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CATIA LA MAR
LENGUAJE Y COMUNICACIÓN
Alumno:
Carlos Mata
C.I: 20.562.939
Marzo, 2017
Las muletillas en el habla
Pero también poseen otra función, que es la que más nos interesa aquí.
Tenemos conciencia de que todo cuanto hacemos produce imágenes de nosotros
mismos en los demás. Nuestra forma de comer, de caminar, de reír, de saludar... y,
evidentemente, nuestra forma de hablar, dicen muchas cosas acerca de nosotros
mismos que no siempre podemos controlar, independientemente, en este caso, del
contenido de lo que pretendemos voluntariamente comunicar. Pues bien, por un
lado, las muletillas ejercen (o intentan ejercer) una función de control de la propia
imagen, como intentaremos demostrar, y por otro lado (y contradictoriamente),
manifiestan de forma incontrolada las actitudes personales que subyacen en el
interior de los mensajes verbales.
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f) Subrayar, matizar o dar un significado especial a ciertas palabras dichas
o por decir
g) Expresar de forma subliminal e incontrolada las ocultas intenciones del
hablante
Las hay de varios tipos. Las de los que necesitan asegurarse directa y
claramente de que estás siguiendo el hilo de las complicadísimas exposiciones que
se dignan plantearte (aunque suelan ser tan triviales como los ejemplos que
ponemos), y las de los que, supuestamente más discretos, se cercioran
indirectamente de que todo va bien, de que no te has perdido por el camino de sus
intrincadas proposiciones.
Podríamos decir que los primeros te tratan como si fuesen profesores de
primaria, y los segundos, como profesores de bachillerato o, si se atreven a
valorarse tanto, de universidad.
Lo más divertido de todo es que tanto unos como otros, lleven el disfraz que
lleven, en realidad utilizan la muletilla para darse tiempo para ordenar sus
pensamientos. Por inseguridad propia. Aunque te estén dando a entender
sibilinamente a ti, como oyente, que los constantes y reiterativos (¡y a veces
pesadísimos!) parones en su discurso se deben exclusivamente a tu supuesta
torpeza para seguir la marcha de sus argumentos. Como en tantos otros campos
ocurre, el paternalismo esconde una vulgar falta de confianza en sí mismo.
¿Entiendes?
Es cierto que la mayor parte de las veces se utiliza porque el uno está
cabreado con el otro, y se quiere poner por encima de él en el variable ranking
cotidiano de poder. Así, el uno se inviste de autoridad paternal (o a veces militar), es
decir, se crece (nunca mejor dicho) echando mano de ese '¿entiendes?' cada dos
frases, aunque para tal uso funcione mejor emparedado entre explosivas
exclamaciones. Confiere aún más dignidad o genera más amenaza la variante '¿me
entiendes?', porque la cuestión, como el pronombre denuncia, se personaliza
bastante.
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El '¿entiendes?' puede ser también una muletilla afable, no hay que negarlo,
pero solo cuando es notorio y aceptado el desigual equilibrio de poder (profesor-
alumno, padre-hijo...), aunque a veces, entre iguales, se asumen momentáneos
estatus de autoridad (por cuestiones de mayor experiencia, profesionales, etc...) que
permiten su uso. Si hay quien tiene el vicio de utilizarla mucho en situaciones
coloquiales (y naturalmente que los hay), lo más probable es que no tenga
demasiados amigos.
¿Te enteras?
Más prepotente y tocapelotas es el '¿te vas enterando ya?' Pero aquí ya vamos casi
saliéndonos del campo de la muletilla propiamente dicha.
¿Me explico?
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de una imagen de autoridad o de momentánea rebelión. Algo, que cuesta trabajo
expresar, va a manifestarse (algún reproche tal vez) y, seguramente por eso, sólo
se muestra la punta del iceberg del conflicto (un mero indicio, o la descafeinada
versión oficial), sin descargar toda la agresividad que hay detrás. Pero, atención, si
con la “indirecta” no ha quedado suficientemente claro, el que habla amenaza con
estar dispuesto a “explicarse” mucho mejor, y se puede armar la gorda. Es bastante
fuerte, es decir, aporta un alto grado de tensión y suele utilizarse en situaciones de
tirantez, aunque siempre bajo un potente control cerebral, como se supone que
funciona un ser altamente civilizado.
Mira, ayer me fui al cine solo, porque al parecer tú estabas muy ocupado,
¿me explico?
Entiéndeme
¿Lo pillas?
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algo de lo que se acaba de decir hay que ponerlo entre comillas, y por lo tanto
funciona como un aviso a tu inteligencia para que saques a pasear tu agudeza
mental, si es que la tienes, cosa que la muletilla, zumbona ella, sabe también poner
en duda.
¿Sí?
¿Ya?
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El sábado anterior a éste, que era fiesta, ¿ya?, fui al cine a ver una película
de Robert Redford, ¿ya?
¿Vale?
Es lo mismo, sólo que en este caso se deja traslucir cierto colegueo. Se trata
de un profe moderno, próximo, jovial, capaz de ponerse a la breve altura de sus
alumnos.
¿Cierto?
Es, desde luego, una pregunta retórica. Quiero decir, más retórica que las
demás muletillas. Aquí estamos ya ante un profesor de lógica, en sentido estricto. O
ante un Sócrates precipitado, que siempre parece que va a llevarte en su alocución
hasta los ominosos límites del misterio del saber. En realidad más que otra cosa es
adorno egoico, como una ristra de autoalabanzas salteadas a lo largo del discurso a
modo de mojones, inyecciones de autoánimo para poder continuar esforzándose en
desbrozar esos angostos y oscuros circuitos neuronales por los que ha osado
incursionarse.
Se supone que a estos usuarios les causa horror asumir que —al igual que
Molière y los humanos en general hablamos en prosa de manera espontánea— sus
afirmaciones pueden caer en la torpeza de ser subjetivas (como sujetos que
inevitablemente son), y tratan por todos los medios de hacernos creer (o de creerse)
que todo lo que dicen ha sido refrendado por un previo programa de lavado y
secado lógico-estructural.
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Variante: '¿no es cierto?' Más cursi aún, si cabe.
¿Me sigues?
¿O qué?
Aquí está el retador. Aunque lo cierto es que bajo ese aparente reto se
trasluce una inseguridad profunda, un miedo a ser corregido constantemente por
una voz más sabia. De ahí el, a veces, tono algo chulesco con el que se inviste la
duda, que es formalmente una pregunta directa al interlocutor: ¿acaso tú puedes
aportar un más acertado punto de vista? Si es así, dilo de una vez. Y si no, cállate,
joder.
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dicho hasta el reto o la exigencia, como decíamos), no se le puede otorgar un
significado neto a esta muletilla.
Por eso el sábado, al final, estábamos tan aburridos que nos metimos en el
cine, ¿o qué?
¿Y qué?
Ésta es más dura. Aquí ya no prevalece tanto la duda como en el anterior 'o
qué', categorizada perfectamente por el disyuntivo 'o', sino que aparece más
directamente el reto, la rebeldía. Si existe la duda (que existe), aparece superada
por la voluntariedad del hablante precisamente mediante esta muletilla. Hay una
reafirmación, “un sostenello y no enmendallo”, pero también un “dar la cara”, un
responsabilizarse de lo que se hizo (o dijo).
Lo que se sobreentiende, y que falta, es: "¿Y qué pasa?" "¿Y qué tienes tú
que decir a eso?"
¿No?
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No es muy buena la película, ¿no?
No hace mucho conocí a un tipo (un electricista que me hizo una instalación
en casa) que no paraba de utilizar esta muletilla. Estuve observándole y me di
cuenta de que, para no pillarse los dedos, jamás hacía una afirmación personal,
propia. Siempre que se tocaba un tema mínimamente (muy mínimamente) serio, era
un otro imaginario (un aquél, un fulano X) el que se atrevía a decir las cosas. Él se
limitaba a convertirse en informador, en testigo imparcial, eso sí con bastante buena
memoria, como aquel que dice. Me lo imagino de niño en el colegio: debía de ser un
chivato, o mejor dicho, un acusica impenitente. Porque, por definición, él no era
nunca. Siempre era otro.
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Es triste no ser jamás el sujeto o protagonista de las propias opiniones, y
adjudicárselas a un imaginario aquél, especie de espíritu próximo y manipulable,
incapaz de protestar (que sepamos). Y todo por puro miedo a meter la pata en
primera persona.
El sábado estábamos todos tan aburridos, como aquel que dice, que
acabamos yéndonos al cine.
No es porque yo lo diga, pero todos los que se fueron al cine el otro día,
puede que hoy tengan problemas.
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Miedo. Puro miedo a la responsabilidad de lo que está pasando.
Como si dijéramos
“No es que yo sea muy listo (o muy cursi, o muy chabacano, etc.) al decir lo
que voy a decir, puesto que igualmente podríais emplear este término cualquiera de
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vosotros —bueno, al menos en alguna ocasión, ¿no?—, pero digo que...” En
resumen, una petición de pertenencia al grupo y, por lo tanto, un reforzamiento del
grupo mismo, a pesar de lo que se va a decir. También nos avisa de que debemos
poner entre comillas lo que a continuación se va a pronunciar.
“(…) Los psiquiatras no saben nada ni sirven para nada, dijo. Los únicos que saben
son los psicólogos, que son, como si dijéramos, los geómetros de la mente.”
[Luis Goytisolo. Estela del fuego que se aleja, 1984]
Diríamos
Es, diríamos, del género estúpido pretender conseguir entradas de cine hoy
sábado.
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Es un decir
Algo más arcaica que las anteriores, y quizás más arrastrada, y por lo tanto
vergonzante, se trata de una muletilla “a posteriori” mediante la que se le quita a lo
dicho toda la carga de acidez posible. Lingüísticamente el mecanismo consiste en
despojarse uno de la responsabilidad de lo que acaba de decir para culpar a las
masas anónimas, que son las que dicen decires o dichos. Hay veces que se
pronuncia en el último instante, precipitadamente, como suplicando ser bien
entendido, o sea, rogando que los contertulios no cojan lo dicho por donde quema,
ya que no es físicamente posible darle a la tecla de borrado hacia atrás y tragarse
uno directamente las irreflexivas palabras que acaba de pronunciar.
Es decir
No tiene nada que ver con 'es un decir', aunque formalmente sean casi
iguales. Es muy corriente. Se emplea para señalar que uno va a intentar explicarse
mejor, que va a buscar otro modo más claro de decir lo que acaba de tratar de
explicar, o de ampliarlo. O, también, que va a tratar de resumir lo dicho
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anteriormente, como conclusión, lo que equivale a 'por consiguiente', una muletilla
algo más culta. El término elidido es 'como', o 'igual que' (“es como decir”).
También ocurre que los seres humanos somos muy mentirosos (¿quién lo
iba sospechar?) Y tras ese 'por decir algo', tan humilde, soltamos la mayor burrada o
la más grave acusación —o sencillamente lo que pensamos—, aunque, como el que
deja caer una chinita en un gran lago, sin querer que apenas se note pero
esperando que las ondas que produzca se conviertan en un espantoso tsunami.
Yo, por decir algo, creo que esa película no nos va a gustar nada.
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"La conversación se había empantanado en arenas movedizas. De ahí ya no
la sacaría nadie. Me puse de pie, y el dueño de casa, con gran dificultad, apoyando
en el sillón las manos temblorosas, hizo lo mismo.
Digo yo
Es curioso, por cierto, el efecto tan marcado que ejercen algunos términos de
acompañamiento ―que a su vez son también muletillas (como esos peces que van
siempre acompañando a los tiburones)― sobre una misma apoyatura verbal. Si
aparece un 'vamos' delante del 'digo yo', estamos ante una fórmula protagonística,
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que podría llegar a convertirse en casi autoritaria. Si aparece, por el contrario, un
'bueno' delante, el tono se invierte de un modo casi mágico.
Digamos
Esta muletilla tan habitual, tan extendida, se usa para señalar que lo que
digamos no hay que tomárselo al pie de la letra o con demasiada exigencia de
precisión, sino como una aproximación, al poco más o menos. Es un modo de avisar
de que el término que se va a decir no es exactamente el que uno buscaba y ha
sido un poco elegido a bulto, lo que nos permitirá continuar hablando y desarrollar el
hilo argumental que habíamos iniciado sin tener que detenernos a buscar un término
más exacto. El DRAE lo equipara a 'por decirlo así', y dice que se usa: para
presentar la palabra o palabras que se dan como expresión aproximada de lo que
se pretende significar.
Porque, desde luego, este plural no tiene ninguna relación con un nosotros
real, conformado por individuos de carne y hueso en nombre de los cuales se
hablaría, como si se fuese el portavoz de un cenáculo, un equipo o un grupo de
presión. Es un 'nosotros' muy, pero que muy imaginario (o virtual, que se dice ahora)
y también, por lo tanto, muy pero que muy pretencioso. Al escuchar esta muletilla
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uno tiene la sensación de que cada una de las afirmaciones del que habla tiene tras
de sí el respaldo de un arduo y elaborado acuerdo previo entre todos los
irreductibles que componen su personalidad. Casi nada.
En fin, yo creo que es que nos gusta que sea así a todos, a oradores y a
oyentes. Como si el conferenciante hablase siempre en nombre de algún tipo de
curiosa e hipotética hermandad que le ampara científicamente, moralmente,
profesionalmente.
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contertulio lo adopte alguna que otra vez ―cuando necesite sentirse importante, por
alguna súbita urgencia egoica―.
Esta película, cuyo director es, digámoslo ya, un aristócrata del cine…
…Que digamos
Esta muletilla, un tanto arcaizante, no tiene una estructura muy lógica que
digamos. La he encontrado escrita por primera vez en 1758 en un libro cuyo título
tanta gracia nos hacía a los estudiantes de Literatura Española en el bachillerato.
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que no…”, pero normalmente a posteriori de lo negado, a toro pasado, y por lo
tanto, como un latiguillo rápido (aunque no se cumplan precisamente estas
características en la cita de Fray Gerundio). Seguramente adopta esta forma
incierta, gramaticalmente incongruente, para no caer en el cultismo y la
pretenciosidad ya señalada del 'podemos decir' o el 'digámoslo'.
Quién diría
Quién dirá
Quién dirá que no hemos hecho todo lo posible por conseguir entradas de
cine.
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Naturalmente, todo esto, en su origen, y seguramente en su fondo, tiene que ver
con el famoso y terrible concepto, tan español, de el qué dirán. Las temidas
habladurías que todo lo juzgan porque todo lo observan, lo perciben, lo penetran,
como el ojo de un Dios implacable y envidioso, invento de clérigos leguleyos y
refraneros. El enemigo dentro de la cabeza.
O en la antigua copla que comienza así (hay hasta doce, como las horas del
reloj):
Claro que puede ser, y es corriente, que alguien no recuerde lo que estaba a
punto de decir, y que, por tanto, necesite pedir un tiempo muerto para hacer
memoria. Habitualmente, cuando es así, vemos que el hablante se queda por unos
instantes absorto, haciendo un ejercicio de concentración, tratando de recapitular en
su mente para descubrir en qué punto del diálogo se quedó atascado. Y suele
producirse en medio de una conversación. Normal.
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la consiguiente bomba informativa o inquisitiva (que puede ir desde un simple
petardo de feria a una bomba de fragmentación de amplio radio de acción).
Esto… ¿qué te iba a decir…? Ah, sí, que mañana he quedado y no puedo ir al cine.
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escuela cínica, que personalmente valoro en mucho (cuando, ya digo, no es la
simple expresión de un vacuo desinterés por todo, lo que equivaldría a un claro y
derrotista estoicismo.)
Al igual que otras ya citadas, también se usa para poder soltar algún vocablo
o expresión fuera de lo común (en un ambiente dado) que, dicho directamente,
podría dar vergüenza.
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Por ej.: “Es un tipo como muy circunspecto”.
Como muletilla puede llegar a ser enfermiza, puesto que puede colocarse
delante de cualquier adjetivo, sustantivo o frase adverbial. Se puso de moda en los
noventa entre la juventud pija, hasta tal punto que bastaba con utilizarla dos o tres
veces para caricaturizarlos. Si se le añade el muy detrás resulta como mucho más
exquisita.
Era como que teníamos ganas de ir al cine y acabamos viendo una película como
muy chuli.
Fuimos a un cine tipo pilla tu butaca y no la sueltes y vimos una película tipo
drama total.
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Pues nada
“Bueno, pues nada -digo intentando que no se me note a tan larga distancia el
cabreo que me sube-.”
[Cómo ser una mujer y no morir en el intento. Carmen Rico Godoy, 1990]
Pues nada, que nos fuimos al cine a ver una película. Y, nada, nos gustó.
Ésta sí que es elaborada. Una frase entera para generar una imagen
externa, acabada, que hace referencia al talante de un sujeto anónimo distinto de
aquél del que se habla (que puede ser el propio hablante, si está narrando algo en
primera persona). Y se trata de un talante de ligereza y fluidez o de descaro (a
veces se confunden ambas cosas). La frase describe muy bien ese tipo de logro o
realización de un deseo que se consigue con suma facilidad, porque se actúa “como
si no se deseara la cosa”, inteligente manera de evitar la obsesión, que todo lo
entorpece. Si se emplea de forma exagerada más bien denota desfachatez y
bribonería.
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Y, como el que no quiere la cosa, me la llevé al cine.
“Pero, sin que el viajero haya podido darse cuenta, el viejo le ha devuelto la
respuesta por pasiva, en el mejor estilo acostumbrado por el Mino, y, como quien
no quiere la cosa, ahora es él el que pregunta.”
[Julio Llamazares. El río del olvido, 1990]
Fuimos al cine y, de algún modo, al salir lo único que quería era irme a casa.
“Se comprende que quizá desde entonces Perón haya querido a Eva en una
dimensión inhabitual: como la única persona a la que respetaba y consideraba de
algún modo su igual, su par.”
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3. APARENTEMENTE CONMINATORIAS
Siempre ha sido algo chulesco este mohín verbal, tanto tuteando como
“usteando”, y queda buen reflejo de ello en los libretos zarzueleros, especialmente
en los diálogos escritos para los personajes castizos madrileños.
No sé exactamente porqué ese verbo, el verbo mirar, que parece tan poco
dominante, tan poco invasivo, resulta más impositivo en una muletilla que, por
ejemplo el verbo callar, que es, por propia definición, mucho más represor. Pero del
‘calle usted’ hablaremos más adelante.
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Mambrú se fue a la guerra, mire usted, mire usted qué pena.
Mambrú se fue a la guerra, no se cuando vendrá.
Do-re-mi, do-re-fa.
No sé cuándo vendrá.
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a la complicidad, a esa complicidad un tanto infantil de pedir al otro que baje la voz
para que pueda escuchar con mayor atención aún (él y solamente él) lo que el
hablante tenga a bien decir, sea trascendental o no, por más que la llamada de
atención ya esté generando, por sí misma, suficientes expectativas.
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“visualizarla” en la forma clásica imagínese usted, o figúrese usted (más castiza)
que tiende a desaparecer (al mismo ritmo que tiende a desaparecer el uso del
usted, y que yo ahora no quiero entrar a juzgar, para no amargarme). Suele, como
vemos, anunciar acontecimientos o noticias impresionantes o, en caso de ir detrás
de la revelación de los supuestamente sorprendentes sucesos, sugerir, motivar o
forzar los convenientes gestos de estupefacción y de sorpresa. (Bueno, podemos
bajar unos grados de intensidad intencional a todas estas consideraciones y
daremos con el punto justo).
Como todo en esta vida, también la muletilla ésta tiene su reverso, es decir
su utilización a la contra. Y es cuando a uno no le sorprende en absoluto lo que
acaban de contarle y le pide al contertulio un esfuerzo (muy muy leve) de
imaginación para que consiga suponerle ridículamente preocupado o inquieto ante
tal tesitura. Tiene más fuerza irónica acompañada del pronombre personal:
imagínate tú, o imagínese usted.
Y me dijo que se iba al cine con ella. Imagínate tú [figúrate tú] lo preocupada
que me dejó.
Pero ésa es solo una visión caricaturesca, aunque no por ello menos
cotidiana. También el 'fíjate' tiene los usos que comparten el resto de sus
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compañeras ('mira', 'escucha', 'oye', 'atiende', 'figúrate', 'imagínate', 'calla', etc…),
que juntas forman una especia de panoplia de imperativos breves, rápidos,
impactantes, y que son como armas para el cuerpo a cuerpo, siempre al alcance de
nuestro habla, diseñadas para captar y focalizar la atención sobre algún asunto,
aportando cada una de ellas las diferentes tonalidades significativas que hemos ido
señalando. En este caso, propongo sustituir el fíjate por dos expresiones extremas:
por 'toma nota' (para mayor complicidad) o por 'qué curioso' (para no tanta
complicidad) y comprobaremos que no se altera demasiado el sentido de cada
frase.
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Pues éste es (o quiere hacer creer que es) el más enterado de lo que está pasando,
por dentro y por fuera, por arriba y por abajo. Y puede que un día te lo cuente, para
que te enteres. Es un signo de autoritarismo, en definitiva.
Aquí, en el ejemplo literario, adornada con ese 'bien', se le añade una fuerza
descomunal. No solamente se te pide (o se te exige) que prestes atención, sino que
prestes 'toda' tu atención, que el asunto va muy en serio. Puede ir acompañado de
un contacto físico, como agarre del codo o del brazo, o incluso del óvalo de la cara.
Peligro.
El ‘escucha un momento’, al alargar la frase, al hacerla menos contundente
(y añadirle esas amorosas ‘emes’), supone un respiro, al tiempo que se tiñe el aviso
de una especie de paternalismo, de condescendencia, de deseo de comprensión
por la otra parte a la hora de transmitir las cuatro verdades. Podríamos añadirle
mentalmente algunos comodines que ayudarían a revelar sus intenciones: “Por
favor”, “Hombre de Dios”, “Cariño mío”, “¿Es que no te das cuenta de que…” Por
tanto puede ser de uso benevolente y didáctico, en el mejor sentido, cuando alguien
necesita ayuda para entrar en razón, pero si se emplea como muletilla, ¡cuidado!
¿Acaso alguien tiene derecho a creer que todos los demás tienen que entrar
obligatoriamente en (su) razón?
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