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La primera palabra humana fue “no”

JAVIER SAMPEDRO
REPORTAJE, EL PAÍS, 28.06.2004

¿Cuál es la frase más importante que ha oído usted en su vida? Lo más probable es que
sea ésta: "Niño, no te subas ahí". Y una frase similar, o más bien su equivalente
prelingüístico –un gesto severo, un dedo oscilante– puede muy bien ser la clave de la
evolución humana, la invención biológica que permitió a nuestros ancestros empezar a
acumular cultura una generación tras otra, sin necesidad de aprenderlo todo cada vez
por un penoso proceso de prueba y error.
Así lo creen Laureano Castro y Miguel Ángel Toro, dos científicos del Instituto
Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria, en Madrid, que acaban
de publicar su teoría y el modelo matemático que la sustenta en Proceedings of the
National Academy of Sciences (edición electrónica).
Los modelos antropológicos al uso suponen que el elemento clave en la evolución de la
cultura es la capacidad de imitación. Castro y Toro no creen que eso baste. "Los niños
no aprenden sólo a base de copiar lo que ven hacer a sus padres", dice Castro. "Si
aprenden es porque sus padres les dicen qué deben hacer y, sobre todo, qué no deben
hacer. Eso es lo que les evita tener que aprenderlo todo por sí mismos".
Castro cree que esa capacidad humana para aprobar o reprobar el comportamiento de
los hijos –para asesorar a los hijos, como le gusta decir a él– es el producto de la
evolución biológica. "La evolución inventó un módulo cerebral que permitió a nuestros
ancestros establecer categorías morales, valorar qué conductas son buenas y malas.
Ese módulo permitió a los padres transmitir valores a sus hijos, y a éstos aceptar esas
valoraciones de sus padres".
Pero, una vez construido ese módulo cerebral, la evolución biológica pierde el papel
protagonista en el esquema de Castro y Toro. "La transmisión de valores permite la
acumulación de cultura", dice Castro, "y a partir de ese momento el sistema funciona
solo, sin necesidad de innovaciones genéticas ni nuevos módulos cerebrales".
La opinión más extendida entre los estudiosos de la evolución humana es que el gran
salto, la transición fundamental que convirtió a un homínido como el Homo erectus, que
mantuvo una cultura estancada y rígida durante cientos de miles de años, en el Homo
sapiens, un innovador cultural por naturaleza, fue la invención evolutiva de la capacidad
del lenguaje. Castro no lo cree así.
"La innovación evolutiva fue la capacidad para asesorar a los hijos. El lenguaje es una
mera consecuencia de ella, pues se deriva de la necesidad de asesorar a los hijos, de
transmitirles información sobre lo que no se debe hacer, en un entorno cultural en que
esa información era cada vez más compleja. La capacidad asesora para transmitir
valores es también la raíz de la moralidad humana".
¿Quiere eso decir que no fue la primera palabra del lenguaje humano? "Tal vez sí",
sonríe Castro, "aunque ni siquiera hace falta una palabra. Los chimpancés saben
transmitir con gestos su desaprobación ante algo. Lo que no saben es transmitir a sus
hijos esa desaprobación. La invención esencial no es la palabra, sino el concepto
abstracto de bueno y malo, y la voluntad de transmitirlo a los hijos".
Los humanos estamos tan acostumbrados a aprobar o reprobar la conducta de los niños
que esa actitud nos parece lo más natural del mundo. Seguramente las ratas harán lo
mismo, ¿no? Pues no. Ni los primates tampoco. Los estudiosos de los chimpancés se
han asombrado una y otra vez al comprobar la total indiferencia con que los padres
contemplan a sus hijos cuando éstos hacen algo equivocado o peligroso. Ni el más
descuidado de los humanos se comportaría de un modo semejante.
No es que los chimpancés adultos ignoren los peligros. Saben que el fuego quema, por
ejemplo. Pero sólo les importa cuando los que pueden quemarse son ellos mismos. El
hijo tiene que aprender que el fuego quema por el peor de los procedimientos: metiendo
la mano.
¿Cómo se va desde ahí hasta Internet? La idea más aceptada por los antropólogos
evolutivos es la popularizada por el escritor científico británico Richard Dawkins, y
consiste en una metáfora: si la evolución biológica se basa en los genes, la evolución
cultural se basa en los memes (esta palabra no ha calado en español por razones obvias,
pero cada vez está más de moda en otras lenguas).
Un meme viene a ser una idea útil. Los genes sacan copias de sí mismos, y
los memes también: basta contarle la idea al vecino. Un meme realmente valioso –la
técnica para encender el fuego, por ejemplo, o una lista de plantas venenosas– se
propaga rápidamente de cabeza en cabeza, tan deprisa como un gen que confiere
resistencia a un virus mortal.
Según la memética de Dawkins, una persona es poco más que un imitador nato. Repite
lo que ve, o lo que le dicen, y contribuye así a la propagación de los memes. La
palabra meme no viene de memoria, sino de mimetismo, y quiere subrayar el carácter
plagiario de la cultura humana.
"Pero la mera imitación no basta para que evolucione la cultura", explica Castro. "La
transmisión de una idea compleja es muy ineficaz por mera imitación, como en la rueda
de los disparates. Y los modelos culturales con pocos innovadores y muchos imitadores
tienden a estancarse. Los humanos no somos meros replicadores de conductas.
Aprendemos conductas por imitación, pero también aprendemos a categorizarlas como
buenas o malas, y las evaluamos antes de llevarlas a la práctica".
"Niño, no te subas ahí" puede ser la clave de la evolución humana. Recuérdelo en el
próximo paseo por la feria.

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