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J.B.: Es sei denn! Beethoven siempre fue mi guía. Las pocas palabras
suyas que conservamos, en el sentido de que el Creador lo inspiraba, han
sido un apoyo incalculable para mí. Bach y Mozart son también grandes
fuentes de inspiración, pero el atractivo de Beethoven es más universal.
Joseph, cuéntale al señor Abell la historia de Schuppanzigh.
J.J.: Contaba Gruenberg, un viejo violinista que tocó muchos años con
Beethoven, que durante el ensayo de una nueva obra, Schuppanzigh se
quejó con Beethoven de que cierto pasaje estaba tan mal escrito para la
mano izquierda que resultaba imposible de ejecutar. Entonces le gritó
Beethoven: “!Cuando escribí ese pasaje estaba consciente de hallarme
bajo la inspiración del Señor Todopoderoso!
J.B.: Cada vez que cuenta usted esa historia me siento profundamente
emocionado. Cuando mi concierto para violín, la comunidad musical se
levantó en armas y le pronosticaron el olvido: ¡El concierto de Brahms
no es para violín, sino contra el violín! Beethoven le dijo a Bettina von
Armin en 1810: “Sé que Dios está más cerca de mí que de otros músicos.
Yo hablo con Él sin miedo.”
A.A.: ¿Cree usted que cualquier compositor que ingrese a ese trance
podría crear como usted?J.B.: Jesús responde en el mismo capítulo,
versículo 10: El Padre que está en mí es quien hace las obras; y en el
doce agrega: el que crea en mí hará las obras que yo hago, y aún mayores
obras hará. Estas son algunas de las propuestas más relevantes de Jesús,
y son las que ignora la iglesia ortodoxa.
A.A.: Pero Doctor Brahms, ¿qué tiene que ver la divinidad de Jesús con
la forma en la que usted siente inspiración?
J.B.: Los poderes de los que los grandes compositores como Mozart,
Schubert, Bach y Beethoven extraen su inspiración, es el mismo poder
que permitió a Jesús realizar sus milagros. Los llamamos Dios,
Omnipotencia, Divinidad, Creador. Schubert lo llamaba die Almacht.
Pero, como pregunta Shakespeare, ¿qué hay en un nombre? Es el poder
que creó al mundo y el universo. Y ese enorme nazareno ebrio de Dios
nos enseñó que podemos apropiarnos de él para nuestra propia
edificación, aquí y ahora, y a la vez para alcanzar la vida eterna. Jesús
mismo lo dice: Pedid y se os concederá; buscad y encontraréis; tocad la
puerta y se os abrirá. Jesús es el gran ejemplo: Él dice eso porque lo
sabe; Él es la prueba de que nosotros también podemos, como Él,
acercarnos a Dios…
A.A.: Entonces: ¿no cree usted que Jesús fuese el hijo de Dios?
J.B.: Claro que lo creo; todos somos los hijos de Dios, pues no
podríamos tener otro origen. La gran diferencia entre Él y nosotros,
mortales ordinarios, es que Él se apropió más de la divinidad que el resto
de los hombres.
J.B.: Mi experiencia me dice que no más del dos por ciento. Me baso en
esta estimación en la enorme cantidad de manuscritos que se me envían.
Nunca leo más que algunos dignos de consideración que eligen para mí
dos compositores de talento, graduados del Conservatorio de Viena, a los
que he enseñado a separar la paja del grano. Algunos tienen ideas, pero
carecen de estructura; otros la tienen, pero carecen de inspiración. Por
ejemplo, Antón Rubinstein es un pianista gigantesco cuyo arte siempre
me llenó de asombro. Pero como compositor es definitivamente de
tercero o cuarto orden. Carece de oficio. Tiene el don de la melodía y sus
ideas a veces son inspiradas, pero sus obras mayores están mal
construidas. Escribió óperas y oratorios y conciertos y sinfonías, pero
puedo predecir que nada de eso se tocará cincuenta años después de su
muerte, a causa del bajo nivel de su oficio. Y Bungert, que se cree un
nuevo Wagner, ve su Odisea montada por Nikish, Weintgartner y
Richter, pero yo aseguro que su obra caerá en el olvido más pronto que la
de Rubinstein que a fin de cuentas escribió hermosas melodías.
A.A.: Bach, Beethoven y Mozart tuvieron que pasar por una exaltación
semejante al componer.
A.A.: ¡Cincuenta años! ¿Por qué esperar tanto? ¡No estaré vivo entonces
y el material se habrá perdido!