tarde. Cuando no estuviera concentrada


en correr por mi vida, más tarde me preguntaría si fue intencional de su parte. Subí mis faldas y
me sumergí en las calles de color del crepúsculo, el sonido de persecución sonando a mi
alrededor.

Corrí de un callejón estrecho hacia el siguiente, saltando sobre cestas de productos


secos. No miré atrás por miedo a perder impulso. No había forma de que terminara sin
sangre porque la curiosidad se apoderara de mí. Mientras esquivaba puertas cerradas y
pasaba por debajo de las cuerdas de la ropa sucia, el ruido de pasos hendidos detrás de mí
nunca vaciló ni disminuyó.

No solo estaba aterrorizada por mí misma, estaba preocupada por cualquier


humano desprevenido lo suficientemente desafortunado como para estar en mi camino
mientras guiaba a un demonio hambriento a través del estrecho barrio. Casi tropecé
cuando la realidad se estrelló contra mí. Un demonio me perseguía por las calles de mi
ciudad. De alguna manera había traspasado las puertas del Infierno. Y, si esto era solo el
comienzo... no podía terminar el pensamiento.

Golpeé un barril vacío y lo arrojé en el camino de la bestia. Mi atacante del


inframundo se detuvo durante un segundo antes de que la madera se rompiera. Nada
bueno. Mi sangre de bruja me daba un poco más de fuerza que la de un humano, pero la
criatura atravesó el barril como papel.
Mi pie quedó atrapado en un adoquín, y no pude evitar que la curiosidad mórbida se
apoderara de mí cuando me encontré contra un edificio y eché un vistazo por encima del
hombro. Estaba lista para congelarme de un horror implacable mientras la Muerte me
acorralaba, con sus fauces abiertas de par en par, listo para devorarme con huesos y todo, pero
no había nada allí. Miré a mi alrededor con cautela. Ningún demonio acechaba detrás de la ropa
ondeante. Ningún resoplido de una nariz mojada rompió el silencio. El completo y absoluto
silencio antinatural.

Sangre y huesos.
Escalofríos surgieron de la nada. Como la primera noche que escuché la voz incorpórea
de un demonio Umbra, todos los sonidos de la vida se desvanecieron a mi alrededor. No estaba
sola, simplemente no podía ver venir ningún peligro. Pero lo sentí acercándose, una mano con
punta de garra extendiéndose en la oscuridad. Los demonios debían tener la capacidad de
disfrazarse con algún tipo de glamour. Lo cual era simplemente perfecto.

Me volví y corrí tan rápido como pude, y reboté contra un cuerpo que estaba helado al
tacto. Me caí y caminé como un cangrejo hacia atrás, arrastrando lentamente mi mirada hacia
mi destrucción. Al parecer, me había equivocado con el glamour. No se había estado
escondiendo en absoluto, simplemente se movía demasiado rápido para que yo lo viera. No se
estaba moviendo ahora. El demonio Aper era todo lo que Ira describió y peor. Su enorme
cabeza se parecía a un jabalí casi a la perfección, excepto por sus brillantes ojos rojos.
Hendiduras de color negro talladas en medio de los iris, me recorda ban a un gato salido del
Infierno.

Cerré los ojos con fuerza. Conté hasta diez, luego los volví a abrir. El demonio estaba
realmente allí, y era incluso peor que la primera vez que lo miré.

Diosa santa.

Gruesas gotas de baba negra goteaban por su hocico mientras sus dientes
chasqueaban con anticipación. Su aliento olía a pantano fétido en un caluroso día de
verano. Me incorporé con piernas temblorosas y lentamente me alejé poco a poco de esos
feroces y chasqueantes instrumentos de la muerte. El demonio me siguió.
Cada instinto me había gritado que huyera, pero me negué a romper el contacto visual
con él. Tenía la sensación de que, si le daba la espalda, saltaría. Sin importar lo que tuviera que
hacer para sobrevivir, viviría para volver a ver a mi familia. El demonio se movió rápidamente
cuando fui a girar a la izquierda, así que me moví en la dirección opuesta.

Mantuvimos ese mismo baile lento hasta que quedamos atrapados en un callejón sin
salida. A mi derecha había una puerta de acero grueso con una huella que sostenía un tallo
de algo pintado sobre el metal. El demonio Aper se paró ante ella, inhalando el aire. La sed
de sangre brillaba en sus extraños ojos rojos.
Finalmente, recordando la tiza bendecida por la luna en mi bolsillo, lentamente me
agaché. Un segundo estaba de pie, al siguiente estaba en el suelo con dientes crujiendo en mi
cuello. El dolor me atravesó, pero fue eclipsado por una amenaza más inmediata. Miles de
dientes estaban listos para sorber mi sangre. Aliento caliente me tocó la piel, y siguió un gemido
bajo del demonio. El pánico se apoderó de mí. No moriría así. No podía.

Luché salvajemente, pero el demonio era demasiado fuerte. Se echó hacia atrás, listo
para hundir los dientes y luego... lodo gris explotó de la bestia.
Una cuchilla atravesó el lugar donde solía estar el corazón del demonio, y las sombras se
retorcieron como serpientes de la herida. Me encogí, viendo cómo la daga atraía las sombras y
parecía absorber la fuerza vital del demonio. La punta se detuvo justo antes de perforar mi
pecho. Contuve la respiración, esperando que la Muerte desafiara a quienquiera que hubiera
robado su premio y me reclamara de todos modos.

Miré hacia arriba, no al rostro de la Muerte, sino al del demonio de la guerra.


Ira jaló al gigante muerto y tiró su cadáver a un lado. Envainó su daga asesina de
demonios y luego se arrodilló. Su expresión era tan dura como su tono. Lo cual era útil,
necesitaba algo en lo que concentrarme además del terror abrumador que me recorría.

—Lección número uno: cuando luches contra un demonio, siempre ten un arma
lista. Ya sea tiza de hechizo o un encantamiento defensivo. Si no tienes magia defensiva,
ahora es el momento de familiarizarte con esa parte de tu linaje. Los demonios son
depredadores excelsos. Son más rápidos y fuertes que tú. Su único propósito es matar y son
muy buenos en eso.
Me apoyé contra el edificio, jadeando, esperando que pasara el temblor. Si Ira no
hubiera llegado a mí cuando lo hizo, mi familia habría enterrado a otra hija. Bueno, si hubiera
quedado algo de mí para enterrar. Las lágrimas pincharon mis ojos. Me habían obligado a
participar en un juego del que no sabía nada y estaba perdiendo. Severamente.

—¿Puedes ponerte de pie?

Apenas podía respirar. Pero eso ya no tenía nada que ver con el terror, ahora estaba
lista para atacar. Y tenía la vista puesta en el príncipe demonio que se cernía sobre mí.
Maniobré hasta quedar sentada y aparté la mano que me ofrecía.

—¿Qué, eres mi maestro ahora?

—Por sí sola surgió la oportunidad de convertir esto en un ejercicio de aprendizaje.


Las lecciones nunca fueron parte de nuestro trato, así que de nada.

Lo miré, sin palabras ante el destello de preocupación que fue demasiado lento para
esconder. Realmente había estado preocupado por mí. Estaba tan sorprendida que olvidé
devolverle el golpe.

Esperé otro minuto antes de ponerme de pie. La mirada de Ira viajó sobre mí por
segunda vez.

Eché un vistazo a los globos grises gelatinosos que supuse que solían ser entrañas
del demonio. Ahora yo olía a pantano fétido. Fantastico. Nunca pensé que añoraría los días
en que el olor a ajo y cebolla eran mis mayores preocupaciones.

—¿Reconoces ese símbolo? —Señaló con la cabeza hacia la puerta con la huella de la
pata.

—Yo... —Traté de limpiar el lodo demoníaco de mi vestido—. Necesito un minuto.

—Por lo que vale, no habría dejado que el demonio te matara. Quizás un pequeño
mordisco.

—Confortante como siempre.


Me acerqué a su lado y miré la puerta. Estaba aterrorizada por el ataque del demonio
Aper, enojada con Ira por la lección improvisada, y ahora el miedo se instaló en mis
pensamientos una vez más. No tenía ni idea de cuál de sus hermanos usaría una huella y no
estaba ansiosa por averiguarlo.

—¿Es esta huella el símbolo de la Casa de la Envidia? —pregunté. Ira negó con la
cabeza—. ¿Alguno de tus hermanos necesita un tallo de trigo para sus invocaciones?

—Creo que en realidad es un tallo de hinojo.

Negué con la cabeza. No quería saber cómo lo había deducido del tosco símbolo de la
puerta. Pero hizo que las piezas del rompecabezas se juntaran en mi mente. Recientemente
había visto ese símbolo antes, pero no recordaba cuándo ni dónde. Posiblemente en algún
lugar de la ciudad mientras estábamos vagando por las calles. ¿O tal vez en el diario de
Vittoria? Había habido muchos bocetos y símbolos extraños en los márgenes. Apenas había
dormido y los últimos días habían pasado factura a mi memoria. Una vez que nos fuéramos
de aquí, iría directamente a casa y tomaría el diario.

Ira me lanzó una mirada de soslayo.


—¿Quieres ver lo que hay dentro?

Definitivamente no lo hacía. No podía escapar de una lenta y creciente sensación de


pavor. Tal vez era simplemente una coincidencia que termináramos aquí, o tal vez era parte de
un plan más grande y siniestro. De cualquier manera, me sentí a como si estuviéramos a punto
de entrar en la guarida de un león, y estaba tan emocionada como un cervatillo siendo llevado
conscientemente al matadero. Tragué saliva.

—Sí.

Ira negó con la cabeza antes de abrir la puerta con el hombro.

—Mentirosa.
Treinta y dos
Entramos en una habitación grande que estaba llena de cajas y trampas para pescar.
Cuerdas colgaban de clavos oxidados en la pared. Los suelos de madera crujían con cada
uno de nuestros pasos. Normalmente no era propensa a sentirme incómoda sobre los
edificios, pero había algo inquietante en el espacio. Un leve y extraño zumbido me puso los
nervios de punta. Las motas de polvo se arremolinaban a la luz de la luna.

Esperaba que nosotros hubiéramos causado el alboroto y que algunos demonios no


estuvieran al acecho. Realmente no quería enfrentarme a más criaturas como el demonio
muerto afuera. Ira fastidiosamente no se veía afectado. Caminaba por la habitación con la
comodidad de saber que era el depredador más letal. Inspeccionó el equipamiento de pesca
y pateó un ancla oxidada que había sido desechada cerca de una salida trasera.

—Parece que esta ubicación no se ha utilizado en algún tiempo —dijo.


—¿Crees que fue solo una coincidencia que el demonio Aper me guiara aquí?

Levantó un hombro.
—¿Algo que te parezca familiar?

—Yo…
Escaneé el espacio. Redes de pesca, cuerdas, varios anzuelos de formas extrañas
clavados en la pared del fondo y trampas de alambre. Todo parecía normal. Excepto por esa
sensación que no podía nombrar. Se sentía familiar de alguna manera. Caminé lentamente
alrededor del perímetro, deteniéndome en cada pieza de equipo de pesca. Tenía que haber
alguna razón por la que terminamos aquí. Y estaba tan cerca de averiguarlo...

Tomé un gancho oxidado y lo dejé caer contra la pared. Era perfectamente normal.
Solté un suspiro. No quería perder el tiempo tocando cada anzuelo viejo. Especialmente
cuando tenía posiblemente una pista mucho mejor esperándome en casa con el diario de
Vittoria. Aun así... no podía calmar el tirón insistente en mi centro. Hice otro barrido de la
habitación, pero nada destacaba. Parecía que el ataque del demonio Aper y este edificio vacío
no estaban relacionados.

—¿Bien? —preguntó Ira—. ¿Reconoces algo?

Nada más que el símbolo que estaba casi segura que mi hermana había dibujado en
su diario. Sacudí la cabeza, queriendo apresurarme a mi casa para recuperarlo.
—No.

—Muy bien. Vamos a casa.


No señalé que su palacio en ruinas y robado no era mi hogar y nunca lo sería.

—Tengo que ir a recoger mis cosas —dije—. Te veré allí pronto. Deberías
deshacerte del demonio de afuera.

Antes de que pudiera discutir, salí por la puerta y me dirigí a mi casa.

****

Me dejé caer contra el marco de la puerta de mi dormitorio y contemplé la


carnicería. Las tablas del suelo estaban levantadas y rotas. Astillas de madera cubrían la
pequeña alfombra de nudos que Nonna nos hizo a Vittoria y a mí cuando éramos pequeñas.
Las plumas flotaban en la brisa que entraba por la ventana rota. Alguien había sacado
mucha agresión en mi colchón.
O algo. Ira dijo que los príncipes del Infierno tenían que ser invitados a la casa de un
mortal, pero, como descubrí recientemente, esa regla no se aplicaba a todos los demonios. Las
criaturas del Infierno de las castas inferiores parecían hacer lo que quisieran. El Umbra se
deslizó más allá de nuestros encantamientos de protección y no se le había enviado ninguna
invitación formal. Ira también mencionó que la magia no funcionaba en ellos de la misma
manera que lo hacía en los seres corpóreos, por lo que probablemente era más un problema
con eso que con nuestros encantamientos de protección.

Lo que todavía no era reconfortante.


Sin siquiera entrar por completo en la habitación, supe que el diario de mi hermana
había desaparecido hacía mucho, llevándose consigo muchos secretos. Un demonio Umbra era
el probable autor de este robo. Y eso llevaba a Avaricia de nuevo al principio de mi lista de
sospechosos. Él era el único príncipe del Infierno del que sabía hasta ahora que los usaba para
cumplir sus órdenes.

Me pregunté acerca de esas noches en las que pensé que había sentido a alguien
mirando mientras me dormía. Era inquietante e invasivo, hacer que los momentos privados se
convirtieran en un espectáculo para miradas indiscretas. Todas las veces que me vestí o me
derrumbé de dolor. Emociones crudas y desenfrenadas porque pensaba que había estado sola.
Miré por la ventana, preguntándome si había alguien ahí afuera ahora, viendo cómo se
desarrollaba este último horror.

Froté mis manos sobre mis brazos, tratando de sacudirme los escalofríos repentinos. Si
mi habitación no estuviera en el segundo piso, y si no hubiera viajado por el resto de la casa para
llegar aquí, pensaría que todo el lugar había sido saqueado. Aparte de mi dormitorio destrozado,
el resto de nuestra casa estaba intacta. Y también los miembros de mi familia. De alguna
manera, Nonna no debió haber escuchado nada inusual, porque estaba durmiendo
tranquilamente en su dormitorio en el nivel inferior. Todos los demás estaban en Mar & Vid
hasta que terminaran el servicio de cena. Gracias a la diosa.

Solo para tranquilizarme, me abrí paso entre los escombros y miré hacia el antiguo
escondite de Vittoria. Las páginas del grimorio que había guardado allí después de invocar a Ira
estaban hechos trizas. Sus perfumes estrellados. Faltaban las notas de amor, junto con su
diario.

Una lágrima cayó al suelo. Seguida de otra. Yo también sentí que me estaba cayendo.
Deslizándome entre grietas y perdiéndome en el dolor de nuevo. Ver las cosas de Vittoria
destrozadas y rotas... era demasiado.

Crucé los restos de lo que solía ser nuestro refugio seguro y me derrumbé sobre lo
que quedaba de mi cama. Se hundió con mi peso, asentándose torcida y mal. Como todo lo
demás en mi mundo.
Un sollozo se soltó. Cuanto más trataba de combatirlos, más incontrolables se volvían
mis sollozos. Qué tonto pensar que no tenía nada que perder. Los demonios llegaron y
demostraron que estaba equivocada. Incluso si volviera a colocar en orden nuestra habitación,
nunca volvería a ser la misma.

Las pertenencias de mi hermana y todo lo que amaba habían sido destruidos.

Vittoria finalmente había sido borrada de mi mundo. Y ahora no estaba segura de


saber cómo continuar. Me acosté de lado, puse mis rodillas hasta la barbilla y lloré. No me
importaba si había un demonio incorpóreo mirando. No me importaba si había un cazador
de brujas, un príncipe del Infierno o un monstruo humano sádico deleitándose con mi
dolor. Perdí algo que nunca recuperaría y lloraba su pérdida.
Si el demonio Aper era solo una pequeña muestra de lo que estaba por venir, mi ciudad
pasaría muchas noches llorando por los seres queridos robados. Me sentí a tan impotente. Tan
perdida y sola. ¿Cómo podía detener a seres tan poderosos? Toda la situación parecía
imposiblemente desesperada. Me había estado engañando a mí misma pensando que tenía la
oportunidad de resolver los asesinatos y salvar otras vidas. Quería ayudar, pero no era
suficiente. Jadeé e hipé hasta que no me quedó nada. Odiaba lo alterado que se había vuelto
este mundo.

Me tomó un poco más de tiempo, pero finalmente me sequé las lágrimas. Los
demonios le robaron la vida a mi hermana y seguirían tomando y quitando hasta que
fueran detenidos. Entonces, ¿qué si no tenía todas las respuestas? Haría todo lo que pudiera
para evitar que se abrieran las puertas del Infierno. Ya había tenido suficiente.
Me levanté, me aferré a mi ira y fui a tomar mi bolígrafo y mi bote de tinta. Le escribí
una nota rápida a mi familia, diciéndoles que los amaba y les prometí a que estaría bien, pero
que ya no podía quedarme aquí. Prometía mantenerlos a salvo, sin importar qué.

Nadie más a quien amara me sería arrebatado.

Usaría la magia más oscura para asegurarme de ello.

****
—¿Cómo estás? —le pregunté a Claudia. Su rostro estaba manchado y sus ojos
hinchados.
—Por favor entra. —Abrió la puerta de su casa y entré. Las cortinas estaban todas
bien cerradas. Velas negras relucientes ardían y parpadeaban en casi todas las superficies,
emitiendo un aroma a pimienta. Un altar lleno de huesos de animales y racimos de hierbas
secas adornaba la parte superior de un pequeño cofre en la sala de estar. Un espejo yacía
contra la pared detrás de él, reflejándome la macabra escena. Casi había olvidado que la
pobre Valentina había sido asesinada.
Se sentía como hacía un año, no solo un día.

—¿Estás bien?

—No estoy segura. Siento una extraña mezcla de emociones. —La voz de Claudia era
tranquila. Nos hizo un gesto para que nos sentáramos en un sofá raído ante el altar del
duelo—. Al principio sentí que alguien también me había arrancado el corazón. Entonces
me sentí entumecida. Y ahora… —Sollozó, sacudió la cabeza. No me miró a los ojos.

—Ahora quieres venganza.

Levantó la vista bruscamente y se secó la nariz.


—¿Eso está mal?

—No. Solía pensar que sí, pero ya no. —Giré sobre el cojín y apreté sus manos—.
¿Tienes un hechizo para hacer una protección que sea lo suficientemente poderosa como
para matar a un demonio si intenta cruzarlo?
Claudia me apretó con más fuerza y apretó la mandíbula.
—Eso creo.

—¿Incluso uno invisible?

—Sí.

—Bien —dije—. Quiero que coloques una protección alrededor de tu casa de


inmediato, y la mía si puedes, también. ¿Necesitas sangre para el hechizo? —Bajó la mirada
de nuevo y asintió. Me lo imaginé. La magia oscura exigía un pago. Solté sus manos y
remangué una de las mangas transparentes de mi blusa—. Solo necesitaré un cuchillo, dos
viales, un poco de aceite de lavanda y un vendaje.

—Emilia, no puedes...

—Puedo —dije con firmeza—. Quiero ayudar en todo lo que pueda.

—Muy bien. —Mi amiga se puso de pie. Su tristeza había sido reemplazada por algo
más agudo, más enojado. Algo que ahora también reconocí en mí—. Voy a buscar el
cuchillo.
Treinta y tres
Ira no pronunció una palabra cuando irrumpí en su palacio robado y subí las
escaleras. Me imaginé que percibía mis furiosas emociones y fue lo suficientemente cortés
como para darme un amplio margen.

Observó en silencio, con una molesta ceja levantada, mientras yo tiraba del vendaje
de mi brazo y desaparecía de la vista. En el tercer piso, al final de un elegante pasillo,
encontré una habitación que era cinco veces más grande que la habitación que había
compartido con Vittoria.

Probablemente debería haberla odiado por ser tan hermosa, pero no pude.

Tenía paredes de color azul hielo con un tapiz del color del sol y una cama con dosel,
justo en el medio, que podía cruzar rodando al menos tres veces y no caerme. Un cuarto de
baño de azulejos con una bañera hundida y un espejo del largo del piso estaba junto, e
incluso con algunas grietas y astillas, decidí que definitivamente funcionaba.

Aunque, dada la novedad de la cama y el tapiz, tal vez no había sido la primera
persona en pensar que me gustaría esta habitación. Quería estar molesta porque Ira acertó,
pero estaba exhausta y no tenía la capacidad de sentir mucho de nada. Había sido un día
largo y terrible.

Desempaqué mi propia manta, la tiré sobre el colchón y la alisé. A continuación, tiré


la almohada y, aunque no era mucho, me sentí un poco más como en casa. Especialmente
porque en casa no se sentía como en casa después de que mi habitación fuera invadida y
destruida. Antes de empezar a llorar de nuevo, entré en el cuarto de baño y abrí el grifo.

Después de restregarme la cara y cepillarme el cabello, decidí que mi siguiente


orden del día era una siesta. Entré en mi habitación y me detuve. Ira estaba tendido sobre
mi cama robada, con un brazo sobre su torso y el otro doblado detrás de su oscura cabeza.

Su posición era forzosamente casual, pero la agudeza de su mirada delataba su


tensión. Estaba vestido de negro de nuevo y parecía el tipo de hombre que lo usaría de la
cabeza a los pies. Me pregunté a quién planeaba vencer esta noche, dadas las razones por
las que le gustaba tanto el color.

—¿Estás bien?

Me crucé de brazos y le di una mirada plana.

—No.

Entrecerró los ojos, su atención fija en mi vendaje.

—¿Qué pasó?
Levanté un hombro. No estaba de humor para responder a sus preguntas. Pero
quería que respondiera algunas de las mías.

—Tanto Avaricia como Envidia quieren el Cuerno de Hades. Tú también debes


quererlo. ¿Por qué no me quitas esta mitad?

Ira no mordió el anzuelo, pero su expresión se endureció junto con su tono.

—¿Por qué no haces la pregunta que realmente te interesa saber?

—El diario de mi hermana fue robado. Alguien destrozó nuestra habitación y


destruyó sus cosas.

—¿Y crees que tuve algo que ver con eso? —Sus ojos me evaluaron—. No es solo un
diario, ¿verdad?

—No. —Dejé escapar un suspiro de frustración—. Le colocó un hechizo de bloqueo,


usando magia demoníaca. Me las arreglé para romperlo, pero no me dio las respuestas que
estaba buscando.

Ira consideró en silencio la información que compartí. Era una ofrenda de paz por
insultarlo, y parecía que lo entendía.

—Te habría ayudado a romper el hechizo si me lo hubieras pedido.

Crucé la habitación y me dejé caer en la cama junto a él, ignorando la mirada


indignada que lanzó en mi dirección mientras rebotaba en su lugar. Estaba cansada hasta
los huesos y solo quería que el día terminara. Después de la revelación sobre el
debilitamiento de las puertas del Infierno, mi siguiente prioridad era encontrar mi amuleto.
Si tuviera todo el Cuerno de Hades, podría cerrar las puertas antes de que cualquier otro
demonio se liberara. Pero necesitaba dormir un poco para poder pensar con claridad.

—¿Tenemos algo planeado esta noche?

—Sí.

—¿Alguien más ha hecho un trato con Orgullo?

Asintió.

—Isabella Crisci.

—¿Cuándo nos vamos?

—Al anochecer.

Saqué la almohada de detrás de él, la metí debajo de mi cabeza y cerré los ojos.
Pasaron unos sólidos treinta segundos de bendito silencio antes de que me pinchara en las
costillas. Abrí un ojo.
—Haz eso de nuevo, y te daré una bofetada con un hechizo de contención.

—¿Qué estás haciendo?

—Preparándome para la guerra. Ahora vete.

Murmuró algo en voz baja que no entendí. Tampoco me importó. No había sido del
todo sarcástica. Necesitaba estar bien descansada y en forma para encontrar mi cornicello y
prepararme para cualquier otra pesadilla infernal que trajera la noche.

****

Cuando me desperté varias dichosas horas después, Ira se había ido. Gracias a las
estrellas. A veces, especialmente cuando estaba exhausta, tenía la tendencia a dar vueltas y
hablar mientras dormía. Vittoria solía burlarse de mí sin cesar, lo cual era bastante
vergonzoso, pero habría sido dolorosamente incómodo si hubiera sucedido frente al
príncipe demonio.

Me senté y una manta que había sido colocada cuidadosamente sobre mí cayó. La
miré, frunciendo el ceño. Estaba casi segura de que me había quedado dormido encima de
ella.

—¿Hola?

Examiné la habitación silenciosa y vacía. Ira no estaba al acecho. No es que esperaba


que lo estuviera. Me tomó un momento darme cuenta de por qué. Afuera estaba casi oscuro
y había dicho que teníamos que irnos al anochecer. Salté de la cama y corrí escaleras abajo,
gritando el nombre del demonio.

Todo estaba tan quieto como las catacumbas.

—Sangre y huesos. —El príncipe no-bueno me dejó para ir a hablar con la bruja por
su cuenta. Marché alrededor del palacio vacío, furiosa. Debería haberme despertado. Tenía
tanto derecho a estar allí cuando hablara con Isabella como él. Ira obviamente no quería
que la disuadiera de aceptar el trato del diablo. Tanto para ser compañeros. Estaba tan
enojada que podía gritar.

Después del día que había tenido, necesitaba sacar mi frustración. No podía
quedarme sentada esperando a que alguien más hiciera un movimiento. Especialmente
ahora que sentía manos invisibles hacer tictac, tictac, marcando el tiempo que quedaba
antes de que las puertas del Infierno se rompieran por completo. No podía desperdiciar
energía estando enojada. Tenía que salir y ver si podía encontrar mi cornicello. Regresé a
mi habitación y noté que un vestido había sido colocado sobre una silla en la esquina.

Lo levanté. Era negro medianoche con raíces doradas cosidas en el corpiño, similar a
la página del grimorio que había usado para invocar a Ira. También se entretejían pequeñas
serpientes en el diseño. Exquisito no se acercaba a describirlo.
—Testa di cazzo. —Sin embargo, solo un idiota pensaría que un vestido bonito
compensaba una promesa rota.

Me lo puse de todos modos. Se adaptaba a mis necesidades para esta noche.

Le susurré una oración a la diosa de la buena fortuna y esperaba que me bendijera


con un poco de suerte.

****

No sabía a dónde iba, pero me aferré sutilmente al cornicello de mi hermana y seguí


el susurro de un sentimiento. Había funcionado cuando necesité encontrar el antro de
juego de Avaricia, así que decidí pensar en mi amuleto y ver qué pasaba. No estaba segura
de lo que estaba sintiendo ahora, pero seguí el sentimiento a medida que se hacía más
fuerte.

Marché por calles empinadas aferradas a acantilados y finalmente me detuve para


mirar el mar. Barcos de pesca multicolores se balanceaban cerca de la costa.

Era pacífico, pero no tenía por qué detenerme para admirar el mundo fútil del que
ya no formaba parte. No es que alguna vez hubiera pertenecido realmente. Pero antes de
todo esto, al menos podía fingir.

Di unos pasos más allá del acantilado y el susurro que me llamaba se detuvo. Volví
sobre mi camino y regresó. Escaneé el área, viendo una hoguera que comenzaba a brillar
debajo de mí. Había algo aquí que la magia quería que encontrara. Un grupo de personas en
la sombra comenzaba a reunirse en una cala escondida en un espacio entre dos acantilados
imponentes, en su mayoría ocultos a la vista. Era una noche agradable para una fiesta junto
al mar. Envidié a la gente de allí por su ignorancia de todas las criaturas de la noche.

Sostuve el cornicello de Vittoria en mi puño y cerré los ojos con fuerza, ordenándole
en silencio que me llevara a mi propio amuleto. No había tiempo para fiestas ni
frivolidades. Levanté el pie para empezar de nuevo, pero algo no me dejaba ir.

Abrí los ojos y miré la fiesta. Si mi hermana estuviera viva, estaría allí con ellos,
bailando. Casi podía imaginarla allí ahora, balanceándose y riendo. Sus brazos levantados
para alabar la luna llena. Quería tanto que ella estuviera aquí que me picaban los ojos. Solté
su amuleto y respiré hondo. Vittoria me habría arrastrado hasta allí para bailar, beber y
vivir.

Y ahora estaba muerta y yo estaba parada aquí, sola.

Una magia poderosa y brillante llenó mis venas. Estaba más enojada de lo que había
estado en un tiempo. Y tal vez fue esa furia feroz lo que me hizo decidir olvidarme de
encontrar mi cornicello. Había otras doce familias de brujas viviendo en secreto en
Palermo. Cualquier número de ellas podría intentar evitar que los demonios invadieran
nuestro mundo. Y, sin embargo, nadie lo había hecho. Quizás sería más como mi gemela.
Bailaría, reiría y olvidaría que el mundo era un lugar solitario y aterrador durante unas
horas. Todavía habría pesadillas que pelear mañana y otras batallas que librar. Esta noche
quería fingir que las cosas eran normales.

Incluso si era una mentira. Todos los demás parecían contentos de vivir en un
mundo de fantasía. No podían culparme por querer experimentar eso también durante una
hora. ¿Y quién sabe? Tal vez si encontrara una manera de liberar algo de estrés podría
pensar con más claridad.

Tomada la decisión, seguí el camino estrecho y empinado hacia el agua y los sonidos
de alegría. Pasé los dedos por la hierba alta y bajé con cuidado las escaleras excavadas en el
acantilado.

A lo lejos, los pescadores soplaron en cuernos de concha. El mar susurraba, suave,


feroz. Las olas lamían la orilla. Las gaviotas graznaban. Los susurros me siguieron,
mofándose de mí, justo fuera del alcance del oído.

La diosa lanzó un grito de advertencia.

Atrapada en mis pensamientos, no había estado escuchando las señales. Una


abrumadora sensación de miedo se apoderó de mí cuando mis pies tocaron la arena, pero
para entonces ya era demasiado tarde.

Ya había llegado a la salvaje hoguera.


Treinta y cuatro
Los Rituales de la Hija de la Luna deben observarse durante cada luna llena.
Para liberar aquello que ya no te sirve, necesitarás una vela azul pálido, un cuenco de
agua, un bolígrafo, papel y un puñado de salvia para quemar.

—Notas del grimorio di Carlo

Comenzó inocentemente, como si Placer tomara forma humana y arrastrara un dedo


frío por mi columna vertebral, trazando pequeños círculos sobre mi piel enrojecida.
Levanté los brazos y me arqueé ante la sensación. Felicidad pura, radiante y absorbente me
llenó.

Si había estado enojada un momento antes, parada en lo alto de los acantilados, era
un recuerdo olvidado en el segundo en que caminé por la arena. Si había estado
preocupada por la invasión de demonios, ya no podía recordar por qué. Ahora todo lo que
conocía era felicidad.

Estaba tan preocupada por la felicidad que solo quería bailar; balancear mis caderas
y sentir otro cuerpo moviéndose al compás del mío. Rítmico, alegre, desenfrenado. Como si
mi deseo invocara a un compañero de baile, manos invisibles recorrieron mi corpiño,
bajaron por mis costados y me agarraron el trasero.

Jadeé. No le di una bofetada a mi audaz pareja. Me habían dado lo que quería en el


momento en que el pensamiento entró en mi mente. Y me gustó.

Música y risa sonaban por todos lados. El ritmo era vida. Tentador. Llamaba a mis
instintos de bruja más primarios. Me moví sin pensar, entregándome por completo a la
naturaleza y a mis sentidos. Me alejé de mi invisible compañero de baile y mis faldas y
cabello volaron alrededor.

El vestido de serpiente y raíz que me había puesto antes me recordaba a lo salvaje:


eché la cabeza hacia atrás y me empapé de los moribundos rayos del sol. Tal vez había
dejado mi cuerpo y era una nube. Se sentía tan bien ser libre, moverse y olvidar. Aquí, cerca
del fuego crepitante y la gente invisible que bailaba, no pensaba en asesinatos, maldiciones,
criaturas del inframundo y cuernos del diablo.

No pensaba en amuletos y diarios robados.

Bailando, aquí en la playa, solo conocía la paz, la alegría y el placer. No necesitaba


preocuparme por nada. Podría quedarme aquí, pasando de una buena sensación a la
siguiente, para siempre. Venía por mí. Mi rey. Mi maldición. No sé cómo lo supe, pero lo
hice.
Equilibro. Luz y oscuridad. El sol y la luna. El bien y el mal. Una serpiente
zigzagueando a través de un lecho de flores silvestres. Ofreciendo el sabor de la fruta más
prohibida. La balanza de la justicia se inclinaba; una elección colgando allí para que yo
decidiera. Para corregir un error, o condenarnos a todos.

Una vocecita gritó en advertencia, todo esto estaba terriblemente mal, pero fue
silenciada cuando la música y el movimiento me rodearon, me atravesaron. Los susurros se
hicieron más fuertes, más frenéticos. Los aparté a un lado.

Debí haberme quitado las sandalias, mis suelas se deslizaron sobre la arena tibia y
me invadió la sensación de ello. Todo se sentía tan bien. Tan intenso. Como si todos mis
receptores de placer se hubieran hechizado cien veces más de lo normal. No sabía que era
capaz de sentir tanto.

Moví los dedos de los pies, riendo mientras los granos de arena se deslizaban entre
ellos, haciéndome cosquillas y provocando. Alguien me entregó una copa de vino y bebí
profundamente. Tenía un sabor dulce, fuerte. Manzanas bañadas en miel y bendecidas por
las estrellas. Era una de las cosas más deliciosas que jamás había probado. A Vittoria le
hubiera encantado. Tragué más, tal vez para olvidar, tal vez porque lo quería.

Entonces mi copa desapareció y fui empujada a otro baile.

Quería quedarme aquí por la eternidad, perdida en estos buenos sentimientos. Y se


sentía como si lo hubiera hecho. Aquí no tenía que sentir dolor. No tenía que llorar. Aquí
simplemente podría vivir.

Pasaron minutos, tal vez horas o días; el tiempo no tenía sentido. Me moví y me
balanceé, cerré los ojos y escuché los encantadores sonidos del agua, los murmullos de
voces que pertenecían a personas que no podía ver. Esas manos invisibles de antes se
convirtieron en audaces exploradores, trazando mapas del territorio inexplorado que era
mi cuerpo. Se deslizaron hacia abajo, más abajo...

—Recuerda. —Me susurró una voz extraña—. Inferus sicut superus.

Tanto arriba como abajo. Había un recuerdo enterrado allí, bordeando el exterior de
mi mente.

Algo penetrante en mi brazo, frío y afilado, me sacó de mi trance. Mis ojos se


abrieron de golpe. El miedo me alcanzó de nuevo con zarcillos helados, pero tan rápido
como sucedió, desapareció. Reemplazado con mucho gusto. Éxtasis. Libertad completa y
total de todo pensamiento. Me gustaba allí, en lo profundo de un capullo de olvido.
Entonces lo vi.

Cortó a través de la playa abarrotada como una daga, su ira encendió la alegría
pacífica en llamas. Mi pareja de baile invisible desapareció, pero apenas me di cuenta. Había
una criatura mucho más interesante acechando más cerca. El más aterrador y salvaje.
Vagamente, sentí que debía correr en la otra dirección. Que él era una bestia carnívora y yo
un cordero, acercándonos cada vez más al peligro. En medio de un grupo de figuras
oscuras, ardía intensamente, la única forma que no estaba oculta.

Pensé en el fuego, en columnas de humo y llamas lamiendo el aire. Lo que me hizo


pensar en arrastrar mi lengua sobre él, ver si estaba tan caliente como la energía que
emanaba. Los tambores sonaban. Mi corazón latía con fuerza. Quería experimentar placer
en todos los niveles.

Quería un hechizo para embotellar este sentimiento y sorber de él siempre que lo


deseara.

La magia era vida y la vida se hacía haciendo el amor y sintiéndonos bien, y nuestros
cuerpos constantemente intentaban recordarnos que viviéramos. Había pasado las últimas
semanas consumida por la muerte y la destrucción; necesitaba equilibrio. Me lo merecía.
Tanto arriba como abajo.

Se detuvo ante mí con expresión cautelosa.

—Es hora de irse, bruja.

Difícilmente. Me di la vuelta, pero me agarró de la mano, haciéndome girar hacia


atrás hasta que choqué contra su cuerpo. El calor se derramó de él, me envolvió. Tuve la
extraña sensación de que debería odiarlo.

—Hola, demonio. Vamos a bailar.

—Tienes que salir de aquí. Inmediatamente.

—¿Por qué?

—Porque te estás arrancando la ropa y mirándome como si la mía fuera la siguiente.

Miré hacia abajo y me reí sorprendida. Estaba tratando de deshacer los tirantes de
mi corpiño, pero él frustró mis esfuerzos. Su mano tatuada cubrió la mía. Lo miré, mi frente
se arrugó.

—¿No quieres verme desnuda?

—Sí.

—¿Y?

—Si todavía quieres rasgarte la ropa cuando lleguemos a casa, podemos discutirlo
entonces.

Una ráfaga de hielo en mi brazo apagó las llamas del deseo. Luego regresaron con
ganas de vengarse. Dejé de intentar quitarme el vestido y me concentré en él. Busqué el
botón de sus pantalones y él retrocedió hábilmente. Era una criatura difícil. Puse mis
manos sobre su pecho y las arrastré hacia abajo. El poder vibró bajo mi toque. Me
respondió. Fue embriagador.

—Para ser la encarnación viviente del pecado, no eres muy pecador.

Lo acerqué. Los tambores sonaban. La pasión se agitaba. Cerró los ojos. Me acerqué
más y él no me detuvo esta vez. La música se volvió sensual. Me balanceé automáticamente
contra él. Quería que me balanceara en sus brazos y nos bailara por el cielo.

El terco demonio no se movió.

—¿Por qué no me tocas? —Pasé el pulgar por la costura de sus labios y él mordió
suavemente, manteniendo mi dedo en su lugar. Si lo pretendió como un disuasorio, no
estaba funcionando. Abrió los ojos y me llamó la atención la belleza de ellos—. ¿Es porque
soy una bruja?

Deslizó grandes manos por mis brazos. Me incliné, esperando a que aplastara sus
labios contra los míos. En los confines de mi mente, lo recordé diciendo que un día le
rogaría que me besara. Que lo amaría o lo odiaría, pero aun así lo anhelaría. No se había
equivocado. Lo odiaba... por negármelo. La anticipación se estaba acumulando hasta un
punto que era casi doloroso. Cuando finalmente arrastró sus manos a mis muñecas, en
lugar de acercarme más, me empujó suavemente hacia atrás, sosteniéndome con el brazo
extendido.

—Hay muchas razones. Una de ellas es porque estás bajo la influencia de mi


hermano. —Miró por encima de mi hombro, con expresión amenazadora—. Lujuria.

Intrigada, me volví lentamente. El deseo quemó hasta el último pensamiento


consciente que tuve. El Príncipe de la Lujuria era de piel dorada, cabello oscuro y tenía un
cuerpo que probablemente Miguel Ángel usó como inspiración para sus esculturas. No solo
lo deseaba a él, lo necesitaba. Anhelaba su atención tanto como anhelaba su toque.

—Hola, signorina di Carlo. Eres absolutamente deliciosa, ¿no es así?

Su voz era sobrenatural. Placer mezclado con dolor. Estaba embelesada y


aterrorizada. El hielo me pinchó el brazo. El mismo sentimiento insistente que seguía
atormentándome. Embotó mis emociones el tiempo suficiente para que comprendiera por
completo el horror de lo que estaba sucediendo. Lo que estaba haciendo.

Lujuria estaba usando su influencia sobre mí. Y era mucho peor que Envidia. Me hizo
sentir tan bien, tan feliz, que olvidé quién era. Lo que quería. Y lo que más odiaba. O tal vez
no olvidé por completo mi odio, pero ciertamente no me importaba. Las llamas
apasionadas arrasaron mi pensamiento consciente, y una vez más me atrapó la pura
necesidad animal. Tenía ganas de vivir, de divertirme, de...

El príncipe demonio me rodeó. Llevaba una chaqueta de traje plateada


desabotonada, sin camisa, y pantalones a juego que le colgaban tan bajo de las caderas que
podía morir. Un círculo de llamas se posaba sobre su cabeza. Sus ojos eran de carbón.
Penetrantes. En ellos vi una piscina infinita de deseo. Quería arrancarme la ropa y
sumergirme.

Comencé a moverme hacia él, pero alguien me agarró por la cintura. Dejé de intentar
escapar, centrándome en cambio en la calidez detrás de mí. El cuerpo sólido. El poder. Casi
había olvidado cuánto deseaba a él.

Lujuria debió haber sentido mis emociones cambiantes. Miró de mí a su hermano, su


expresión indescriptible. Empezó a hablar, pero me distrajeron demasiadas sensaciones. Su
voz, la cálida brisa, el aroma de Ira y la fricción de sus fuertes brazos mientras me sostenía
en mi lugar. Lujuria siguió hablando. Mi mente trató de concentrarse en sus palabras, no en
la forma de sus labios.

Se acercó a donde estábamos. Los brazos de Ira eran bandas de acero a mi


alrededor.

—¿Sabes lo que eso significa, bruja? —Fruncí las cejas. Su sonrisa estaba hecha de
hermosas pesadillas—. Ve, baila. Disfruta la fiesta. Esta es una ronda de práctica antes de la
Fiesta del Lobo.

Un olor familiar flotó hacia mí, llamándome. Lavanda y salvia blanca. ¡Vittoria! Ella
estaba aquí... si me iba a bailar, la encontraría...

Detente, susurró la misma voz en el fondo de mi cabeza. Era un truco. Vittoria estaba
muerta.

—No.

Mi negativa me sorprendió tanto como a Lujuria. Su expresión pasó del deseo a la


furia.

Chasqueó los dedos y su influencia sobre mí se desvaneció. Mis rodillas se doblaron.


Si Ira no me estuviera sosteniendo, me habría caído. Toda la felicidad y la dicha que había
sentido fueron arrancadas, dejándome vacía y temblando. El terror me atravesó. Lo que
había hecho... las cosas que había sentido. Quería arrancarme la piel. O tal vez quería clavar
mis uñas en él, la criatura que había violado mis emociones. Quien me hizo olvidar y desear
cosas que debería temer. El vino que había vuelto a aparecer de repente; me incliné,
vomitándolo todo. Ira no me soltó.

—¿Por qué estás aquí? —La voz de Ira era tranquila, baja. Un escalofrío se deslizó
por mi espalda.

—Para entregar un mensaje, querido hermano. Te necesitan en casa.


Inmediatamente. —Su mirada me atravesó—. No te preocupes. Cuidaré de tu amiguita.
Tengo mucho que contarle. Historias de demonios y brujas. Villanos y héroes. Maldiciones y
la venganza de un rey.

—No. —Mis dedos se clavaron en el antebrazo de Ira—. P-por favor.


No sé si fue por la forma en que mi voz se quebró, o si había estado esperando una
oportunidad por sus propias razones, pero un segundo Ira me tenía en sus brazos, y al
siguiente estaba detrás de él y su daga estaba enterrada profundamente en el pecho de
Lujuria. Huesos crujieron. Giró la daga hacia arriba, sangre oscura brotó de la herida.

—No vuelvas aquí de nuevo. Me iré a casa cuando esté listo. —Sacó la daga y se la
pasó por los pantalones. Y esperó—. Nos vemos en el Infierno, hermano.

No estaba segura de qué me preocupaba más: la fría indiferencia en el rostro de Ira


mientras veía morir a su hermano, o la brutal eficacia del ataque.

Sabía que era peligroso, pero verlo...

Lujuria tosió y miró su herida mortal. Y de repente se fue. Como en, desapareció por
completo de la vista, como si nunca hubiera estado aquí.

Me derrumbé en la playa, mirando el espacio que una vez ocupó el príncipe


demoníaco. Las lágrimas corrían por mi rostro. Vomité de nuevo e Ira miró impasible.
Después de que dejé de tener arcadas, se arrodilló a mi lado. No me atreví a mirarlo a los
ojos.

—¿Está muerto?

—No. Ser atravesado con una daga de una Casa solo corta los lazos con este reino.
Está de vuelta en el reino y no podrá usar sus poderes durante un tiempo.

Una pequeña bendición en medio de la maldición.

—Bien.

Ira me entregó un paño para limpiarme la cara. No sé de dónde lo sacó y no me


importó.

—Lujuria toma las emociones agradables que tienes y las infla. Es posible que
experimentes un vacío ahora. Imagínalo como un pozo: su influencia agota rápidamente el
suministro. Donde una vez fuiste dichosamente feliz, sentirás un fuerte contraste. Es un
infierno a su manera. Darle a alguien el máximo placer, solo para arrancárselo antes de que
lo comprenda por completo. Si se hace con bastante frecuencia, vuelve locos a los mortales.
Sin embargo, deberías estar bien pronto.

—Él no habría... —Apreté los puños a los lados—. Me hizo…

Ira negó con la cabeza.

—No.

—Pero sentí… había manos invisibles. —Tampoco olvidaba lo mucho que había
estado tratando de quitarme la ropa frente a Ira. O cuánto hubiera querido que me tocara.
—Manifestaciones de tu deseo. Ellos eran parte de ti, no nadie ni nada más.

Había poco consuelo en eso. Puede que Lujuria no me haya violado físicamente, pero
la manipulación emocional era igualmente mala. Había torcido la bondad hasta que quedó
envuelta en maldad. Ira tenía razón. Me sentía como si me hubiera estrellado, como si
hubiera estado volando, y el viento se detuvo abruptamente y me hundí en las heladas
profundidades del mar. Un vasto abismo de nada me tragó.

Quería acurrucarme en el suelo y dormir por la eternidad. No me importaba la


maldición. O la molesta sensación de que había aprendido algo importante. Ya no me
preocupaba el asesinato de mi hermana. O la venganza. Ya nada importaba.

Debí haber dicho esa última parte en voz alta.

Ira se acercó y me rozó el cuello con los nudillos manchados de sangre. El lugar
exacto en el que pensé que me había besado la noche en que me salvó de la Viperidae. Me
estremecí y dejó caer su mano.

—Valeas. —Sé fuerte—. Lo volverá a hacer pronto.


Treinta y cinco
“Pronto” se convirtió en una semana. Apenas notaba el paso del tiempo. Me quedaba
en la cama, bloqueaba la luz del sol y me negaba a bañarme. Tenía poca energía y menos
motivos para preocuparme. No visité a mi familia ni al restaurante. No busqué mi amuleto,
ni pensé en las puertas del Infierno. Apenas dormía. Cuando lo hacía, seguí escuchando una
voz extraña. Cuando despertaba, el mensaje urgente era olvidado.

No me preocupaba. No importaba.

El mundo se sentía como si se derrumbara a mi alrededor, y a veces jadeaba durante


lo que parecían horas, incapaz de respirar lo suficiente. La vida dolía. Todo el placer se
había ido. Todo lo que alguna vez tuvo significado fue olvidado durante mucho tiempo,
enterrado profundamente en un vacío que no podía atravesar. Mi hermana era un recuerdo
lejano. La venganza tenía sus raíces en la pasión y, por lo tanto, tampoco me quedaba nada
de ella.

Si Ira estaba enojado o molesto por mi incapacidad para sacudir los últimos
vestigios del poder de su hermano, no lo dejó ver. Al menos no de la forma que esperaba.

No siempre fue la niñera más amable o paciente. Pero nunca estaba lejos, siempre
merodeando cerca de mi habitación prestada en el palacio en ruinas. A veces, cuando
estaba en ese lugar brumoso entre el sueño y la vigilia, lo veía acampado en una silla junto a
mi cama. Su cabello y su ropa estaban revueltos. Una vez, pensé que me tomó de la mano.
Pero cuando me desperté de esa neblina casi impenetrable, él se había ido. Traía comida
tres veces al día y cuando me negaba a comer, se sentaba allí, con el ceño fruncido hasta
que lo hacía. Luchar contra él requería demasiada energía. Entonces comía.

A veces miraba las cuidadosas líneas de sus tatuajes. De cerca, la serpiente metálica
que comenzaba en su mano derecha y se acurrucaba alrededor de su hombro era una obra
maestra; cada escama brillaba. Era más que oro, había trozos de plata y carbón, sombras y
luz. La miraba sin comprender mientras él traía mi próxima comida. Me preguntaba si
nuestros tatuajes a juego evolucionarían con intrincados detalles con el tiempo. Dejó de
importarme.

Él ofreció más comida.

Globos de uvas rojas regordetas. Trozos de queso duro. Leche tibia endulzada con
miel y especias. Embutidos y otras cosas a las que dejé de prestar atención. Era un
poderoso cazador que traía a casa botines de guerra. Me preguntaba cuándo se rendiría y
me dejaría en paz.

—Cuando empieces a hacerlo por tu cuenta.


No pensé que había preguntado en voz alta. No me importaba si me leía la mente.
Aparté su puñado de uvas y rodé sobre mi costado. Y dejé que el mundo que me rodeaba se
desvaneciera.

En algún lugar, en la distancia, creí oír hablar a Ira. Me estaba contando una historia
sobre una bruja. Un día le habían arrancado el corazón, no físicamente, sino
emocionalmente. El vacío solo se llenó cuando salió a buscar venganza, e incluso entonces
su dolor nunca estuvo lejos. Luego, cuando estuvo cerca de descubrir un secreto olvidado
hace mucho tiempo, conoció a un príncipe terrible. Él se deleitaba en tomar el pequeño
placer al que ella se había aferrado, dejándola vacía y vulnerable.

Desconecté el sonido de la voz de Ira. No me gustaba esta historia. Sabía el final.

Vittoria se había ido. Había estado luchando contra el dolor por su pérdida con todo
lo que tenía, aferrando mi búsqueda de justicia como si fuera mi única atadura al mundo.

Ahora que mi voluntad de aferrarme a él se había ido, no quedaba nada.


****

Dos semanas fue donde terminó su paciencia, aparentemente. Una mañana o una
noche, había dejado de prestar atención, me sacaron de la cama y me arrojaron sin
ceremonias a un baño esperando, con ropa y todo. Me levanté del agua, me aparté los
mechones de pelo de la cara y miré al demonio. Él devolvió la mirada y una pequeña chispa
de ira finalmente se encendió.

—¿Has perdido completamente tu maldita...

Mi regaño murió cuando vi la peculiar escena que nos rodeaba.

Las velas colocadas en círculo en el suelo goteaban lágrimas cerosas, y sus llamas
ofrecían un suave resplandor contra el crepúsculo que entraba. No sabía si era el atardecer
o el amanecer. Las ventanas estaban abiertas de par en par, lo que permitió que el aire
fresco se deslizara por el baño. En algún momento, durante mi convalecencia, Ira había
colgado cortinas para las ventanas. Hermosos paneles de gasa ondeaban con el viento.

No se había detenido allí en su redecoración.

Una línea de arena rodeaba la bañera junto con docenas de fragantes flores de
naranja y plumeria. Mis flores favoritas. Mi mirada se disparó hacia él en acusación.

—¿Que es esto?

—Representaciones de cada elemento. —Asintió con la cabeza a los artículos en


cuestión—. Tierra, aire, fuego y agua. Supongo que no necesito dar más explicaciones.

No lo necesitaba. Sabía exactamente lo que significaba. Eran ofrendas para las diosas
para ayudar a guiar a una hija lunar de regreso de la oscuridad. Volví a mirar alrededor de
la cámara, mi pulso se tranquilizó. Agregar flores de naranjo y plumeria fue un poco
excesivo: la arena habría servido muy bien para la parte de tierra del ritual. Sin embargo,
no señalé eso. Estaba... sorprendida de que el demonio incluso supiera tanto de nuestras
costumbres. Me relajé contra el borde de la bañera y cerré los ojos, dejando que la magia de
los elementos se filtrara en mi alma. Una paz somnolienta se instaló profundamente dentro
de mí.

Escuché pasos que se alejaban y esperé hasta que casi se había ido.

—Gracias.

Debe haberme escuchado. No susurré y, incluso con las ventanas abiertas, no hubo
otros ruidos provenientes de las calles. Pero la única respuesta que ofreció fue el suave clic
de la puerta cerrándose detrás de él. Aspiré el agradable aroma de los azahares y me quedé
dormida. Más tarde, tomaría algunas y las tejería en mi cabello. Mientras me hundía más en
el agua, finalmente entendí por qué había traído las flores. No estaban destinadas al ritual.
eran para mí.

Su fragancia fue el primer bocado de verdadero placer que sentí después de que me
robaron el mío.
Treinta y seis
—Hay vencedores y víctimas. Decide quién quieres ser. O la elección se hará por ti,
bruja. Y dudo que te guste.

Eché mi cabeza hacia atrás y gemí.

—Es un juego de scopa, no una batalla entre la vida y la muerte. ¿Siempre eres así de
dramático?

Ira frunció el ceño desde detrás de sus cartas pintadas a mano.

—A menudo se aprenden lecciones valiosas de los juegos de estrategia. Solo los


tontos los desacreditan.

—Y sólo una criatura intratable del Infierno se pone así de serio con un simple juego
de cartas.

Cogí otro cannoli del plato que Ira había puesto en mi cama. Cuando salí del baño
envuelta en mi nueva bata de seda, él estaba esperando con el postre y las cartas.
Sutilmente observó cómo devoraba otro, parecía complacido de haber hecho un trabajo
aceptable al recordar el tipo de comida humana que amaba. Había asumido erróneamente
que más relajación era parte de su plan maestro para restaurarme a una salud y bienestar
óptimos.

No tenía idea de que estaríamos jugando a juegos de guerra. De repente anhelaba el


baño de nuevo.

La bendición elemental hizo maravillas en mis emociones. Estaba lista para salir y
resolver el misterio que rodea al asesinato de mi hermana. Y encontrar mi amuleto perdido.
Al menos en teoría. En realidad, estaba petrificada de encontrarme con otro príncipe del
Infierno. Cada uno que había conocido hasta ahora había sido peor que el anterior.

—¿Cuánto tiempo tarda un príncipe demonio en recuperarse a sí mismo después de


que son...

—¿Destripados?

—Pensé que apuntaste a su corazón, en realidad.

—Pinché un pulmón. Tal vez rompí algunas costillas. —Su tono estaba lleno de
decepción—. Me imagino que ya casi ha sanado. —Me miró—. No te molestará de nuevo.

—Cierto. Un príncipe del Infierno que se deleita en atormentar a otros quitando


toda felicidad y placer de repente desarrollará una conciencia, y nunca volverá a intentar
ese truco desagradable.
—Oh, definitivamente lo intentará de nuevo. Pero vas a detenerlo.

Tragué el último bocado de mi tercer cannoli, sintiéndome repentinamente


mareada.

—¿Hay algún hechizo o encantamiento que mitigue la influencia demoníaca? Los


irlandeses tallan cruces de madera de serbal y las usan para mantener alejadas a las hadas.
También deben tener objetos que ofrecen protección de ustedes.

Se quedó en silencio durante un incómodo y largo latido. Miré hacia arriba y luché
contra el impulso de estremecerme. Se estaba volviendo demasiado fácil olvidar lo que
realmente era. Luego, había destellos como este, que me hacían preocuparme sobre cuándo
podría ser él quien soltara su influencia sobre mí.

—Yo y los míos hacemos que los monstruos sean recelosos, bruja. No tengo miedo,
soy miedo. Ramitas, bayas y hierro aprisionan a los débiles. ¿Crees que soy débil? —Negué
con la cabeza e Ira enseñó los dientes en una sonrisa que era francamente petrificante—.
¿Tienes miedo?

Tragué saliva.

—No.

Me miró fijamente durante un minuto, pero no me reclamó la mentira.

—Mi mundo se rige en un principio simple: creo que soy poderoso, entonces lo soy. Si
estoy convencido de mis habilidades, otros reconocerán mi confianza. Los hará pausar,
aunque solo sea por un segundo, mientras reevalúan una amenaza potencial. Cualquier
ventaja que puedas darte te será de gran ayuda cuando trates con mis hermanos. Su lema
siempre será “conoce a tu enemigo”. Hazlo difícil. Entonces, para responder a tu pregunta,
no, no necesitas un hechizo, encantamiento o baratija de falsa protección. Necesitas confiar
en ti misma y en tu poder. O te torturarán y se burlarán de ti por la eternidad.

Una vez que mi corazón dejó de latir con fuerza, le lancé una mirada escéptica.

—¿Crees que puedo lograr todo eso jugando a las cartas?

—Sí.

Bien, digamos que tienes razón. ¿Cómo puede un juego de scopa prepararme para
luchar con éxito contra un príncipe del Infierno?

—La vida a menudo te da una mano que no elegiste. —Ira se recostó, la tensión en la
habitación se liberó con él. Estudió sus cartas con atención y luego colocó una sobre la
mesa. Un barrido. Maldije. Era la tercera vez consecutiva que hacía eso—. Lo que cuenta es
cómo terminas jugándola a tu favor.

Me burlé.
—Eso fue suerte, no estrategia.

—Ambas son necesarias. Pero se puede argumentar que la suerte mejora con una
estrategia bien pensada. —Miró hacia arriba—. Vives según las nociones arcaicas de la
magia de la luz y la oscuridad cuando el poder no es ni bueno ni malo. Es la intención lo que
realmente importa. Al no estudiar todo el poder, has cerrado las opciones. No perfeccionar
cada arma de tu arsenal es una mala estrategia de tu parte.

—A Nonna le encantaría ese consejo.

Su mirada se endureció.

—Si tu abuela está en contra de que aprendas a defenderte, empezaría a hacerle


preguntas. —Ira respiró para calmarse, su tono se volvió más agradable—. Si quieres
convertirte en un jugador real en este juego de asesinatos y engaños, empieza por estudiar
a tus oponentes. Conoce quiénes son, qué quieren y obsérvalos de cerca. Una vez que estés
familiarizada con sus hábitos, podrás detectar fácilmente las mentiras. —Un lado de su
boca se levantó cuando perdí otra mano y maldije al diablo—. Trabaja en tus emociones.
Estás gobernada por el fuego… y te enojas y te emocionas fácilmente. Cualidades que no
son malas en determinadas instancias, pero que son perjudiciales cuando te enfrentas a tu
enemigo. No les facilites el leerte. Ciertamente harán todo lo posible para frustrar tus
esfuerzos por descubrir su verdad.

—¿Alguna vez has considerado dar clases en el Infierno? Ciertamente te encanta dar
lecciones.

—Búrlate de mí todo lo que quieras. No niega el hecho de que tengo razón.

—Y tan humilde al respecto.

—El mundo y sus habitantes cambian constantemente, por lo tanto, los príncipes del
Infierno seguimos agudizando nuestras mentes y habilidades. Es la ausencia de arrogancia
lo que nos permite seguir siendo los más temidos. No creemos que lo sepamos todo,
creemos en la adaptación. Adopta esos mismos principios o terminarás extinguida.

—Creo que te encanta el sonido de tu propia voz. Quizás deberías dejarme


enseñarte cómo experimentar una gama más amplia de emociones.

—Un día, tal vez lo haga.

Dejó sus cartas a un lado y me estudió. No podía decir si el brillo oscuro en sus ojos
era el de un depredador dando vueltas alrededor de su presa, o el signo de un leve interés
por otros propósitos. O tal vez... tal vez me estaba admirando de esa manera en que alguien
lo hacía cuando te veía por primera vez bajo una luz diferente. Más extraño aún, no estaba
segura de cuál esperaba más.

Un destello de mis deseos en la playa cruzó por mi mente.


Mi pulso se aceleró mientras se inclinaba lentamente hacia adelante, su mirada fija
en la mía. Por un momento, pensé que iba a besarme. De repente se sentó hacia atrás. Solté
un suspiro.

—Cuando pisaste la playa por primera vez, imagino que sentiste la influencia
demoníaca. Ser consciente es la clave para combatirla. Nuestro poder radica en sentir tus
emociones, inflar aquellas en las que prosperamos. Una vez que te das cuenta de eso, tienes
el poder de cambiar tu enfoque y tus sentimientos a otra parte. En cualquier momento
podrías haberte alejado de la reunión de Lujuria. Solo necesitabas creer que podías.

—¿Estás sugiriendo que lo que hizo fue culpa mía?

Ira se puso de pie. No me había dado cuenta de lo bien que vestía, ni del cuidado que
había tenido al peinarse. Llevaba una chaqueta negra como la tinta con serpientes doradas
bordadas en las solapas, pantalones negros y botas que relucían por un reciente pulido.
Incluso algunos anillos brillaban en sus dedos. Ónix y oro, sus colores favoritos. Se veía…
bien. Se dio cuenta de a dónde había cambiado mi atención y un lado de su boca se curvó
hacia arriba.

—Estoy sugiriendo que tienes un poder sin explotar, Emilia. Cambia mis palabras,
cambia los significados todo lo que quieras. Eso es lo que hacen los mortales.

—No estoy retorciendo y no soy humana. Tus hermanos son sádicos.

—Los príncipes del Infierno no somos ni buenos ni malos. Simplemente somos.

—Si. Son simplemente monstruos maliciosos.

—Y, sin embargo, sigues diciendo “ellos” y no me incluyes en tu evaluación de mis


hermanos. —Ira negó con la cabeza—. ¿Por qué es eso?

—Yo... —Inhalé profundamente—. Porque hasta ahora, Avaricia, Envidia y Lujuria


han hecho cosas terribles. Tú no lo has hecho. Pero eso es probablemente solo por el
hechizo que usé sobre ti.

Ira ya no parecía divertido.

—Practica leer a las personas, especialmente cuando sus expresiones parecen frías o
remotas. Busca su boca apretada, sus ojos alejándose. Cualquier signo de dolor o mínima
señal de sus verdaderos sentimientos cuando estés haciendo preguntas incómodas.

—¿Algún otro consejo, oh tú, adaptable?

—Vives en un reino de libre albedrío, acepta eso y ya has derrotado a tus enemigos.
Siempre tienes el poder de elegir, incluso cuando esas opciones parecen limitadas. Nunca
olvides eso.

—¿Oh enserio? ¿Siempre? —Mi ira estalló—. ¿Mi hermana tuvo la opción de vivir o
morir? Porque estoy bastante segura de que alguien más decidió eso por ella.
—Hay peores destinos, bruja.

—¿Como cuál?

—Vivir en mi mundo. —Se volvió y se dirigió a la puerta—. Volveré en un rato. Si te


aburres, revisa la cómoda junto a tu cama. —Se detuvo en el pasillo y miró por encima del
hombro—. No sugiero salir del palacio esta noche.

—¿Por qué no? —grité tras él.

No se molestó en responder, ya se había ido. Me preguntaba por su ropa, por la


forma en que se había peinado. Parecía que quería causar una impresión.

Me levanté y caminé por la habitación, miré por la ventana y luego me dejé caer
sobre la cama. Me retorcí distraídamente un mechón de cabello, pensando en todo lo que
había dicho sobre los vencedores y las víctimas. Luego comencé a pensar en el libre
albedrío y las elecciones. Y luego comencé a enojarme de que estuviera siendo un hipócrita
al infringir en las mías.

Me senté durante veinte minutos, pensando por qué, si tenía libre albedrío, lo
escuchaba. Tenía cosas importantes que hacer y había perdido bastante tiempo. Me vestí
con un sencillo vestido gris oscuro sin mangas que debió haber adquirido recientemente y
entré a hurtadillas en la noche que caía rápidamente.
Treinta y siete
Las Velas de Oscuridad solo deben usarse en las circunstancias más extremas.
Enciende una vela azul marino o violeta oscuro, espolvorea un puñado de polvo de
nitrato de potasio alrededor de su base e invoca al mal desde los confines más lejanos
del norte y del sur.

—Notas del grimorio di Carlo

La luz de la luna se derramaba como sangre plateada por los tejados y goteaba por las
calles. Todavía era lo suficientemente temprano para que bastantes personas estuvieran
afuera. Algunos llevaban paquetes del mercado, otros se apresuraban, parecían cansados y
desgastados por un duro día de trabajo.
Gracias a la naturaleza recargable del baño elemental, ya no estaba cansada ni
agotada, pero las últimas semanas habían pasado factura. Cuando me pegué flores de
naranja en el cabello antes de irme, noté la agudeza de mi mirada y el brillo de sospecha
que no había estado presente antes. Seguía siendo la misma Emilia, solo que un poco más
cautelosa y nerviosa. Pensé en las últimas semanas de mi hermana y me pregunté cómo, si
se había encontrado con alguno de los príncipes del Infierno, nos lo había ocultado.

Quizás había estado nerviosa, temblorosa. Y tal vez por eso Nonna había estado
señalando todos los signos de las diosas. Sabía que se acercaba la tormenta. Yo estaba
demasiado concentrada en refutar afirmaciones fantásticas para darme cuenta.

Me apresuré por las calles, agradecida de no estar sola. No quería encontrarme con
ningún demonio, de la realeza o de otro tipo. Permanecer en el palacio protegido
mágicamente era sin duda prudente, pero no podía esconderme de mis muchos enemigos
para siempre. Quedarme allí tampoco me ayudaría a perfeccionar mis habilidades para ver
hablar a las personas y ver si mentían. Cada día que iba y venía podía traer un nuevo
asesinato de brujas. Cuando finalmente me liberé de lo último de mi desesperación
inducida por demonios, pensé en algo que se me había pasado por alto antes. Algo que
podría no significar nada, o podría unir todo. El monasterio.

No podía dejar de preguntarme por qué mi hermana había estado allí dos noches
seguidas. Después de que Vittoria hubiera sido rechazada para preparar los cuerpos de los
muertos, casi nunca puso un pie allí. Pensé en el círculo de invocación ubicado en la cámara
donde murió mi gemela. Si ella no lo configuró, eso significaba que alguien más lo hizo.
Alguien que podría ser responsable de invocar a Avaricia y Envidia. Tal vez podría
atraparlos en el acto de hacer otro círculo. No era mucho, pero era algo.

Gracias a la influencia demoníaca de Lujuria, había perdido las últimas dos semanas
y...
Claudia paseaba por el pequeño patio que separaba los dormitorios del monasterio.
Las lágrimas corrían por su rostro. Ella tiró de su cabello, murmurando. Sus faldas estaban
sucias y rasgadas, manchas oscuras y oxidadas salpicaban su corpiño. Corrí a su lado; ella
no pareció darse cuenta de mí. Era un desastre absoluto, lo cual no era sorprendente
considerando el asesinato de su prima hacía un par de semanas.

—¿Claudia? —La alcancé con cautela. Ella se negó a mirar hacia arriba—. ¿Estás
bien?

—Dijeron que no los usara. Que nunca los usara.

—¿Usar que?

—Huesos y espejos negros. Espejos negros y huesos. Montones de cuerpos y cenizas


de los caídos. Los huesos de los muertos, y los muertos son polvo porque he visto las alas
del cuervo batiendo contra la luna creciente. La luna es un colmillo que espera clavarnos
los dientes a todos. Devorando. Devorando sangre y huesos hasta convertirnos en polvo.

Cayó de rodillas, tratando sin éxito de levantar piedras de la calle. Sangre seca cubría
las almohadillas de sus uñas. Estaban agrietadas y destrozadas.

—Lo escucho. Me susurra y, a veces, es tan fuerte que apenas puedo pensar.

Miré hacia abajo, horrorizada al notar que el suelo estaba marcado con varias líneas
largas y delgadas como si lo hubiera estado arañando durante bastante tiempo.

—Claudia, por favor. —Me incliné para colocar mis manos sobre las de ella, pero ella
se giró y siseó como una criatura salvaje, sus ojos vacíos de reconocimiento. Me aparté—.
¿Qué pasó?

—Polvo. Polvo. Somos espejos en polvo. Somos cráneos sin carne, huesos sin
tuétano. Muerte. La muerte sería bienvenida. Ninguno es bienvenido. Y tú, —Su oscura
mirada se disparó hacia la mía—, arderás y arderás, y la luna se vengará, y el sol nos
tragará enteros y no quedará nada. Estrellas. Las estrellas están apagadas y están cayendo
como plumas arrancadas del poderoso cuervo porque él ansía su carne y ella desea
alimentarlo hasta que se harte, pero él nunca estará satisfecho. Él es pecado y se alegra por
ello.

Se usaban espejos negros para adivinar, y algunas personas también usaban huesos
de animales, aunque Nonna advertía contra el uso de elementos tocados por la muerte. Ella
argumentaba que el futuro solo debería ser visto por los vivos, que las cosas que se pudren
en las profundidades del suelo se habían descompuesto en otra cosa y se habían movido de
este reino, y por lo tanto ya no estaban preocupados por lo que vendría.

Hasta donde yo sabía, Claudia solo usaba un puñado de gemas o velas de hechizo.

Ella se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, susurrando. Sus palabras eran
apresuradas y mezcladas con un pánico frenético. Ya no hablaba exclusivamente en italiano
y yo no entendía ni la mitad de lo que decía. No pude evitar temer que estuviera repitiendo
mensajes de criaturas que no me gustaría conocer en persona. Traté de alcanzarla de
nuevo, no quería dejarla sola en esta pesadilla.

Luchó por escapar, pero la rodeé con los brazos y le aparté el cabello húmedo de la
frente.

—Shh. Shh. Las estrellas no caen. Todos estamos a salvo.

—A salvo. A salvo en cadenas, candados y espejos negros sin llaves. —Claudia se


meció en mis brazos—. Lo escucho, o a ellos. Es difícil de decir. Todos hablan a la vez: los
huesos de los muertos, el polvo de las estrellas y la luna devoradora con su sonrisa cruel. La
diosa que es y no es, es la venganza.

Una terrible sospecha se acumuló en mi estómago.

—¿Usaste huesos humanos?

—Dijo que lo sabría. Ellos me lo dirían. A los muertos no debería importarles. Los
muertos no tienen mente ni voluntad. Sin memoria. Nuestras mentes fueron hechas para
olvidar. Las cerraduras no encajan con las llaves. Solo usé los huesos porque me lo dijo. Se
suponía que las estrellas preciosas iluminarían el camino y me conducirían a ellos. Se
suponía que debía ayudar. No dejarán de gritar... ¡haz que dejen de gritar!

—¿Quién está gritando?

—¡Los condenados! Creen que se queman, pero hay peores destinos que el fuego y
las cenizas.

Era inquietantemente similar a lo que Ira había dicho antes.

Claudia echó la cabeza hacia atrás y gritó, poniendo mi cuerpo en piel de gallina. Se
encendieron las luces en los dormitorios del monasterio. La abracé con fuerza contra mí,
tratando de evitar que se agitara. Necesitaba estar quieta antes de que llegara la
hermandad.

—Todo está bien. Todo está bien. Respira.

—Espejos negros. Ojos ardientes. La muerte viene trayendo amistad. Inferus sicut
superus. El libro necesita sangre. La anhela. La sangre lo rompe. —Ella me empujó y se dio
la vuelta—. Esconde tu corazón. Escóndelo antes de... —Me dio unos golpecitos en el pecho
y sacudió la cabeza. Las lágrimas corrían por su rostro—. Demasiado tarde. Tomaron el
corazón y lo guardaron debajo de la roca y la tierra. Muerte. Huesos, polvo y gritos. Idos. El
cambio está aquí.

—¿Qué cambio viste?

—Angelus mortis. Viene y va, y es un ladrón astuto que robó las estrellas y se las
bebió hasta secarlas. Él te llevará. Ya te has ido. Al final, tú eliges. Pero él también ha sido
elegido. Lloraré. Estoy de luto. Como hojas en el viento. —Claudia arrancó del suelo lo que
sólo podía suponer que eran hojas imaginarias y las sopló de la palma de su mano—. El
ángel de la muerte te reclamó. Te cambió. Estás aquí, pero no allí, allí es donde estarás, tu
vida ha terminado. La misma pero diferente. Para la eternidad.

Sabía lo suficiente de adivinar como para saber que sus advertencias no eran
simplemente desvaríos o signos de locura. Me imaginaba que esto era similar a lo que le
sucedió a la vieja Sofia Santorini cuando sus visiones salieron mal hace dieciocho años.
Sonaba como si mi amiga estuviera atrapada entre reinos y realidades, escuchando cientos
de mensajes diferentes a la vez. No podía imaginarme lo aterrorizada que debía estar,
perdida en la prisión de su mente sin esperanza de escapar. Esperaba que esto no fuera el
resultado del hechizo en el que le había pedido que trabajara. Si era…

Suavemente tomé la mano de Claudia en la mía.

—Vamos a llevarte a Nonna.

—Todos están hablando a la vez. Es difícil de entender. Escuchar. La misma voz


habla sobre todas las demás, cruel, suave como la seda y dulce como la miel. Elige, dice.
Quería probar. Fue veneno. No estaba destinado a saberlo. Él está viniendo. No, no, no. Él
está aquí, ya no está allí, sino aquí. Camina entre nosotros, oculto en las sombras. Como la
muerte.

—Nonna sabrá qué hacer para ayudar. Debemos acudir a ella de inmediato.

Me clavó las uñas en los brazos con tanta fuerza que me hizo estremecer y susurró:

—Corre.
Treinta y ocho
—No debes demorarte; él te está buscando. —Por un momento, Claudia pareció
perfectamente lúcida. Entonces sus ojos se abrieron lo suficiente como para lucir el blanco,
y los gritos comenzaron de nuevo en serio. Fue horrible; escalofriante e implacable. Como
un animal atrapado en una trampa cuando un depredador se acerca.

Luché contra el impulso de taparme los oídos. O romper a llorar.

Tomé unas cuantas respiraciones rápidas y me recompuse; un hechizo de


encantamiento purificador era lo que necesitaba, al menos temporalmente. Pero esos
requerían cuarzo rosa, sal, agua y raíz de palomilla. Todos estaban en casa y no nos
ayudaban aquí.

La puerta de un dormitorio se abrió y algunos miembros de la hermandad salieron


corriendo. Levanté una mano para detenerlos y, de mala gana, se detuvieron a varios
metros de distancia. Me encogí internamente cuando vi al Hermano Carmine salir de la
parte de atrás del grupo. No lo había visto en años.

Resurgieron recuerdos de la infancia que habían estado enterrados durante mucho


tiempo. Cuando éramos más jóvenes, unos años después de que la vieja Sofia Santorini
usara magia oscura, él se paraba en una caja en el mercado, gritando sobre el diablo.
Necesitábamos irnos. Inmediatamente. Si veía a Claudia así, creería que estaba poseída.

El miedo convertía a los hombres en monstruos.

Antonio se separó del grupo, su expresión se llenó de horror reprimido cuanto más
se acercaba a donde estábamos sentadas juntas. Examinó el cabello desordenado de
Claudia, el vestido rasgado y las manchas de sangre.

—¿Fue atacada? ¿Qué pasó?

No podía decirle muy bien la verdad: que ella había estado jugando con fuerzas
místicas en los pasillos sagrados del monasterio, posiblemente había usado los huesos de
los muertos en un ritual de adivinación por razones que aún no había descubierto, y que
había pagado un precio elevado.

—Yo... no estoy segura.

Estaba lo suficientemente cerca de la verdad, al menos.

Claudia emitió un sonido agudo. Antonio se arrodilló a su lado. Ella se tambaleó


hacia adelante y agarró la pechera de su camisón.

—No debería haber mirado. Pero ella me dijo que lo hiciera. Necesitábamos saber.
Por Valentina. Las ratas entran y salen, y hay muchas entre nosotros. Ellas ayudaron.
Pequeñas alimañas extrañas, dejando caer secretos como excrementos. Ahora no se irá. Él
comenzó… su odio y maldad lo invitaron a entrar. Ella me dijo que teníamos que estar
seguras. Él es el elegido. Él es la muerte. No debería poder irse, esas son las reglas. Pero las
reglas están hechas para romperse. Como huesos. Le encanta romper huesos. Creo que lo
que busca es la médula.

—¿Quién? ¿Quién te dijo que miraras? —pregunté. Antonio arqueó las cejas y me
miró. Claramente pensó que yo podría estar sufriendo la misma aflicción si consideraba
algo de que Claudia dijo como verdad. No me importaba lo que pensara. Tenía la sospecha
creciente de que ya sabía a quién se refería basándose en la mención de Valentina, pero
quería más pruebas—. ¿Fue tu tía Carolina?

—Tejió historias como el azúcar, y eran aireadas y dulces hasta que se quemaron, y
ahora todos vamos a arder porque él está aquí y enojado, y las puertas... las puertas... dijo
para proteger las puertas. Pero ya no está encadenado a ellas, ¿verdad? El veneno era dulce,
todavía lo pruebo. Persistente. Permanece, permanece, clavándose en mi garganta,
asfixiándome. Él tiene secretos. Quiere devorar. Los vasos vacíos se llenaron de él. No, no.
Vaso vacío. ¿Cómo lo hizo? Un cáliz o un jarrón. Los recipientes se vacían hasta que estén
llenos. Tiene el libro. El corazón. Necesita el cuerpo para robar el alma.

Un destello de movimiento llamó mi atención. Miré hacia arriba. Varios miembros


más de la hermandad se habían unido a nosotros. Se pararon en silencio en un semicírculo,
bloqueándonos el acceso al monasterio. Algunos agarraban largos rosarios de madera en
puños de nudillos blancos. Otros parecían preparados para la violencia, su atención se
centraba en mi amiga. Claudia necesitaba ponerse a salvo antes de que intentaran
exorcizarle a un demonio que no existía.

—¿Qué locura es esta? —preguntó el Hermano Carmine, con expresión dura. Mi


corazón latía salvajemente—. ¿Está poseída por el mal?

—No, no. Está bien. —Antonio le indicó que se fuera—. Es solo demasiada bebida.

No creía que los miembros de la sagrada orden mintieran, pero me alegré de que él
lo hiciera. Antonio todavía estaba de nuestro lado, sin importar lo que pensaran sus
hermanos.

—¿La llevarás a mi casa? Creo que debe haber estado expuesta a... algo. Necesita
descanso y té. Dile a Nonna que debería darle algo de la raíz de palomilla que tiene.

Antonio se mordió el labio inferior, luciendo dudoso sobre la probabilidad de que


ese remedio popular funcionara, pero no discutió. Le ofreció la mano.

—¿Vienes conmigo, Claudia? Vamos a dar un paseo. Te ayudará a aclarar tu mente.


El aire fresco siempre lo hace.

Me miró preocupada y yo sonreí.


—Él tiene razón. Un paseo te hará sentir mejor. Y también un poco de té de hierbas y
descanso. ¿Estás lista para ir?

—Sí. Pero Domenico no lo está. —Claudia deslizó su mano en la de Antonio, luego se


encogió—. Dijo que no está listo y que no se moverá. El tiempo se le escapa como agua por
las manos. Pero aún espera. Espera y espera. Quiere que ella elija. Él sabe que ella lo hará.
Pronto. Entonces él también tomará su corazón. Y su alma. Quiere volver a matar. El premio
final.

—¿Domenico? —pregunté, volviéndome hacia Antonio cuando mi amiga se retiró a


su propio mundo fracturado—. ¿Estuvo aquí antes?

—Yo... creo que sí, pero no puedo recordarlo con certeza. Está aquí la mayoría de los
días. No crees que... —Él deslizó su atención hacia Claudia, que había comenzado a
murmurar en esa extraña lengua de nuevo. La preocupación llenó su expresión—. No crees
que él la lastimó, ¿verdad?

—Esta oscuro. Oscuro y mohoso, y la muerte acecha. Consiguió una probada y


anhela más. —Claudia parpadeó rápidamente, de repente parecía más ella misma—. ¿Sigue
aquí?

—No —dijo Antonio—, Domenico se ha ido.

—Pero no te preocupes. —La ayudé a ponerse de pie—. Lo encontraré. —Me


enfrenté a Antonio—. ¿Sabes dónde vive? —Sacudió la cabeza. Por supuesto, las cosas no
serían fáciles; nunca lo eran—. Revisaré su puesto de arancini por si acaso están trabajando
hasta tarde.

—¿Sola? —La boca de Antonio se apretó en una línea tensa de preocupación. Cabello
castaño caía sobre su frente. Parecía tan joven e inexperto en comparación con Ira—. Si
hizo algo... tal vez deberíamos ir juntos.

Reuní lo que esperaba que fuera una sonrisa tranquilizadora. Si bien me encantaría
tenerlo conmigo cuando me enfrentara a Domenico, había preguntas que necesitaba
hacerle de las que él no podía estar al tanto. Y no solo porque fuera humano. No sería capaz
de mencionar las artes oscuras, o lanzar acusaciones de retozar con príncipes demonios
frente a un miembro de la santa hermandad.

—Estaré bien. No creo que Domenico haya hecho nada siniestro —mentí—. Él
podría saber si ella ingirió alguna comida o bebida extraña. ¿Quién sabe? Quizás había algo
de moho u otra toxina presente en una de sus desecaciones. O tal vez tenía una botella de
vino en mal estado. La muerte de Valentina probablemente sea la culpable si bebió
demasiado. El asesinato no es fácil de aceptar.

Eso pareció apaciguar a Antonio. Era perfectamente lógico. Y a los humanos les
encantaba la lógica, especialmente cuando explicaba lo inexplicable.
—Ella se quejó de que las hojas de laurel estaban podridas antes. Creo que las
quemó en la sala de preparación.

—¿Ves? —Sonreí—. Estoy segura de que eso es todo. Inhaló moho, o algo
igualmente malo. Esto pasará con un poco de aire fresco y dormir, ya verás.

Con un cortés gesto de despedida, acompañó a Claudia fuera del patio. Esperé hasta
que estuvieron a salvo calle abajo y lejos de la hermandad persistente antes de irme
también. Traté de no pensar en la acusación abrasadora que ardía en la mirada del
Hermano Carmine mientras me alejaba apresuradamente.

Como todavía no sabía dónde vivía la familia de Domenico, y estaba bastante segura
de que su puesto de arancini había cerrado hacía mucho tiempo por la noche, enfrentarlo
tendría que esperar hasta la mañana.

Sin embargo, sabía dónde encontrar a la tía de Claudia, Carolina. Y ella y yo íbamos a
intercambiar algunas palabras. Comprendí cómo el dolor obligaba a una persona a hacer
cosas que normalmente nunca haría —yo había rezado a la diosa de la muerte y la furia y
había invocado a un demonio— pero pedirle a otra persona que lo hiciera cuando ella
podría haberlo hecho por su cuenta... esperaba dominar mi temperamento antes de ver a
Carolina.

Salí pisando fuerte en dirección a su vecindario, incapaz de pensar en lo que había


convencido a su sobrina de hacer y lo peligroso que había sido. Le había pedido a Claudia
que usara un hechizo poderoso para proteger nuestros hogares porque no sabía cómo, y
porque no mucho podría salir mal. Lo que hizo Carolina fue mucho más peligroso.

Doblé la esquina y sentí un cosquilleo de energía entre mis omóplatos. Seguí


caminando, acelerando mi paso. La sensación continuó, lo que significaba que me seguían. Y
quienesquiera que fueran, estaban furiosos. Podía pensar en al menos un demonio al que
enojé tanto en alguna ocasión.

Ira probablemente regresó de su visita con quienquiera que había estado tratando
de impresionar antes de lo esperado, y no estaba feliz de que hubiera escapado de mi
bonita jaula. Bueno. Quizás su velada tampoco salió como estaba planeada. Me volví y miré
hacia las sombras. Realmente odiaba la estúpida tinta mágica que nos conectaba,
permitiendo que me encontrara cuando no quería que me encontraran. Supuse que cuando
rompiera el hechizo que nos unía, el tatuaje se desvanecería.

Al parecer, algunos obsequios no se podían devolver.

—Deja de acechar, está debajo de ti. Si tienes algo que decir, dilo.

—Audaz para ser una bruja. —La voz no me resultaba familiar y su acento era difícil
de ubicar, casi inglés, pero no. Miré por la calle, con el pulso acelerado. A unos pasos de
distancia, una figura oscura se alejó del edificio. Instintivamente di un paso atrás. Me siguió,
sus movimientos suaves y rápidos—. Tu sangre huele a vino especiado. ¿Nos das una
probada?
—¿Quién eres? —Busqué a tientas mi tiza bendecida por la luna, olvidando que este
vestido era un regalo de Ira y no era uno de casa con bolsillos secretos—. ¿Qué deseas?

El hombre entró en un rayo de luz de luna. Llevaba un largo sobretodo que parecía
cortado del trozo más grueso de la noche. Anillos brillaban en cada uno de sus nudillos.
Hacían buenas armas.

Mi mirada viajó lentamente hacia arriba. Cabello rubio como el hielo, ojos que
parecían astillados por un glaciar, un cruel corte de una boca torcida hacia un lado. De
apariencia humana hasta que sonrió más ampliamente, exponiendo un par de afilados
colmillos. Vampiro. Dejé de moverme. Dejé de respirar. Como bruja, realmente necesitaba
dejar de pensar que algunas criaturas eran meros mitos y leyendas.

—E-eres ... —Cerré la boca de golpe, odiando el tartamudeo que delataba mis
emociones. Demasiado de trabajar para mantenerlas ocultas de mis enemigos. Ira se
golpearía en la cabeza con la punta desafilada de su daga si me viera ahora.

—Ha pasado tanto tiempo desde que bebí profundamente de una de los tuyos. —Su
mirada viajó a mi cuello. Estuvo ante mí en un instante—. El veneno es placentero. Al
menos si elijo otorgar tal regalo. ¿Quieres un regalo, brujita? ¿Un éxtasis incalculable
mientras me alimento de ti?

Tragué saliva.

—N-no, gracias.

Me rodeó, su chaqueta larga volaba con la brisa nocturna. Todo mi cuerpo se tensó.

—Muy bien. Quizás la próxima vez.

Sinceramente esperaba que nunca hubiera una “próxima vez”. Me encontraba con
un vampiro sola en un callejón oscuro. Una vez era suficiente para darme pesadillas por el
resto de mi vida mortal. Su chaqueta rozó la parte de atrás de mi pantorrilla y respiré
hondo. Las comisuras de sus labios se arquearon hacia arriba. Dio un paso más cerca. El
miedo pareció deleitarlo.

—Disculpa. Puedo ver que mi propuesta de placer te ha asustado.

Esbozó una reverencia simulada, pero nunca apartó su atención de mi garganta.


Pensé rápidamente en las historias de la infancia. En las leyendas que Nonna compartió con
nosotras, los vampiros no eran conocidos por controlar los impulsos. Sentí que mi vena
palpitaba y deseé que se detuviera, lo que solo hizo que latiera más fuerte. No quería que
una ligera tentación se convirtiera en una necesidad animal.

—Mi nombre es Alexei. El Príncipe Envidia solicita una audiencia contigo. Su alteza
tiene mucho que discutir. Pero primero, vayamos a dar un pequeño paseo, tú y yo. Eso
debería darles suficiente tiempo. —Ofreció su brazo como un perfecto caballero. No me
moví para tomarlo.
—¿Dar a quiénes suficiente tiempo para qué? ¿Envidia? —pregunté, perdiendo la
paciencia—. Deja de hablar con acertijos.

Los colmillos del vampiro brillaron a la luz de la luna.

—Mare e Vitigno. Qué nombre tan encantador. Se sale de la lengua.

Mar & Vid. Me quedé muy quieta. La sangre rugió en mis oídos. Envidia sabía de
nuestro restaurante. Torturaría a mis padres y... me obligué a calmarme. Ya no había razón
para entrar en pánico. Claudia había protegido nuestra casa contra los demonios. Era tarde
y el restaurante estaba cerrado. Gracias a la diosa, mi familia ya estaría en casa y estaría
protegida. Una oscura sonrisa tocó las comisuras de mis labios. Me gustaría mucho que el
demonio probara la magia mortal.

—Dile al Príncipe Envidia que rechazo su oferta. Y lo reto a que intente entrar en mi
casa.

—Mi príncipe dijo que debería mencionar que los hechizos, como los huesos de
brujas, se rompen fácilmente. Si se sabe dónde aplicar la presión correcta. O en este caso, a
quién dirigirse.

Me quedé helada.

—¿De qué estás hablando?

—¿Pensaste que podrías engañar a un príncipe del Infierno, pequeña bruja? ¿De
verdad crees que Envidia no ha tenido espías vigilando tu casa? —Su sonrisa estaba llena
de malicia—. Los escudos demoníacos y guardas son complicados, pero se pueden romper.
Especialmente por la bruja que los lanzó.

—Eso es mentira. —Di un paso atrás, negando con la cabeza. Claudia estaba a salvo.
Antonio la había llevado a mi casa, mi estómago dio un vuelco. Podrían haber sido
interceptados o atacados en el camino. El miedo se abrió camino en mi corazón—. Eso no
puede ser cierto. Las guardas...

—Están caídas. —Ofreció su brazo de nuevo—. Tu familia ya debería estar con el


príncipe; cuanto más luches, más difícil será para ellos. No le gusta que lo hagan esperar. El
aburrimiento es una terrible aflicción en el reino de los Malignos.

—Envidia está... ¿está en Mar & vid con mi familia ahora?

Alexei asintió.

No iba a aceptar simplemente la palabra de un vampiro. Le ofrecí una sonrisa de


odio mientras susurraba un prohibido hechizo de verdad. Alexei no era mortal, así que
ignoré el destello de maldad que sentí al invocar un poder prohibido.

—¿Envidia hizo que Claudia rompiera la guarda de la casa de mi familia?


Apretó los dientes mientras le arrancaban la verdad.

—Sí.

—¿Están ahora en el restaurante de mi familia?

—Sí.

Dejé caer el amuleto de mi hermana como si quemara. Recordé la forma en que


Envidia me había obligado a llevar la daga de Ira a mi corazón, lista para arrancarlo. Luego
me lo imaginé haciendo lo mismo con mi familia y amigos. De hecho, era posible que ya
hubiera comenzado sus juegos. Nuestra cocina tenía cuchillas, cuchillos y todo tipo de
herramientas que podían usarse como armas o dispositivos de tortura colgados en la
pared. Imaginé que por eso lo había elegido como nuestro lugar de encuentro.

Sin perder un momento más, corrí.

Tropecé con mis faldas, y el sonido burlón de la risa del vampiro me siguió por
caminos oscuros. Lo ignoré. Ya no importaba. Llegar a Mar & Vid era mi único objetivo.
Corrí por callejones estrechos y calles irregulares, salté cubos de basura y me moví a través
de amantes tomados de la mano y paseando bajo la luz de la luna.

Cubrí el kilómetro en lo que parecieron segundos y atravesé las puertas de entrada,


jadeando. Rápidamente escaneé la habitación, buscando sangre, violencia y signos de lucha.

Mi atención aterrizó en el príncipe demonio.

—Me encanta la puntualidad. —Envidia cerró un reloj de bolsillo con un chasquido


audible—. Estás en el horario previsto, mascota. El espectáculo está a punto de comenzar.
Treinta y nueve
—Es realmente una lástima lo de tu abuela. —El Príncipe de la Envidia se sentaba en
una mesa esquinera, de espaldas a la pared, contemplando la abundancia de comida puesta
ante sí. La habitación estaba vacía excepto por nosotros dos. No podía decidir si eso era
reconfortante o más aterrador—. Todo ese poder, extinguido.

Quizás era demasiado tarde, y mis padres, Nonna, Claudia y Antonio estaban todos
muertos en la cocina. Tan rápido como apareció el pensamiento, lo desterré. Había dicho
que el espectáculo estaba a punto de comenzar. Me aferré a la esperanza de poder hacer
algo para detener cualquier cosa siniestra que había planeado.

—¿Dónde están mi familia y mis amigos?

Actuó como si no hubiera hablado en absoluto. Envidia tomó su copa de vino y


removió el líquido, inhalando el aroma antes de tomar un sorbo con cuidado. Su traje de
esta noche era de un verde bosque oscuro. Helechos delineaban las solapas y los puños. La
empuñadura de su daga tachonada de esmeraldas brillaba en una correa que llevaba sobre
su chaqueta.

—Escuché que tu abuela podría no volver a hablar. Duro destino para una bruja.
Imagino que es difícil lanzar hechizos sin una voz. Las hierbas y las piedras preciosas están
bien, pero esos poderosos encantamientos no son nada sin palabras que los hagan arder.
¿No es así?

Así que él había estado detrás del ataque a Nonna, no Avaricia. Pensé en el
mensajero humano y en la misteriosa figura encapuchada a la que le había vendido
secretos. Envidia era el traidor que estábamos buscando. Apostaría toda mi magia a eso. Ira
estaba tan convencido de que Envidia nunca se levantaría contra ellos, que ni siquiera vio la
amenaza. Lo que abrió una oportunidad para el demonio de los celos. Una que Envidia no
pudo resistirse a tomar.

Quise gritar, gritar y gritar. Lo consideré un regalo de la diosa el que pudiera


mantener una apariencia de dignidad. Levanté la barbilla.

—Dije, ¿dónde están mis padres?

—Encerrados en la cocina.

—¿Mi abuela?

—La dejé en tu casa. Ella no me sirve en su estado actual.

—¿Y mis amigos?

—A salvo, por ahora.


—¿Qué deseas?

—Siéntate. —Hizo un gesto hacia el asiento frente a él—. Cena conmigo. —Cuando
no salté para obedecer su orden, se inclinó hacia adelante, su voz con un borde de
amenaza—. Prometo torturar personalmente a tu familia, a tus amigos y a cualquiera que
se aventure en este refinado establecimiento si rechazas mi oferta civilizada, mascota.
Entonces haré que Alexei busque a los que amas y los deje secos. Ahora sé una buena chica
y toma asiento.

—O no. —Alexei apareció detrás de mí, sonriendo cuando me aparté de él. No había
escuchado su acercamiento—. Me gustaría festejar antes del amanecer.

Miré entre el príncipe demonio y el vampiro. No estaba segura de cuál de ellos era la
mayor amenaza. El príncipe sirvió una segunda copa de vino. Esta noche se había peinado
el cabello hasta la barbilla, destacando el inusual tono joya de sus ojos, la agudeza de su
mandíbula.

—No me digas que vas a elegir un baño de sangre antes que una copa de vino y una
conversación agradable.

Lo miré con odio. Podría estar indefensa, pero no tenía por qué parecerlo.

—Me sentaré mientras me prometas perdonar a mis amigos y familia, y me iré de


aquí una vez que hayamos terminado. Y por “aquí” me refiero a esta ciudad.

—No estás en condiciones de hacer demandas. Pero respeto tu esfuerzo. Ahora


siéntate. Bebe.

Con pocas opciones, me uní a Envidia en la mesa. Señaló con la cabeza la copa de
vino. La tomé y fingí tomar un sorbo. No confiaba en que él no lo hubiera alterado antes de
mi llegada. Si planeaba llevarme de regreso al Infierno, tendría que llevarme por la fuerza.

—Eres el que ha estado trabajando contra Orgullo —dije.

No lo negó. Me miró de una manera inquietantemente cercana, como si estuviera


viendo a través de capas de piel y huesos, y encontró el corazón de quién era yo y todo lo
que aspiraba a ser.

—Entiendo por qué Ira está intrigado por ti.

Intriga probablemente era lo último que Ira sentía por mí.

—¿Le pediste a tu vampiro que me trajera aquí solo para hablar de tu hermano?

—Le encantan los buenos desafíos. Es la guerra en él; le hace querer conquistar y
ganar a cualquier precio. —Tomó otro sorbo de vino, su atención se desvió hacia mi
cuello—. Será difícil para él renunciar a ti cuando llegue el momento. Pero lo hará. No te
engañes pensando que le importas. Nosotros, los príncipes del Infierno, somos criaturas
egoístas. No sufrimos la misma gama de sentimientos que los mortales y los nacidos en este
reino peculiar. Estás entre él y algo que ha buscado durante mucho tiempo. Al final, se
elegirá a sí mismo. Como todos hacemos.

Dejé mi copa, el contenido salpicando la gastada mesa de madera.

—Si esto es lo que viniste a decir desde tu reino maligno, es lamentable. No me estás
diciendo nada que no sepa. Tampoco me estás diciendo nada que me importe en particular.

Vi el momento exacto en el que entré en la trampa cuidadosamente colocada que él


me tendió. Cortó una sardina rellena con modales impecables. Después de bajar el bocado
de comida con más vino, me dio una sonrisa perezosa, aunque su mirada era lo
suficientemente aguda como para apuñalar.

—Si has entendido a mi hermano tan bien, ¿por qué no me dices lo que realmente
busca? Estoy seguro de que una chica inteligente como tú ya lo sabe y no necesita mi
humilde ayuda en ese asunto.

Envidia quería que lo necesitara. Que rogara conocimiento por curiosidad mortal.
Luego lo cambiaría por algo que quería de mí. Y debía querer algo desesperadamente si
pasaba por tantos problemas. Tuve una enfermiza sensación de satisfacción por haber sido
una decepción para el demonio.

—¿Qué quieres, Envidia? ¿Por qué estoy realmente aquí?

—La primera noche que nos conocimos, sospeché que estabas en posesión de algo
que necesito. ¿Sabes qué es eso?

Pensé en ese primer encuentro. Había metido mi amuleto dentro de mi corpiño justo
antes de que él emergiera de las sombras. En ese entonces, me preocupaba que él hubiera
estado tras el diario de mi hermana. Sabiendo lo que sé ahora, apuesto a que pudo sentir el
poder del amuleto.

—Quieres mi cornicello.

—Cerca. Quiero tanto tu amuleto como el de tu hermana. Y me los vas a dar.

—¿Por qué habría de hacer eso?

—Porque tengo en mi poder algo que quieres.

Me estremecí en el lugar. Sabía lo que quería decir; tenía a mis padres. Mis amigos.
Nonna podría estar en casa ahora, pero eso no significaba que estuviera a salvo. Me quedé
muy quieta, esperando a que diera el golpe. Terminó el último bocado de comida y exhaló,
sonando inmensamente complacido. Empujó su plato hacia atrás y luego chasqueó los
dedos.

Un demonio que tenía la cabeza de un carnero, completo con cuernos redondeados


sobre sus orejas, y el cuerpo de un humano arrastró a mis padres por el cuello y los arrojó
al suelo. Sus ojos estaban nublados, sus movimientos lentos. No parecían darse cuenta de lo
que estaba pasando.

Salté de mi asiento, pero Envidia negó con la cabeza.

—Siéntate, mascota. No hemos terminado. Hay más.

Sin otra opción disponible, me dejé caer de nuevo en mi asiento.

—Bien. Finalmente te estás tomando esto en serio. He esperado lo suficiente. Dame


el Cuerno en las próximas veinticuatro horas y tus seres queridos no serán mutilados.
Díselo a cualquiera o no cumplas con mis demandas, y vendrán a quedarse conmigo en la
Casa de la Envidia con el resto de mis curiosidades. Y las cosas terminarán mucho peor
para ti. Esto, lo prometo, no es una amenaza vana. ¿He sido perfectamente claro?

Volví a mirar a mi madre y a mi padre. No se habían movido de donde el demonio


cornudo los arrojó sin ceremonias y se quedaron mirando sin comprender nada. En cierto
modo, fue una bendición de la diosa de la misericordia que no fueran del todo conscientes
de esto.

Mis ojos ardían con lágrimas no derramadas.

—¿Qué les hiciste?

—Deberías preocuparte por lo que será de ellos si no me das lo que estoy pidiendo.

—No tengo el otro amuleto. —Mantuve mi atención en mis padres, tratando de


pensar en una salida a esto—. Me robaron mi mitad la noche que atacaron a mi abuela.

—Entonces sugiero que empieces a buscarlo. La mitad no es suficiente.

—Si atacaste a mi abuela, ¿no tienes ya mi amuleto?

—Permíteme darte un pequeño consejo: las acusaciones sin pruebas no valen nada.
—Envidia sirvió otra copa de vino—. Mañana a esta hora, espero estar en posesión de
ambos amuletos. Esta noche trasladaré a tu familia y amigos a tu casa. Reúnete conmigo allí
una vez que tengas el otro amuleto e intercambiaremos. Tu familia y amigos por el Cuerno
de Hades.

Fui a quitarme el cornicello de mi hermana del cuello, pero él levantó una mano para
detenerme.

—¿Por qué no tomar esta mitad esta noche?

—Si lo toco ahora… alertará a aquellos que deseo mantener en las sombras. No
quiero llamar la atención hasta que posea todo el Cuerno de Hades.

—A Ira no le importaba el Cuerno antes. ¿Por qué no puedo pedir su ayuda?

Envidia me dio una mirada extraña.


—Ira nunca será el héroe de tu historia. Está tallado de otra cosa. De hecho, podría
ser el mayor mentiroso de todos nosotros. —Fruncí el ceño, lo que solo pareció deleitarlo—
. Si no me crees, pregúntale a Ira sobre el alma final que tiene que recolectar. La que le
concederá la libertad del inframundo, independientemente de la maldición.

Me quedé mirando al engreído príncipe demonio. Diría que era una mentira, pero en
el fondo sospechaba que no lo era. Sabía que Ira tenía su propia agenda y esto se sentía
como la pieza final que me faltaba. Pero, ¿un alma? Negué con la cabeza. Me había salvado
cuando fui atacada por la Viperidae. Si esto fuera cierto, podría haber negociado conmigo
entonces. O tal vez… tal vez no me lo había dicho porque quería usarlo en su beneficio
cuando fuera el momento adecuado. Exhalé. Me estaba volviendo paranoica.

—Estás mintiendo.

—¿Lo estoy? Pensé que lo sabías mejor. ¿Por qué crees que él, el poderoso demonio
de la guerra, se preocupa por escoltar de manera segura a una bruja al inframundo?

—Porque quiere romper la maldición del diablo. —Mientras lo decía, escuché la


duda arrastrándose.

—Tengo un secreto, mascota. —Envidia se inclinó sobre la mesa, su mirada


venenosa iluminada por el triunfo—. Una vez que haya recogido su alma final, la maldición
no le importará. Tendrá todo el poder y la capacidad de caminar libremente por este reino
sin un ancla. Puede elegir quedarse en los Siete Círculos y gobernar su Casa real, o puede
vagar por la tierra hasta el final de los días. La elección es poderosa. Y nosotros, los
príncipes, amamos nuestro poder. —Me ofreció una sonrisa lenta y feroz—. No pensaste
que en el fondo él podía ser redimido, ¿verdad?
Cuarenta
El mayor placer de un príncipe del Infierno es causar discordia. Antes de un
ataque, sus irises se vuelven más oscuros que una noche sin estrellas con motas rojas,
un signo de su maligna sed de sangre. No los enfrentes en la batalla; nunca ganarás.

—Notas del grimorio di Carlo

La puerta alta y arqueada se cerró con un clic detrás de mí. Apenas emitió un sonido,
pero Ira emergió de la oscuridad del palacio abandonado, con el rostro medio oculto en las
sombras. Se había deshecho de la chaqueta de serpiente y su camisa oscura estaba
desabotonada y desarreglada. Muy parecida a su cabello.

Pensé en pasar mis dedos por él y mi corazón se aceleró. No quería creerle a Envidia.
Ira había estado ahí para mí, incluso cuando dijo que no lo estaría. Y aun así…

—¿Estás herida? Te ves… —Su voz se fue callando a medida que caminaba
lentamente hacia donde estaba él. No se movió, casi no parecía respirar cuando lo hice
retroceder contra la pared, con su camisa arrugada en mi agarre. Sus ojos dorados se
clavaron en los míos, ardiendo. Me pregunté si sentía mis emociones. Si de alguna manera
afectaban a los suyos también. Lo mantuve cautivo allí, enjaulando su cuerpo con el mío.

Podía escapar de mi agarre en cualquier momento. Pero no lo hizo.

Liberé mi agarre de su camisa y, en su lugar, extendí lentamente mis manos sobre su


pecho. Me miró a la cara con expresión cautelosa pero intensa. Tener toda su atención
dirigida a mí fue embriagador.

—Quiero confiar en ti —dije en voz baja, sosteniendo su mirada. Su corazón latía


con fuerza bajo mi tacto—. ¿Por qué no me dices lo que realmente quieres? Déjame entrar.

Su mirada cayó a mi boca antes de apartarla un respiro más tarde. No pensé que el
destello de deseo que vi fuera falso. Sabía que la emoción que despertaba dentro de mí
tampoco lo era.

Siempre había imaginado que se llevaría obedientemente a un enemigo a la cama si


eso significaba que ganaría algo con ello. Ahora no estaba segura de que así se sintiera en
absoluto. Se estaba formando una carga entre nosotros. E Ira parecía dispuesto a dejarla
detonar. Porque quería hacerlo. Quizás yo también quería.

Moví una mano dentro de su camisa, manteniendo un estrecho contacto con su piel.
Su corazón palpitante traicionó la respuesta que estaba tratando desesperadamente de
ocultar. Mi mano avanzó poco a poco. El calor de él, la solidez… de repente, quería que esto
fuera real.
Un segundo estaba de pie allí, y al siguiente mi boca estaba sobre la suya,
castigadora, dura. Fue condenación y salvación envueltas en una. Quería besarlo hasta que
dejara de estar enojada y aterrorizada. Hasta que dejara de pensar en mi familia retenida
contra su voluntad. Hasta que el mundo demoníaco se desvaneciera y todo lo que me
quedara fuera este momento de puro olvido.

Ira se quedó inmóvil por un momento antes de encontrar mis labios con igual
hambre. Sus manos se deslizaron hasta mis caderas, anclándome en el lugar. No estaba lo
suficientemente cerca. Me apreté contra él. Fue gentil al principio, luego metí mi lengua en
su boca y se deshizo.

Me devolvió el beso con fuerza, luego sus dientes estaban contra mi garganta, en el
lugar exacto en el que había movido la lengua la noche en que usó ese hechizo para traerme
de regreso del borde de la muerte. No estaba segura de que hubiera sucedido realmente,
ahora sabía que había sucedido. Por un momento sorprendente, me lo imaginé
arrancándome la garganta. El miedo pasó rápidamente y fue reemplazado por puro deseo.

Jadeé por la inesperada sensación. Juré que ahora sentía el extraño calor de ese
primer encuentro hirviendo bajo mi piel. Quería que me devorara.

O tal vez deseaba devorarlo.

Odiaba lo bien que se sentía. Cuán correcto. Había besado a chicos antes, borracha y
en desafíos. Besos castos y besos apasionados, pero ninguno así. Poderoso. Salvaje. Dulce.

Una comprensión despertó en mí. Cuanto más daba, más regresaba. Intercambiamos
besos como si fueran golpes. Y si esto fuera una pelea, no sabría quién estaba ganando.
Comprendí por qué algunos pensaban que besar a uno de los Malignos era adictivo. Cada
vez que su lengua tocaba la mía, sentía como si el suelo debajo de mí temblara. Como si
fuéramos un evento cataclísmico que no debía ser.

Solo me hizo besarlo más fuerte, más rápido. Tiré de su camisa, queriendo
quitársela. No quería nada entre nosotros. Los botones golpearon el suelo mientras tiraba
del material. Arrastré mis dedos por las crestas de su estómago duro. Sus manos en mi
cuerpo se sentían mágicas. Fue más intenso, más seductor que cualquier hechizo. De alguna
manera, ahora estábamos contra una columna. No recordaba haberme movido. Quizás
porque todo en lo que podía concentrarme era en la forma en que él se movía en este
momento contra mí, levantándome. Quise arrancarle el resto de la ropa y ver qué más
podía hacer. Descubrir qué otros sentimientos podía despertar en mí. Su mano se deslizó
hacia mi pantorrilla, luego subió lentamente, tirando de mis faldas con ella. No se detuvo y
yo no quería que lo hiciera.

Incliné mi cabeza hacia atrás, dándole acceso a mi garganta de nuevo mientras se


detenía con su mano en mi muslo. Me incliné hacia su toque, deseándolo tanto que casi me
volvía loca. De alguna manera, mantuve mi mano en su pecho y me aparté de besarlo el
tiempo suficiente para preguntar:
—¿Estaba Envidia mintiendo cuando dijo que necesitabas entregar un alma más
para ganar tu libertad?

Se apartó sorprendido, pero no antes de que yo obtuviera mi respuesta en forma de


un latido singular y palpitante de su corazón. El entendimiento se asentó antes de que él
cerrara su expresión y se alejara de mi alcance. La ira llenó el espacio a nuestro alrededor,
ardiendo más brillante y más furiosa que nuestra pasión.

—¿Qué es esto, bruja? ¿Te has rebajado a besar a alguien a quien odias después de
todo?

Lo miré sin pestañear. Eso era cierto. No pude hacer nada más que un leve
movimiento de cabeza. Mis ojos ardían con lágrimas no derramadas. Envidia no había
mentido, Ira estaba detrás de un alma. La comprensión me golpeó como un golpe físico. Me
sentí tonta cuando descubrí que nos había comprometido accidentalmente, pero ¿esto?

Iba a vomitar.

El enojo de Ira pareció disiparse cuando notó la expresión de mi rostro. Dio un paso
adelante con la mano extendida y se detuvo solo cuando volví a negar con la cabeza. Dejó
caer su brazo.

—Emilia, yo…

—No.

Parecía dispuesto a discutir, pero escuchó. Pasaron largos segundos. Me concentré


en estabilizar mi respiración, dejando que mis sentimientos se desenredaran. Estaba
enojada con él, pero estaba más enojada conmigo misma. Me di cuenta de que había querido
confiar en Ira. Más de lo que incluso me había admitido.

Aunque lo sabía mejor, quería que él fuera el príncipe brillante de esta pesadilla.
Había caído bajo su hechizo y aunque había momentos en que lo odiaba, también comencé
a disfrutar de su compañía.

Me distrajo del dolor de perder a mi hermana, me dio algo en lo que concentrarme.


Él era alguien a quien podía golpear y que devolvería el golpe. Y ahora… fue como si Lujuria
resurgiera y me arrancara hasta la última gota de felicidad de nuevo. Solo que esta vez, solo
yo tenía la culpa. Lo había dejado entrar. Y debería haberlo sabido mejor.

—Emilia.

—No puedo…

Ira curvó su mano a su lado.

—Envidia susurra en tu oído y cada acción que he tomado se borra de tu cuenta


imaginaria. Dime, Emilia, ¿qué ha hecho él por ti? Aparte de intentar sacarte el corazón.
¿Qué cosa honorable hizo para merecer tu confianza? ¿Derramar la sangre de los que amas?
Quizás te gusten las amenazas. Quizás debería hacer algunas por mi cuenta.

El suelo pareció retumbar con la fuerza de su ira.

Quería que estudiara a mis enemigos de cerca, y eso fue lo que hice.

—Dime que no es verdad, entonces —dije, sorprendida cuando mi voz salió dura y
no suplicante—. Que Envidia estaba mintiendo, que no necesitas juntar un alma más para
ganar tu libertad. Dime que parte de la razón por la que aceptaste esta misión no fue para
usar a una bruja para tu beneficio. Mejor aún, dime que no has considerado usar mi alma.
¿Puedes hacer eso, o nuestro vínculo de invocación lo hace imposible porque es una
mentira?

Por una vez, Ira no pareció tener una respuesta. Parecía dispuesto a devastar el
resto del palacio en ruinas. Me sorprendió cuando no lo hizo.

—Envidia es muchas cosas —dije en voz baja—. Despreciable. Egoísta. Conspirador.


Pero él no esconde esas cosas. Me dijo lo que realmente buscabas. Me dijo lo que quería y lo
que haría si no lo escuchaba. Ha hecho amenazas terribles, actuó en consecuencia, pero
nunca me engañó ni pretendió ser otra cosa que lo que es.

Y ahí estaba.

La desesperación se estrelló contra mí, con fuerza. Ira había mentido. Quizás no
directamente, pero había mentido por omisión. Lo que seguía siendo mentir. Quise
golpearlo, hacerlo sufrir de la misma manera que yo lo hacía. En cambio, me di la vuelta y
comencé a alejarme.

Nonna intentó advertirnos sobre las mentiras de los Malvagi. Debería haber
escuchado.

Se interpuso en mi camino, moviéndose casi más rápido de lo que mis sentidos


pudieron detectar.

—¿No te han dicho mis acciones la verdad? Te olvidaste de las últimas semanas.
Salvar tu vida de la Viperidae. El palacio impenetrable. El baño elemental. ¿Crees que
necesito dormir en un lugar protegido por magia? ¿Yo, que no puedo ser asesinado?

—No tengo tiempo para esto. —Pasé junto a él hacia las escaleras—. Voy a volver a
casa para quedarme con mi familia. Envidia los mantiene cautivos. Algo más que dijo que
resultó ser cierto.

Él irrumpió detrás de mí.

—No.

—No recuerdo haber pedido permiso, demonio.


—Envidia te clavará una daga en la espalda en el segundo en que consiga lo que
busca.

—¿Soy tu prisionera ahora?

—No, pero estaría feliz de arrojarte a un calabozo, si eso es lo que quieres.

Lo ignoré y rebusqué a través de los vestidos nuevos que habían aparecido


mágicamente en una cómoda rota en algún momento de las últimas horas. Ira tenía una
gran obsesión por proporcionarme ropa.

Encontré un vestido simple color carbón que sería fácil para correr y lo coloqué
sobre la cama. No podía creer que ahora tuviera que elegir mi guardarropa basándome en
si podía huir fácilmente de un demonio, vampiro u otro asaltante desagradable.

Ira se cruzó de brazos y se plantó. Si pensaba que yo dudaría en cambiarme frente a


él, tenía mucho que aprender de mí. Me quité el vestido que llevaba y el material sedoso se
amontonó a mis pies. Ira observó impasible cómo me deslizaba en el nuevo conjunto.

Ahora que sabía que Envidia quería el Cuerno de Hades, necesitaba localizar mi
amuleto. Inmediatamente. Antes de entregárselo, haría un trato con él. Le haría jurar cerrar
las puertas del Infierno antes de que más demonios se colaran por ellas y luego él podría ir
a la guerra con todo el inframundo. Mientras nuestro mundo estuviera protegido, no me
importaba lo que sucediera en su reino.

Me até el cabello largo con una cinta, me abroché un pequeño cinturón con un bolso
alrededor de mi cintura y le añadí tiza bendecida por la luna y milenrama seca. Era lo mejor
que podía hacer para protegerme. Salí de la habitación y bajé las escaleras.

Ira me siguió por el pasillo y se detuvo cerca de la puerta de los jardines. Extendí un
brazo y le prohibí cruzar el umbral.

—No vengas detrás de mí, lo digo en serio.

—Emilia, por favor. No…

—Lo juro por mi sangre, si me sigues, cortaré nuestro vínculo de invocación y te


enviaré directamente al infierno.

Ira apretó los labios, la única indicación externa de que estaba menos que
complacido, pero no discutió ni hizo un movimiento para venir conmigo de nuevo.
Sintiéndome aliviada, me escabullí por la salida del jardín, me abrí paso entre una maraña
de enredaderas y arbustos descuidados y me lancé hacia la noche.
Cuarenta y uno
A dos puertas de distancia de mi casa, me di cuenta de las pisadas casi silenciosas
detrás de mí. Después de la noche que había tenido, con la adivinación desde el Infierno de
mi mejor amiga, vampiros sedientos y secuestradores demonios taimados, no estaba
segura de qué esperar.

Había una gran cantidad de escorias en busca de sangre de bruja. Tal vez el demonio
Umbra había regresado o algún otro demonio Aper me perseguía. Por alguna razón, pensé
en Envidia y Avaricia uniéndose para recolectar el Cuerno de Hades antes de despojarme
de mi piel y me estremecí.

No estaba preparada para nada para Fratello Carmine. Su túnica oscura rozaba las
piedras, como pequeños susurros de advertencias para correr y esconderse.

Rápidamente me metí entre dos edificios contiguos a mi casa, con el corazón


martilleando a medida que el sonido de su persecución se acercaba. Mantuvo un ritmo
constante, moviendo la cabeza de un lado a otro cuando pasó junto a mí. No estaba segura
de a quién estaba buscando. Tal vez estaba tratando de averiguar dónde había traído
Antonio a Claudia. Debería haber sabido que no dejaría que mi amiga se fuera sin estar
seguro de que el diablo no estaba en ella.

Esperé unos segundos antes de mirar por el costado de la casa. Se había detenido
cerca del final de la calle y estaba manteniendo una conversación en voz baja con otro
miembro de la hermandad. Los fragmentos se deslizaron hacia donde me escondía.

—Antonio… noche…

—… impío.

—… desaparecido.

—¿Encontraste… signos?

Me apoyé contra el edificio y respiré hondo varias veces. Antonio estaba


desaparecido porque un príncipe del Infierno lo tenía como rehén. Y todo era culpa mía por
pedirle que acompañara a Claudia a casa. Tenía que arreglar esto antes de que alguien más
saliera herido. El hermano Carmine apenas necesitaba una razón para iniciar una caza de
brujas. El mero hecho de que lo hubieran llamado desde donde lo había enviado la iglesia
era una señal de que creían que el diablo estaba al acecho.

Salí de las sombras y corrí a mi casa.

****
Había tres demonios apiñados dentro de la cocina con mi familia. Uno era el
demonio con cabeza de carnero que Envidia todavía tenía protegiendo a mis padres. El otro
no era más que una sombra densa que se cernía sobre Nonna y una Claudia hundida y
sedada, el demonio Umbra. Antonio no estaba en el grupo y mi estómago se retorció de
preocupación. No estaba segura de cómo se sentían los demonios acerca de los humanos
que eran devotos a Dios, pero no era un buen augurio para mi amigo de la infancia.
Tampoco vi al vampiro por ningún lado. Esperaba que eso no significara que se estaba
dando un festín con Antonio.

El último demonio en la habitación era el propio príncipe traidor, Envidia.

—¿Dónde está Alexei? —pregunté, no queriendo más sorpresas.

—Está de vuelta en el reino, cuidando de la Casa de la Envidia hasta que yo regrese.


—Envidia descansaba en la mecedora de Nonna, sus botas subidas a nuestra encimera. La
suciedad salpicaba la superficie de piedra. El mismo lugar donde mi hermana solía trabajar
con pociones y bebidas. Algo oscuro y cruel se encendió dentro de mí al verlo. Envidia no
pareció preocupado—. A menos que tengas el otro amuleto, mascota, esta visita no es
bienvenida.

Tal vez fue la rabia latente que había intentado sofocar después de mi encuentro con
Ira, o la visión de mis seres queridos acurrucados en el suelo de nuestra propia casa, o pura
imprudencia, pero había acabado. Marché y saqué las botas de Envidia de nuestra isla.

—Muestre un poco de respeto, alteza. Así es como tratas las cosas en tu agujero del
infierno, pero esta es nuestra casa.

La daga de Envidia estuvo en mi garganta antes de que tuviera tiempo de parpadear.

—Le preguntaste a Ira sobre el alma, ¿no? Imagino que no te gustó lo que tenía que
decir. —Apretó la daga un poco más fuerte. Sentí un ligero pinchazo al perforar mi piel. Me
quedé inmóvil, sin atreverme a respirar—. No descargues tu propia ira sobre mí, o volveré
esta daga sobre tu abuela. No hay nada tan satisfactorio como ver sangrar a una bruja.
Especialmente una que…

—Silentium.

El hechizo resonó en la habitación como si las palabras de Envidia hubieran sido


cortadas con el movimiento de un cuchillo. Nonna se levantó del suelo, un tenue resplandor
púrpura la rodeaba. No lo podía creer. Había obligado al príncipe demonio a guardar
silencio. Agarraba su cornicello y comenzó a cantar un hechizo que nunca había escuchado.
La miré sin pestañear mientras su voz se hacía más fuerte. No sabía que se había curado.
Los demonios tampoco parecieron darse cuenta, un error por el que estaban a punto de
pagar. Nonna dibujó una imagen en el espacio frente a ella, y allí apareció un brillante y
sobrenatural encantamiento cimaruta.
Estaba tan aturdida por su demostración de poder que no me di cuenta del brillante
portal negro que se formaba detrás de Envidia. Mi boca se abrió sorprendida. Santa diosa
de los cielos…

La luz púrpura que rodeaba a Nonna terminaba ahora en puntas plateadas. Envidia,
por primera vez, pareció preocupado. Dio un pequeño paso hacia atrás, con los ojos
destellando hacia sus demonios, pero Nonna sacó un puñado de hinojo seco del bolsillo de
su falda y susurró un encantamiento que trabó sus pies en su lugar.

Un movimiento de su muñeca y un hilo negro se enroscó en el aire ante el príncipe


del Infierno y luego se deslizó hacia sus pies como serpientes. Los otros dos demonios se
movieron hacia Envidia, solo para ser rechazados por sombras negras surgidas del hechizo.
Apenas pude escuchar los latidos de mi corazón cuando vi lo que había hecho mi abuela.
Había cosido mágicamente sus pies al suelo. Ahora no podía hablar ni moverse. Sus ojos se
abrieron lo suficiente para mostrar la parte blanca.

Nonna volvió a su hechizo.

—Una llave para bloquear, una luna para guiar.

Mi atención voló de nuevo a la imagen mágica de una rama de ruda cuando cada uno
de los cinco tallos comenzó a moverse y estirarse en diferentes formas. Una llave y una luna
llena se formaron al final de dos ramas. De repente, supe exactamente lo que estaba
haciendo Nonna. Ella captó mi atención.

—¡Ahora, Emilia!

Me aferré al cornicello de Vittoria y me concentré en la brillante cimaruta,


alimentando el hechizo de Nonna con mi propio poder.

—Una daga para matar, una serpiente para morir.

Dos imágenes más aparecieron en el brillante encantamiento.

Nonna asintió con la cabeza en señal de aprobación, y dijimos la parte final del
hechizo juntas, nuestras voces resonando mientras un remolino de viento aullaba dentro
del portal.

—Bendito búho, sal y vuela.

La imagen final estalló al final de la cimaruta. Ahora los cinco amuletos pulsaban con
luz violeta. Nonna caminó hacia donde Envidia estaba congelado, se inclinó y susurró algo
que hizo que sus ojos se abrieran aún más.

Luego plantó ambas manos en su pecho y lo envió directamente al Infierno. Los dos
demonios restantes atravesaron el portal tras él. Nonna dejó caer su amuleto y se desplomó
contra la isla. La cimaruta se desvaneció. Un instante después, el portal se cerró. El silencio
cubrió la habitación. Sentí ganas de caer de rodillas o de vomitar.
Mi atención se dirigió a mis padres, que todavía estaban en ese estado difuso y casi
inconsciente. Claudia también estaba desplomada, con los ojos cerrados como si durmiera.
Cualquiera que fuera la magia que Envidia había usado en ellos, debía necesitar tiempo
para desaparecer. Nonna cruzó la pequeña cocina y se dejó caer en su mecedora.

—Toma el vino de la nevera y siéntate, bambina. Tenemos mucho que discutir y


poco tiempo. Ese hechizo no durará mucho. Tengo la sensación de que volverá.

Miré fijamente a mi abuela. Ella acababa de dibujar una cimaruta brillante y


desterrar a un príncipe del Infierno al inframundo. Y en lugar de verse agotada, sus ojos
estaban iluminados. De hecho, si miraba de cerca, juraba que pequeñas estrellas titilantes
brillaban en su iris.

—¿Qué tipo de magia fue esa?

—Del tipo que exigirá un pago. Ahora tráeme el vino. —Serví dos vasos y le di uno a
Nonna. Ella tomó un trago profundo y exhaló. Mientras bebía de nuevo de su vaso, dejé el
mío y me eché el cabello hacia atrás. El hechizo que usamos me había hecho sudar. La
atención de Nonna se dirigió a mi cuello, su color desapareció—. Te han Marcado.

—¿Por la espada de Envidia? —Froté el lugar de mi cuello donde había presionado


su daga—. No pensé que me cortaría tan profundamente.

—No, bambina. Has sido Marcada por un príncipe del inframundo de una manera
diferente. Supuestamente es un gran honor entre sus Casas gobernantes. A muy pocos se
los dan.

Tenía que estar equivocada. En lugar de discutir, me dirigí a nuestra pequeña


cámara de baño. Moví mi cabello hacia un lado y me incliné. No noté nada inusual, mucho
menos una marca especial.

—¿Ves? —Nonna apareció detrás de mí y trazó el área. Ella debió haber usado algún
hechizo porque de repente una pequeña y reluciente S brilló en mí. Entrecerré los ojos. ¿O
era una serpiente?

Me quedé allí, inmóvil. Fue el lugar donde la lengua de Ira se movió a través de mí la
noche en que casi morí en el ataque de la Viperidae. Él también la había trazado de nuevo
esta noche. Tentativamente extendí la mano y pasé mis dedos por ella. El frío mordió mi
piel. Fruncí el ceño.

—¿Qué hace?

Nonna no parecía nada complacida.

—Te permite invocar al demonio que lo colocó allí sin el uso de un objeto que le
pertenezca. Mientras el príncipe del Infierno respire, nada le impedirá responder al
llamado.
—¿Quieres decir… que puedo invocarlo sin su daga?

Nonna asintió lentamente. Parecía al borde de un sermón, así que rápidamente dejé
que mi cabello cayera hacia atrás.

—Es algo peligroso, Emilia. ¿Quién te lo puso?

No tenía sentido mentir.

—El Príncipe de la Ira.

—¿Estás segura? —preguntó. Asentí. Ira había sido el único que me había tocado.
Traté de no pensar en sus labios en mi cuello esta noche. O cómo me había hecho sentir.
Nonna se quedó mirándolo un minuto más—. Supongo que no se puede negar ahora.

—¿Negar qué?

—La profecía. Cuando era joven, se me encomendó ser una de las guardianas del
Cuerno de Hades.

Me quedé sin palabras. Repetí su confesión y de alguna manera logré formular


algunas preguntas decentes.

—¿Guardianas? —pregunté—. ¿Cuántos hay? ¿Y qué profecía?

—Paciencia. Llegaré a eso, bambina.

Mi mano se trasladó al amuleto de mi hermana.

—¿Alguna vez los usaste?

—No, nunca. En cada generación, que se remontan a cuando La Prima los entregó
por primera vez, se eligió a una bruja para protegerlos. Nos hablaron de una antigua
profecía que involucraba a brujas gemelas. Cuando nacieran, en la noche de una terrible
tormenta, solo entonces se podrían usar los amuletos.

Respiré hondo. Era mucho que absorber a la vez.

—¿Cómo sabes que Vittoria y yo somos los sujetos? Tal vez haya otras gemelas…

—Ningunas otras brujas gemelas, ambas con magia, han nacido en esta línea.

—¿Jamás? —pregunté. Nonna negó con la cabeza—. ¿De qué se trata exactamente la
profecía?

Nonna tomó otro largo trago de vino, con expresión triste.

—Las gemelas señalarían el fin de la maldición del diablo y se verían obligadas a


hacer grandes sacrificios para mantener intactas las puertas del Infierno. Si eligen no hacer
nada, el Infierno reinará en la tierra. Las gemelas están destinadas a equilibrar ambos
reinos. Tanto arriba como abajo.

Mi corazón tamborileó. Había algo en esa frase, algo enterrado profundamente… La


había escuchado antes, dos veces. La primera vez que estuve bajo la influencia de Lujuria. Y
luego, cuando me estaba recuperando con Ira.

—¿Qué significa esa parte exactamente?

—Nadie lo sabe con certeza —dijo Nonna, su atención se dirigió a donde mis padres
ahora se estaban moviendo—. Ha sido una discusión constante entre las trece familias de
brujas de Palermo. Algunos creen que se refiere al uso de magia de luz y oscuridad. Pocos
piensan que significa que un príncipe se enamorará de una bruja. Otros creen que significa
que una gemela gobernará en el infierno para evitar que este mundo sea destruido. Y luego
hay otros que piensan que ambas gemelas deben sacrificarse para salvar ambos reinos. Una
al cielo y la otra al Infierno.

—¿Cómo encaja estar Marcada con…

—Si la profecía es cierta, no queda mucho tiempo. Las puertas se están rompiendo.
—Nonna de repente me empujó fuera de la pequeña habitación y por el pasillo—. Debes
correr, Emilia. Déjanos aquí y vete. Esperaremos un día o dos y luego también nos
esconderemos. Encontraremos la manera de volver a encontrarnos algún día. Por ahora,
debes irte de aquí y no llamar la atención de otro príncipe del Infierno. ¿Lo entiendes? No
te fíes de ellos, ninguno de ellos. Encontraremos una manera de encantar temporalmente
las puertas. Concéntrate en mantenerte oculta.

—No puedo…

—Lo harás. Lo harás porque debes hacerlo. Sal de aquí antes de que regrese el
demonio. Encontraremos una manera de detener la profecía, solo necesitamos algo de
tiempo. —Nonna tomó mi rostro con ternura, sus ojos marrones llorosos—. El amor es la
magia más poderosa. Por encima de todo, recuerda eso. Siempre te guiará a donde
necesites ir. —Dejó caer las manos y dio un paso atrás—. Ahora vete, bambina. Sé valiente.
Tu corazón conquistará la oscuridad. Confía en eso.
Cuarenta y dos
Salí de nuestra casa a trompicones, hacia la calle. El amanecer pintaba rayas rojas y
doradas en el cielo. Lo miré, tratando de orientarme hacia mi nueva realidad. El mundo era
el mismo que siempre había sido, pero se sentía irrevocablemente cambiado. Una profecía
que presagiaba un desastre… Respiré hondo. No podía creer que nadie nos lo hubiera
contado antes. Saber que mi propia existencia podría indicar el fin de los días de la Tierra
era un gran secreto que guardar, especialmente si no quedaba mucho tiempo antes de que
las puertas del Infierno se destruyeran.

Tampoco podía creer que Nonna se había enfrentado a un príncipe del infierno y
había ganado. Y estar Marcada por Ira… Todo estaba sucediendo demasiado rápido. Apenas
podía procesarlo todo. Miré por encima de mi hombro hacia mi casa y escuché el leve
murmullo de voces. Mis padres estaban completamente despiertos. Gracias a la diosa. Corrí
escaleras arriba y me detuve, con la mano cerniéndose sobre la perilla. Quería más que
nada entrar y abrazar a mis padres, decirles que los amaba, pero no podía. Las lágrimas
escocieron en mis ojos mientras me alejaba apresuradamente. No quería dejarlos, pero si lo
que dijo Nonna sobre la profecía era cierto, todos estarían más seguros sin mí.

Caminé rápidamente por las calles, tratando de idear un plan. Me pregunté si mi


hermana se había enterado de la profecía. Si lo había hecho, explicaba por qué pensaba que
era necesario aceptar el trato del diablo. Quizás ella había estado tratando de salvarme.
Entre el derrumbe de las puertas del Infierno y la profecía, disminuían las opciones sobre
cómo evitar que llegara más caos.

Pasé por delante del mercado, evitando los puestos de los vendedores que conocía,
bordeé la orilla de la multitud y terminé en una calle empinada que daba al mar.

Estaba pensando mucho en lo que dijo Nonna. Sobre el amor siendo la magia más
poderosa. No estaba segura de si eso era cierto en el sentido literal, pero el amor por mi
gemela me había hecho más fuerte. En los meses que siguieron al asesinato de Vittoria, dejé
atrás mi consuelo en favor de ayudar a darle paz.

Había invocado a un demonio y me encontré con cuatro príncipes del Infierno. Había
luchado contra un demonio gigante parecido a una serpiente, fui perseguida y casi mordida
por otro, y había sobrevivido a todo. Logré engañar a Avaricia para obtener información,
aprendí astucia de Ira. No sabía que era una luchadora antes de todo esto. Ahora sabía que
podía y haría cualquier cosa por las personas que amaba.

Agarré el amuleto de Vittoria, queriendo sentirme conectada a ella. Deseé que


hubiera podido ver a Nonna luchando contra un príncipe demonio. Cuando mis dedos lo
apretaron, surgió un pequeño detalle. No sé cómo se hizo la conexión, pero de repente ahí
estaba.
Hinojo. Nonna había usado hinojo seco en Envidia. Y no fue la primera vez que veía
al hinojo conectado con algo relacionado a luchar contra los Malignos. Ira había señalado
que la imagen pintada en la puerta del antiguo edificio de almacenamiento de pescadores
tenía una pata que sostenía un tallo de hinojo, no trigo como había pensado originalmente.

Lo que significaba… Mi pulso se aceleró. Pensé en más historias de nuestra infancia.


Conocía ese símbolo, no estaba en el diario de Vittoria y tampoco pertenecía a ningún
príncipe demonio. Todo lo contrario. No había pensado en las leyendas desde la noche en el
monasterio cuando Antonio las mencionó, pero simbolizaban una antigua orden de
cambiaformas que se decía que luchaban contra el mal.

Casi todo el mundo en el Reino de Italia había oído historias de los poderosos
cambiaformas al crecer. Hablar eventualmente los convirtió en mitos, pero eso no
significaba que no fueran reales y todavía existieran. Los aldeanos con los que Antonio
había hablado parecían pensar que estaban muy vivos, bien y reuniéndose de nuevo. La
emoción me recorrió el cuerpo. Si una antigua secta de guerreros vivía en Palermo, tal vez
era hora de ver si querían ayudar a librar a la ciudad de los demonios que la invadían.

Independientemente de cualquier cosa, sentí algo sobrenatural en esa habitación


con el equipo de pesca. Y ahora iba a descubrir exactamente lo que había sentido.

****

Dentro del edificio abandonado con el símbolo de los cambiaformas pintado, todo
estaba inquietantemente tranquilo y silencioso; como si la habitación misma estuviera
esperando, conteniendo el aliento, a que se descubrieran sus secretos. Había algo aquí que
necesitaba encontrar. Lo sabía. Lo sentía.

Ahora escaneé los artículos diversos con cuidado, pasando mi atención sobre cada
tabla del piso, cada esquina y cada último elemento que pude ver. Las redes de pesca y los
aparejos todavía estaban en los mismos montones. Esta vez, sin embargo, decidí ver si mi
luccicare localizaba el objeto mágico de la misma manera en que mi hermana podía
escucharlos susurrarle en voz baja.

Me aferré al cornicello de Vittoria y me concentré mucho en mi talento, tratando de


forzar la manifestación del aura lavanda. Eso no sucedió, pero sucedió algo extraño. Cuanto
más trataba de concentrarme en el luccicare, más sintonizaba con los sonidos. Cerré los
ojos, escuchando un leve zumbido que me llamaba. Había algo familiar en él que no podía
ubicar del todo.

Dejé ir el pensamiento racional y me entregué completamente a mis sentidos.

Di un paso a mi derecha y el sonido se desvaneció. Inhalé profundamente, volví a


centrar mi atención y me moví a la izquierda. Volvió el tarareo. Avancé poco a poco hacia él,
deteniéndome y reenfocando cada vez que empezaba a desvanecerse. Cuanto más me
acercaba, más fuerte y estable se volvía.

Di un último paso hacia adelante y luego me detuve.


Abrí mis ojos. Me había guiado a la pared del fondo donde los anzuelos de pesca
estaban colgados en ordenadas filas. Recordé haberlo escaneado el día que Ira y yo nos
aventuramos dentro. Entonces me había atraído, pero no había confiado en mis instintos.
Pasé mis dedos por los ganchos. Algunos brillaban, otros estaban opacos por el uso y el
óxido. Llegué al final de la pared y me detuve. Un anzuelo de aspecto muy común parecía
zumbar cuanto más me acercaba. Retrocedí y el sonido desapareció.

Me concentré de nuevo y volvió. Solté un suspiro y dejé ir las preguntas para las que
no tenía respuesta. No estaba segura de qué hacer, pero extendí la mano para quitar el
gancho viejo de la pared. Mientras tiraba de él, se abrió una puerta secreta detrás de él.
Santa diosa de los cielos. No esperaba eso.

Miré fijamente por encima de mi hombro, preocupada de que hubiera un espía


invisible acechando detrás de mí, esperando para informar a quienquiera para quien
trabajara. Escaneé la habitación lentamente, pero a menos que hubiera varios demonios
Umbra en la ciudad, el contratado por Envidia se había ido.

Me deshice de mis reparos y me volví hacia la puerta secreta. Juraba que escuchaba
los lejanos susurros de muchas voces provenientes del interior del pasaje oculto. Pensé en
el diario de Vittoria, en las líneas que había intentado descifrar que se habían mezclado
como la sesión de adivinación de Claudia.

Seguí el zumbido de voces hasta una cueva, muy por encima del mar…

… encontré eso allí, enterrado profundamente en la tierra. Me las arreglé para


entender una línea antes de que cayera en el caos.

Pensé en la parte de “eso” que mencionó. Si cada una de nosotras había estado
usando una parte del Cuerno de Hades toda nuestra vida, entonces no podría ser el
misterioso “eso” al que se había referido. Entonces, ¿qué había oído susurrarle en lo alto del
mar? ¿Qué había desenterrado Vittoria y había decidido esconder de nuevo, en algún lugar
lejos de los Malvagi?

Miré la puerta secreta, preguntándome si sería lo suficientemente valiente para ver


a dónde conducía. Los susurros me llamaban, un poco más fuertes, un poco más insistentes.
Mis palmas se humedecieron.

Quizás usar el cornicello de Vittoria me daba acceso a su magia. Lo que significaba


que lo que fuera que había atraído a mi hermana a esa cueva sobre el mar, ahora me estaba
llamando.

Si realmente quería saber qué le pasó a Vittoria, necesitaba ver qué había detrás de
esa puerta. Con una rápida oración a la diosa, sostuve su cornicello con fuerza y entré al
pasadizo secreto.
Cuarenta y tres
Un viejo tramo de escaleras desmoronándose me recibió. Dudé en el escalón
superior, mirando hacia la oscuridad de abajo. No había antorchas ni luces para guiarme
una vez que descendiera al abismo. Solo telarañas y la inconfundible urgencia de correr en
dirección contraria. Los susurros eran mucho más fuertes y excitados aquí y ocultaban
otros ruidos. Si alguien o algo me seguía, no lo sabría hasta que estuvieran casi encima de
mí.

Froté con mi pulgar la suavidad del cornicello. Era una bruja bendecida por la diosa
que llevaba uno de los cuernos del diablo. Seguramente podría encontrar una manera de
arrojar un poco de luz. Me concentré con fuerza en el cornicello de mi hermana, imaginando
las veces que emergió una extraña luz púrpura y apareció el más mínimo resplandor. No
era mucho, pero sería suficiente para iluminar mi camino. Exhalé y comencé la larga
caminata hacia abajo.

Mantuve una mano alrededor de mi amuleto y la otra contra la pared, asegurándome


de no perder el equilibrio y caer hacia mi muerte. Me tomó uno o dos minutos, pero
finalmente llegué al fondo. Dirigí mi atención alrededor, asegurándome de que no me
atacaran. Estaba en un túnel que me recordaba la ubicación del nido de la Viperidae. Contuve
un escalofrío. Sinceramente esperaba no volver a encontrarme con un a. Evitando que esos
miedos echaran raíces, seguí adelante.
Unos metros más abajo, el túnel se bifurcaba en dos direcciones. El camino a mi
izquierda parecía inclinarse constantemente, cortando mi vista. El de mi derecha parecía
que se prolongaba durante un rato antes de girar a la derecha. Honestamente, ninguno de
los dos parecía un viaje divertido, pero no estaba aquí para pasar un buen rato. Cerré los
ojos y escuché la magia que me guiaba. Los susurros eran más fuertes a la derecha. Y el
ligero tirón en mi centro me jalaba en esa dirección. Así que esa fue la dirección que elegí.

Perdí la noción de cuánto tiempo había pasado cuando me detuve abruptamente. El


amuleto de mi hermana había pasado de un ligero resplandor púrpura a una fuerte luz
pulsante. Nunca había visto a ninguno de nuestros amuletos actuar de esa manera antes, e
inmediatamente comencé a sospechar. Miré a mi alrededor, buscando la causa y vi una cruz
tosca pintada en la pared. Debía estar debajo de una iglesia. Fui a mirar hacia otro lado,
pero algo me llamó la atención.

Allí, enterrado por un poco por la tierra, había un destello de plata. Susurros chirriaron
emocionados.
Con el pulso acelerado, me acerqué poco a poco y me incliné para quitar la suciedad.
Mi amuleto perdido brilló dándome la bienvenida. Lo agarré y fui a pasarlo por mi cuello,
luego me detuve. Nonna dijo que nunca debían tocarse. No estaba segura de si eso
importaba más, pero no quería arriesgarme a otra catástrofe. Me quité el amuleto de mi
hermana y lo metí en el bolsillo secreto de mi falda. En el momento en que mi cornicello se
posó contra mi piel, mis hombros se relajaron. No me había dado cuenta de cuánta tensión
había estado cargando. Podría ser uno de los cuernos del diablo, pero ahora me pertenecía.
Me levanté y miré a mi alrededor. Esperaba encontrar un lugar secreto de reunión de
los cambiaformas, pero no había puertas ni ramificaciones. Estaba considerando mis
opciones cuando escuché un sonido que no era el resultado del susurro de objetos mágicos.
Alguien estaba aquí abajo. Podía ser quien había pintado ese símbolo en la puerta, o podía ser
algo mucho peor.
Consideré correr, pero eso no sería prudente. A cualquier criatura grande y mala que
hubiera ahí afuera probablemente le encantaría la persecución. Miré hacia adelante, feliz de
ver el desvío a unos pocos metros de distancia. Si corría, podría ser capaz de perder a quien
fuera que me seguía. No perdí ni un segundo considerándolo, me dirigí hacia el siguiente
túnel.
Doblé la esquina y corrí hacia las sombras, dibujé un círculo de protección rápido,
luego me apreté en un hueco húmedo, oculto a la vista.

Un ligero desplazamiento de guijarros indicó que mi acosador no se había rendido.


Contuve el aliento, preocupada de que la más mínima inhalación o exhalación me delatara.
Mi perseguidor se detuvo lo suficientemente cerca como para que yo pudiera distinguir sus
rasgos y reprimí una serie de maldiciones.

—¿Estás completamente…

La mano de Ira salió disparada y cubrió mi boca antes de que terminara mi oración.
Había cruzado mi círculo de protección sin mostrar ningún indicio de que lo hubiera
afectado en absoluto. Lo que debería haber sido imposible porque estaba sincronizado con
mi poder. Estaba demasiado aturdida para hacer algo inteligente, como morderlo.

—Ahora que posees el Cuerno, hay tres docenas de demonios Umbra acercándose.
Dos docenas de los cuales te han estado siguiendo desde que saliste de tu casa. —Quitó su
mano—. Si atacan, quiero que corras. No mires atrás ni te detengas. ¿Entiendes?

—¿Qué? —Casi cuarenta asesinos invisibles me habían estado siguiendo, pero esa ni
siquiera era la parte más aterradora. Imaginar tantos demonios invadiendo este mundo y el
daño que podían hacer… era demasiado—. ¿Cómo llegaron aquí?

—Tengo dos conjeturas. O las puertas se están debilitando exponencialmente. O


alguien los invocó a todos. —Ira nos apretó con más firmeza contra la piedra, su enorme
cuerpo absorbiendo cualquier parte de luz de mi amuleto que pudiera delatarnos—. Si
estás de acuerdo, puedo hacernos transvenio de regreso al palacio. ¿Vendrás conmigo?
Un leve tirón de advertencia detuvo mi lengua. Lo cual era extraño teniendo en cuenta
que quería mucho que nos alejara del peligro con magia. Pero también era muy conveniente
que solo tuviera su palabra sobre los mercenarios invisibles. Envidia había tenido éxito en
una cosa; había creado dudas.
—¿Cómo funciona exactamente?

—En pocas palabras, viajas a través de las dimensiones conmigo y te depositan en el


lugar que yo elija.

—Dijiste que tenía que estar de acuerdo con eso… ¿pasa eso cada vez?

—Una vez que das el permiso, es eterno.

A pesar del peligro que se avecinaba, todavía quedaba esa sensación molesta que no
podía ignorar. Prefería arriesgarme con mercenarios que hacer un trato eterno.

—¿Y qué más?

Ahora vaciló. Lo que me preocupó.

—Esencialmente, se siente como si te estuvieran incinerando mientras cambiamos


el tiempo y el espacio. No dura más de uno o dos segundos.

Lo miré fijamente. Fuego y brujas mezclados, así como demonios y ángeles. Estaba
decidido. Probaría suerte con los asesinos.
—Tiene que haber…

—¡Corre, Emilia!

Se dio la vuelta y aterrizó una fuerte patada en lo que solo podía ser un demonio
Umbra. No lo vi volar, pero escuché un sonido extraño. Si era incorpóreo, no estaba segura
de cómo Ira había hecho contacto con él. Atacó a otro y a otro. Fue solo cuando colapsaron
que comprendí la anomalía. La daga demoníaca de Ira les cortó la cabeza. Tal vez sostener
el arma también le permitía golpearlos.

Al morir, perdían su invisibilidad. Quería correr, pero parecía que no podía


moverme. Me quedé mirando los rostros pálidos con profundos círculos negros alrededor
de sus ojos hundidos, y dientes tallados en pequeños puntos que se apartaban de las
podridas encías negras. Parecían cadáveres y olían muy parecido.

No podía decidir si no conocer sus verdaderos rostros era mejor o peor.

—¡Toma los cuernos y vete! —Ira se lanzó hacia delante, golpeó, rodaron cabezas.
Era violencia hecha carne. Al verlo atacar y mutilar demonio tras demonio, me imaginé que
era invencible. Golpeaba, esquivaba, pateaba y luego rodaban cabezas. Partes del cuerpo
salieron volando. Salpicaduras de sangre oscura. No había nada que pudiera detenerlo.

Envidia emergió de la parte más profunda de las sombras, sus ojos brillaban como
esmeraldas.

—Sujétenlo.
Chasqueó los dedos una vez y solo distinguí las formas sombrías de los demonios
Umbra mientras pululaban como una colmena de avispas feroces. Ira luchó, golpeó y logró
acabar algunos más, pero fue inútil. Incluso algo tan poderoso como el demonio de la
guerra no podía contener la marea de cuerpos invisibles que seguían viniendo por él. No a
menos que desatara toda su magia.

Curiosamente, ninguno de ellos ni siquiera respiró en mi dirección.

Finalmente, mantuvieron a Ira en su lugar. Su poder retumbó, rodó a través de los


túneles, pero Envidia solo se rio mientras las rocas llovían. Me las arreglé para apartarme
del camino cuando una pieza grande se estrelló donde había estado parada un segundo
antes.

—Adelante. Usa todo ese poder, hermano. Enterrarás a tu bruja. —Cesó el murmullo
en las profundidades de la tierra. Envidia me lanzó una mirada, sonriendo—. No te
preocupes. Todavía no tiene nada que ver con sus sentimientos, mascota. Eres un medio
para un fin. ¿No es así, hermano?

—Si haces esto, también te estarás condenando a ti mismo. —Incluso sujetado,


rodeado de enemigos, Ira no parecía intimidado—. ¿Es eso lo que realmente quieres?

—Quizás me gusta estar condenado. —Envidia sacudió la suciedad imaginaria de


sus solapas—. Quizá deberías recordar cómo es, querido hermano. Que te quiten algo que
codicias. Lástima que no recuerdes que yo también soy algo a lo que temer. Permíteme
recordarte.

Si no fuera por el repugnante golpe húmedo y el gemido ahogado de Ira, podría no


haber sabido que algo, aparte de estar rodeados por demonios mercenarios invisibles,
estaba mal. Observé con horror silencioso cómo la daga de Envidia se hundía
profundamente en la ingle de Ira, y la arrastró por su cuerpo, abriéndolo de cadera a
cadera. Las tripas se derramaron cuando Ira se encorvó, con los ojos muy abiertos.

—Vete —tosió. La sangre manchaba sus labios.

Lo miré sin pestañear. Creo que grité.

Los sonidos a mi alrededor fueron reemplazados por un lamento agudo en mi


cabeza. Mi cara se puso caliente, luego fría. Todo el abdomen de Ira estaba abierto. Un
segundo estaba de pie, luchando, y luego… luego… había tanta sangre. Caí de rodillas y
vomité.

Envidia se rio, el sonido rebotó en las paredes.

—He querido hacer eso por años, hermano. No puedo decirte lo bien que se siente
verte desangrarte. —Me miró, su labio superior curvándose—. Mira de cerca, mascota. Así
es como trato a la familia. Imagina cómo es ser mi enemiga. No creas que he perdonado lo
que tú y tu abuela me hicieron.
Torció la daga e Ira tosió sangre de color oscuro. Me obligué a mirar, a estar de pie.
No podía caerme a pedazos todavía. Los demonios Umbra que se aferraban al demonio de
la guerra debieron soltarlo; Ira se deslizó hasta el suelo, mirando la brutalidad de su herida.

Envidia levantó su daga de nuevo, pero no pude soportarlo.


—¡Alto! —Solté un grito ahogado cuando Envidia ignoró mis súplicas y lo apuñaló una
vez más por si acaso. Dio un paso atrás para inspeccionar el daño. Ira luchó por mirar en mi
dirección, pero no pudo hacerlo. Nunca luchó. No pensé que estuviera en su naturaleza.
—Por favor… Emilia. Yo… —jadeó; el sonido ronco y laborioso. Él estaba muriendo.
Verdaderamente muriendo.

Algo se agitó dentro de mí.

Corrí a su lado, con las manos a tientas y traté de detener la hemorragia.

—Todo está bien. Todo va a estar bien. Solo tienes que curarte a ti mismo.

Una vez más, no tenía ningún hechizo, ninguna magia a la que recurrir para curar su
herida. Estaba demasiado nerviosa para pensar con claridad. Solo tenía mis dos manos y la
esperanza de que pudiera curarse lo suficientemente rápido. Se volvió lentamente hacia mí,
la luz abandonó sus ojos antes de encontrarse con mi mirada suplicante. Esto no podía
estar pasando. Yo lo necesitaba.

—No. —Ahora más que nunca, tenía que levantarse y ponerse bien. Lo sacudí un
poco. Estaba extrañamente quieto, con las pupilas fijas. Sabía lo que eso significaba y no
podía… él no podía estar muerto. Se suponía que este demonio estúpido y arrogante era
inmortal—. Levántate.
Necesitaba curarse. Solo necesitaba algo de tiempo. Podría sostener su herida por
unos minutos más. Eso es todo lo que necesitaba. Unos minutos. Podía hacer eso. Podía
quedarme allí hasta que se cosiera de nuevo.

Todavía estaba arrodillada allí, con las manos llenas de sangre, cuando su cuerpo
desapareció de este reino.
Me quedé mirando la sangre húmeda en mis palmas. Había tanta. Demasiada.
Ningún mortal sobreviviría a esas heridas. Ira siempre se había curado instantáneamente
antes.

Estaba herido, pero no muerto.

Al igual que Lujuria cuando fue golpeado con la espada de Ira. No podía estar muerto.
Ese era el punto de la inmortalidad. Pero… había visto la vida dejar los ojos del demonio.
Lujuria no se había visto así. Todavía estaba respirando cuando desapareció de regreso al
Infierno. De repente no pude respirar. Sin él, yo…
Extendí mis manos; estaban temblando. Miré hacia abajo y observé de una manera
extraña y distante cómo todo mi cuerpo temblaba violentamente. Ver el cuerpo mutilado de
mi hermana había sido horrible, pero ver a alguien ser eviscerado… froté mis manos por
mis faldas, pero la sangre no salía. Froté, froté y…

—Basta de eso. —Envidia envolvió dedos largos alrededor de mi muñeca, apretando


los huesos. Un poco más de presión y se fracturaría algo—. Todos estos disgustos podrían
haberse evitado si hubieras escuchado. No tienes nadie a quien culpar salvo a ti misma.

—¿V-viv… v-vivirá?

Envidia se arrodilló a mi lado y presionó el lado plano de su daga debajo de mi


barbilla. La hoja todavía estaba resbaladiza por la sangre de Ira.

—Deberías rezarle a tu diosa para que no lo haga. Ahora dame el Cuerno de Hades y
podría considerar acabar contigo rápidamente.

Arrastré mi mirada lejos de la mancha de sangre donde Ira había caído. Había luchado
por mí. Se interpuso entre su hermano y yo y pagó por ello. La ira me invadió de repente,
despejó mi mente del dolor. Miré a Envidia y metí la mano en el bolsillo de mi falda.
Rápidamente coloqué el amuleto de Vittoria sobre mi cabeza, finalmente uniendo el Cuerno
de Hades.
Un chasquido parecido a un látigo rompió el silencio cuando los cuernos del diablo
se reunieron. El poder surgió a través de mí.

—Sal. Sal antes de que te obligue.

—Estás cometiendo un terrible error. —Envidia no retrocedió ni corrió, pero me


obedeció—. No olvidaré pronto tu desobediencia, mascota. Y tú tampoco deberías. No es
poca cosa tener un príncipe del Infierno por enemigo. Vengan.

Reunió a sus asesinos invisibles y abandonó el húmedo túnel. Esperé hasta que se
fue antes de caer al suelo. Después de esa demostración de poder, no podía moverme.
Acerqué mis rodillas a mi pecho. Las cosas habían salido espectacularmente mal, y esta vez
no tenía ni idea de cómo seguir adelante. Ira se había ido. Mi familia estaba escondida y
ganar contra los príncipes del Infierno por mi cuenta parecía más imposible que nunca. Ver
a Ira abierto de cadera a cadera me desconcertó. Pensé que era invencible, así que, ¿qué
posibilidades tenía yo realmente?

Quería ser valiente, audaz e inteligente, y vencer a mis enemigos con astucia. Admitir
que tenía mucho que aprender me parecía una derrota. Tenía magia y el Cuerno de Hades,
pero no tenía tiempo para aprender trucos más oscuros para igualar el campo de juego.
Nonna dijo que intentaría frenar la apertura de las puertas del infierno, pero quién sabe si
lo conseguiría antes de que se acabara nuestro tiempo.
Ser realista no significaba que fuera derrotista. Tal vez las cosas mejorarían si dejara
de pelear y esperara a ver si el diablo quería reclamarme.
O tal vez ahora que tenía sus cuernos debería invocarlo, hacer un trato por mi
cuenta y detener una mayor destrucción. Mi atención volvió a donde había caído Ira. Tuve
la sensación de que supo lo que yo haría. Y yo sabía lo que había elegido Vittoria. Pero
todavía no estaba segura de lo que quería.

Así que me senté allí, junto a la sangre seca de mi peor enemigo y lloré.
Cuarenta y cuatro
Los hechizos de resurrección son parte tanto de las artes oscuras como de lo
Prohibido porque van en contra del orden natural. Si intentas recuperar una vida, la
Muerte tomará su retribución en otra parte, equilibrando la balanza. Tanto arriba,
como abajo.

—Notas del grimorio di Carlo

Una hora después me encontré fuera del palacio en ruinas. No tenía ningún otro
lugar a donde ir que fuera seguro, y esperaba que la magia de Ira aún protegiera el edificio
de alguna manera. Llegué al nivel inferior y acababa de cerrar la puerta cuando una
pequeña ráfaga de frialdad rozó mi cuello. Iba a ignorarla cuando recordé lo que Nonna
había dicho sobre ser Marcada por un príncipe del Infierno.

Ira me había dado una forma de invocarlo.

Corrí escaleras arriba, y saqué los suministros de una bolsa extra que había
empacado días antes. Velas negras, algunos huesos de animales del restaurante, mi propio
grimorio personal que había empezado, y…

¡Sangre y huesos! Sin la daga de Ira, no tenía oro, que era un ingrediente principal
que necesitaba para invocar a un demonio de la Casa de la Ira. Me paseé por la habitación y
maldije.

Por un maldito momento deseé que algo saliera fácilmente.

Aparté las velas del camino y me hundí en la cama, parpadeando para contener las
lágrimas. Estaba tan enojada con Ira después de nuestro beso, tan devastada por su
omisión sobre lo que buscaba en realidad, que quise hacerle daño, pero nunca así.

Ver morir a alguien que conoces, incluso si es alguien que no debería gustarte, no era
poca cosa. Luego la amenaza de Envidia, la pérdida de mi familia… no sabía cómo proceder
desde aquí. Me acosté y me quedé mirando las pequeñas líneas del techo, pensando que
eran como las pequeñas fisuras que habían partido mi vida en un millón de pequeñas
partes. Cada línea representaba otro camino, otra elección, otro intento de corregir los
errores cometidos. Volví sobre mis pasos mentalmente durante las últimas semanas,
intentando adivinar dónde podría haber tomado el camino equivocado.

Cuando no hubo respuestas sabias, me di por vencida y rodé sobre mi costado. El


pequeño tocador junto a la cama tenía una botella de prosecco y dos vasos. También había
un tazón pequeño de rodajas de naranja cubiertas de chocolate. No recordaba haber visto a
nada de eso antes, pero Ira podría haber traído las golosinas mientras jugábamos scopa.
No sabía qué hacer con eso, así que desterré esos pensamientos y quité el corcho,
viendo las burbujas borbotear y crujir suavemente mientras llenaba mi vaso. Si el mundo
como lo conocía se estaba acabando, merecía un trago antes de hacer un trato con el diablo.
Me llevé el vaso a los labios y me detuve. Ira había dicho que mirara en la cómoda si estaba
aburrida. No estaba aburrida, pero estaba intrigada.

Dejé mi vaso y abrí el cajón superior.

Un pequeño anillo de oro clavado en ramas de olivo descansaba sobre un lecho de


terciopelo aplastado.

Era simple pero hermoso. Lo recogí y lo puse en mi dedo índice. Encajó


perfectamente. Mi corazón se retorció. Sabía exactamente por qué me lo había dejado.
Durante la época romana antigua, un enemigo regalaba una rama de olivo como gesto de
paz. Una lágrima se deslizó por mi mejilla a medida que pensaba en él llamándola una
ramita de verdad. Ira, probablemente suponiendo que no tenía mucho oro conmigo, me
había dado la última pieza que necesitaba para invocarlo. Se había preparado para todo.
Táctico hasta la médula.

Sintiéndome esperanzada por primera vez en lo que parecieron siglos, coloqué las
velas en un círculo y las encendí, coloqué helechos recién cortados y huesos, luego comencé
a invocar. Usé un poco de mi propia sangre en la ofrenda, y le di al círculo unas gotas.

—Por tierra, sangre y hueso. Yo te invito. Ven, entra en este reino del hombre. Únete
a mí. Atado a este círculo, hasta que te envíe a casa.

Me arrodillé allí, esperando el humo revelador de la llegada de Ira. Pasaron los


segundos. Mantuve mi esperanza bajo control. La última vez, segundos después de que
realizara el encantamiento, se habían producido las primeras señales de su llegada. Tal vez,
dado que estaba herido gravemente, necesitaba una ofrenda más grande. Exprimí algunas
gotas más de sangre en el círculo. No pasó nada.

—Vamos, demonio.

Repasé el ritual nuevamente. Ajustando los helechos, huesos y velas hasta que
formaron un círculo perfecto. Dejé mi anillo dentro del área de contención, luego goteé más
sangre.

—Por tierra, sangre y hueso. Yo te invito. Ven, entra en este reino del hombre. Únete
a mí. Atado a este círculo, hasta que te envíe a casa.

Una vez más dejé fuera el latín, ya que la última vez terminó en un compromiso
espontáneo no planificado e Ira dijo que no era necesario. Cuando todo permaneció en
silencio, lo intenté una última vez y usé el mismo encantamiento que nos uniría en un
matrimonio impío si Ira aceptaba.

—Por tierra, sangre y hueso. Yo te invito. Ven, entra en este reino del hombre. Únete
a mí. Atado a este círculo, hasta que te envíe a casa. Aevitas ligati en aeternus protego.
Una brisa fuerte apagó una de las velas. Esperé, conteniendo la respiración, a que se
levantara el poderoso demonio de la guerra. Inmortal. Furioso. Asombroso. Me preparé
para el sermón que vendría seguramente. Los momentos fueron y vinieron, pero no hubo
humo ni señal de que hubiera invocado nada. Esperé y esperé. Los pájaros comenzaron a
llamarse unos a otros afuera; la mañana no estaba lejos. Y el hechizo de Ira solo se podía
emitir de noche.

Aun así, lo intenté de nuevo, esperando que esta vez lo lograría.

Eventualmente, la última de mis esperanzas se extinguió. Nonna dijo que mientras él


viviera, Ira vendría. El hecho de que no apareciera me llenó de pavor. Pensé en el principio,
cuando le había rezado a la diosa de la muerte y furia, y no pude evitar preguntarme si
finalmente exigió la venganza que ya no quería contra él.

Vi parpadear las velas, deseando que incendiaran la ropa de cama y todo el palacio.
Sería apropiado que el resto de mi mundo se incendiara. Ira en realidad se había ido, de
verdad. Y con él se había llevado la última de mis esperanzas.

El Cuerno de Hades estaba en mi posesión, pero no estaba segura de cómo usarlo


para cerrar las puertas del Infierno. Mi familia había huido, Antonio fue secuestrado por
Envidia, y la mente de mi mejor amiga aún estaba atrapada entre reinos. Los demonios
Umbra se habían infiltrado en esta ciudad y no tenía idea de cómo deshacerme de ellos.

Apagué las velas de invocación una por una hasta que me quedé completamente en
la oscuridad.
Cuarenta y cinco
Cuando el sol extendió sus primeros rayos sobre el mar, ya estaba vestida para la
batalla. Me paré frente al espejo y terminé de trenzar la mitad de mi cabello en una corona,
y dejé la otra mitad en ondas sueltas. Aseguré la parte superior con dos grandes clips de
rama de olivo con incrustaciones de diamantes que, con la excepción de las piedras
preciosas, combinaban con mi anillo nuevo. Me enjugué los labios con una tintura color
vino y me pasé kohl por mis párpados.

Di un paso atrás y admiré mi trabajo; me veía peligrosa. Mi vestido era de un color


mora profundo con mangas rematadas hechas completamente de escamas doradas. Era lo
suficientemente oscuro como para ocultar sangre, pero no era otro conjunto
completamente negro. Sin importar el color, simplemente se parecía demasiado al luto.

Y estaba completamente harta de sentirme triste.

Ira dijo que tenía una opción: podía ser una víctima o una vencedora. Y, por mucho
que me resistiera a admitirlo, tenía razón. Otros siempre estarían ahí afuera, intentando
derribarme, decirme quién era o quién pensaban que debía ser. La gente a menudo
convertía palabras en armas, pero solo tenían poder si las escuchaba en lugar de confiar en
mí.

Si mis enemigos querían crear dudas en mí, creería aún más en mis propias
habilidades. Incluso si tenía que fingir hasta que se sintiera real.

Dejé el Zisa y me adentré en el corazón de la ciudad.

Hice un recorrido por el Casco Antiguo y me dirigí al mercado de Ballarò donde se


habían instalado puestos de comida alrededor del palacio real. No me sorprendió ver que
los Nucci ya tenían una pequeña reunión de personas esperando su arancini y panelle.
Tanto las bolas de arroz fritas como los panqueques de garbanzos salados fritos eran
comida callejera popular.

Domenico Senior se secaba su frente con un paño y repartía una bolsa de comida. Me
alegré de verlo alejado del antro de juego de Avaricia. Facilitaba una parte de mi plan.

Observé cómo su línea se redujo lentamente y la gente se alejó con sus bolsas de
comida. Mi estómago gruñó ante la vista y olores, y decidí que comprar algo era una excusa
buena para hablar. De todos modos, necesitaba comer.

—Buongiorno, signorina di Carlo. ¿Qué le gustaría hoy?

—Panelle con rodajas de limón extra, por favor.

El viejo Nucci frio los panqueques planos a la perfección, los remató con un poco de
sal marina y luego los agregó a una bolsa de papel con una rodaja extra de limón. Le
entregué mis monedas y me deslicé hacia el lado donde su toldo proporcionaba un poco de
sombra.

—¿Cómo está Domenico Junior?

—¿Está en problemas?

No estaba segura de cómo responder a eso, así que hice uno de los trucos favoritos
de Ira y lo ignoré.

—Mi hermana lo mencionó, y he oído que ha estado pasando mucho tiempo en el


monasterio. Debe ser difícil para él, perder a alguien que le importaba.

La mirada de Domenico Senior se desvió hacia la persona que estaba detrás de mí


antes de que repartiera una orden de arancini, y pusiera otros en la cesta de la freidora.

—Está bien. Esta mañana se fue a Calabria para ayudar a su primo.

Dejé de masticar mi panelle. De todas las veces que Domenico Junior se iba de casa,
era extraño que eligiera hacerlo ahora. Cambié de táctica.

—¿Has pasado algún tiempo en la sala de juego? —pregunté, esperando que no


fuera demasiado grosero—. Necesito encontrarlo lo antes posible.

Sacudió la cabeza.

—Temo no poder ayudarte. Escuché que el tipo que lo dirige se fue.

Grité y maldije internamente a la diosa de las oportunidades perdidas. Estaba a


punto de irme cuando noté un tatuaje extraño entintado en su antebrazo. Una huella que
agarraba lo que parecía ser un tallo de hinojo. Mi mirada se posó en el costado de su carrito
de comida; allí estaba pintado el mismo símbolo. Me había equivocado. Nunca lo había visto
en el diario de mi hermana. Lo había visto el día que Ira y yo habíamos intentado
acercarnos para investigar el asesinato de Giulia Santorini. Me quedé sin aliento cuando
todo encajó en su lugar finalmente. El signore Nucci era un cambiaformas.

Tragué con fuerza, y alcé mi vista lentamente. Domenico Senior se dio cuenta que
estaba mirando su tatuaje fijamente, y se bajó la manga rápidamente a pesar del calor del
día.

Su reacción hizo sonar las campanas de advertencia.

Pensé en el diario de mi hermana. Todo lo que había dicho era Domenico Nucci.
Nunca había habido una mención de junior o senior…

—Eres tú —dije, dejando caer mi bolsa de panelle—. Vittoria escribió tu nombre en


su diario. Nunca ha sido Domenico Junior. ¿La lastimaste? ¿Descubrió lo que eres?

—No es cierto; no grites ese tipo de acusaciones. Dame un segundo.


Domenico cambió el letrero del puesto a CERRADO, y me indicó que lo siguiera a la
vuelta de la esquina donde había menos tráfico peatonal. No quería dejar las multitudes, y
él pareció saberlo. Se detuvo donde aún estuviéramos rodeados, pero no pudiéramos ser
escuchados.

—Tu hermana repartía bebidas en el antro de juego de Avaricia.

Mi corazón latió salvajemente. Finalmente, después de todo este tiempo, tenía otra
pista sobre lo que había estado haciendo Vittoria justo antes de que la asesinaran.

—¿Y? ¿Sabía lo que eres? —Asintió—. ¿Alguna vez la viste con Avaricia?

—Sí. Una noche fue a él con una idea. Estaban trabajando en un plan con el que
ambos se sintieran cómodos.

—¿Cómo te involucraste en todo esto? —No parecía dispuesto a responder, de modo


que saqué el cuchillo que había escondido en mi corpiño y dejé que el sol resplandeciera en
la hoja. Había aprendido muchos trucos del demonio de la guerra—. Conseguiré mi
información de una forma u otra, signore. La elección depende de usted sobre cómo lo
haremos.

—Está bien, está bien. —Tragó pesado y echó un vistazo alrededor—. Ya sabes
sobre los benandanti.

Asentí. Todos lo sabían.

—Cambiaformas, en cierto modo. Sus espíritus se transforman en formas animales


para realizar viajes astrales cuatro veces al año. También luchan en las Batallas Nocturnas.

—Bueno, eso es lo que son los benandanti. No somos ellos, pero han adoptado
nuestro símbolo, de modo que nos confunden a menudo. Podemos cambiar de forma
físicamente cuando queramos. Nos llamamos Lobos Ember. Los benandanti son humanos,
nosotros no. Al menos no del todo. La mayoría diría que somos hombres lobo.

—Hombres lobo —repetí—. ¿Te transformas físicamente en lobo?

Domenico Senior asintió.

Me tomé un momento recuperarme. Nunca había oído hablar de un Lobo Ember,


pero había muchas historias sobre hombres lobo. De las historias viejas que me habían
contado, los lobos permanecían con su manada y eran leales solo entre ellos. No entendía
cómo o por qué se asociaba con los demonios.

—¿Por qué estabas con Avaricia?

Su mirada cayó al suelo.

—Hicimos un trato.
Un recuerdo de verlo con pilas de fichas de juego cruzó por mi mente. Tenía la
sospecha de que sabía a dónde iba esto.

—¿Prometió perdonar tus deudas si lo ayudabas?

Asintió.

—Pensé que era un trato tonto para él. Después, descubrí que para empezar no era
idea suya. Dijo que lo único que quería era que los lobos luchasen del lado del diablo
cuando llegara el momento. No hemos cambiado en casi dos décadas, así que no pensé que
el trato tuviera valor.

—¿Por qué no han cambiado?

Levantó un hombro.

—Nadie está seguro. Un día pudimos, y al siguiente no.

—Pero eso cambió recientemente, ¿no? —pregunté—. ¿Alguien cambió de forma?

—Cuando un niño celebra sus veinte años, generalmente cambia por primera vez.

Y apostaría cualquier cosa que Domenico tuvo un cumpleaños recientemente, y se


sorprendió mucho cuando se convirtió en lobo.

—¿No le dijiste a tu hijo lo que eran?

Sacudió su cabeza lentamente.

—Había pasado tanto tiempo… no pensé que sucedería. Cuando Dom cambió, supe
que estábamos en problemas. Le dije lo que había prometido. —Se secó una lágrima de su
mejilla—. La decepción en los ojos de mi hijo fue suficiente para acabar conmigo. La
vergüenza que le he traído a nuestro legado, nuestra familia. Los lobos no luchan por nadie
fuera de nuestra manada. Ahora Dom reza en el monasterio por mí y por sí mismo,
esperando que todos perdonen mis pecados.

—¿Cómo mi hermana supo lo que eres?

Lo consideró un momento.

—No estoy seguro. Pero ella fue quien le dijo a Avaricia que negociara conmigo.
Cuando se cerró el trato, ella me hizo prometer que cumpliría mi palabra.

—¿Vittoria estableció el trato entre Avaricia y tú? —pregunté, mi corazón


martilleando—. ¿Estás seguro que fue idea de ella y no de él?

—Seguro —respondió signore Nucci—. Era parte de su plan más grande. Pero nunca
me dijo qué era eso, de modo que me temo que no puedo ayudarte con eso. Solo me dijeron
que estuviera listo cuando nos llamaran.
Dejé escapar un suspiro lento. Vittoria había encontrado una forma de obligar a dos
enemigos a trabajar juntos. Un frente unido para luchar contra el verdadero enemigo. Que
aún era desconocido. Consideré esta información nueva detenidamente. Mi hermana había
creído en Avaricia. Yo había creído en Ira. Y Envidia seguía siendo el asesino obvio,
excepto… que no se había jactado de arrancar corazones del cuerpo de nadie, y no tenía mi
amuleto. Lo que significaba que nuestro asesino aún podía estar ahí fuera.

—Domenico en realidad no está en el continente, ¿verdad?

—No —admitió el signore Nucci, sollozando—. Está en el monasterio.

Todos los caminos seguían conduciendo de regreso al monasterio. Y ya no creía en


las coincidencias.

Allí se encontró el cuerpo de mi hermana.

La sesión de adivinación de Claudia salió terriblemente mal allí.

Domenico rezaba allí casi a diario, pero, según Claudia, también hablaba con
miembros de la hermandad. Apostaría cualquier cosa a que pudo haber confiado sus
problemas a la persona equivocada, especialmente con la forma en que actuaron la noche
en que encontré a Claudia.

Me despedí del signore Nucci y me apresuré a buscar mi siguiente pista.

Antes de que Vittoria fuera asesinada y mi mundo se fuera al Infierno, Nonna dijo
que había cazadores de brujas buscando activamente presas en la isla. Los descarté
después de invocar a Ira y encontrar otros tres príncipes del Infierno vagando por la tierra.
Pero tal vez me había precipitado demasiado.

Si alguien quería matar a las brujas, la orden sagrada era el sospechoso perfecto.
¿Quién mejor para erradicar el mal del mundo que los ordenados por Dios?

Pensé en la noche en que encontré a Claudia, en el hermano Carmine, quien tenía un


brillo asesino en sus ojos. Dio un paso adelante, luciendo hambriento de sangre. Sabía que
despreciaba a las brujas, y no había pronunciado uno de sus discursos mordaces en el
mercado en años. Solo podía imaginar lo mucho que le encantaría volver a subirse a su caja
de jabón y escupir más odio.

Su desprecio abierto por los usuarios de magia lo convertía en el sospechoso


principal de un cazador de brujas.

Hoy, de una manera u otra, descubriría los secretos que guardaba la santa
hermandad.
Cuarenta y seis
Un grupo de figuras vestidas con túnicas se reunió en el patio. La tensión era tan
densa como el calor del verano entre la hermandad. Uno de sus miembros estaba
desaparecido y varias mujeres jóvenes habían muerto. No me sorprendía que estuvieran
culpando al diablo. Me escondí cerca del borde del edificio principal y mi mirada recorrió la
multitud, buscando a un miembro que sabía que no encontraría.

El hermano Carmine estaba en el centro, su mano golpeando el cielo con cada


palabra apasionada que salía de su boca. Al parecer, había llegado a la cúspide de su
discurso.

—Nuestro Dios es un Dios poderoso y no tolerará una plaga de maldad —dijo—.


Debemos liderar con Su ejemplo en estos tiempos oscuros y problemáticos. La hora del
juicio está sobre nosotros. ¡Debemos detener al diablo antes de que siembre las semillas de
sus malos caminos! Vengan, difundamos la Palabra a nuestro prójimo. Llevémoslos a su
Salvación.

—¡Amén! —gritaron todos al unísono.

La multitud se dispersó hacia la ciudad, para salvar almas humanas. Doblé la esquina
y solté un suspiro. El hermano Carmine no estaba hablando del diablo rompiendo la
maldición, pero lo que dijo era un poco alarmante por su precisión. Por una vez, las almas
humanas estaban en realidad en peligro. Mi sospecha de él se profundizó. Si se hubiera
formado un misterioso grupo de cazadores de brujas, era muy, muy probable que él los
hubiera localizado. Estaba contemplando si debía seguirlo o no cuando sentí la llamada de
la magia proveniente del interior del monasterio. Fue como la noche en que encontré el
cuerpo de Vittoria.

Si no más poderosa.

Tal vez ahora solo era mejor presintiéndola. O tal vez tenía algo que ver con el juego
completo de cuernos que tenía en mi poder. Saqué el cornicello de mi hermana de donde lo
había escondido en mi vestido y lo levanté. Incluso para una bruja no humana parecía un
sacrilegio llevar los cuernos del diablo en un espacio sagrado. Pero no había forma de que
entrara sin protección. Deslicé su cornicello junto con el que ya llevaba, sintiendo un
cosquilleo de magia en mis venas.

Antes de deslizarme dentro, eché una última mirada a mi alrededor. Ahora todo
estaba en silencio. La hermandad se había ido. Crucé el patio pequeño y abrí la puerta.
Mientras pasaba a toda prisa por delante de las momias en un pasillo vacío, sentí… algo
observando.
Me volví en mi lugar y escudriñé el pasillo que solía hacer que mi corazón se
acelerara y mis manos temblaran. Esta vez, cuando mi pulso se aceleró, no fue porque
tuviera miedo de lo que encontraría. Quería que alguien intentara atacarme.

—Muéstrate.

A diferencia de las novelas que a Vittoria le encantaba leer, ningún villano emergió
con una risa oscura para ponerse poético sobre los malvados planes de su amo. Nadie
emergió en absoluto. Estaba realmente sola. Cerré mis ojos, agarré el Cuerno de Hades,
respiré profundamente y me concentré. Cuando miré de nuevo hacia el pasillo de los
muertos aparentemente vacío, escuché susurros débiles.

No eran de este mundo.

Excluí todo lo demás excepto el sonido de las voces bajas. Lo seguí, adentrándome
aún más en las catacumbas. Observé cada giro y cada pasillo nuevo en el que entré, con la
esperanza de encontrar el camino de regreso si tenía que correr. Nunca antes había estado
tan lejos en el monasterio; ni siquiera sabía que hubiera tantos pasillos laberínticos que se
retorcían y giraban muy, muy profundo en el centro de la tierra.

Mientras continuaba en silencio, el zumbido de las voces se tornó más fuerte. Mis
nervios hormiguearon. Algo mágico estaba cerca. Y era poderoso. Una parte de mí quiso
ignorarlo y correr. Pero había demasiado en juego. Seguí adelante, obligándome a enfrentar
mis miedos.

Varios minutos después, me detuve en un pasillo húmedo tallado en piedra caliza


con una antorcha solitaria colocada en un candelabro. La luz parpadeaba
amenazadoramente, como la cola de un gato molesto. No necesitaba la señal de la diosa
para saber que algo peligroso estaba cerca. No sabría decir si mi estómago se retorcía de
ansiedad o anticipación. De una forma u otra, algo estaba por suceder.

Una puerta cerca del final del pasillo estaba entreabierta como una invitación. Di los
últimos pasos y me detuve a su lado. Bien podría ser una trampa, pero los susurros ahora
se habían vuelto frenéticos.

Necesitaba ver qué había ahí. Me acerqué un poco más, con el pulso acelerado, y
empujé la puerta un poco más. Desde el exterior, la habitación parecía vacía. A menudo las
apariencias engañaban. Antes de entrar, miré alrededor para asegurarme que no era una
trampa. Las motas de polvo se arremolinaban en círculos. Todo estaba en silencio. Las
ilusiones eran magia engañosamente fácil: a menudo proyectaban lo que esperabas
encontrar.

Debí haberlo sabido.


Cuarenta y siete
Para el momento en que crucé el umbral, supe que había cometido un error. Sentí
como si el aire fuera una banda que se rompió y me bloqueó en mi lugar. Empujé hacia la
puerta, pero fue inútil. Me quedaría en esta habitación hasta que quienquiera que hubiera
puesto el hechizo de contención decidiera liberarme.

Los susurros que había estado escuchando se convirtieron en un parloteo total.


Había tantas voces, tantas conversaciones que apenas podía escuchar mis propios
pensamientos.

—Está aquí.

—Ha llegado.

—Abre el enlace.

—Libérala.

Me tapé los oídos, y busqué cualquier escape posible o medio para romper el
hechizo. Quería que el ruido se detuviera. Ahora. El glamour se desvaneció abruptamente,
como si estuviera en sintonía con mis deseos. Mi mirada recorrió la versión real de la
habitación. Las paredes estaban cubiertas en latín. Líneas y líneas —algunas escritas con
letras más grandes, otras más pequeñas— llenaban cada centímetro de las paredes desde
el suelo hasta el techo. Alguien había estado muy ocupado. Nunca antes había visto magia
usada de esa manera.

Las letras brillaban suavemente y pulsaban como si fueran parte de una entidad viva
respirando. Quise hundirme de rodillas; un hechizo tan poderoso como ese no se rompería
fácilmente. Pero aún no me rendiría. Busqué señales de una emboscada. Estaba sola,
excepto por un libro.

Mi corazón se ralentizó. Este tenía que ser el “eso” que Vittoria describió en su
diario.

Cuando puse mi atención en el libro, las voces empezaron nuevamente, más suaves,
más tentadoras. Dejé caer mis manos tentativamente de mis oídos. Casi no podía respirar.
Este era el secreto por el que murió mi hermana. Lo sabía en el fondo de mis huesos.

Un solo rayo de luz iluminaba el viejo tomo encuadernado en cuero que yacía
cerrado sobre un pedestal tallado en un sólido trozo de obsidiana. Nunca antes había visto
una piedra preciosa tan grande, y avancé con cautela hasta que me paré sobre el libro
misterioso. Las voces se aquietaron.

El símbolo de la luna triple moldeado en peltre adornaba la cubierta, pero no había


ningún título que indicara lo que contenía. Definitivamente era mágico, dada la cantidad de
poder que emanaba de sus páginas. Lo rodeaba una suave luz lavanda. Me recordó al
luccicare que veía alrededor de los humanos, y era del mismo tono púrpura que mi tatuaje.
No sabía lo que significaba, pero tenía una muy buena idea de lo que era: el primer libro de
hechizos. Era imposible que Vittoria hubiera encontrado el grimorio de La Prima.

Era tan sencillo, tan simple. Y, sin embargo, le había costado tanto a mi hermana.

De repente, quise quemarlo.

No era más grande que cualquier otro libro antiguo, pero el poder era diferente a
todo lo que hubiera sentido alguna vez. La cubierta estaba gastada en lugares donde
parecía que hubiera sido abierto y cerrado un millón de veces.

Como la noche que encontré el cuerpo de mi hermana, sentí un silencioso tirón


insistente en mi centro. Esta vez, me suplicó que abriera el libro, que vislumbrara los
hechizos que sentía derramándose de él. Extendí mi mano lentamente, y lo abrí a un lugar
que había estado marcado con una cinta.

Me recibió familiar un papel negro con raíces doradas en los lados. Escaneé la
página, era una invocación para el lucero del alba. Cerré el libro y me alejé.

Alguien había invocado al diablo. O quería.

Tomé algunas respiraciones relajantes, con la mente acelerada. Este era el grimorio
misterioso del que mi hermana había arrancado páginas. De alguna manera, su magia la
llevó al primer libro de hechizos, y luego ella eliminó los hechizos para invocar demonios.
Sabía con certeza que ella no había metido este texto en nuestra pequeña habitación, lo
habría sentido al momento en que entrara en nuestra casa y también lo habría hecho
Nonna, lo que significaba que Vittoria debía haberlo guardado aquí. Pero ¿por qué pensaría
que estaría a salvo dentro de los muros de la hermandad? Había una conexión, solo tenía
que pensar.

—Al fin.

Salté hacia atrás cuando una figura encapuchada entró en la habitación, y busqué mi
tiza bendita. Esta tenía que ser la persona a la que el mensajero le había vendido sus
secretos. Apuesto a que era el hermano Carmine. Qué irónico que un cazador de brujas
colocara una trampa usando magia. La figura tiró hacia atrás de la capucha, y me quedé
paralizada, lista para que el hermano que odiaba a las brujas atacara. En cambio, Antonio se
movió más rápido de lo que creí posible y me quitó la tiza de las manos como si pudieran
crecerles garras y hacerme daño. La vi hacerse añicos en el suelo, luego volví a la realidad.
El Alivio inundó mi sistema.

—¡Antonio! Estás vivo. Pensé… —Arrastré mi mirada hacia arriba y noté la


expresión en su rostro. La preocupación no estaba presente. Era odio. Mi corazón latió con
fuerza a medida que daba un paso atrás—. ¿Q-qué pasó? ¿Envidia te hizo daño?
—Un ángel de Dios nunca me haría daño. —Sus labios formaron una sonrisa que
estaba lejos de las dulces y tímidas que recordaba—. A diferencia de ti.

Apenas pude respirar cuando todo encajó. Envidia no le hizo daño, ni lo mantuvo
cautivo. Todo lo contrario. Antonio había entregado a Claudia voluntariamente directo en
manos de mis enemigos. Sabía que ella era una bruja y…

—Eres tú. Tú mataste a mi hermana. —Mi voz tembló—. ¿Por qué?

—¿En serio es tan difícil de creer? ¿Que yo, un hombre de Dios, quisiera librar al
mundo del mal?

—Suenas como Carmine. —Cerré mis manos en puños, necesitando sentir el


pinchazo de mis uñas para evitar arremeter—. ¿Asesinar a mujeres inocentes no es un acto
de maldad?

—Emilia, los mejores ángeles de Dios son guerreros feroces. A veces, para lograr el
bien mayor, primero debemos convertirnos en una espada de justicia y atravesar a
nuestros enemigos. No lo entenderías. No es algo que seas capaz de hacer, bruja.

Me abandonó el poco control al que había logrado aferrarme.

—No tienes ni idea de lo que puedo hacer.

—Tal vez no. Pero si ahora usas magia conmigo, demostrarás que tengo razón. —
Señaló con su barbilla hacia mis amuletos combinados. Estaban brillando ferozmente—.
Todas las brujas nacen malvadas.

Mi temperamento y mi dolor rugieron enfurecidos. Di un paso adelante y desaté la


ira reprimida a la que me había estado aferrando desde el asesinato de mi gemela.

—Te equivocas. No nacemos malvadas. Algunas nos volvemos así. A través del odio.

Mechones de mi cabello se alzaron como si de repente hubiera una brisa. Se estaba


gestando una tormenta y no era de este mundo. Las palabras brillantes que nos rodearon
pulsaron más rápido. La magia chamuscó el aire, y encantamientos que no conocía se
arremolinaron en mi mente. Tal vez los cuernos del diablo me estaban alimentando, o el
primer libro de hechizos me estaba alimentando con sus encantamientos.

Tal vez era simplemente mi propia oscuridad escapando. No me importaba.

Sostuve el Cuerno de Hades y susurré un hechizo tan repugnante que las palabras
ardieron al salir de mis labios. Levanté mi brazo, luego corté en un arco. Unas garras
invisibles cortaron la túnica de Antonio en cintas.

Esta vez le perdoné la carne.

El miedo entró en sus ojos. Retrocedió lentamente, con las manos en alto. Como si
eso me detendría.
—¿Asustado? —Di un paso hacia él—. Deberías estarlo. Solo acabo de empezar.

Levanté mi brazo y él se estremeció. Su voz tembló.

—M-misericordia, Emilia. P-por favor.

—¿Ahora quieres misericordia? —La pura ira candente ardió en mi alma—. Dime,
¿mi hermana suplicó?

Pensé en su pecho, el agujero enorme donde había estado su corazón. Él le hizo eso a
ella. Nuestro amigo. Eché mi brazo hacia atrás y rasgué su pecho abierto. Ojo por ojo.
Justicia. Se llevó sus dedos a las heridas, vio sangre y se alejó tropezando. No era más que
un rasguño.

La furia me impulsó hacia adelante.

—¿Le ofreciste misericordia a Vittoria cuando suplicó por su vida? ¿O Valentina?


¿Cuántas mujeres te suplicaron que las perdonaras? ¿Dónde estaba entonces tu
misericordia?

Cayó de rodillas y comenzó a orar. Esperé. Pero Dios no apareció. La diosa de la


muerte y furia lo hizo. Me arrodillé, mis ojos encendidos, y lo obligué a mirarme. Quería que
él también viera la cara de mi hermana. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Luché
contra el impulso de aplastar su cráneo contra el suelo y ver cómo la vida abandona esos
ojos llenos de odio.

La muerte sería una bondad. Y no me sentía particularmente amable.

—Cuando te mate finalmente, rogarás por la dulce liberación de la muerte, Antonio.


—Eché un vistazo a mi dedo, concentrada en una hoja invisible pinchándolo. Una gota rubí
diminuta de sangre brotó—. Lo juro por mi sangre, nunca más volverás a conocer la
verdadera felicidad. Tu corazón será maldecido con romperse cada vez que olvides los
pecados que has cometido. Y cada vez que te rías, allí estaré, esperando, para recordártelo.

Estaba a punto de sellar el voto con la gota de sangre, cuando el olor a orina inundó
el espacio a nuestro alrededor, despertando un recuerdo en mí. Le había dado un susto de
muerte a Antonio. Al igual que Ira lo había hecho cuando había conseguido información
de… me sobresalté y dejé caer mi mano a mi costado.

Ira, un príncipe del Infierno, había mostrado misericordia.

Sabiendo el tipo de poder que él tenía, no sé cómo había manejado la moderación. Y


deseé poder ser un poco más como él ahora. Pero no lo era.

—Reglas nuevas. Me dirás la verdad sobre todo lo que te pregunte, y solo entonces
consideraré perdonarte la vida. ¿Entendido?

—S-sí. —Asintió varias veces e inhaló profundamente—. ¿Q-qué quieres s-saber?


—Antes de conocer a este “ángel de la muerte”, algo debe haber provocado esto.
Dime qué se volvió tan retorcido dentro de ti. Tan asqueroso.

—Y-yo no… —Negó con la cabeza—. E-está bien. Una semana antes de que mi madre
muriera, la llevé con una mujer que pensé que solo usaba magia popular y oración para
curar. Resultó que era una bruja. —Su risa fue hueca. Le di una mirada plana y siguió
entrecortado—. Causó la muerte de mi madre. En ese momento, Prometí hacer las paces
con Dios. Prometí que, si alguna vez conocía a otra bruja, la enviaría directamente a las
mazmorras del Infierno a donde pertenece. Fue entonces cuando mis oraciones fueron
respondidas.

—¿Cómo?

—Poco después, un ángel vino a mí, contándome sobre la maldición del diablo. Dijo
que, para romperla, el diablo necesitaba casarse con una bruja. El ángel me dijo que eso no
podía suceder, o de lo contrario el diablo sería liberado. Dijo que proporcionaría los
nombres de las posibles novias, y que todo lo que tenía que hacer para salvarnos del mal
verdadero era matar a las brujas.

Mi mirada se desvió hacia el primer libro de hechizos. Volví a pensar en mi hermana.

—¿Este ángel te dio el nombre de mi hermana?

Su mirada cayó al suelo.

—La muerte de tu hermana fue… no quería… incluso le pedí al ángel que la


perdonara, pero él dijo que dejar una semilla de maldad haría que crecieran más. Por un
tiempo, luché contra eso. Incluso dije que ella no era una bruja, estaba equivocado.
Entonces, ella… —Se negó a mirarme a los ojos—. Entonces, ella empezó a hablar de
invocar al diablo esa noche en el monasterio, y no pude negar la verdad. Tenía que ser
detenida.

Contuve mi furia. Vittoria siempre bromeaba sobre invocar al diablo, o maldecir a


alguien, u otras tonterías que diría frente a los humanos. Normalmente se reían, pensando
que estaba bromeando. Me preocupaba que algún día alguien pudiera empezar a
interrogarla. Nunca pensé que sería alguien cercano a nosotras.

—La traicionaste. A mí.

—¿Y tú no me hiciste lo mismo? —preguntó, su voz tornándose momentáneamente


aguda antes de contenerse—. Lanzaste un hechizo para enamorarme de ti. Me mentiste a la
cara todos los días, ocultando la verdad de lo que eres. —A pesar de mi demostración de
poder anterior, su rostro se contrajo de rabia—. Perteneces al Infierno con las otras almas
malditas y condenadas. Ni siquiera eres humana. Me das asco.

—Nunca he usado un hechizo de amor sobre ti.


—¿Puedes decir honestamente, antes de esta noche, que nunca has usado magia
conmigo sin mi consentimiento? ¿Eres una excepción a la regla?

—Por supuesto que no, yo… —Cerré mi boca. Cuando éramos niños usé un hechizo
prohibido de la verdad en él. Violé su libre albedrío. Lo que había hecho estaba mal, pero no
le daba derecho a asesinar mujeres en represalia—. ¿Cómo planeabas evitar que el diablo
encontrara una bruja en una ciudad diferente?

—Al invocarlo.

—Tú, un hombre de Dios, haciendo el trabajo de los supuestos ángeles, ¿quieres


invocar al diablo?

—Oh, no quiero hacerlo, Emilia. Pero haré lo que sea necesario. Quiero que observe
mientras destruyo sus cuernos.

Mi mano fue a mi amuleto.

—¿Cómo…?

—¿Cómo supe que estás usando los verdaderos cuernos del diablo? —se burló—. Mi
ángel de la muerte. Verás, primero destruiríamos a todas las brujas vivientes. Luego,
invocaríamos al diablo y lo atravesaríamos con una daga.

—¿Cuál era el nombre de este ángel?

Antonio levantó un hombro.

—No me lo dijo. Pero había algo… poderoso en él. Sabía que no estaba mintiendo.
Solo algo enviado del cielo podría inspirar tanta gloria.

Lo supiera Antonio o no, apostaría mi alma a que había sido influenciado por un
príncipe del Infierno. Y creía que sabía exactamente quién lo había orquestado todo:
Envidia. El demonio traidor. Solo necesitaba pruebas y entonces, lo destruiría.

—¿Cómo influyen los corazones?

Me dio una mirada extraña.

—¿Corazones?

Como si no lo supiera. Claramente, su cooperación estaba terminando. O tal vez


había partes de sus actos bestiales que no podía enfrentar. Dejé de prestar atención a
Antonio, y comencé a pensar en mi próximo movimiento. Pensé en mi hermana, en su plan
para invocar al diablo. Quería negociar con él.

Tal vez ella sabía que Envidia, o algún otro príncipe del Infierno había estado
empujando las manos del destino, y que la única forma de detenerlo era ayudar a Orgullo a
romper la maldición. Lo que explicaría por qué quería que los hombres lobo y Avaricia se
unieran. Cualesquiera que fueran sus razones, pensó que su mejor curso de acción era ir al
inframundo. Antonio podría ser el instrumento de la muerte, podría haber elegido cometer
estos actos atroces, pero no había actuado solo.

Ahora quería saber quién más había ayudado a matar a mi hermana.

Una idea, loca y absurda, se formó en mi cabeza. Si Antonio de hecho lograba invocar
ahora al diablo, podría usarlo para mi ventaja. Mi hermana creía que gobernar en el
Infierno era su mejor opción.

Quizás también era la mía.

—Si vas a invocar al diablo, ¿por qué esperar?

—Tú vas a invocarlo. —Antonio sonrió—. Y voy a matarlo cuando lo hagas.

Me gustaría verlo intentarlo. Señalé el círculo de invocación a medio terminar y


agarré los amuletos en mi mano.

—Prende las velas.

Hizo lo que le pedí y terminó de preparar el círculo rápidamente. En lugar de usar


huesos de animales, colocó acónito floreciendo entre cada vela. Me quedé mirando los
pétalos de color púrpura oscuro y azul en forma de casco. No era en absoluto lo que
pensaría que uno usaría para invocar a Orgullo.

Cuando la última pieza de acónito estuvo en su lugar, dio un paso atrás y murmuró
una invitación para que repitiera en latín. Su “ángel” le había enseñado bien.

Como la vez que invoqué a Ira, el humo llenó el círculo. Los relámpagos azotaron
alrededor, la atmósfera crepitó como si estuviéramos atrapados en medio de una tormenta
terrible. Esperaba ver a un hombre hermoso parado frente a nosotros. No esperaba ver a
Antonio. Sus ojos eran charcos de un azul plateado; el único indicio de que no era el joven
con el que había crecido.

Echó un vistazo alrededor, sus movimientos no siendo del todo naturales. Me


mantuve firme cuando me miró. Orgullo se había apoderado del cuerpo de Antonio. Se
acercó, antes de que pudiera forzar mi expresión a una máscara de aburrimiento. Mi
respiración se aceleró. Su atención se detuvo en los clips con incrustaciones de diamantes
en mi cabello.

—Tengo un regalo para ti, Stella Strega.

Su voz era hermosa. Después de lo que había aprendido recientemente sobre el bien
y el mal, no sé por qué esperaba que fuera multitonal y chirriante.

—¿Y cuánto me costará este regalo?

Su sonrisa fue todo menos tierna.


—Solo tu alma, por supuesto.

Le devolví la sonrisa, mi nuevo novio. No tenía idea de que una tormenta pronto se
acercaría al Infierno.

—Tienes mi atención, Orgullo. Impresióname.

Pasó su mirada sobre mí lentamente, y chasqueó sus dedos. Una carga de magia
inundó el aire. Algo crujió y apareció una túnica.

Colgaba de una fuente invisible, las faldas ondeando. La parte superior era un corsé
de metal cubierto por completo de enredaderas espinosas. Capas de paneles negros se
agrupaban en las caderas, y fluían hacia el suelo en espumosas olas medianoche. Todas las
demás capas tenían pequeñas gemas ahumadas cosidas, recordándome a la hematita
triturada. Serpientes negras relucientes se entrelazaban en nudos intrincados en la cintura
como un cinturón.

No esperaría nada menos dramático para la futura reina del Infierno.

Estaba contenta de que mi plan estuviera funcionando, y también estaba


aterrorizada. Ahora no había vuelta atrás.

El vestido se balanceaba y giraba por sí solo, como si lo llevara un ser invisible,


acercándose cada vez más a donde yo permanecía inmóvil. Rozó contra mí y corrió
alrededor de mi cuerpo, girando salvajemente hasta que cerré mis ojos con fuerza. No me
gustó cómo me recordó a la fiesta invisible de Lujuria. De hecho, lo odié.

Todo se detuvo a la vez. Miré hacia abajo, sorprendida de ver que mi vestido color
mora se había ido, y en su lugar la belleza oscura abrazaba mis curvas.

Jadeé cuando me apretó más fuerte.

El diablo inclinó la cabeza.

—Todos saluden a la nueva consorte.

Mi corazón latió con fuerza.

—Aún no he recibido una corona.

—Oh, pero lo harás. —Sacó una daga de la nada, con la cabeza de un león rugiente y
la apuntó a su corazón/al corazón de Antonio—. He oído hablar de la venganza que buscas.
Acepta este sacrificio humano como un regalo de la Casa del Orgullo, su alteza.

—¡No!

La sola palabra salió con una extraña voz multitonal que era a la vez mía y
completamente ajena. La hoja flotó contra la piel de Antonio, pero no la atravesó.

Respiré temblorosamente.
—Me reuniré contigo, o tu representante, dentro de una hora en la caverna donde
invoqué a Ira por primera vez. Tengo algo que debo hacer antes de dar mi respuesta final.

El enfoque del diablo cambió al mío.

—Hecho.

—Somnus —susurré, poniendo el cuerpo de Antonio en un sueño encantado. Si


alguien se vengaba de él, sería mi mano la que repartiera su castigo.

Con el corazón martilleando, miré hacia el primer libro de hechizos. Había querido
unos minutos para leerlo, y recoger cualquier magia de último momento antes de
ocultársela a los Malignos, pero ya no estaba.

No importaba. Me las arreglaría de otras formas. Salí de la cámara sin mirar atrás,
con los cuernos del diablo y mi nuevo vestido siniestro, sintiendo mi pulso acelerarse con
cada paso. Haría un trato con Orgullo antes de que terminara la noche que, con suerte, sería
la ruina de su reino.

Le juré a mi hermana en silencio que no descansaría hasta que todos los


responsables de su muerte encontraran su fin.
Cuarenta y ocho
El diablo no llegó a lomos de un corcel escupe fuego, ni en medio de una tormenta
violenta. De hecho, no fue el rey de los demonios quien vino por mí en absoluto.

Ira dio un paso hacia la luz parpadeante, luciendo helado y peligroso. Avancé hacia
él inconscientemente, y luego me congelé. Un gruñido se extendió por la cueva. No vino de
él, sino de un animal escondido en lo profundo de las sombras. Sin duda, una advertencia
de una diosa.

Algo andaba muy mal…

Inspeccioné a Ira desde una distancia segura. No había nada familiar en este
demonio. Esta criatura dejaba pocas dudas sobre dónde gobernaba. Era el más maligno de
los Malvagi.

Una parte traidora de mí se sintió aliviada de que estuviera vivo. Aunque sabía que
era inmortal, no había creído del todo que hubiera sobrevivido al ataque brutal de Envidia.
Otra parte más sabia de mí se tambaleaba con negación al hecho de que fuera él quien
hubiera venido a recoger mi alma. La traición ardía dentro de mí.

No sé por qué esperé algo más de un príncipe del Infierno despreciable.

Lágrimas de rabia escocieron en mis ojos. Nonna había tenido razón en todo. Los
Malignos eran mentirosos hábiles. Ira ciertamente me había engañado con su acto. Me hizo
pensar que estaba muerto. Y que le importaba. Debió haberle divertido mucho: verme caer
bajo su hechizo. Una ingenua bruja solitaria que había estado lo suficientemente
desesperada como para buscar ayuda de su enemigo mortal…

Y nuestro beso. Pensé que había sentido pasión, calor. Otra ilusión lanzada por mi
enemigo.

Luché contra un escalofrío cuando pasó su mirada sobre mí. Donde antes ardía con
intensidad, ahora fue helada. Era imposible discernir ninguno de sus pensamientos. Si iba a
ser su reina, él no parecía impresionado. Quise creer desesperadamente que este era el
acto, que él no era en realidad tan frío y cruel. No dijo nada y expresó aún menos. Envidia,
Avaricia y Lujuria parecían francamente humanos en comparación con este extraño que
tenía ante mí.

Llevaba un traje acorde con su posición real, con las manos metidas casualmente en
sus bolsillos. Una corona negra con espinas en punta de rubí descansaba sobre su cabeza. Si
la ponía bocabajo, parecería que escurría sangre. Su ropa era negra carbón y obsidiana con
costuras doradas. Seda y terciopelo. Si no miraba demasiado de cerca, parecía más un ángel
que un príncipe oscuro.
Mi barbilla subió un poco más, dándole una vista clara de los amuletos alrededor de
mi cuello.

—Demonio.

—Bruja.

—Pensé que estabas muerto.

—Lamento decepcionarte.

Su atención se centró en el círculo de contención donde Antonio flotaba en una


especie de animación suspendida. Las sombras a lo largo del techo parecían garras. Casi
podía escuchar el áspero roce de sus uñas contra la piedra. La expresión de Ira permaneció
en blanco, pero supuse que no esperaba encontrar a un humano encarcelado mágicamente.
No me molesté en ocultar mi sonrisa burlona. Que viera lo que podía hacer.

Me miró sin expresión alguna.

—¿Estás lista para vender tu alma?

Lo miré un momento, asimilando esta versión de él. No me había dado cuenta de la


frecuencia con la que Ira me había observado con un fuego ardiente hasta que terminó
reemplazado por una indiferencia helada. Quienquiera que estuviera frente a mí ahora no
era el mismo demonio que pensé que conocía. Quería alejarme de él, correr.

—¿Y bien? —Su tono fue tajante. Había victoria en la mirada de este demonio. Sin
frustración, ni destello de deseo, ni respeto ganado con tanto esfuerzo. Solo era un medio
para un fin. Otra potencial reina bruja para agregar a la lista de las que habían sido
asesinadas antes de caminar por el pasillo. Intenté no pensar en mi propio destino incierto.
Incluso si todo se reducía a vivir con despecho, juré sobrevivir sin importar quién o qué
viniera por mi corazón. Tenía pocas dudas de que mi vida estaba en peligro. Ira me había
dicho que los monstruos vendrían por mí, y le creía. Ahora uno estaba ante mí—. ¿Has
decidido?

—Casi.

Me evaluó, con el ceño fruncido. Tal vez estaba decepcionado de que no me


intimidara su presencia real y autoridad. Me negaba a fingir que entendía algo de lo que
sentía o deseaba. No era tan tonta como para pensar que se había enamorado de mí, pero
podría haber jurado que ambos habíamos pasado de una animosidad fría a algo un poco
más cálido. Aferré el Cuerno de Hades mientras consideraba mis opciones menguantes. El
zumbido leve de la magia fue reconfortante: como un abrazo de mi abuela. Si me quedaba,
las puertas del Infierno se debilitarían y abrirían, destruyendo todo lo que apreciaba. Ya me
había encontrado con los demonios Umbra y Aper, la Viperidae con forma de serpiente, y
cuatro de los siete terroríficos príncipes del Infierno.
Tenía suerte de haber escapado con vida, y era más difícil de matar que la mayoría.
El mundo humano no estaba equipado para lidiar con la carnicería que traerían las hordas
de demonios si se abrían las puertas. Me imaginé a Nonna con otro collar rojo rubí de
sangre, sus ojos lechosos y sin vida. Vi visiones de mi madre y padre masacrados en
nuestro restaurante. Todos los humanos inocentes de nuestra ciudad… acostados en
montones podridos, apestando bajo el sol abrasador.

Ya había perdido a mi hermana; no perdería a nadie más.

—Accedo. Bajo dos condiciones.

Una chispa nueva iluminó su mirada. Junto con la furia, la inteligencia y la astucia
resplandeciendo en mi dirección.

—Muy bien. Escuchemos tu contraoferta.

Estaba orgullosa de cómo mi voz no vaciló.

—Ninguna otra bruja será cazada de ahora en adelante, ningún humano será
atacado. Quiero que todos los príncipes del Infierno se mantengan fuera de este mundo. Y
Antonio será mi prisionero para hacer con él lo que me parezca. De lo contrario, no me
uniré a la Casa del Orgullo.

—Hablado como una verdadera princesa del Infierno. —Su sonrisa fue afilada como
una navaja. Pareció engreído, como si supiera un secreto—. ¿Estás segura que esto es lo
que quieres? ¿Esto es lo que eliges? —Asentí. Ira me contempló un momento demasiado
largo, como si estuviera intentando incinerarme en el acto—. Hecho.

Un pergamino se materializó junto con una pluma de cuervo, la punta más afilada
que la de una pluma tradicional. Cuando no apareció ningún bote de tinta, me di cuenta
inmediatamente por qué. Mi corazón martilló violentamente. Si no corría ahora, no podría
deshacer esto. Algunos lazos nunca podrían romperse.

Leí el pergamino cuidadosamente.


Era bastante simple. Sin muchas formas de engaño. Lo que me preocupó más.
Vender un alma no debería ser tan fácil. Había tenido más dificultades para regatear con los
vendedores en el mercado por ropa. Una parte de mí quiso reír. Pero había poco humor en
esta caverna.

Antes de que pudiera correr gritando, pinché mi dedo y vendí mi alma con sangre, la
magia vinculándome al diablo por la eternidad. Una vez que terminé, el pergamino
desapareció en una voluta de humo. Me quedé mirando hasta que el olor a azufre se disipó,
luchando contra una ola de pánico creciente.

—¿Algo más? —pregunté a medida que una sensación extraña de hormigueo cayó
alrededor de mí como una capa. Ira asintió hacia mis dos amuletos. Por supuesto. El diablo
quería recuperar sus cuernos. Los arranqué de mi cuello y los dejé caer al suelo de la
caverna, su ausencia ya en cierto modo una tortura extraña.

Se desvanecieron.

Tomé una respiración profunda. Ya no necesitaba preocuparme por esconderme de


los Malvagi: los Malignos me habían encontrado. Pero estaba bien; también los encontré. Y
esperaba que lamentaran el día en que vinieron por mí y los míos. Pronto estaría en lo más
profundo de su reino, y estaría perfectamente posicionada para descubrir a los verdaderos
jugadores detrás de los asesinatos, y lo que en realidad buscaban.

Entonces, me dedicaría a destruirlos. Si no me mataban primero.


Pasé junto a Ira, caminé hasta el borde de la cueva y miré hacia abajo. Podría ser la
última vez que veía este mundo, y quería memorizarlo. Un oleaje furioso se estrelló contra
las rocas, dispersándose en susurros ásperos. Me quedé mirando las olas de color tinta,
intentando calmar mi pulso acelerado. Parecían espadas plateadas resplandeciendo a la luz
de la luna. Nonna diría que era una señal de cosas traicioneras por venir. Y esta vez, no
podría estar en desacuerdo.

El suelo tembló de repente, los guijarros se esparcieron, los murciélagos salieron


volando de la cueva. Me preparé contra la oleada inesperada de magia, temiendo que la
caverna colapsara.

Me giré, concentrándome en Antonio, o donde había estado una vez. El asesino de


Vittoria se había ido. En su lugar, el poder de Ira azotaba como la cola de una serpiente
poderosa. Él sonrió, un destello rápido de sus dientes. Ya no estábamos unidos, y su poder
era abrumador, infinito. Me negué a mostrar mi miedo.

La sonrisa del demonio se desvaneció y extendió una mano silenciosamente.

—¿Vendrás conmigo?

Sabía que solo estaba preguntando cortésmente por la etiqueta demoníaca. No


quería acceder, no quería volver a tocarlo nunca más, pero sabía que no podría encontrar
mi camino hacia el inframundo sin su magia oscura.

—Sí.

Envolví mis dedos alrededor de los suyos antes de que mis emociones me
traicionaran. Hubo un poder crepitante en nuestra conexión. Ráfagas diminutas chispearon
sobre nuestra piel. Y antes de que pudiera pensar en ello, el humo nos envolvió. Siguió un
dolor punzante. Sentí como si todo mi cuerpo estuviera ardiendo. Me atraganté con un
grito. Los dedos de Ira apretaron los míos. No había tierra, ninguna conexión con el mundo
natural, nada tangible excepto mi agarre sobre el príncipe que ahora odiaba más que el
resto juntos.

El dolor duró solo un momento antes de que una sensación nueva avivara un miedo
aún mayor. Nos paramos de nuevo en tierra firme. Lo que significaba…

Diosa arriba, apenas podía respirar. Quise cerrar los ojos con fuerza para siempre.

En cambio, miré al frente, eché los hombros hacia atrás y esperé a que el humo se
despejara.

Esperaba que el reino de los malignos estuviera listo para una reina vengativa.
Próximo libro
La aventura continúa en el siguiente libro de la saga Kingdom of the Wicked.
Kerri Maniscalco

Kerri Maniscalco creció en una pequeña ciudad a las afueras de Nueva York, donde
su amor por las artes se fomentó desde muy temprana edad. En su tiempo libre, lee todo lo
que puede conseguir, cocina todo tipo de comida con su familia y amigos, y bebe demasiado
té mientras discute los mejores puntos de la vida con sus gatos. Stalking Jack the Ripper es
su primera novela, e incorpora su amor por la ciencia forense y la historia sin resolver.

Para obtener más información, visita a Kerri en línea en su página


kerrimaniscalco.com y síguela en Twitter e Instagram en KerriManiscalco o en Facebook en
KerriManiscalcoAuthor.
Agradecimientos

Moderadora
Mari NC

Staff de traducción
Bella'

Brendy Eris

Flochi

LizC

Lyla

Mari NC

Naomi Mora

Otravaga

Vero

Corrección
Mari NC

Recopilación y revisión
Mari NC

Diagramación
marapubs
¡Visítanos!
Notas
[←1]
Cornicello: Palabra italiana que significa "cuerno pequeño", también llamado corno portafortuna, “cornetto portafortuna”
(cuerno/cuernito portador de fortuna), es un amuleto usado para proteger contra el mal de ojo.
[←2]
Busiate: Tipo de macarrones largos, originarios de la provincia de Trapani, y típicos de Calabria y Sicilia. Toman su
nombre de busa, la palabra siciliana para el tallo de ampelodesmos mauritanicus, una hierba local, que se utiliza para
prepararlos y darles su forma helicoidal.
[←3]
Scopa: Es un juego de cartas italiano, y uno de los dos principales juegos de cartas nacionales en Italia. El nombre es un
sustantivo italiano que significa “escoba”, ya que tomar una scopa significa “barrer” todas las cartas de la mesa.
[←4]
Transvenio: Palabra en latín que se puede traducir como mover o cruzar.

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