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INTRODUCCION: EPIFANIAS DE LA NACION

François-Xavier GUERRA *

Los estudios sobre la “nación” han empezado a multiplicarse entre


especialistas desde hace ya varios lustros, incluso antes de que el hundimiento del
imperio soviético hiciera resurgir de manera violenta en Europa, un problema de
“nacionalidades” que muchos habían creído definitivamente superado. La reaparición
de esta temática se explica por razones diversas y, en parte, contradictorias. Por un
lado, el traumatismo provocado en Europa por la exaltación “nacionalista” de la nación,
tal como se manifestó en las dos guerras mundiales, llevaba, más o menos
explícitamente, a relativizar su primacía y preparaba la superación del Estado-nación.
Por otro, la descolonización y los “movimientos de liberación nacional” del llamado
Tercer Mundo llevaban tanto a una valorización de la reivindicación “nacional”, como
a analizar las condiciones de emergencia y la naturaleza de este nuevo nacionalismo
que, frecuentemente, aparecía como anterior a la nación. De todos modos, por uno u
otro camino, y antes —repetimos— que la descomposición del bloque soviético y el
sangriento conflicto de la ex-Yugoslavia, plantee estos problemas con una urgencia e
intensidad nuevas, la reflexión sobre los orígenes y la definición de la “nación”, del
sentimiento nacional, del nacionalismo estaban ya convirtiéndose en un importante
tema de investigación . 1

América latina no podía quedar al margen de esta reflexión y,


efectivamente, desde hace unos años han empezado, a multiplicarse con enfoques muy
diversos los estudios sobre este tema . Unos han privilegiado la óptica política: la
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relación entre la nación y el Estado, ya sea bajo su aspecto institucional, o bajo el de las
prácticas políticas. Otros han insistido más sobre los aspectos culturales: primero, sobre
la formación de la conciencia criolla o de las identidades particulares de tal o tal región
en la época colonial; luego, sobre los imaginarios, las memorias, los lenguajes de todo
tipo, por los que se construían y en los que se cristalizaban los proyectos nacionales de
los nuevos estados.
Sin pretender sintetizar aquí los resultados de esos estudios , señalemos
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* Universidad de Paris I.
1 Una buena reflexión sobre esta historiografía — hasta el momento de su redacción — se encuentra en
Eric HOBSBAWM, Nations and Nationalism since 1780. Programme, Myth, Reality, Cambridge
University Press, 1990,
2 Cfr. para una extensa panorámica sobre el tema, el artículo de Mónica QUIJADA en este mismo
número.
3 Una síntesis reciente de estos múltiples enfoques, es la obra colectiva, patrocinada por el Forum
International des Sciences Humaines: A. ANNINO, L. CASTRO LEIVA y F.-X. GUERRA (ed.), De
los Imperios a las Naciones. Iberoamérica, Zaragoza, Ibercaja (en prensa). .
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algunos puntos sobre los que existe un acuerdo relativo y también aquellos otros que
siguen estando aún controvertidos. Entre los primeros, sobresale esencialmente la
afirmación del carácter no “natural” sino “artificial” o “construido” de la nación y la
necesidad, por tanto, de estudiar los procesos —largos o menos largos— de esa
construcción. Los segundos son mucho más numerosos : ¿que relación existe entre el
progreso de la la modernidad y la aparición de la nación? ¿cómo surge la nación
moderna tal como empieza a imponerse a finales del siglo XVIII, con la independencia
norteamericana primero y sobre todo después con la revolución francesa? ¿cuáles son
las causas —políticas, culturales, económicas…— que provocan su emergencia? ¿qué
designamos con el término “nacionalismo”? ¿la victoria de la “nación” es definitiva?
¿existe una alternativa al modelo del Estado-nación?
Es evidente que no pretendemos dar aquí una respuesta general a estas
cuestiones complejas. Nuestro intento es, a través de varios estudios sobre la
problemática de la nación en América latina, contribuir a una mejor comprensión de
problemas análogos en otros países. En el curso de estos estudios irá apareciendo la
constelación de conceptos e imágenes que giran en torno a la nación: reino, Estado,
república, patria, pueblo, pueblos… Una buena parte de los debates e interpretaciones
sobre la nación se verá así clarificada, al mostrar la polisemia considerable que, en el
tiempo y el espacio, dichos conceptos e imágenes poseen. El caso latino-americano nos
parece particularmente adecuado para este intento de clarificación. En efecto, por un
lado, la amplitud de esta área geográfica y la diversidad de sus “naciones” permiten
estudiar la pertinencia de los criterios utilizados para definirla. Por otro, la singularidad
de América latina es tal que permite distinguir bien en el fenómeno nacional lo esencial
de lo accidental.
Su singularidad, en efecto, es considerable, sobre todo en la América
hispánica. Primeramente no hay que olvidar que, como los Estados Unidos, los Estados
hispano-americanos son estados nuevos que se incorporan muy precozmente al
“concierto de la naciones”. También se cuentan entre los primeros que, para fundar su
independencia, apelan a la soberanía de la nación o de pueblos, sin que esta
reivindicación esté precedida por movimientos que podrían ser calificados de
nacionalistas.
En segundo lugar, en el campo de la causas que explican la aparición de
esta nuevas “naciones”, no son operativas muchas de las razones dadas para explicar el
nacimiento —más tardío— de los movimientos nacionales en Europa. No es operativo,
por ejemplo, ligarlas al triunfo de la economía moderna y a la aparición de nuevos
grupos sociales. Cierto es que el último tercio del siglo XVIII fue para muchas regiones
de la América hispánica, un tiempo de expansión económica, pero es difícil sostener
que ésta representara una solución de continuidad con las estructuras económicas o
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sociales anteriores. Tampoco, es aquí satisfactoria una explicación basada en una


modernización cultural — alfabetización masiva, individualización, disolución de los
vínculos comunitarios tradicionales, etc. — que haga necesaria la construcción de una
nueva identidad, puesto que, aunque también hubo a finales del siglo XVIII un esfuerzo
notable de escolarización, la alfabetización en vísperas de la Independencia estaba lejos
de ser masiva y, sobre todo, los cuerpos, los vínculos y los valores de la sociedad
tradicional seguían siendo dominantes . 4

La relación entre la afirmación de la nación y la modernidad política es


muy peculiar en nuestra área, y este es el tercer punto que queremos señalar. A
diferencia de muchos ejemplos europeos del XIX o de paises extraeuropeos del XX en
los que la aparición de la reivindicación “nacional” aparece ligada a la existencia de un
régimen representativo que, al favorecer a una “nacionalidad” mayoritaria, provoca la
reivindicación de las minorías, los dos fenómenos se producen simultáneamente en
Hispanoamérica: la instauración de un régimen representativo moderno y la aspiración
a la soberanía nacional son inseparables. Y ambas, además, aparecen bruscamente sin
prácticamente ningún antecedente, al producirse la gran crisis de la Monarquía en 1808.
En fin, y ésta es, sin duda, la originalidad más fuerte de nuestra área, la
“nación” que justifica la independencia, no está basada en una “nacionalidad”,
entendida ésta como una comunidad dotada de un particularismo lingüístico y cultural,
religioso o “étnico” . América latina es un verdadero mosaico de grupos de este tipo,
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pero ninguna “nación” latino-americana corresponde, ni pretendió nunca corresponder,


a ninguno de esos grupos. Al contrario, los forjadores de los nuevos Estados,
esencialmente las élites criollas, comparten todo lo que en otros sitios constituye una
nacionalidad : el mismo origen europeo, la misma lengua, la misma religión, la misma
cultura, las mismas tradiciones políticas y administrativas. Más aún, desde este punto
de vista, su semejanza con los habitantes de los reinos españoles de la Corona de
Castilla es considerable. Así enfocado, el problema de América hispánica es cómo, a
partir de una misma “nacionalidad”, construir naciones diferentes . 6

Diríase que sólo queda entonces como explicación posible del surgimiento
de las “naciones” hispanoamericanas, suponer la existencia de comunidades territoriales
dotadas de una fuerte identidad cultural —reinos o provincias—, que serían como
proto-naciones, o naciones de tipo antiguo, análogas a lo que eran en la Edad Media y
moderna algunos reinos europeos —Francia, Inglaterra, Castilla, Portugal o Cataluña

4 Cfr. para una síntesis clara de esas diferentes teorías (E. Gellner, A. Smith, B. Anderson, etc.) Chris
SOUTHCOTT, Au-delà de la conception politique de la nation, Communications, Paris, Le seuil, n°
45, 1987, pp. 51 y ss.
5 Utilizamos aquí esta palabra tan a la moda y más ambigua aún que la nación, como designando un
grupo humano que se define por un origen común —¿racial?— real o supuesto.
6 El caso de Brasil es diferente, pues en él, la independencia fue simplemente la ruptura con la
metrópolis, sin la desintegración territorial de la América hispánica.
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—. Pero, la relación entre identidad cultural y aspiración al ejercicio pleno de la


soberanía dista mucho de ser evidente. Las “naciones” hispanoamericanas que aparecen
con la Independencia, no corresponden, en la mayoría de los casos, a comunidades
humanas dotadas de una fuerte identidad cultural. Es verdad que algunas de ellas, como
México o Perú, habían avanzado ya bastante en esta vía a finales del siglo XVIII, pero
paradójicamente es en estas dos regiones en donde el lealismo hacia la Corona de
España fue más intenso, y la independencia más tardía. Por el contrario, las regiones
más precozmente independentistas —Venezuela, el Rio de la Plata o Nueva Granada—
poseían identidades culturales muy embrionarias.
¿Cómo abordar entonces el tema de la nación? Reflexionar sobre ella es
salir en busca de una figura a la vez omnipresente y proteiforme en la historia de los
dos últimos siglos. Con ella nos encontramos desde finales del siglo XVIII, presidiendo
al nacimiento de los Estados Unidos, triunfante y soberana en la Revolución francesa,
amenazando ya a lo que con ella llamaremos desde entonces el Antiguo Régimen…
Ella es quien justifica la constitución de los nuevos estados independientes en la
América hispánica en el primer tercio del XIX y la unificación italiana y alemana pocos
lustros después. A ella apelan los movimientos de las nacionalidades a finales del siglo
XIX y los estados que luchan en la primera guerra mundial. En ella se funda la
disolución de los imperios austro-húngaro y otomano y los movimientos de
descolonización después de la segunda guerra mundial. Por ella, en este fin de siglo, se
desagrega lo que fue la URSS, se combaten los pueblos de la ex-Yugoslavia y
reivindican y se afrontan las minorías “étnicas” en Africa y en América… Por todas
partes encontramos la nación, algunas veces como elemento unificador de Estados y
pueblos y, en la mayoría de los casos, como un poderoso agente de disolución de unos
y de discordia entre los otros.
Pero la nación no sólo está presente en el ámbito internacional, sino
también en la vida interna de los Estados: en lo político, inseparablemente unida a la
progresión de una modernidad que lleva tanto a regímenes representativos como a
otros, autoritarios o totalitarios; en la política con movimientos y partidos
—”nacionalistas”— que dicen actuar en su nombre o en su defensa; en lo cultural como
motor de empresas de elaboración y de difusión de identidades unas veces integradoras
y muchas otras disolventes para los Estados; en lo económico y en lo social, como
afirmación de los derechos de la colectividad contra intereses los particulares o
extranjeros…
La simple enumeración de su onmipresencia en momentos y campos tan
diferentes muestra bien cuan difícil es estudiarla como si se tratase de un ente con una
existencia propia e inmutable. Tanto el estudio semántico del término como el análisis
de casos particulares indica por el contrario que la “nación” remite a significaciones
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muy diferentes según las épocas y los paises. Para evitar, pues, anacronismos o
generalizaciones poco fundadas, es necesario adoptar una óptica que explique los
aspectos aparentemente contradictorios de la nación: la permanencia de la referencia a
ella y la variabilidad temporal de su contenido; su extensión cada vez más universal y el
particularismo de donde procede su fuerza movilizadora; la crítica de su carácter
“artificial” o “construido” y la imposibilidad de pensar la realidad fuera de ella…
La mejor manera, a nuestro parecer, de superar estas aparentes
contradicciones es considerar la nación como una nueva manera de concebir las
comunidades humanas, como una forma ideal e inédita de organización social, como un
nuevo modo de existir al cual pueden aspirar grupos humanos de naturaleza muy
diferente. La nación aparece así como un nuevo modelo de comunidad. Modelo en un
doble sentido: en primer lugar, como arquetipo, es decir algo que pertenece al orden de
lo ideal, que sirve de referencia a la imaginación, al pensamiento y a la acción en
intentos —siempre inacabados— de plasmarlo en la realidad. En segundo lugar y en
cuanto al contenido de ese arquetipo, modelo como formalización conceptual de un
conjunto complejo de elementos ligados entre sí; como una combinatoria inédita de
ideas, imaginarios, valores y, por ende, de comportamientos, que conciernen la
naturaleza de la sociedad, la manera de concebir una colectividad humana: su estructura
intima, el vínculo social, el fundamento de la obligatoriedad política, su relación con la
historia, sus derechos…
Considerada la nación bajo este prisma, se puede así explicar que sea un
fenómeno nuevo que irrumpe en la historia a partir del siglo XVIII. Que, como en
todos los modelos culturales, haya que estudiar no sólo en qué lugares y en qué medios
aparece esta nueva representación, sino también sus ritmos de difusión tanto en una
determinada sociedad, como en otras áreas geográficas. Que, como en todos ellos, su
implantación en sociedades muy diversas, produzca modalidades propias a cada país.
Que diversos sectores de la sociedad puedan tener distintas concepciones de la nación.
Que la invocación de la nación sea tanto más fuerte, cuanto más lejos se esté de su
realización. Que la nación sea, en fin, una mezcla de razón y de historia, de concepto y
de realidad, de universal y de particular, de antigüedad y de novedad.
Para aprehender la nación más vale no intentar determinar si tal o tal
comunidad humana cumple con los criterios que permiten considerarla como nación,
sino analizar si esas comunidades humanas adoptan o no el modelo nacional y,
correlativamente: ¿cuándo? ¿por qué? ¿bajo que forma?
Añadamos, para terminar, que como el modelo nacional es una
combinatoria muy compleja de elementos que pertenecen a campos muy diversos, no
todas sus potencialidades se revelan al mismo tiempo, sino que van apareciendo en
momentos diferentes. Por eso, estudiar la nación equivale en gran parte a examinar sus
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diversas y sucesivas epifanías. Este es el propósito de este número.


Mónica Quijada examina así los diferentes contenidos que de la nación
desde el siglo XVIII, y las prioridades, que el modelo nacional predominante en cada
época, impuso a los forjadores de la nación moderna. El descubrimiento de las ruinas
de Palenque lleva a Rosa Casanova a estudiar la ambigua relación entre el lejano
pasado indígena y el patriotismo local de fines del período colonial. En mi articulo, se
examinan las múltiples identidades existentes en la América de la época de la
independencia y cuáles fueron las que sirvieron, o no, de base a la Independencia.
Annick Lempérière estudia, a través de las fiestas y ceremonias públicas de la ciudad de
México, la permanencia, durante la primera mitad del siglo XIX, de la antigua y
corporativa visión de la “nación” del antiguo régimen, y los esfuerzos de la élite liberal
para imponer una nueva concepción individualista de la nación. Pilar González
Bernaldo aborda la construcción de ésta ultima bajo la perspectiva de la sociabilidad, en
el doble sentido de un nuevo modelo de comunidad regida por un ideal de nuevas
relaciones sociales y de la aparición de prácticas asociativas inéditas. Antonio Annino
constata, en los pueblos mexicanos, la existencia de otras visiones de la nación, en las
que se hibridan los viejos valores de la Monarquía católica, con otros nuevos, surgidos
del constitucionalismo moderno. En fin, Peter Wade, al estudiar el lugar que se atribuye
en la Colombia contemporánea a las minorías negras e indias, plantea un problema,
insoluble aún en el mundo actual: ¿cómo hacer compatible la heterogeneidad, cada vez
más evidente, de los grupos humanos con la homogeneidad que sigue siendo el ideal de
la nación moderna?

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