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Dos mediocres no hacen un ocre

Hace un par de meses estuve en un retiro de la empresa enfocado en planeación


estratégica. Al igual que en muchas de estas sesiones, siempre hay una mezcla de
emociones relacionadas con los nuevos desafíos que se avecinan y cómo debemos
adaptarnos a las nuevas realidades y a un entorno en constante cambio. Pero una de
las cosas que más me llamó la atención fue una expresión fascinante que escuché
durante una de las conferencias: “dos mediocres no hacen un ocre”. Fue ante un
contexto que trataba de conectarnos con un propósito superior, la responsabilidad
ante retos organizacionales y la importancia de jugar en equipo y en red. Sin
embargo, creo que también fue un mensaje que apuntaba a la necesidad de traer
nuestras mejores capacidades, de buscar siempre ser mejores. Un mensaje sentido
para todos y, en lo mínimo, desafiante, sobre todo porque como seres humanos no
siempre estamos en nuestros mejores días. Ser mediocre, según la RAE, es ser de
calidad media, vulgar, de poco mérito o tirando a malo. Naturalmente, siempre
queremos apuntar a una performance de nivel superior a esto; un factor decisivo en
la manera en que se construyen equipos y entornos de trabajo altamente
competitivos y orientados a resultados. Por otro lado, hay que reconocer que existe
un fuerte matiz en muchos ambientes de trabajo de que ganar lo es todo. Pero no a
cualquier precio. Hay una expresión con la cual me identifico: “Perder no me desvela;
simplemente, no soporto no jugar para ganar”. La victoria es, obviamente, un factor
importante para el éxito. Pero la victoria puede tomar muchas formas. Una de las
piezas más importantes de la dinámica de un equipo es jugar para ganar, tener un
propósito superior y objetivos claros y trabajar (mucho). Perder, en realidad, no es
necesariamente un problema... No me malinterpreten: me emocionan las victorias, ya
sean pequeñas, grandes, silenciosas o ruidosas; pero sí creo que perder también
trae una curva de aprendizaje y es parte fundamental del trabajo y de la vida.
Construye carácter. Nos enseña a gestionar las frustraciones. Nos impulsa a ser
mejores y sobrepasar nuestras limitaciones. Y nos mantiene con “hambre”. Pero
nada de esto es verdad si no aprendemos de nuestros errores, como individuos y
como equipo.

He sentido que es fácil construir esa forma de estar, esa actitud de jugar siempre
para ganar, pero estar preparado para perder. Adicionalmente, la percepción de
riesgo y de cómo se gestiona también se transforma, otra variable fundamental. Esa
voluntad de buscar siempre ser mejor se vuelve algo casi contagiante; sin embargo,
es de veras potente cuando tenemos la conciencia de que todos tenemos momentos
o días mediocres y de que, como equipo, debemos asumir la responsabilidad de
mantener la misma capacidad, el mismo foco y la misma actitud ante el menor
rendimiento puntual de elementos individuales. Solo así se asegura un equipo unido,
competitivo y que apunte las estrellas sin miedo de caer.

Publicado por: AGOSTINHO J. ALMEID EL 25 FEBRERO 2022

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