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LEONOR HERNÁNDEZ FOX Y CARLOS MANRIQUE ARANGO. NORMAS Y


TRANSGRESIONES: LAS MUJERES Y SUS FAMILIAS EN LAS CIUDADES DE
CARTAGENA DE INDIAS Y DE LA HABANA (1759-1808). BOGOTÁ.
EDITORIAL UNIAGUSTINIANA, 2020, 148 PP.
La historia comparada para Marc Bloch es una alternativa investigativa centrada
en el estudio de “dos o más fenómenos que a primera vista parecen presentar ciertas
analogías entre sí, describirlos, constatar las similitudes y las diferencias y explicarlas
en la medida de lo posible”.1 Este enfoque es el que se aplica a cabalidad en el trabajo
de Leonor Hernández y Carlos Manrique cuando analizan las normas impuestas a las
mujeres y sus transgresiones en las ciudades de Cartagena de Indias y de La Habana en
la temporalidad de 1759 a 1808.
El ámbito investigativo de Hernández y Manrique confluye en la historia social,
de género y la familia en Latinoamérica, que les permite proponer un trabajo
comparativo a partir de un abordaje riguroso de la legislación y los discursos
concernientes a lo femenino y al matrimonio en el periodo de las reformas borbónicas.
Ello con el fin de destacar el papel de las mujeres de Cartagena y La Habana en el
tránsito del siglo XVIII al XIX en el marco de sus transgresiones.
A partir de la pregunta “¿de qué manera la legislación del despotismo ilustrado
reforzó la normatividad que regía la vida familiar y qué situaciones de conflictos y
transgresiones generó en Cartagena de Indias y La Habana entre 1759 y 1808?” los
autores hacen una revisión de fuentes como las leyes y los discursos que normaban las
relaciones sociales y la vida de las mujeres. Estos documentos fueron abordados bajo la
comprensión de los códigos como una imposición lenta que tiene la finalidad de regular
y desaparecer comportamientos, que sin embargo, permanecen ocultos y vigentes en
otros espacios de la vida social. Con las anteriores aclaraciones en mente, Hernández y
Manrique se sustentan en la historia de las mujeres desde Michelle Perrot, quien aborda
las relaciones familiares y sociales, así como las conexiones entre los sexos. Cabe
añadir que, el objeto de estudio de este enfoque va desde la interpretación de la
construcción sociocultural de los cuerpos femeninos hasta la forma en que operan sus
roles en los espacios privados y públicos.2
El estudio se compone de tres capítulos en los que se demuestra un tratamiento
detallado, teórico y de fuentes. En el primero se explora la legislación y los discursos
1
Marc Bloch, Historia e historiadores (Madrid: Ediciones Akal, 1999), 37.
2
Leonor Hernández y Carlos Manrique, Normas y transgresiones: las mujeres y sus familias en
las ciudades de Cartagena de Indias y de La Habana (1759-1808) (Bogotá: Editorial Uniagustiniana,
2020), 19–20.
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normativos del despotismo ilustrado que se emitieron sobre la familia y las mujeres. Los
autores exponen que el arribo de la dinastía borbónica a inicios del siglo XVIII significó
cambios tanto en la península como en América y aumentó el control hispánico sobre
las colonias. A lo mencionado se le suma el interés de la monarquía por aminorar el
poder del papado, que se vio reflejado en resoluciones como la del 23 de marzo de
1776, la cual estaba encaminada a establecer lo conveniente para que los hijos de
familias con arreglo a las leyes del Reino pidieran consentimiento paterno antes de
celebrar esponsales.3 De esta manera, los autores desvelan una tensión entre el Estado y
la Iglesia, y la refrendación del primero por legislar en materia concerniente a la familia.
Otro elemento legislativo emanado en este contexto, fue la defensa y
preservación de las jerarquías sociales, que con la Real Cédula del 15 de octubre de
1805 y el Auto del 22 de mayo de 1806, impedía que los miembros de familias de
conocida nobleza y limpieza de sangre contrajeran nupcias con gente de color. En
contraste con la mencionada normativa, la Real Cédula sobre Gracias al Sacar de 10 de
febrero de 1795 permitió cierta movilidad social al promover que los hijos ilegítimos y
los pardos ascendieran socialmente o se les dispensara de su condición ‘inferior’ a
cambio del pago de dinero y que se documentaran la discriminación de la que eran
objeto.
En efecto, se muestra que durante el despotismo ilustrado el ámbito familiar fue
centro de interés en el que se aumentó la jurisdicción estatal. Esta afirmación se
sustentaba en la literatura más relevante que conceptualizó a la mujer desde una
perspectiva fisiológica como un ser débil, temeroso, colérico y mentiroso. Así, los
manuales médicos y tratados sobre la familia del siglo XVIII legitimaron la
representación cultural de la fragilidad del sexo femenino y la obligación del hombre de
gobernar a la mujer.
El segundo capítulo explora en perspectiva comparativa en las características de
la vida familiar y del control social ejercidas sobre las mujeres de las ciudades ya
mencionadas. En cuanto a la división administrativa, la sociedad neogranadina se
caracterizó por la segmentación provincial y en términos de la economía cartagenera,
existieron tres tipos de hacienda: las ganaderas, las de labranza y las de trapiche. De
acuerdo con la consulta del padrón poblacional de 1777 de Cartagena y el de 1778 de La
Habana se exponen datos como el que la población predominante eran los libres de
color -conjunto agrupador de distintas mezclas raciales-, y el porcentaje de esclavos era
3
Ibid., 29–30.
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menor en relación con La Habana. Por su parte, la isla se dividía en departamentos y


jurisdicciones, con un desarrollo de sistema de plantaciones. Su población, fue
mayoritariamente blanca si bien, existía una considerable presencia de esclavos que
trabajaban en las plantaciones azucareras. En las similitudes se discute que el modelo de
familia monogámica patriarcal fue predominante en ambas sociedades y destacaron
uniones matrimoniales en que la posición social de la pareja era semejante. Sin
embargo, también se refieren a los sectores medios y populares de las ciudades citadas
que escapaban de los cánones establecidos donde predominaban amancebamientos, en
parte debido a los costos y trámites que requerían los matrimonios y la falta de clérigos
en población rural.
Así pues, el libro avanza en el estudio del control social que se ejercía en el
comportamiento de las mujeres en el contexto de Cartagena y La Habana. Uno de los
ámbitos de control fue el que ejerció sobre las acciones que alteraban la preservación
del honor familiar como el adulterio. Se mencionan otros campos de vigilancia como la
vestimenta femenina, especialmente la indumentaria “provocativa” que podría llegar a
justificar la pérdida de derechos en caso de una violación. Asimismo, es interesante que
los autores precisan sobre la proyección socio-laboral femenina como un plano en que
se generaron dinámicas de supervisión. Por ejemplo, con la Real Resolución del 12 de
junio de 1784, si bien se admitía el trabajo remunerado de las mujeres, también
especifica que estos deberían ser los propios de su sexo. En este sentido, en 1750 se
emanó la Real Cédula de 21 de julio la cual regulaba el quehacer de las parteras a través
de una licencia que certificara solo a viudas o casadas que acreditaran limpieza de
sangre.
Finalmente, en el capítulo tercero, los autores se ocupan de valorar el rol
protagónico que asumieron las mujeres cartageneras y habaneras frente a los conflictos
judiciales como adulterio, sevicia y solicitudes de divorcio. Este análisis de las fuentes
se destaca por hurgar y reflexionar en lugares menos convencionales y revaluar la
imagen legitimada sobre las mujeres de los siglos XVIII y XIX como sujetos pasivos.
Los expedientes revisados por Hernández y Manrique son testimonio de las denuncias
activas y contrademandas levantadas por ellas para cuestionar y advertir a las
autoridades sobre agravios a su persona, tanto en lo físico como en lo moral.
Cabe destacar que, en casos de adulterio el hombre quedaba desprestigiado ante
la sociedad e incluso se lo consideraba inhabilitado para desempeñar un cargo público
por lo que estos conflictos en algunos casos fueron utilizados como estrategias políticas
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para apartar de sus cargos a los consortes implicados. En otros documentos se revela
cómo las mujeres pasaban de ser denunciadas a apelar que eran víctimas de acusaciones
falsas por parte de sus esposos, que las culpaban de adulterio para deshacerse de ellas.
En este acápite también se discute el debate de fondo que demarca el trabajo y
está relacionado con la tensión entre el Estado y la Iglesia, esta vez en relación con la
disputa de qué institución debía regular el divorcio “quoad thorum et mutuam
cohabitationem”, el cual contemplaba poner fin a la vida maridable, pero persistía la
obligación de la fidelidad. En estos casos, los autores observan que el divorcio se
admitía cuando las mujeres demostraban estar en excesivo riesgo su integridad. Sin
embargo, tanto las autoridades seculares como la eclesiástica abogaban por la mediación
para que la unión conyugal no se fragmentara. De igual modo, se alude que la Casa de
Recogidas fue un espacio en que se depositó a mujeres que demandaban el divorcio, el
cual era un lugar en que se replicaba el control y se las custodiaba.
El trabajo de Leonor Hernández y Carlos Manrique refleja un esfuerzo por
articular una visión comparativa, teórica y el análisis de corpus normativo y archivos
judiciales para mostrar el rol transgresor de la mujer en los contextos cartagenero y
habanero, es decir, confrontan los marcos conceptuales de la norma con las prácticas de
la vida diaria. Aunque, el trabajo es formulado por dos investigadores, se refleja una
escritura articulada y argumentativa respaldada por una nutrida bibliografía.
No obstante, valdría la pena haber profundizado más en la presentación de los
casos en vista de que los expuestos son una muestra, que no necesariamente indica la
regularidad con que se interpusieron denuncias de diferente clase. Más bien evidencian
que la posibilidad de acceso a estos archivos es limitada, por circunstancias de no
conservación y de las políticas de archivo que no privilegiaron la custodia de registros
sobre las mujeres.
Angie Guerrero Zamora
Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador

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